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La falacia de la «pedagogía única» – Parte 4: Los resultados deficientes de la «pedagogía única»

En las partes anteriores de esta serie hemos examinado detalladamente por qué no se puede decir que «la pedagogía es una sola». Existen las más diversas corrientes pedagógicas; y como cristianos necesitamos evaluar cuáles de ellas concuerdan con una cosmovisión bíblica, y cuáles no. He elaborado estos argumentos en respuesta a las críticas de varios profesores «cristianos», quienes opinaron que no es legítimo distinguir distintas corrientes pedagógicas, porque, supuestamente, «la pedagogía es una sola».

Si la discusión se pudiera llevar a este nivel de argumentación lógica, quizás el uno u otro profesor se dejaría convencer. Pero en este juego entra otro obstáculo, el cual impide virtualmente toda discusión imparcial sobre el tema. Y es que demasiados profesores profesionales creen que nadie puede cuestionar lo que ellos aprendieron de sus profesores, pues ellos son «profesionales», tienen su «título», y por tanto son los «expertos» en «la pedagogía». En otras palabras: Existe un orgullo desmesurado que no admite ninguna opinión que no sea «políticamente correcta», que no sea reconocida y aprobada por el círculo elitista de los «expertos en la única pedagogía que existe». Quizás pueden admitir unas pequeñas mejoras en sus métodos, algunos materiales, trucos e ideas nuevas de cómo hacer de una manera un poco más interesante lo que siempre hacían – pero no pueden admitir que uno cuestione los mismos fundamentos de lo que ellos consideran «la pedagogía única».

Por eso, establecer una pedagogía cristiana y / o alternativa, es cosa de valientes. No será suficiente defender esta pedagogía con argumentos, testimonios, y resultados de investigaciones. Será necesario, además, soportar toda la ira que surge del orgullo herido del establecimiento escolar y eclesiástico combinado. Porque este orgullo es herido muy fácilmente: se siente afectado tan pronto como alguien sugiere que las cosas podrían hacerse de otra manera, diferente de las opiniones de los «expertos».

Por tanto, se necesita algo más que solamente argumentos. Creo que es necesaria una iluminación sobrenatural de Dios, para que alguien pueda darse cuenta de las falacias de «la pedagogía» actual, y de la necesidad de alternativas. Es mi deseo que por lo menos algunos de mis lectores – sean profesores o no – puedan recibir una tal iluminación, y de allí sacar el valor para ir en contra de la corriente del sistema establecido. Solamente así podrán algunos niños de la siguiente generación recibir una educación verdaderamente cristiana, y a la vez «sana» en cuanto a diversos aspectos pedagógicos.

Lo que deseo señalar en esta parte, es cuan poca razón existe para el orgullo profesional de los profesores. El Señor Jesús dijo: «Por sus frutos los conoceréis» – no «por sus títulos académicos». Hay que examinar, por tanto, cuales son en la práctica los «frutos» de los profesores profesionales, y de su sistema de «pedagogía única». En particular hay que examinar, si estos frutos son significativamente mejores que los frutos de «profesores no profesionales», o sea, de personas que enseñan a niños sin tener un título académico en pedagogía.

Para hacer esta comparación, es necesario mirar más allá de las fronteras de América Latina. Es que en los países latinoamericanos existe un exceso de formalismos y reglamentación, por lo cual casi nadie se atreve a ser innovativo. En particular los padres de familia, según observo, no tienen ni el valor ni el deseo de educar a sus propios hijos; prefieren mandarlos a algún lugar fuera del hogar durante el día entero. En este respecto, mis experiencias en el Perú coinciden con las observaciones de Rebeca Wild en Ecuador:

«Quizás en Ecuador la desesperación por el sistema escolar público no sea lo suficientemente grande y, por lo general, no hay suficiente confianza en las propias capacidades (por parte de los padres) como para poder recomendar que se tomen medidas drásticas que contemplen la posibilidad de una educación en casa.»
– «Regularmente los periódicos informan del ‘dramático fracaso de la educación pública’. (…) A menudo, se pueden leer artículos de varias páginas con la queja de que incluso los estudiantes que ya han terminado el bachillerato parecen haber aprendido muy poco de lo que durante doce años de escolarización se les ha intentado inculcar. Pero, a pesar de estas y muchas otras quejas, parece que esté prohibido poner en duda que la escuela, o, mejor dicho, ir a la escuela, sea el único camino que existe para conseguir reconocimiento social, éxito económico, para servir a la patria y finalmente para realizarse personalmente.»
(Rebeca Wild, «Educar para ser»)

Efectivamente, parece que los padres latinoamericanos tienen tan poca confianza en sus propias capacidades y en su sentido común, que casi nadie se atreve a educar niños – ni siquiera a los suyos propios – sin haber estudiado la carrera de «educación». Por tanto es casi imposible, encontrar ejemplos de educadores latinoamericanos que no son profesores profesionales. (En la próxima parte pienso presentar unas investigaciones al respecto, que se hicieron en países donde sí se puede hacer esta comparación.)

Por el otro lado, es bastante obvio que el «fruto» del sistema escolar oficial es deficiente. No solamente en Ecuador, también en el Perú la mayoría de los estudiantes concluyen su educación secundaria con un nivel muy bajo de conocimientos. Cuando supuestamente deberían estar preparados para ingresar a la universidad, necesitan todavía estudiar varios años en alguna «academia» pre-universitaria privada, hasta que realmente logren aprobar sus exámenes. Aun los mismos profesores, cuando el estado les toma un examen de conocimientos, la mayoría de ellos desaprueban. Supongo que en otros países latinoamericanos la situación no es muy diferente. ¡Pero este es el sistema establecido y mantenido por los profesores profesionales con su «pedagogía única»!
Y este sistema a menudo ahuyenta o desanima aun a aquellos pocos profesores que son educadores genuinos: a aquellos que invierten toda su creatividad y su talento en su trabajo, toman a los niños en serio, se interesan por entender cómo los niños aprenden mejor, y se esfuerzan por poner este entendimiento en práctica.

Puedo añadir a esto una observación personal de mi propia experiencia cuando trabajé como capacitador de maestros de escuela dominical. De vez en cuando conocí a algún(a) joven con un talento natural para la enseñanza: Se llevaba bien con los niños, sabía explicar las cosas de una manera que ellos entendían, y sabía motivar y entusiasmarlos por aprender. ¡Pero ninguno de estos jóvenes consideró estudiar «educación»! En cambio, quienes sí se decidieron por la carrera de «educación», normalmente no eran particularmente talentosos, ni mostraban un amor especial por los niños. Esto debería llamar nuestra atención. La carrera profesional de «educación», al parecer, ¡es más atractiva para aquellos jóvenes que no son «educadores por naturaleza»!

En particular, nunca he visto a algún profesor profesional evaluar a sus semejantes según su amor por los niños. Aun el director de una escuela «cristiana» que conocí, parecía impresionarse solamente con un C.V. lleno de certificados de asistencia a mini-talleres y conferencias sobre temas mayormente irrelevantes; pero no le interesaba mucho si un profesor amaba a Dios y amaba a los niños.
¿Cómo va a ser un buen profesor el que odia a sus alumnos, el que no logra comprender su manera de ser, o el que es completamente indiferente hacia ellos? ¿Cómo va a ser un buen profesor el que hace su trabajo solamente para ganarse la vida, o para demostrar a los demás «cuán buen profesional es», pero no le importa cuanto sufren sus alumnos bajo sus exigencias? ¿No debería ser este el primer requisito de un profesor: que ame a los niños? Por lo menos así lo vería un cristiano; pues el mandamiento más grande, según Jesucristo, es el de amar a Dios y amar al prójimo. Para un profesor, obviamente, sus prójimos son sus alumnos con quienes pasa la mayor parte de su tiempo de trabajo.

Pero si uno ama a los niños con amor cristiano, resultará una pedagogía muy distinta de la oficial.

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La falacia de la «pedagogía única» – Parte 2

Esta es la continuación de un artículo que responde a las críticas de algunos profesores «cristianos». Estos profesores se molestaron por mi análisis de algunas corrientes pedagógicas (por ejemplo en «Cosmovisión cristiana y educación escolar»), y argumentaron que «La pedagogía es una sola, y además no tiene injerencia en la religión. Por tanto no es aceptable definir y distinguir diversas corrientes pedagógicas.»

Veremos la primera parte del argumento: ¿Es la pedagogía «una sola»?

Si sustiuimos la palabra «pedagogía» por «verdad», entonces resulta un dicho con el cual estoy de acuerdo: «La verdad es una sola.» En cualquier asunto dado, no pueden existir dos verdades que se contradicen entre ellas. Entonces, si la pedagogía fuera idéntica con la verdad, el argumento de los profesores citados sería cierto. Así nos quedamos con dos posibilidades:
A) La pedagogía es la verdad; entonces existe una sola y es única. – En este caso, no existiría contradicción entre los diversos pedagogos, así como no existe contradicción entre los diversos autores (humanos) de la Biblia. Todos los pedagogos enseñarían la misma verdad.
B) Existen diferentes corrientes pedagógicas. – En este caso, algunos conceptos pedagógicos estarían de acuerdo con la Palabra de Dios, y otros serían contrarios a la Palabra de Dios. Puesto que el cristianismo (verdadero) se somete bajo la Palabra de Dios como verdad absoluta, un verdadero cristiano tendría que calificar ciertos conceptos pedagógicos como verdaderos, y otros como falsos.

Ahora, no se necesitan conocimientos muy profundos de pedagogía para darse cuenta de las muchas contradicciones que existen entre diversos pedagogos. Así propuso p.ej. el conductista B.F.Skinner, que los niños pueden y deben ser acondicionados con recompensas y castigos, para que produzcan el comportamiento deseado, de una manera muy parecida a la domesticación de animales. Por el otro lado, pedagogos antiautoritarios como A.S.Neill propusieron que los profesores se despojasen de toda autoridad, y que entregasen toda potestad de decisión a los mismos niños, tratándolos como iguales a los adultos. La contradicción entre los dos es obvia. De verdad no entiendo como personas que se jactan de ser «pedagogos profesionales», no pueden darse cuenta de una contradicción como esta. ¿Será que nunca escucharon ni de Skinner ni de Neill? ¿O será que asimilaron estos conocimientos de la misma manera como ellos ahora lo exigen de sus alumnos: memorizándolos mecánicamente sin reflexionar sobre ellos ni establecer conexiones entre ellos? – Es cierto que el sistema escolar actual es capaz de incorporar unos trozos de Skinner junto con unas cuantas migajas de Neill al mismo tiempo; ¿pero cree usted que eso ya comprueba que los dos son uno?

