Educación cristiana alternativa

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¿En qué consiste una educación cristiana?

Seguiremos con principios fundamentales de una educación cristiana. En el artículo anterior hemos visto que «educación cristiana» no significa simplemente enviar a los niños a un programa infantil de alguna iglesia. Tampoco es educación cristiana, enseñar a los niños la palabra de Dios, mientras al mismo tiempo los enviamos a una escuela secular y a un profesor incrédulo.

Una educación cristiana abarca todas las áreas de la vida y del conocimiento.

Dios es el Señor absoluto sobre el mundo y sobre la humanidad. El juzgará todas nuestras acciones, y aun todos nuestros pensamientos, con absoluta justicia. Esta es una de las convicciones fundamentales del cristianismo. Por tanto, un verdadero cristiano vive su vida entera en obediencia hacia el Señor, y evalúa todo según los criterios de la palabra de Dios. No es como dicen muchos de esos líderes evangélicos o católicos semi-cristianos, que «la Biblia es un libro religioso, pero no es un libro científico»; o que «la religión no tiene que ver con la pedagogía, con la política, con el periodismo (o con lo que sea)». Sí, DIOS tiene que ver con todo eso; y El va a juzgar sobre todo eso. Por eso no es «educación cristiana» la que hace compromisos con los principios de este mundo.

En lo institucional, una educación cristiana reconocerá que la familia es la institución educativa instituida por Dios; y que ninguna otra «institución educativa» tiene el derecho de pasar por alto la soberanía de la familia sobre la educación de sus hijos. (Vea ¿A quiénes puso Dios para educar a los niños?)

– En lo moral y ético, una educación cristiana se basa en los principios y mandamientos de Dios. El primer requisito para todo educador cristiano es que haya nacido de nuevo y obedezca a Dios en todo; que cumpla con los estándares bíblicos de honestidad y veracidad, de pureza y temor a Dios, de justicia y equidad, de abnegación y amor a Dios y al prójimo. Y un padre cristiano no encargará la educación de sus hijos a nadie que no cumpla con este requisito.
Un padre cristiano dará primeramente con su propia vida el ejemplo de esta obediencia hacia Dios, y enseñará lo mismo a sus hijos. Gobernará su casa según los principios de Dios, y no expondrá a sus hijos a influencias que contradicen estos principios – por lo menos no mientras son niños y todavía no pueden evaluar las cosas por sí mismos.

– En lo espiritual, una educación cristiana pondrá al alcance de los niños todo lo que ellos necesitan para poder convertirse y nacer de nuevo, y para crecer en la nueva vida en Cristo. Padres cristianos enseñarán a sus hijos el Evangelio completo y no adulterado; orarán por su conversión; les darán el ejemplo de una relación personal viva con el Señor; tratarán de juntarlos con otros cristianos que también sean un buen ejemplo para ellos. Un conocimiento intelectual de la Biblia no es suficiente; deben ver la fe cristiana en la práctica, y deben experimentar la convicción del Espíritu Santo en sus propias vidas.

– En lo intelectual, una educación cristiana evalúa todas las enseñanzas si son conformes a la palabra de Dios. Un educador cristiano investigará los principios de Dios acerca de la matemática, las ciencias, la comunicación, la historia, la geografía, etc. etc. Y enseñará a sus hijos (y alumnos) de acuerdo a estos principios. Si Dios es el Señor sobre todos los aspectos de la vida, entonces tenemos que investigar y enseñar lo que El dice acerca de todos estos aspectos. Esta es la tarea principal de toda educación intelectual cristiana, sea en casa o en una escuela.

«Del Señor es la tierra y todo lo que la llena,
el mundo, y los que en él habitan.» (Salmo 24:1)

«Así que, hermanos, os ruego por las misericordias de Dios, que presentéis vuestros cuerpos en sacrificio vivo, santo, agradable a Dios, que es vuestro culto racional. No os conforméis a este mundo, sino transformaos por medio de la renovación de vuestro entendimiento, para que comprobéis cuál sea la buena voluntad de Dios, agradable y perfecta.» (Romanos 12:1-2)

Esta «renovación del entendimiento» de la cual habla Romanos 12, sucede cuando investigamos y aplicamos los principios de Dios en cuanto a todos los aspectos de la vida y del conocimiento. Encontraremos que muchos conceptos que hemos sido enseñados, son equivocados a la luz de la palabra de Dios.
Por ejemplo, ya no creeremos que la historia es el producto de la casualidad o de las acciones de ciertos gobernantes poderosos. Descubriremos que Dios es Señor sobre los eventos históricos.
Ya no creeremos que trabajamos solamente para ganar plata. Descubriremos que Dios tiene un llamado a cumplir para cada uno de nosotros, y que nuestra provisión viene de El, mientras a nosotros corresponde «buscar primero el reino de Dios y Su justicia», o sea, ocuparnos de Su llamado para nosotros.
Ya no creeremos que los gobiernos de este mundo son encargados de educar niños o de cuidar enfermos o de redistribuir riquezas. Descubriremos que Dios instituyó los gobiernos para hacer justicia, para velar por el cumplimiento de los mandamientos de Dios en el mundo, para castigar a los malos y premiar a los buenos, y para proteger la soberanía e independencia de su nación hacia afuera – y nada más. Las otras tareas mencionadas, Dios las ha encargado a otras instituciones y personas.
Descubriremos también que el orden del universo, y las leyes naturales, reflejan el orden de Dios que El impuso a Su creación mediante Su ordenanza. (Esta fue la convicción que impulsó a los fundadores de las ciencias modernas como Kepler, Newton y Pascal, a investigar hasta que pudieron descifrar estas leyes de Dios que rigen Su creación física.)

Así cambiará poco a poco nuestra manera de ver el mundo, nuestra cosmovisión, y adoptaremos una cosmovisión que es más de acuerdo con la palabra de Dios. Entonces enseñaremos a nuestros hijos desde un principio según esta cosmovisión cristiana, bíblica. De esta manera, ellos serán administradores sabios de esta creación que Dios puso en nuestras manos, y personas conscientes de su responsabilidad hacia Dios y de su dependencia de El.

– En lo pedagógico, un educador cristiano se dejará guiar siempre y en primer lugar por el amor a Dios y el amor hacia los niños que educa. Estará siempre consciente de que tendrá que rendir cuentas a Dios por los niños que están a su cargo, y que es Dios, no el educador, quien define el llamado y el propósito personal para la vida de cada niño.
Por tanto, un educador cristiano no intentará realizar sus propios planes o deseos para los niños. Ni mucho menos se dejará guiar por «autoridades» en el campo de la pedagogía o psicología, o por progamas estatales de «educación». Escuchará atentamente lo que dicen tales personas, pero lo evaluará todo según los criterios de la palabra de Dios. «Examinadlo todo, retened lo bueno» (1 Tes.5:21).
Entonces, buscará diligentemente a Dios en cuanto a Sus propósitos para la vida de cada niño; y guiará al niño para que éste también empiece a buscar a Dios por sí mismo. Incentivará toda investigación de la palabra de Dios y de la creación de Dios, no imponiendo nada excepto el cumplimiento de los mandamientos de Dios. O sea, dicho de manera figurativa, colocará al niño en un jardín amplio con mucha libertad y muchos incentivos para hacer descubrimientos y ser creativo, pero cercado por un cerco firme que consiste en los mandamientos de Dios. Dentro de este jardín, guiará la mirada del niño para que descubra como todo lo que hay en su alrededor, contiene el reflejo de su Creador.
Respetar el llamado de Dios individual para cada niño, nos protege contra los errores de una pedagogía demasiado humanista (que cree que el hombre solamente es bueno, niega el pecado, y por tanto quiere dar al niño una libertad absoluta), como también contra los errores de la pedagogía conductista (la cual quiere manipular y moldear al niño según los deseos del educador, o de sus superiores, para lograr un control completo de la sociedad).

