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¿»Los niños no deben trabajar»?

En muchos países, la erradicación del trabajo infantil se considera una meta importante del desarrollo. Se cree entonces que una de las marcas de un país desarrollado consiste en que los niños no realicen ningún tipo de trabajo.

Ahora, estoy muy consciente de que existen todavía demasiados niños que realizan trabajos en circunstancias que constituyen explotación. Es claro que ningún niño debería ser obligado a cargar cargas pesadas, a trabajar en una mina, a trabajar de noche, o a cumplir una jornada de trabajo igual a la de un adulto, en cualquier trabajo. También es un principio bíblico que cada trabajador debe disfrutar del producto de su trabajo; por tanto es inadmisible que un niño (o cualquier persona) tenga que trabajar para que otras personas (p.ej. sus padres, sus empleadores, …) se lleven el beneficio. Entonces, quiero dejar claro desde el inicio que me opongo a toda forma de explotación, y que nada de lo que digo a continuación puede ser interpretado como si estuviera apoyando alguna de estas prácticas.

Trabajar de por sí mismo no es malo

Pero opino que necesitamos un punto de vista más diferenciado. Por ejemplo, he conocido a niños y adolescentes que en su tiempo libre vendían en el mercado, cobraban pasajes en un autobús, o realizaban otros trabajos, no porque alguien los hubiera obligado, sino voluntariamente, para ganarse un pequeño ingreso para ellos mismos, o incluso porque por su propia cuenta deseaban apoyar a su familia de esta manera. Estos niños no están siendo explotados, al contrario: Estos trabajos (de duración limitada, por supuesto) son para ellos una forma de realizar sus talentos y de desarrollar su personalidad. Yo mismo, en mi niñez y adolescencia, he hecho algunos trabajos así, y no creo que me haya hecho daño. Una política que sin diferenciar prohíbe toda forma de trabajo infantil, les quitaría todas las oportunidades a estos niños que lo hacen no por ser obligados, sino por voluntad propia y por motivos buenos y nobles.

O consideremos el caso de los niños del campo que ayudan a sembrar, a cosechar, a pastear el ganado, etc. Eso es no solamente trabajo; es una parte de su vida familiar y comunitaria normal, y una forma de compartir tiempo con sus padres, familiares y vecinos. Además, cierto porcentaje de estos niños se ganarán ellos mismos la vida con la agricultura cuando sean adultos. Estos trabajos que realizan en familia, son una preparación necesaria para su trabajo futuro; una preparación que no pueden recibir en ninguna escuela o institución. Si les quisiéramos prohibir estos trabajos, estaríamos forzosamente cortando sus lazos familiares; y además afectaríamos la base de su misma existencia futura.

El valor educativo del trabajo

En general, hacer un trabajo productivo tiene un alto valor educativo. Enseña a ser cumplido, exacto, diligente, responsable. Enseña la relación entre esfuerzo propio y recompensa – una relación que para muchos niños no es nada obvia. Enseña a administrar bienes de una manera responsable y justa. Enseña el valor de un producto bien hecho. Un niño que, por ejemplo, ha ayudado a plantar flores o árboles y los ha visto crecer, no será tan propenso a maltratar las plantas en los parques públicos como lo hacen otros niños. Un niño que ha ayudado a arreglar una radio o una computadora, será más cuidadoso para no volver a malograrla.

Muchas destrezas se aprenden mucho mejor haciendo un trabajo práctico, que estudiando teoría. Por ejemplo, hacer mediciones y calcular con medidas se aprende de manera más eficaz haciendo trabajos manuales, en vez de resolver ejercicios de un libro.

Por todas estas razones, la «Fórmula Moore» valora el trabajo productivo como un factor importante (junto con el estudio y el servicio al prójimo) para la formación integral de un niño o adolescente. Que sea de preferencia un trabajo escogido y administrado por el niño mismo, generalmente un pequeño negocio propio donde el niño es su propio jefe y recibe apoyo, ayuda y ánimo por sus padres. Esto es lo contrario de la explotación: es encaminar al niño hacia su propia madurez e independencia.

Incluso unos funcionarios del sistema escolar se han dado cuenta del valor educativo del trabajo, y han incluído la «educación para el trabajo» en el currículo escolar. Ahora, en el marco de la escolarización obligatoria, los adolescentes tienen que hacer trabajos de carpintería o de soldadura, fabricar zapatos, o colaborar en campañas de reforestación. La intención (quizás) es buena, pero con eso la situación se vuelve realmente insólita y paradójica:

Hace pocas décadas todavía, muchos jóvenes aprendieron su futuro oficio, trabajando en el negocio familiar de sus padres. Así recibieron el mejor mentoreo personal que uno se puede imaginar (provisto que su relación con sus padres era buena). Ahora se saca a los jóvenes de este ambiente familiar, obligándolos a pasar todo el día con tareas escolares – con lo cual están desapareciendo los negocios familiares. Ahora se llama «explotación» que padres e hijos trabajen juntos en su propio negocio familiar. Pero si la escuela hace lo mismo, se llama «educación para el trabajo» y se celebra como una gran innovación educativa…
Ahora se llama «explotación» que padres e hijos trabajen juntos en su propio negocio familiar. Pero si la escuela hace lo mismo, se llama «educación para el trabajo» y se celebra como una gran innovación educativa.

