Esta es la continuación de un artículo que describe las paralelas entre iglesias institucionales y escuelas, y los problemas que resultan en estas instituciones.
Autoridades incuestionables
En ambas instituciones, la escuela y la iglesia institucional, los líderes se atribuyen a sí mismos una autoridad absoluta que no puede ser cuestionada.
Un profesor es un sabelotodo profesional, que ordena a otras personas qué, cuándo y cómo tienen que aprender. Esta es la base del sistema entero, y por eso no se puede permitir que un alumno sepa algo que su profesor no sabe. Porque esto podría derribar el sistema entero. Tampoco se puede permitir que un alumno aprenda por sí mismo cosas que no figuran en el currículo oficial; o que aprenda de una manera distinta de la manera prescrita por la escuela.
No quiero insinuar que los profesores actúen así por maldad intencional. A menudo, ellos mismos son presos del sistema y no pueden cambiarlo. Desde mi propia experiencia de profesor, sé cuan pesada puede ser la carga de ser obligado a saber todo.
Algo muy parecido sucede en muchas iglesias. El pastor se rodea de un «aura sagrada» que sobrepasa por mucho su verdadera autoridad. Distintas denominaciones y confesiones logran esto de maneras distintas, pero el resultado final es más o menos el mismo:
– La iglesia católica difunde la idea de que un sacerdote, por el sacramento de la ordenación, se convierte en un hombre de clase superior – un «clérigo», levantado por encima de la masa de los «laicos» -, y por tanto no puede ser cuestionado, aun cuando está equivocado. Como me escribió una vez un apologista católico (cito de la memoria): «La iglesia es santa porque es instituida por Jesucristo mismo, y por tanto tenemos que tenerla por santa, aun cuando vemos en ella cosas que describiríamos como no santas.» O sea: Si observo que los integrantes de la jerarquía actúan de una manera que no es santa, simplemente tengo que declararlo como santo, y tengo que convencerme a mí mismo de que esto resuelve el problema.
– En las iglesias procedentes de la Reforma (luteranos, presbiterianos, etc.), los pastores son teólogos con título universitario. Por tanto, se asume que ellos saben «misterios profundos» que los «laicos» no pueden saber. (En particular, saben cómo demostrar que un pasaje bíblico determinado no puede significar lo que dice.) Por tanto, un no-teólogo no puede cuestionar o enseñar a un teólogo. Se da más valor a la «erudición teológica» que a la sencilla palabra de la Biblia.
– En muchas iglesias evangélicas y pentecostales, se enseña que obedecer a Dios significa obedecer a los líderes de la iglesia. Según esta enseñanza, un cristiano goza de la «cobertura» de Dios cuando se «sujeta» a su pastor, pero pierde la protección de Dios cuando cuestiona o contradice a su pastor. A menudo lo llevan a tal extremo que dicen: «Tienes que sujetarte a tu líder, aun cuando el líder está equivocado o cuando está en pecado, porque Dios te juzgará según tu obediencia hacia el líder.» – En consecuencia, los pastores se aseguran una posición de poder inexpugnable (lo que se llama «abuso espiritual»): Nadie se atreve a contradecirles, porque todos temen que con eso caerían bajo el juicio de Dios.
(Nota al margen: Esta enseñanza de los evangélicos tiene de hecho más similitud con el catolicismo que con la Reforma.)
En ambas instituciones, escuela e iglesia institucional, sucede lo mismo con los súbditos (miembros, resp. alumnos): Se vuelven dependientes de sus líderes (pastores, profesores), permanecen en una inmadurez e infantilidad permanente, y pierden su creatividad y su capacidad de pensar por sí mismos. Son despersonalizados de tal manera que solamente pueden pensar y actuar según las órdenes de sus líderes. Los miembros «institucionalizados» en tales iglesias no aprenden a seguir a Jesús; solamente siguen a sus pastores. Los alumnos «institucionalizados» en las escuelas no aprenden conocimientos verdaderos; solamente aprenden cómo responder para satisfacer al profesor.
La iglesia original del Nuevo Testamento no era así. La iglesia verdadera conoce una sola autoridad absoluta: Jesucristo mismo. Frente a todas las otras autoridades se aplica: «Es necesario obedecer a Dios antes que a los hombres» (Hechos 5:29), y: «Examinadlo todo, retened lo bueno» (1 Tes.5:21)
Se culpa a la víctima.
