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El estado no es Dios

En este artículo deseo examinar a la luz de la Biblia una de las tendencias más fuertes de los tiempos presentes, y la que más debería preocupar a los cristianos. Y como veremos, tiene también mucha injerencia en la educación.

«…Y se admiró toda la tierra detrás de la bestia, y adoraron al dragón que había dado autoridad a la bestia, y adoraron a la bestia, diciendo: ¿Quién como la bestia, y quién podrá luchar contra ella? (…) Y la adoraron todos los habitantes de la tierra cuyos nombres no estaban escritos en el libro de la vida del Cordero que fue sacrificado desde el principio del mundo. Si alguien tiene oido, que oiga.» (Apocalipsis 13:3-4.8-9)

Esta visión recibió el apóstol Juan ante el trasfondo del imperio romano, cuyos emperadores se hacían adorar como si fueran dioses.
En el imperio romano se adoraban muchos dioses. Cada uno era libre para adorar a cualquier dios que deseaba. Solamente que había que participar también en el rito obligatorio de quemar un poco de incienso en adoración al emperador.
Fue por esa razón que miles de cristianos fueron martirizados. No porque adoraban a Cristo; eso no era prohibido. Pero ellos se negaron a adorar a otro dios – el César – aparte de Cristo.
La adoración al emperador se dirigía no solamente a él como persona individual. El emperador representaba la entera institución del imperio, que se resumía con: «El senado y el pueblo romano». Es que antes de surgir los emperadores, Roma había sido una república casi democrática. Tenía su parlamento, el senado; y tenía una forma de separación de poderes. Cuando Roma se convirtió en un imperio, las formas democráticas se mantuvieron según la apariencia exterior. El senado siguió ejerciendo sus funciones; pero los emperadores manipulaban y presionaban a los senadores para que hicieran la voluntad del emperador. El imperio romano era una dictadura militar disfrazada como democracia. Este detalle es importante para entender los tiempos actuales.
Entonces, adorar al emperador significaba a la vez reconocer que la entera institución del imperio era divina. En la profecía bíblica, una «bestia» no significa una persona individual. Significa un reino o gobierno, un «sistema» entero. Eso se nota claramente en la visión de Daniel acerca de las cuatro bestias (Daniel cap.7).
Los primeros cristianos sabían muy bien que ningún hombre, y ninguna institución, puede ocupar el lugar de Dios. Por eso se negaron a ofrecer incienso al César.

La visión de Juan es a la vez una profecía de lo que sucederá en los últimos tiempos antes de la segunda venida de Cristo. Una «bestia», con carácteristicas similares al imperio romano, gobernará sobre el mundo entero. Y esa bestia exigirá ser reconocida como dios y salvador del mundo.

No debemos pensar que esa bestia se presentará sorpresivamente para instituir una dictadura mundial. Si lo hiciera de esa manera torpe, el mundo se rebelaría contra ella. Mas bien, está influenciando al mundo poco a poco, a renunciar a sus libertades y derechos, y a ceder cada vez más poder a la bestia. Por varias décadas ya, el mundo ha sido sometido a una campaña de propaganda y lavado del cerebro por parte de los gobiernos, los medios de comunicación (inclusive las grandes empresas y «redes sociales» que controlan la internet), y los sistemas escolares. El mensaje siempre es el mismo, aunque en diversas variaciones: «El estado es el encargado de solucionar todos los problemas. Si algo no funciona, si la gente está sufriendo, si hay injusticias, ¿qué hay que hacer? Reclamar al estado que lo solucione. Necesitamos un gobierno más fuerte, un gobierno más poderoso, y entonces los problemas se solucionarán.» – Si eso se pone en práctica de manera consecuente, ¿cuál es el resultado final? Obvio: una dictadura. La forma de gobierno donde el estado es más fuerte y poderoso, es la dictadura.
Si pudiéramos por unos momentos librarnos de la influencia omnipresente de la progaganda, entonces veríamos que en realidad, en muchas ocasiones, el estado genera problemas, sufrimientos e injusticias, que sin su interferencia no existirían. Cuánto más fuerte se hace el estado, más aumentan esos problemas.

Mientras escribo esto, encuentro un editorial reciente en un diario peruano: «300 mil víctimas de un plan estatal cuyo fin era reducir la pobreza aún esperan justicia. Resulta increíble que el argumento usado para esterilizar a casi 300 mil personas durante el gobierno de Alberto Fujimori haya sido la lucha contra la pobreza. Entre 1996 y 2000, según un informe de la Defensoría del Pueblo, se realizaron 272.028 ligaduras de trompas y 22.004 vasectomías. 19 personas fallecieron por complicaciones postoperatorias.» («La República», Lima, 12 de mayo de 2021)
Lo más irónico – y trágico – son las circunstancias en las que se escribe ese editorial. En este mismo momento, nuevamente millones de personas por el mundo entero están siendo sometidas a unas medidas forzadas como aislamiento, prohibiciones de trabajar y de viajar, protocolos sanitarios cuya eficacia nunca se comprobó científicamente, etc; y están siendo manipuladas o presionadas para participar en experimentos médicos novedosos cuyas consecuencias nadie conoce. Al mismo tiempo se libra una guerra sucia contra medicamentos accesibles y eficaces que han estado en uso por décadas. Todo eso bajo el argumento de supuestamente reducir las enfermedades. Pero algunos de los riesgos de esos experimentos ya son conocidos: La mitad de los peruanos perdieron su trabajo, y muchos se hundieron en la pobreza; uno de cada tres niños sufre trastornos psicológicos serios; en el mundo entero se dispararon los suicidios; mucha gente tiene su sistema inmunológico debilitado por ser obligados a un estilo de vida malsano, y por la psicosis colectiva, de manera que ahora corren un mayor riesgo de enfermarse que antes; y los números de las víctimas de los efectos adversos de las intervenciones médicas experimentales ni siquiera se publican en el Perú, pero de otros países se sabe que son números muy elevados. El año pasado, el Perú estuvo bajo arresto domiciliario durante cuatro meses. Hacia el fin de ese período, en vez de mejorar su situación, el Perú había saltado al número 1 de la estadística mundial de muertes por millón de habitantes.
De aquí en veinte años, si este mundo todavía existe, seguramente se escribirán editoriales de cómo los millones de víctimas de esas políticas erradas siguen esperando justicia.

