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Educación para la irresponsabilidad

En el artículo anterior mencioné que el maltrato produce irresponsabilidad. Pero el maltrato no es el único factor en esta forma de educar, que produce una entera sociedad irresponsable. Mencionaré tres otros ingredientes que observo con frecuencia en la educación peruana, tanto en el sistema escolar como en las familias:

Imprevisibilidad y arbitrariedad

Muchas familias no mantienen ningún orden previsible en sus actividades, en sus reglas de conducta, y en las responsabilidades de cada miembro de la familia. Aunque los padres esperan de sus hijos que les ayuden en los quehaceres de la casa, pero no les asignan ninguna responsabilidad definida. En cambio, pueden llamarlos en cualquier momento del día, de manera completamente imprevisible: «¡Ven a pelar las papas!» – «¡Anda a comprarme unos clavos, los necesito ahora!» – «¡Ven a barrer el piso!»

De manera similar, en muchos hogares no existe orden en el horario diario. No existe hora para levantarse; los niños tienen que levantarse cuando su mamá los hace despertar. Un día, eso puede ser a las cinco y media de la mañana; otro día a las cuarto para las ocho, cinco minutos antes de que tengan que irse a la escuela. – Cuando regresan de la escuela, los niños no pueden saber si habrá almuerzo en la casa: quizás hay un almuerzo listo; quizás tienen que esperar una hora hasta que esté listo; quizás no hay nadie en casa, y los niños tienen que prepararse algo ellos mismos, o tienen que ir al restaurante.

El problema no está en que los niños tengan que ayudar en la casa. El problema consiste en que no se les da ninguna oportunidad de comprometerse con un deber regular, constante, y de cumplirlo con responsabilidad. ¿Para qué sentirme responsable, si lo que hoy fue mi deber, mañana ya no lo es? ¿Para qué disciplinarme para levantarme a la hora, si «la hora» no existe, y nunca puedo saber a qué hora me harán levantar el día siguiente?

Aun en las escuelas, a menudo reina la misma clase de arbitrariedad. Exámenes anunciados se suspenden de un día al otro, o los temas se cambian arbitrariamente. Entonces, ¿para qué prepararse? – Profesores asignan trabajos individuales o grupales, y en medio del trabajo cambian arbitrariamente las condiciones; y después de la entrega, los califican según criterios otra vez distintos de los anunciados. Entonces, ¿para qué esforzarse?
Todas estas prácticas destruyen la motivación de los alumnos, y les enseñan que es mejor ser irresponsable, en vez de ser diligente y cumplido.

El micromanejo

Este punto está de cierta manera relacionado con el anterior. Algunos padres quieren «manejar» y controlar cada detalle en la vida de sus hijos: cómo deben vestirse, qué jugetes deben tener, con quiénes jugar, con qué colores pintar, cuál comida debe gustarles y cuál no, etc. No me refiero con eso al tener ciertas reglas fijas en la casa. Me refiero a que en cualquier momento, los padres dicen arbitrariamente cosas como: «Anda a tu cuarto y juega con tu hermano.» – «Ponte la camisa amarilla.» – «No uses este color al pintar.» – «Deja de jugar con esa muñeca.» – Etc.
O sea, los padres se creen los encargados de prescribir a sus hijos minuciosamente, en cada momento, lo que deben hacer o no deben hacer. Con eso impiden que los niños aprendan a hacer decisiones, a manejar ellos mismos su vida, a asumir compromisos y cumplirlos.

¡Y cuánto más la escuela! Tantos profesores creen que se va a «perder la disciplina» si no mantienen un control estricto y minucioso sobre la manera cómo se sientan los alumnos, los colores que usan al escribir en sus cuadernos, en cuál cuadrícula colocar el título y cómo subrayarlo, etc. etc. No extraña que esos alumnos, tan pronto como escapan de ese ambiente de micromanejo, exhiban un comportamiento de lo más indisciplinado. Observe a unos grupos de alumnos en la calle, inmediatamente después de la salida de su escuela, y sabrá a qué me refiero.

Exigencias irrazonables

Los niños escolares son sometidos a unas exigencias completamente inapropiadas a su edad y su nivel de comprensión. Es irrazonable, exponer a niños de primaria a textos escolares escritos en un lenguaje tan técnico y abstracto que no lo pueden entender. Es irrazonable, exigir que los niños de nueve años aprendan a resolver ecuaciones. Es irrazonable, exigir que un niño después de siete horas en la escuela pase todavía otras cinco horas haciendo tareas en casa. (No es una exageración. He conocido a niños de diez años, que regularmente fueron obligados a quedarse hasta la medianoche haciendo tareas.)

En este respecto, veo en las publicaciones del ministerio de educación, que por lo menos unas cuantas personas se han dado cuenta del problema, y están intentando contrarrestarlo. Dicen por ejemplo, que en los jardines de infancia no se deben trabajar la lectura y escritura formal, ni operaciones matemáticas. Y que el juego y el movimiento al aire libre son importantes para el desarrollo del niño. Pero la alianza de padres y profesores demasiado ambiciosos, y funcionarios locales ignorantes de una buena educación, impiden que se cumplan estas buenas intenciones.