Lea también:
John Wesley, «La religión en familia»
Aplicar la palabra de Dios a todos los asuntos de la vida
Una visión bíblica acerca de la educación escolar
Escuelas cristianas (Principios y advertencias)
Cosmovisión cristiana y educación escolar

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La falacia de la «pedagogía única» – Parte 6: Por qué es necesario que existan escuelas con pedagogías diferentes

Distintas personas tienen distintas maneras de pensar, distintas creencias, distintas cosmovisiones, distintas convicciones filosóficas y religiosas. Como hemos visto en las partes anteriores, todas estas formas de pensar tienen injerencia en la pedagogía que uno prefiere. Por tanto, distintas personas prefieren distintas pedagogías. Y hemos visto en las partes anteriores de esta serie de artículos, que existen muchas pedagogías.

Puesto que la sociedad actual no es cristiana, ha establecido un sistema escolar que no es cristiano. Pero al mismo tiempo, la sociedad actual reconoce como derecho fundamental la libertad religiosa y de conciencia – o sea, el derecho de cada uno de escoger libremente sus creencias y convicciones. (De hecho, esta libertad es una herencia del cristianismo; o más exactamente, de la Reforma y del avivamiento bautista en el siglo XVI.) También se reconoce la autoridad de los padres sobre la educación de sus hijos.

Entonces, la simple lógica exige que los padres tengan el derecho de escoger la corriente pedagógica según la cual sus hijos sean educados. Cada familia es diferente, tiene convicciones diferentes y necesidades diferentes. Es obvio que no puede existir un sistema único que satisfaga las necesidades de todas las familias y de todos los niños. Además, las imperfecciones de un tal sistema único afectará a algunos niños mucho más que a otros. Estos niños se ven condenados al fracaso escolar bajo este sistema único, mientras podrían rendir muy bien en un sistema diferente.
Por ejemplo, los niños cuyo estilo de aprendizaje es el cinestético (o sea, que necesitan moverse para aprender algo), se ven constantemente marginados en el sistema escolar actual: son castigados por «hacer desorden», son etiquetados como «hiperactivos» y sometidos a terapias que no necesitan, y no reciben oportunidades para aprender de una manera apropiada a su estilo de aprendizaje. En cambio, una escuela activa (vea «Pedagogía de la escuela activa») es ideal para tales niños porque les provee la oportunidad de «aprender haciendo».
De la misma manera, la libertad religiosa exige que una familia cristiana no puede ser obligada a entregar a sus hijos a una escuela no cristiana.

Por todas estas razones, es obvio que un único sistema educativo no puede ser apropiado para la población entera. Es necesario que exista una diversidad, y que cada familia tenga la libertad de escoger entre distintas alternativas. Es necesario que cada modelo educativo reciba las mismas oportunidades de realizarse.
Debe existir una competencia libre y equitativa entre diversos modelos educativos. Esto incluye la libertad para cada institución educativa, de definir su propio plan de enseñanza, sus propios métodos, y su propio trasfondo de convicciones y cosmovisión.
Si el sistema actual es tan bueno como pretende ser, entonces no tiene nada que temer de la competencia: prevalecerá por su propia virtud. Si en cambio este sistema no es bueno, entonces no merece ser protegido, favorecido y monopolizado como actualmente es el caso.

La ideología de la «pedagogía única» niega a los padres esta libertad de escoger un modelo educativo según sus propias convicciones. Y les niega esta libertad, de una manera que no es honesta. Si los ideólogos de la «pedagogía única» fueran honestos, dirían algo así: «Les imponemos nuestro modelo pedagógico porque creemos que es el mejor, y no les permitimos escoger otro.» – Esto no sería muy amable, pero sería la verdad. Pero en lugar de esto, dicen: «Esta es ‘la’ pedagogía, y no existe otra.» – Eso es una mentira.

Acerca de esta mentalidad, escribió ya hace cien años Abraham Kuyper (teólogo, primer ministro holandés, y fundador de la Universidad Libre de Amsterdam):

Últimamente, los universitarios en todo el mundo asumen que la ciencia surgió de una sola conciencia humana homogénea, y que solo los conocimientos y la habilidad determinan si alguien merece una cátedra universitaria o no. Nadie piensa hoy como Guillermo el Silencioso, cuando fundó la Universidad de Leyden en contra de aquella de Louvain, pensando en dos líneas de universidades, opuestas una a la otra a raíz de una diferencia radical en sus principios. Desde entonces, el conflicto entre los normalistas y anormalistas estalló con toda fuerza, y se sintió nuevamente por ambos lados la necesidad de una división en la vida universitaria. Los primeros en pensar así eran (estoy hablando solamente de Europa) los mismos normalistas incrédulos, cuando fundaron la Universidad Libre de Bruselas. Anteriormente, en el mismo país de Bélgica, la universidad católico romana de Louvain fue fundada en oposición contra las universidades neutrales de Liege y Gent.
(…)
Solamente una separación pacífica de los seguidores de principios antitéticos traerá progreso – un progreso honesto – y un entendimiento mutuo. La historia es nuestro testigo. Primero, los emperadores romanos intentaron realizar su idea equivocada de un único Estado, pero su monarquía universal tuvo que dividirse en una multitud de naciones independientes para desarrollar los poderes políticos de Europa. Después de la caída del Imperio Romano, Europa fue seducida por la idea de una sola iglesia mundial, hasta que la Reforma despejó esta ilusión, abriendo el camino para un desarrollo superior de la vida cristiana. En la idea de una sola ciencia, todavía se mantiene la vieja maldición de la uniformidad. Pero también de ello se puede profetizar que los días de su unidad artificial son contados, que se dividirá, y que en este dominio por lo menos el principio católico romano, el principio calvinista y el principio evolucionista harán surgir esferas distintas de la vida científica, que florecerán en una multiformidad de universidades. Necesitamos sistemas en la ciencia, coherencia en la instrucción, unidad en la educación. Solo aquello es realmente libre, que se mantiene estrictamente atado a su propio principio, mientras se libera de todos los lazos no naturales. El resultado final será que la libertad de la ciencia triunfará la final; primero al garantizar a cada cosmovisión importante el poder para cosechar una cosecha científica basada en su propio principio; y segundo, al rehusar el nombre de científico a cualquier investigador que no se atreva a mostrar los colores de su propia bandera, y que no nos muestre en su escudo el principio por el cual vive y del cual deriva sus conclusiones.»
(Kuyper, «El calvinismo y la ciencia»)

En el mismo sentido, no merece el nombre de pedagogo aquel que se niega a declarar cuáles son las fuentes filosóficas e ideológicas de su pedagogía: en qué cosmovisión, en qué principios y convicciones se basa la corriente particular de la pedagogía que él representa. Mucho menos merece el nombre de pedagogo aquel que se niega siquiera a reconocer que tales diferencias de principios y convicciones existan en el campo de la pedagogía.

La libertad de la educación, y de la sociedad entera, depende del reconocimiento de distintas corrientes pedagógicas, y de distintos modelos educativos. Una sociedad que ha perdido su libertad en este campo, pronto perderá su libertad también en muchas otras áreas de la vida: la libertad de escoger a un médico; la libertad de escoger una afiliación política o religiosa; la libertad de la expresión y de la conciencia. Por tanto, la idea de que «la pedagogía es una sola», no es una idea inofensiva. Es una ideología que amenaza las libertades fundamentales de la sociedad.

