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Razonemos: Dos conceptos de derechos humanos

«Desmenuzar bajo de sus pies todos los encarcelados de la tierra,
Hacer apartar el derecho del hombre ante la presencia del Altísimo,
Trastornar al hombre en su causa, el Señor no lo aprueba.»
(Lamentaciones 3:34-36)

«¿Se juntará contigo el trono de iniquidades,
Que hace agravio bajo forma de ley?
Se juntan contra la vida del justo, y condenan la sangre inocente.»
(Salmo 94:20-21)


Antes de compartir unas informaciones, deseo retarles a reflexionar y responder algunas preguntar acerca del tema.

– ¿Qué son derechos humanos?

– ¿Quiénes tienen derechos humanos?

– ¿Quién nos da esos derechos?

– ¿y quién puede quitarnos esos derechos?

Y después de responder, vuelvan a leer las dos citas bíblicas del inicio. Después consideren que cada una de estas preguntas se puede responder desde por lo menos dos perspectivas diferentes:

  • considerando la situación actual del mundo, y la manera como las personas poderosas manejan los derechos,
  • o considerando lo que dice Dios, y lo que significan los derechos humanos según el plan de Dios.

¿Pueden ahora dar dos respuestas a cada una de las cuatro preguntas, desde las dos perspectivas mencionadas?


Las primeras declaraciones de derechos humanos

De hecho existen dos conceptos bastante distintos. Eso se manifiesta ya desde las primeras ocasiones cuando se formularon «derechos humanos». Tengamos presente eso, cada vez que se habla de derechos humanos. Analicemos: ¿En cuál de los dos conceptos se basa la persona que habla?

La primera declaración oficial de «derechos humanos» todavía no contiene exactamente esa expresión, pero sí el concepto. Se trata del preámbulo a la Declaración de Independencia de los Estados Unidos (1776):

«Sostenemos estas verdades como evidentes por sí mismas: que todos los hombres son creados iguales; que son dotados por su Creador de ciertos derechos inajenables; que entre estos están la vida, la libertad y la búsqueda de la felicidad.
Que para asegurar estos derechos se instituyen entre los hombres los gobiernos, que derivan sus poderes legítimos del consentimiento de los gobernados;
Que cada vez que una forma de gobierno se haga destructora de estos principios, el pueblo tiene el derecho a reformarla o abolirla, e instituir un nuevo gobierno fundamentado en dichos principios, y a organizar sus poderes en la forma que a su juicio ofrecerá las mayores probabilidades de alcanzar su seguridad y felicidad. (…)»

La expresión «derechos humanos» se encuentra literalmente por primera vez en la «Declaración de los derechos de los hombres y de los ciudadanos», de la Revolución Francesa de 1789. Aquí los pasajes esenciales:

«Los representantes del pueblo francés, constitutidos en la Asamblea Nacional, (…) resolvieron exponer, en una declaración solemne, los derechos naturales, inajenables y sagrados del hombre,
para que esta declaración, constantemente presente a todos los miembros del cuerpo social, les recuerde sin cesar sus derechos y sus deberes;
para que las acciones del poder legislativo y del poder ejecutivo puedan en cada instante ser comparadas con la finalidad de toda institución política, y así sean más respetadas;
para que los reclamos de los ciudadanos, fundamentados desde ahora sobre principios sencillos e incontestables, se dirijan siempre hacia la preservación de la Constitución y hacia la felicidad de todos. (…)

Art.1: Los hombres nacen y permanecen libres e iguales en derechos. Las distinciones sociales pueden fundamentarse únicamente sobre la utilidad común.

Art.2: La finalidad de toda asociación política es la conservación de los derechos humanos naturales e imprescriptibles. Estos derechos son la libertad, la propiedad, la seguridad, y la resistencia contra la opresión.

Art.3: El principio de toda soberanía reside esencialmente en la nación. Ningún cuerpo, ningún individuo puede ejercer alguna autoridad que no emane explícitamente de ella.

(…)»

A primera vista, esta declaración parece casi igual a la americana. Hay una única diferencia esencial – pero esa diferencia es tan fundamental que en ella podemos ver la causa de los sucesos históricos tan distintos en los dos países. A partir de este trasfondo histórico, deseo llamarlos el «concepto americano» y el «concepto francés».

La diferencia sutil consiste en que la declaración francesa no sabe nada de un Dios y Creador.

Los luchadores por la independencia de los Estados Unidos estaban convencidos de que Dios les había dado derechos y libertades, y que por eso Él iba a aprobar e incluso apoyar sus esfuerzos por la libertad. Ellos contaron con que Dios mismo iba a garantizar sus derechos.
Los revolucionarios franceses, en cambio, se rebelaron explícitamente contra Dios. Uno de sus lemas era:: «Ni Dieu ni maître» («Ni Dios ni maestro»). Pero ¿quién iba a garantizar sus derechos, si Dios quedaba fuera del cuadro?
La respuesta es obvia: el estado. De cierta manera, el estado ocupa el lugar de Dios. Por eso, si leemos detenidamente, encontramos que las dos declaraciones de derechos humanos contienen también dos conceptos distintos acerca del estado.

En el concepto francés, la conservación de los derechos humanos es «la finalidad de toda asociación política». Esa asociación política, «la nación» (Art.3) o sea el estado, se presupone que existe desde el principio. Solamente que ahora, a ese estado preexistente se le impone cierto compromiso con los derechos humanos – ¿para qué fin? – Para que sus acciones «sean más respetadas», dice en el preámbulo. O sea, al fin de cuentas, los derechos humanos sirven para fortalecer al estado, al gobierno.
Si continuamos leyendo la declaración francesa, es un poco chocante encontrar que los artículos 12, 13 y 14 hablan de instituir una fuerza policial, y de cobrar impuestos para su mantenimiento. Tales artículos podrían ser apropiados en una Constitución del estado; ¿pero en una declaración de derechos humanos? La policía y los impuestos no son derechos, al contrario, son restricciones de los derechos humanos, particularmente del derecho a la propiedad. Pero cuando la presuposición básica es que el estado es lo primero, que el estado incluso es casi divino, entonces parece lógico: entonces los «derechos del estado» son superiores a los derechos de los hombres, y por tanto la declaración de derechos humanos menciona también los derechos del estado.

En el concepto americano, este orden es diferente. Los derechos humanos son lo primero, porque se remontan directamente al Creador. Por eso, los derechos humanos existen aun antes que el estado. El gobierno se instituye posteriormente «para asegurar esos derechos»; pero su poder depende del «consentimiento de los gobernados». O sea, el gobierno está al servicio del pueblo. Eso es otro detalle que falta en la declaración francesa.

¿Entendemos ahora cómo esta diferencia influenció los sucesos históricos? Si los derechos humanos se originan en Dios, entonces ningún gobierno del mundo tiene el derecho de quitarlos a alguien. Pero si es el gobierno quien garantiza esos derechos, entonces el gobierno puede también decidir quitar esos derechos a ciertas personas en ciertas circunstancias. Y exactamente eso sucedió en Francia. Sabemos que la revolución no produjo ninguna sociedad pacífica ni justa. Al contrario, produjo una tiranía sangrienta. Y la época revolucionaria no terminó con el establecimiento de una democracia, al contrario: terminó con Napoleón como emperador.
Los Estados Unidos, en cambio, desde su fundación florecieron durante varias décadas en condiciones tan democráticas y libres como no se dieron en prácticamente ningún otro país del mundo. Eso debe haber sido también la meta de los idealistas entre los franceses; pero no lograron alcanzarla, porque en su pensamiento y en sus vidas no tomaron en cuenta a Dios. En EEUU, esa meta pudo realizarse porque entendieron que Dios está por encima del gobierno, y que el gobierno está al servicio del pueblo.

Para seguir pensando:

– En tu país, en tu entorno social, ¿cuál concepto de los derechos humanos predomina? ¿El americano o el francés?

– ¿Cómo actúa el gobierno de tu país, respecto a los derechos humanos? ¿Como garante de esos derechos (que también puede quitarlos), o como sujeto a ellos, que tiene que respetarlos en todo momento y en todas las circunstancias?
(Nota que la verdadera actitud de un gobierno a menudo se manifiesta cuando alguna emergencia o amenaza perturba su paz. ¿Cómo responde el gobierno a eso? ¿Respetando los derechos de todos sus habitantes, o infringiendo esos derechos?)


El estado de derecho y su perversión

De acuerdo al concepto americano, en la Constitución de los EEUU no existe la figura de un «estado de emergencia», «estado de excepción», o similar. Los fundadores de los EEUU entendieron que al declarar un estado de emergencia, el gobierno iba a usarlo inmediatamente como pretexto para abusar de sus poderes de manera dictatorial. Ellos querían evitar exactamente una situación como la que ocurrió durante los últimos dos años. (Con eso vemos que los mismos EEUU, también han abandonado el «concepto americano».)
La idea original del «estado de derecho» fue descrita por Voltaire, en sus «Cartas acerca de la nación inglesa» (1733), de la manera siguiente:
«Los ingleses son el único pueblo del mundo que lograron limitar el poder de los reyes, resistiendo contra ellos; y que en una serie de conflictos finalmente (…) establecieron un gobierno sabio, donde el rey tiene todo el poder de hacer el bien, pero es impedido de hacer el mal (…)» – Con otras palabras:
En un estado de derecho (según el modelo inglés o el americano), la Constitución y las leyes sirven para proteger a los ciudadanos contra los atropellos por parte del estado.

Pero en aquellos países donde predomina el concepto francés, la Constitución y las leyes sirven para legitimizar los atropellos que comete el estado. Y tristemente, eso es lo que sucede actualmente en casi todas las naciones del mundo, y por supuesto también en las Naciones Unidas.

La declaración más conocida hoy en día es la «Declaración universal de los derechos humanos», de las Naciones Unidas. Y ésa sigue claramente el concepto francés, no el americano. Por ejemplo el Art.29.3 limita los derechos humanos de la siguiente manera: «Estos derechos y libertades no podrán, en ningún caso, ser ejercidos en oposición a los propósitos y principios de las Naciones Unidas.»
En esta cosmovisión no existe ningún Dios por encima del gobierno; ningún Dios ante quien los gobernantes tuvieran que rendir cuentas. Al contrario, las Naciones Unidas quieren dictar ellos mismos quiénes pueden ejercer sus derechos humanos y quiénes no.

Ya en la declaración francesa de 1789 hemos visto como se mezclan derechos con deberes. Aunque el título dice «Declaración de derechos», su propósito es, según el preámbulo, recordar a los ciudadanos «sus derechos y sus deberes». Y durante las últimas décadas, más y más derechos humanos se han pervertido en deberes. Solamente unos ejemplos:

– El «derecho a la educación» se entiende ahora como un deber de asistir a una escuela controlada por el gobierno. Como resultado, muchos alumnos ya no reciben ninguna educación que merece este nombre; solamente reciben una adoctrinación ideológica. Y las alternativas educativas se obstaculizan con exagerados requisitos burocráticos, o en algunos países se prohíben por completo.

– El «derecho a una identidad» se entiende ahora como un deber de portar un documento de identidad en todas las circunstancias, y de brindar sus datos personales para poder comprar, vender, tener acceso a servicios pagados, etc. Y actualmente, muchos gobiernos aun se atribuyen el derecho a negar arbitrariamente el acceso a esas transacciones para aquellos ciudadanos que no cumplen con ciertos requisitos, tales como tratamientos médicos, conformidad con la ideología del gobierno, y otros.

– El «derecho a la salud» se entiende ahora como un deber de someterse a restricciones arbitrarias de la libertad, y a experimentos médicos (en contradicción contra el Código de Núremberg y la Declaración de Helsinki). Como resultado, muchas personas fueron efectivamente dañados en su salud.

¿Son legítimas estas interpretaciones de los derechos humanos?

Para responder a esta pregunta, tenemos que razonar acerca de esta pregunta de fondo:

¿Los derechos humanos son colectivos, o son individuales?

Un derecho colectivo es un derecho de «todos», en conjunto. Un derecho individual es un derecho que yo personalmente puedo ejercer. Esta distinción es crítica, como veremos a continuación.
Por ejemplo, ¿puedo ser obligado a renunciar a mi derecho a la salud, para que «todos» puedan ejercer este derecho?
¿O pueden mis hijos ser obligados a renunciar a una educación adecuada a sus necesidades, para que «todos» puedan ejercer el derecho a la educación?

Si ponemos el siguiente ejemplo, aun los niños van a poder entender de qué se trata:

Mamá hizo panqueques. Mario pregunta: «Mami, ¿puedo comer un panqueque?» – «No.» – «¿Por qué no?» – «Porque todos tienen derecho de comer. Si tú comes uno, quizás para alguna otra persona ya no va a alcanzar.»

¿Cuán lógico, o ilógico, les parece el razonamiento de la mamá de Mario?

En el concepto americano, la respuesta es clara. Si los derechos humanos son inajenables, nadie me los puede quitar, ni siquiera alegando los derechos de «todos». No es el estado que en su benevolencia nos concede algunos derechos; es Dios quien los dio, y el estado es obligado a respetarlos.

Pero ya hemos visto que en el mundo actual se propaga el concepto francés. Por eso, los gobiernos y las Naciones Unidas promueven ahora la siguiente idea:

«Los derechos humanos valen para un «colectivo» abstracto, pero no para ti como persona concreta.»
O sea, te pueden privar de tus derechos individuales, para garantizar los imaginarios «derechos del colectivo». Y no piden tu opinión cuando se trata de definir lo que requiere «el colectivo». Eso lo definen ciertos personajes y organizaciones poderosos, que arbitrariamente se atribuyen el derecho de representar «el colectivo».
Aun esa idea se insinúa ya en la declaración francesa de 1789. Por ejemplo el Art.1 concede que se pueden hacer «distinciones sociales», si «la utilidad común» lo requiere.
El concepto americano no conoce tales ideas. Allí es claro que los derechos humanos son para cada persona individualmente. Y si los gobiernos dejan de respetar esos derechos, «los gobernados» (o sea las personas individuales) pueden revocar o derrocar el gobierno. En este concepto no existe el pretexto de un «bienestar común» que exigiría quitar los derechos a las personas individuales. Igualmente en la Constitución de los EEUU no existe el término «bien común» o «bienestar común».

Pero en el mundo actual se aplica el concepto francés para someterte a restricciones drásticas de tus derechos, para garantizar los supuestos «derechos de todos» – derechos que tú mismo en el caso concreto no puedes reclamar para ti.

Por ejemplo, un médico ya no puede dar ciertos tratamientos a sus pacientes, aunque esos tratamientos contribuirían a la sanidad del paciente, o sea, protegerían su derecho individual a la salud. Eso se fundamenta con que el médico, según la opinión de ciertos «expertos» pagados por el gobierno, atentaría contra la «salud pública». Y por el otro lado, se obliga al médico a aplicar ciertos tratamientos que tienen una alta probabilidad de dañar la salud del paciente, porque eso protegería la «salud pública», supuestamente. Y se amenaza a los médicos con quitarles su trabajo o incluso su licencia médica, si no obedecen a estas órdenes.

Y ya no puedes expresar tu opinión libremente en público, porque atentarías contra el «derecho de todos a la no discriminación». Aunque esta prohibición te discrimina a ti mismo, porque se te niega la libertad de la conciencia y de la expresión – un derecho que ahora pueden reclamar solamente quienes siguen la ideología del gobierno mundial.

En algunos países incluso te pueden secuestrar y encerrarte en algún «centro», porque tu presencia supuestamente inhibe la libertad del «público» de transitar por la calle. Tu derecho personal a la libertad ya no cuenta. Y tampoco se considera que no eres tú quien impides a los demás circular por la calle; es el gobierno mismo quien dijo a los demás – sin fundamentación convincente – que es peligroso transitar por la calle.

La última consecuencia

Si queremos evaluar una corriente de pensamiento, hay que considerar también adónde conduce esta corriente. ¿Cuál es la última consecuencia de esa idea, de que los derechos humanos sean colectivos, pero no individuales?

Ya desde hace décadas, los seguidores de Thomas Malthus dicen que todos los problemas de la humanidad se deban a la sobrepoblación. Por tanto, la solución consistiría en reducir la población mundial. Eso requiere eliminar cierto porcentaje de la población. Dicho claramente: «La humanidad» tiene el derecho de sobrevivir, pero no tú como persona individual. Si los gobernantes mundiales consideran que tu existencia es una amenaza contra la sobrevivencia de la humanidad, te pueden quitar el derecho a la vida.
Eso todavía no se dice tan abiertamente. Pero muchas personas de mucha influencia ya tienen este pensamiento. Y sigilosamente ya están comenzando a ponerlo en práctica, por ejemplo mediante experimentos médicos arriesgados; manipulaciones de la economía mundial y de las cadenas de suministro que producen hambrunas; provocando guerras; etc.

Los derechos humanos se consideran como uno de los fundamentos de la libertad y del estado de derecho. Pero hemos visto que exactamente este concepto se está ahora pervirtiendo, y se está usando como un instrumento de la opresión y de la dictadura – de la misma manera como se pervirtieron las constituciones y las leyes. En vez de proteger a los ciudadanos contra los atropellos del estado, ahora son usados para legitimizar los atropellos del estado.