Bien, señor pedagogo o señora pedagoga: Le propongo un experimento mental. Usted que ha estudiado «la» pedagogía, usted que sabe en qué consiste «la» pedagogía, organice una escuela y enseñe allí según esta pedagogía que usted ha aprendido.
Ahora imagínese que María Montessori viene a visitar su escuela. ¿Ella aceptaría sin crítica todo lo que usted hace en su escuela? ¿Ella organizaría su escuela de la misma manera como usted, y enseñaría de la misma manera como usted? – Si usted me dice que sí, entonces usted no sabe mucho acerca de Montessori. (Excepto si por casualidad usted fuera un(a) profesor(a) Montessori. Pero los profesores Montessori normalmente están muy conscientes de que ellos representan una pedagogía distinta de la «oficial».) En cambio, si usted me dice que no, entonces está admitiendo que María Montessori tenía una pedagogía distinta de la de usted.
Ahora imagínese una visita del viejo filósofo Sócrates. ¿Sócrates estaría contento con todo lo que ve allí? ¿Sócrates enseñaría de la misma manera como usted? Si usted admite que Sócrates haría las cosas de una manera diferente, entonces ya tenemos tres pedagogías: la de Sócrates, la de Montessori y la de usted.
Podríamos mencionar a otras personas que aportaron ideas pedagógicas influenciales y radicales: Juan Amós Comenio, Paolo Freire, Raymond Moore, etc; y también los arriba mencionados B.F.Skinner y A.S.Neill. ¿Realmente quiere decir usted que todos estos personajes concordaron con lo que usted llama «la pedagogía»? – Imagínese una junta directiva de una escuela, consistiendo en estas personas mencionadas, con toda libertad de organizar juntos la escuela según su propio criterio. Si «la pedagogía es una sola», todos ellos se pondrían de acuerdo. ¿Usted cree que esto sucedería? (Por ejemplo, ¿cuál sería el papel del profesor? ¿Debería estrictamente repartir recompensas y castigos para producir las respuestas deseadas en los niños, como diría Skinner? ¿O debería renunciar a todo ejercicio de autoridad, como diría Neill? – ¿Cuál sería la ideología subyacente al proceso educativo? ¿El cristianismo, como diría Comenio; el esoterismo propagado por Montessori; o el marxismo, como diría Freire? – Etc…)

Ahora la pregunta que más debería interesar a un profesor que se llama cristiano: ¿Qué si Jesucristo viniera a visitar su escuela? ¿El estaría de acuerdo con todo lo que usted hace según «la» pedagogía? ¿El enseñaría de la misma manera como usted?
– ¿Y estaría El de acuerdo con los pedagogos arriba mencionados?

Espero que estos ejemplos sean suficientes para demostrar que no existe «una sola pedagogía». Existen muchas pedagogías, distintas en sus bases filosóficas, distintas en sus principios, distintas en sus métodos y propuestas prácticas.

Entonces necesariamente tenemos que aceptar la alternativa B) (arriba): Como cristianos es nuestro deber examinar y evaluar estas distintas corrientes pedagógicas, si están de acuerdo con la Palabra de Dios o no.

Si es tan obvio que existen diferentes corrientes pedagógicas, ¿de dónde viene entonces este argumento absurdo de que «la pedagogía es una sola»? ¿Quién mete esta idea en las cabezas de los profesores?

Pienso que vale la pena seguir esta pregunta – aunque tengo que conjeturar un poco en cuanto a la respuesta -, porque llegamos aquí al meollo del desastre educativo estatal en el Perú (y en otros países por igual). Y a la vez encontraremos algunas pautas que nos pueden explicar por qué en el Perú todavía no existe ninguna pedagogía cristiana, a pesar de existir tantos profesores que se llaman «cristianos».

La primera pauta la encuentro en lo que Rebeca Wild llama el «currículo oculto» que no se puede cambiar. Repito de la cita que puse en la primera parte: «La escuela educa a nuestros hijos para la obediencia (sepas que hay alguien que sabe mejor que tú qué, cómo, cuando y cuánto tienes que aprender), educa para la puntualidad y para el trabajo rutinario.» Obviamente, para que la escuela funcione así, sus profesores tienen que ser forzados en estos mismos moldes. El estado tiene que asegurar que sus profesores sean obedientes (ciegamente), puntuales, y trabajadores rutinarios (o sea, que no reflexionen demasiado acerca del trabajo que hacen). Por tanto, la formación de profesores pone mucho énfasis en la aplicación «correcta» de las políticas educativas del gobierno, y de los procedimientos administrativos burocráticos relacionados con ello. Entonces, el estado no puede permitir que los profesores sean educados en corrientes pedagógicas que contradigan la política educativa del estado. (Que tengan conocimientos teóricos de ellas, sí; pero que no reflexionen demasiado sobre las implicaciones y consecuencias prácticas de estas corrientes.) En última consecuencia, los profesores ya no están siendo formados para ser educadores; son formados para ser funcionarios del estado.

Si las cosas son así, entonces los profesores aprenden efectivamente «una sola pedagogía»: la pedagogía «políticamente correcta» según el sistema escolar estatal. Y – como tengo que deducir de las correspondencias que tuve al respecto – nunca han reflexionado acerca de las creencias fundamentales que se encuentran detrás del sistema estatal. Y nunca se les ha ocurrido la idea de que una pedagogía podría edificarse sobre un sistema de creencias diferentes, y entonces llegaría a resultados diferentes. Hasta tengo que asumir que estos profesores creen erróneamente, que todos los pioneros pedagógicos del pasado, sin importar su trasfondo, hayan sido contribuyentes y precursores directos del sistema escolar estatal actual.

En otras palabras: La formación estatal de profesores simplemente excluye de su campo de vista toda corriente pedagógica alternativa. Los profesores en formación reciben sus conocimientos de pedagogía en una forma «filtrada» que produce en ellos la ilusión de que exista «una sola pedagogía». Mientras se creen muy eruditos en «la» pedagogía, son en realidad mantenidos en ignorancia acerca de muchos aspectos de diversas corrientes pedagógicas que podrían poner en duda esta «única» pedagogía.

– Otra vez dicho de otra manera: Si usted cree que «la pedagogía es una sola», entonces esto demuestra que usted ha sido manipulado con éxito por personas que quieren imponer una «única pedagogía». De la misma manera como muchos fieles católicos han sido manipulados para creer que el catolicismo romano es el único «cristianismo» que existe, y que afuera de la iglesia católica romana existen solamente «negaciones» del cristianismo.

Aun educadores no cristianos se han dado cuenta de este problema. Así me escribió por ejemplo la promotoría de una escuela alternativa, la cual trabaja según la pedagogía de la «escuela activa»:

«Es mentira que no es posible dar una educación diferente, todas las escuelas privadas y del estado podrian hacerlo, el problema es que no creen que exista otra manera de impartir educacion. De hecho nuestro principal problema es encontrar maestros que entiendan nuestro trabajo y tambien encontrar familias que piensen como nosotros.»

Este es exactamente el problema. Existen tantas alternativas pedagógicas; ¡pero los profesores han sido entrenados a creer que existe «una única pedagogía»!

Hay una simple forma de deshacerse de este prejuicio: Abra los ojos y mire más allá del estrecho cerco en el cual su formación profesional le ha encerrado.

(Continuará…)

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La falacia de la «pedagogía única»

Advertencia

Si usted es un(a) profesor(a) que ya sabe todo, no lea este artículo. Usted solamente se va a molestar.

Si usted es un(a) profesor(a) dispuesto a aprender, ¡léalo! Se enterará de algunas cosas que probablemente nadie le dijo durante su formación profesional.

Si usted no es profesor, también podrá enterarse de algunas cosas interesantes…

La necesidad de examinar las distintas corrientes pedagógicas

Como cristiano, la palabra de Dios me obliga a «examinarlo todo, y retener lo bueno» (1 Tesalonicenses 5:21). Cuando vienen a mi puerta, por ejemplo, los «testigos de Jehová» y me dicen que Jesucristo no es Dios, entonces no debo creerles así no más. Debo examinar mi Biblia y ver si es así; y si la Biblia no dice así, entonces no debo creerles.

Pienso que cada cristiano puede entender este ejemplo cuando se trata de los «testigos de Jehová», o de cualquier otra religión falsa. ¿Y cuando se trata de pedagogía? ¿También tenemos que examinar lo que enseñan los pedagogos? – ¡Claro que sí!

Pero me he dado cuenta de que muchos cristianos tienen problemas con esto. Usan la Biblia para sus reuniones religiosas; pero cuando salen a su trabajo o a sus estudios, cierran su Biblia y dicen: «Este es un campo secular, aquí la Biblia no tiene nada que decir.» ¿Se dan cuenta de lo que están haciendo? En otras palabras, están diciendo: «Acepto que Dios gobierne sobre la iglesia y sobre la religión; pero rechazo el gobierno de Dios sobre mi trabajo y sobre mis estudios.» – También dicen: «En el campo de la religión tengo que examinar y rechazar las enseñanzas falsas. Pero lo que me enseña mi profesor en la universidad, no se puede cuestionar, porque esto no tiene nada que ver con la religión, y mi profesor es una autoridad en su campo del saber.» – Esto es casi igual a decir: «En la iglesia no debo mentir ni robar, porque este es un lugar religioso. Pero en mi trabajo y en mis estudios puedo mentir y robar, porque allí estoy bajo otras autoridades.» ¿Se dan cuenta, cristianos (si realmente lo son), como vuestros razonamientos se contradicen? ¿Y se dan cuenta de lo ofensivo que son vuestros razonamientos para Dios? De hecho, ¡están intentando quitar a Dios su gobierno sobre todo lo que se encuentra afuera de las cuatro paredes de vuestras iglesias!

