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Pandemia: La otra cara de la moneda

En el artículo anterior he analizado un poco la situación mundial actual, y sus consecuencias. Pero hay otra cara de la moneda, y es ésta: Dios está en control de todo.

«[Dios] hace cesar las guerras hasta los fines de la tierra; que quiebra el arco, corta la lanza, y quema los carros en el fuego.
Estén quietos, y reconozcan que yo soy Dios.»
(Salmo 46:9-10)

«Él actuó poderosamente con su brazo, esparció a los arrogantes por los razonamientos de sus propios corazones; derribó a gobernantes de sus tronos, y elevó a los humildes…»
(Lucas 1:51-52)

«Como los repartimientos de las aguas, así está el corazón del rey en la mano del Señor: A todo lo que quiere lo inclina.»
(Proverbios 21:1)

Nada sucede sin que Dios lo haya ordenado en su plan. Si el mundo actualmente está perdiendo sus libertades y sus riquezas, en una medida extremamente disproporcional al número de vidas que está cobrando la pandemia, entonces eso también debe tener su propósito en el plan de Dios.

Vemos en la Biblia que Dios suele permitir sucesos como estos para llamarnos la atención, para que volvamos a Él.

«Y han olvidado el consuelo que les habla como a hijos: ‘Hijo mío, no tomes en poco la educación/disciplina del Señor, ni te canses cuando eres amonestado por él; porque el Señor educa/disciplina al que ama, y azota a todo hijo que acepta.’ »
(Hebreos 12:5-6)

Nota aparte: Esta cita no se puede aplicar así no más a la educación que nosotros los humanos damos a nuestros hijos. En el verso 10 dice que los padres humanos a menudo usamos criterios arbitrarios para corregir a los hijos; pero Dios lo hace siempre de una manera que es beneficiosa para nosotros.

Entonces, Dios debe tener una buena razón para corregirnos en estos tiempos. Algunos dicen: «Dios es amor, entonces él no castiga.» Pero si estamos constantemente haciendo decisiones que nos llevan a la destrucción, entonces lo más amoroso que Dios puede hacer es una fuerte llamada de atención. Eso demuestra que todavía le importamos. Lo peor que puede suceder, es cuando Dios ya no nos habla; cuando Él nos deja ir por todos los caminos malos que elegimos, y nos deja cargar con todas las consecuencias terribles de ello.

Ahora podríamos señalar muchas cosas que están mal en el mundo. Pero Dios dice que Él educa y disciplina a Sus hijos – a los que se identifican como Sus discípulos. Así dice también en este pasaje que ha sido citado a menudo en esas últimas semanas:

«Si se humilla mi pueblo, sobre los cuales ni nombre es invocado, y oran, y buscan mi rostro, y se convierten de sus malos caminos; entonces yo oiré desde los cielos, y perdonaré sus pecados, y sanaré su tierra.»
(2 Crónicas 7:14)

Es «mi pueblo», el pueblo de Dios, que debe volverse de sus malos caminos. Es con «la casa de Dios», los que se identifican como «iglesia», donde comienza el juicio de Dios (1 Pedro 4:17).

De hecho, está sucediendo mucha maldad en las instituciones que se llaman «iglesias». Hay mucha falta de honestidad; se cometen estafas, enriquecimiento ilícito, y abuso sexual. Y en vez de traer esas cosas a luz y sancionar a los culpables, se amenaza a las víctimas y a los testigos para que no hablen de ello. Un lugar donde sucede eso, no merece llamarse «casa de Dios». ¿Nos extraña que Dios haya decidido cerrar esas casas?

De hecho, las iglesias están entre las más afectadas por las medidas que se están tomando. Desde pequeñas iglesias en casa, hasta las mega-iglesias evangélicas, las católicas y aun el Vaticano, todas tuvieron que cerrar. Ya no sé de ningún gobierno en el mundo que reconociese las reuniones y las actividades caritativas de las iglesias como una actividad «esencial» que pudiera continuar. Este es uno de los aspectos más chocantes de la situación que nos toca vivir; es una completa novedad histórica. Pero obivamente, Dios tuvo Sus razones para permitirlo. Creo que Él desea ver un arrepentimiento, un cambio radical, en aquellos que se hacen pasar por Sus representantes, y sin embargo permiten que la maldad continúe en sus iglesias.

Que los lectores saquen sus propias conclusiones de ello. Ya que este es un blog sobre educación, deseo solamente añadir un último aspecto: ¿Cómo podemos hablar de este tema con los niños?

Por un lado, me parece importante que los niños sepan que Dios no es simplemente un «dioscito» que pasa por alto toda maldad, y que nos libra de las consecuencias de nuestros actos, si tan solamente decimos con nuestros labios «Perdóname». El mensaje más fuerte de Jesús y de los apóstoles fue siempre: «¡Arrepiéntanse!» Y eso significa no simplemente decir «Perdón»; significa cambiar radicalmente nuestra manera de pensar y de vivir.
(Por supuesto que para eso necesitamos la ayuda de Jesús. Eso lo experimentará cualquiera que alguna vez lo intentó en serio. Pero eso sería un tema para otro artículo…)
Pienso entonces que los niños necesitan saber que Dios a veces permite situaciones tristes, difíciles, y hasta terribles, para que volvamos a buscarle a Él, y que cambiemos nuestra vida. No es que Dios esté causando la maldad; mas bien que en última consecuencia, el sufrimiento es el resultado de la maldad de los hombres.

Por el otro lado, hablando de niños y con niños, ellos no deben sentirse señalados con un dedo acusador. En la Biblia, en tiempos cuando vienen los juicios de Dios sobre la tierra, se lamenta el sufrimiento de los niños como víctimas de la maldad; pero ellos no se mencionan como los culpables o causantes de los juicios de Dios. Al contrario, Jesús pone a los niños como ejemplos, a quienes debemos seguir nosotros los adultos (Mateo 18:3-4). Eso es porque en un niño, el pecado todavía no se ha desarrollado con tanta intensidad como en un adulto.
Entonces, si nos toca hablar con niños acerca de los juicios de Dios, deberíamos mas bien mencionar dónde eso nos concierne a nosotros como adultos. Por ejemplo: «Estos son tiempos donde nos toca reflexionar, si en algo estamos ofendiendo a Dios con la manera como vivimos. Yo también he encontrado que necesito cambiar (en eso o aquello) …»
En este contexto es interesante notar que la pandemia actual casi no afecta a los niños, salvo en casos muy excepcionales. Algo que sí los afecta, es el encierro forzoso que las autoridades en muchos lugares les han impuesto. (Injustificadamente, según diversos expertos médicos).

Según el entendimiento rabínico, los niños se encuentran bajo la responsabilidad de sus padres hasta alcanzar la edad de Bar-Mitzva (13 años). Hasta esa edad les corresponde a los padres, amonestar y corregir a sus hijos. Recién después, ellos mismos tendrán que rendir cuentas a Dios. Por eso también, es algo muy equivocado y dañino si decimos a un niño cuando comete alguna maldad: «¡Dios te va a castigar!» No tenemos derecho de meter a Dios en eso, porque El mismo nos ha encargado a nosotros como padres, que eduquemos y corrijamos a nuestros hijos. Recién en la adolescencia, cuando su independencia y responsabilidad crece, tendrán que aprender a reconocer la dirección y la corrección de Dios en sus vidas – y entonces nosotros como padres tendremos que disminuir nuestras propias medidas de corrección. Y por supuesto, nosotros mismos tenemos que reconocer cuando Dios nos llama la atención, y convertirnos de todo mal camino en que estamos andando.

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