Una cultura de la mentira

Usar el término «derechos humanos» para los fines que hemos mencionado, es una mentira. Porque no se trata de derechos, al contrario, se trata de negarnos los derechos.
La propaganda y el engaño a menudo comienzan con un uso engañoso de las palabras. No comienzan con falsedades directas; pero las palabras se utilizan de una manera que contradice su significado verdadero. Se dice «derechos», pero se quiere decir «abolición de derechos». Se dice «protección» y «seguridad», pero se quiere decir «opresión». Se dice «salud pública», pero se quiere decir «experimentación médica». Y así con muchas otras palabras más. Y así la gente se acostumbra a creer mentiras bajo el disfraz de palabras «buenas».

La Biblia dice en 2 Tes.2:11 que el establecimiento del reino anticristiano de los últimos tiempos será precedido por el actuar de «un poder engañoso, para que crean la mentira». ¿Será eso lo que ahora empieza a cumplirse? Tanto más importante será para los seguidores de Cristo, detectar las mentiras y contrarrestarlas con la verdad – no solamente en el ámbito religioso, sino en todos los ámbitos de la vida y de la sociedad.

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El estado no es Dios

En este artículo deseo examinar a la luz de la Biblia una de las tendencias más fuertes de los tiempos presentes, y la que más debería preocupar a los cristianos. Y como veremos, tiene también mucha injerencia en la educación.

«…Y se admiró toda la tierra detrás de la bestia, y adoraron al dragón que había dado autoridad a la bestia, y adoraron a la bestia, diciendo: ¿Quién como la bestia, y quién podrá luchar contra ella? (…) Y la adoraron todos los habitantes de la tierra cuyos nombres no estaban escritos en el libro de la vida del Cordero que fue sacrificado desde el principio del mundo. Si alguien tiene oido, que oiga.» (Apocalipsis 13:3-4.8-9)

Esta visión recibió el apóstol Juan ante el trasfondo del imperio romano, cuyos emperadores se hacían adorar como si fueran dioses.
En el imperio romano se adoraban muchos dioses. Cada uno era libre para adorar a cualquier dios que deseaba. Solamente que había que participar también en el rito obligatorio de quemar un poco de incienso en adoración al emperador.
Fue por esa razón que miles de cristianos fueron martirizados. No porque adoraban a Cristo; eso no era prohibido. Pero ellos se negaron a adorar a otro dios – el César – aparte de Cristo.
La adoración al emperador se dirigía no solamente a él como persona individual. El emperador representaba la entera institución del imperio, que se resumía con: «El senado y el pueblo romano». Es que antes de surgir los emperadores, Roma había sido una república casi democrática. Tenía su parlamento, el senado; y tenía una forma de separación de poderes. Cuando Roma se convirtió en un imperio, las formas democráticas se mantuvieron según la apariencia exterior. El senado siguió ejerciendo sus funciones; pero los emperadores manipulaban y presionaban a los senadores para que hicieran la voluntad del emperador. El imperio romano era una dictadura militar disfrazada como democracia. Este detalle es importante para entender los tiempos actuales.
Entonces, adorar al emperador significaba a la vez reconocer que la entera institución del imperio era divina. En la profecía bíblica, una «bestia» no significa una persona individual. Significa un reino o gobierno, un «sistema» entero. Eso se nota claramente en la visión de Daniel acerca de las cuatro bestias (Daniel cap.7).
Los primeros cristianos sabían muy bien que ningún hombre, y ninguna institución, puede ocupar el lugar de Dios. Por eso se negaron a ofrecer incienso al César.

La visión de Juan es a la vez una profecía de lo que sucederá en los últimos tiempos antes de la segunda venida de Cristo. Una «bestia», con carácteristicas similares al imperio romano, gobernará sobre el mundo entero. Y esa bestia exigirá ser reconocida como dios y salvador del mundo.

No debemos pensar que esa bestia se presentará sorpresivamente para instituir una dictadura mundial. Si lo hiciera de esa manera torpe, el mundo se rebelaría contra ella. Mas bien, está influenciando al mundo poco a poco, a renunciar a sus libertades y derechos, y a ceder cada vez más poder a la bestia. Por varias décadas ya, el mundo ha sido sometido a una campaña de propaganda y lavado del cerebro por parte de los gobiernos, los medios de comunicación (inclusive las grandes empresas y «redes sociales» que controlan la internet), y los sistemas escolares. El mensaje siempre es el mismo, aunque en diversas variaciones: «El estado es el encargado de solucionar todos los problemas. Si algo no funciona, si la gente está sufriendo, si hay injusticias, ¿qué hay que hacer? Reclamar al estado que lo solucione. Necesitamos un gobierno más fuerte, un gobierno más poderoso, y entonces los problemas se solucionarán.» – Si eso se pone en práctica de manera consecuente, ¿cuál es el resultado final? Obvio: una dictadura. La forma de gobierno donde el estado es más fuerte y poderoso, es la dictadura.
Si pudiéramos por unos momentos librarnos de la influencia omnipresente de la progaganda, entonces veríamos que en realidad, en muchas ocasiones, el estado genera problemas, sufrimientos e injusticias, que sin su interferencia no existirían. Cuánto más fuerte se hace el estado, más aumentan esos problemas.

Mientras escribo esto, encuentro un editorial reciente en un diario peruano: «300 mil víctimas de un plan estatal cuyo fin era reducir la pobreza aún esperan justicia. Resulta increíble que el argumento usado para esterilizar a casi 300 mil personas durante el gobierno de Alberto Fujimori haya sido la lucha contra la pobreza. Entre 1996 y 2000, según un informe de la Defensoría del Pueblo, se realizaron 272.028 ligaduras de trompas y 22.004 vasectomías. 19 personas fallecieron por complicaciones postoperatorias.» («La República», Lima, 12 de mayo de 2021)
Lo más irónico – y trágico – son las circunstancias en las que se escribe ese editorial. En este mismo momento, nuevamente millones de personas por el mundo entero están siendo sometidas a unas medidas forzadas como aislamiento, prohibiciones de trabajar y de viajar, protocolos sanitarios cuya eficacia nunca se comprobó científicamente, etc; y están siendo manipuladas o presionadas para participar en experimentos médicos novedosos cuyas consecuencias nadie conoce. Al mismo tiempo se libra una guerra sucia contra medicamentos accesibles y eficaces que han estado en uso por décadas. Todo eso bajo el argumento de supuestamente reducir las enfermedades. Pero algunos de los riesgos de esos experimentos ya son conocidos: La mitad de los peruanos perdieron su trabajo, y muchos se hundieron en la pobreza; uno de cada tres niños sufre trastornos psicológicos serios; en el mundo entero se dispararon los suicidios; mucha gente tiene su sistema inmunológico debilitado por ser obligados a un estilo de vida malsano, y por la psicosis colectiva, de manera que ahora corren un mayor riesgo de enfermarse que antes; y los números de las víctimas de los efectos adversos de las intervenciones médicas experimentales ni siquiera se publican en el Perú, pero de otros países se sabe que son números muy elevados. El año pasado, el Perú estuvo bajo arresto domiciliario durante cuatro meses. Hacia el fin de ese período, en vez de mejorar su situación, el Perú había saltado al número 1 de la estadística mundial de muertes por millón de habitantes.
De aquí en veinte años, si este mundo todavía existe, seguramente se escribirán editoriales de cómo los millones de víctimas de esas políticas erradas siguen esperando justicia.

Todo eso son consecuencias de las pretensiones de los gobiernos, de actuar como si fueran el salvador del mundo. Dios nos dice que pongamos nuestra confianza en Él, no en los gobernadores de este mundo:

«Mejor es confiar en el Señor, que confiar en el hombre.
Mejor es confiar en el Señor, que confiar en príncipes.»
(Salmo 118:8-9)

«No confíen en los príncipes, ni en un hijo de hombre,
porque no hay en él salvación.
(…) Bienaventurado aquel cuya ayuda es el Dios de Jacob,
cuya esperanza es en el Señor su Dios …»
(Salmo 146:3.5)

«El temor al hombre pondrá un lazo;
pero el que confía en el Señor, será levantado.
Muchos buscan el favor del príncipe;
pero del Señor viene el juicio de cada uno.»
(Prov.29:25-26)


Veamos unas áreas en particular, donde la propaganda ya nos ha acostumbrado a creer que son dominio del estado:

La ayuda a los necesitados.

Se cree hoy en día que el estado es el encargado de proveer por los pobres, de «crear empleos», y de incentivar de diversas maneras el abastecimiento material y financiero de la población. ¿Y cómo se financia eso? – La propaganda nos lo hizo olvidar, pero el estado no tiene dinero, excepto lo que nos quita a nosotros. O sea, el estado nos empobrece a todos, para después devolver a algunos de nosotros los bienes que les quitó. Cuando esa idea era relativamente nueva, todo el mundo la identificaba fácilmente como un postulado del comunismo y marxismo radical. Pero hoy en día, casi todo el mundo lo cree, aun quienes declaran ser opuestos al comunismo.

(Nota: Hoy en día, la propaganda ha avanzado a tal punto que se puede hacer creer a la gente que uno pueda ser «marxista» sin ser «comunista». A los que creen eso, les hago recordar que uno de los escritos más influenciales de Marx era precisamente el «Manifiesto comunista».)

¿Qué dice la Biblia al respecto?

Dios es el proveedor de todos.

«El Señor es mi pastor; nada me faltará.» (Salmo 23:1)
«Joven fui, y he envejecido, y no he visto justo desamparado, ni sus descendientes que mendiguen pan.» (Salmo 37:25)
«Los ojos de todos esperan en ti, y tú les das su comida a su tiempo.
Abres tu mano, y colmas de bendición a todo ser viviente.» (Salmo 145:15)
«No se afanen, pues, diciendo: ¿Qué comeremos?, o ¿Qué beberemos?, o ¿Qué vestiremos?. Porque las naciones buscan todas estas cosas; pero vuestro Padre celestial sabe que ustedes tienen necesidad de todo esto.» (Mateo 6:31-32)

Por tanto, confiar en el estado como proveedor es idolatría.

Dios ordenó la economía de manera que cada uno puede y debe alimentarse por el trabajo de sus propias manos.

«El ladrón no robe más, sino que trabaje, obrando con sus manos lo que es bueno, para que tenga qué compartir con el necesitado.» (Efesios 4:28)
«Porque oímos que algunos de entre ustedes viven desordenadamente, no trabajando en nada, sino entremetiéndose en lo ajeno. A los tales mandamos y exhortamos por nuestro Señor Jesucristo, que trabajando tranquilamente, coman su propio pan.» (2 Tesalonicenses 3:11-12)

En una sociedad que honra a Dios, no hay necesidad de que el gobierno «cree empleos». Cada uno (excepto los enfermos y discapacitados) puede crear su propio trabajo y de esta manera servir a sus prójimos y mantener a su propia familia. Pero hoy en día, a menudo es el mismo gobierno que impide eso: Con sus trámites burocratizados impide que un ciudadano común abra su propio negocio u ofrezca sus servicios; y con impuestos elevados impide que pueda vivir de sus ingresos. (Restricciones similares vienen ahora también de parte de unas grandes empresas que monopolizan ciertos servicios y productos, y de esa manera también ejercen prácticamente funciones de gobierno.)

Cada persona individual es responsable de ayudar a los pobres; cuánto más los que tienen riquezas.

«Si quieres ser perfecto, anda, vende lo que tienes, y dalo a los pobres, y tendrás tesoro en el cielo; y ven, sígueme.» (Mateo 19:21)
«Por tanto entonces mientras tenemos oportunidad, obremos lo bueno hacia todos, y más hacia los del hogar de la fe.» (Gálatas 6:10)
«A los ricos en el tiempo presente manda que no sean altivos, ni pongan su esperanza en la riqueza insegura. En cambio, [que pongan su esperanza] en el Dios viviente, el cual nos provee con todo ricamente para que disfrutemos. Que actúen con virtud, que sean ricos en buenas obras, sean generosos, dispuestos a compartir.» (1 Timoteo 6:17-18)

Según los principios bíblicos, compartir con los pobres es algo que corresponde a cada uno. No por obligación del estado, pero en responsabilidad ante Dios. Y esos donativos se iban directamente a los pobres. No tenían que pasar por un colador de burocracia estatal, donde la mayor parte de los fondos quedan atrapados en las manos de unos funcionarios.

Una alta carga de impuestos es un castigo de Dios sobre un pueblo que le ha desechado.

«Y dijo el Señor a Samuel: (…) A mí me han desechado, para que no reine sobre ellos. (…) Así hará el rey que reinará sobre ustedes: (…) Tomará lo mejor de vuestras tierras, de vuestras viñas y de vuestros olivares, y los dará a sus siervos. Diezmará vuestro grano y vuestras viñas, para dar a sus oficiales y a sus siervos (…) Y ustedes clamarán aquel día a causa de vuestro rey que se habrán elegido, pero el Señor no les responderá en aquel día.» (1 Samuel 8:7.11.14.15.18)


El cuidado por los enfermos.

Por mucho tiempo ya, la propaganda nos ha inducido a creer en la «salud pública». ¿Qué es «salud pública»? – Solamente una persona individual puede diagnosticarse como «sana» o «enferma» en el sentido médico; pero no el «público» en general. Y desde tiempos antiguos rige el secreto profesional de los médicos, que les prohíbe divulgar informaciones acerca de la historia clínica de sus pacientes. Eso testifica de que la salud es un asunto privado, no público. No existe algo así como «salud pública».
Sin embargo, desde el año pasado, los gobiernos del mundo exigen agresivamente el acceso y control sobre los datos acerca del estado de salud de la población entera. O sea, de hecho se ha abolido el secreto médico (aunque los noticieros nunca nos informaron acerca de este suceso grave.)
Lo que quieren decir realmente cuando dicen «salud pública», es «control estatal de la salud de cada uno». (Acerca de este uso propagandístico de la palabra «público», vea también: ¿¿Escuelas públicas?? – Esta confusión deliberada entre «público» y «controlado por el gobierno» también se puede trazar desde el Manifiesto comunista.) O sea: Ahora que ya hemos aceptado que el gobierno deba cuidar a los enfermos, la propaganda va un paso más allá y nos dice que el gobierno también deba ordenarnos, con todo detalle, lo que debemos hacer o no hacer respecto a nuestra salud. En última consecuencia, que nuestro cuerpo y su estado de salud pase a ser propiedad del estado.

¿Qué dice la Biblia al respecto?

Dios es Señor sobre salud y enfermedad, y es el Sanador de los enfermos.

«Si oyes atentamente la voz del Señor tu Dios, y haces lo recto delante de sus ojos (…), ninguna enfermedad de las que envié a los egipcios te enviaré á ti; porque yo soy el Señor tu Sanador.» (Éxodo 15:26)
«Y [Jesús] expulsó a los espíritus con la palabra, y sanó a todos los que estaban mal, para que se cumpliese lo dicho por el profeta Isaías: ‘Él llevó nuestras debilidades, y cargó nuestras enfermedades.’ » (Mateo 8:16-17)
«Si alguien entre ustedes está enfermo, llame a los ancianos de la asamblea, y oren sobre él, ungiéndolo con aceite en el nombre del Señor. Y la oración de fe salvará al agotado, y el Señor lo levantará.» (Santiago 5:14-15)

La Biblia no rechaza los tratamientos médicos. Pasajes como 2 Reyes 20:7, Ez.47:12, Jer.8:22, hablan positivamente de la medicina. La medicina aprovecha las propiedades curativas que Dios mismo puso en ciertas plantas y sustancias. Pero esos tratamientos son administrados por médicos y personas conocedoras de salud, en el libre ejercicio de sus funciones. De ninguna manera es justificado bíblicamente, que el estado imponga ciertos tratamientos y prohíba otros, o que el estado asuma un monopolio sobre el cuidado de los enfermos.


La educación de los niños.

Durante el entero siglo 20, se nos ha adoctrinado en la creencia de que el estado sea el encargado de educar a los niños. Esa propaganda ha sido tan eficaz que hoy en día, muchos padres y madres ni siquiera se creen capaces de educar a sus propios hijos, como lo han hecho los padres y madres durante miles de años.

¿Qué dice la Biblia al respecto?

Los encargados de educar a los niños son sus padres.

«Y estas palabras que yo te mando hoy, estarán sobre tu corazón, y las repetirás a tus hijos, y hablarás de ellas estando en tu casa, y andando por el camino, y al acostarte, y cuando te levantes …» (Deut.6:6-7)
«Porque yo fui hijo de mi padre, delicado y único delante de mi madre. Y él me enseñaba …» (Proverbios 4:3-4)
«Y ustedes padres, no hagan airarse a sus hijos, sino que aliméntenlos en educación y amonestación del Señor.» (Efesios 6:4)
Dios manda a los niños obedecer a sus padres (Efesios 6:1). No existe ningún mandamiento comparable que dijera: «Niños, obedezcan a vuestros profesores».

El único sistema escolar que se menciona en la Biblia, es el del «tutor» o «ayo» («paidagogós» = pedagogo en griego) que se menciona en Gálatas 3:24-25 y 4:1-2. Era usual en las familias de clase media y alta, tener un «tutor» o «pedagogo» que se encargaba de los niños. Ese «pedagogo» no era ningún funcionario del estado. Al contrario, ¡era un esclavo del padre de la familia! Así confirmaban también los usos de la sociedad en general, lo que dice la Biblia: La educación de los niños está bajo la autoridad del padre, no del estado.