La Biblia dice: «Padres, no provoquen a sus hijos, para que no se desanimen.» (Colosenses 3:21) Las exigencias irrazonables son provocaciones que conducen al desánimo. Nadie se va a esforzar seriamente por una meta que desde el principio es inalcanzable.

Salidas ilícitas

¿Qué hacen los profesores, cuando sus alumnos no pueden cumplir con esas exigencias irrazonables? – Les proveen una salida para cumplir «según la apariencia», aunque no en realidad. Los alumnos pueden llorar y pedir clemencia, y entonces el profesor «les hace un favor» y les aumenta su nota. O pueden sobornar al profesor, y de esta manera «comprarse» una nota mejor. O pueden copiar los resultados de los muy pocos alumnos que sí son capaces de cumplir con las exigencias. O si es un trabajo en casa, pueden buscar las respuestas en internet.
Conocí a una alumna que tenía muchas dificultades en matemática. Cada día, su profesora le daba la misma tarea: Copiar a su libro de trabajo las soluciones desde la clave de respuestas. Así, la niña tenía todo resuelto «según la apariencia» – pero por supuesto que no aprendió nada de matemática.

Lo mismo sucede en la sociedad «en lo grande». Cuando las exigencias son imposibles de cumplir, es necesario proveer alguna otra salida. ¿Qué haría una universidad, si ninguno de sus estudiantes logra aprobar los exámenes? ¿Qué haría una ciudad sin empresas, porque nadie puede cumplir los requisitos de los trámites para la constitución de una empresa? ¿o sin choferes, ya que nadie logra aprobar el examen de manejo? En estas situaciones, la sociedad no podría sobrevivir sin esas salidas ilícitas que permiten cumplir «según la apariencia»: el tráfico de influencias, los sobornos, los engaños y las falsificaciones; o para quienes no tienen esas posibilidades, la informalidad y la clandestinidad.

Esta es la mezcla tóxica que engendra la irresponsabilidad y la corrupción: las exigencias irrazonables, y la oferta de salidas ilícitas. Es una plaga que afecta a la sociedad entera. Pero todo comienza en el sistema escolar, donde se acostumbra a los niños desde una edad temprana a que la sociedad «funciona» así.

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El síndrome de Estocolmo y la educación peruana

Hace poco, la siguiente noticia me llamó la atención:

«Con pancartas en mano y arengas, un grupo de personas se reunió en la puerta del local de la Ugel Sur (autoridad local del sistema escolar peruano), en el distrito de José Luis Bustamante y Rivero en Arequipa, exigiendo “justicia” para el docente Ernesto Murillo Laura. Este último es investigado por la Fiscalía por golpear a sus estudiantes por no hacer la tarea.

Según contaron 18 alumnos de la institución educativa Santa María de la Paz, su profesor de matemática, Murillo Laura, los agredió con un palo, provocando que algunos de ellos terminen llorando o quejándose por el dolor.
De acuerdo a las investigaciones de la Fiscalía Provincial Civil y Familia de Paucarpata, los alumnos presentaban hematomas en los brazos y piernas, así como en la cabeza. Los exámenes médicos determinaron que un grupo de los estudiantes requeriría hasta tres días para sanar.

Enterados de las denuncias, la mañana de este viernes, un grupo integrado por padres de familia y exalumnos del colegio Santa María de la Paz, realizaron una manifestación exigiendo que el docente Ernesto Murillo sea repuesto en su trabajo. Esto debido a que las autoridades de la Gerencia Regional de Educación de Arequipa lo suspendieron hasta que culminen las investigaciones.

Una de las madres asistente defendió al profesor asegurando que ella inclusive autorizaba al docente para corregir a su hijo si no cumplía sus tareas o llegaba tarde a clases. «Si lo tiene que rajar, rájelo”, le había dicho la mujer a Ernesto Murillo.

En tanto, un grupo de exalumnos de la promoción 2017 de la I.E. Santa María de la Paz mostró su respaldo al docente asegurando que siempre les prestó apoyo cuando lo necesitaron y que incluso es un profesor ejemplo. Uno de los jóvenes, le dirigió unas palabras al maestro agradeciendo las reprimendas.»

(Diario «La República», Lima, 17 de mayo de 2019)

Maltrato inexcusable

Ahora, éste es un caso claro de maltrato; incluso bordea a tortura. Aun los más ardientes defensores de castigar físicamente a los niños, ¡no podrán sostener que eso implique infligirles «hematomas que demoran tres días en sanar»! Y si uno quisiera argumentar con la Biblia (como es apropiado en un blog sobre educación cristiana), es cierto que hay algunos pasajes que se podrían interpretar en el sentido de un castigo físico (¡aunque no hasta el punto del maltrato!). Pero ésos se refieren exclusivamente al trato de los padres con sus hijos; no dan derecho a nadie a castigar a los hijos de otra gente. Y se refieren únicamente a lo que la Biblia llama «necedad»; o sea la obstinación deliberada, cuando alguien permanece en una actitud claramente pecaminosa, negándose a escuchar y a cambiar. Además, en el entorno hebreo, la responsabilidad disciplinaria de los padres por sus hijos terminaba cuando éste celebraba su «Bar Mitzwa», o sea, a los trece años de edad.

