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Un virus chino da la vuelta al mundo (y no es el coronavirus)

No, no me refiero al «COVID-19». (De ése se debate todavía si su origen es realmente chino.)

Durante los últimos años, China ha reforzado mucho sus sistemas de vigilancia y control total de la población. Aunque los medios de comunicación internacionales han prestado poca atención a ese hecho; pero China está en camino de vuelta a los oscuros tiempos maoístas, con constantes violaciones de los derechos humanos, y una «reeducación» forzada de sus ciudadanos.
En las ciudades, el gobierno tiene medios para saber de cada ciudadano, en cada momento, dónde se encuentra: Las calles son vigiladas mediante cámaras con software de reconocimiento facial. Se controlan todos los datos de ubicación y uso de los teléfonos celulares. Y como si eso no fuera suficiente, en los últimos meses se hicieron experimentos (bajo pretexto de la epidemia del coronavirus) con brazaletes electrónicos que transmiten constantemente la ubicación de su portador.
Toda esa vigilancia está conectada con el sistema de «crédito social», el cual también se perfecciona cada vez más. El gobierno mantiene un banco de datos acerca de cada ciudadano, desde su nacimiento. Almacena sus datos personales, su historia clínica, sus notas escolares, sus conexiones sociales, sus opiniones políticas y religiosas, y todo detalle acerca de su comportamiento que al gobierno le parece relevante. Según esos datos, a cada persona se le asigna un puntaje de «crédito social». Si tienes un puntaje bajo, tienes menos derechos que las personas con alto puntaje. Por ejemplo, no tienes acceso a un buen puesto de trabajo; no puedes usar aviones ni trenes rápidos; y otras limitaciones. El puntaje sube con un buen rendimiento, o cuando te haces miembro del Partido Comunista y apoyas al gobierno. El puntaje baja cuando eres incumplido, cuando cometes faltas y delitos; pero también cuando expresas opiniones críticas hacia el gobierno, o cuando te haces cristiano.
Por supuesto que eso contradice todo ideal de «igualdad». Pero se procede según el lema propagandístico que hace mucho tiempo ya expuso George Orwell (el autor de «1984») en su otra novela famosa, «Granja de animales»: «Todos los animales son iguales; pero algunos son más iguales que otros.»

En estos últimos años, los líderes y la prensa del así llamado «mundo libre» han sido muy tibios en sus críticas al sistema chino. Es de sospechar que muchos gobiernos de otros países, secretamente anhelan ejercer el mismo control total como el gobierno chino. De hecho, en nuestro ambiente ya existe un equivalente inoficial del «crédito social»: las así llamadas «redes sociales» (en realidad redes de espionaje corporativo), donde la gente deposita voluntariamente todos los datos que permiten identificar cuál es su estilo de vida, su situación económica, sus opiniones, quiénes son sus amigos – en breve, todo lo que un gobierno totalitario desea saber acerca de sus ciudadanos. De hecho, los gobiernos ya lo saben, gracias a esas «redes sociales». Y si publicas opiniones contrarias a lo que se considera «políticamente correcto», tienes menos derechos: tus publicaciones se censuran, se invisibilizan, o tus cuentas se cierran completamente. Y no sólo eso: ya hubo casos de personas que perdieron su empleo, por publicar comentarios que disgustaron a sus empleadores o al gobierno. Igual como en China.

La epidemia del coronavirus fue la oportunidad de reforzar ese control gubernamental aun mucho más. Y no solamente en China: ahora los gobiernos del mundo entero se están infectando con ese virus chino, que más acertadamente se abreviaría con POVIG (estado POlicial y de VIGilancia total). Se han anulado derechos humanos tan fundamentales como el derecho de usar la vía pública, o el derecho de trabajar. Personas son tratadas como criminales por el mero hecho de visitar a un familiar, de atender a un cliente, o de dar un paseo en la naturaleza (donde no existe peligro de contagio alguno). Si eso se hace en China, no es sorpresa: es parte del sistema chino. Pero ahora parece que repentinamente, el mundo entero está tomando el sistema chino como su gran modelo y ejemplo. Esta pandemia del POVIG es más peligrosa que todo virus, porque mata no solamente a personas individuales: mata a toda la sociedad en conjunto. Mata a la libertad y al estado de derecho; mata la confianza mutua de todos; mata la economía; y en consecuencia causará también más muertes físicos que todo virus.