Todo eso son consecuencias de las pretensiones de los gobiernos, de actuar como si fueran el salvador del mundo. Dios nos dice que pongamos nuestra confianza en Él, no en los gobernadores de este mundo:

«Mejor es confiar en el Señor, que confiar en el hombre.
Mejor es confiar en el Señor, que confiar en príncipes.»
(Salmo 118:8-9)

«No confíen en los príncipes, ni en un hijo de hombre,
porque no hay en él salvación.
(…) Bienaventurado aquel cuya ayuda es el Dios de Jacob,
cuya esperanza es en el Señor su Dios …»
(Salmo 146:3.5)

«El temor al hombre pondrá un lazo;
pero el que confía en el Señor, será levantado.
Muchos buscan el favor del príncipe;
pero del Señor viene el juicio de cada uno.»
(Prov.29:25-26)


Veamos unas áreas en particular, donde la propaganda ya nos ha acostumbrado a creer que son dominio del estado:

La ayuda a los necesitados.

Se cree hoy en día que el estado es el encargado de proveer por los pobres, de «crear empleos», y de incentivar de diversas maneras el abastecimiento material y financiero de la población. ¿Y cómo se financia eso? – La propaganda nos lo hizo olvidar, pero el estado no tiene dinero, excepto lo que nos quita a nosotros. O sea, el estado nos empobrece a todos, para después devolver a algunos de nosotros los bienes que les quitó. Cuando esa idea era relativamente nueva, todo el mundo la identificaba fácilmente como un postulado del comunismo y marxismo radical. Pero hoy en día, casi todo el mundo lo cree, aun quienes declaran ser opuestos al comunismo.

(Nota: Hoy en día, la propaganda ha avanzado a tal punto que se puede hacer creer a la gente que uno pueda ser «marxista» sin ser «comunista». A los que creen eso, les hago recordar que uno de los escritos más influenciales de Marx era precisamente el «Manifiesto comunista».)

¿Qué dice la Biblia al respecto?

Dios es el proveedor de todos.

«El Señor es mi pastor; nada me faltará.» (Salmo 23:1)
«Joven fui, y he envejecido, y no he visto justo desamparado, ni sus descendientes que mendiguen pan.» (Salmo 37:25)
«Los ojos de todos esperan en ti, y tú les das su comida a su tiempo.
Abres tu mano, y colmas de bendición a todo ser viviente.» (Salmo 145:15)
«No se afanen, pues, diciendo: ¿Qué comeremos?, o ¿Qué beberemos?, o ¿Qué vestiremos?. Porque las naciones buscan todas estas cosas; pero vuestro Padre celestial sabe que ustedes tienen necesidad de todo esto.» (Mateo 6:31-32)

Por tanto, confiar en el estado como proveedor es idolatría.

Dios ordenó la economía de manera que cada uno puede y debe alimentarse por el trabajo de sus propias manos.

«El ladrón no robe más, sino que trabaje, obrando con sus manos lo que es bueno, para que tenga qué compartir con el necesitado.» (Efesios 4:28)
«Porque oímos que algunos de entre ustedes viven desordenadamente, no trabajando en nada, sino entremetiéndose en lo ajeno. A los tales mandamos y exhortamos por nuestro Señor Jesucristo, que trabajando tranquilamente, coman su propio pan.» (2 Tesalonicenses 3:11-12)

En una sociedad que honra a Dios, no hay necesidad de que el gobierno «cree empleos». Cada uno (excepto los enfermos y discapacitados) puede crear su propio trabajo y de esta manera servir a sus prójimos y mantener a su propia familia. Pero hoy en día, a menudo es el mismo gobierno que impide eso: Con sus trámites burocratizados impide que un ciudadano común abra su propio negocio u ofrezca sus servicios; y con impuestos elevados impide que pueda vivir de sus ingresos. (Restricciones similares vienen ahora también de parte de unas grandes empresas que monopolizan ciertos servicios y productos, y de esa manera también ejercen prácticamente funciones de gobierno.)

Cada persona individual es responsable de ayudar a los pobres; cuánto más los que tienen riquezas.

«Si quieres ser perfecto, anda, vende lo que tienes, y dalo a los pobres, y tendrás tesoro en el cielo; y ven, sígueme.» (Mateo 19:21)
«Por tanto entonces mientras tenemos oportunidad, obremos lo bueno hacia todos, y más hacia los del hogar de la fe.» (Gálatas 6:10)
«A los ricos en el tiempo presente manda que no sean altivos, ni pongan su esperanza en la riqueza insegura. En cambio, [que pongan su esperanza] en el Dios viviente, el cual nos provee con todo ricamente para que disfrutemos. Que actúen con virtud, que sean ricos en buenas obras, sean generosos, dispuestos a compartir.» (1 Timoteo 6:17-18)

Según los principios bíblicos, compartir con los pobres es algo que corresponde a cada uno. No por obligación del estado, pero en responsabilidad ante Dios. Y esos donativos se iban directamente a los pobres. No tenían que pasar por un colador de burocracia estatal, donde la mayor parte de los fondos quedan atrapados en las manos de unos funcionarios.

Una alta carga de impuestos es un castigo de Dios sobre un pueblo que le ha desechado.

«Y dijo el Señor a Samuel: (…) A mí me han desechado, para que no reine sobre ellos. (…) Así hará el rey que reinará sobre ustedes: (…) Tomará lo mejor de vuestras tierras, de vuestras viñas y de vuestros olivares, y los dará a sus siervos. Diezmará vuestro grano y vuestras viñas, para dar a sus oficiales y a sus siervos (…) Y ustedes clamarán aquel día a causa de vuestro rey que se habrán elegido, pero el Señor no les responderá en aquel día.» (1 Samuel 8:7.11.14.15.18)


El cuidado por los enfermos.

Por mucho tiempo ya, la propaganda nos ha inducido a creer en la «salud pública». ¿Qué es «salud pública»? – Solamente una persona individual puede diagnosticarse como «sana» o «enferma» en el sentido médico; pero no el «público» en general. Y desde tiempos antiguos rige el secreto profesional de los médicos, que les prohíbe divulgar informaciones acerca de la historia clínica de sus pacientes. Eso testifica de que la salud es un asunto privado, no público. No existe algo así como «salud pública».
Sin embargo, desde el año pasado, los gobiernos del mundo exigen agresivamente el acceso y control sobre los datos acerca del estado de salud de la población entera. O sea, de hecho se ha abolido el secreto médico (aunque los noticieros nunca nos informaron acerca de este suceso grave.)
Lo que quieren decir realmente cuando dicen «salud pública», es «control estatal de la salud de cada uno». (Acerca de este uso propagandístico de la palabra «público», vea también: ¿¿Escuelas públicas?? – Esta confusión deliberada entre «público» y «controlado por el gobierno» también se puede trazar desde el Manifiesto comunista.) O sea: Ahora que ya hemos aceptado que el gobierno deba cuidar a los enfermos, la propaganda va un paso más allá y nos dice que el gobierno también deba ordenarnos, con todo detalle, lo que debemos hacer o no hacer respecto a nuestra salud. En última consecuencia, que nuestro cuerpo y su estado de salud pase a ser propiedad del estado.

¿Qué dice la Biblia al respecto?