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La falacia de la «pedagogía única» – Parte 5: El orgullo profesional de los «pedagogos únicos» no tiene fundamento

En la parte anterior ya hemos mencionado unos ejemplos de que la «pedagogía única» de los profesores profesionales generalmente no da buen fruto. Hemos visto también que esta «pedagogía única» pasa por alto el requisito más importante para educadores: el amor a los niños.

Pasamos ahora a los «datos duros» de una comparación entre profesores «profesionales» y profesores «no profesionales», en países donde una tal comparación es posible. Para las escuelas de élite en los Estados Unidos, un título en educación no vale nada:

«(…) Nuestras escuelas privadas más selectivas, más exigentes y más exitosas, no tienen entre sus profesores a practicamente ninguno que tenga un título en educación. (…) ¿Cómo sucede esto, que la gente más rica y más poderosa de nuestro país, aquellos que tienen las mayores posibilidades para elegir, eligen regularmente para sus hijos a profesores sin formación profesional en educación?»
(John Holt, «Teach Your Own»)

Los que deben saberlo mejor, son los directores de escuelas. Y sorprendentemente, ¡son exactamente los directores de escuelas estatales, quienes envían a sus propios hijos a tales escuelas privadas donde enseñan profesores sin título en educación!

«El Rev. Peder Bloom, director asistente de una escuela episcopal independiente, dice: ‘En la actualidad, el grupo ocupacional más grande de padres (de alumnos de escuelas privadas) son los directores de escuelas públicas. Antes eran los médicos, pero ahora ellos están en segundo lugar.»
(Holt, op.cit.)

Acerca del orgullo profesional de los profesores, dice Holt:

«(Los profesores con título profesional) casi siempre asumen que enseñar a los niños requiere un montón de habilidades misteriosas que se pueden aprender solamente en una carrera profesional de educación, y que éstas de hecho se enseñan allí; y que las personas que recibieron esta formación enseñan mucho mejor que los demás; y que las personas sin esta formación no son competentes para enseñar en absoluto.

Ninguna de estas suposiciones es cierta.

Los seres humanos han compartido informaciones y habilidades unos con otros, y con sus hijos, por miles de años. Durante este tiempo han construido unas sociedades muy complicadas y avanzadas. Durante todo este tiempo hubo muy pocos ‘profesores’ en el sentido de personas que trabajan únicamente en enseñar. Y hasta hace muy poco, no hubo ninguna ‘formación profesional de profesores’ en absoluto. La gente comprendía siempre que para enseñar algo, uno mismo tiene que saberlo primero. Pero solamente hace muy poco tiempo, la humanidad empezó a tener la extraña idea de que uno necesitaría recibir muchos años de enseñanza sobre «como enseñar», antes de poder enseñar lo que uno sabe.

Las verdaderas habilidades necesarias para enseñar, no son ningún misterio. Son asuntos del sentido común al tratar con gente, y aprendemos estas habilidades simplemente al vivir juntos. (…) Desde hace mucho tiempo, aquellas personas que eran buenas en compartir lo que sabían, entendieron cosas como estas:
1) Para ayudar a los demás a aprender, hay que entender primero qué es lo que ellos ya saben.
2) Mostrarles como se hace una cosa, es mejor que solamente decirlo; y dejarles hacerlo ellos mismos, es aun mejor.
3) No hay que decirles o mostrarles demasiadas cosas a la vez, porque la gente necesita tiempo para procesar ideas nuevas, y tienen que sentirse seguros con algo nuevo que aprendieron, antes que estén listos para progresar más.
4) Hay que dar a la gente tanto tiempo como ellos mismos desean y necesitan, para asimilar lo que les hemos mostrado o dicho.
5) En vez de hacerles preguntas para comprobar si han entendido, es mejor dejar que ellos hagan preguntas, y así demuestren cuanto han entendido.
6) No hay que ponerse impaciente o enojado cuando la gente no comprende.
7) Cuando la gente se siente asustada o amenazada, su aprendizaje se bloquea.
Etc.
No es necesario pasar tres años estudiando estos asuntos sencillos.
(N.d.tr: Actualmente en el Perú se cree que se necesitan hasta cinco años.)

Y de hecho, estas son tampoco las cosas que se enseñan en las carreras profesionales de educación. Estas formaciones prestan muy poca atención a la acción de enseñar en sí. Mucho más tiempo pasan preparando a los estudiantes a funcionar en el mundo extraño de las escuelas: como hablar el lenguaje escolar (usando palabras grandes para inflar ideas diminutas), como hacer todo lo que la escuela quiere que un profesor haga, como llenar sus interminables formularios y trámites (…) Y sobre todo, a los estudiantes de educación se le enseña a pensar que ellos saben cosas extremamente importantes, y que ellos son los únicos que las saben.»
(Holt, op.cit.)

Pero se ha demostrado en experimentos, que aun niños pueden enseñar mejor que profesores profesionales:

«Hace años, unas escuelas en zonas pobres hicieron el experimento de que los alumnos de quinto grado enseñaron a los alumnos de primer grado a leer. Los resultados fueron los siguientes:
Primero, que los alumnos de primer grado aprendieron más rápidamente que otros alumnos de primer grado que fueron enseñados por profesores profesionales.
Segundo, que los alumnos de quinto grado que enseñaron, mejoraron ellos mismos mucho en su lectura. (Muchos de ellos no habían sido buenos lectores.)
Parece que estas escuelas hicieron estos experimentos por desesperación (porque no pudieron conseguir profesores). Podemos ver fácilmente por qué estos experimentos no se repitieron en otros lugares: (…) Los profesores profesionales insisten en que no se permita enseñar a otras personas. Pero en programas de alfabetización en países pobres, se encontró que casi cualquier persona que sabe leer, puede enseñarlo a cualquiera que desea aprender.»
(Holt, op.cit.)

Si miramos al pasado, lejano o reciente, encontramos a muchos educadores temerosos de Dios que hicieron un trabajo excelente:
Moisés fue enseñado en los caminos de Dios por su madre, y esta educación prevaleció sobre toda la «sabiduría de los egipcios» que le enseñaron después en la corte de Faraón. Igualmente Daniel fue educado por sus padres judíos, y por eso no se dejó influenciar por las costumbres paganas que le enseñaron después en las escuelas de Babilonia. Salomón fue instruido por su padre, el rey David (Prov.4:3-5).
Si vamos al pasado más reciente, Juan Wesley fue educado por su madre Susana, junto con sus dieciocho(!) hermanos. Durante toda su vida, él estaba agradecido a su madre por haberle enseñado un estilo de vida cristiano y disciplinado. Jorge Muller de Bristol con sus colaboradores educó a miles de niños en sus orfanatorios. La misionera Gladys Aylward educó a más de cien huérfanos chinos. Ninguno de estos padres, madres y educadores era un «profesor profesional».

Aun muchos educadores valorados en la pedagogía secular, no eran profesores profesionales: Comenius, Pestalozzi, Rousseau, María Montessori, John Dewey, Jean Piaget – ninguno de ellos tuvo un título académico en «educación». (Montessori era doctora médica, Rousseau y Dewey eran filósofos, Piaget era psicólogo.)

Un gran número de genios destacados en los últimos tres siglos fueron educados en casa por sus padres que no eran profesores. Lea sobre la vida de algunos de ellos en «Los genios no surgen de la escuela».

El prestigioso Instituto Smithsonian investigó las vidas de veinte genios sobresalientes a nivel mundial. Ellos encontraron los siguientes factores comunes en su desarrollo:
«1) Padres (y otros adultos) calurosos, amables, y dispuestos a enseñar;
2) Escasa asociación afuera de la familia; y
3) Mucha libertad creativa bajo la dirección paternal, para explorar sus ideas, entrenándoles con repetición donde fuera necesario.»
(Según Raymond Moore, «La Fórmula Moore».)
Notamos que estos puntos resaltan el papel de los padres, mientras no aparecen profesores en el cuadro. Al contrario, el punto 2 («escasa asociación afuera de la familia») sugiere que la mayoría de estos genios no asistieron a la escuela, o por muy poco tiempo.