«Pero estamos en una emergencia», me dirán. De acuerdo, estamos en riesgo de contagiarnos con una enfermedad. No sólo desde este año. Cada año mueren hasta 650’000 personas de la gripe (influenza), y 1’600’000 (un millón seiscientos mil) de tuberculosis, según las cifras de la OMS. ¡No existe una vida sin riesgos! Si alguien tiene una enfermedad contagiosa, tiene que aislarse. Si alguien en mi entorno tiene gripe o tuberculosis, es preferible mantener una distancia. Todo eso no es novedad. Pero hasta hace poco, se consideraba que cada persona adulta es capaz de evaluar y gestionar esos riesgos por sí misma. Eso es lo que ha cambiado radicalmente desde el contagio con POVIG. Ahora se nos trata como a niños pequeños que son castigados con encerrarlos en su habitación. Aun algunas de las sociedades más «avanzadas» están recayendo en los modelos dictatoriales que se creían superados desde hace tiempo. ¡Y la gente lo aplaude!

«Pero hay que impedir que la gente salga y ponga a otros en riesgo», quizás me dirán. Pero suponiendo que tienes el virus y te encuentras con otras personas, ¿a quiénes pones en riesgo? – Solamente a aquellos que por su parte decidieron exponerse al riesgo, y acercarse a ti. (A no ser que tú invadas a la fuerza la esfera privada de otra persona. Pero no quiero asumir que tú seas la clase de persona que hace eso.)
En tiempos de pandemia se sabe que el riesgo de contagio es alto. Entonces quienes no quieren correr el riesgo, se aíslan voluntariamente. Sin necesidad de que un policía los esté vigilando constantemente. Ese dicho de que «hay que impedirlo» (con toda la fuerza y violencia del gobierno), eso es exactamente un síntoma del contagio con POVIG. Hasta hace poco, nadie hubiera dicho que había que declarar el estado de emergencia y cerrar los negocios y mandar a la policía a patrullar las calles, para impedir que la gente se contagien unos a otros con tuberculosis o con gripe.
Otro síntoma del POVIG es el pánico generalizado. La gente en pánico busca a cualquier «salvador» que les promete controlar la situación, aun si con eso pierden su libertad, su trabajo, y su dignidad humana. Pero a menudo el pánico se puede aliviar con informaciones documentadas y basadas en investigaciones, como las enumeradas aquí y en la documentación enlazada. (¡Esas informaciones se difunden raras veces en los medios de comunicación!)

«Pero la gente es irresponsable, no se cuidarán si no se los obliga», dirán otros. No se dan cuenta de que esa irresponsabilidad es justamente un producto del sistema (sobre todo del sistema escolar) que interfiere con las decisiones más personales de la gente. Las medidas dictatoriales solamente refuerzan ese círculo vicioso de la irresponsabilidad.
Aun los gobernantes son víctimas de este mismo sistema, como señala el educador peruano León Trahtemberg en su blog:
«La dificultad de las autoridades nacionales (…) de responder adecuadamente a los retos como el de la epidemia de coronavirus (…) tiene que ver con el hecho de que en su infancia e incluso vida universitaria han sido educados para pensar linealmente, por casilleros separados según disciplinas, con certezas y sin imprevistos o sorpresas, teniendo los profesores todo bien controlado: “si estudias el material según el libro o lo que dice el profesor y respondes según esas certezas en los exámenes, sacarás buenas notas en cada curso individual y con eso estarás preparado para la vida universitaria y profesional”.
Así, una enseñanza frontal, (…) sin que el alumno piense críticamente, indague, plantee hipótesis y preguntas, (…) sin que la empatía juegue rol alguno al abordar los temas de estudio, (…) quedan indefensos ante lo imprevisto.»

El mundo hispanohablante es notoriamente propenso a las dictaduras, desde los tiempos coloniales o quizás aun antes. Así que tal vez mis lectores no pueden entender de qué estoy hablando, cuando me refiero a una sociedad libre y responsable. Mucha gente prefiere vivir bajo una dictadura, en vez de pagar el precio de la libertad, el cual consiste en tener que asumir la responsabilidad por sus propias decisiones y actos. Pero aun así, las colonias españolas lucharon por su libertad y la consiguieron. ¿De verdad estamos dispuestos a perderla tan fácilmente?

Estamos viviendo nuevamente la situación del pueblo de Israel cuando pidieron vivir bajo un rey. Dios mandó al profeta Samuel a advertirlos cómo el rey les iba a quitar sus bienes y su libertad:

«Este será el derecho del rey que habrá de reinar sobre ustedes: tomará vuestros hijos, y los pondrá en sus carros, y en su gente de a caballo (…), los pondrá asimismo a que aren sus campos, y cosechen sus cosechas. (…)
Asimismo tomará vuestras tierras, vuestras viñas, y vuestros buenos olivares, y los dará a sus siervos.
El diezmará vuestros sembríos y vuestras viñas, para dar a sus oficiales y a sus siervos.
(…) Y ustedes clamarán aquel día a causa de su rey que se habrán elegido, pero el Señor no les oirá en aquel día.»