Me ha tocado enseñar sobre pedagogía cristiana en diversos lugares, tanto escuelas como iglesias. Y siempre me he asombrado al ver que son exactamente los profesores de profesión, los que se niegan (con pocas excepciones) a aceptar conceptos cristianos de pedagogía – y a veces aun conceptos generales de pedagogía. ¿Cómo es posible que los profesores «cristianos» se dejen formar (mejor dicho deformar) de tal manera por sus estudios seculares, sin siquiera examinar lo que se les enseña?

Sin duda, una raíz de este problema es que en la cultura latinoamericana, el profesor es considerado un semidiós que no se puede equivocar; y todo lo que el profesor dice, hay que aceptarlo como verdad absoluta sin cuestionarlo. Una caricatura en un diario peruano ilustró esta inclinación cultural: Un policía persigue corriendo a un ladrón. Al lado de la calle está sentado un mendigo que reconoce en el ladrón a su antiguo profesor, y lo saluda: «¡Profesor!» – Poco después pasa el policía. El mendigo lo hace tropezar con su pie, y riñe al policía que se está cayendo: «¡Al profesor se le respeta!»

Rebeca Wild, fundadora de una escuela alternativa en Ecuador, describe el problema de la siguiente manera, bajo el título «El mito educativo dominante»:

«A menudo, se pueden leer artículos de varias páginas con la queja de que incluso los estudiantes que ya han terminado el bachillerato, parecen haber aprendido muy poco de lo que durante doce años de escolarización se les ha intentado inculcar. Pero, a pesar de estas y otras muchas quejas, parece que esté prohibido poner en duda que la escuela sea el único camino que existe para conseguir reconocimiento social, éxito económico, para servir a la patria y finalmente para realizarse personalmente.
(…) Para llegar a obtener una formación escolar reconocida se hacen grandes sacrificios: en las zonas rurales, para ir a la escuela es frecuente tener que hacer largas caminatas y regularmente obsequiar a los maestros con productos agrícolas (…) Para el «día del maestro», para su santo y aniversario, por Navidad y poco antes de la entrega de notas es habitual hacer regalos caros. (…) Lo importante es que (los padres) renovadamente demuestren que, en cuestiones de educación, su confianza en la institución a la que pagan considerables sumas de dinero es absoluta. Es una suerte de ley no escrita, que la escuela constituye la voz más autorizada para opinar sobre los niños, y que posee en exclusiva la capacidad de proporcionar una educación impecable.
(…) ¿Cuál es el verdadero objetivo que se oculta detrás de este deseo de llegar a un saber, una moral y una cultura más elevadas? En este país siempre se está mejorando el currículum – el plan de estudios -, se hacen venir expertos extranjeros y los maestros no paran de hacer cursos (…) Sin embargo, con todo esto, el plan de estudios «oculto» permanece intacto. Se trata de un plan triple que no admite ninguna protesta: la escuela educa a nuestros hijos para la obediencia (sepas que hay alguien que sabe mejor que tú qué, cómo, cuando y cuánto tienes que aprender), educa para la puntualidad y para el trabajo rutinario. (…) Aquél cuyo comportamiento no demuestre que está dispuesto a conformarse con todo, pronto perderá su plaza en la escuela ecuatoriana (¿tal vez también en otras?).
(…) ¿Cuáles son las consecuencias visibles de estas situaciones? (…) Los «listos» aprenden toda clase de trucos para que los adultos – maestros y padres – tengan la impresión de éxito educativo. (…) Muchos niños – a menudo los más sinceros, o los más débiles emocionalmente – son eliminados antes del tiempo de la carrera. (…) Otros experimentan una dolorosa desintegración de su personalidad, se acostumbran a vivir y a aprender con un miedo permanente y odian el aprender. Algunos empiezan a tartamudear, otros sufren incontinencia de orina, dolores de cabeza o de estómago. No son pocos los que se enganchan a la droga.
(…) Las consecuencias del sistema educativo ecuatoriano son a la larga perjudiciales no sólo para el individuo, sino para todo el país. Crea las condiciones ideales para una burocracia monstruosa que procura trabajo a todos aquellos que son capaces de resolver problemas con palabras, papel y lápiz – aunque esto origine nuevos problemas y más difíciles de solucionar.»
(Rebeca Wild, «Educar para ser», Barcelona 1999)

En la opinión general, no se puede cuestionar el sistema educativo. Y casi todos los «cristianos» que conocí, siguen esta opinión general sin examinarla. Ellos otorgan a la escuela una posición de verdad absoluta. Cuando la palabra de Dios contradice a la escuela, ellos votan a favor de la escuela y en contra de Dios. En otras palabras, están dando a la escuela una posición superior a Dios mismo. ¡Esto equivale a idolatría!

A menudo, estos «cristianos» (y especialmente los profesores entre ellos) rechazan no solamente las verdades de Dios. ¡Rechazan incluso las investigaciones científicas de su propio campo, de la pedagogía, donde éstas contradicen su práctica acostumbrada! Así me lo demostraron las reacciones de varios profesores «cristianos», cuando fueron confrontados con las investigaciones del Dr.Raymond Moore, en «Mejor tarde que temprano» . Este trabajo se basa en cientas de investigaciones científicas reconocidas, hechas en los lugares más distintos del mundo. Estas investigaciones llegan unánimemente a la conclusión de que la enseñanza formal, tal como se da en la escuela, perjudica el desarrollo psíquico y mental de los niños menores a ocho a diez años; y que por tanto es más saludable para los niños que no asistan a la escuela antes de esta edad. Sin embargo, ¡varios profesores se negaron a siquiera tomar en cuenta dichas investigaciones!

Ahora, toda práctica y todo sistema educativo se basa en un conjunto de principios y creencias fundamentales. Toda pedagogía comienza con algunas preguntas de fondo como estas: ¿Qué es el hombre en su esencia? ¿Cuál es el origen del hombre? ¿Cuál es el destino del hombre? ¿Cuál es la autoridad suprema sobre la vida del hombre? ¿Cuál es la relación entre el hombre y el mundo que lo rodea? etc.
Muchas personas nunca reflexionan conscientemente sobre preguntas como estas. Sin embargo, cada persona tiene su respuesta personal a estas preguntas (aunque no esté consciente de estas respuestas); y estas respuestas influencian la manera como esta persona piensa y vive. Y si es un pedagogo, estas respuestas influencian su pedagogía.

(Para más detalles sobre estos asuntos de fondo, vea la serie sobre Cosmovisión cristiana.)

Es obvio que existen diversas respuestas posibles a las preguntas mencionadas. Entonces, distintos pedagogos parten de distintas bases de pensamiento. En consecuencia, también sus teorías y prácticas pedagógicas serán diferentes entre sí. Por eso, existen diferentes corrientes pedagógicas.

Es igualmente obvio que la Palabra de Dios tiene respuestas claras y definidas a las preguntas mencionadas. Entonces, existen respuestas cristianas y respuestas no cristianas a estas preguntas. En consecuencia, existen pedagogías cristianas y pedagogías no cristianas: pedagogías que están de acuerdo con la Palabra de Dios, y pedagogías que no lo son. Por eso tenemos que examinarlas a base de la Biblia, como dice 1 Tesalonicenses 5:21, al igual como tenemos que examinar las enseñanzas de los «testigos de Jehová» o de cualquier otro grupo religioso.

Por eso, he dedicado varios artículos y enseñanzas a la examinación de diversas corrientes pedagógicas desde una base bíblica. (Vea p.ej. «Cosmovisión cristiana y educación escolar».) Hasta la fecha, nadie me ha expresado su desacuerdo con mi evaluación de alguna de estas corrientes en particular. Pero a lo largo del tiempo, varios profesores «cristianos» me han atacado, ¡negándome desde un principio el derecho de hacer un tal análisis! Su argumento era en cada caso prácticamente el mismo, y corría más o menos así: «La pedagogía es una sola, y además no tiene injerencia en la religión. Por tanto no es aceptable definir y distinguir diversas corrientes pedagógicas.»

Tenemos que examinar bien este argumento. Porque si fuera cierto, tendríamos que enterrar todos los esfuerzos por encontrar y practicar una educación cristiana. Aun tendríamos que borrar de nuestro diccionario las expresiones «pedagogía cristiana» y «educación cristiana». En lugar de ello, todos tendríamos que inclinarnos bajo esta única pedagogía unificada, de la misma manera como el papa de Roma exige que todos se inclinen ante él como el único maestro infalible de toda la cristiandad.

Igualmente, tendríamos que enterrar todos los esfuerzos por alguna forma alternativa de educación. Tendríamos que aceptar el sistema existente como si fuera un decreto divino, perfecto e imposible de mejorar.

Por tanto, en la continuación daremos una respuesta a este argumento de que «la pedagogía es una sola».

(Continuará…)

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Por qué no es buena pedagogía, juntar a niños de la misma edad

Este artículo es la continuación del anterior: «De la importancia de tener hermanos mayores y menores». Allí hemos visto la dinámica positiva que se desarrolla en una familia sana entre hermanos mayores y hermanos menores. Hemos visto que Dios en Su sabiduría diseñó la familia de esta manera, con niños de distintas edades que crecen juntos, aprendiendo unos de los otros, y aprendiendo a valorarse mutuamente.

Entonces, ¿qué consecuencias tiene este diseño sabio para el sistema escolar?

Gran parte del sistema escolar se fundamenta en la separación de los niños por edades: Cada niño es asignado a su grado estrictamente según su edad cronológica. A cada grado se asignan currículos, planes de enseñanza y objetivos de conocimientos y habilidades específicos. Las escuelas multigrado se consideran «antipedagógicas» y solamente se admiten como «soluciones de emergencia». Con excepción de unas pocas escuelas alternativas que han descubierto que una escuela multigrado es más cerca del modelo familiar, y por tanto más adecuada para el desarrollo de los niños.