Por causa del monopolio estatal sobre la educación, el gobierno tiene ahora también un monopolio sobre la adoctrinación ideológica de los niños. Y así se cierra el círculo vicioso: El estado enseña a los niños desde pequeños, a creer en el credo del estatismo:

«El estado es mi proveedor.
El estado es mi sanador.
El estado es mi educador.»

Y esos niños, cuando llegan a ser adultos, no pueden imaginarse otra cosa que entregar a sus propios hijos también a la educación estatal.

De hecho, revisando los libros escolares que actualmente se usan, encontramos que mayormente consisten en propaganda a favor del estatismo. Por ejemplo, hablan de la protección del medio ambiente, pero no bajo la perspectiva de que el mundo es creación de Dios y cada uno de nosotros es responsable de cuidarlo. En cambio, presentan al estado como el responsable de cuidar el medio ambiente, con la creación de áreas protegidas y promulgando muchas prohibiciones y nuevos impuestos. Hablan del cuidado de la salud – pero no dicen que tenemos un sistema inmunológico que nos protege contra enfermedades, ni dicen como podríamos fortalecerlo. En cambio, enseñan que debemos hacer caso a todos los mandamientos del gobierno, y entonces seremos protegidos contra las enfermedades. En todo, se presentan las políticas del gobierno como la solución. Y aquellos temas que no se pueden politizar tan fácilmente, tales como química y física, parece que se botaron del currículo escolar por completo durante el año pasado.

Además, notamos en los libros escolares y en la propaganda en general, que el enfoque se está desplazando poco a poco, desde el gobierno nacional hacia las organizaciones internacionales. Eso indica que efectivamente se está preparando el cumplimiento final de la visión de Juan, donde el poder ya no está en las manos de estados soberanos, sino en las manos de un gobierno «sobre toda tribu, pueblo, lengua y nación».


El objetivo de todo eso es un gobierno totalitario. O sea, un gobierno que reglamenta y controla todos los aspectos de la vida humana sin excepción. En otras palabras, se quiere atribuir al gobierno los atributos divinos:

Quiere que el gobierno sea omnipotente: Que pueda obligar a cada ciudadano a hacer cualquier cosa que el gobierno quiere, sin que el ciudadano tenga algún recurso en contra de la arbitrariedad y violencia por parte del gobierno.

Quiere que el gobierno sea omnipresente: Que pueda vigilar a cada ciudadano todo el tiempo, las 24 horas del día. Que el gobierno tenga conocimiento acerca de cada detalle: dónde te encuentras, con quiénes te comunicas, lo que hablas y escribes, tu estado de salud, tus transacciones financieras … absolutamente todo. Que nada y nadie se pueda esconder ante los ojos y oídos vigilantes del estado.

Quiere que el gobierno sea omnisciente: Que sea el gobierno quien define cuál es la verdad. Que nadie pueda contradecir al «conocimiento superior» que es divulgado por el estado. Que todas las opiniones y todos los hechos contrarios al narrativo oficial del estado sean censurados, eliminados y castigados.

El estado todopoderoso quiere hacernos creer que él es encargado y capaz de librarnos de todas las amenazas y emergencias. Que el estado va a revertir el cambio climático, que el estado va a erradicar las enfermedades, que el estado va a alimentarnos en la hambruna, que el estado va a desviar los asteroides que podrían colisionar con la Tierra … – todo eso, si nosotros somos sumisos y obedientes y cumplimos al pie de la letra con lo que el estado nos ordena. Entonces, si las promesas no se cumplen, es nuestra culpa – porque no hemos sido lo suficientemente obedientes.

El totalitarismo no tiene afiliación política. Partidos que se llaman de la «izquierda», como los que se llaman de la «derecha», son igualmente infectados por él. Tampoco tiene afiliación religiosa. Católicos, evangélicos, y ateos por igual, se han convertido en sus seguidores.

Esta es la meta última de los cambios en la política de los gobiernos que sucedieron últimamente, de manera coordinada en el mundo entero. Ya es lo suficientemente preocupante que se hayan abolido los derechos humanos, y que todo apunte a la introducción de una dictadura al nivel mundial. Pero aun más allá de eso, se nos influencia de manera subliminal para que finalmente aceptemos a ese gobierno como Dios.


Hoy en día, muchos cristianos dicen que hay que hacer todo lo que el gobierno manda, y citan Romanos 13:1: «Toda persona se someta a las autoridades predominantes. Porque no hay autoridad sino por Dios, y las autoridades existentes son colocadas por Dios.» ¿Significa eso que debemos tener a las autoridades como dioses, si ellas lo exigen así? – De ninguna manera. El mismo capítulo Romanos 13 continúa así: «(…) ¿Quieres no temer a la autoridad? Haz lo bueno, y tendrás alabanza de ella; porque te es siervo de Dios para lo bueno. Pero si haces lo malo, teme; porque no sin razón lleva la espada, porque es siervo de Dios, vengador para ira contra el que practica lo malo.» (Versos 3 y 4). Aquí dice claramente para qué es el gobierno: Para alabar las obras buenas, y para castigar lo malo. O sea, para administrar justicia, según los criterios de Dios. Sigue siendo Dios, no el gobierno, quien define qué es bueno y qué es malo. Y el gobierno no está para alimentar a los pobres, ni para sanar a los enfermos, ni para educar a los niños, ni para decirnos a quién debemos adorar. Un gobierno que quiere imponer órdenes acerca de esas áreas, está sobrepasando los límites de sus competencias asignadas por Dios. El principio bíblico general es el que enunció Pedro ante el gobierno de Jerusalén: «Hay que obedecer a Dios más que a los hombres.» (Hechos 5:29)
Pablo escribió la carta a los romanos, cuando los emperadores todavía no habían empezado a perseguir a los cristianos. En cambio Juan recibió su visión del Apocalipsis unos 30 a 40 años más tarde, cuando la verdadera naturaleza del imperio romano ya se había hecho muy obvia. Romanos 13 no es la palabra definitiva acerca de las autoridades. Como mínimo, tenemos que considerar también Apocalipsis 13.

Negarse a idolatrar al estado, no es «rebeldía». Rebeldía sería, intentar derrocar al gobierno. Dios nunca dijo que los cristianos hicieran eso. Los cristianos en el imperio romano seguían obedeciendo al gobierno, en todo lo que pudieron obedecer con conciencia limpia ante Dios. Pero se negaron a idolatrarlo.

Tristemente, aun las iglesias evangélicas están preparando a su gente a recibir la marca de la bestia. Ellas mismas enseñan que hay que «someterse bajo la autoridad«, sin examinar, sin hacer preguntas, sin ejercer discernimiento. Esta es una de las señales más llamativas de que vivimos en la apostasía de los últimos tiempos, que está profetizada en 2 Tes.2:3. Solamente los que aman la verdad, serán capaces de detectar y resistir las mentiras que se están difundiendo en estos últimos tiempos (2 Tes.2:10-12).

Daniel y sus amigos se habían «propuesto en su corazón, no contaminarse» (Daniel 1:8), cuando todavía no se encontraban en una situación de vida o muerte. Por eso pudieron mantenerse firmes aun más tarde, cuando sus vidas sí estaban amenazadas. En el mundo occidental, la mayoría de los cristianos todavía no están en peligro de muerte cuando se niegan a aceptar al estado como omnipotente, omnipresente y omnisciente. Pero desde el año pasado, el precio empezó a aumentar considerablemente. ¿Usted ya hizo su decisión fundamental, si va a adorar a Dios o a César? Si no, es urgente que lo piense bien.

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Pandemia: La otra cara de la moneda

En el artículo anterior he analizado un poco la situación mundial actual, y sus consecuencias. Pero hay otra cara de la moneda, y es ésta: Dios está en control de todo.

«[Dios] hace cesar las guerras hasta los fines de la tierra; que quiebra el arco, corta la lanza, y quema los carros en el fuego.
Estén quietos, y reconozcan que yo soy Dios.»
(Salmo 46:9-10)

«Él actuó poderosamente con su brazo, esparció a los arrogantes por los razonamientos de sus propios corazones; derribó a gobernantes de sus tronos, y elevó a los humildes…»
(Lucas 1:51-52)

«Como los repartimientos de las aguas, así está el corazón del rey en la mano del Señor: A todo lo que quiere lo inclina.»
(Proverbios 21:1)

Nada sucede sin que Dios lo haya ordenado en su plan. Si el mundo actualmente está perdiendo sus libertades y sus riquezas, en una medida extremamente disproporcional al número de vidas que está cobrando la pandemia, entonces eso también debe tener su propósito en el plan de Dios.

Vemos en la Biblia que Dios suele permitir sucesos como estos para llamarnos la atención, para que volvamos a Él.

«Y han olvidado el consuelo que les habla como a hijos: ‘Hijo mío, no tomes en poco la educación/disciplina del Señor, ni te canses cuando eres amonestado por él; porque el Señor educa/disciplina al que ama, y azota a todo hijo que acepta.’ »
(Hebreos 12:5-6)

Nota aparte: Esta cita no se puede aplicar así no más a la educación que nosotros los humanos damos a nuestros hijos. En el verso 10 dice que los padres humanos a menudo usamos criterios arbitrarios para corregir a los hijos; pero Dios lo hace siempre de una manera que es beneficiosa para nosotros.

Entonces, Dios debe tener una buena razón para corregirnos en estos tiempos. Algunos dicen: «Dios es amor, entonces él no castiga.» Pero si estamos constantemente haciendo decisiones que nos llevan a la destrucción, entonces lo más amoroso que Dios puede hacer es una fuerte llamada de atención. Eso demuestra que todavía le importamos. Lo peor que puede suceder, es cuando Dios ya no nos habla; cuando Él nos deja ir por todos los caminos malos que elegimos, y nos deja cargar con todas las consecuencias terribles de ello.

Ahora podríamos señalar muchas cosas que están mal en el mundo. Pero Dios dice que Él educa y disciplina a Sus hijos – a los que se identifican como Sus discípulos. Así dice también en este pasaje que ha sido citado a menudo en esas últimas semanas:

«Si se humilla mi pueblo, sobre los cuales ni nombre es invocado, y oran, y buscan mi rostro, y se convierten de sus malos caminos; entonces yo oiré desde los cielos, y perdonaré sus pecados, y sanaré su tierra.»
(2 Crónicas 7:14)

Es «mi pueblo», el pueblo de Dios, que debe volverse de sus malos caminos. Es con «la casa de Dios», los que se identifican como «iglesia», donde comienza el juicio de Dios (1 Pedro 4:17).

De hecho, está sucediendo mucha maldad en las instituciones que se llaman «iglesias». Hay mucha falta de honestidad; se cometen estafas, enriquecimiento ilícito, y abuso sexual. Y en vez de traer esas cosas a luz y sancionar a los culpables, se amenaza a las víctimas y a los testigos para que no hablen de ello. Un lugar donde sucede eso, no merece llamarse «casa de Dios». ¿Nos extraña que Dios haya decidido cerrar esas casas?

De hecho, las iglesias están entre las más afectadas por las medidas que se están tomando. Desde pequeñas iglesias en casa, hasta las mega-iglesias evangélicas, las católicas y aun el Vaticano, todas tuvieron que cerrar. Ya no sé de ningún gobierno en el mundo que reconociese las reuniones y las actividades caritativas de las iglesias como una actividad «esencial» que pudiera continuar. Este es uno de los aspectos más chocantes de la situación que nos toca vivir; es una completa novedad histórica. Pero obivamente, Dios tuvo Sus razones para permitirlo. Creo que Él desea ver un arrepentimiento, un cambio radical, en aquellos que se hacen pasar por Sus representantes, y sin embargo permiten que la maldad continúe en sus iglesias.

Que los lectores saquen sus propias conclusiones de ello. Ya que este es un blog sobre educación, deseo solamente añadir un último aspecto: ¿Cómo podemos hablar de este tema con los niños?

Por un lado, me parece importante que los niños sepan que Dios no es simplemente un «dioscito» que pasa por alto toda maldad, y que nos libra de las consecuencias de nuestros actos, si tan solamente decimos con nuestros labios «Perdóname». El mensaje más fuerte de Jesús y de los apóstoles fue siempre: «¡Arrepiéntanse!» Y eso significa no simplemente decir «Perdón»; significa cambiar radicalmente nuestra manera de pensar y de vivir.
(Por supuesto que para eso necesitamos la ayuda de Jesús. Eso lo experimentará cualquiera que alguna vez lo intentó en serio. Pero eso sería un tema para otro artículo…)
Pienso entonces que los niños necesitan saber que Dios a veces permite situaciones tristes, difíciles, y hasta terribles, para que volvamos a buscarle a Él, y que cambiemos nuestra vida. No es que Dios esté causando la maldad; mas bien que en última consecuencia, el sufrimiento es el resultado de la maldad de los hombres.

Por el otro lado, hablando de niños y con niños, ellos no deben sentirse señalados con un dedo acusador. En la Biblia, en tiempos cuando vienen los juicios de Dios sobre la tierra, se lamenta el sufrimiento de los niños como víctimas de la maldad; pero ellos no se mencionan como los culpables o causantes de los juicios de Dios. Al contrario, Jesús pone a los niños como ejemplos, a quienes debemos seguir nosotros los adultos (Mateo 18:3-4). Eso es porque en un niño, el pecado todavía no se ha desarrollado con tanta intensidad como en un adulto.
Entonces, si nos toca hablar con niños acerca de los juicios de Dios, deberíamos mas bien mencionar dónde eso nos concierne a nosotros como adultos. Por ejemplo: «Estos son tiempos donde nos toca reflexionar, si en algo estamos ofendiendo a Dios con la manera como vivimos. Yo también he encontrado que necesito cambiar (en eso o aquello) …»
En este contexto es interesante notar que la pandemia actual casi no afecta a los niños, salvo en casos muy excepcionales. Algo que sí los afecta, es el encierro forzoso que las autoridades en muchos lugares les han impuesto. (Injustificadamente, según diversos expertos médicos).

Según el entendimiento rabínico, los niños se encuentran bajo la responsabilidad de sus padres hasta alcanzar la edad de Bar-Mitzva (13 años). Hasta esa edad les corresponde a los padres, amonestar y corregir a sus hijos. Recién después, ellos mismos tendrán que rendir cuentas a Dios. Por eso también, es algo muy equivocado y dañino si decimos a un niño cuando comete alguna maldad: «¡Dios te va a castigar!» No tenemos derecho de meter a Dios en eso, porque El mismo nos ha encargado a nosotros como padres, que eduquemos y corrijamos a nuestros hijos. Recién en la adolescencia, cuando su independencia y responsabilidad crece, tendrán que aprender a reconocer la dirección y la corrección de Dios en sus vidas – y entonces nosotros como padres tendremos que disminuir nuestras propias medidas de corrección. Y por supuesto, nosotros mismos tenemos que reconocer cuando Dios nos llama la atención, y convertirnos de todo mal camino en que estamos andando.

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Un virus chino da la vuelta al mundo (y no es el coronavirus)

No, no me refiero al «COVID-19». (De ése se debate todavía si su origen es realmente chino.)

Durante los últimos años, China ha reforzado mucho sus sistemas de vigilancia y control total de la población. Aunque los medios de comunicación internacionales han prestado poca atención a ese hecho; pero China está en camino de vuelta a los oscuros tiempos maoístas, con constantes violaciones de los derechos humanos, y una «reeducación» forzada de sus ciudadanos.
En las ciudades, el gobierno tiene medios para saber de cada ciudadano, en cada momento, dónde se encuentra: Las calles son vigiladas mediante cámaras con software de reconocimiento facial. Se controlan todos los datos de ubicación y uso de los teléfonos celulares. Y como si eso no fuera suficiente, en los últimos meses se hicieron experimentos (bajo pretexto de la epidemia del coronavirus) con brazaletes electrónicos que transmiten constantemente la ubicación de su portador.
Toda esa vigilancia está conectada con el sistema de «crédito social», el cual también se perfecciona cada vez más. El gobierno mantiene un banco de datos acerca de cada ciudadano, desde su nacimiento. Almacena sus datos personales, su historia clínica, sus notas escolares, sus conexiones sociales, sus opiniones políticas y religiosas, y todo detalle acerca de su comportamiento que al gobierno le parece relevante. Según esos datos, a cada persona se le asigna un puntaje de «crédito social». Si tienes un puntaje bajo, tienes menos derechos que las personas con alto puntaje. Por ejemplo, no tienes acceso a un buen puesto de trabajo; no puedes usar aviones ni trenes rápidos; y otras limitaciones. El puntaje sube con un buen rendimiento, o cuando te haces miembro del Partido Comunista y apoyas al gobierno. El puntaje baja cuando eres incumplido, cuando cometes faltas y delitos; pero también cuando expresas opiniones críticas hacia el gobierno, o cuando te haces cristiano.
Por supuesto que eso contradice todo ideal de «igualdad». Pero se procede según el lema propagandístico que hace mucho tiempo ya expuso George Orwell (el autor de «1984») en su otra novela famosa, «Granja de animales»: «Todos los animales son iguales; pero algunos son más iguales que otros.»