Dios es Señor sobre salud y enfermedad, y es el Sanador de los enfermos.

«Si oyes atentamente la voz del Señor tu Dios, y haces lo recto delante de sus ojos (…), ninguna enfermedad de las que envié a los egipcios te enviaré á ti; porque yo soy el Señor tu Sanador.» (Éxodo 15:26)
«Y [Jesús] expulsó a los espíritus con la palabra, y sanó a todos los que estaban mal, para que se cumpliese lo dicho por el profeta Isaías: ‘Él llevó nuestras debilidades, y cargó nuestras enfermedades.’ » (Mateo 8:16-17)
«Si alguien entre ustedes está enfermo, llame a los ancianos de la asamblea, y oren sobre él, ungiéndolo con aceite en el nombre del Señor. Y la oración de fe salvará al agotado, y el Señor lo levantará.» (Santiago 5:14-15)

La Biblia no rechaza los tratamientos médicos. Pasajes como 2 Reyes 20:7, Ez.47:12, Jer.8:22, hablan positivamente de la medicina. La medicina aprovecha las propiedades curativas que Dios mismo puso en ciertas plantas y sustancias. Pero esos tratamientos son administrados por médicos y personas conocedoras de salud, en el libre ejercicio de sus funciones. De ninguna manera es justificado bíblicamente, que el estado imponga ciertos tratamientos y prohíba otros, o que el estado asuma un monopolio sobre el cuidado de los enfermos.


La educación de los niños.

Durante el entero siglo 20, se nos ha adoctrinado en la creencia de que el estado sea el encargado de educar a los niños. Esa propaganda ha sido tan eficaz que hoy en día, muchos padres y madres ni siquiera se creen capaces de educar a sus propios hijos, como lo han hecho los padres y madres durante miles de años.

¿Qué dice la Biblia al respecto?

Los encargados de educar a los niños son sus padres.

«Y estas palabras que yo te mando hoy, estarán sobre tu corazón, y las repetirás a tus hijos, y hablarás de ellas estando en tu casa, y andando por el camino, y al acostarte, y cuando te levantes …» (Deut.6:6-7)
«Porque yo fui hijo de mi padre, delicado y único delante de mi madre. Y él me enseñaba …» (Proverbios 4:3-4)
«Y ustedes padres, no hagan airarse a sus hijos, sino que aliméntenlos en educación y amonestación del Señor.» (Efesios 6:4)
Dios manda a los niños obedecer a sus padres (Efesios 6:1). No existe ningún mandamiento comparable que dijera: «Niños, obedezcan a vuestros profesores».

El único sistema escolar que se menciona en la Biblia, es el del «tutor» o «ayo» («paidagogós» = pedagogo en griego) que se menciona en Gálatas 3:24-25 y 4:1-2. Era usual en las familias de clase media y alta, tener un «tutor» o «pedagogo» que se encargaba de los niños. Ese «pedagogo» no era ningún funcionario del estado. Al contrario, ¡era un esclavo del padre de la familia! Así confirmaban también los usos de la sociedad en general, lo que dice la Biblia: La educación de los niños está bajo la autoridad del padre, no del estado.

Por causa del monopolio estatal sobre la educación, el gobierno tiene ahora también un monopolio sobre la adoctrinación ideológica de los niños. Y así se cierra el círculo vicioso: El estado enseña a los niños desde pequeños, a creer en el credo del estatismo:

«El estado es mi proveedor.
El estado es mi sanador.
El estado es mi educador.»

Y esos niños, cuando llegan a ser adultos, no pueden imaginarse otra cosa que entregar a sus propios hijos también a la educación estatal.

De hecho, revisando los libros escolares que actualmente se usan, encontramos que mayormente consisten en propaganda a favor del estatismo. Por ejemplo, hablan de la protección del medio ambiente, pero no bajo la perspectiva de que el mundo es creación de Dios y cada uno de nosotros es responsable de cuidarlo. En cambio, presentan al estado como el responsable de cuidar el medio ambiente, con la creación de áreas protegidas y promulgando muchas prohibiciones y nuevos impuestos. Hablan del cuidado de la salud – pero no dicen que tenemos un sistema inmunológico que nos protege contra enfermedades, ni dicen como podríamos fortalecerlo. En cambio, enseñan que debemos hacer caso a todos los mandamientos del gobierno, y entonces seremos protegidos contra las enfermedades. En todo, se presentan las políticas del gobierno como la solución. Y aquellos temas que no se pueden politizar tan fácilmente, tales como química y física, parece que se botaron del currículo escolar por completo durante el año pasado.

Además, notamos en los libros escolares y en la propaganda en general, que el enfoque se está desplazando poco a poco, desde el gobierno nacional hacia las organizaciones internacionales. Eso indica que efectivamente se está preparando el cumplimiento final de la visión de Juan, donde el poder ya no está en las manos de estados soberanos, sino en las manos de un gobierno «sobre toda tribu, pueblo, lengua y nación».


El objetivo de todo eso es un gobierno totalitario. O sea, un gobierno que reglamenta y controla todos los aspectos de la vida humana sin excepción. En otras palabras, se quiere atribuir al gobierno los atributos divinos:

Quiere que el gobierno sea omnipotente: Que pueda obligar a cada ciudadano a hacer cualquier cosa que el gobierno quiere, sin que el ciudadano tenga algún recurso en contra de la arbitrariedad y violencia por parte del gobierno.

Quiere que el gobierno sea omnipresente: Que pueda vigilar a cada ciudadano todo el tiempo, las 24 horas del día. Que el gobierno tenga conocimiento acerca de cada detalle: dónde te encuentras, con quiénes te comunicas, lo que hablas y escribes, tu estado de salud, tus transacciones financieras … absolutamente todo. Que nada y nadie se pueda esconder ante los ojos y oídos vigilantes del estado.

Quiere que el gobierno sea omnisciente: Que sea el gobierno quien define cuál es la verdad. Que nadie pueda contradecir al «conocimiento superior» que es divulgado por el estado. Que todas las opiniones y todos los hechos contrarios al narrativo oficial del estado sean censurados, eliminados y castigados.

El estado todopoderoso quiere hacernos creer que él es encargado y capaz de librarnos de todas las amenazas y emergencias. Que el estado va a revertir el cambio climático, que el estado va a erradicar las enfermedades, que el estado va a alimentarnos en la hambruna, que el estado va a desviar los asteroides que podrían colisionar con la Tierra … – todo eso, si nosotros somos sumisos y obedientes y cumplimos al pie de la letra con lo que el estado nos ordena. Entonces, si las promesas no se cumplen, es nuestra culpa – porque no hemos sido lo suficientemente obedientes.