En las situaciones de abuso de poder, a menudo el abusador echa aun la culpa a la víctima. Esta misma dinámica se da con frecuencia en las instituciones descritas.
La iglesia institucionalizada enseña: «Sin pastor y sin iglesia institucional, un cristiano no puede crecer en su fe.» Por tanto, se establece la ley de que hay que asistir a todos los eventos de la iglesia, y de que es necesario dejarse «pastorizar» por el pastor. Según la corriente a la que pertenece la iglesia, los miembros tienen que cumplir otros requisitos adicionales, tales como: participar de los sacramentos; dar el diezmo; cursar un programa de estudios bíblicos; apoyar proyectos de construcción; etc. A cambio se promete crecimiento en la fe y en la vida cristiana.
Pero ¿qué sucede cuando no se produce este crecimiento prometido? ¿por ejemplo, si alguien con el tiempo se siente más aburrido que edificado con todo este «cristianismo»? ¿o cuando alguien cae en un pecado grave? – Normalmente se culpa a esta misma persona: «No has buscado lo suficiente a Dios»; – o: «Tienes un espíritu crítico contra el liderazgo»; – o: «Tienes que tener más dominio propio, consagración, fe, (o lo que sea)»; – etc.
¿No es esta una contradicción? Si fuera el pastor y la iglesia lo que produce crecimiento en la fe, ¿no sería entonces la culpa de ellos si alguien no «crece»? – Por el otro lado, si el mismo cristiano es responsable de su fe y de su vida cristiana, ¿por qué debería hacerse dependiente de una iglesia institucionalizada?
(Nota: La comunión espiritual entre cristianos, y la edificación mutua, son muy importantes. No estoy diciendo nada en contra de eso. Pero exactamente esta clase de comunión sucede muy raras veces en las iglesias institucionales. Cantar y escuchar una prédica no es «tener comunión», porque no sucede ningún intercambio personal, y los miembros no reciben la oportunidad de edificarse unos a otros según 1 Cor.14:26.)
Lo mismo sucede en las escuelas. Las autoridades escolares y las organizaciones de profesores declaran: «Sin escuela y sin profesor no se puede aprender.» Por tanto, se establece la ley de que los niños y adolescentes tienen que pasar la mayor parte del día en la escuela, y de que es necesario dejarse enseñar por el profesor, y pasar su tiempo libre haciendo tareas. A cambio se promete un aprendizaje exitoso.
Pero ¿qué sucede cuando no se produce el aprendizaje prometido? ¿por ejemplo, cuando un alumno se siente aburrido todo el tiempo, saca malas notas y comprende cada vez menos de lo que el profesor enseña? – Normalmente se culpa al alumno (o tal vez a sus padres): «Tienes un trastorno de aprendizaje»; – o: «Tienes un entorno familiar disfuncional»; – o: «Eres perezoso»; – etc.
¿No es esta la misma contradicción? Si fuera la escuela y el profesor lo que produce un aprendizaje exitoso, ¿no sería entonces la culpa de ellos si un alumno no tiene éxito? (Como alguien dijo una vez: «El fracaso escolar es el fracaso de la escuela, no del alumno.») – Por el otro lado, si el mismo alumno es responsable de su aprendizaje, ¿por qué se le obliga a ir a la escuela, mientras existen tantas otras formas alternativas de aprender?
Además, el porcentaje de fracasos en ambas instituciones es muy alto. Demasiado alto en comparación con las promesas que se hacen. Algunas escuelas y profesores critican la educación alternativa y en casa, diciendo que su calidad es deficiente – mientras ellos mismos producen un alto porcentaje de alumnos con notas y conocimientos deficientes. Y algunas iglesias y algunos pastores critican a los cristianos no-institucionales, diciendo que son desobedientes, faltos de compromiso, etc. – mientras ellos mismos producen un alto porcentaje de miembros que son desobedientes hacia la palabra de Dios, o que se alejan completamente de la fe.
Criterios equivocados en cuanto a la aptitud para un trabajo determinado.
En las sociedades del pasado, menos escolarizadas y menos institucionalizadas, un trabajador podía convencer a empleadores y clientes con la calidad de su trabajo. Si alguien aspiraba a volverse un «maestro» en alguna especialidad, entonces practicaba hasta que fue capaz de fabricar un producto de la mejor calidad – su «obra maestra». No importaba el camino por el cual llegaba a adquirir su habilidad. – Salomón dijo: «¿Has visto hombre solícito en su trabajo? Delante de los reyes estará; no estará delante de los de baja condición.» (Proverbios 22:29).