La separación por edades se fundamenta con la idea de «juntar a niños del mismo nivel». Los defensores de esta separación desean poder enseñar a todos sus alumnos lo mismo, y con un mismo método para todos. Por eso desean que sus alumnos estén todos al mismo nivel de comprensión y conocimientos. Pero la realidad escolar demuestra diariamente que esto no funciona así. La madurez de los niños de una misma edad varía grandemente. En una determinada sección de tercer grado, por ejemplo, hay niños que pueden competir en matemáticas con niños de quinto grado, mientras otros niños de la misma edad están todavía en la etapa intuitiva y no pueden encontrar ningún sentido en los números que tienen que escribir en sus cuadernos. Además, los que están más maduros en su pensamiento matemático, no lo están necesariamente en su lenguaje o en sus habilidades manuales, y viceversa. Por tanto, la separación de los niños por edades no cumple con su supuesto objetivo, de juntar a niños de un mismo nivel.

En la pubertad, las diferencias individuales en el desarrollo se acentúan aun más:

«En 1959, Goodlad y Anderson publicaron evidencia irrefutable de que el sistema de aulas por grado (inventado en 1847 y adaptado de un sistema militar prusiano de 1536) está equivocado. La Investigación Medford de Crecimiento y Desarrollo del Niño, llevada a cabo durante doce años por la universidad de Oregon (1957-1969), demostró que entre los «alumnos de séptimo grado» existe una variación fisiológica de seis años: Algunos niños de una edad cronológica de 12 años, tienen fisiológicamente solo 9 ó 10 años, mientras otros tienen un desarrollo correspondiente a los 14 ó 15 años. (…) La variación «académica» entre los «alumnos de séptimo grado» refleja una gama de diez años en el rendimiento – desde puntajes correspondientes al tercer grado hasta el décimotercer grado según exámenes tradicionales estatales. No puede existir una clasificación de «séptimo grado» [basada en la edad cronológica], sin embargo, sigue persistiendo hasta hoy como si fuera un edicto de los dioses.»
(Don Glines: «Cien años de guerra contra el aprendizaje»)

Además, la separación de los niños por grados incentiva una mentalidad de competencia que es antisocial. Puesto que, en la teoría, todos deberían estar «del mismo nivel», un niño que se queda «atrás» se considera fracasado. Los niños compiten entre ellos por alcanzar o superar este «nivel» imaginario. Los pocos que están en la punta, desarrollan orgullo y egoísmo. Los muchos que se quedan «atrás», se desaniman, pierden su autoestima y su deseo natural de aprender. En su lugar adquieren una motivación no natural: Estudian para no ser ridiculizados, o para no tener que repetir el año; pero ya no por el deseo de saber y entender. En un sistema así, los alumnos son masificados: pierden su individualidad y su personalidad propia. Ya no valoran su propia manera de ser; ya no pueden entender que es normal que cada niño es diferente. En vez de ver la diversidad como un valor, la ven como un defecto. En vez de ayudarse mutuamente, compiten todos contra todos. A los niños no se les permiten los beneficios de tener hermanos mayores y menores. En cambio, son obligados a una forma de «socialización» que no es natural, y puede ser hasta cruel.

Es un viejo principio pedagógico que no se debe comparar a los niños entre sí: «Pedro es más inteligente que Arnaldo; Carla es más obediente que su hermana; Felipe es mejor deportista que Juan; Anita es más bonita que Fabiola …» Es que en estas comparaciones siempre hay uno que queda atrás, se siente mal y se desanima. También, estas comparaciones en su mayoría resaltan calidades que no son ningún mérito del niño. (A menudo los principios viejos son mejores que los modernos.) – Es mucho mejor comparar a cada niño solamente consigo mismo: «Ya estás entendiendo este tema mejor que ayer. – Parece que hoy tienes un día malo, yo sé que tú puedes comportarte mejor. – El año pasado todavía no podías dibujar vacas; ¡ahora ya puedes!» Así el niño se da cuenta de sus progresos y es animado a progresar más.

Pero el sistema escolar promueve exactamente aquella clase de comparaciones que es dañina para la autoestima y la motivación de los niños: la comparación de los niños entre sí. En cambio la familia (y en cierta medida también la escuela alternativa multigrado) incentiva mucho más la sana comparación de cada niño consigo mismo.

En una familia, es lógico que no se pueden evaluar a todos los niños con un mismo examen. Se entiende que cada uno está a un nivel diferente. Una buena pedagogía consiste en ayudar a cada uno para que avance desde el nivel actual en el cual se encuentra. Juzgar a todos los niños de una familia basado en un mismo examen, sería muy injusto. Pero raras veces los planificadores escolares se dan cuenta de que es igualmente injusto, juzgar a todos los niños de una determinada edad cronológica basado en un mismo examen. Entre estos niños existen tantas diferencias en su trasfondo familiar y cultural, su desarrollo individual, etc, que no podemos tratarlos como si «todos deberían estar en el mismo nivel».

El sistema escolar no premia a los niños más inteligentes o más esforzados. Simplemente premia a aquellos que están un poco adelantados en su desarrollo, o sea, a los niños precoces. Pero no existe ninguna evidencia de que los niños precoces sigan siendo «sobresalientes» cuando sean adultos – a menudo es lo contrario. La velocidad del desarrollo no dice nada acerca de su calidad. A veces, una inteligencia superior necesita más tiempo para desarrollarse adecuadamente. Por ejemplo, Albert Einstein y Woodrow Wilson eran tales inteligencias superiores que se desarrollaron lentamente. Wilson tenía más de diez años cuando aprendió a leer; pero se graduó de la universidad de Princeton a los 23 años, y más tarde fue presidente de la universidad. Einstein no hablaba ni una palabra hasta los cuatro años de edad, y tuvo dificultades de hablar hasta los nueve años. De adulto, fue uno de los científicos más destacados del siglo XX.

¿Por qué entonces las escuelas insisten en que los niños sean estrictamente separadas por edades?
– No puede ser para «juntar a niños del mismo nivel», porque la separación por edades no es apropiada para alcanzar esta meta. Eso es solamente un pretexto. ¿Cuál es la verdadera razón?
Obviamente, la separación por edades facilita la administración estatal de los niños. Es más fácil dictar leyes y reglamentos basados en el año de nacimiento de cada niño, en vez de preocuparse por conocer y atender a cada uno individualmente. No son razones pedagógicas ni científicas, son solamente razones burocráticas, las que exigen que cada niño sea metido en un cajón que corresponde a su edad. Un educador que realmente ama a los niños, no los someterá a este sistema inhumano.

Una comunidad de familias que educan a sus hijos en casa, o una escuela multigrado y activa, no impide que se formen grupos de niños «de un mismo nivel». Al contrario: estos grupos se forman de manera más natural y espontánea que en una escuela separada por edades. Por ejemplo, un niño escoge de la biblioteca un libro acerca de los países del mundo. Pronto este niño se ve rodeado por tres o cinco otros niños que comparten este mismo interés, y leen el libro juntos. Un padre o profesor puede acercarse a este grupo para incentivar sus investigaciones con preguntas y sugerencias adicionales. Se ha formado un grupo de interés que puede estudiar un mismo tema juntos, y lo hacen con más motivación y naturalidad que una clase de niños reunidos forzosamente. – Lo mismo sucede p.ej. con los materiales de matemática. Un material de fracciones será escogido solamente por aquellos niños que han madurado lo suficiente para poder entender estos conceptos. Los niños «del mismo nivel» se juntarán naturalmente alrededor de este material; mientras aquellos que todavía no están listos para aprender sobre fracciones, no lo encontrarán interesante y buscarán un material más fácil.

Entonces, la idea de juntar a niños «de un mismo nivel», no es ningún argumento a favor de una separación por edad cronológica. Al contrario, es un argumento a favor de la escuela alternativa multigrado, la cual permite avanzar a cada niño según su ritmo individual. Y es un argumento a favor de la familia, donde existen mejores posibilidades para educar a cada niño según su nivel efectivo. (Por supuesto, esto no se aplica a una escuela multigrado tradicional, la cual intenta mantener la separación artificial por grados dentro de sus aulas, imponiéndoles un currículo rígido. Solamente se aplica a escuelas que permiten a los alumnos escoger sus actividades, temas y materiales de acuerdo a su propio nivel de comprensión. Vea «Pedagogía de la escuela activa».)

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Buenas noticias (casi) del ministerio de educación

En el Perú (¿en otros países también?) existe toda una histeria acerca de las «vacaciones útiles». Todos los profesores quieren ganarse un dinero adicional, ofreciendo su «academia vacacional». Y todos los padres que «se preocupan por la educación de sus hijos» (supuestamente), entran en pánico de que su hijo podría «quedarse atrás» si no lo matriculan en una tal academia. En efecto, la mayoría de los niños peruanos son de esta manera despojados de sus vacaciones. Las «vacaciones útiles» son simplemente una continuación del mismo sistema escolar opresivo e ineficaz. Si se permitiese a los niños tener vacaciones verdaderas, solamente harían cosas «inútiles» como jugar fútbol, aprender a manejar una bicicleta, dibujar lo que ellos quieren (en vez de copiar del libro escolar), o ayudar a su mamá en la cocina. Para que no hagan tales cosas «inútiles», hay que meterlos a la escuela aun durante las vacaciones – así dice la creencia popular.

Nuestro programa vacacional (que acaba de terminar) es diferente. Ofrecemos una gran variedad de materiales que permiten a los niños realizar actividades creativas y divertidas: juegos de construcción, juegos de mesa, libros con ideas para trabajos manuales, rompecabezas, etc. Ofrecemos grupos de interés donde los niños pueden aprender, según su propia elección, unas habilidades que raras veces se cultivan en la escuela: hacer teatro, cocinar, arreglar bicicletas, jugar ajedrez, hacer origami, diseñar modelos recortables de papel, etc. Una vez a la semana vamos de paseo: sea a la naturaleza libre, o a algún lugar de trabajo interesante. (Este año por ejemplo hemos visitado una central hidroeléctrica.)
Los niños necesitan bastante tiempo (varias semanas) para recuperar su equilibrio emocional después del estrés del año escolar, y para acostumbrarse a la libertad de elegir sus propios proyectos. Pero les gusta, y con el tiempo salen a la luz los talentos escondidos: el talento de construir torres, o de actuar, o de inventar nuevos juegos, o de mantener la cabeza bajo agua durante medio minuto. También empiezan a despertar sus neuronas. Niños pequeños que en la escuela nunca entendieron las decenas y las unidades – ni siquiera con cien páginas de ejercicios en sus libros – empiezan a comprenderlo manejando un ábaco o unas regletas de madera. Niños que detestaron la lectura como una obligación pesada y sin sentido, empiezan a rebuscar la biblioteca y encuentran que un libro sí puede ser algo interesante. Solo algunos alumnos ya mayores tienen dificultad de «entrar en onda», y hasta el último día parecen esperar que alguien los amenace desde atrás con un palo, para hacer algo. Es que así fueron acostumbrados en sus escuelas durante toda su vida.