Nada de eso se puede aplicar a la situación referida. No se trataba de una situación entre padres e hijos. Y no se trataba de una actitud obstinada de parte de los alumnos. A lo máximo se trataba de simples negligencias, tales como olvidar sus tareas. Y según los testimonios que escucho de los alumnos del sistema escolar, sé que muy a menudo son castigados por cosas que ni siquiera son culpa de ellos: por no entender un tema (y en consecuencia no poder hacer su tarea); por tener una nota baja en un examen (a pesar de sus mejores esfuerzos); o incluso por asistir a la escuela sin uniforme (aunque la ley dice que a nadie se le puede obligar a usar el uniforme escolar). Nada de eso es una «maldad» por parte del alumno, y por tanto no merece ningún castigo. Pero en el sistema peruano está todavía demasiado arraigada la idea de que toda dificultad académica sea la culpa del alumno; se le grita «¡¿Por qué no estudias?!»; y padres y profesores no se detienen para considerar que quizás le están imponiendo unas exigencias completamente irrazonables. Este sistema castiga al pez porque no logra trepar un árbol, y al mono porque no logra nadar.

Además, la noticia se refiere a alumnos de secundaria, o sea adolescentes, ya no niños. Todo buen pedagogo sabe que con alumnos de esa edad, un buen educador fundamenta sus decisiones, llega a conclusiones dialogando, y no aplica medidas de fuerza bruta. Lo cual es confirmado también por la sabiduría del pueblo hebreo con su institución de «Bar Mitzwa».

Lo que causa el síndrome de Estocolmo en las víctimas

¿Por qué entonces unos exalumnos y padres se ponen a defender a la persona que cometió tales maltratos, y que ahora tiene que sufrir las consecuencias justas de sus actos? ¿Significa eso que el maltrato no era tan malo; que no hizo daño a las personas afectadas? – Al contrario. El daño fue aun más grande de lo que ellos se imaginan. El maltrato no solamente dañó su cuerpo; además indujo en ellos un trastorno psicológico poco frecuente, que es conocido bajo el nombre de «Síndrome de Estocolmo».

Este síndrome fue investigado por primera vez en 1973, en la ciudad sueca de Estocolmo. Los asaltantes de un banco habían mantenido como rehenes a cuatro personas durante seis días, y los amenazaban de muerte. Cuando llegó la policía para liberarlos, los rehenes se pusieron del lado de los asaltantes, y los defendieron contra la policía. También en el juicio contra los asaltantes, los rehenes testificaron a favor de ellos.

Se llegaron a conocer otros casos, donde las víctimas de extrema violencia tomaron partido a favor de los agresores. El síndrome de Estocolmo se ha observado, entre otros, en víctimas de secuestros, prisioneros de guerra, miembros de sectas, y frecuentemente en víctimas de violencia doméstica.
Psicológicamente, se explica como un mecanismo de negación o de disociación cognitiva, para poder soportar una situación extremamente dolorosa que la víctima no puede controlar ni evitar. Trágicamente, este síndrome persiste aun después de que la situación de violencia ya pasó. Así lo demuestra el caso de los rehenes de Estocolmo, y también el caso de los exalumnos mencionados en la noticia arriba. Aun años después de los maltratos, los afectados por el síndrome de Estocolmo salen en defensa del agresor que los victimizó.

El fin no justifica los medios

Quizás alguien me dirá que no se puede comparar un profesor con un asaltante. «El profesor hace un bien a sus alumnos, porque les imparte educación.» – Pero el asaltante que toma rehenes, también les hace bien: por ejemplo, los alimenta, y les provee un lugar donde dormir. ¿Acaso justifica eso el mal que les hace? Igualmente tenemos que preguntar: ¿El «bien» de impartir educación, acaso justifica torturar a los alumnos? ¿Acaso no existen otras maneras de educar?

No conozco al profesor mencionado en la noticia, así que no puedo opinar acerca de su motivación. Pueden existir unos profesores tan mal orientados que sinceramente creen que al maltratar a sus alumnos les hacen un bien. Pero aun si eso fuera el caso: ¿acaso los golpes duelen menos cuando son «bien intencionados», o cuando proceden de ignorancia pedagógica? Y si los alumnos necesitan una corrección cuando no tienen sus tareas hechas, ¿acaso no necesita también un tal profesor una corrección, cuando maltrata a sus alumnos?

Y existen también profesores cuya motivación es menos buena. Algunos «imparten educación», no porque fueran personas buenas; lo hacen simplemente porque tienen que hacer algo para ganarse la vida. Otros lo hacen porque disfrutan de ejercer control sobre otros y dominar sobre ellos.