El totalitarismo no tiene afiliación política. Partidos que se llaman de la «izquierda», como los que se llaman de la «derecha», son igualmente infectados por él. Tampoco tiene afiliación religiosa. Católicos, evangélicos, y ateos por igual, se han convertido en sus seguidores.

Esta es la meta última de los cambios en la política de los gobiernos que sucedieron últimamente, de manera coordinada en el mundo entero. Ya es lo suficientemente preocupante que se hayan abolido los derechos humanos, y que todo apunte a la introducción de una dictadura al nivel mundial. Pero aun más allá de eso, se nos influencia de manera subliminal para que finalmente aceptemos a ese gobierno como Dios.


Hoy en día, muchos cristianos dicen que hay que hacer todo lo que el gobierno manda, y citan Romanos 13:1: «Toda persona se someta a las autoridades predominantes. Porque no hay autoridad sino por Dios, y las autoridades existentes son colocadas por Dios.» ¿Significa eso que debemos tener a las autoridades como dioses, si ellas lo exigen así? – De ninguna manera. El mismo capítulo Romanos 13 continúa así: «(…) ¿Quieres no temer a la autoridad? Haz lo bueno, y tendrás alabanza de ella; porque te es siervo de Dios para lo bueno. Pero si haces lo malo, teme; porque no sin razón lleva la espada, porque es siervo de Dios, vengador para ira contra el que practica lo malo.» (Versos 3 y 4). Aquí dice claramente para qué es el gobierno: Para alabar las obras buenas, y para castigar lo malo. O sea, para administrar justicia, según los criterios de Dios. Sigue siendo Dios, no el gobierno, quien define qué es bueno y qué es malo. Y el gobierno no está para alimentar a los pobres, ni para sanar a los enfermos, ni para educar a los niños, ni para decirnos a quién debemos adorar. Un gobierno que quiere imponer órdenes acerca de esas áreas, está sobrepasando los límites de sus competencias asignadas por Dios. El principio bíblico general es el que enunció Pedro ante el gobierno de Jerusalén: «Hay que obedecer a Dios más que a los hombres.» (Hechos 5:29)
Pablo escribió la carta a los romanos, cuando los emperadores todavía no habían empezado a perseguir a los cristianos. En cambio Juan recibió su visión del Apocalipsis unos 30 a 40 años más tarde, cuando la verdadera naturaleza del imperio romano ya se había hecho muy obvia. Romanos 13 no es la palabra definitiva acerca de las autoridades. Como mínimo, tenemos que considerar también Apocalipsis 13.

Negarse a idolatrar al estado, no es «rebeldía». Rebeldía sería, intentar derrocar al gobierno. Dios nunca dijo que los cristianos hicieran eso. Los cristianos en el imperio romano seguían obedeciendo al gobierno, en todo lo que pudieron obedecer con conciencia limpia ante Dios. Pero se negaron a idolatrarlo.

Tristemente, aun las iglesias evangélicas están preparando a su gente a recibir la marca de la bestia. Ellas mismas enseñan que hay que «someterse bajo la autoridad«, sin examinar, sin hacer preguntas, sin ejercer discernimiento. Esta es una de las señales más llamativas de que vivimos en la apostasía de los últimos tiempos, que está profetizada en 2 Tes.2:3. Solamente los que aman la verdad, serán capaces de detectar y resistir las mentiras que se están difundiendo en estos últimos tiempos (2 Tes.2:10-12).

Daniel y sus amigos se habían «propuesto en su corazón, no contaminarse» (Daniel 1:8), cuando todavía no se encontraban en una situación de vida o muerte. Por eso pudieron mantenerse firmes aun más tarde, cuando sus vidas sí estaban amenazadas. En el mundo occidental, la mayoría de los cristianos todavía no están en peligro de muerte cuando se niegan a aceptar al estado como omnipotente, omnipresente y omnisciente. Pero desde el año pasado, el precio empezó a aumentar considerablemente. ¿Usted ya hizo su decisión fundamental, si va a adorar a Dios o a César? Si no, es urgente que lo piense bien.

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Cómo detectar si te están lavando el cerebro

Hace poco leí el testimonio de alguien que había viajado a Corea del Norte. Entre otras cosas, relató lo siguiente:
«Los oficiales de inmigración están muy diligentemente tipeando en sus computadoras. Pero las computadoras están inoperativas; no hay electricidad.
En las calles de Pyongyang (la capital), uno puede ver policías que están dirigiendo el tránsito. Pero no hay tránsito; no hay carros circulando en las calles.»

Parece de verdad un mundo irreal. Solamente después de un lavado de cerebro, una población entera se somete a tales prácticas irrazonables. – Pero ¿cuán diferentes somos nosotros?
Escuché de una universidad peruana – una bastante prestigiosa – que está incluyendo en sus currículos de pregrado unos cursos tan avanzados que los mismos profesores no son capaces de comprenderlos, ni mucho menos enseñarlos. Los estudiantes no tienen ningún beneficio de esos cursos. Entonces, ¿para qué están en el currículo? – Es solamente para dar la apariencia de que la universidad tiene un «alto nivel académico». Así se espera conseguir alguna acreditación internacional. ¿Acaso es eso menos «irreal» que las actuaciones de los oficiales norcoreanos?

Y eso ya empieza con los niños pequeños. En la actual «educación» a distancia – no es verdadera educación, eso ya es otra actuación irreal -, en la actual escolarización a distancia, bajo el lema engañoso de «Aprendo en casa», los profesores dan a los niños unas tareas tan difíciles que los niños no pueden entenderlas; y en cantidades tan excesivas que los niños no tienen tiempo ni fuerzas para resolverlas, ni siquiera trasnochándose. Es solamente para dar la apariencia de que los profesores estén «avanzando». Pero los niños no están en las condiciones de resolver sus tareas; entonces sus padres tienen que hacerlas, para dar la apariencia de que los niños han aprendido algo.
Y para añadir otra contradiccón: Las disposiciones del gobierno (por lo menos aquí en el Perú) dicen exactamente lo contrario. Dicen que las tareas deben adaptarse a la capacidad y el nivel de comprensión de los niños. Pero las escuelas y los profesores no permiten que se haga así. Exigen tareas excesivas, y hechas a la perfección – hechas por los padres, por supuesto.
Es difícil imaginarse una «educación» más irreal que eso.

¿Y qué decimos de la actual mania de ponerse mascarillas? Se han hecho comparaciones entre el tamaño de un virus, y el tamaño de las pequeñas aperturas en las mascarillas comunes que la gente suele usar. La conclusión fue, que el querer defenderse contra un virus con una mascarilla común, es como usar una malla de pescar en lugar de mosquitero. Pregunte a la gente que se infectó. La mayoría dirán que estaban usando mascarilla – pero igual se infectaron. ¿Por qué entonces la insistencia en esa actuación irreal, hasta el punto de imponer multas a quienes no cumplen?