En los inicios del moderno movimiento de educación en casa en los Estados Unidos, en la década de los 1970, una familia educadora fue acusada por las autoridades escolares porque supuestamente no estaba brindando una «educación adecuada» a sus hijos. Entonces «una corte distrital en Kentucky desafió a la autoridad estatal de educación, que proveyera evidencias de que los profesores profesionales eran mejores que aquellos sin título en educación. Las autoridades escolares no podían presentar (en las palabras del juez) ‘ni una chispa de evidencia’. Lo mismo sucedió recientemente en una corte en Michigan. Es muy improbable que alguna autoridad estatal sea capaz de presentar tal evidencia.» (John Holt, «Teach Your Own»)

Desde entonces, el movimiento de educación en casa ha crecido a más de un millón de familias. Existen datos amplios acerca de su éxito, especialmente en los EE.UU. y en Canadá. Para nuestro tema nos interesan particularmente los siguientes resultados de investigación:

«Una investigación muy amplia de la educación en casa en América fue conducida por el prominente estadístico y experto en mediciones, Dr. Lawrence Rudner de la Universidad de Maryland en 1998. La investigación evaluó a 20’760 alumnos educados en casa en todos los 50 estados según la Prueba de Iowa de Aptitudes Básicas (Rudner, 1999). Rudner encontró que «los puntajes medianos para alumnos educados en casa están muy por encima de sus pares de escuelas públicas y privadas.» El puntaje promedio de los niños educados en casa estaba entre los 82 y 92 puntos (de 100) para la lectura, y en 85 puntos para matemáticas. En total, los puntajes para niños educados en casa estaban entre 75 y 85. Los alumnos de escuelas públicas alcanzaron 50 puntos, mientras los puntajes de alumnos de escuelas privadas estaban entre 65 y 75. Rudner concluyó que «aquellos padres que deciden comprometerse con la educación en casa, son capaces de proveer un ambiente académico muy exitoso.»
(…) «Interesantemente, el hecho de que uno de los padres tenga un título de profesor, parece no tener ningún efecto significativo sobre los niveles de rendimiento de alumnos educados en casa. Los puntajes de alumnos cuyos padres tenían un título de profesor, eran solamente 3% mayores que de aquellos cuyos padres no tenían tal título – 88 puntos versus 85.»
(Instituto Fraser: «Educación en casa – De lo extremo a lo corriente» )

Para interpretar correctamente esta estadística, hay que tomar en cuenta además lo siguiente: Aquellos profesores que lograron esta pequeña mejora de 3 puntos frente a los padres sin título de profesor, ¡no son profesores «comunes»! Son profesores que se decidieron ir en contra de la corriente de los tiempos, educando a sus propios hijos en casa. Con esto, ellos ya se apartaron radicalmente de la «pedagogía única» del establecimiento escolar. A los profesores «respetables», seguidores de la «pedagogía única», les corresponde el puntaje de los alumnos de las escuelas públicas – solamente 50, frente a los 85 puntos de los niños educados en casa.

No hay, por tanto, ninguna razón para asumir que un «profesor profesional» sea un mejor educador que alguien que no tenga tal título. Mucho más importante es el amor y la dedicación por los niños, la creatividad y la habilidad natural para enseñar, y el simple «sentido común».

(Continuará…)

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La falacia de la «pedagogía única» – Parte 4: Los resultados deficientes de la «pedagogía única»

En las partes anteriores de esta serie hemos examinado detalladamente por qué no se puede decir que «la pedagogía es una sola». Existen las más diversas corrientes pedagógicas; y como cristianos necesitamos evaluar cuáles de ellas concuerdan con una cosmovisión bíblica, y cuáles no. He elaborado estos argumentos en respuesta a las críticas de varios profesores «cristianos», quienes opinaron que no es legítimo distinguir distintas corrientes pedagógicas, porque, supuestamente, «la pedagogía es una sola».

Si la discusión se pudiera llevar a este nivel de argumentación lógica, quizás el uno u otro profesor se dejaría convencer. Pero en este juego entra otro obstáculo, el cual impide virtualmente toda discusión imparcial sobre el tema. Y es que demasiados profesores profesionales creen que nadie puede cuestionar lo que ellos aprendieron de sus profesores, pues ellos son «profesionales», tienen su «título», y por tanto son los «expertos» en «la pedagogía». En otras palabras: Existe un orgullo desmesurado que no admite ninguna opinión que no sea «políticamente correcta», que no sea reconocida y aprobada por el círculo elitista de los «expertos en la única pedagogía que existe». Quizás pueden admitir unas pequeñas mejoras en sus métodos, algunos materiales, trucos e ideas nuevas de cómo hacer de una manera un poco más interesante lo que siempre hacían – pero no pueden admitir que uno cuestione los mismos fundamentos de lo que ellos consideran «la pedagogía única».

Por eso, establecer una pedagogía cristiana y / o alternativa, es cosa de valientes. No será suficiente defender esta pedagogía con argumentos, testimonios, y resultados de investigaciones. Será necesario, además, soportar toda la ira que surge del orgullo herido del establecimiento escolar y eclesiástico combinado. Porque este orgullo es herido muy fácilmente: se siente afectado tan pronto como alguien sugiere que las cosas podrían hacerse de otra manera, diferente de las opiniones de los «expertos».

Por tanto, se necesita algo más que solamente argumentos. Creo que es necesaria una iluminación sobrenatural de Dios, para que alguien pueda darse cuenta de las falacias de «la pedagogía» actual, y de la necesidad de alternativas. Es mi deseo que por lo menos algunos de mis lectores – sean profesores o no – puedan recibir una tal iluminación, y de allí sacar el valor para ir en contra de la corriente del sistema establecido. Solamente así podrán algunos niños de la siguiente generación recibir una educación verdaderamente cristiana, y a la vez «sana» en cuanto a diversos aspectos pedagógicos.

Lo que deseo señalar en esta parte, es cuan poca razón existe para el orgullo profesional de los profesores. El Señor Jesús dijo: «Por sus frutos los conoceréis» – no «por sus títulos académicos». Hay que examinar, por tanto, cuales son en la práctica los «frutos» de los profesores profesionales, y de su sistema de «pedagogía única». En particular hay que examinar, si estos frutos son significativamente mejores que los frutos de «profesores no profesionales», o sea, de personas que enseñan a niños sin tener un título académico en pedagogía.

Para hacer esta comparación, es necesario mirar más allá de las fronteras de América Latina. Es que en los países latinoamericanos existe un exceso de formalismos y reglamentación, por lo cual casi nadie se atreve a ser innovativo. En particular los padres de familia, según observo, no tienen ni el valor ni el deseo de educar a sus propios hijos; prefieren mandarlos a algún lugar fuera del hogar durante el día entero. En este respecto, mis experiencias en el Perú coinciden con las observaciones de Rebeca Wild en Ecuador:

«Quizás en Ecuador la desesperación por el sistema escolar público no sea lo suficientemente grande y, por lo general, no hay suficiente confianza en las propias capacidades (por parte de los padres) como para poder recomendar que se tomen medidas drásticas que contemplen la posibilidad de una educación en casa.»
– «Regularmente los periódicos informan del ‘dramático fracaso de la educación pública’. (…) A menudo, se pueden leer artículos de varias páginas con la queja de que incluso los estudiantes que ya han terminado el bachillerato parecen haber aprendido muy poco de lo que durante doce años de escolarización se les ha intentado inculcar. Pero, a pesar de estas y muchas otras quejas, parece que esté prohibido poner en duda que la escuela, o, mejor dicho, ir a la escuela, sea el único camino que existe para conseguir reconocimiento social, éxito económico, para servir a la patria y finalmente para realizarse personalmente.»
(Rebeca Wild, «Educar para ser»)

Efectivamente, parece que los padres latinoamericanos tienen tan poca confianza en sus propias capacidades y en su sentido común, que casi nadie se atreve a educar niños – ni siquiera a los suyos propios – sin haber estudiado la carrera de «educación». Por tanto es casi imposible, encontrar ejemplos de educadores latinoamericanos que no son profesores profesionales. (En la próxima parte pienso presentar unas investigaciones al respecto, que se hicieron en países donde sí se puede hacer esta comparación.)