Y no hay que subestimar las rivalidades que existen entre profesores, y entre escuelas – a menudo incentivadas por un sistema de calificaciones que es tan injusto con los profesores, como lo es con los alumnos. De diversas maneras, profesores y escuelas son premiados cuando sus alumnos muestran un «rendimiento» alto, y son castigados cuando el «rendimiento» es bajo. Eso hace que muchos profesores se preocupen más por su propia reputación y la de su escuela, en vez del bienestar de sus alumnos. Los alumnos se convierten en esclavos que tienen que trabajar para que el profesor avance en su carrera.
Otra consecuencia triste es que muy pocos profesores se disponen voluntariamente a trabajar con alumnos que tienen dificultades de aprendizaje, porque el sistema no los premia por este esfuerzo. Así que justo aquellos alumnos que necesitarían el mayor apoyo, son aun más marginados y maltratados.

¿Hay que ser agradecido por el maltrato?

Un día mi esposa me preguntó: «¿Qué podemos responder a las personas que dicen que son agradecidas por el maltrato que sufrieron en su niñez, porque dicen que gracias a eso han tenido éxito en la vida, han llegado a ser profesionales, etc?» Parece que esos casos son bastante frecuente. Me contó también de otro caso, de una persona que había estudiado tres carreras, pero no concluyó ninguna y sigue hasta hoy sin profesión, y que dijo: «Si mis padres hubieran sido más duros conmigo, yo hubiera terminado mi carrera, y tendría una mejor vida ahora.»

Yo preguntaría a una persona así: «Qué piensas, ¿qué dice eso acerca de tu propio carácter?» – A la edad de abandonar una carrera, uno ya es adulto(a). Tiene una edad donde se espera que una persona sea capaz de gestionar su propia vida, y de responsabilizarse de sus propias decisiones y actos. Si alguien manifiesta que a esa edad necesita todavía un papá, una mamá, o un profesor corriendo tras ella con un palo para que cumpla sus deberes, esa persona testifica que tiene un carácter irresponsable, y que deliberadamente ha escogido seguir siendo irresponsable. Porque las personas responsables asumen ellas mismas la responsabilidad por sus decisiones; no buscan culpar a sus padres o a otras personas.

El maltrato no produce un carácter responsable. En algunos produce un carácter muy sumiso, dependiente, e inmaduro. En otros produce un carácter rebelde y vengativo. Pero no puede producir responsabilidad; porque el maltrato aniquila la voluntad propia, y sofoca la capacidad de hacer decisiones y de responsabilizarse de ellas.
Sin duda, ésa es una de las razones por qué el Perú tiene una cantidad tan grande de profesionales irresponsables. Ingenieros cuyas construcciones se derrumban; médicos que matan a sus pacientes; fiscales y jueces corruptos; profesores que no entienden los temas que deben enseñar … la lista es interminable. Muchos de esos profesionales no escogieron su profesión por voluntad propia: Fueron obligados a ella con golpes, y siguen ejerciéndola solamente porque en su subconsciente siguen sintiendo el palo de sus padres o de sus profesores a sus espaldas. Otros escogieron una carrera, no porque les interesara o les gustase, sino solamente como un medio fácil de ganar plata – y esa motivación también, a menudo es inducida por las presiones de padres o profesores. No sorprende que existan tantos profesionales sin verdadera vocación.

Y ahora, como demuestra la noticia citada al inicio, la gente irresponsable, producto de un sistema de maltrato, sale a las calles para exigir que se cometa otra irresponsabillidad: que un maltratador sea librado de las consecuencias justas de sus actos. Así es como una educación torcida prepara el camino para todo lo que viene después: la irresponsabilidad en el ejercicio de la profesión; las maniobras de encubrimiento para que los errores y defectos no salgan a la luz; el tráfico de influencias para que los menos aptos ocupen los puestos más importantes; la corrupción en el gobierno y el blindaje a los mafiosos. Todo eso está relacionado con esa mentalidad torcida que elogia a los agresores y culpa a las víctimas.

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¿Una lucha por el poder entre padres y niños?

La relación entre padres e hijos sufre un gran daño cuando la desobediencia de los niños se interpreta en términos de una «lucha por el poder». ¡Algunos autores acusan a niños de dos o tres años, cuando desobedecen a sus padres, de planear conscientemente un «golpe de estado» en la familia! Y desde allí aconsejan a los padres que usen todos los medios, aun sumamente crueles, para ganar esta «lucha por el poder»; porque de otro modo, dicen, «perderían toda su autoridad». En consecuencia, los padres creen que sus hijos son sus enemigos. Una tal actitud (de parte de los padres) destruye todo intento de edificar una auténtica relacion de amor y confianza.