Los niños aprecian mucho estos programas; pero los padres, al parecer, no tanto. Varios padres han sacado a sus hijos de nuestro programa, diciendo: «Allí no aprenden nada, solo juegan.» Y esto después de decenas de reuniones de orientación, donde intentamos hacer ver a los padres que el juego – el juego creativo y lógico – es algo de lo más educativo que existe. Pero no, no se puede permitir que los niños jueguen, ni siquiera en sus vacaciones. Si algo les gusta, no puede ser educativo. «Educación» es solamente lo que se hace de mala gana y lo que uno no puede entender – esta es otra de las creencias populares tan difundidas entre padres, profesores, y autoridades educativas.

Pero mira que sorpresa: Este año, el ministerio de educación del Perú ha publicado en su página web un folleto instructivo para padres, con el título: «¿Cómo las actividades recreativas contribuyen con el desarrollo de nuestras hijas e hijos?» – Este folleto contiene una larga lista de actividades recomendadas para las vacaciones. Además, con cada actividad indica las áreas del desarrollo personal que son estimuladas con la actividad respectiva. Aquí encontramos por ejemplo:

«Hacer teatro, interpretando personajes – Desarrolla la función simbólica, estimula la seguridad y la confianza.»
«Visitar centros recreacionales, de preferencia donde se tome contacto con la naturaleza. – Fomenta la integración y socialización, contribuye al cuidado y valoración de la naturaleza.» (Además contribuye a la salud física y refuerza los conocimientos de botánica, zoología y ecología – esto se olvidó el ministerio de educación.)
«Jugar en el parque (escondidas, mundo, la liga, la soga, trompo, bolitas, canga y otros.) – Permite asumir diferentes roles y promueve el liderazgo y el trabajo en equipo. Desarrolla la capacidad viso-motora y motora fina. Desarrolla la atención y concentración. Estimula la imaginación y creatividad. Refuerza el trabajo en equipo y el respeto a las reglas del juego.» (¿Alguien dijo que jugar es inútil?)
«Juegos de mesa: Dominó, Ludo, Pictureka, etc. – Favorece la coordinación visual, la memoria, la atención. Aprende a respetar las reglas de juego y a tolerar la frustración. Estimula su desarrollo cognitivo: comprende la noción de semejanza y diferencia.»
«Preparación de platos típicos de la región. – Fomenta la identidad local y regional. Propicia el reconocimiento de olores, sabores y texturas. Impulsa la capacidad de planificación, organización y distribución de alimentos y de cariño.» (Además, cuando se cocina según una receta, desarrolla el entendimiento de cantidades, pesos y medidas.)
«Practicar origami y kirigami. – Desarrolla habilidades lógico-matemático (sic) y coordinación viso-motora. Estimula la creatividad y la imaginación.»

Efectivamente, casi todo lo que hacemos en nuestros programas vacacionales se encuentra en esta lista. Parece como si alguien del ministerio de educación se hubiera decidido a copiar nuestros programas y a defender su valor educativo. (Solamente que nosotros podríamos todavía añadir un buen número de entradas a esta lista.) Incluso dijo una representante del ministerio de educación en una entrevista radial (cito de la memoria): «No se trata de que los niños estudien en las vacaciones aun más matemática, comunicación, etc. En las vacaciones necesitan otras clases de actividades, y que lo hagan en familia.»

Es una buena noticia que el ministerio de educación reconozca ahora la necesidad de los niños de tener vacaciones. Vacaciones verdaderas para jugar, desarrollar habilidades físicas, ser creativos, y pasar tiempo en familia. Podemos ahora decir a todos los padres y profesores que se quejan: «Estamos haciendo exactamente lo que el ministerio de educación recomienda.»

Hay solamente un problema aquí: Nadie hace caso a estas recomendaciones. Los padres y profesores, según veo, ni siquiera están enterados de que estas recomendaciones existen. He escrito al ministerio de educación para preguntar cómo se están difundiendo estas recomendaciones a los profesores y al público en general; y no he recibido ninguna respuesta. Las escuelas y los profesores siguen llevando a cabo las mismas aburridas «vacaciones (in-)útiles» como siempre. Y los padres siguen sintiéndose obligados a mandar a sus hijos allá, para que no «queden atrás». En realidad sucede lo contrario: Los niños ya no recuperan su equilibrio emocional, ni sus fuerzas físicas, ni su creatividad, ni su motivación para aprender. Comienzan el nuevo año escolar tan estresados y «apagados» como terminaron el anterior.
El ministerio de educación ha dado un paso importante al publicar las recomendaciones citadas. Pero haría un servicio aun mucho más grande a los niños y a las familias, si se esforzara por dar mayor publicidad a estas recomendaciones, y por liberar a los niños de la carga de las «academias vacacionales» innecesarias.

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Las lecciones sabias de la historia para los educadores

Por el Dr. Raymond Moore

Ralph Waldo Emerson tenía razón cuando dijo: «Los años enseñan muchas cosas que los días nunca saben.» Cuando desafiamos la sabiduría de la historia, provocamos el colapso de nuestra sociedad. Algunos piensan que el estudio de la historia no tiene valor. Y cuando la estudiamos, a menudo pensamos que nunca nos podrá suceder lo que sucedió a Grecia o a Roma. Cuando nos damos cuenta de que sí puede suceder, es demasiado tarde.

(…)

En la Grecia antigua, Aristóteles y Platón desarrollaron la idea de que el estado era dueño de la familia. (Aunque ellos habían ambos sido educados en casa por sus padres.) Ellos propagaron la filosofía de que los niños debían ser sometidos al estado. En su Libro VI, Platón enfatizó que era importante alcanzar «la mente joven y tierna». El escribió: «Este es el tiempo cuando el carácter está siendo formado, y fácilmente recibe cualquier impresión que uno desea imprimir sobre él.» Y en Crito, su perspectiva era claramente totalitaria: «Puesto que fuiste traído al mundo y alimentado por nosotros [el estado], ¿puedes negar que eres nuestro hijo y nuestro esclavo?»
Más tarde, su discipulo Aristóteles declaró en su Política que «el estado es por naturaleza anterior a la familia y al individuo, puesto que el entero es necesariamente anterior a su parte.» Y él propagó la idea de que el estado debía encargarse de los niños por lo menos a partir de la edad de siete años. Entonces, durante varias generaciones, los niños vivían alejados de sus familias, y fueron dominados por la rivalidad entre compañeros, el ridículo, las presiones del grupo, la obscenidad, las drogas y el sexo. Y dentro de poco, este estado colapsó.

Roma repitió muchas de las locuras griegas. Con la excepción de César Augusto, quien prolongó la vida de su nación por medio de sus «Leyes Julianas» que protegían la integridad de la familia. Quintilián, el eminente educador romano, dijo que la educación en casa, con su influencia positiva sobre la integridad de la familia, era superior a las escuelas del gobierno. Pero el conformismo prevaleció, el totalitarismo venció nuevamente, y el Imperio Romano colapsó, porque su sociedad había debilitado sus familias.
Las Leyes Julianas podrían ser un buen modelo para nosotros. Estas leyes requerían, entre otras cosas, que las parejas jóvenes (1) se casaran, en vez de convivir en concubinato; (2) que tuvieran hijos; y (3) que sustentaran a sus padres ancianos. Este último punto es muy significativo para nuestros tiempos, donde tantos hijos se contentan con ver a sus padres y abuelos ancianos languidecer innecesariamente en alguna institución estatal. Esta es a la vez una lección para los padres: Si usted envía a sus hijos fuera de la casa antes que estén listos para ello, ellos harán lo mismo con usted cuando usted sea anciano.

Sobre la base de la filosofía de Platón y Aristóteles, su doctrina del «estado como padre» no era tan sorprendente: el estado tiene una vida mucho más larga que el individuo. Entonces, ¿por qué no debería el estado ser el padre de todos? Más tarde, también Marx, Gandhi, y Mao Tse-tung sacrificaron la familia tradicional a favor del bienestar económico del estado. Desde su perspectiva atea, ellos razonaron lógicamente que la vida de un individuo era corta, pero el estado era «para siempre».
Sin embargo, los judíos y cristianos saben que la vida de cada persona es eterna. Este concepto refuta las ideas temporales de los filósofos, y valora mucho más al individuo y a la familia. Esto fue lo que hizo Moisés; y los cristianos a menudo quedamos avergonzados ante nuestros amigos musulmanes quienes se dedican tanto a las relaciones familiares que consideran sagradas, y a la edificación de hijos fuertes en su carácter.
Ahora, en la época de Marx, Gandhi y Mao, la historia del socialismo se repite. Muchos ahora insisten en que el estado es dueño de los niños. Por eso, Carle Zimmerman predice el desastre para la sociedad americana.

(De: Raymond y Dorothy Moore, «The Successful Homeschool Family Handbook», 1994)

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Aprender matemática: ¿Cuestión de burocracia o de principios? – Parte 3

Matemática basada en principios

Ahora ya debe estar claro el contraste entre una enseñanza burocrática y una enseñanza basada en principios. Sin embargo, deseo añadir unos puntos más acerca de los principios.

Hemos visto que los principios de la matemática son universales y eternos. Además, no son arbitrarios ni caprichosos. Las leyes de la matemática están inseparablemente ligadas a la realidad tal como es (creada por Dios, añado como cristiano). Por eso, las leyes matemáticas no son meras construcciones mentales. Las leyes de la matemática nos enseñan algo acerca de la estructura del universo tal como es. Esta es una razón más para hacer el esfuerzo de entenderlas.