Cada vez que vemos a la gente aceptar tales «irrealidades» como si fueran la realidad, tenemos que concluir que sufrieron un lavado de cerebro.

Antiguamente, los «lavados de cerebro» se hacían con métodos brutales: campamentos de concentración y de reeducación; exposición forzada a la propaganda las 24 horas al día; golpes y torturas. Eso todavía existe – y todo señala a que eso se volverá a introducir, aun en los países que hasta ahora disfrutaron de relativa libertad.
Pero por mientras, se han inventado métodos mucho más sutiles de lavar los cerebros de la entera población simultáneamente.

Después de la caída de la Unión Soviética, un ruso visitó los Estados Unidos. Le preguntaron: «¿Qué cosas le impresionan en el Occidente?» – El ruso respondió: «La propaganda política. En la Unión Soviética, la propaganda estatal era tan torpe y obvia, que la gente ya no la tomaba en serio. Pero vuestros gobiernos difunden su propaganda de una manera tan sutil que la gente ni siquiera se da cuenta de que es propaganda.»

La propaganda se da la apariencia de ser información. Pero es información seleccionada y editada de manera calculada, para inducir en nosotros ciertos cambios en nuestra percepción, en nuestra manera de pensar y de actuar. Y ahora ya no son solamente las instancias del gobierno que emiten su propaganda. Se han unido los medios de comunicación, y las grandes empresas internacionales que manejan la mayor parte de la internet, para inundarnos constantemente con propaganda.

He aquí unas señales para reconocer la propaganda:

Se mezcla información con opinión.

Antiguamente, el ideal periodístico era la objetividad. Cuando se reportaban hechos y sucesos, los periodistas se esforzaban por representarlos de manera imparcial. Si el periodista deseaba adicionalmente comunicar su propia opinión, lo hacía en un comentario aparte o en una columna de opinión. De esta manera se distinguía claramente entre información y opinión.
Pero durante las últimas décadas nos hemos acostumbrado a que nos sirvan cada información junta con su valoración oficial. En las secciones de noticias, ciertas personas y acciones reciben calificativos como «famoso», «reconocido», «respetado», «heroico», etc. Mientras que otros son tildados de «cuestionable», «controvertido», «irresponsable», «temerario», etc. Ahora los medios de comunicación nos dictan cómo debemos pensar, y cómo debemos sentirnos, respecto a las personas y sus actos. Ya no se nos permite evaluar los hechos por nosotros mismos.
Cuando leas tales noticias, reflexiona: «¿Cómo quieren que yo me sienta acerca de eso? ¿De verdad quiero sentirme así? ¿Existen puntos de vista alternativos para calificar este hecho?»

Todos los medios de comunicación dicen lo mismo.

Antiguamente, existía libertad de la prensa y de la opinión. Cada medio de comunicación podía representar los hechos desde su propia perspectiva. Existían medios «derechistas» e «izquierdistas»; medios que defendían la libertad, y otros que defendían el autoritarismo; medios favorables al cristianismo, y otros que se le oponían; medios dedicados a la política, otros dedicados a la cultura y el arte; etc. Cierto, se ejercía cierta «censura» dentro de cada medio, rechazando ciertas opiniones que se alejaban demasiado de la línea de la redacción. Pero si un periodista no estaba conforme con eso, podía irse a otro medio que tenía una línea distinta. O podía fundar su propio medio.
Ahora, en cambio, ya no se puede distinguir entre un diario y otro, entre un canal de televisión y otro. Todos tratan los mismos temas, desde la misma perspectiva y con la misma opinión. Y todos omiten los mismos temas. (¿Cuándo fue la última vez que Ud. vio o leyó una noticia acerca de la persecución de los cristianos en China? ¿O acerca del juicio contra Julian Assange? ¿O acerca de la corrupción entre los periodistas?)
Ya no existe ninguna discusión abierta entre opiniones divergentes. Aun las «redes (a)sociales» en internet restringen más y más los contenidos que contradicen el narrativo oficial. Con todo eso, es obvio que se está ejerciendo un control y una censura global. La prensa ya no está para informar; está para dirigirnos en la dirección trazada por los poderes en las sombras.
(Nota: En este sitio se encuentran informaciones médicas y estadísticas bien documentadas, que no suelen reportarse en los medios oficiales de comuncación.)

Se censuran y se desacreditan fuentes alternativas de información.

Una forma de censura consiste en limitar las fuentes de información a las «oficialmente aprobadas». En los tiempos de la Unión Soviética, eso se lograba de manera cruda: Simplemente se prohibía todo medio de comunicación que no estaba autorizado por el gobierno. Hoy en día se usan métodos más sutiles para asegurar que los periodistas colaboren con el narrativo oficial. Además, las «redes (a)sociales» han asumido prácticamente una función de gobierno sobre las comunicaciones personales. La censura directa en esos medios todavía no es tan fuerte, pero aumenta diariamente. Además, nos dicen que no confiemos en fuentes de información que no sean «oficiales» – o sea, del gobierno o de los medios de comunicación «respetados», lo que significa asociados con el gobierno. Como si los políticos fueran de la clase de personas conocidas por decir siempre la verdad…

Ya que últimamente bastantes personas se volvieron alertas al hecho de que los medios de comunicación no siempre dicen la verdad, se están propagando ahora los «verificadores» o «fact checkers», que supuestamente detectan noticias falsas. Pero esos «verificadores» a menudo son periodistas asociados al conjunto de medios que son los mismos culpables de difundir noticias falsas y propagandísticas. Seguramente ellos no van a destapar las mentiras de su propia tribu. Revisando esas supuestas «verificaciones», encontramos mayormente afirmaciones sin fundamento. Citan una noticia y dicen: «Esta noticia es falsa», pero no hacen referencia a ninguna fuente original que demostraría la falsedad de la noticia. Tengo que creer al verificador, por el mero hecho de que él mismo se atribuyó la función de «verificador».
– O refutan algún punto marginal de una noticia, sin siquiera hacer referencia al punto principal. «Una noticia pretende que 52 alumnos educados en casa, que participaron en una evaluación oficial de matemática, alcanzaron un promedio 17 puntos porcentuales por encima de los alumnos de las escuelas estatales. Esta noticia es falsa. La evaluación fue en aritmética, no en matemática.» – Este es un ejemplo ficticio, pero ilustra los métodos que se usan para desacreditar noticias políticamente incómodas.
Tenemos que verificar críticamente a los verificadores.

Mensajes sumamente emocionales.