Es cierto que los niños pequeños a menudo tienen deseos egoístas. Entonces pueden hacer muchos esfuerzos para satisfacer esos deseos. Eso es parte de su naturaleza. Todos sus pensamientos se enfocan en esa meta: «¡Quiero ese juguete!» – «¡Quiero ese pedazo de torta!» – «!Quiero subir a ese árbol!» – de manera que todas las otras consideraciones se «apagan»; por ejemplo la consideración por los sentimientos de otras personas, o por el orden en la familia que los papás garantizan. Pero ¿será sensato asumir que ese niño pequeño, tan enfocado en su deseo, esté al mismo tiempo pensando: «Quiero echar a papá y a mamá de su trono; yo quiero ser la persona que manda sobre todo lo que hacemos en la familia»?
– No, un niño pequeño ni siquiera es capaz de pensar en tales categorías abstractas y fundamentales. Y en el fondo de su ser sabe muy bien que él mismo no sería capaz de decidir cada día qué comprar para comer, ni de cuidarse de los lugares y objetos peligrosos, ni mucho menos de ganarse la vida. Sabe que es dependiente de sus padres, y que por tanto necesita la guía y autoridad de sus padres.
No pensemos entonces que ese niño pequeño, por desobedecer, se haya convertido en nuestro enemigo. Está simplemente enfrascado en un capricho egocéntrico, en su propio mundo pequeño. Si respondo a eso defendiendo «mi» posición como padre, y me imagino que «mi» autoridad está amenazada, entonces me estoy rebajando al nivel del niño: yo también me concentro en «mi» propio mundo pequeño.

¿De verdad creemos que un niño de cuatro años tenga más poder que sus padres? ¡Deshágase de esa idea ridícula! Descanse confiadamente en el hecho de que usted es la autoridad, que tiene el poder, por naturaleza y no por los esfuerzos suyos. Así será menos tentado(a) a reaccionar de una manera excesiva o desesperada. Usted está experimentando un choque de voluntades, la suya y la del niño, acerca de un asunto específico. Entonces le toca manejar este asunto, de una manera que ayude al niño a madurar, y que no quebrante la relación fundamental de amor y confianza entre ustedes. Eso puede ser difícil, lo sé; pero ciertamente no tiene la envergadura de un golpe de estado.

Por supuesto que usted no tiene el poder de que el niño haga todo lo que usted manda, «inmediatamente y sin cuestionar». Ninguna persona humana tiene este poder sobre ninguna otra persona humana. Felizmente – porque eso sería la pesadilla más terrible de una dictadura totalitaria. Sea agradecido(a) de que Dios dio a sus hijos la capacidad de opinar, de razonar, y de hacer decisiones … aunque a veces utilicen estas capacidades de una manera equivocada. ¿O preferiría usted en su lugar, que sus hijos sean unos robots, completamente incapaces de razonar y de hacer decisiones propias?

Los padres que creen en esa idea de una obediencia «inmediata y sin cuestionar», se imponen una tremenda presión sobre sí mismos. Cada vez que un niño no muestra esa clase de obediencia «perfecta», el padre o la madre tendrá que pensar: «Ahora mi hijo(a) ha ganado la lucha por el poder. Ahora he perdido mi autoridad. Soy un padre / una madre fracasado(a).» Y esa desesperación por no «fracasar» como padre o madre, es una de las causas que tristemente conduce a muchos casos de maltrato contra los hijos.
Entonces, no nos impongamos tales estándares inalcanzables. Como vimos en el artículo acerca de la obediencia de los niños, ni Dios mismo nos impone tales estándares. Adoptar expectativas irreales es una receta segura para el fracaso.

Entonces, queridos padres y madres, por favor quítese de encima esa tremenda carga de tener que «ganar luchas por el poder». En lugar de eso, es más constructivo preguntarse: «¿Qué puedo hacer en esta situación para ayudar a mi hijo(a) a salir de su pequeño mundo egocéntrico?» Dependiendo de la situación y de la madurez del niño, puede estar accesible para diversos elementos o valores más allá de su «pequeño mundo». Por ejemplo la justicia: «Si tú comes este chocolatillo, no va a quedar ninguno para tu hermanito. Eso no sería justo.» – O la empatía: «Mira, tu hermanito está llorando porque le estás quitando su chocolatillo. ¿Ves como tu hermanito está triste? » – Niños mayores podrían también entender por qué no es bueno comer demasiados dulces. – Si nada parece funcionar, podemos simplemente hacer valer nuestra decisión, sin acusar ni insultar al niño: «He decidido no darte este chocolatillo.» – No hay por qué añadir «¡Eres un niño desobediente!»; no hay por qué tratar al niño como a un enemigo en una guerra … solamente hay que manejar el asunto que tenemos a la mano.

Si un niño pequeño arma todo un escándalo por hacer o lograr algo, a menudo ayuda simplemente dejarlo a solas con su pataleta. Su drama dejará de ser interesante cuando no hay público.