Un principio universal tiene muchas aplicaciones. No como un procedimiento burocrático, que tiene aplicación solamente en los casos especiales para los que fue creado. Por ejemplo, un alumno que ha entendido el principio de la conmutabilidad, lo puede aplicar a toda clase de operaciones. Pero un alumno que es enseñado burocráticamente, tiene que aprender la ley conmutativa por lo menos diez veces: Primero para la suma horizontal, después para la suma vertical. (Pueden pasar varios años hasta que se dé cuenta de que la suma horizontal y vertical son exactamente lo mismo.) Después, cuando aprende fracciones, tiene que aprender también «la propiedad conmutativa de la suma de fracciones». Después tiene que aprenderla nuevamente para los números irracionales, y finalmente (si no se desanima antes de llegar a este nivel) para los números complejos. Y además, todo lo mencionado también para la multiplicación.

En cambio, el alumno que entiende principios, puede aplicar por sí mismo la ley conmutativa a toda clase de sumas y multiplicaciones. También puede entender la conmutación de sumas y restas mixtas (p.ej. 13 + 9 – 3 = 13 – 3 + 9), y de multiplicaciones y divisiones mixtas (p.ej. 60 x 13 : 5 = 60 : 5 x 13), y lo aprenderá sin dificultad, porque podrá ver estos casos como variaciones de un mismo principio que ya entiende. Si es inteligente, podrá incluso descubrir por sí mismo por qué la potencia no es conmutativa.

Los principios matemáticos permiten también comprender las relaciones y conexiones entre temas distintos, no como en la enseñanza burocrática donde cada tema queda como un trozo suelto y aislado. Como hemos mencionado arriba, una enseñanza basada en principios hace entender p.ej. que la multiplicación y división larga se basa en la ley distributiva; que la simplificación de fracciones se basa en el MCD; y que el denominador común de varias fracciones es el MCM.

Los principios matemáticos enseñan cualidades del carácter, como p.ej. el orden. Pero no un orden que se impone por un mandamiento autoritario del profesor; mas bien un orden que permite relacionar y dominar las materias más distintas, entendiéndolas desde sus principios correspondientes.
Los principios matemáticos enseñan obediencia. Pero no una obediencia ciega hacia órdenes arbitrarias; mas bien una obediencia hacia principios superiores, comprendiendo también por qué es bueno obedecer. Y esta clase de obediencia, al final de cuentas trae libertad.

La libertad de la matemática consiste en que es universal. La matemática no depende de autoridades científicas, ni tiene que someterse a los caprichos de algún gobernante. La matemática es de dominio público; cada uno está en la libertad de practicarla y de descubrir cosas nuevas. (Así fue posible por ejemplo, que el inglés Newton y el alemán Leibniz, trabajando cada uno por su cuenta y separados por miles de kilómetros, descubrieran ambos, independientemente el uno del otro, el cálculo infinitesimal.)
De esta manera, la matemática en sí es una protesta fuerte contra dos corrientes dominantes de nuestro tiempo: el relativismo (que enseña que no existen verdades absolutas), y el totalitarismo (que enseña que el estado debe controlar todos los aspectos de la vida).

Los principios matemáticos permiten al alumno aplicarlos por su cuenta y aun desarrollar sus propios procedimientos. Así podrán incluso desarrollar su creatividad en la matemática. Acerca de esto también un ejemplo histórico:

Cierto profesor exigía a sus alumnos de primaria, que sumaran todos los números de 1 a 100. Posiblemente quería pasar un rato tranquilo sin ser interrumpido por los alumnos. Pero su tranquilidad no duró mucho tiempo, porque al cabo de pocos minutos se le acercó un alumno con el resultado correcto escrito en su hoja. «¿Cómo lo has podido calcular tan rápidamente?», preguntó el profesor. – «Fácil», respondió el alumno. «Cuando sumo 1+100, da 101. Sumo 2+99 y también da 101. 3+98 también es 101. Continúo así hasta 50+51, son 50 pares de números, entonces la suma es 50 x 101 = 5050.» – Más tarde, este alumno se convirtió en uno de los matemáticos más famosos de todos los tiempos. Su nombre fue Carl Friedrich Gauss.

¿Qué hubiera dicho un profesor burocrático de nuestros tiempos al pequeño Gauss? – «No, no puedes hacerlo así, tienes que sumar los números uno por uno.» – «No puedes usar este procedimiento, esto viene más tarde en el currículo.» – ¿Cuántos jóvenes Gausses de nuestros tiempos se habrán echado a perder por culpa del sistema escolar actual?

Los principios matemáticos pueden incluso enseñarnos a admirar la belleza en las matemáticas. Como un pequeño ejemplo, vea estas dos tablas:

Pinta los múltiplos de 9 con verde,
los múltiplos de 10 con amarillo,
los múltiplos de 11 con rojo.

1 2 3 4 5 6 7 8 9 10
11 12 13 14 15 16 17 18 19 20
21 22 23 24 25 26 27 28 29 30
31 32 33 34 35 36 37 38 39 40
41 42 43 44 45 46 47 48 49 50
51 52 53 54 55 56 57 58 59 60
61 62 63 64 65 66 67 68 69 70
71 72 73 74 75 76 77 78 79 80
81 82 83 84 85 86 87 88 89 90
91 92 93 94 95 96 97 98 99 100
Pinta los números que terminan en 0 con amarillo,
los que terminan en 5 con anaranjado,
los que terminan en 3 con azul,
los que terminan en 7 con verde.

0 0 0 0 0 0 0 0 0 0 0
0 1 2 3 4 5 6 7 8 9 10
0 2 4 6 8 10 12 14 16 18 20
0 3 6 9 12 15 18 21 24 27 30
0 4 8 12 16 20 24 28 32 36 40
0 5 10 15 20 25 30 35 40 45 50
0 6 12 18 24 30 36 42 48 54 60
0 7 14 21 28 35 42 49 56 63 70
0 8 16 24 32 40 48 56 64 72 80
0 9 18 27 36 45 54 63 72 81 90
0 10 20 30 40 50 60 70 80 90 100

Cuando un alumno completa correctamente una tarea como esta, es premiado con un dibujo armonioso y se da cuenta de que la matemática tiene también un valor estético. El patrón de colores que surge en estas tareas, no es uno que el profesor tuviera que inventar de manera arbitraria: Este patrón ya está dentro de la estructura de la tabla de multiplicación (por ejemplo); los colores solamente ayudan a hacerlo visible.
Existen muchos principios matemáticos que se pueden visualizar de una manera parecida. Muchas figuras geométricas se prestan para formar dibujos que son armoniosas, estéticas, y a la vez expresiones de verdades matemáticas. Mis hijos todavía no han estudiado las propiedades de las secciones cónicas, pero observaron fascinados un programa de computadora que construye elipses e hipérbolas paso por paso. Observaciones como estas invitan a seguir investigando y a descubrir propiedades matemáticas por uno mismo. Me imagino el asombro y deleite que debe haber experimentado Gauss al descubrir que las raíces de la ecuación xn = a, en el plano complejo, están ubicadas en los vértices de un polígono regular de n lados. (Y desde allí dedujo cómo se puede construir un polígono regular de 17 lados, un heptadecágono, solamente con compás y regla. Gauss hizo este descubrimiento a los 19 años de edad, siendo todavía estudiante.) Aunque este tema ya no está dentro del currículo escolar; pero ilustra que la armonía de las verdades matemáticas se manifiesta en todos los niveles, desde el más elemental hasta el más avanzado.

Encontramos tales patrones matemáticos armoniosos aun en la naturaleza. ¿Quién no admira la estructura hexagonal de un panal de abejas? No solamente es estética; también expresa la verdad matemática de que el hexágono es uno de los pocos polígonos regulares que pueden llenar un plano perfectamente; y de entre estos polígonos, es aquel que tiene la relación más favorable entre perímetro y área. – Se ha descubierto que las semillas de girasol dentro de la flor forman un patrón de dos conjuntos de espirales, en sentido contrario; y que el número de espirales que giran hacia la derecha resp. a la izquierda, forma siempre un par de números de la secuencia de Fibonacci (p.ej. 21:34, 34:55, ó 55:89.) – Ya mencionamos brevemente el descubrimiento de Kepler acerca de las órbitas de los planetas. Las leyes de Kepler revelan una armonía asombrosa en las leyes matemáticas que rigen aun el movimiento de los cuerpos celestiales.

Existen unos pocos temas matemáticos que desafían esta impresión general de armonía. Uno de ellos es el de los números primos, que al parecer no siguen ningún orden. Es muy fácil encontrar un algoritmo que produce con seguridad un número compuesto. (P.ej. se toman dos números naturales cualesquieras, excepto el 1, y se multiplican.) Pero hasta hoy no se ha descubierto ningún algoritmo que produce con seguridad un número primo; aunque algunos matemáticos han dedicado grandes esfuerzos a encontrar uno. Los números primos están en el núcleo de algunos de los problemas matemáticos más fascinantes que quedan hasta la fecha sin resolver. ¿Por qué se esfuerzan tanto los matemáticos por encontrar un orden en los números primos? Es que alguien que ha entendido los principios de la matemática, no puede aceptar que algún objeto matemático sea «arbitrario» o «desordenado». Tiene que existir alguna clase de «orden», aunque quizás no es la clase de orden que los matemáticos están buscando hasta ahora. De hecho, se han encontrado algunas propiedades sorprendentemente regulares en cuanto a la distribución estadística promedia de los números primos; solamente hace falta encontrar alguna que permita hallar números primos particulares. Probablemente este es uno de estos problemas donde la ciencia espera todavía la llegada de algún genio que se atreve a romper las limitaciones de las «respuestas de selección múltiple» que las generaciones anteriores han propuesto.

Al mismo tiempo, los problemas relacionados con los números primos nos señalan lo que ya dijimos antes: que la matemática es más grande que nuestras propias mentes y nuestro mundo visible. La matemática viene de Dios quien no se deja controlar por el hombre. Por tanto, siempre quedarán problemas matemáticos sin resolver. Nunca podremos dominar la matemática completa con nuestra mente limitada – y mucho menos con nuestros procedimientos burocráticos. Siempre habrá un «más allá» a descubrir.

¿Cómo escapar de la enseñanza burocrática?