En estos últimos años, los líderes y la prensa del así llamado «mundo libre» han sido muy tibios en sus críticas al sistema chino. Es de sospechar que muchos gobiernos de otros países, secretamente anhelan ejercer el mismo control total como el gobierno chino. De hecho, en nuestro ambiente ya existe un equivalente inoficial del «crédito social»: las así llamadas «redes sociales» (en realidad redes de espionaje corporativo), donde la gente deposita voluntariamente todos los datos que permiten identificar cuál es su estilo de vida, su situación económica, sus opiniones, quiénes son sus amigos – en breve, todo lo que un gobierno totalitario desea saber acerca de sus ciudadanos. De hecho, los gobiernos ya lo saben, gracias a esas «redes sociales». Y si publicas opiniones contrarias a lo que se considera «políticamente correcto», tienes menos derechos: tus publicaciones se censuran, se invisibilizan, o tus cuentas se cierran completamente. Y no sólo eso: ya hubo casos de personas que perdieron su empleo, por publicar comentarios que disgustaron a sus empleadores o al gobierno. Igual como en China.

La epidemia del coronavirus fue la oportunidad de reforzar ese control gubernamental aun mucho más. Y no solamente en China: ahora los gobiernos del mundo entero se están infectando con ese virus chino, que más acertadamente se abreviaría con POVIG (estado POlicial y de VIGilancia total). Se han anulado derechos humanos tan fundamentales como el derecho de usar la vía pública, o el derecho de trabajar. Personas son tratadas como criminales por el mero hecho de visitar a un familiar, de atender a un cliente, o de dar un paseo en la naturaleza (donde no existe peligro de contagio alguno). Si eso se hace en China, no es sorpresa: es parte del sistema chino. Pero ahora parece que repentinamente, el mundo entero está tomando el sistema chino como su gran modelo y ejemplo. Esta pandemia del POVIG es más peligrosa que todo virus, porque mata no solamente a personas individuales: mata a toda la sociedad en conjunto. Mata a la libertad y al estado de derecho; mata la confianza mutua de todos; mata la economía; y en consecuencia causará también más muertes físicos que todo virus.

«Pero estamos en una emergencia», me dirán. De acuerdo, estamos en riesgo de contagiarnos con una enfermedad. No sólo desde este año. Cada año mueren hasta 650’000 personas de la gripe (influenza), y 1’600’000 (un millón seiscientos mil) de tuberculosis, según las cifras de la OMS. ¡No existe una vida sin riesgos! Si alguien tiene una enfermedad contagiosa, tiene que aislarse. Si alguien en mi entorno tiene gripe o tuberculosis, es preferible mantener una distancia. Todo eso no es novedad. Pero hasta hace poco, se consideraba que cada persona adulta es capaz de evaluar y gestionar esos riesgos por sí misma. Eso es lo que ha cambiado radicalmente desde el contagio con POVIG. Ahora se nos trata como a niños pequeños que son castigados con encerrarlos en su habitación. Aun algunas de las sociedades más «avanzadas» están recayendo en los modelos dictatoriales que se creían superados desde hace tiempo. ¡Y la gente lo aplaude!

«Pero hay que impedir que la gente salga y ponga a otros en riesgo», quizás me dirán. Pero suponiendo que tienes el virus y te encuentras con otras personas, ¿a quiénes pones en riesgo? – Solamente a aquellos que por su parte decidieron exponerse al riesgo, y acercarse a ti. (A no ser que tú invadas a la fuerza la esfera privada de otra persona. Pero no quiero asumir que tú seas la clase de persona que hace eso.)
En tiempos de pandemia se sabe que el riesgo de contagio es alto. Entonces quienes no quieren correr el riesgo, se aíslan voluntariamente. Sin necesidad de que un policía los esté vigilando constantemente. Ese dicho de que «hay que impedirlo» (con toda la fuerza y violencia del gobierno), eso es exactamente un síntoma del contagio con POVIG. Hasta hace poco, nadie hubiera dicho que había que declarar el estado de emergencia y cerrar los negocios y mandar a la policía a patrullar las calles, para impedir que la gente se contagien unos a otros con tuberculosis o con gripe.
Otro síntoma del POVIG es el pánico generalizado. La gente en pánico busca a cualquier «salvador» que les promete controlar la situación, aun si con eso pierden su libertad, su trabajo, y su dignidad humana. Pero a menudo el pánico se puede aliviar con informaciones documentadas y basadas en investigaciones, como las enumeradas aquí y en la documentación enlazada. (¡Esas informaciones se difunden raras veces en los medios de comunicación!)

«Pero la gente es irresponsable, no se cuidarán si no se los obliga», dirán otros. No se dan cuenta de que esa irresponsabilidad es justamente un producto del sistema (sobre todo del sistema escolar) que interfiere con las decisiones más personales de la gente. Las medidas dictatoriales solamente refuerzan ese círculo vicioso de la irresponsabilidad.
Aun los gobernantes son víctimas de este mismo sistema, como señala el educador peruano León Trahtemberg en su blog:
«La dificultad de las autoridades nacionales (…) de responder adecuadamente a los retos como el de la epidemia de coronavirus (…) tiene que ver con el hecho de que en su infancia e incluso vida universitaria han sido educados para pensar linealmente, por casilleros separados según disciplinas, con certezas y sin imprevistos o sorpresas, teniendo los profesores todo bien controlado: “si estudias el material según el libro o lo que dice el profesor y respondes según esas certezas en los exámenes, sacarás buenas notas en cada curso individual y con eso estarás preparado para la vida universitaria y profesional”.
Así, una enseñanza frontal, (…) sin que el alumno piense críticamente, indague, plantee hipótesis y preguntas, (…) sin que la empatía juegue rol alguno al abordar los temas de estudio, (…) quedan indefensos ante lo imprevisto.»

El mundo hispanohablante es notoriamente propenso a las dictaduras, desde los tiempos coloniales o quizás aun antes. Así que tal vez mis lectores no pueden entender de qué estoy hablando, cuando me refiero a una sociedad libre y responsable. Mucha gente prefiere vivir bajo una dictadura, en vez de pagar el precio de la libertad, el cual consiste en tener que asumir la responsabilidad por sus propias decisiones y actos. Pero aun así, las colonias españolas lucharon por su libertad y la consiguieron. ¿De verdad estamos dispuestos a perderla tan fácilmente?

Estamos viviendo nuevamente la situación del pueblo de Israel cuando pidieron vivir bajo un rey. Dios mandó al profeta Samuel a advertirlos cómo el rey les iba a quitar sus bienes y su libertad:

«Este será el derecho del rey que habrá de reinar sobre ustedes: tomará vuestros hijos, y los pondrá en sus carros, y en su gente de a caballo (…), los pondrá asimismo a que aren sus campos, y cosechen sus cosechas. (…)
Asimismo tomará vuestras tierras, vuestras viñas, y vuestros buenos olivares, y los dará a sus siervos.
El diezmará vuestros sembríos y vuestras viñas, para dar a sus oficiales y a sus siervos.
(…) Y ustedes clamarán aquel día a causa de su rey que se habrán elegido, pero el Señor no les oirá en aquel día.»

(1 Samuel 8:11-18)

Varios siglos más tarde, Dios evalúa esa época de la siguiente manera:

«Te di un rey en mi furor, y lo quité en mi ira.» (Oseas 13:11)

Parece que actualmente el mundo está condenándose a repetir la misma historia. Quien pone su confianza en el gobierno en vez de Dios, tendrá que sufrir bajo el gobierno.

Quizás tenemos que escuchar acerca de este tema a alguien con un trasfondo distinto. Edward Snowden, el ex agente de la CIA que vive exiliado en Rusia desde que destapó públicamente los mecanismos del gobierno estadounidense para espiar a sus propios ciudadanos, dijo hace poco en una entrevista:

Eso es lo que la gente no entiende: El coronavirus es un problema serio. Pero es un problema pasajero. (…) Pero las consecuencias de las decisiones que hacemos ahora son permanentes. Es crucial recordar eso, desde la perspectiva de una sociedad libre. Un virus es peligroso. Pero la destrucción de los derechos es fatal. Es algo permanente que no recobraremos. Perdemos derechos por los que hemos luchado en revoluciones, por los que hemos fundado movimientos que tomaron cientos de años para ganarlos, y después los perdemos en un momento de pánico

(Entrevistador): Si hay una necesidad sincera y urgente de combatir un virus (…), ¿no estaría bien suspender brevemente ciertas libertades fundamentales, para alcanzar un bien mayor para la sociedad?
(Snowden): ¿Cuándo fue la última vez que usted recuerda una breve suspensión de las libertades civiles? (…) Cuando se decretan medidas de emergencia, se vuelven pegajosas. La emergencia se extiende; las autoridades empiezan a disfrutar de sus nuevos poderes, mientras que la emergencia original pasa. El coronavirus pasa; el terrorismo ya no es gran cosa. Pero ellos encuentran nuevas aplicaciones, nuevos usos para los poderes que adquirieron. Y dicen: «(…) Quizás podemos pasar una nueva ley para que eso sea permanente.» Eso está pasando en país tras país. Se convierte en una cultura de seguridad donde dicen: «Mira, si hay cualquier riesgo, tenemos que reducirlo al mínimo, no importa el costo.» (…) Si empezamos a destruir los derechos para mejorar las cosas, en realidad las empeoramos.

¿Qué sucede si en el transcurso de una generación hemos construido una arquitectura de opresión? Usted quizás dice: «Mi gobierno no es tan terrible; yo confío en él.» (…) Pero después viene otro líder y tiene todo ese sistema a su disposición. Y ustedes ya no tienen ningún poder civil para resistirlo. Ya no pueden coordinar, no pueden reunirse en público, porque el gobierno se entera al instante (…) Ni siquiera necesitan mandar la policía para tomar alguna acción. Pueden notificar a tu empleador, y ya no tienes trabajo. Pueden revocar tu permiso de residencia, si no eres ciudadano. Todo eso se puede incluso programar de antemano [en computadoras]. Nos movemos cada día más hacia ese mundo; cada día que dejamos que el pánico domine sobre nuestras decisiones, en vez de reflexionar racionalmente acerca de las consecuencias inevitables de esta limitación de nuestros derechos.

El gobierno siempre va a abusar de la gente. La única manera de conseguir un gobierno mejor, es el desacuerdo. Cuando la gente se levanta y dice: «Eso va demasiado lejos. No estoy de acuerdo, no me gusta (…) Yo quiero esa otra cosa.» Eso es democracia. Eso es como llegamos a un consenso. Si no expresamos nuestras opiniones y nuestras convicciones, y especialmente si no estamos dispuestos a defender nuestras convicciones, entonces no tenemos ninguna influencia.

(Fuente: Entrevista de «Copenhagen Documentals» con Edward Snowden.)

Quizás Snowden es una excepción, y a muchos de verdad la libertad no les importa. Solamente considere este último punto: Desde que el supuesto «mundo libre» ha adoptado los métodos chinos, sus gobernantes y sus admiradores ya no tienen autoridad moral para criticar a un Xi Jinping de China, un Kim Yong Un de Corea del Norte, o a un Nicolás Maduro de Venezuela. – Pero quizás eso tampoco les importa. Ahora todos somos China.


Este artículo es a la vez una prueba para ver si todavía existe el derecho de libre expresión en las plataformas de internet. Mientras que el artículo sigue aquí, podemos asumir que todavía existe un poco de apertura. Si este artículo o el blog entero fueran borrados por la censura, entonces sabremos definitivamente que las advertencias pronunciadas aquí son ciertas.

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Que no gobierne la iniquidad en nuestras familias y escuelas

El apóstol Pablo nos advierte acerca de la venida de un «hombre del pecado», al que también llama «hombre de iniquidad» (2 Tesalonicenses 2:3-10). Dice que él «se sienta en el templo de Dios, como si fuera Dios».

No es solamente una predicción acerca del futuro, porque dice también: «El secreto de la iniquidad ya está obrando.» Esta advertencia tiene sus aplicaciones para el presente, en nuestra práctica educativa.

La palabra «iniquidad», en estas citas, es una traducción imperfecta de la palabra griega «anomía». Significa literalmente «sin ley». O sea, el apóstol nos está advirtiendo en contra de un gobierno sin ley.
Eso es algo cualitativamente diferente de la simple «maldad». No es simplemente hacer algo que la ley prohíbe. Es una actitud de rechazo fundamental contra la ley. Su objetivo es que ni siquiera exista una ley.

Tenemos que entender que en el contexto bíblico, «ley» se refiere al orden de Dios, no del hombre. La «ley» es la definición de lo que es bueno y lo que es malo. A esta ley tienen que someterse aun los gobernantes más poderosos. Por eso dice en Deuteronomio 17:18-20:

«Y cuando (el rey) se siente sobre el trono de su reino, entonces escribirá para sí en un libro una copia de esta ley (…); y lo tendrá consigo, y leerá en él todos los días de su vida, para que aprenda a temer al Señor su Dios, para guardar todas las palabras de esta ley y estos estatutos, para ponerlos por obra; para que no se eleve su corazón sobre sus hermanos, ni se aparte del mandamiento por la derecha ni por la izquierda (…)»

Este es el principio fundamental del estado de derecho, que fue redescubierto recién en los tiempos de la Reforma. A consecuencia de las ideas de la Reforma, basadas en la Biblia, se formó en Inglaterra el primer estado de derecho constitucional moderno. En un estado de derecho, el poder del gobierno está limitado. La ley sirve para proteger al pueblo contra los excesos y abusos que podrían cometer los gobernantes.

Este mismo principio vale también para el «gobierno» de nuestros ambientes educativos: la familia y la escuela. Tienen que existir unas «leyes», unas reglas que nos dicen qué es permitido y qué no. Estas reglas no pueden ser arbitrarias: tienen que expresar adecuadamente lo que es bueno y lo que es malo. No pueden cambiarse según el capricho de los padres o profesores. Y tienen que valer para todos; no se puede hacer «acepción de personas».
Para que la convivencia funcione aun en momentos de conflictos, tienen que aplicarse unos principios fundamentales del derecho. Por ejemplo:
Nadie puede ser castigado por algo que la ley no prohíbe; y nadie puede ser obligado a hacer algo que la ley no manda. O sea, no se pueden aplicar medidas o incluso castigos de manera arbitraria; tienen que ser fundamentadas en la ley.
Toda persona acusada tiene derecho a un proceso justo. O sea, tiene derecho a defenderse, a explicar su punto de vista y sus razones, a exigir pruebas que justifican la acusación, y a presentar pruebas a su favor, si considera que la acusación no es justificada.

A algunos lectores les parecerá extraño, hablar de estos principios en el contexto de una familia o escuela. Si soy padre, madre, o profesor(a), ¿no puedo tratar a los niños como a mí me parece bien?

Pero en nuestro pequeño ambiente educativo, tenemos que encontrar soluciones a los mismos problemas como la sociedad en lo grande: ¿Cómo mantenemos la armonía y la justicia en la convivencia unos con otros? ¿Y cómo protegemos a los que no tienen poder, contra excesos y abusos de parte de quienes lo tienen?
Si en nuestro ambiente pequeño no sabemos solucionar adecuadamente estos asuntos, ¿cómo esperamos que nuestros hijos o alumnos los solucionen más adelante en la «sociedad grande»?

En el presente puedo observar dos formas de «anomía». Una de ellas es obvia: la actitud de que «todo es permitido». O sea, el libertinaje y la educación antiautoritaria, donde no se impone ningún límite, y cada uno puede hacer lo que le da la gana. – En realidad, ninguna sociedad puede vivir de esta manera, porque muy pronto se produciría una guerra de todos contra todos. Pero como actitud, esta forma de «anomía» existe en muchas personas.

La segunda forma de «anomía» es más difícil de detectar. A menudo pasa incluso por «disciplina» o «respeto». Me refiero a las formas de gobierno arbitrario, donde padres, profesores, o gobernantes dan órdenes arbitrarias, y esperan que se les obedezca inmediatamente y sin cuestionar. Por ejemplo, un niño pequeño derrama accidentalmente un montón de piezas diminutas de un juego sobre el piso, y aparentemente no puede o no quiere recogerlas. Entonces el padre o el profesor señala arbitrariamente a algún otro niño: «¡Levántaselo!» – Y si al niño se le ocurre preguntar: «¿Por qué yo?», se le acusa de «desobediente» o «irrespetuoso».

En realidad, las dos formas de «anomía» están estrechamente relacionadas entre sí. En ambas gobierna la arbitrariedad. Ambas producen una permanente inseguridad en las personas que están sujetas a un tal sistema. Nunca se puede saber qué consecuencias tendrá una acción. Desde la perspectiva de un niño: Si derramo mi leche, ¿qué va a pasar? Un día me pegan; el otro día llaman a mi hermana para que lo limpie; el tercer día nadie dice nada. – Si quiero salir a jugar en la tarde, ¿qué pasa? Un día me dicen que no, que tengo que ayudar a mamá. El otro día no dicen nada, y puedo quedarme afuera hasta tarde en la noche. Y el tercer día me dejan salir, pero después de media hora viene a buscarme papá y me dice enojado, por qué no he regresado antes.