Tampoco hay por qué sentirnos fracasados si alguna vez el niño «gana». Hay niños que tienen que hacer primero ciertas experiencias, hasta que acepten el hecho de que las instrucciones de los padres normalmente son buenas. Algunos niños necesitan primero quemarse con una olla caliente, hasta que entiendan lo que significa: «¡Caliente! ¡No tocar!» – Algunos necesitan primero sufrir un dolor de muela, hasta que entiendan por qué no es bueno comer demasiados dulces. – Algunos necesitan primero sufrir una diarrea por comer tierra, hasta que entiendan por qué les decimos que no lo hagan. – No nos sintamos mal si como padres no pudimos evitar uno de esos accidentes. La experiencia educativa para los niños puede ser más intensa que cualquier esfuerzo o castigo de nuestra parte.
Por supuesto que tenemos que cuidar a los niños tanto más, cuanto mayor es el peligro. Un niño de dos años quizás no va a entender por qué lo alejamos a la fuerza de una autopista donde circulan carros a alta velocidad. Pero en la vida diaria hay suficientes situaciones de menor peligro, donde podemos tranquilamente permitir que los niños aprendan por medio de las consecuencias naturales de sus actos, si es que deciden pasar por alto nuestras advertencias.

Sé que las situaciones pueden escalar, sé que hay niños que siguen luchando tercamente por su capricho. Y reconozco que no tengo una «receta» de qué hacer en cada uno de esos casos. Pero hay algo más importante que las «recetas», y es la actitud de nuestro corazón. Si usted ama genuinamente a sus hijos, y hace un esfuerzo serio por comprenderlos, entonces su amor y su comprensión por ellos le dirigirán a hacer lo que es bueno para ellos. Guiar a los niños hacia la madurez, es en primer lugar un desafío a nuestra propia madurez como padres. Continuaré entonces un poco más desde esta perspectiva.

En muchas situaciones, los niños tienden a actuar según la imagen que nosotros tenemos acerca de ellos. Si los tratamos todo el tiempo como desobedientes, van a actuar como desobedientes. Si les decimos todo el tiempo «¡Malcriados!», van a actuar como malcriados. Si constantemente los ponemos bajo sospecha, van a empezar a hacer lo que sospechamos. Si los tratamos como enemigos, se van a convertir en nuestros enemigos.
El concepto de la «lucha por el poder» refuerza esa idea de que «los niños son nuestros enemigos». Por eso es dañino para las relaciones entre padres e hijos. Puede ser un tremendo paso hacia adelante, si llegamos a convencernos: «¡Mis hijos no son mis enemigos!» – y si los tratamos de acuerdo a esta convicción.

Un aspecto de la madurez es la capacidad de manejar ambivalencias. La ambivalencia ocurre cuando un asunto o una persona presenta varios aspectos contradictorios. Eso no tiene cabida en la mente de un niño pequeño: todo o es blanco o es negro; o es bueno o es malo.
Ahora, si ese niño se enfoca en una meta que quiere alcanzar, y yo como padre no estoy de acuerdo y se lo impido o lo prohíbo, el niño me va a percibir como «malo», y me va a tratar como un enemigo. Eso va a suceder, aun si el niño en el fondo tiene una relación amistosa y de confianza conmigo. El comportamiento hostil del niño no significa que ahora se haya convertido «fundamentalmente» en mi enemigo. Simplemente percibe mi acción momentánea como «mala», y eso le hace «olvidar» que normalmente yo soy «bueno» para él. Su mente no puede acomodar la ambivalencia de que su padre «bueno» hace de vez en cuando algo «malo».

Si en esta situación yo reacciono, tratando a mi hijo como enemigo, estoy cayendo en la misma inmadurez: me «olvido» de que tengo una relación amistosa con él, y lo percibo únicamente como «malo», como alguien que amenaza mi autoridad como padre.
Pero de nosotros como adultos y padres se espera un mayor nivel de madurez. Deberíamos ser capaces de acomodar en nuestra mente el hecho de que nuestros hijos momentáneamente estén actuando «mal», sin que eso desplace la relación «fundamentalmente buena» que tenemos con ellos. Es más: Deberíamos incluso ser capaces de conceder que el niño que actúa «mal», desde nuestra perspectiva, puede tener razones «buenas» para su acción, desde su propia perspectiva.
Eso no elimina la necesidad de una corrección. Pero este cambio de actitud nos permitirá corregir al niño de una manera que sea realmente educativa, no hiriente, y que no amenace la relación fundamental de confianza con él.
Y si damos lugar al niño para explique sus razones por su acción, en algunos casos podría incluso resultar que hemos juzgado mal al niño, y que somos nosotros quienes tenemos que corregirnos. Y aun eso, el tener que admitir un error ante los niños, no amenaza de ninguna manera nuestra autoridad. Al contrario, testifica de nuestra integridad.

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¿Qué es «calidad educativa»? (Parte 2)

En una primera parte hemos mencionado unas nociones equivocadas, pero muy difundidas, acerca de lo que es «calidad educativa». Hablaremos ahora de lo que verdaderamente constituye calidad educativa:

Una enseñanza de calidad: Todos aprenden, pero no necesariamente lo mismo al mismo tiempo.