He dibujado dos cuadros en contraste: la enseñanza burocrática y la enseñanza por principios. Queda la pregunta: ¿Cómo llegamos desde «aquí» hasta «allá»? La enseñanza burocrática es la «realidad» que domina gran parte del mundo en la actualidad. Pero ésta no corresponde a la «Realidad» (la voluntad del Rey) de la matemática y del universo. ¿Cómo llegamos desde esta «realidad» (con minúscula) a aquella «Realidad» (con mayúscula)?

Primeramente, tenemos que entender que la «realidad» de aquí es incompatible con la verdadera «Realidad». Con palabras más claras: Dentro del marco del sistema escolar dominante de la actualidad, es imposible enseñar y comprender la matemática desde sus principios. La única solución verdadera consistiría en salir de este sistema escolar, y comenzar con un nuevo sistema escolar fundamentado en principios. Para los valientes, esto es posible, aunque sea solamente en el marco de una pequeña escuela privada independiente, o del propio hogar.

Pero aun aquellos que se lanzan a un nuevo experimento educativo, han sido educados ellos mismos (en su mayoría) dentro del sistema actual, y necesitan sacudirse de muchas costumbres y de muchos prejuicios que han adquirido allí. Y por el otro lado, hay profesores, padres y alumnos que están dentro del sistema actual, pero están viendo las debilidades de este sistema y tienen la esperanza de hacer por lo menos algunas cosas de manera diferente, hasta donde tengan la libertad de hacerlo. Para ambos grupos, los de afuera y los de adentro del sistema, se plantea la misma pregunta: ¿Qué puedo hacer, en la labor diaria, para volver a los principios?

Daré solamente algunas pequeñas ideas, y cada uno que esté interesado en ellas, podrá ampliarlas.

El lector atento ya se habrá dado cuenta de que me gusta la pregunta «¿Por qué?». Esta pregunta es una muy buena herramienta para golpear las paredes de una cárcel burocrática, y para abrir mentes cerradas (hasta donde lo permiten). Como profesor, exija explicaciones de sus estudiantes, explicaciones basadas en principios. El alumno dice p.ej: «Este número es divisible entre 5.» – Pregunte: «¿Por qué? ¿De dónde lo deduces?» (Y hay que hacer esta pregunta, independientemente de si la respuesta del alumno es correcta o equivocada. Si la respuesta es correcta, ayudamos al alumno a ver más claramente en qué principios se basa la respuesta. Si es equivocada, podemos guiar al alumno a reconocer él mismo su error, aplicando principios de manera correcta.) – Algunos alumnos se molestan cuando les hago muchas preguntas de este tipo, pero yo les digo: «¿Cómo puedes saber que has entendido algo? Solamente cuando puedes explicarlo a otra persona. Por eso te hago preguntas, hasta que tú mismo puedas explicarme lo que haces.» – Puesto que no trabajo dentro del sistema escolar, tengo la libertad de seguir con este proceso hasta su conclusión, o sea, hasta que el alumno sea capaz de explicar no solamente lo que hace, sino también el por qué. Y en este momento, los procedimientos incomprensibles y misteriosos que ha aprendido, empiezan a adquirir sentido.

También como estudiante, no se contente con las exposiciones del profesor. Pídale explicaciones. «Este número va allí.» – «¿Por qué?» – O: «Aquí hay que multiplicar.» – «¿Por qué no sumar? ¿o dividir?». Un buen profesor se alegrará de esta clase de preguntas y las tomará como una ocasión para enseñar principios. Si el profesor se molesta con esta clase de preguntas, entonces no espere de él que sea capaz de enseñarle matemática. Los burócratas no nos permiten preguntar ¿Por qué?: «Porque así se hace, y punto.» Si no haces caso, el burócrata no atiende tu trámite. El burócrata solo desea demostrar que él es la autoridad y que él puede hostigarte de cualquier manera que desea. Pero un verdadero educador, un pedagogo, te ayudará a llegar hasta el fondo de los asuntos, y a aplicar tú mismo los principios que descubres.

Como padre de familia interesado, haga esta pregunta ¿Por qué? a ambas partes: a sus hijos, y a los profesores de sus hijos. Ayúdeles a ambos a razonar: Al niño, para que pueda ver más allá del cerco de los procedimientos prescritos. Y al profesor, para que se atreva a abrir la cárcel en la que el sistema escolar lo encerró a él y a sus alumnos.

La estrategia del ¿Por qué? requiere tiempo. Una enseñanza basada en principios tomará mucho más tiempo para sentar bien los fundamentos más elementales de la matemática. No se contentará con que el alumno pueda reproducir algo; profundizará hasta que el alumno llegue a la comprensión de lo que hace. Algunos alumnos que entraron a la escuela demasiado temprano, demorarán varios años hasta que puedan explicar por sí mismos cómo desplazarse por la recta numérica, y por qué en una situación hay que sumar y en otra restar. Pero si invertimos tiempo y paciencia hasta que comprendan esto, entonces estos alumnos ya no cometerán errores de signos más adelante en ecuaciones y en operaciones complicadas. – Por el otro lado, aquellos alumnos que son apresurados a temprana edad a sumar mecánicamente números de tres cifras, a multiplicar y a calcular con fracciones, nunca tendrán el tiempo necesario para llegar a la comprensión de los principios fundamentales, y por tanto tendrán dificultades mayores más adelante.

– Otra estrategia buena es demostrar a los alumnos las conexiones entre temas aparentemente distintos, pero que se basan en los mismos principios. Ya mencioné algunos ejemplos al hablar de la ley distributiva, y de las fracciones. Daré otro ejemplo:

Unos alumnos dificultaban en resolver problemas con áreas, tales como este:»Calcula el área sombreada (en el dibujo a la derecha), si el lado del cuadrado mide 6 cm.»Ahora, estos alumnos estaban familiarizados con representaciones gráficas de fracciones, como en los dibujos abajo:

Cuando se les enseñaba estos dibujos en el contexto de las fracciones, no tenían ninguna dificultad para reconocer que el área sombreada en el dibujo izquierdo era 3/8 del círculo, y en el dibujo a la derecha 5/8 del cuadrado. Solamente que nunca se les había ocurrido la idea de interpretar tales dibujos en el contexto de «áreas». Una vez que reconocieron la similitud entre estos dibujos y el problema planteado arriba, fácilmente entendieron que allí el área sombreada es 2/8, o sea 1/4, del cuadrado. Los dos temas se basan en un principio común: la división de un área en partes iguales.

Entonces, no se limite a seguir los procedimientos presentados en el libro escolar. Identifique los principios en los que se basa el procedimiento (preguntando¿Por qué?). Y tan pronto como haya avistado un principio matemático, aplíquelo a las situaciones más variadas. Al inicio, a los alumnos les parecerá como un salto inexplicable de un tema al otro. Pero si les podemos hacer entender el principio común de estos temas variados, su comprensión se ensancha, y pueden dar el paso desde una matemática basada en «técnicas», hacia una matemática basada en principios.

Un ejemplo más: Los problemas de longitudes de segmentos en una misma recta (que actualmente se encuentran en libros escolares de cuarto y quinto grado), se basan en los mismos principios como la suma y resta en la recta numérica (que se trata desde el primer grado). Estos principios a su vez son los mismos como los que rigen los problemas con el equilibrio de fuerzas en física, y la geometría vectorial (que se tratan en los grados más avanzados de la secundaria); solamente que allí se amplían a un espacio de dos y de tres dimensiones, en vez del espacio unidimensional de la recta numérica. Así vemos que temas muy «elementales» son conectados por principios comunes con temas muy «avanzados». Entonces, si el alumno de primer grado comprende los principios de la representación gráfica de sumas y restas, ya tiene una primera base para poder comprender más adelante la geometría vectorial y el equilibrio de fuerzas – a diferencia de un alumno que aprendió solamente un procedimiento mecánico y nunca verá alguna conexión entre lo uno y lo otro.

– Otra buena estrategia es relacionar los principios matemáticos con la vida diaria. Ahora, esto es algo que la escuela nunca podrá hacer de verdad. A lo máximo puede brindar una representación diluida y artificial del mundo real. Aun «jugar a la tienda» en el salón de clases, no tiene el mismo efecto de aprendizaje como atender en una tienda verdadera. (Aunque todavía es mejor que resolver «cálculos con dinero» abstractos en un libro escolar.) Muchos principios matemáticos se entienden mejor «haciendo algo juntos». Por ejemplo, hacer compras en el mercado y comparar precios. O preparar una torta de cumpleaños y calcular las medidas indicadas en la receta (incluso calcular las proporciones correctas si la receta es para 6 personas y tenemos 15 invitados.) O medir todas las habitaciones de la casa y calcular su área.
Este es el campo de acción para los padres de familia, en primer lugar. Dentro del sistema escolar no hay mucho lugar para la vida real. Allí, a lo máximo se pueden usar imitaciones o ejemplos de la vida real, para demostrar como se aplican ciertos principios. A veces, esto ya es una ayuda. Por ejemplo, cuando un alumno quiere incluir el número 5 en el conjunto de «números mayores que 5», en vez de decirle simplemente «Esto es equivocado», puedo preguntarle (suponiendo que el alumno se llama Pedro): «A ver, ¿tú eres mayor que Pedro?» – Si el alumno es por lo menos medianamente inteligente, responderá: «No, si yo mismo soy Pedro.» – Así tiene un ejemplo menos abstracto, para entender que si dos cosas son «iguales», no puede a la vez uno de ellos ser «mayor». Y esto le puede ayudar (quizás) a ver que los conceptos de «mayor» y «menor» no son simplemente inventos del libro de matemática, sino que tienen un significado real en la vida real.

– Animar los descubrimientos propios y la creatividad.
Ningún conocimiento se recuerda tanto como el que uno mismo ha descubierto. Para que esto suceda, es necesario dar al alumno la oportunidad y el tiempo necesario para observar y crear, en vez de solamente reproducir. Por ejemplo, una tarea como la mencionada anteriormente, de colorear la tabla de multiplicación con distintos colores, puede dar lugar a una serie de observaciones y descubrimientos sucesivos: ¿Por qué la tabla del 5 es distinta de las demás, considerando su último dígito? ¿Dónde se ubican los números pares en la tabla de multiplicación, y dónde los impares? ¿Qué sucede si me desplazo horizontalmente o verticalmente de un número a otro? ¿y qué, si me desplazo diagonalmente? ¿Por qué en el centro de la tabla de multiplicación no se encuentra el 50 (la mitad de 100), sino el 25? Etc. – Una vez que un niño desarrolla cierta «curiosidad matemática», ya no es necesario hacerle tantas preguntas para guiarlo. Hará sus propios descubrimientos (aunque no siempre aquellos que el padre o profesor espera – pero esto no debe preocuparnos. Recordemos al pequeño Gauss.)