La nueva forma de explotación de los niños

Realmente, lo que más debería preocuparnos en esta discusión, es la alternativa que la sociedad propone. Si los niños no deben trabajar, ¿qué deben hacer entonces? – Padres, profesores, políticos, periodistas … todos dan la misma respuesta: Deben pasar todo el día en la escuela o detrás de sus tareas escolares. Como dijo el lema de una gran campaña publicitaria: «El único trabajo que un niño debe hacer es estudiar.»

Preguntemos a uno de estos proponentes de una escolarización total, para qué deberían los niños estudiar tanto. Recibiremos respuestas como las siguientes: «Para tener los conocimientos que la sociedad actual requiere» (¿dónde? – En sus puestos de trabajo.) – «Para saber defenderse en la vida» (lo que se refiere casi únicamente a su futuro puesto de trabajo). – «Para ser miembros productivos de la sociedad.» – «Para poder conseguir un buen trabajo.» – O sea, ¡la gran «meta educativa» es el trabajo, la producción económica!

¿Dónde está entonces la diferencia con los niños de los tiempos de la Revolución Industrial, que fueron obligados a trabajar doce horas diarias en las fábricas, en nombre del «progreso» y del «crecimiento económico»? Los niños de hoy son obligados a pasar doce horas diarias estudiando, supuestamente porque tienen un «derecho a la educación» – pero si examinamos el asunto de cerca, vemos que el único objetivo sigue siendo el trabajo. En realidad es la misma explotación de los niños que ha regresado bajo un disfraz distinto. ¿Qué diferencia hace para un niño si lo obligamos a trabajar todo el día en una fábrica ahora, o si lo obligamos a estudiar todo el día para que trabaje en la fábrica cuando sea adulto? Así o así, se pasan por alto las necesidades características del niño: La necesidad de jugar; la necesidad de vivir en el ambiente conocido, protegido y cariñoso de una familia sana; la necesidad de no tener que «rendir» como un adulto. Así o así, no se permite al niño ser niño. Esto no es educación; es explotación.

En 1909, una inspectora de fábricas hizo una encuesta informal entre 500 niños que trabajaban en 20 fábricas. Ella encontró que 412 de ellos preferían seguir trabajando en las terribles condiciones de las fábricas, en vez de volver a la escuela.
(Helen Todd, «Por qué los niños trabajan», McClure’s Magazine, Abril de 1913
Citado en: John Taylor Gatto, «Weapons of Mass Instruction», Gabriola Island, Canadá 2009)

Esta nueva forma de explotación es incluso más dañina, porque los niños no hacen nada productivo. El niño trabajador puede por lo menos ver el fruto de su efuerzo: Ha fabricado algún objeto útil, ha servido a un cliente, ha creado un valor con su trabajo. Pero un cuaderno lleno de ejercicios resueltos no es ningún «producto» de valor, porque no beneficia a nadie. Al contrario, aun tenemos que pagar por esta nueva forma de trabajo infantil. (A pesar de toda la propaganda acerca de la «educación gratuita», la escuela nunca es gratuita. Todos la pagamos con nuestros impuestos.)

El único trabajo que un niño debe hacer es jugar.

En contraposición al lema de la sociedad actual, consideremos este dicho de María Montessori: «El juego es el trabajo del niño.»

No es que los niños no necesiten adquirir conocimientos. Mientras no fueron malogrados por el sistema escolar, los niños tienen incluso un deseo natural de aprender. Pero necesitan adquirir estos conocimientos a la manera de niños: experimentando y descubriendo por sí mismos; o imitando a una persona a quien admiran y en quien tienen confianza. Cuando les permitimos aprender de esta manera, el aprendizaje deja de ser un trabajo y se convierte en un juego.

El niño debe disfrutar plenamente de juegos y recreaciones …
(Declaración de los Derechos del Niño, Naciones Unidas, 1959)

De la misma manera, los trabajos cotidianos del hogar, si se realizan en un ambiente relajado y de confianza, se pueden convertir en un juego. Igualmente los niños pueden disfrutar de levantar un pequeño negocio propio a manera de un juego. (¿Nunca vio a unos niños absorbidos en jugar a la tienda, o al mercado?)

Por el otro lado, cualquier aprendizaje se vuelve tedioso y odioso cuando tiene que realizarse bajo la clase de presiones que ejerce el sistema escolar actual. Recordemos que la palabra «escuela» viene originalmente del griego «sjolé» = «ocio, tiempo libre». Originalmente, «escuela» era lo que se hacía en los tiempos de descanso, cuando uno estaba libre para decidir por sí mismo lo que uno quería hacer. Desde este trasfondo histórico y semántico, ¡una «escuela obligatoria» es una contradicción en sí misma!

Yo restauraré a Sion, y habitaré en medio de Jerusalén … Y las calles de la ciudad estarán llenas de muchachos y muchachas que jugarán en ellas.
(DIOS mediante el profeta Zacarías, 8:3-5)

 

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