La enseñanza es seguramente una parte de la calidad educativa, pero no es su única parte y quizás ni siquiera la más importante.

Una enseñanza de calidad significa proveer oportunidades de aprendizaje, de tal manera que aun el alumno más tonto lo entienda, y al mismo tiempo aun el alumno más inteligente no se aburra.

Donde se cumple este requisito, cada alumno aprende algo – aunque no todos los alumnos aprenden lo mismo. Una enseñanza de calidad es una enseñanza individualizada de tal manera que cada alumno puede aprender a su nivel actual de comprensión.

Entonces, la calidad de la enseñanza no se mide según el rendimiento absoluto de los alumnos en exámenes estandarizados. La calidad de la enseñanza se mide según el progreso individual de cada alumno, comparado con su nivel anterior (p.ej. hace un año).

Además, la noción de «progreso» no debe limitarse a los conocimientos de lenguaje y matemática. Todo desarrollo útil y bueno de conocimientos y habilidades es «progreso» – sean las expresiones artísticas y creativas, sean las habilidades manuales y de mecánica, sean las capacidades de investigación científica propia, etc.

Un aprendizaje de calidad: Aprendizaje duradero, con entendimiento y con entusiasmo.

Aun más importante que la calidad de la enseñanza, es la calidad del aprendizaje. Esta no es necesariamente relacionada con aquella.

Un examen es un evento puntual, y por tanto no sirve para evaluar si un conocimiento es duradero. Cuando los alumnos saben que tendrán un examen, pasan unos días memorizando todo lo que pueden, según el temario del examen. Después vuelven a olvidarlo. ¡Esto no es ningún aprendizaje duradero! Para evaluar si un aprendizaje es duradero, habría que averiguar si el alumno lo está usando y aplicando constantemente en lo que hace, durante un tiempo prolongado. Donde esto no es posible y se puede evaluar solamente mediante eventos puntuales, habría que evaluar sorpresivamente, sin anuncio previo, aprendizajes que el alumno aprendió hace un tiempo atrás (hace tres, seis o nueve meses). El resultado saldrá muy diferente de los exámenes «preparados».

Un segundo criterio para la calidad del aprendizaje es el entendimiento que el alumno tiene de lo aprendido. Esto tampoco se puede evaluar mediante exámenes estandarizados. Las marcas en una hoja de selección múltiple no nos dicen si el alumno llegó a su respuesta porque entiende el tema, o porque aplicó mecánicamente una «regla para burros», o porque por casualidad adivinó correctamente. Evaluar el entendimiento de un alumno es prácticamente imposible sin un contacto personal cercano. Si un alumno puede explicar un tema en la conversación personal, lo ha entendido. Si no puede explicar los ¿por qués? y los ¿para qués?, no lo ha entendido. – Una posible alternativa para evaluar a alumnos un poco mayores, podría ser mediante ensayos escritos. – De todos modos será necesario para evaluar el entendimiento de un alumno, que explique algo con sus propias palabras.

El aprendizaje será duradero y con entendimiento, cuando el alumno tiene la oportunidad de aprender algo que le interesa personalmente. En otras palabras, cuando aprende con entusiasmo. Ahora, espero que a nadie se le ocurra la idea de tomar a un alumno un «examen de entusiasmo». Pero observando y preguntando a los alumnos, uno se dará cuenta de si están aprendiendo con entusiasmo o forzadamente. Obviamente, una escuela que obliga a los alumnos a memorizar contenidos aburridos y sin interés para ellos, no provee ningún aprendizaje de calidad.

Un ritmo de vida equilibrado.

Un criterio importante de verdadera calidad educativa es este: ¿Se toman en cuenta las necesidades del niño en cuanto al movimiento físico, el trabajo manual práctico y creativo, el juego, y el descanso? Una educación de calidad ofrecerá al niño una vida equilibrada en todos estos aspectos. El resultado será que el niño se desarrolla de manera sana. Niños agotados, estresados, neuróticos, con miedo ante los exámenes, son una señal segura de que están recibiendo una educación de mala calidad.

¿Tienen los alumnos suficiente tiempo para moverse al aire libre? Esto es muy importante para un desarrollo sano del cuerpo y también del cerebro. – ¿Tienen los alumnos oportunidades para escoger y realizar diversos trabajos manuales y prácticos, según sus intereses? – ¿Tienen suficientes oportunidades para desarrollar su creatividad? Niños que solo saben copiar, pero no se atreven a producir algo original, son una señal segura de que están recibiendo una educación de mala calidad. – ¿Tienen suficientes oportunidades para jugar? ¿Y están jugando juegos «inteligentes» (juegos de roles que requieren interactuar de manera sensata; juegos de tablero que requieren pensar estratégicamente; juegos deportivos que requieren colaborar en equipo; etc.)? – ¿Y tienen suficiente tiempo para descansar? Niños que tienen que quedarse despiertos hasta las nueve de la noche o más tarde haciendo tareas, no están recibiendo una educación de calidad; al contrario, están siendo maltratados.