Las emociones fuertes anulan la capacidad de analizar racionalmente. Por eso, la propaganda se esfuerza por incitar emociones:
– El pánico ante un peligro (sea real o imaginario). Se muestran las imágenes más horrorosas; se inflan desproporcionadamente unos casos anecdóticos de personas que sucumbieron a algún riesgo; se insinúa que todos vamos a morir (o sufrir un grave daño) si no nos sometemos bajo las órdenes que recibimos, no importa cuan irrazonables sean.
– El odio hacia un grupo que se percibe como enemigo. Una vez que se ha decidido desacreditar a cierto grupo de personas, los medios culpan a esas personas de todo mal. Se esfuerzan por encontrar casos de tales personas que cometieron crímenes, causaron la propagación de enfermedades, participaron en la corrupción, etc; y entonces dan mucha prominencia a las noticias acerca de esos casos. (Un ejemplo reciente es la manera como los medios de comunicación están pintando las iglesias y las familias como «focos infecciosos» – mientras que, por ejemplo, nadie se tomó la molestia de investigar cuántas personas se infectaron en hospitales.)
– Una adulación religiosa hacia aquellas personas o grupos que son claves en difundir el narrativo oficial y cumplir el plan oficial. Hasta se instituyen ritos de «adoración» hacia tales personas – como en algunos países recientemente el aplauso ritual para los médicos. (Pero obviamente, si un médico se atreve a publicar su experiencia clínica que contradice el narrativo oficial, inmediatamente cae en desgracia y pierde su trabajo. Los sacerdotes de la nueva religión médica no toleran a disidentes en sus filas.)

Un claro ejemplo histórico de estos mecanismos fue la propaganda nazi en la década de los 1930. Primero, los nazis se enfocaron en la derrota de Alemania en la Primera Guerra Mundial, y evocaron el miedo de que los países europeos estarían planeando una nueva destrucción de Alemania. Después difundieron supuestas evidencias de que los judíos estarían detrás de una tal conspiración internacional contra Alemania; y así incitaron el odio contra los judíos. Y se presentaron a sí mismos, el partido nazi, como el «salvador» que iba a liberar a Alemania de esos peligros. Instituyeron rituales de aclamación pública al «Fuhrer». Con todo eso lograron que los alemanes rindiesen voluntariamente todas sus libertades, y que aun el parlamento otorgase poderes dictatoriales al gobierno nazi. No hubo necesidad de ninguna revolución; la propaganda fue suficiente. Pero sabemos también que, apenas que ellos tuvieron el poder, comenzó el terror.

Uso de «palabras cargadas».

La propaganda repite ciertas palabras claves que comunican una obligación de cumplir con ciertas órdenes, o que sirven para desacreditar públicamente a los oponentes. Eso se logra, «cargando» la palabra con significados adicionales, más allá de su significado original.
Una de esas palabras es, por ejemplo, «salud pública». ¿Quién no querrá que el «público» esté sano? Y con eso, el «público» acepta muchos mensajes adicionales: Que la salud no sería un asunto personal, que sería un asunto de la política del estado. Que te pueden culpar por el estado de salud de tu vecino o de tus clientes. Que el estado tendría el derecho de discriminarte y hasta castigarte, en base a tu estado de salud. Que el estado tendría el derecho de imponer ciertos tratamientos médicos como obligatorios, y de prohibir otros. (En una sociedad libre, cada uno es libre de escoger de quién solicitar tratamiento médico; y el paciente y su médico deciden en mutuo acuerdo acerca del tratamiento. Incluso se sugiere que en caso de duda, el paciente busque una segunda opinión de otro médico. Pero en un país que aceptó el narrativo de la «salud pública», el estado decide sobre tu cuerpo.)
Últimamente surgieron algunas nuevas palabras cargadas para reforzar este narrativo, tales como «buena ciudadanía» y «bioseguridad». Dejo al lector la tarea de investigar cuál fue el significado original de esas palabras, y cuáles son las «cargas» que recientemente se han impuesto sobre ellas.

No importan los hechos, el narrativo oficial siempre gana.

Con un poco de retórica, casi cualquier noticia se puede interpretar a favor del narrativo oficial.

Si los niños aprenden algo en la actual educación a distancia, por supuesto que es porque el programa del gobierno funciona. (No puede ser el mérito de los padres que llevaron toda la carga…)
Si los niños no aprenden nada, es porque los padres no colaboraron lo suficiente.

Si el número de nuevos infectados se reduce, es porque las medidas represivas del gobierno tienen éxito; hay que continuar así.
Si el número de nuevos infectados aumenta, es por culpa de quienes desobedecen las medidas del gobierno; entonces hay que imponer aun más represión.

Nadie se detiene para analizar por qué es que el Perú, uno de los primeros países en imponer las más drásticas restricciones y castigos, recientemente saltó al puesto mundial número 1 en muertes, relativo a la población. No se permite que los hechos hablen; así o así se tiene que sostener el narrativo oficial.

Cambios repentinos del narrativo.

Hasta hace poco, los defensores de la escolarización total hablaban mucho de la «socialización.» «Los niños tienen que ir a la escuela para que se socialicen.» – «Los niños educados en familia crecen en una burbuja.»
¿Dónde están ahora todas esas voces? Se quedaron calladas. Al contrario, ahora exigen que los niños sean educados en una especie de burbuja tan extrema como ninguna familia educadora jamás lo propuso: aislados aun de sus amigos, vecinos y familiares más cercanos, sin conocer nada del mundo que los rodea, excepto lo que les llega de manera filtrada a través de un canal de internet o de televisión controlado por el gobierno. Los niños son ahora condenados a crecer en un mundo completamente virtual, irreal, que es cada vez menos coherente con el mundo real.

Hasta hace poco, hubo una gran histeria acerca del uso del plástico. «El plástico destruye el ecosistema»; «el plástico nos está envenenando». Se impusieron prohibiciones y nuevos impuestos sobre las bolsas de plástico.
Ahora, al contrario, la humanidad produce miles de toneladas de basura de mascarillas y guantes desechables, hechos de materiales dañinos para el medio ambiente, y por supuesto con sus bolsas de plástico correspondientes. Y las multitudes que antes vociferaban y entraban en pánico por la contaminación con el plástico, ahora al contrario propagan el uso de esos productos.

Parece que la mayor parte de la humanidad acepta sin cuestionar esos cambios irrazonables en los comunicados oficiales, y en los mensajes que transmiten los medios de comunicación. Mucha gente está ahora dispuesta a aceptar dichos tan irrazonables como este lema de un gobierno regional de Australia: «Staying apart keeps us together» («Distanciarnos nos mantiene juntos»). Eso es otro síntoma de que somos víctimas de una operación de propaganda de la máxima escala.

No aceptemos cualquier información que nos llega por los medios de comunicación, los políticos, o los currículos escolares. Investiguemos por cuenta propia. Apliquemos el principio bíblico: «Examinen todo, retengan lo bueno.» Gente que no razona, que no analiza, quedará reducida a esclavitud.