Aunque algunas personas llamen a eso «disciplina», en realidad produce lo contrario de una vida disciplinada. Destruye todo sentir de orden y justicia. Produce desorientación y conflictos. Si la única norma de lo bueno y lo malo es «si me van a castigar o no», no puede desarrollarse una conciencia saludable. Aun menos, si los castigos son imprevisibles y no siguen reglas establecidas. (En un ambiente de libertinaje, oficialmente no existen «castigos». Pero las reacciones, a veces violentas, de los hermanos y compañeros serán percibidas como «castigos».)

Para tener un «buen gobierno», deben existir unas reglas claras acerca de la convivencia, acerca de lo que se permite y lo que no se permite, y acerca de los derechos y deberes de cada uno. Y las reglas deben aplicarse de manera consecuente y justa. Así creamos una «seguridad jurídica», lo cual es importante para una convivencia armoniosa y para desarrollar un sentido sano de lo que es bueno y de lo que es malo. Especialmente los niños necesitan un ambiente previsible, donde pueden entender cómo está estructurado el día, cómo se siguen los sucesos unos a otros, y cuáles serán los resultados (positivos o negativos) de sus actos.

Acerca de la implementación práctica de este principio, habría mucho que decir. Deseo añadir solamente unos cuantos pensamientos:

«La ley» no es igual a «legalismo». La idea no es que nuestras familias tengan que convertirse en «instituciones» donde cada detalle de la vida está reglamentado. La base siempre debe ser la relación de confianza entre todos. Cuánto más confianza hay, menos leyes se necesitan. Donde abunda la desconfianza, allí abundan las leyes y los reglamentos.
Pero cuando la confianza mutua está establecida, entonces las reglas nos dan un marco de seguridad que nos dice cómo proceder en casos de conflicto. Y a la vez podemos saber que dentro de este marco existe libertad. Por ejemplo, si hay reglas que establecen las obligaciones de los niños, ellos pueden también saber que nadie interrumpirá su tiempo de juego para imponerles algún deber que no figura entre sus obligaciones.

«La ley» es para proteger a los débiles contra los fuertes. Tristemente, este hecho se ha olvidado hoy en día, aun en la «sociedad grande», y especialmente en el contexto latinoamericano. Más común es la creencia de que la ley es un instrumento en las manos de los gobernantes, para asegurarles su poder sobre el pueblo. Como diagnostica el evangelista argentino Alberto Mottesi:

«En general el gobernante hispanoamericano no se sujeta a la ley, particularmente si es una ley de su propia hechura. Nuestra filosofía de gobierno es de corte maquiavélico: el gobernante es el que hace la ley. Se inspira en el iluminismo francés que cambia el absolutismo de la monarquia («l’Etat c’est moi», el Estado soy yo) por el de la rebelión contra el orden establecido. La Revolución Francesa no reconocía, según Bakunin, «ni Dieu ni maitre», ni Dios ni amo.
Aunque nuestros países usan la forma constitucional norteamericana, no se ha comprendido el espíritu que la anima. Por eso nuestras imitaciones no han funcionado. (…) Entre nosotros tanto los gobernantes como los gobernados suelen violar la ley si no hay una vigilancia y una amenaza de castigo de por medio. Es que creemos que la ley es de hechura humana, que el gobierno otorga derechos. No debe extrañar que veamos al gobernante como a un potentado que debe aprovecharse lo más posible de la oportunidad, mientras la tenga.»
(Alberto Mottesi, «América 500 años después»)

Quizás por eso dificultamos tanto en el «gobierno» de nuestras familias: porque aun la «sociedad grande» no nos da ningún ejemplo bueno. Estamos rodeados de arbitrariedades, de injusticias, y de apariencias falsas. Creo que la única salida consiste en adentrarnos en la palabra de Dios, especialmente el Nuevo Testamento. Observemos cómo se practicaron allí la sinceridad y transparencia, la imparcialidad, la protección de los débiles, etc. Observemos también las palabras fuertes con las que Jesús y los apóstoles denunciaron las prácticas de aplicar la ley según su forma, pero no según su espíritu; poniéndola al servicio de los intereses de los poderosos, en contra de su intención verdadera. Fijémonos en el contraste entre lo que enseñaron y practicaron los hombres de Dios, y lo que se considera «normal» en nuestras sociedades (inclusive en nuestras iglesias). Dejémonos capacitar por Dios para dejar atrás las «normalidades» de este mundo (aun de las iglesias), y para entender la clase de vida que él quiere darnos. Así podremos establecer una verdadera alternativa a esta sociedad.

No creamos que «la ley» pueda producir personas buenas. Con todos los beneficios que tiene una vida ordenada con reglas, no debemos pensar que ése sea el medio para que los niños lleguen a ser «personas buenas». «La ley» puede solamente ordenar nuestro ambiente externo, y nuestro comportamiento visible; pero no nuestras actitudes, no nuestro «corazón». Como dijo Heinz Etter: «Lo bueno se puede hacer sólo voluntariamente». Leyes y reglas pueden frenar la maldad; pero no pueden producir bondad. Eso lo puede hacer sólo Dios, cuando él mismo toca la conciencia y el corazón de una persona. (Eso se refiere no solamente a los niños. ¡Nosotros también necesitamos el toque de Dios para ser buenos educadores!)
Por eso no sirve establecer como «regla», por ejemplo, que hay que saludar amablemente, que hay que decir «gracias», o que hay que ayudar al hermanito pequeño a guardar sus juguetes. Con eso no produciremos ni amabilidad, ni gratitud, ni solidaridad; solamente la hipocresía de aparentarlo con actos externos.
Reglas útiles son las que nos ayudan a estructurar nuestra vida, y las que nos protegen contra los peligros que nosotros mismos podemos causar, y contra las maldades de otras personas. En cambio, los asuntos de las actitudes y del corazón se manejan mejor en el contexto de una relación personal de confianza mutua, y buscando juntos a Dios. Es la bondad de Dios, no la ley ni el castigo, que nos guía al arrepentimiento (Romanos 2:4).

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Por qué renunció a su fe ese mega-pastor de fama internacional

Esta es la historia triste de un joven muy sumiso. Su padre es un promotor de la educación en casa, pero, desafortunadamente, de la corriente autoritaria extrema que describí en este artículo. Así creció nuestro joven en la creencia de que nunca se puede cuestionar a los padres o a los líderes religiosos; que ellos pueden castigar arbitrariamente a sus «súbditos» y siempre tienen la razón; y que sus enseñanzas y prácticas tienen la misma autoridad como los mandamientos de Dios mismo.

Nadie le dijo que era malo
lo que le habían hecho.

Cuando de niño fue abusado sexualmente, nadie lo defendió; nadie le dijo que eso se llamaba «abuso sexual»; nadie le dijo que era malo lo que le habían hecho, y que él no tenía la culpa. Quizás le dijeron incluso que examinase su propio corazón, si él mismo había actuado de alguna forma indecente; o si había en él alguna actitud de rebeldía, lo cual habría causado que él estuviera afuera de la «cobertura de protección» de Dios. Es que así lo enseñan Bill Gothard, el gran gurú del autoritarismo, y sus seguidores.

Por el otro lado, nuestro joven era muy hábil en expresarse verbalmente y en convencer a la gente. Al mismo tiempo era muy fiel y obediente hacia todo lo que sus padres y líderes exigían de él. Por eso, desde su adolescencia lo pusieron en puestos prominentes en su entorno religioso, y pronto llegó a ser muy conocido dentro de su rama particular del evangelicalismo.

Su padre es también un líder conocido, pero a la vez controvertido. Recibió un testimonio devastador de parte de su primer empleador, el Dr.Raymond Moore, quien fue el pionero del moderno movimiento de la educación en casa (junto con John Holt). Moore lo describe como el hombre quien le engañó, aprovechándose de los buenos contactos que Moore tenía con los líderes de la educación en casa, para levantar y promover su propia organización. Moore lo señala también como el hombre que dividió el movimiento de la educación en casa por todos los Estados Unidos.

Pero aun más conocido es ese hombre, Gregg Harris, como el padre del famoso Joshua Harris, autor del libro «I Kissed Dating Goodbye» («Dije adiós a las citas amorosas»). En ese libro dice que un joven no puede salir a solas con una joven, a menos que los dos se hayan formalmente comprometido a casarse. Y que no pueden besarse antes del matrimonio. La única manera aprobada por Dios de comenzar una relación amorosa, consistiría en que el joven se presente a los padres de la joven y pida permiso de ellos para «cortejar» a la joven, y que eso conduzca lo más pronto posible a un compromiso formal. En el fondo está además la idea muy difundida en aquellos círculos, de que los adultos solteros (y más todavía las solteras) tengan que seguir viviendo con sus padres, sometiéndose a ellos como si fueran todavía niños, hasta el momento de casarse.
(Varios pasajes bíblicos contradicen esa última idea. Por ejemplo el hecho de que Jesús llamó a jóvenes, en su mayoría solteros, a seguirle como discípulos, sin pedir permiso de sus padres. En un caso concreto, ni siquiera le permitió despedirse de su familia, Luc.9:61-62. En aquel tiempo, los jóvenes judíos alcanzaban la mayoría de edad a los 13 años, con la ceremonia de Bar Mitzwa.)

El libro – según lo que el autor mismo admitió más tarde – es principalmente fundamentado en el miedo. El miedo de que los jóvenes podrían caer en pecado sexual. El miedo de que podrían «hacer quedar mal» a su familia y su iglesia. O sea, promueve una desconfianza hacia los jóvenes cristianos, como si todo el tiempo estuvieran pensando solamente en cometer pecados sexuales. Eso es en última consecuencia una desconfianza hacia Dios mismo: como si Él no fuera capaz de cuidar a los suyos; como si Él no fuera capaz de darnos un corazon fiel a Él.

Pero volvamos a Joshua Harris. Por ser siempre sumiso y obediente, era el discípulo ideal de C.J.Mahaney, el fundador de una nueva denominación independiente. A los 30 años ya fue hecho pastor principal de una mega-iglesia con varios miles de miembros. Durante muchos años, todo parecía andar bien.

El primer choque llegó cuando se hizo público que en aquella denominación sucedían muchos casos de abuso sexual, y los líderes colaboraban para encubrir esos casos, en vez de reportarlos a las autoridades como exige la ley en los EEUU. Ya que los líderes importantes de la denominación no estaban dispuestos a enmendar esa situación, Harris comenzó a distanciarse de ellos. En ese contexto también hizo público que él mismo había sido una víctima.

Unos años más tarde comenzó a tener las primeras dudas respecto al valor de su libro (que entretanto ya había vendido más de un millón de ejemplares). Empezó a encontrarse con personas que testificaron que ese libro, en lugar de ayudarles, les había hecho daño: les había impedido cultivar amistades normales con el sexo opuesto; y les había causado problemas sexuales, matrimoniales, y espirituales. Se enteró de matrimonios que habían comenzado su relación, siguiendo sus consejos al pie de la letra, y habían terminado en divorcio. Alguien le escribió: «Tu libro fue usado como un arma en mi contra.»

Entonces, Joshua dio un paso muy valiente: Invitó públicamente por internet a los lectores de su libro a que compartiesen con él sus experiencias. Y señaló que estaba particularmente interesado en dialogar con aquellos lectores que habían hecho experiencias malas, porque él se encontraba en un proceso de reevaluar sus enseñanzas. Producto de esos diálogos es la película documental «I survived ‘I Kissed Dating Goodbye’ «, en la cual Joshua Harris pide perdón, se retracta públicamente de sus enseñanzas, y las reconoce como dañinas. Él da ahora la razón a sus críticos quienes dijeron que él básicamente predicaba un «evangelio de la prosperidad sexual»: Su libro da la impresión de que solamente hay que seguir sus consejos al pie de la letra, y entonces uno tendría la garantía de un matrimonio feliz y de una vida sexual fantástica. Igual como el «evangelio de la prosperidad» material, tiene una base legalista, y se enfoca principalmente en las recompensas de esta vida terrenal. Y como aquél, en muchos casos sus promesas no se cumplen.

«A los 21 años, yo pensaba tener todas las respuestas.
Ahora sé que no las tengo.»

De hecho, en las iglesias que adoptaron sus enseñanzas como «política oficial», se observaron dos efectos:
1. que el número de casamientos disminuyó drásticamente; y
2. que las parejas se casaron sin haber tenido la oportunidad de realmente conocerse y edificar una relación personal, lo cual produjo matrimonios frágiles y conflictivos.

En el documental, él también admite que sus escritos contribuyeron a crear «una cultura donde no se permitía tener una opinión diferente, y de luchar uno mismo con la Biblia … si no estabas de acuerdo, [se asumía que] habías rechazado a Dios.» – En una conversación habla acerca de los fariseos y Jesús. Su interlocutora le pregunta: «Piensas que tú mismo eres uno de los líderes religiosos con quienes Jesús estaba enojado?» – Joshua: «Sí.»

– No por último, hay que señalar que Harris escribió su libro cuando tenía 21 años. No es de esperar que a esa edad uno tenga suficiente experiencia para dar consejos respecto al matrimonio. Él simplemente había reproducido, sin reflexionar, lo que le habían enseñado sus padres y otros líderes. Dice en el documental: «A los 21 años, yo pensaba tener todas las respuestas. Ahora sé que no las tengo.» – Y también: «Yo simplifiqué las cosas demasiado … pero eso es lo que la gente quiere.»

Me hubiera gustado terminar la historia en este punto con un final feliz. Las iglesias y familias que siguieron las enseñanzas de Joshua Harris, tienen ahora la oportunidad de recapacitar, y de volver a actitudes más sanas respecto a la vida de los jóvenes, y la preparación para el matrimonio.

«No soy un cristiano,
según todos los criterios que tengo para definir lo que es un cristiano.»

Pero desafortunadamente, la historia no termina aquí. Harris renunció a su pastorado, aparentemente porque se dio cuenta de que en realidad no estaba calificado para ello. Y este año (2019) escandalizó al mundo evangélico con tres anuncios sucesivos: que se había divorciado de su esposa; que él no era cristiano «según todos los criterios que tengo para definir lo que es un cristiano»; y que su participación en una marcha de «orgullo gay» había sido «una experiencia emocionante».

¿Cómo llegó hasta este punto? – Sus comunicados no son claros respecto a lo que motivó sus decisiones. Según todo lo que leí acerca de su historia, me imagino lo siguiente:

– Ese hombre, a sus 44 años, recién está comenzando a hacer lo que debería haber hecho en su adolescencia o juventud: Reflexionar acerca de sus creencias y convicciones, abandonar la posición de «Creo en eso porque así me enseñaron», y llegar a «Creo en eso porque lo evalué y soy convencido de ello». Pero en su tiempo, ni su entorno ni él mismo le permitieron hacer eso.

– Él pasó toda su vida en un entorno socialmente aislado que identifica su interpretación particular de la Biblia como «la fe cristiana». Ahora que llegó a entender que esa forma de enseñar y de vivir es errónea y dañina, aparentemente no puede ver que «cristianismo» podría significar algo diferente. En este encierro mental le queda una única salida: abandonar el cristianismo por completo, y asumir que lo contrario del cristianismo es la verdad. En este contexto, es significativo este pasaje en su declaración pública: «Mucha gente me dice que existen otras maneras de practicar la fe, y quisiera permanecer abierto hacia eso, pero no estoy allí ahora.»

– Habiendo crecido en un ambiente autoritario y opresivo, Harris debe tener diversos recuerdos negativos reprimidos, que nunca se le permitió verbalizarlos ni sentirlos. Ya que ese ambiente tenía la etiqueta de «cristiano», esos recuerdos deben en su mente estar asociados con el «cristianismo». No sorprende mucho si eso en algún momento repercute en un rechazo emocional contra todo lo que tiene el nombre de «cristiano».

– Es posible que intervenga también su reconocimiento de que él mismo no es capaz de vivir según sus propios estándares. No pudo cumplir sus propias expectativas respecto al pastorado, ni respecto al matrimonio. Su declaración «No soy un cristiano …» suena no tanto como una decisión consciente de abandonar la fe, sino más como un diagnóstico sobrio de su estado actual. «Según todos los criterios que tengo para definir lo que es un cristiano» – ¿quizás Harris debería preguntarse si los criterios que le enseñaron son equivocados? ¿o si las expectativas que él impuso a sí mismo y a otros eran equivocadas? ¿Le enseñaron a vivir una imitación de una vida cristiana, de apariencia no más y en sus propias fuerzas, sin realmente conocer la gracia y el poder renovador de Dios? Eso es lo que efectivamente sucede en muchas iglesias evangélicas. Se aplaude al que mejor sabe dar la apariencia de un cristiano exitoso; y se menosprecia al que es honesto y transparente respecto a sus debilidades y luchas.
Si este es el caso de Harris, quién sabe si a Dios le agrada más su rebeldía honesta actual, que su cristianismo «de pantalla» de sus años pasados. Si él es realmente honesto ahora (no puedo juzgar sobre eso), entonces yo creo que tiene todavía la posibilidad de volver, y de llegar a un reconocimiento de Dios tal como Él es en verdad, después de desechar los falsos conceptos que le enseñaron. Pero queda también la triste posibilidad de que él se convierta en un enemigo completo de Cristo, y en un dolor de cabeza para los cristianos, no solamente los falsos sino también los verdaderos.