Por el otro lado, es bastante obvio que el «fruto» del sistema escolar oficial es deficiente. No solamente en Ecuador, también en el Perú la mayoría de los estudiantes concluyen su educación secundaria con un nivel muy bajo de conocimientos. Cuando supuestamente deberían estar preparados para ingresar a la universidad, necesitan todavía estudiar varios años en alguna «academia» pre-universitaria privada, hasta que realmente logren aprobar sus exámenes. Aun los mismos profesores, cuando el estado les toma un examen de conocimientos, la mayoría de ellos desaprueban. Supongo que en otros países latinoamericanos la situación no es muy diferente. ¡Pero este es el sistema establecido y mantenido por los profesores profesionales con su «pedagogía única»!
Y este sistema a menudo ahuyenta o desanima aun a aquellos pocos profesores que son educadores genuinos: a aquellos que invierten toda su creatividad y su talento en su trabajo, toman a los niños en serio, se interesan por entender cómo los niños aprenden mejor, y se esfuerzan por poner este entendimiento en práctica.

Puedo añadir a esto una observación personal de mi propia experiencia cuando trabajé como capacitador de maestros de escuela dominical. De vez en cuando conocí a algún(a) joven con un talento natural para la enseñanza: Se llevaba bien con los niños, sabía explicar las cosas de una manera que ellos entendían, y sabía motivar y entusiasmarlos por aprender. ¡Pero ninguno de estos jóvenes consideró estudiar «educación»! En cambio, quienes sí se decidieron por la carrera de «educación», normalmente no eran particularmente talentosos, ni mostraban un amor especial por los niños. Esto debería llamar nuestra atención. La carrera profesional de «educación», al parecer, ¡es más atractiva para aquellos jóvenes que no son «educadores por naturaleza»!

En particular, nunca he visto a algún profesor profesional evaluar a sus semejantes según su amor por los niños. Aun el director de una escuela «cristiana» que conocí, parecía impresionarse solamente con un C.V. lleno de certificados de asistencia a mini-talleres y conferencias sobre temas mayormente irrelevantes; pero no le interesaba mucho si un profesor amaba a Dios y amaba a los niños.
¿Cómo va a ser un buen profesor el que odia a sus alumnos, el que no logra comprender su manera de ser, o el que es completamente indiferente hacia ellos? ¿Cómo va a ser un buen profesor el que hace su trabajo solamente para ganarse la vida, o para demostrar a los demás «cuán buen profesional es», pero no le importa cuanto sufren sus alumnos bajo sus exigencias? ¿No debería ser este el primer requisito de un profesor: que ame a los niños? Por lo menos así lo vería un cristiano; pues el mandamiento más grande, según Jesucristo, es el de amar a Dios y amar al prójimo. Para un profesor, obviamente, sus prójimos son sus alumnos con quienes pasa la mayor parte de su tiempo de trabajo.

Pero si uno ama a los niños con amor cristiano, resultará una pedagogía muy distinta de la oficial.

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La falacia de la «pedagogía única» – Parte 3: Pedagogía y religión

Esta es la continuación de un artículo que responde a las críticas de algunos profesores «cristianos». Estos profesores se molestaron por mi análisis de algunas corrientes pedagógicas (por ejemplo en «Cosmovisión cristiana y educación escolar»), y argumentaron que «La pedagogía es una sola, y además no tiene injerencia en la religión. Por tanto no es aceptable definir y distinguir diversas corrientes pedagógicas.»

En la Parte 2 hemos examinado si de verdad «la pedagogía es una sola», y hemos encontrado que este argumento es absurdo, puesto que existe una gran variedad de corrientes pedagógicas con sus respectivas filosofías, principios y prácticas muy distintos.

Pasaré ahora a la segunda parte del argumento: ¿La pedagogía no tiene injerencia en la religión?

El argumento implica que también viceversa, la religión no tiene injerencia en la pedagogía: «No es legítimo poner una pedagogía cristiana en contra de una pedagogía no cristiana, porque pedagogía y religión son campos separados.»

¿Qué hacemos entonces con los tantos pasajes bíblicos que hablan acerca de la educación de los niños? Por fin, la crítica vino de profesores que se llaman «cristianos» a sí mismos. Entonces deberían tener un conocimiento (aunque tal vez superficial) de lo que dice la Biblia.
La Biblia nos dice por ejemplo quienes deben educar a los niños: sus padres. (Vea Deuteronomio 6:4-7, Salmo 78:5-8, Proverbios 1:8-9, 2:1-6, 4:1-6, 5:1-2, 6:20-22, Efesios 6:1-4, y otros.)
La Biblia nos dice cómo educar a los niños: «en disciplina y amonestación del Señor» (Efesios 6:4), sin provocarlos a ira, ni exasperarlos o desanimarlos (Efesios 6:4, Colosenses 3:21), etc.
La Biblia nos dice qué contenidos enseñar a los niños: la Palabra de Dios y sus implicaciones (Deuteronomio 6:4-7, Salmo 78:5-8).

Esta es solamente una muy pequeña muestra de lo que la Biblia enseña acerca de la pedagogía. Obviamente, «la religión» (mejor dicho, los principios de Dios) sí tiene injerencia en la pedagogía. Quien niega esto, está atacando un punto esencial de la fe cristiana: Está atentando contra la soberanía de Dios. Esto es un asunto serio. Si Dios es Señor de todo, ¡El es también Señor sobre la pedagogía! Un profesor que quiere arrancar la pedagogía de las manos de Dios, para establecer su propia «pedagogía única», ¡se está rebelando contra el señorío de Dios!

Entonces, una pedagogía basada en principios contrarios a la Palabra de Dios, está a su vez afectando «la religión» (o sea, el señorío de Dios). «El que no es conmigo, es contra mí; y el que conmigo no recoge, desparrama», dijo Jesús (Lucas 11:23). Un montón de profesores «cristianos» están actualmente desparramando los principios de Dios y los niños de Dios, por someterse a una falsa «pedagogía única» en contra de Dios.

Pero el asunto no se queda ahí no más. Junto con esta «pedagogía única», entra todo un caudal de métodos, enseñanzas y contenidos en las aulas escolares, que son igualmente contrarios a la Palabra de Dios:
– Al obligar a los alumnos a leer leyendas paganas y cuentos esotéricos en los libros de lectura, los profesores los inducen a una cosmovisión y religiosidad pagana.
– Al hacer que los niños llenen hojas de preguntas donde se les pide que «opinen», y después sus opiniones son calificadas según «correctas» e «incorrectas», están entrenando a los alumnos a ser hipócritas (escribiendo lo que suponen que el profesor quiere escuchar, en vez de lo que opinan en realidad).
– Al enseñar a los alumnos que el hombre es un pariente cercano del mono, los inducen a verse a sí mismos como animales, en vez de valorarse como creados en la imagen de Dios. (No extraña, entonces, que los niños escolares a menudo se comportan como animales. De hecho, una buena parte de «la pedagogía» se basa en experimentos de entrenamiento de animales.)
– Al enseñar «valores» según los currículos estatales y globales, están remplazando los valores de Dios por los valores de la sociedad humana globalizada.
– Al enseñar «educación sexual» desde los primeros años de la escuela primaria, están invadiendo la intimidad y privacidad de los niños pequeños, y están despertando impulsos que después llevan a la promiscuidad sexual entre los adolescentes.
– Al someter a los alumnos al sistema escolar estatal sin cuestionarlo, están socavando la autoridad que Dios otorgó a los padres (no al estado ni al profesor) para la educación de sus hijos.
– Etc. etc.