Una verdadera educación de calidad toma en cuenta estos elementos tan importantes del desarrollo infantil. Una educación que se basa únicamente en el trabajo con libros y cuadernos y «dictado» de clases, ciertamente no es ninguna educación de calidad.

La calidad del entorno de aprendizaje.

Con esto entendemos un entorno que facilite experiencias de aprendizaje de calidad, en el sentido mencionado en los párrafos anteriores. No necesariamente implica esto infraestructuras costosas ni tecnología de punta. Mucho más importantes son los siguientes aspectos:

a) Un entorno emocionalmente sano y seguro, donde reinan el amor, la justicia, y el respeto mutuo.
El entorno emocional influencia mucho en el desarrollo y el aprendizaje de los niños. En un entorno de aprendizaje de calidad, los alumnos saben que son respetados, que recibirán ayuda cuando la necesitan, y que los más débiles serán protegidos contra agresiones por parte de los más fuertes. No es un entorno de aprendizaje de calidad, donde reina un clima de competencia de todos contra todos, y donde se menosprecian los débiles o los menos inteligentes, en vez de ayudarles. Tampoco es un entorno de aprendizaje de calidad, donde los profesores crean un ambiente de opresión y miedo, o incluso maltratan a los alumnos, como sucede todavía en demasiadas escuelas en el Perú. Y tampoco es un entorno de aprendizaje de calidad, donde no hay reglas, donde reinan la arbitrariedad y la anarquía.

¿Cómo se evalúa esto? – ¡Pregunte a los alumnos cómo se sienten en su escuela! Pero, claro es, no se pueden hacer tales preguntas a manera de un «examen» o una «encuesta». (¡Los profesores entrenarán a los alumnos para que no digan nada que podría dar una mala impresión de su escuela!) Esto se puede «evaluar» solamente en un ambiente ajeno a la escuela, y donde el alumno tiene suficiente confianza para decir lo que realmente piensa y siente. Entonces, las personas más indicadas para hacer una tal evaluación, serían los propios padres – por lo menos donde existen relaciones de confianza entre padres e hijos.

b) Materiales que invitan a investigar y descubrir, a realizar actividades creativas que desafían la inteligencia, a aprender con entusiasmo.
Un entorno de aprendizaje de calidad ofrecerá una gran variedad de tales materiales. (Vea «Pedagogía de la escuela activa».) Es cierto que algunos de estos materiales pueden resultar un poco costosos (p.ej. un taller de carpintería; microscopios; un laboratorio químico). Pero muchos otros se pueden fabricar en la misma escuela, por profesores y/o alumnos mayores: Rompecabezas de triplay, diversos materiales concretos de matemática, juegos de tablero, una tienda para jugar, disfraces para teatro, etc.

Ahora, la calidad educativa consiste no solamente en tener tales materiales. Lo importante es que sean usados de tal manera que los alumnos hacen experiencias educativas mediante su propia actividad descubridora y creativa. No servirá tener los materiales encerrados en un baúl, y que el profesor los saque solamente de vez en cuando para dar una «demostración» a los alumnos, sin siquiera darles la oportunidad de tocarlos, ni mucho menos hacer algo interesante con ellos. Un entorno de aprendizaje de calidad dará a los alumnos abundantes oportunidades para usar los materiales activamente y según su propia elección.

c) Vinculación con la vida real.
Un entorno aislado de la vida real, tal como un aula escolar, no puede proveer muchos aprendizajes valiosos para la vida real. Un entorno de aprendizaje de calidad proveerá suficientes contactos con la vida real. Esto es mucho más fácil de lograr en una familia que en una escuela: Los niños ayudarán naturalmente a sus padres en sus respectivos trabajos, y los acompañarán cuando tienen que ir al mercado, a diversas oficinas, al taller de mecánica, al campo, etc. Así pueden conocer diversos lugares de trabajo de los adultos. – Una escuela de calidad tratará en lo posible de proveer experiencias similares, de acuerdo a los intereses y talentos de cada alumno. Por ejemplo, ofrecerá oportunidades para visitar lugares de trabajo, donde alguien explicará a los alumnos como se hace el trabajo, y les permite «probarlo» ellos mismos donde fuera posible. O proveerá proyectos donde los alumnos pueden desempeñarse como pequeños empresarios, fabricando y vendiendo un producto propio – ¡y por supuesto que la ganancia sea para los mismos alumnos, no para la escuela! Así aprenderán desde pequeños que «el obrero es digno de su salario».

Conclusión

Verdadera calidad educativa existe donde los niños aprenden de la manera más adecuada a sus necesidades. El criterio fundamental debe ser este: ¿Qué clase de niños produce una escuela determinada? ¿Produce niños sanos, inteligentes, felices, seguros de sí mismos, capaces de pensar por sí mismos? ¿O produce niños estresados, temerosos, agresivos, neuróticos? Existe entonces una gran necesidad de cambiar nuestros criterios de lo que es «calidad educativa», y de cambiar la manera como escuelas y profesores están siendo evaluados actualmente.

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