¿Cuántos otros pastores
están vacíos por dentro?

¿Qué concluimos? – Las formas aberrantes del cristianismo hacen más daño a la reputación de Dios, que la oposición directa. «Por causa de ustedes es blasfemado el nombre de Dios entre las naciones», dice Pablo (Rom.2:24), no a los ateos ni a los paganos, sino a los judíos que no viven según lo que predican. Lo mismo vale para aquellos cristianos que definen su fe según la conformidad exterior con las exigencias de unos líderes autoritarios. Aun más, si usan eso como pretexto para cometer y encubrir crímenes tales como el abuso sexual. ¿Cuántos otros pastores están todavía muy activos en sus púlpitos, pero vacíos por dentro? ¿Cuántos de ellos, si fueran sinceros, también tendrían que decir: «No soy un cristiano»?

No demos a nuestros hijos la impresión de que la vida cristiana consista en el cumplimiento de reglas externas, o en la obediencia ciega hacia algún líder. En cambio, animémoslos a buscar a Dios mismo, y la relación personal con Él, quien es capaz de renovarnos desde adentro.

Y alejémonos de las corrientes autoritarias en las iglesias.

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Retos y ventajas del método de unidades temáticas y proyectos

En el artículo anterior he descrito unas experiencias prácticas con dos implementaciones del método de unidades temáticas, o aprendizaje por proyectos, con la vida de David Livingstone como tema central. Una de las implementaciones fue con nuestros propios hijos a quienes educamos en casa; la otra fue con 20 alumnos de edades variadas, en un programa vacacional.

A continuación describiré, a manera de evaluación, unas ventajas manifiestas de este método, y unos desafíos que se nos presentaron en el camino.

Motivación intrínseca de los niños

Al elegir temas que corresponden a los campos de interés de los niños, aseguramos que ellos estén motivados por sí mismos a participar en los proyectos, y a alcanzar las metas propuestas. Lo perciben como una necesidad propia, no solamente un deber (quizás de poca utilidad) impuesto desde afuera.

Obviamente, para que eso funcione, los niños deben tener la oportunidad de una elección voluntaria. La motivación intrínseca no puede actuar cuando hay un único tema, o un único proyecto, obligatorio para todos. Por tanto, nosotros como educadores estamos ante el reto de proveer opciones diversificadas (en el caso de un grupo grande de niños), o de reconocer acertadamente los campos de interés de los niños (en el caso de una familia, o de pocos alumnos individuales).

Conocimiento integrado

Una unidad temática permite percibir todas las materias escolares como partes de un todo mayor, que da significado a las partes. Los alumnos pueden ver, por ejemplo, como ciertas leyes matemáticas permitieron a Livingstone orientarse en el interior de África; o como sus conocimientos médicos y su aprendizaje de idiomas contribuyeron al cumplimiento de su llamado misionero. El tema entero se ubica en un contexto histórico específico (el siglo 19), con sus problemáticas específicas que Livingstone tuvo que enfrentar (por ejemplo el tráfico de esclavos). Aun unos detalles de la ortografía y gramática tuvieron su aplicación natural al revisar y corregir los textos producidos por los «periodistas». Este método provee un entendimiento más amplio que cuando cada parte se estudia como una asignatura aparte, aislada de las demás.

Desde una perspectiva cristiana podemos decir además, que es el mismo Dios quien creó el universo, estableció sus leyes, y creó nuestras mentes con las que podemos descubrir esas leyes y reflexionar sobre ellas. Así, una cosmovisión cristiana nos confirma que efectivamente el universo y los conocimientos acerca del universo conforman una unidad con sentido y propósito, no un conglomerado de «materias» desconectadas entre sí.

Como educadores, somos desafiados a ver el «cuadro grande» para poder señalar estas conexiones a los niños, y a no encerrarnos dentro de una sola especialidad.

Aprendizaje activo

Los proyectos prácticos, tales como hacer expediciones, practicar procedimientos médicos, producir una revista, etc, proveen todas las ventajas de una pedagogía activa:

  • El aprendizaje por experiencia propia, no solamente de segunda mano.
  • El involucramiento de todos los sentidos: vista, oído, tacto, etc.
  • Incentiva la creatividad, al permitir a los niños realizar ideas propias.
  • Provee oportunidades para el movimiento físico, que es una necesidad muy grande en la niñez.

Grupos heterogéneos

Las unidades temáticas y los proyectos prácticos son ideales para grupos heterogéneos, tales como familias educadoras con niños de diversas edades, o escuelas alternativas resp. escuelas multigrado. En nuestro programa vacacional, alumnos desde los 6 hasta los 14 años trabajaron juntos en los proyectos. Todos encontraron oportunidades para participar de una manera significativa, y de acuerdo a sus conocimientos y capacidades. Para dar unos ejemplos:

En el grupo de «médicos», para los pequeños fue un reto contar el pulso correctamente, determinar cuándo había pasado un minuto, y ubicar el corazón o los pulmones en el cuerpo humano. Los que eran un poco más avanzados, practicaron leer correctamente los instrumentos de medición para la temperatura y la presión sanguínea, y aprendieron acerca de las funciones básicas del corazón o de los pulmones. Los alumnos de secundaria pudieron ocuparse de preguntas más avanzadas, por ejemplo cómo se relaciona la actividad del corazón con la presión sanguínea; o estudiaron detalles anatómicos como los nombres y la ubicación de diversos huesos, etc. Todos estos conocimientos y capacidades encajaron de manera natural dentro de las mismas actividades.

En el grupo de «traductores» se habían inscrito alumnos que no sabían quechua; de manera que todos, pequeños o grandes, eran principiantes por igual.

En el grupo de los «geógrafos», todos pudieron participar por igual en la observación de plantas y animales. Los que tenían un interés o talento artístico, hicieron dibujos. Los interesados en lenguaje y comunicación escribieron reportajes, o hicieron entrevistas. Algunos practicaron contar pasos. Los que tenían conocimientos matemáticos un poco más avanzados, pudieron posteriormente convertir esos datos proporcionalmente en metros. Un alumno de secundaria aprendió un método para medir el ancho de un río sin tener que cruzar al otro lado, usando mediciones con la brújula y leyes de la trigonometría.

Para los educadores, eso crea el desafío de identificar las posibles contribuciones o aprendizajes que cada alumno individual puede realizar. Muchas actividades pueden realizarse con el grupo en conjunto; pero el rol individual de cada alumno dentro del grupo puede variar.

En el ejemplo concreto de nuestro programa vacacional, la gama de edades fue muy amplia. Es entendible que algunos educadores tienen dificultades con una situación así, porque no se sienten capacitados o aptos para tratar con todos los grupos de edad. En situaciones con un mayor número de alumnos, se pueden diversificar los proyectos y actividades, de manera que ciertas actividades atraerán mayormente a alumnos de primaria, y otras mayormente a los de secundaria. También en nuestro programa, algunas actividades requirieron una separación de un grupo por «principiantes» y «avanzados», por ejemplo en los grupos de matemática y de ajedrez. En matemática, la separación se dio de manera natural entre primaria y secundaria; mientras que en ajedrez no hubo una correspondencia exacta con el nivel escolar.

– El sistema escolar convencional intenta crear grupos homogéneos, al separar los niños por grados y por edad cronológica. Detrás de eso está la idea de que los niños de la misma edad deberían estar «al mismo nivel». Pero eso es una ilusión, como documenta por ejemplo la siguiente cita:

«La Investigación Medford de Crecimiento y Desarrollo del Niño, llevada a cabo durante doce años por la Universidad de Oregon (1957-1969), demostró que entre los ‘alumnos de séptimo grado’ existe una variación fisiológica de seis años: Algunos niños de una edad cronológica de 12 años, tienen fisiológicamente sólo 9 ó 10 años, mientras que otros tienen un desarrollo correspondiente a los 14 ó 15 años. (…) La variación ‘académica’ entre los ‘alumnos de séptimo grado’ refleja una gama de diez años en el rendimiento – desde puntajes correspondientes al tercer grado hasta el décimo­tercer grado, según exámenes tradicionales estatales. No puede existir una clasificación de ‘séptimo grado’ [basada en la edad cronológica], sin embargo, sigue persistiendo hasta hoy como si fuera un edicto de los dioses.»
Don Glines, «100 years war against learning» («Cien años de guerra contra el aprendizaje»), Educational Futures Project.

En realidad, un grupo de alumnos de un mismo grado es también un grupo heterogéneo. Solamente que los alumnos y profesores se encuentran adicionalmente bajo la presión de que «todos tienen que estar al mismo nivel». Eso produce unos patrones de comportamiento que dificultan el aprendizaje para la mayoría de los alumnos: Se enfatiza la competencia de todos contra todos, en vez de la colaboración; de ahí surgen agresividad y el «bullying»; se marginan los que de alguna manera son «diferentes»; se produce desánimo en los que quedan «atrás», y un orgullo malsano en los pocos que quedan «adelante». Son notorias las dificultades del sistema convencional para acomodar adecuadamente a aquellos alumnos que no se dejan «nivelar» fácilmente: por un lado los que tienen problemas de aprendizaje, y por el otro lado los superdotados (que no siempre son los que sacan las mejores notas).

Por tanto, es más saludable si admitimos de antemano que todo grupo de niños es heterogéneo, y en consecuencia permitimos que lo sea también respecto a características más visibles, como por ejemplo la edad. De esta manera les quitamos de encima la presión psicológica de tener que «ser como los demás», o de «ser mejor que los demás». En cambio, permitimos a cada uno participar tal como es, con sus puntos fuertes y sus debilidades particulares.

Los grupos heterogéneos permiten practicar interacciones sociales más diversas y más naturales que los grupos homogéneos. En la vida real (familia, trabajo, amistades, vecindario, etc.) no limitamos nuestros contactos sociales a personas de la misma edad. Por tanto, un ambiente que limita a los niños en este aspecto, no es una buena preparación para la vida real. En un grupo heterogéneo, los participantes menores o menos avanzados pueden aprender de los demás; y los mayores o más avanzados aprenden a ayudar a los demás, a ejercer consideración hacia los más débiles, y a desarrollar cualidades de un liderazgo responsable. Todos aprenden a respetar sus diferencias individuales respecto a conocimientos, habilidades, preferencias, etc.

Aprendizaje personalizado

Los métodos descritos se acercan al ideal de proveer a cada alumno una experiencia educativa de acuerdo a sus necesidades individuales, porque le dan la oportunidad de elegir entre distintos grupos de interés, y entre actividades de distintos niveles de dificultad.

Por el otro lado, eso requiere un mayor número de educadores en proporción al número de alumnos. Es difícil que un único adulto, sin ayuda adicional, atienda a 25 a 30 alumnos en esta modalidad.

En el caso de nuestro programa descrito, éramos de 3 a 5 adultos (dependiendo de las circunstancias) para atender a los 20 participantes. Esa fue una proporción bastante elevada de adultos, debido a las circunstancias particulares:
– La amplia gama de edades (desde los 6 hasta los 14 años).
– Casi todos los participantes eran alumnos del sistema escolar convencional. Como tales, no estaban acostumbrados a una pedagogía libre y activa, y necesitaban un mayor acompañamiento para adaptarse a nuestra forma de trabajar.
– También varios de los adultos tenían poca experiencia con este método, y colaboraban en calidad de practicantes o ayudantes voluntarios.

En un ambiente educativo permanente (escuela alternativa; familia educadora), la necesidad de acompañamiento adulto disminuye con el tiempo, porque tanto educadores como alumnos adquieren experiencia y se adaptan mejor al método. Por ejemplo en nuestra familia, nuestros hijos alrededor de los 10 años de edad ya habían adquirido la costumbre de poder ocuparse de una actividad por un tiempo prolongado, con muy poco incentivo o instrucción de nuestra parte. En un grupo mayor, con el tiempo los alumnos mayores empiezan a asumir una parte de la responsabilidad por los menores. Por tanto, en un ambiente permanente, la proporción de adultos no necesita ser tan alta como en el caso aquí descrito.

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Un peligro para el movimiento de la educación en casa

Corrientes autoritarias y abusivas en el movimiento de la educación en casa

Durante varias décadas, el movimiento de la educación en casa en Estados Unidos ha disfrutado de muchas libertades. Tiene ahora bastante prestigio ante la sociedad y ante las instituciones y autoridades del sistema escolar y universitario, debido a sus éxitos en el rendimiento académico y la madurez emocional y social de la mayoría de los estudiantes educados en casa. Diversas investigaciones profesionales testifican de estos éxitos.

Sin embargo, durante los últimos años han aumentado también las críticas contra la educación en casa en aquel país. Eso se debe en gran parte a unos escándalos de maltrato infantil y abuso sexual dentro de algunas familias educadoras. Salieron a la luz un número considerable de testimonios de hijos de tales familias, ahora adultos, quienes relatan cómo en sus familias se cultivaba una «cultura del encubrimiento» respecto a esos delitos. En su mayoría se trata de familias que se identifican como cristianas, pero practican una forma aberrante, muy autoritaria del cristianismo. Tristemente, eso ha hecho que muchos de sus hijos rechazaran no solamente el ambiente autoritario de su familia, sino la fe cristiana en general, como se puede notar en diversos artículos y comentarios en internet.

Se enseña también un concepto extremista de «obediencia» y «sumisión»: una obediencia inmediata, sin cuestionar, sin tomar en cuenta si una orden es irrazonable, moralmente mala, o dañina. (Vea el artículo anterior.) Aun peor es cuando ese concepto errado de «obediencia» se lleva a la esfera de las relaciones entre personas adultas; por ejemplo entre los miembros de una iglesia y sus líderes; en contradicción contra Hechos 5:29: «Hay que obedecer a Dios más que a los hombres».
Los casos de maltrato y abuso sexual que fueron conocidos en los EEUU, tienen una característica particularmente escandalosa en común: Las víctimas y sus familiares, amigos, y líderes religiosos hicieron todo lo posible para encubrir los abusos, y para evitar que el culpable tuviera que asumir las consecuencias de sus actos. Es que el autoritarismo enseña también que «nunca debes hablar mal de tus autoridades» (donde «autoridades» incluye también padres, líderes de iglesias, y otros). Así que en esos círculos, los hijos nunca se atreverían a hablar de un delito cometido por sus padres, una esposa de su esposo, o un miembro de una iglesia respecto a un líder en la iglesia. Si pusieran una denuncia o siquiera hablasen con alguien más, se sentirían culpables ante Dios por «haber hablado mal de una autoridad».
Este es un terrible abuso del nombre de Dios y de la Biblia. Dios manda que los pecados y delitos deben exponerse y confrontarse (Ef.4:11); y es irrelevante si el culpable es a la vez una «autoridad» de alguna clase. Sin embargo, parece que un segmento considerable de quienes se identifican como «cristianos», creen en esas doctrinas aberrantes, de que ellos serían obligados a encubrir los pecados y delitos de quienes llaman «autoridades».
Los documentos enlazados al final de este artículo proveen un poco más de trasfondo acerca de este tema.

Este es entonces el trasfondo ideológico detrás de muchos de los casos deplorables, dentro de una corriente marginal, pero que actualmente amenaza con desprestigiar el movimiento de la educación en casa en los EEUU. Observo con mucha preocupación, que esta misma corriente está ganando terreno también en América Latina. Si eso se extiende más, pronto tendremos los mismos escándalos como en los EEUU. Y eso a su vez podrá causar que los representantes del gobierno y de los sistemas escolares, que actualmente proveen bastante apertura para la educación en casa, podrían cambiar su opinión y podrían empezar a restringir, o incluso prohibir, la educación en casa.

Por supuesto que el mismo autoritarismo existe también en los sistemas escolares. América Latina, por su trasfondo histórico y cultural colonial, es particularmente influenciada por el autoritarismo; de manera que muchos lo consideran «normal», en todas las esferas de la sociedad, y ni siquiera están conscientes de que tienen una mentalidad autoritaria. Pueden incluso mostrarse preocupados porque «en la sociedad ya no se respeta la autoridad». (Eso puede ser cierto para la cultura europea y norteamericana. Pero todavía no he visto eso en América Latina.)
Al contrario, un problema mucho mayor es que mucha gente está demasiado dispuesta a someterse bajo autoridades falsas y corruptas. El famoso experimento de Stanley Milgram demostró que entre 60 a 70% de la población están dispuestos a maltratar, torturar, hasta poner en peligro de muerte a sus prójimos, si una «autoridad» se lo ordena – únicamente con órdenes verbales, sin que la autoridad tenga alguna medida de presión a su disposición. Y un problema complementario, no menor, de la sociedad actual es el abuso de poder por parte de las autoridades.