Cada uno de los puntos mencionados (y se podrían añadir muchos más) afecta directamente «la religión», o mejor dicho, la verdad de Dios y de Su palabra.

Por eso, la falsamente llamada «pedagogía única» tiene mucha injerencia en «la religión». Es un ataque masivo contra la soberanía de Dios y contra los principios y verdades de Dios. Si hay profesores cristianos que la apoyan, entonces esto comprueba una sola cosa: que estos profesores «cristianos» en realidad nunca se han sometido al señorío de Dios. Tal vez se han hecho miembros de una iglesia, han asumido una «religión», están participando en ritos religiosos – pero nunca han sometido su vida, inclusive el ejercicio de su profesión, bajo la autoridad de Jesucristo. Profesores verdaderamente cristianos son tan difíciles de encontrar como la proverbial aguja en el pajar.

¡Es por eso que en este país todavía no existe ninguna educación cristiana que merece este nombre!

(Continuará…)

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La falacia de la «pedagogía única» – Parte 2

Esta es la continuación de un artículo que responde a las críticas de algunos profesores «cristianos». Estos profesores se molestaron por mi análisis de algunas corrientes pedagógicas (por ejemplo en «Cosmovisión cristiana y educación escolar»), y argumentaron que «La pedagogía es una sola, y además no tiene injerencia en la religión. Por tanto no es aceptable definir y distinguir diversas corrientes pedagógicas.»

Veremos la primera parte del argumento: ¿Es la pedagogía «una sola»?

Si sustiuimos la palabra «pedagogía» por «verdad», entonces resulta un dicho con el cual estoy de acuerdo: «La verdad es una sola.» En cualquier asunto dado, no pueden existir dos verdades que se contradicen entre ellas. Entonces, si la pedagogía fuera idéntica con la verdad, el argumento de los profesores citados sería cierto. Así nos quedamos con dos posibilidades:
A) La pedagogía es la verdad; entonces existe una sola y es única. – En este caso, no existiría contradicción entre los diversos pedagogos, así como no existe contradicción entre los diversos autores (humanos) de la Biblia. Todos los pedagogos enseñarían la misma verdad.
B) Existen diferentes corrientes pedagógicas. – En este caso, algunos conceptos pedagógicos estarían de acuerdo con la Palabra de Dios, y otros serían contrarios a la Palabra de Dios. Puesto que el cristianismo (verdadero) se somete bajo la Palabra de Dios como verdad absoluta, un verdadero cristiano tendría que calificar ciertos conceptos pedagógicos como verdaderos, y otros como falsos.

Ahora, no se necesitan conocimientos muy profundos de pedagogía para darse cuenta de las muchas contradicciones que existen entre diversos pedagogos. Así propuso p.ej. el conductista B.F.Skinner, que los niños pueden y deben ser acondicionados con recompensas y castigos, para que produzcan el comportamiento deseado, de una manera muy parecida a la domesticación de animales. Por el otro lado, pedagogos antiautoritarios como A.S.Neill propusieron que los profesores se despojasen de toda autoridad, y que entregasen toda potestad de decisión a los mismos niños, tratándolos como iguales a los adultos. La contradicción entre los dos es obvia. De verdad no entiendo como personas que se jactan de ser «pedagogos profesionales», no pueden darse cuenta de una contradicción como esta. ¿Será que nunca escucharon ni de Skinner ni de Neill? ¿O será que asimilaron estos conocimientos de la misma manera como ellos ahora lo exigen de sus alumnos: memorizándolos mecánicamente sin reflexionar sobre ellos ni establecer conexiones entre ellos? – Es cierto que el sistema escolar actual es capaz de incorporar unos trozos de Skinner junto con unas cuantas migajas de Neill al mismo tiempo; ¿pero cree usted que eso ya comprueba que los dos son uno?

Bien, señor pedagogo o señora pedagoga: Le propongo un experimento mental. Usted que ha estudiado «la» pedagogía, usted que sabe en qué consiste «la» pedagogía, organice una escuela y enseñe allí según esta pedagogía que usted ha aprendido.
Ahora imagínese que María Montessori viene a visitar su escuela. ¿Ella aceptaría sin crítica todo lo que usted hace en su escuela? ¿Ella organizaría su escuela de la misma manera como usted, y enseñaría de la misma manera como usted? – Si usted me dice que sí, entonces usted no sabe mucho acerca de Montessori. (Excepto si por casualidad usted fuera un(a) profesor(a) Montessori. Pero los profesores Montessori normalmente están muy conscientes de que ellos representan una pedagogía distinta de la «oficial».) En cambio, si usted me dice que no, entonces está admitiendo que María Montessori tenía una pedagogía distinta de la de usted.
Ahora imagínese una visita del viejo filósofo Sócrates. ¿Sócrates estaría contento con todo lo que ve allí? ¿Sócrates enseñaría de la misma manera como usted? Si usted admite que Sócrates haría las cosas de una manera diferente, entonces ya tenemos tres pedagogías: la de Sócrates, la de Montessori y la de usted.
Podríamos mencionar a otras personas que aportaron ideas pedagógicas influenciales y radicales: Juan Amós Comenio, Paolo Freire, Raymond Moore, etc; y también los arriba mencionados B.F.Skinner y A.S.Neill. ¿Realmente quiere decir usted que todos estos personajes concordaron con lo que usted llama «la pedagogía»? – Imagínese una junta directiva de una escuela, consistiendo en estas personas mencionadas, con toda libertad de organizar juntos la escuela según su propio criterio. Si «la pedagogía es una sola», todos ellos se pondrían de acuerdo. ¿Usted cree que esto sucedería? (Por ejemplo, ¿cuál sería el papel del profesor? ¿Debería estrictamente repartir recompensas y castigos para producir las respuestas deseadas en los niños, como diría Skinner? ¿O debería renunciar a todo ejercicio de autoridad, como diría Neill? – ¿Cuál sería la ideología subyacente al proceso educativo? ¿El cristianismo, como diría Comenio; el esoterismo propagado por Montessori; o el marxismo, como diría Freire? – Etc…)

Ahora la pregunta que más debería interesar a un profesor que se llama cristiano: ¿Qué si Jesucristo viniera a visitar su escuela? ¿El estaría de acuerdo con todo lo que usted hace según «la» pedagogía? ¿El enseñaría de la misma manera como usted?
– ¿Y estaría El de acuerdo con los pedagogos arriba mencionados?

Espero que estos ejemplos sean suficientes para demostrar que no existe «una sola pedagogía». Existen muchas pedagogías, distintas en sus bases filosóficas, distintas en sus principios, distintas en sus métodos y propuestas prácticas.

Entonces necesariamente tenemos que aceptar la alternativa B) (arriba): Como cristianos es nuestro deber examinar y evaluar estas distintas corrientes pedagógicas, si están de acuerdo con la Palabra de Dios o no.

Si es tan obvio que existen diferentes corrientes pedagógicas, ¿de dónde viene entonces este argumento absurdo de que «la pedagogía es una sola»? ¿Quién mete esta idea en las cabezas de los profesores?