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Ya no somos libres

En estos días se conmemora la independencia del Perú, y por todas partes se escucha el himno nacional: «Somos libres …» Pocos se dan cuenta de lo absurdo que es cantar este himno en la coyuntura actual. Ya no existe libertad para trabajar; ya no existe libertad para viajar; ya no existe libertad para reunirse. Ni siquiera existe la libertad de celebrar la supuesta «libertad» con los desfiles acostumbrados. Entonces ¿cómo vamos a cantar «Somos libres»? Es completamente incoherente.

– «Estamos en una emergencia», me dirán. Pero como he señalado en un artículo anterior, esa clase de emergencias siempre ha existido, y nunca se usó como pretexto para quitarnos nuestras libertades más fundamentales. Por ejemplo la tuberculosis cobra 1’600’000 (un millón seiscientas) víctimas mortales cada año (confirmadas, no sólo «sospechadas»). Pero siempre se consideraba, de manera razonable, que es responsabilidad de cada uno cómo protegerse contra los riesgos del contagio.

– Otros quizás señalarán que «ya estamos en una reactivación económica», que «ya se puede trabajar y viajar, cumpliendo ciertos protocolos de seguridad». Sí, así dice la propaganda del gobierno y de los diarios y noticieros. Pero muchos podrán testificar de que esa no es la realidad. No es suficiente cumplir con los protocolos: también necesitas un permiso oficial donde el gobierno acredita que estás cumpliendo los protocolos. Si ya es complicado cumplir con los protocolos, conseguir ese papel de la burocracia estatal es todavía mucho más complicado. Así que, aun lo que supuestamente es permitido, en la práctica no lo es.

Otro aspecto es que la libertad nunca les importaba realmente a la mayoría de los peruanos.
La historia de la emancipación del Perú comienza con la rebelión de Túpac Amaru II en la sierra sur. Él se levantó contra los gobiernos coloniales locales; después juntó un ejército y marchó contra Cusco para tomar la ciudad. ¿Qué sucedió? Los cusqueños se levantaron en armas contra Túpac Amaru, defendiendo a los españoles. Túpac Amaru tuvo que huir y esconderse, fue traicionado por uno de sus propios hombres, y cruelmente ejecutado por los españoles. Así acabó el primer intento peruano de conseguir la libertad.
Tuvieron que llegar unos extranjeros, el argentino José de San Martín y el venezolano Simón Bolívar, para luchar exitosamente por la independencia. No conozco a otro país fuera del Perú, que celebra como los héroes de su independencia a dos extranjeros. Y después de lograrlo, ¿qué hicieron los peruanos para expresar su nueva «libertad»? – Eligieron a Bolívar como dictador vitalicio. O sea, se negaron a asumir la responsabilidad por su nación recién liberada, y prefirieron continuar bajo una dictadura «desde afuera».
Así, cada página de la historia peruana testifica de ese extraño rechazo contra la libertad, y del deseo peruano de vivir sin asumir responsabilidad, pero también sin libertad. (Vea también acerca de este tema: «Las ovejas heridas del Perú».)

Hasta hace poco, se podía hacer una comparación con otros países, para darse cuenta de que la actitud peruana hacia la libertad está lejos de lo normal. Se podía señalar, por ejemplo, que en la Constitución estadounidense ni siquiera existe el «estado de emergencia». Eso es porque los fundadores de los EEUU estaban muy conscientes de los peligros: Si al gobierno se le dan facultades extraordinarias, ese gobierno se convertirá en una dictadura. Por más que las medidas parezcan justificadas por una emergencia nacional: Un país que valora su libertad, no concede facultades dictatoriales a su gobierno. – Se podía señalar también que en Suiza, los gobiernos no pueden hacer decisiones de mayor envergadura, sin que sean aprobadas en una votación popular. Y cuando el pueblo ha votado acerca de un proyecto de ley, la ley entra en vigor tal como se votó; no puede posteriormente ser alterada por el parlamento o por el ejecutivo. Este mecanismo opera tanto al nivel nacional como también al nivel regional y municipal.
Estos ejemplos sean suficientes para demostrar que los conceptos peruanos de «libertad», «democracia», y «estado de derecho» son insuficientes y mutilados, en comparación con países que establecieron estos conceptos en su forma original.

Así se podía argumentar hasta hace poco, dije. Pero ahora la situación se ha agravado, porque aun aquellos países que eran protagonistas de la libertad, del derecho y de la democracia, han cedido ante la presión mundial de instituir modelos dictatoriales. Una entera cultura de libertad y responsabilidad, que existía en el mundo occidental durante varios siglos, ha desaparecido. Ya no será posible, conocer ejemplos de esa cultura en vivo y directo. Ahora solamente se la puede encontrar en los libros de historia. Y es probable que pronto se tomarán medidas para borrarla también de allí.

Una de las características más resaltantes de una dictadura, es la censura de las informaciones y opiniones. El gobierno y los medios de comunicación presentan información sesgada, con el propósito de promover un narrativo específico en apoyo a las políticas del gobierno. O sea, lo que pasa por información, es en realidad propaganda. Y se hacen esfuerzos por impedir la publicación y el acceso a informaciones y opiniones divergentes.
De hecho, muchos ya no tienen ni siquiera la libertad de opinar. Diversos funcionarios estatales, médicos, periodistas, y otros personajes de la vida pública fueron despedidos, castigados, o difamados, por divulgar informaciones y opiniones contrarias a las políticas del gobierno.
Un estado libre y de derecho se fundamenta sobre la discusión abierta de todos los puntos de vista. Una sociedad que suprime esa discusión, ya no puede llamarse libre, ni «de derecho», ni democrática.

Ya no son solamente los gobiernos nacionales quienes nos quitan la libertad. Incluso, muchos gobernantes son ellos mismos víctimas de la propaganda. El verdadero «gobierno» incluye ahora a los organismos internacionales, a ONGs y a las poderosas empresas transnacionales, dirigidos por personas que no fueron elegidos por nadie. Así también la idea de la independencia y soberanía nacional se está convirtiendo más y más en una ficción: Los gobiernos nacionales están sujetos a presiones contra las cuales no pueden defenderse.

El Señor Jesús dijo: «Si ustedes permanecen en mi palabra, serán verdaderamente mis discípulos, y conocerán la verdad, y la verdad les liberará.» (Juan 8:31-32.) Aquí vemos que hay una estrecha conexión entre la libertad y la verdad. Jesús habla en primer lugar de la verdad acerca de Él mismo, y de conocer al Dios verdadero. Pero podemos extender el principio a todo lo que es verdadero: Las personas que conocen la verdad, no se dejan esclavizar tan fácilmente. Y viceversa: Una sociedad libre no impide a sus ciudadanos buscar y conocer la verdad. En particular, no les impide descubrir si su gobierno les está mintiendo. No hay libertad sin la verdad; y no se puede conocer la verdad donde no hay libertad.