(1 Samuel 8:11-18)

Varios siglos más tarde, Dios evalúa esa época de la siguiente manera:

«Te di un rey en mi furor, y lo quité en mi ira.» (Oseas 13:11)

Parece que actualmente el mundo está condenándose a repetir la misma historia. Quien pone su confianza en el gobierno en vez de Dios, tendrá que sufrir bajo el gobierno.

Quizás tenemos que escuchar acerca de este tema a alguien con un trasfondo distinto. Edward Snowden, el ex agente de la CIA que vive exiliado en Rusia desde que destapó públicamente los mecanismos del gobierno estadounidense para espiar a sus propios ciudadanos, dijo hace poco en una entrevista:

Eso es lo que la gente no entiende: El coronavirus es un problema serio. Pero es un problema pasajero. (…) Pero las consecuencias de las decisiones que hacemos ahora son permanentes. Es crucial recordar eso, desde la perspectiva de una sociedad libre. Un virus es peligroso. Pero la destrucción de los derechos es fatal. Es algo permanente que no recobraremos. Perdemos derechos por los que hemos luchado en revoluciones, por los que hemos fundado movimientos que tomaron cientos de años para ganarlos, y después los perdemos en un momento de pánico

(Entrevistador): Si hay una necesidad sincera y urgente de combatir un virus (…), ¿no estaría bien suspender brevemente ciertas libertades fundamentales, para alcanzar un bien mayor para la sociedad?
(Snowden): ¿Cuándo fue la última vez que usted recuerda una breve suspensión de las libertades civiles? (…) Cuando se decretan medidas de emergencia, se vuelven pegajosas. La emergencia se extiende; las autoridades empiezan a disfrutar de sus nuevos poderes, mientras que la emergencia original pasa. El coronavirus pasa; el terrorismo ya no es gran cosa. Pero ellos encuentran nuevas aplicaciones, nuevos usos para los poderes que adquirieron. Y dicen: «(…) Quizás podemos pasar una nueva ley para que eso sea permanente.» Eso está pasando en país tras país. Se convierte en una cultura de seguridad donde dicen: «Mira, si hay cualquier riesgo, tenemos que reducirlo al mínimo, no importa el costo.» (…) Si empezamos a destruir los derechos para mejorar las cosas, en realidad las empeoramos.

¿Qué sucede si en el transcurso de una generación hemos construido una arquitectura de opresión? Usted quizás dice: «Mi gobierno no es tan terrible; yo confío en él.» (…) Pero después viene otro líder y tiene todo ese sistema a su disposición. Y ustedes ya no tienen ningún poder civil para resistirlo. Ya no pueden coordinar, no pueden reunirse en público, porque el gobierno se entera al instante (…) Ni siquiera necesitan mandar la policía para tomar alguna acción. Pueden notificar a tu empleador, y ya no tienes trabajo. Pueden revocar tu permiso de residencia, si no eres ciudadano. Todo eso se puede incluso programar de antemano [en computadoras]. Nos movemos cada día más hacia ese mundo; cada día que dejamos que el pánico domine sobre nuestras decisiones, en vez de reflexionar racionalmente acerca de las consecuencias inevitables de esta limitación de nuestros derechos.

El gobierno siempre va a abusar de la gente. La única manera de conseguir un gobierno mejor, es el desacuerdo. Cuando la gente se levanta y dice: «Eso va demasiado lejos. No estoy de acuerdo, no me gusta (…) Yo quiero esa otra cosa.» Eso es democracia. Eso es como llegamos a un consenso. Si no expresamos nuestras opiniones y nuestras convicciones, y especialmente si no estamos dispuestos a defender nuestras convicciones, entonces no tenemos ninguna influencia.

(Fuente: Entrevista de «Copenhagen Documentals» con Edward Snowden.)

Quizás Snowden es una excepción, y a muchos de verdad la libertad no les importa. Solamente considere este último punto: Desde que el supuesto «mundo libre» ha adoptado los métodos chinos, sus gobernantes y sus admiradores ya no tienen autoridad moral para criticar a un Xi Jinping de China, un Kim Yong Un de Corea del Norte, o a un Nicolás Maduro de Venezuela. – Pero quizás eso tampoco les importa. Ahora todos somos China.


Este artículo es a la vez una prueba para ver si todavía existe el derecho de libre expresión en las plataformas de internet. Mientras que el artículo sigue aquí, podemos asumir que todavía existe un poco de apertura. Si este artículo o el blog entero fueran borrados por la censura, entonces sabremos definitivamente que las advertencias pronunciadas aquí son ciertas.

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