La Homeschool Legal Defense Association (HSLDA) es una organización estadounidense bastante conocida, que provee apoyo legal a familias educadoras. Esta organización tiene bastante cercanía con las corrientes autoritarias arriba descritas. Sin embargo, incluso el fundador y presidente de esa organización, Michael Farris, se vio obligado a pronunciarse respecto a los excesos que salieron a la luz en los últimos años:

«Algunos jóvenes que fueron educados en hogares patriarcales y/o legalistas están ahora contando sus historias. Por sus historias me he enterado de que las enseñanzas de esos hombres están siendo aplicadas de maneras que son claramente faltos de sabiduría y dañinas desde cualquier punto de vista razonable, sea cristiano o secular. La gente está siendo herida.»
«En la vista de esos escándalos recientes, creo que es ahora tiempo de pronunciarnos – no acerca de los pecados individuales de esos hombres, pero acerca de sus enseñanzas. Sus pecados han dañado las vidas de sus víctimas, y deben investigarse por quienes tienen la autoridad legal y espiritual apropiada; pero sus enseñanzas siguen amenazando la libertad e integridad del movimiento de la educación en casa. Es por eso que HSLDA tiene que ponerse de pie y pronunciarse.»
«Francamente, deberíamos habernos pronunciado más antes. Cuánto más antes, es difícil de decir. Hay una diferencia sutil entre enseñanzas con las que simplemente no estamos de acuerdo, y enseñanzas que son realmente peligrosas.»
«Como un líder de la educación en casa por 30 años, y canciller del Colegio (Universidad) Patrick Henry, he entrado en contacto con muchos jóvenes que fueron educados en hogares patriarcales o legalistas. Casi ninguno de ellos sigue estas filosofías hoy en día. Algunos rechazaron el cristianismo por completo. Con todo, si fueron criados con una idea equivocada de Dios, no debe sorprender a nadie cuando ellos se van – están rechazando algo que no es el Dios de la Biblia. Pero aquellos que siguen siendo cristianos, en su mayoría, rechazaron los puntos de vista extremos de su niñez, y asumieron un punto de vista más equilibrado.»
«En este sentido, el legalismo sucede cuando alguien eleva su punto de vista personal de lo que es una conducta sabia, a un nivel donde reclama que las opiniones propias de esa persona son los mandamientos universales de Dios. Debemos tener sospechas acerca de maestros que pretenden hablar por Dios acerca de asuntos [que dependen] de opiniones personales.»

Michael Farris, «A Line in the Sand» (Una línea en la arena), Circular para los miembros de HSLDA, agosto de 2014

Hasta donde veo, la mayoría de las familias educadoras decidieron educar en casa, porque llegaron a la convicción de que eso es lo mejor para sus hijos; sea desde el punto de vista psicológico, académico, ético, o religioso. Pero en las corrientes autoritarias hay una motivación adicional, que a menudo opaca y anula la preocupación por el bienestar de los niños: el deseo de producir más «soldados» para el «ejército» propio. El autoritarismo no respeta la autonomía de cada familia en cuanto a la educación de sus hijos. Prescribe a los padres cómo deben tratar con sus hijos, y a qué «principios» deben someterlos; no a manera de simples consejos, sino como órdenes no-opcionales; ya que según las enseñanzas del autoritarismo, también los padres de familia deben «sumisión» y «obediencia» hacia sus «superiores». A menudo, esos «superiores» son líderes eclesiásticos que difunden las doctrinas autoritarias, porque eso beneficia su propia posición de poder. De esta manera, las familias educadoras son instrumentalizadas para aumentar el poder y la influencia de un líder en particular.

Quiero aclarar en este momento que no tengo nada en contra de la autoridad paterna en sí. En una familia funcional, los niños por sí mismos respetarán esa autoridad, a base de una relación de confianza, y porque reciben muestras del amor, de la sabiduría, justicia, provisión y protección de sus padres. Es legítimo que los padres ejerzan autoridad, por tener mayor experiencia y madurez que los niños. Pero que lo hagan en amor e integridad, velando primeramente por el bienestar de los niños, y respetando que Dios tiene un diseño individual para cada niño, que solamente el niño mismo puede descubrir. La autoridad paterna no es para presionar a los niños dentro de un molde prediseñado por el padre o por algún «superior», ni para «someterlos» bajo un principio teorético de autoridad.

Siempre existirán diferencias entre una familia y otra. Unos enfatizarán más la autoridad; otros más la libertad y el respeto mutuo. Es legítimo que exista esta diversidad; que cada familia elija el estilo de educación que encaja mejor con su situación particular.

Pero no es legítimo interpretar el concepto de «autoridad» de una manera que justifica abusos, maltratos, y el encubrimiento de delitos.

Y no es legítimo que unos líderes, maestros o escritores se aprovechen de la afiliación religiosa de muchas familias educadoras, para propagar un modelo autoritario como si fuera el único compatible con dicha afiliación religiosa. (Respecto a la validez de alternativas, vea «Educadores alternativos aplicando principios bíblicos«.)
En el pasado, la gran mayoría de los líderes evangélicos que conocí, estaban muy en contra de la educación en casa. (Probablemente no estaban conformes con la gran autonomía de las familias individuales, que la educación en casa promueve.) Pero ahora, unos pastores parecen haber descubierto los modelos autoritarios de la educación en casa, los cuales permiten a los pastores controlar y dirigir directamente lo que las familias hacen en casa, aun más de lo que podrían hacerlo en el caso de una escuela eclesiástica.

Así que hay que ejercer discernimiento también respecto a los grupos de apoyo para familias educadoras. Por un lado, es legítimo que se formen grupos con inclinaciones pedagógicas o religiosas particulares, ya que una razón importante por educar en casa es el derecho de educar a los niños de acuerdo a los valores y convicciones propias de cada familia. Solamente que esos grupos deberían declarar su inclinación abiertamente; por ejemplo: «Somos un grupo que promueve el método Charlotte Mason» (o cualquier otro). – O: «Somos un grupo de cristianos evangélicos.» – O: «Somos un grupo que promueve un estilo de vida vegano.» – O lo que sea.
Por el otro lado, hay que tener cuidado con aquellos grupos que pretenden ser grupos de apoyo entre familias, pero que en realidad son «anexos» de alguna otra organización que está detrás, por ejemplo una escuela a distancia, o una iglesia. En este caso hay una gran probabilidad de que las familias miembros sean sutilmente instrumentalizadas para avanzar los propósitos económicos, religiosos, o ideológicos de la organización que está detrás. Cuando es una escuela o una iglesia que «dirige» a las familias, se desvirtúa la idea fundamental de que los padres son los encargados de educar a sus hijos. Un grupo genuino de apoyo para familias es uno que es gestionado por las mismas familias, y que cuenta con mecanismos internos para asegurar que se elijan como «dirigentes» a familias educadoras con experiencia, y que respeten la autonomía de cada familia, dentro del marco de la inclinación particular del grupo que se ha declarado abiertamente.

Investigando, descubrí que por el lado evangélico, fue mayormente un único hombre de tremenda influencia (y sus seguidores), quien jaló a muchos evangélicos hacia el lado del autoritarismo. Por eso, dos de los tres documentos enlazados abajo se refieren específicamente a sus enseñanzas y prácticas; y los tres documentos se enfocan principalmente en la situación y teología de las iglesias evangélicas. Sin embargo, sé por experiencia que las enseñanzas y prácticas descritas en estos documentos, son representativas de prácticamente todas las corrientes autoritarias y abusivas. – No estoy bien informado acerca de la situación por el lado católico; pero la jerarquía católica romana tiene una larga historia de exigir «sumisión» y de reclamar infalibilidad, así que no me sorprendería si esas mismas corrientes se encontraran también en diversas organizaciones católicas.

Una señal del autoritarismo es que los líderes autoritarios no toleran ningún desacuerdo con sus enseñanzas y prácticas. A menudo siguen a algún líder o maestro, a una organización, o a unos «principios», con una lealtad esclavizante que bordea a idolatría. Cuando se trata de líderes evangélicos, eso debería denunciarse como una desviación de su propia fe. Es que todas las denominaciones evangélicas afirman, por lo menos en teoría, que las Sagradas Escrituras son la máxima autoridad sobre la enseñanza y práctica cristiana. En consecuencia, todo maestro o líder que pretende ser evangélico, debe estar dispuesto a ser evaluado a la luz de la Biblia. Si no está dispuesto a una discusión abierta, basada en la Biblia, acerca de lo que enseña y practica, entonces no es un evangélico genuino; es un seguidor del autoritarismo.

Documentación:

Firmes en la libertad con la que Cristo nos hizo libres. Un análisis bíblico y pastoral de las enseñanzas del autoritarismo.

¿Principios bíblicos? Artículos que examinan las enseñanzas típicas de una corriente representativa del autoritarismo.

Estrategias de un manipulador. Testimonios de personas que experimentaron por experiencia propia las artimañas astutas de un líder autoritario y manipulador.

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PS: Unas notas acerca de la sección de comentarios:
1. Si alguien desea enviar una pregunta o consulta muy personal acerca de sus experiencias con el autoritarismo, respetaré la privacidad de la persona y no publicaré el comentario, excepto si la persona misma lo pide explícitamente.
2. No podré entrar en correspondencia acerca de los artículos en los últimos dos documentos enlazados, ya que no son de mi autoría.
3. No admitiré comentarios contenciosos en defensa del autoritarismo. Quien desea eso, que por favor lleve su contienda a los sitios web indicados como fuentes en los últimos dos documentos enlazados; esos sitios son administrados por personas especializadas en los asuntos.

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La obediencia de los niños

Todo padre, toda madre se alegra cuando sus hijos son obedientes. Y muchos se ponen como meta, educar a sus hijos para la obediencia. Pero ¿qué entendemos con «obediencia»? ¿Y es toda obediencia buena? Es allí donde las opiniones difieren.

Observo con preocupación que dentro del mundo evangélico están ganando popularidad ciertos libros sobre educación que promueven un concepto extremista de «obediencia». Los autores de esa corriente enseñan que los niños deban obedecer a cualquier orden que les dan sus padres, sin tomar en cuenta la situación donde un padre puede dar una orden irrazonable, dañina, o moralmente mala. Así dice uno de esos autores: «¿Qué es obedecer? – (…) Obedecer es hacer lo que se dice: Sin desafíos; sin excusa; sin demora.»

Ya que estamos hablando del mundo evangélico, es legítimo examinar este concepto a la luz de la Biblia. ¿Es éste el concepto bíblico de «obediencia»?

«Pero ¿qué piensan? Un hombre tenía dos hijos, y acercándose al primero dijo: ‘Hijo, anda hoy a trabajar en mi viña.’ Pero él respondió: ‘No quiero.’ Pero más tarde, arrepentido, se fue. Y acercándose al otro, dijo de la misma manera. Y él respondió: ‘Yo, señor[, iré].’ Y no se fue. ¿Cuál de los dos hizo la voluntad del padre?» – Le dicen: «El primero.» (Mateo 21:28-31)

Jesús usa este ejemplo para enseñar a los sacerdotes y ancianos que «los cobradores de impuestos y las prostitutas entrarán antes que ustedes en el reino de Dios» (v.31). El hijo obediente contradijo a su padre, y demoró en cumplir la orden. Sin embargo, Jesús lo presenta como un ejemplo de obediencia. ¡El concepto de Jesús acerca de la obediencia es mucho más benigno que el de muchos autores de libros sobre educación cristiana!

Además, existen situaciones donde no hay que obedecer en absoluto. «Hay que obedecer a Dios antes que a los hombres» (Hechos 5:29). No hay que obedecer cuando los padres ordenan a los hijos a mentir, a engañar, a hacer daño a alguien, o a dañarse a sí mismos. Una orden que contradice a lo que Dios dijo, no hay que obedecer.
El apóstol Pablo escribe acerca de ciertos líderes, «a los que ni por una hora cedimos en sumisión» (Gálatas 2:5). Hay «autoridades» a quienes no hay que obedecer, porque exigen cosas contrarias a la voluntad de Dios.

La única persona en el mundo que podría exigir una obediencia «inmediata y sin cuestionar», es Dios mismo. Solamente él es infalible; solamente él es digno de nuestra confianza ilimitada. ¡Pero ni siquiera Dios exige una tal obediencia! – De Moisés dice que él fue «el hombre más manso de todos los que había sobre la tierra» (Números 12:3). Pero cuando Dios lo llamó para ir a hablar con el Faraón, Moisés le cuestionó y le contradijo durante más de un capítulo entero (Éxodo, capítulos 3 y 4): «¿Quién soy yo para que yo vaya al Faraón …?» – «…si ellos me preguntan: ¿Cuál es su nombre?, ¿qué les responderé?» – «Pero ellos no me creerán …» – «…Pero yo soy tardo en hablar y torpe de lengua.»
Dios responde pacientemente a cada uno de estos cuestionamientos, y da a Moisés unas señales sobrenaturales para validar su llamado. Solamente al final, cuando Moisés sigue negándose a ir, dice que «Dios se enojó». Pero aun en ese punto, Dios le hace una concesión: le libra de la carga de tener que hablar al pueblo y al Faraón directamente. En su lugar, le permite ir acompañado por Aarón quien iba a ser su portavoz.

Si Dios permitió al «hombre más manso de todos», discutir de esta manera con él, y le hizo concesiones, ¿quiénes somos nosotros, meros humanos, para exigir de nuestros hijos una obediencia «inmediata y sin cuestionar»?

La obediencia de por sí misma no es ningún valor bíblico. La Biblia valora la obediencia hacia Dios, y la obediencia reflexionada, la obediencia responsable, la obediencia por el bien de otra persona, la obediencia de fe (=confianza) … pero no la obediencia «por obedecer» y nada más.

Es natural que los niños analicen, cuestionen, hagan preguntas. Eso es una parte normal y necesaria del desarrollo de su razonamiento. Así es también normal que cuestionen algunas de las órdenes que reciben. Si los amedrentamos para que ya no hagan preguntas ni discutan, dañamos su desarrollo intelectual y espiritual.

Para un niño puede ser un proceso bastante largo y difícil, llegar a entender por qué queremos mantener nuestra casa limpia y ordenada, por qué hay que cepillarse los dientes, por qué es necesario que todos ayuden en los quehaceres de la casa, etc. Es natural que en el transcurso de este proceso surjan preguntas, dudas, cuestionamientos. Entonces es necesario ayudar al niño a resolver esas dudas, para que llegue a una mayor comprensión. Cuando se reprime todo cuestionamiento, el niño no puede completar este proceso de razonamiento y maduración. No llega a ser una persona responsable y capaz de hacer buenas decisiones; solamente aprende a ser una ruedita en una maquinaria.

Una gran ayuda en este proceso consiste en permitir que los niños sean «dueños» de ciertos proyectos o trabajos del hogar. Por ejemplo, ¿por qué deben siempre los niños «ayudar a mamá» a cocinar? ¿Por qué no permitir que un día a la semana los niños decidan acerca del menú, qué quieren cocinar, que hagan la lista de compras, vayan a comprar los ingredientes, organicen los trabajos ellos mismos, etc? Mamá estará allí para dar consejos si los niños llegan a un punto donde no pueden seguir por sí solos. Mamá también decidirá cuáles son los trabajos que ella tendrá que hacer: «Sé que ustedes todavía no saben limpiar el pescado. Yo haré eso, y ustedes pueden mirar cómo se hace.» Así los niños aprenden algo más que la mera obediencia: aprenden a ser responsables, a organizar y a decidir, y a colaborar entre ellos.

Cuando los niños se acomodan a un concepto extremista de obediencia, pierden su capacidad de razonar, analizar, y ejercer discernimiento. Se vuelven vulnerables ante las artimañas de cualquier manipulador e impostor, porque aprendieron a «hacer caso» a todo, sin cuestionar.
Nunca hubo tantas enseñanzas y prácticas aberrantes dentro del mundo evangélico, como en el presente. Hay grupos evangélicos que enseñan que dentro de su local de reunión hay un «lugar santísimo», y que uno debe purificarse de una manera especial para poder entrar allí. Hay grupos evangélicos que enseñan que los padres cristianos deben hacer circuncidar a sus bebés varones. Hay pastores evangélicos que enseñan que Dios les permite tener una amante y concubina, y que si él elige a una joven como su concubina, ella debe «obedecerle» y hacerle caso. Hay grupos evangélicos que hacen peregrinajes a las tumbas de predicadores eminentes, y enseñan que echándose encima de la tumba recibirán el poder del predicador difunto. Hay grupos evangélicos que enseñan que la víctima de una violación tiene la culpa de lo que le hicieron. Etc. etc.
¿Por qué el pueblo evangélico acepta tales monstruosidades sin protestar? – Mucho tiene que ver con el concepto errado de «obediencia» que se les ha enseñado. Muchos evangélicos creen que deben a sus «pastores» la misma clase de «obediencia» como la que se enseña en los libros arriba mencionados acerca de la educación de niños. Por eso no usan su Biblia para examinar lo que un líder les dice, no se atreven a cuestionar y a ejercer su discernimiento, no se atreven a buscar a Dios por sí mismos. El resultado es esa proliferación de enseñanzas y prácticas antibíblicas, porque el pueblo lo acepta todo «obedientemente».
En realidad, quienes hacen eso están traicionando la Reforma. El principio fundamental de la Reforma es que las Sagradas Escrituras son la máxima autoridad sobre las enseñanzas y prácticas de los cristianos. Eso significa que cada cristiano puede y debe examinar a la luz de la Biblia, todo lo que sus líderes enseñan y hacen. Cuando el pueblo evangélico ya no hace esa evaluación, o se le niega el derecho de hacerlo, entonces los evangélicos desecharon sus propias raíces espirituales.