Tenemos también la siguiente profecía respecto a la llegada del «hombre del pecado»: «[Llegará …] en todo engaño de la injusticia entre los que serán destruidos, porque no aceptaron el amor de la verdad para que fueran salvos. Y por esto Dios les enviará una energía engañosa para que ellos crean la mentira, para que sean juzgados todos los que no creyeron en la verdad, sino que les gustó la injusticia.» (2 Tesalonicenses 2:10-12.)
O sea, la dictadura mundial de los últimos tiempos será precedida por un tiempo en el cual la gente será engañada por muchas mentiras. ¿Y por qué creen en las mentiras? – Porque no amaron la verdad. Las personas que disfrutan de hablar y practicar mentiras, serán ellas mismas engañadas con mentiras. Eso incluye aun a muchos que se identifican como «cristianos». Un cristiano verdadero, nacido de nuevo, no ama ni practica la mentira. Pero aun dentro de las iglesias hay muchos que no nacieron de nuevo, y que siguen amando la mentira. Su participación en la iglesia no los protegerá contra el engaño. Es necesario nacer de nuevo.

Las mentiras para justificar un gobierno autocrático, también tienen una larga tradición histórica en el Perú. Los Incas se ganaron el corazón de los pueblos, diciéndoles que eran hijos del dios Sol, enviados por él para conquistarlos. De manera muy similar, los españoles justificaron la conquista, diciendo que habían venido por encargo del papa como representante de Dios. Y en tiempos recientes, ¿no han ganado muchos presidentes las elecciones con el cuento de combatir la corrupción, siendo ellos mismos los más implicados en la corrupción?

Con eso hemos vuelto al inicio de nuestras reflexiones. Cantar «Somos libres» cuando ya no lo somos, ¿acaso no sería otra mentira más? ¿No nos acostumbran tales actos a aceptar más y más mentiras, y a dejarnos dominar por cualquier poder mentiroso?

¿Por qué menciono todo eso en un blog sobre educación? – Nuestros hijos están expuestos a toda esa propaganda de los últimos tiempos. Aun si los educamos «fuera del sistema», igual escucharán lo que dicen los medios de comunicación. Y si están en un programa escolar convencional, mucho más serán adoctrinados con propaganda engañosa. Tenemos que enseñarles cómo evaluar las «informaciones» y noticias que reciben; cómo distinguir entre verdad y mentira, entre información y propaganda. Tenemos que enseñarles que la verdad y la integridad valen más que el «estar conformes».
El tiempo de las fiestas patrias es además una oportunidad para enseñar acerca del valor de la independencia y de la libertad. Y para aprender de la historia – aun si nuestros antepasados a menudo hicieron un papel poco favorable, por lo menos aprender de sus fallas, para no repetir sus errores.

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¿¿Escuelas públicas??

La discusión acerca del sistema escolar es constantemente oscurecida por el uso propagandístico de ciertos términos que en realidad tienen un significado muy distinto. En este respecto he señalado en repetidas ocasiones como la palabra «educación» está siendo abusada por los proponentes de una escolarización total. «Educación» no significa «escuela»; y el supuesto «sistema educativo» no tiene derecho de llamarse así, porque este sistema solamente «escolariza», pero no «educa». (Vea «Por qué las escuelas no educan«.) Es un engaño al público cuando se hace aparentar que «educación» sea equivalente a «escuela». Deberíamos correctamente hablar de un «sistema escolar«, pero no de un «sistema educativo», cuando nos referimos a lo que el estado y las escuelas hacen.

En esta oportunidad deseo señalar otra palabra que fue igualmente puesta al servicio de una propaganda no honesta, y usada en un contexto contrario a su significado verdadero. Es la palabra «escuela pública».

Según el diccionario, «público» significa «perteneciente a todo el pueblo», y «sometido al examen de gentes ajenas al círculo de la intimidad». Una «plaza pública» es un plaza donde todo el mundo tiene acceso; todo el mundo puede usarla. Una «audiencia pública» es una audiencia donde todo el que quiere puede entrar y ver y escuchar lo que sucede allí. Pero todavía no he visto a ninguna «escuela pública» que fuera realmente «pública» en el sentido mencionado.
Ninguna «escuela pública» permite a «gentes ajenas al círculo de la intimidad», entrar a un salón de clases y observar cómo enseña el profesor allí. Ni mucho menos permite a «gentes ajenas» hacer un «examen» de sus actividades. La «escuela pública» no rinde cuentas a nadie que no sea parte del mismo sistema escolar.
En teoría y según todo derecho, los padres son los encargados y responsables de la educación de sus hijos. Pero un padre que tiene a sus hijos en una «escuela pública», no recibe acceso ni siquiera al aula donde estudia su propio hijo. Siendo parte del «público», ¡este padre se ve incomunicado de su hijo por la «escuela pública», durante la mayor parte del día! En realidad estas escuelas deberían llamarse «privadas», porque allí los padres se ven privados de su derecho de velar por la educación de sus hijos.
¿Y qué de «perteneciente a todo el pueblo»? Las «escuelas públicas» no pertenecen al pueblo; pertenecen al «ministerio de educación» (correctamente debería llamarse «ministerio escolar»). Es el ministerio de educación y sus dependencias locales que nombran, contratan o despiden profesores; el «pueblo» no tiene voz ni voto en esos procesos. (A diferencia de países como Estados Unidos o Suiza, donde tradicionalmente las «escuelas públicas» son administradas por gremios elegidos democráticamente por todos los ciudadanos habitantes del distrito respectivo. Pero también en esos países, esta tradición democrática se debilita cada vez más.)
Las «escuelas públicas» almacenan grandes cantidades de materiales educativos a los que ni siquiera sus propios alumnos tienen acceso. La mayoría de las escuelas secundarias tienen laboratorios de química, física y biología; pero como reportan los alumnos, casi nunca reciben la oportunidad de realizar algún experimento o alguna investigación en estos laboratorios. – El «ministerio de educación» del Perú hizo repartir grandes cantidades de regletas Cuisenaire y otros materiales de matemática a las escuelas primarias; pero los alumnos nunca pueden usarlos, sea porque los profesores no tienen idea de como usarlos, o porque tienen miedo de que los alumnos podrían perder o malograrlos. Si esas escuelas fueran «pertenecientes a todo el pueblo», ¿por qué el pueblo no tiene acceso a sus pertenencias?

En resumen, el «público» en general no tiene acceso ni uso ni derechos en las así llamadas «escuelas públicas». Por tanto, en el nombre de la honestidad, ya no usemos esta palabra. Llamemos esas escuelas con su nombre correcto, que es «escuelas estatales» o «escuelas gubernamentales», porque eso es lo que son: escuelas administradas por el gobierno estatal. De «públicas» no tienen nada.

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