Pienso que vale la pena seguir esta pregunta – aunque tengo que conjeturar un poco en cuanto a la respuesta -, porque llegamos aquí al meollo del desastre educativo estatal en el Perú (y en otros países por igual). Y a la vez encontraremos algunas pautas que nos pueden explicar por qué en el Perú todavía no existe ninguna pedagogía cristiana, a pesar de existir tantos profesores que se llaman «cristianos».

La primera pauta la encuentro en lo que Rebeca Wild llama el «currículo oculto» que no se puede cambiar. Repito de la cita que puse en la primera parte: «La escuela educa a nuestros hijos para la obediencia (sepas que hay alguien que sabe mejor que tú qué, cómo, cuando y cuánto tienes que aprender), educa para la puntualidad y para el trabajo rutinario.» Obviamente, para que la escuela funcione así, sus profesores tienen que ser forzados en estos mismos moldes. El estado tiene que asegurar que sus profesores sean obedientes (ciegamente), puntuales, y trabajadores rutinarios (o sea, que no reflexionen demasiado acerca del trabajo que hacen). Por tanto, la formación de profesores pone mucho énfasis en la aplicación «correcta» de las políticas educativas del gobierno, y de los procedimientos administrativos burocráticos relacionados con ello. Entonces, el estado no puede permitir que los profesores sean educados en corrientes pedagógicas que contradigan la política educativa del estado. (Que tengan conocimientos teóricos de ellas, sí; pero que no reflexionen demasiado sobre las implicaciones y consecuencias prácticas de estas corrientes.) En última consecuencia, los profesores ya no están siendo formados para ser educadores; son formados para ser funcionarios del estado.

Si las cosas son así, entonces los profesores aprenden efectivamente «una sola pedagogía»: la pedagogía «políticamente correcta» según el sistema escolar estatal. Y – como tengo que deducir de las correspondencias que tuve al respecto – nunca han reflexionado acerca de las creencias fundamentales que se encuentran detrás del sistema estatal. Y nunca se les ha ocurrido la idea de que una pedagogía podría edificarse sobre un sistema de creencias diferentes, y entonces llegaría a resultados diferentes. Hasta tengo que asumir que estos profesores creen erróneamente, que todos los pioneros pedagógicos del pasado, sin importar su trasfondo, hayan sido contribuyentes y precursores directos del sistema escolar estatal actual.

En otras palabras: La formación estatal de profesores simplemente excluye de su campo de vista toda corriente pedagógica alternativa. Los profesores en formación reciben sus conocimientos de pedagogía en una forma «filtrada» que produce en ellos la ilusión de que exista «una sola pedagogía». Mientras se creen muy eruditos en «la» pedagogía, son en realidad mantenidos en ignorancia acerca de muchos aspectos de diversas corrientes pedagógicas que podrían poner en duda esta «única» pedagogía.

– Otra vez dicho de otra manera: Si usted cree que «la pedagogía es una sola», entonces esto demuestra que usted ha sido manipulado con éxito por personas que quieren imponer una «única pedagogía». De la misma manera como muchos fieles católicos han sido manipulados para creer que el catolicismo romano es el único «cristianismo» que existe, y que afuera de la iglesia católica romana existen solamente «negaciones» del cristianismo.

Aun educadores no cristianos se han dado cuenta de este problema. Así me escribió por ejemplo la promotoría de una escuela alternativa, la cual trabaja según la pedagogía de la «escuela activa»:

«Es mentira que no es posible dar una educación diferente, todas las escuelas privadas y del estado podrian hacerlo, el problema es que no creen que exista otra manera de impartir educacion. De hecho nuestro principal problema es encontrar maestros que entiendan nuestro trabajo y tambien encontrar familias que piensen como nosotros.»

Este es exactamente el problema. Existen tantas alternativas pedagógicas; ¡pero los profesores han sido entrenados a creer que existe «una única pedagogía»!

Hay una simple forma de deshacerse de este prejuicio: Abra los ojos y mire más allá del estrecho cerco en el cual su formación profesional le ha encerrado.

(Continuará…)

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La falacia de la «pedagogía única»

Advertencia

Si usted es un(a) profesor(a) que ya sabe todo, no lea este artículo. Usted solamente se va a molestar.

Si usted es un(a) profesor(a) dispuesto a aprender, ¡léalo! Se enterará de algunas cosas que probablemente nadie le dijo durante su formación profesional.

Si usted no es profesor, también podrá enterarse de algunas cosas interesantes…

La necesidad de examinar las distintas corrientes pedagógicas

Como cristiano, la palabra de Dios me obliga a «examinarlo todo, y retener lo bueno» (1 Tesalonicenses 5:21). Cuando vienen a mi puerta, por ejemplo, los «testigos de Jehová» y me dicen que Jesucristo no es Dios, entonces no debo creerles así no más. Debo examinar mi Biblia y ver si es así; y si la Biblia no dice así, entonces no debo creerles.

Pienso que cada cristiano puede entender este ejemplo cuando se trata de los «testigos de Jehová», o de cualquier otra religión falsa. ¿Y cuando se trata de pedagogía? ¿También tenemos que examinar lo que enseñan los pedagogos? – ¡Claro que sí!

Pero me he dado cuenta de que muchos cristianos tienen problemas con esto. Usan la Biblia para sus reuniones religiosas; pero cuando salen a su trabajo o a sus estudios, cierran su Biblia y dicen: «Este es un campo secular, aquí la Biblia no tiene nada que decir.» ¿Se dan cuenta de lo que están haciendo? En otras palabras, están diciendo: «Acepto que Dios gobierne sobre la iglesia y sobre la religión; pero rechazo el gobierno de Dios sobre mi trabajo y sobre mis estudios.» – También dicen: «En el campo de la religión tengo que examinar y rechazar las enseñanzas falsas. Pero lo que me enseña mi profesor en la universidad, no se puede cuestionar, porque esto no tiene nada que ver con la religión, y mi profesor es una autoridad en su campo del saber.» – Esto es casi igual a decir: «En la iglesia no debo mentir ni robar, porque este es un lugar religioso. Pero en mi trabajo y en mis estudios puedo mentir y robar, porque allí estoy bajo otras autoridades.» ¿Se dan cuenta, cristianos (si realmente lo son), como vuestros razonamientos se contradicen? ¿Y se dan cuenta de lo ofensivo que son vuestros razonamientos para Dios? De hecho, ¡están intentando quitar a Dios su gobierno sobre todo lo que se encuentra afuera de las cuatro paredes de vuestras iglesias!

Me ha tocado enseñar sobre pedagogía cristiana en diversos lugares, tanto escuelas como iglesias. Y siempre me he asombrado al ver que son exactamente los profesores de profesión, los que se niegan (con pocas excepciones) a aceptar conceptos cristianos de pedagogía – y a veces aun conceptos generales de pedagogía. ¿Cómo es posible que los profesores «cristianos» se dejen formar (mejor dicho deformar) de tal manera por sus estudios seculares, sin siquiera examinar lo que se les enseña?

Sin duda, una raíz de este problema es que en la cultura latinoamericana, el profesor es considerado un semidiós que no se puede equivocar; y todo lo que el profesor dice, hay que aceptarlo como verdad absoluta sin cuestionarlo. Una caricatura en un diario peruano ilustró esta inclinación cultural: Un policía persigue corriendo a un ladrón. Al lado de la calle está sentado un mendigo que reconoce en el ladrón a su antiguo profesor, y lo saluda: «¡Profesor!» – Poco después pasa el policía. El mendigo lo hace tropezar con su pie, y riñe al policía que se está cayendo: «¡Al profesor se le respeta!»