¿Es esta la clase de niños que queremos criar? ¿susceptibles a cualquier engaño y a cualquier práctica extraña que se les presenta con algún aire de «autoridad»? ¿o preferimos a niños capaces de razonar y de discernir?

En algunos círculos existe una tremenda presión sobre los padres, de tener «hijos que se comportan bien». Cuando un niño hace algo que los adultos consideran «inapropiado», sus padres se sienten avergonzados. Por ejemplo si el niño se ríe a voz alta, o si dice abiertamente lo que piensa («¡Mira cuán gorda es esa mujer!»), o si juega con el barro, o si por descuido hace caer un pedazo de su comida – todo eso y un millón de otras situaciones puede causar que los padres sientan vergüenza, y que busquen una oportunidad para reñir y hasta castigar a sus hijos. Esa vergüenza dice más acerca de los mismos padres, que acerca del comportamiento del niño. Los padres dan más importancia a la apariencia exterior, que a un desarrollo sano de sus hijos. Están dispuestos a enemistarse con sus hijos y a echar a perder su buena relación con sus hijos, solamente para evitar que «alguien podría pensar mal» acerca de ellos como padres. Se sienten obligados a castigar un comportamiento infantil normal, como si fuera el peor pecado. Todo eso indica que sus valores están muy fuera del equilibrio:

Qué es más importante: ¿dar la apariencia de un buen padre, o realmente ser un buen padre para sus hijos?

Qué es lo que queremos reforzar en los niños: ¿su transparencia y sinceridad, o su capacidad de fingir y de aparentar algo que no son?

Qué es una motivación correcta por lo que hacemos: ¿lo que otras personas podrían pensar de nosotros, o la determinación de elegir lo bueno y no lo malo?

El «evitar la vergüenza» ciertamente no es un buen criterio para hacer nuestras decisiones. Es el camino más seguro para criar a unos pequeños hipócritas que aparentan un buen comportamiento hacia afuera, pero sin tener ninguna integridad personal. Ese es también un concepto muy errado de «obediencia».

Es algo muy diferente si enseñamos a los niños a hacer o a evitar ciertas cosas por amor al prójimo. Por ejemplo, si les explicamos que la abuela está sufriendo por tener una joroba, y por tanto se pondrá triste cuando un niño la pregunta: «¿Por qué no te enderezas al caminar?» Así los niños pueden aprender a no hablar de manera desconsiderada acerca de la joroba de la abuela, no para evitar una «vergüenza», sino por una consideración genuina por los sentimientos de la abuela. Ahora ya no es una cuestion de «obediencia» o de «mantener la apariencia»; es ahora una cuestión del amor que el niño tiene por su abuela. Y la mamá o el papá ya no necesita sentir vergüenza si el niño a pesar de todo hace un comentario inapropiado: eso es ahora un asunto entre el niño y la abuela.

Un último punto: Un niño que tiene plena confianza en sus padres, va a estar mucho más inclinado a obedecerles. Va a sentirse seguro en saber que sus papás no le van a ordenar nada malo. Va a estar más dispuesto a ayudar a sus padres cuando ve que lo necesitan. Va a obedecer no por miedo a un castigo, sino por amor a sus padres y porque se siente amado por ellos. Eso es una motivación mucho mejor.
Los padres pueden ganar esta confianza cuando demuestran que ellos mismos son honestos, que no mienten o engañan a sus hijos, que hacen lo que es lo mejor para los niños; cuando escuchan a sus hijos y les permiten hablar de sus problemas, dudas, aun quejas, y los toman en serio; cuando no dan órdenes innecesarias o irrazonables.

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¿Por qué hay pocos educadores cristianos alternativos?

Advertencia: Este artículo puede tocar sensibilidades y abrir heridas. Deseo aclarar de antemano que mi objetivo no es ofender, es señalar posibles soluciones. Pero como un cirujano necesita realizar una operación (tal vez dolorosa) para que el paciente pueda sanar, los problemas del pasado histórico no se resuelven excepto si uno tiene primero la valentía de enfrentarse con ellos y nombrarlos.

En el artículo anterior he señalado una discrepancia extraña que observo entre quienes buscan una educación alternativa: Hay quienes desarrollan modelos pedagógicos distintos a lo tradicional, más de acuerdo a las necesidades de los niños, y que en diversos detalles concuerdan con principios bíblicos – pero muchos de ellos están ajenos a una fe bíblica. Y por el otro lado hay quienes se identifican como cristianos y abren escuelas que se llaman cristianas, pero su modelo pedagógico se orienta en las escuelas estatales, tradicionales, y no se preocupan por aplicar principios bíblicos como los que he señalado en el artículo anterior. ¿Cómo podemos entender esta situación?

En cuanto a las escuelas cristianas, pienso que la mayoría de ellas deberían más correctamente llamarse «escuelas eclesiásticas». Fueron fundadas como extensión de una iglesia determinada y para seguir la tradición de esa iglesia en particular. Pero la mayoría de las iglesias existentes en la actualidad tienen una tradición que se asemeja más al sistema escolar que a la nueva vida que trajo Jesús. (Vea «Iglesias y escuelas – los mismos problemas».) Hasta ahora he conocido una sola escuela donde por lo menos los fundadores tenían la idea de fundamentar toda su enseñanza y práctica sobre lo que enseña el Señor Jesús en la Biblia. Pero también en esa escuela, después de algunos años de existencia, los usos del sistema escolar tradicional y la visión eclesiástica comenzaron a desplazar la visión bíblica. Eso no fue una escuela católica; fue de los evangélicos quienes dicen no ser tradicionalistas y dar preeminencia a la palabra de Dios. Pero encontré que muchos evangélicos en el fondo mantienen la mentalidad católica de seguir a una tradición y de someterse a una jerarquía de líderes humanos, en vez de evaluar ellos mismos lo que dice el Señor. Y si esa jerarquía está encasillada en los moldes del sistema tradicional y no conoce otra escuela que la tradicional, entonces sus súbditos tampoco se atreven a salirse de este molde; diga la Biblia lo que diga.

El problema de fondo, según mi parecer, es este: Cuando la gente escucha «Jesús», «Cristo», «Dios», inmediatamente piensan: «Iglesia». Aquellos que pertenecen a una iglesia y se identifican con ella, piensan que Jesús es como su iglesia, que Jesús mismo instituyó y avala todo lo que se hace en su iglesia, y no analizan lo que Jesús dijo en realidad, ni se les ocurre la idea de que su iglesia podría haberse apartada de la voluntad del Señor en ciertos puntos. – Por el otro lado, aquellos que no pertenecen a una iglesia o que han percibido el lado oscuro de las iglesias, piensan: «Si Dios es como las iglesias, entonces no quiero saber nada de él.»

Y en este punto tenemos que retroceder a la época más oscura en la historia del Perú y de toda América Latina. El primer encuentro de América Latina con el nombre del Dios cristiano fue sumamente traumático, marcado de abusos, robos, asesinatos, y crueldades indescriptibles. Cuando Francisco Pizarro llegó al reino de los Incas, trajo consigo a un sacerdote y un decreto del papa, del supuesto «vicario de Cristo», según el cual todas esas tierras pertenecerían al rey de España. De manera similar procedieron otros conquistadores. Así abusaron del nombre de Dios para sojuzgar un continente entero.
Hubo muy pocos españoles que se atrevieron a confrontar estos abusos con lo que Jesús realmente había dicho. Uno de ellos, Bartolomé de las Casas, por lo menos logró que el rey lo escuchara; pero el daño ya estaba hecho. Se encontró también el testamento del conquistador Manco Sierra Lejesema, quien aparentemente antes de su muerte se arrepintió de haber participado en la conquista, y se sintió obligado por su conciencia a pedir perdón públicamente. Él lamenta no solamente las crueldades cometidas, sino más que todo la corrupción moral que los españoles trajeron a América, muy en contradicción contra el evangelio de Cristo. (Vea las citas en la Nota 1 al final.) Solamente gracias a estas pocas voces que se atrevieron a ir en contra de la corriente, podemos formarnos una idea de lo que realmente sucedió en la conquista.

Ante esta historia es entendible que hay personas que no quieren saber nada del Dios de la Biblia. Tanto más necesidad hay para aclarar que la conquista no fue culpa de Dios; fue culpa de hombres codiciosos y crueles que nunca fueron autorizados por Dios para hacer lo que hicieron.

Contrastemos esta historia con el efecto que la Biblia tuvo en aquellos países donde su mensaje se tomó en serio – los que son mayormente los países de la Reforma. Los ingleses aprendieron de la Biblia que todas las personas son iguales ante Dios, y que aun los reyes no pueden gobernar según su antojo, sino que tienen que rendir cuentas a Dios. En consecuencia, fueron la primera nación en establecer un estado de derecho constitucional, en 1688. Estas ideas comenzaron a extenderse a otros países, mayormente países reformados (mientras p.ej. España tardó hasta 1977 en conceder a sus ciudadanos los mismos derechos y libertades). – En el siglo 18, la base cristiana de Inglaterra fue profundizada por la influencia del predicador Juan Wesley y sus seguidores, quienes lograron una transformación moral y espiritual de la nación entera. Entre las personas profundamente influenciados por la predicación bíblica de Wesley, se encontró el parlamentario William Wilberforce. En consecuencia dedicó su vida entera a luchar por la abolición de la esclavitud, hasta que en el año 1807 alcanzó esta meta.
Voltaire, el filósofo francés, vivió en Inglaterra de 1726 a 1729 y se impresionó mucho de las libertades, del orden y de la paz que disfrutaban los ingleses. Escribió: «Los ingleses son la única nación en la tierra que ha logrado limitar el poder de los reyes, oponiéndose a ellos; y que en una serie de disputas establecieron por fin un gobierno sabio donde el rey tiene todo el poder de hacer lo bueno, pero se le impide hacer lo malo … y donde el pueblo participa en el gobierno sin que esto lleve a la confusión.» (Voltaire, Cartas acerca de la nación inglesa.)

Este es el verdadero fruto de una cultura influenciada por la palabra de Dios. Lo que hicieron los conquistadores, en cambio, fue un abuso que no se puede justificar con lo que Jesús enseñó. Por tanto es necesario aclarar lo siguiente:

  • Dios no es un conquistador español.
  • La religión de los conquistadores no es lo que trajo Jesús.

Jesús no vino para robar ni para quitar vidas. Él vino para dar Su propia vida por nosotros. Si alguien tuviera dudas acerca de la integridad de Jesús, si alguien quisiera creer que Jesús es cómplice de opresores y conquistadores, que mire no más el ejemplo de Su vida y muerte. Si alguien no quiere creer Sus palabras, que por lo menos crea Su ejemplo.

A los puntos mencionados tenemos que añadir el siguiente:

  • La gran mayoría de las iglesias actuales, tanto católicas como evangélicas, no funcionan según el modelo de la comunidad cristiana fundada por Jesús y sus discípulos.

Acerca de eso habría que decir muchas cosas, más de lo que cabe en un artículo como este. Pero bastaría con leer el Nuevo Testamento sin tener en la mente ya una imagen preconcebida de lo que es «iglesia», y contrastarlo con las prácticas de las «iglesias» actuales. Refiero al lector interesado p.ej. al Evangelio según Mateo, capítulos 5 a 7 y capítulo 23; y al libro de los Hechos de los apóstoles, capítulos 1 a 5 (o si desean, el libro entero).

Si hoy en día hay personas que creen que Dios es un déspota sin misericordia, partidario de dictadores y delincuentes, entonces las «iglesias» llevan una buena parte de la culpa. El apóstol Pablo dice a los que conocen la palabra de Dios, pero no le hacen caso: «Tú que enseñas a otro, ¿a ti mismo no enseñas? Tú que anuncias que no hay que robar, robas? Tú que dices que no hay que adulterar, ¿adulteras? Tú que abominas los ídolos, ¿cometes sacrilegio? Tú que te jactas en la ley, cometes transgresión la ley y así menosprecias a Dios. Porque ‘el nombre de Dios es difamado entre las naciones por causa de ustedes’, como está escrito.» (Romanos 2:21-24)

También hoy, el nombre de Cristo está siendo difamado en el mundo, por causa de los que dicen ser Sus seguidores, pero que no hacen lo que Él dice. Aunque hoy en día ya no se cometen las atrocidades que se cometían en los tiempos de la conquista; pero hay quienes se dicen cristianos y son mentirosos, estafadores, traidores, codiciosos, …

Según el Nuevo Testamento, el proceso de volverse cristiano comienza con que uno reconozca su culpa y se arrepienta de su pecado; y entonces puede confiar en Jesús quien le dará una vida renovada. Si eso es así, ¿sería pedir demasiado que los representantes de las iglesias reconozcan su culpa y se arrepientan por no haber vivido de la manera como Jesús manda, y por haber dado un mal ejemplo a sus súbditos y al mundo?
(Vea Nota 2 al final.)

Por el otro lado, el llamado de Dios sigue en pie, independientemente de lo que hagan o no hagan los que usan Su nombre. Él no exige que reconozcamos a alguna iglesia que le desobedece; solamente exige que le reconozcamos a Él mismo. Los Incas reconocieron al Dios Creador, simplemente a base de sus observaciones de la naturaleza. (Este hecho es poco conocido porque lo mantuvieron como un secreto entre la clase sacerdotal; pero es testificado en diversas crónicas antiguas.) No hay razón para excluir a Dios de nuestras vidas, solamente porque Él ha sido mal representado por las iglesias. «Dios no hace acepción de personas; sino que en cada nación le es bienvenido el que le teme y obra justicia.» (Hechos 10:34-35).

Por eso, yo creo en la posibilidad de una educación que es «cristiana» y «alternativa» a la vez. Pero para realizar esta posibilidad, tal vez será necesario que algunos de los que se identifican como educadores alternativos, reevalúen su concepto de Dios; y que algunos de los que se identifican como cristianos, reevalúen su concepto de iglesia y de la educación.

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Nota final 1: Citas acerca de la conquista española:

«Todas estas universas e infinitas gentes de todo género creó Dios los más simples, sin maldades ni dobleces, obedientísimas, fidelísimas a sus señores naturales y a los cristianos a quien sirven; (…) Son asimismo de limpios y de vivo entendimiento, muy capaces y dóciles para toda buena doctrina, aptísimos para recibír nuestra santa fe católica …
En estas ovejas mansas, y de las calidades susodichas por su Hacedor y Creador así dotadas, entraron los españoles desde luego que las conocieron como lobos y tigres y leones cruelísimos de muchos días hambrientos. Y otra cosa no han hecho de cuarenta años a esta parte, hasta hoy, y hoy en este día lo hacen, sino despedazarlas, matarlas, angustiarlas, afligirlas, atormentarlas y destruirlas por las extrañas y nuevas y varias y nunca otras tales vistas ni leídas ni oídas maneras de crueldad.
(…) Daremos por cuenta muy cierta y verdadera que son muertas en los dichos cuarenta años por las dichas tiranías e infernales obras de los cristianos, injusta y tiránicamente, más de doce cuentos (millones) de almas, hombres y mujeres y niños …»
(Bartolomé de las Casas: Brevísima relación de la destrucción de las Indias, 1552. Ligeramente modernizado.)

» … que entienda su Majestad Católica que los dichos Incas los tenian gobernados de tal manera, que en todos ellos no habia un ladrón ni hombre vicioso, ni hombre holgazán, ni una mujer adúltera ni mala; ni se permitia entre ellos ni gente de mal vivir en lo moral; (…) y que entienda su Majestad que el intento que me mueve a hacer esta relación, es por descargo de mi conciencia, y por hallarme culpado en ello, pues hemos destruido con nuestro mal ejemplo gente de tanto gobierno como eran estos naturales, y tan quitados de cometer delitos ni excesos así hombres como mujeres, tanto por el indio que tenia cien mil pesos de oro y plata en su casa, y otros indios dejaban abierta y puesta una escoba o un palo pequeño atravesado en la puerta para señal de que no estaba allí su dueño, y con esto según su costumbre no podía entrar nadie adentro, ni tomar cosa de las que allí había, y cuando ellos vieron que nosotros poníamos puertas y llaves en nuestras casas, entendieron que era de miedo de ellos, porque no nos matasen, pero no porque creyesen que ninguno tomase ni hurtase a otro su hacienda; y así cuando vieron que había entre nosotros ladrones, y hombres que incitaban a pecado a sus mujeres e hijas, nos tuvieron en poco, y han venido a tal rotura en ofensa de Dios estos naturales por el mal ejemplo que les hemos dado en todo, que aquel extremo de no hacer cosa mala se ha convertido en que hoy ninguna o pocas hacen buenas, y requieren remedio, y esto toca a su Majestad, para que descargue su conciencia, y se lo advierte, pues no soy parte para más; y con esto suplico a mi Dios que me perdone …»
(Extracto del testamento del conquistador Manco Sierra Lejesema, 1589. Ligeramente modernizado.)

Nota 2: El papa Juan Pablo II pidió perdón públicamente por las crueldades cometidas por los conquistadores. Pero no revocó aquel infame decreto que repartía el entero continente americano entre los reyes de España y Portugal, a pesar de haber sido peticionado acerca de ello repetidamente. Esta petición sigue pendiente con el papa actual. Mientras este decreto sigue en pie, todo «arrepentimiento» del papa carece de credibilidad.

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