Pero en la burocracia institucional actual no es suficiente que uno demuestre sus habilidades. En primer lugar se exige un diploma oficial. El diploma no certifica tanto las habilidades o los conocimientos efectivos. Solamente certifica que su portador ha participado de la formación prescrita para una determinada especialidad. El verdadero objetivo de tal formación no consiste en los conocimientos y habilidades respectivos. El verdadero objetivo es la sujeción bajo la institución. No se toma en cuenta que es perfectamente posible adquirir los conocimientos y habilidades respectivos por otro camino. Uno no es evaluado según lo que uno sabe o puede hacer; solamente según la disposición de uno para dejarse «institucionalizar». Uno tiene que asistir a la escuela o universidad prescrita, dar los exámenes prescritos, y después uno recibe un diploma que le permite a uno buscar a un empleador. Así se produce la «mentalidad del empleado»: uno tiene que mendigar por trabajo, y cuando se consigue un trabajo, uno queda dependiente de su empleador de por vida. Pero las personas realmente exitosas tienen una «mentalidad del emprendedor»: Se crean ellos mismos su trabajo, mediante sus propios conocimientos y habilidades.
La iglesia institucional participa en este mismo juego. La vida cristiana de los miembros se evalúa según su asistencia a los servicios, según la cantidad de tiempo que dedican a las actividades de la iglesia, según los cursos de la iglesia que estudiaron, etc. (¿Dijo el Señor Jesús que algo de esto sirve como medida de nuestro amor por El?) – Los pastores y líderes son raras veces elegidos por sus capacidades o por su llamado espiritual. Más que todo se exige de ellos que hayan participado de la formación prescrita (instituto bíblico o seminario; vicariado o prácticas pastorales; etc.), y después que demuestren su sujeción bajo la institución sin cuestionarla. Las iglesias buscan «empleados»; y unos pocos líderes en la punta se complacen en el rol de «empleadores». Un cristiano común no tiene oportunidades ni permiso para «emprender» algo por iniciativa propia en una tal iglesia.
¡Cuán diferente fue la formación de un colaborador como Timoteo en el Nuevo Testamento! Pablo simplemente lo invitó que lo acompañe en su viaje. Timoteo le ayudó con lo que podía, y fue testigo de la fundación de nuevas iglesias y del obrar de Dios. Así aprendió mucho, maduró, y sus responsabilidades crecieron. Su relación con Pablo era personal, no «institucional». Timoteo no era ningún «candidato a la sociedad misionera Pablo & Co.» (¡Es significativo que en el contexto de la iglesia del Nuevo Testamento no se menciona ningún nombre propio de alguna institución, «obra» o iglesia!) Timoteo tampoco tuvo que cumplir con un currículo prescrito, y nunca recibió un diploma. El era simplemente un hermano en la fe, ayudando a otro hermano en la fe, y así descubrió su propio llamado.
Tampoco era necesario que un tal «colaborador en formación» estuviese bajo la «cobertura» de Pablo. Notamos que un colaborador independiente como p.ej. Apolos tenía exactamente las mismas oportunidades como Timoteo. (Hechos 18:24-28, 1 Cor.3:1-9.) – El apóstol Juan, en su tercera carta, se pronuncia fuertemente en contra de las limitaciones institucionales de la colaboración en las iglesias: «He escrito a la iglesia; pero Diótrefes, al cual le gusta tener el primer lugar entre ellos, no nos recibe. (…) y no contento con estas cosas, no recibe a los hermanos, y a los que quieren recibirlos se lo prohíbe, y los expulsa de la iglesia.» (3 Juan 9-10) – Hoy en día, muchas iglesias están bajo el liderazgo de un Diótrefes moderno.
– Volvamos a Timoteo. En algún momento, sus hermanos deben haber notado y reconocido su llamado espiritual y su capacidad. Poco a poco, su ministerio se hizo independiente del ministerio de Pablo. Los hermanos oraron por él, imponiéndole las manos; pero allí tampoco le dieron un «título», ni un «empleo» oficial. Nunca se le llama «pastor Timoteo», «maestro Timoteo» o «evangelista Timoteo» (aunque se testifica que él tenía todos los dones asociados con estos títulos). Nunca intentaron presionarlo dentro de un esquema institucional. El era simplemente Timoteo, con su personalidad individual y única, y con exactamente aquellos dones y capacidades personales que Dios le había dado, y que sus hermanos pudieron ver en él.
(Continuará.)