Rebeca Wild, fundadora de una escuela alternativa en Ecuador, describe el problema de la siguiente manera, bajo el título «El mito educativo dominante»:

«A menudo, se pueden leer artículos de varias páginas con la queja de que incluso los estudiantes que ya han terminado el bachillerato, parecen haber aprendido muy poco de lo que durante doce años de escolarización se les ha intentado inculcar. Pero, a pesar de estas y otras muchas quejas, parece que esté prohibido poner en duda que la escuela sea el único camino que existe para conseguir reconocimiento social, éxito económico, para servir a la patria y finalmente para realizarse personalmente.
(…) Para llegar a obtener una formación escolar reconocida se hacen grandes sacrificios: en las zonas rurales, para ir a la escuela es frecuente tener que hacer largas caminatas y regularmente obsequiar a los maestros con productos agrícolas (…) Para el «día del maestro», para su santo y aniversario, por Navidad y poco antes de la entrega de notas es habitual hacer regalos caros. (…) Lo importante es que (los padres) renovadamente demuestren que, en cuestiones de educación, su confianza en la institución a la que pagan considerables sumas de dinero es absoluta. Es una suerte de ley no escrita, que la escuela constituye la voz más autorizada para opinar sobre los niños, y que posee en exclusiva la capacidad de proporcionar una educación impecable.
(…) ¿Cuál es el verdadero objetivo que se oculta detrás de este deseo de llegar a un saber, una moral y una cultura más elevadas? En este país siempre se está mejorando el currículum – el plan de estudios -, se hacen venir expertos extranjeros y los maestros no paran de hacer cursos (…) Sin embargo, con todo esto, el plan de estudios «oculto» permanece intacto. Se trata de un plan triple que no admite ninguna protesta: la escuela educa a nuestros hijos para la obediencia (sepas que hay alguien que sabe mejor que tú qué, cómo, cuando y cuánto tienes que aprender), educa para la puntualidad y para el trabajo rutinario. (…) Aquél cuyo comportamiento no demuestre que está dispuesto a conformarse con todo, pronto perderá su plaza en la escuela ecuatoriana (¿tal vez también en otras?).
(…) ¿Cuáles son las consecuencias visibles de estas situaciones? (…) Los «listos» aprenden toda clase de trucos para que los adultos – maestros y padres – tengan la impresión de éxito educativo. (…) Muchos niños – a menudo los más sinceros, o los más débiles emocionalmente – son eliminados antes del tiempo de la carrera. (…) Otros experimentan una dolorosa desintegración de su personalidad, se acostumbran a vivir y a aprender con un miedo permanente y odian el aprender. Algunos empiezan a tartamudear, otros sufren incontinencia de orina, dolores de cabeza o de estómago. No son pocos los que se enganchan a la droga.
(…) Las consecuencias del sistema educativo ecuatoriano son a la larga perjudiciales no sólo para el individuo, sino para todo el país. Crea las condiciones ideales para una burocracia monstruosa que procura trabajo a todos aquellos que son capaces de resolver problemas con palabras, papel y lápiz – aunque esto origine nuevos problemas y más difíciles de solucionar.»
(Rebeca Wild, «Educar para ser», Barcelona 1999)

En la opinión general, no se puede cuestionar el sistema educativo. Y casi todos los «cristianos» que conocí, siguen esta opinión general sin examinarla. Ellos otorgan a la escuela una posición de verdad absoluta. Cuando la palabra de Dios contradice a la escuela, ellos votan a favor de la escuela y en contra de Dios. En otras palabras, están dando a la escuela una posición superior a Dios mismo. ¡Esto equivale a idolatría!

A menudo, estos «cristianos» (y especialmente los profesores entre ellos) rechazan no solamente las verdades de Dios. ¡Rechazan incluso las investigaciones científicas de su propio campo, de la pedagogía, donde éstas contradicen su práctica acostumbrada! Así me lo demostraron las reacciones de varios profesores «cristianos», cuando fueron confrontados con las investigaciones del Dr.Raymond Moore, en «Mejor tarde que temprano» . Este trabajo se basa en cientas de investigaciones científicas reconocidas, hechas en los lugares más distintos del mundo. Estas investigaciones llegan unánimemente a la conclusión de que la enseñanza formal, tal como se da en la escuela, perjudica el desarrollo psíquico y mental de los niños menores a ocho a diez años; y que por tanto es más saludable para los niños que no asistan a la escuela antes de esta edad. Sin embargo, ¡varios profesores se negaron a siquiera tomar en cuenta dichas investigaciones!

Ahora, toda práctica y todo sistema educativo se basa en un conjunto de principios y creencias fundamentales. Toda pedagogía comienza con algunas preguntas de fondo como estas: ¿Qué es el hombre en su esencia? ¿Cuál es el origen del hombre? ¿Cuál es el destino del hombre? ¿Cuál es la autoridad suprema sobre la vida del hombre? ¿Cuál es la relación entre el hombre y el mundo que lo rodea? etc.
Muchas personas nunca reflexionan conscientemente sobre preguntas como estas. Sin embargo, cada persona tiene su respuesta personal a estas preguntas (aunque no esté consciente de estas respuestas); y estas respuestas influencian la manera como esta persona piensa y vive. Y si es un pedagogo, estas respuestas influencian su pedagogía.

(Para más detalles sobre estos asuntos de fondo, vea la serie sobre Cosmovisión cristiana.)

Es obvio que existen diversas respuestas posibles a las preguntas mencionadas. Entonces, distintos pedagogos parten de distintas bases de pensamiento. En consecuencia, también sus teorías y prácticas pedagógicas serán diferentes entre sí. Por eso, existen diferentes corrientes pedagógicas.

Es igualmente obvio que la Palabra de Dios tiene respuestas claras y definidas a las preguntas mencionadas. Entonces, existen respuestas cristianas y respuestas no cristianas a estas preguntas. En consecuencia, existen pedagogías cristianas y pedagogías no cristianas: pedagogías que están de acuerdo con la Palabra de Dios, y pedagogías que no lo son. Por eso tenemos que examinarlas a base de la Biblia, como dice 1 Tesalonicenses 5:21, al igual como tenemos que examinar las enseñanzas de los «testigos de Jehová» o de cualquier otro grupo religioso.

Por eso, he dedicado varios artículos y enseñanzas a la examinación de diversas corrientes pedagógicas desde una base bíblica. (Vea p.ej. «Cosmovisión cristiana y educación escolar».) Hasta la fecha, nadie me ha expresado su desacuerdo con mi evaluación de alguna de estas corrientes en particular. Pero a lo largo del tiempo, varios profesores «cristianos» me han atacado, ¡negándome desde un principio el derecho de hacer un tal análisis! Su argumento era en cada caso prácticamente el mismo, y corría más o menos así: «La pedagogía es una sola, y además no tiene injerencia en la religión. Por tanto no es aceptable definir y distinguir diversas corrientes pedagógicas.»

Tenemos que examinar bien este argumento. Porque si fuera cierto, tendríamos que enterrar todos los esfuerzos por encontrar y practicar una educación cristiana. Aun tendríamos que borrar de nuestro diccionario las expresiones «pedagogía cristiana» y «educación cristiana». En lugar de ello, todos tendríamos que inclinarnos bajo esta única pedagogía unificada, de la misma manera como el papa de Roma exige que todos se inclinen ante él como el único maestro infalible de toda la cristiandad.

Igualmente, tendríamos que enterrar todos los esfuerzos por alguna forma alternativa de educación. Tendríamos que aceptar el sistema existente como si fuera un decreto divino, perfecto e imposible de mejorar.

Por tanto, en la continuación daremos una respuesta a este argumento de que «la pedagogía es una sola».

(Continuará…)

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