A menudo se desarrolla la mayor creatividad al hacer lo que es «prohibido» por el libro escolar (pero no por los principios de la matemática). Hay un viejo problemita que dice: «Une estos 9 puntos por medio de un mímino de rectas sucesivas que se puedan dibujar en un solo trazo.»

La solución «clásica» ya es un poco difícil de encontrar para la mayoría de los niños (y adultos), porque no se les ocurre la idea de que las rectas podrían sobrepasar los límites del cuadrado encerrado por los nueve puntos. Esta solución usa 4 rectas:

Pero existen soluciones más creativas, que logran unir los 9 puntos con una sola recta. ¿Alguien dijo que el papel debe quedarse en una sola pieza? Puedo cortarlo en tres tiras, con tres puntos en cada una, formar una tira larga con ellas, y entonces puedo trazar una sola recta a través de todos los nueve puntos. – ¿Alguien dijo algo acerca del grosor de la recta? Puedo agarrar una brocha y trazar una recta gruesa (del grosor del cuadrado entero), que cubre todos los nueve puntos. – ¿Alguien dijo que el problema tiene que limitarse a un plano de dos dimensiones? Puedo doblar el papel de tal manera que los nueve puntos se quedan uno sobre otro, y punzarlo en el medio con un lápiz o lapicero puntiagudo. Esta es una recta vertical (en la tercera dimensión) que atraviesa todos los nueve puntos.
(Confieso que esta «travesura» no es mi propio invento; pero ya no me acuerdo de la fuente donde la encontré.)

Una educación «burocrática» no permite esta clase de soluciones. Pero esto es exactamente lo que trunca la creatividad de los alumnos. Mientras no estoy violando ningún principio de la matemática, puedo crear mis propios procedimientos. Existen muchas formas diferentes de aplicar un principio en la práctica. Una enseñanza basada en principios da al alumno la libertad de usar diferentes formas – mientras los principios se mantienen intactos. Esta variación y creatividad ayuda al alumno a diferenciar entre un principio (que no puede cambiar), y un procedimiento arbitrario (que se puede hacer también de otra forma).

– Ser una PERSONA con principios.
Esto es lo más importante. Las mejores estrategias no sirven, si con nuestra propia vida contradecimos lo que enseñamos. Y con esto vuelvo a lo que dije al inicio: Muchas personas no entienden los principios de la matemática, porque no tienen principios en su propia vida. Así como la matemática se basa en principios eternos que no se pueden quebrantar, Dios nos ha dado principios eternos para nuestra vida, y nos hacemos un daño serio a nosotros mismos y a nuestros prójimos, si no vivimos según estos principios.

Por tanto, enseñar y aprender matemática es una cuestión de principios y de fe.

 


Para familias educadoras y escuelas alternativas, los libros de la serie «Matemática activa» proveen un método de proveer a los niños un aprendizaje según las ideas esbozadas en este artículo.

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Aprender matemática: ¿Cuestión de burocracia o de principios? – Parte 2

La enseñanza burocrática sigue las exigencias del estado, pero no los principios de una buena pedagogía.

En la actualidad, los profesores ya no son educadores. Son funcionarios del gobierno que tienen que implementar las políticas del gobierno en el aula. Y aun si han entendido lo que es una buena pedagogía – no pueden aplicarla, porque las exigencias del currículo estatal tienen que cumplirse primero.

Aquí en el Perú por lo menos, este currículo no toma en cuenta ni lo que se sabe acerca del desarrollo del niño, ni los principios didácticos más elementales – especialmente para las matemáticas. En particular deseo resaltar los siguientes puntos:

– Según el desarrollo cerebral del niño promedio, la enseñanza escolar formal no es provechosa antes de los 8 a 10 años de edad. Estos niños están recién entrando a la etapa de las operaciones concretas, y por tanto las operaciones matemáticas todavía no les parecen lógicas, ni pueden formarse un concepto de ellas en su mente. (Vea más detalles sobre esto en «Mejor tarde que temprano».) Por tanto, antes de esta edad, la enseñanza de la matemática debería centrarse en los principios fundamentales y en las operaciones básicas con números pequeños, de tal manera que el alumno puede reproducirlos manipulando objetos concretos. Lo que va más allá de esto, a una edad temprana, les hace más daño que bien a los niños.

Cada niño tiene su propio ritmo de desarrollo y debe ser enseñado según el estado de desarrollo que alcanzó, no según su edad cronológica. Si intentamos hacer caminar a la fuerza a un bebé de tres meses, le hacemos daño. De la misma manera le hacemos daño a un niño cuando lo forzamos a resolver tareas que según su estado de desarrollo no puede entender todavía.
(Siempre se podrá encontrar a uno u otro niño precoz que llega a entender operaciones abstractas a una edad temprana. Pero estas son excepciones y no deben tomarse como norma para un sistema escolar generalizado. A estos niños precoces se les debería permitir saltar grados escolares o recibir cursos especiales según sus intereses, pero sin obligar a los otros niños a seguir el paso acelerado de ellos.)

Cada nuevo conocimiento debe basarse sobre un conocimiento previo con el cual el niño ya está familiarizado. Esto es de particular importancia para la matemática, porque cada principio más avanzado se basa sobre una multitud de otros principios más sencillos. Por tanto, es necesario que el niño entienda bien los principios sencillos, antes de enseñarle principios más difíciles. (Por ejemplo, un niño no puede entender las potencias si no ha entendido primero la suma y después la multiplicación.)

Cantidad no es calidad. Cuánto más conocimientos un niño tiene que absorber en un tiempo dado, tanto más es la cantidad de conocimientos anteriores que olvida. Por tanto, aumentar las horas académicas y acelerar el paso no hace que los niños aprendan más. Al contrario, cuando se sobrepasa cierto límite, los niños olvidan más de lo que aprenden. Una buena pedagogía le da al niño el tiempo que necesita para asimilar un nuevo conocimiento, y lo profundiza hasta que el niño esté seguro en ello. Y una buena pedagogía mantiene un equilibrio sano entre estudio intelectual, actividad física, trabajo manual, juego y descanso.

En completa contradicción contra todos estos principios, dice el Proyecto Educativo Nacional (PEN) del Perú:

«Prevenir la deserción y la repetición en la educación primaria
La repetición de grado agrava la extraedad -superación de la edad normada para el grado- desalentando a los niños e incrementando el riesgo de fracaso o abandono. Pero la promoción de grado con bajo rendimiento acumula el déficit y habitúa a la mediocridad. Las escuelas no tienen mecanismos que prevengan estas situaciones o las corrijan con rapidez, dejando a cada niño librado a su suerte. Esta política busca disminuir y suprimir los índices de abandono y repetición escolar, en especial en zonas urbanas y rurales con mayor riesgo de fracaso, mediante la creación de sistemas de apoyo y acompañamiento educativo.

PRINCIPALES MEDIDAS
a) Sistemas de detección oportuna de niños y niñas en riesgo de repetición y abandono escolar, bajo la responsabilidad de los docentes en cada grado y sección.
b) Institucionalización de estrategias pedagógicas diferenciadas de recuperación, atención educativa y tutoría a estudiantes en riesgo de repetir y abandonar el año, que incluya el empleo de horas adicionales.
(…)»

(Proyecto Educativo Nacional al 2021, Ministerio de Educación del Perú, 2007)

Esto significa, hablando claramente: Todos los niños son forzados a comenzar la escuela primaria a los seis (o cinco) años y terminarla a los once años, sin considerar su desarrollo individual. Un niño que no alcanza las metas del año, es obligado a pasar horas extra en la escuela hasta ya no poder más, porque obligatoriamente tiene que pasar de grado a la «edad normada», dictada por la burocracia. (La situación actual es que gracias a esta política, muchos niños ya no tienen fines de semana libres ni vacaciones.) El Ministerio de Educación no considera el hecho de que algunos niños se desarrollan más tarde que otros, ni el hecho de que el exceso de horas académicas les hace un daño serio. En vez de dejar que los niños sean niños, son obligados a convertirse en «calculadoras humanas», a una edad en la que deberían disfrutar del calor de un hogar y jugar sin preocupaciones. La mayoría de los niños no pueden cumplir con estas exigencias que se les imponen de manera burocrática, sin ninguna consideración pedagógica. Esta es una situatión muy trágica: Estos mismos niños podrían rendir muy bien, y con mucho menos horas académicas y mucho menos sufrimiento, si tan solamente les fuera permitido ser niños por dos o tres años más. Existen cientas de evidencias para ello, de investigaciones realizadas alrededor del mundo entero. El Dr.Raymond Moore recopiló muchas de ellas en su libro «Mejor tarde que temprano». Pero los planificadores de la educación simplemente no toman en cuenta lo que es lo mejor para los niños.

Aun los mejores profesores tienen que fracasar con una tal política, porque no se les permite enseñar a los niños de acuerdo a su propio desarrollo. Niños de cinco, seis, siete años están siendo sofocados bajo una tal avalancha de conocimientos y tareas que nunca pueden asimilarla. No les queda otra salida que «aparentar» y «adivinar». Para cuando llegan a cuarto o quinto grado, la mayoría ya está completamente desconectada de los conocimientos matemáticos que se exigen de ellos. Su «matemática» es un castillo en el aire sin fundamento, porque se les exige entender fracciones, potencias y raíces, cuando todavía no han asimilado ni los principios fundamentales de la suma, resta y multiplicación. Por ejemplo, son muy, muy escasos los alumnos de primaria que son capaces de solucionar correctamente un problema como este:

«Un cocodrilo mide 3,50 m (con cola). Su cuerpo mide un metro más que su cola. ¿Cuánto mide la cola del cocodrilo?»

Sin embargo, este problema no requiere nada más que las operaciones básicas, y un poco de razonamiento lógico. Pero los mismos niños que todavía no pueden entender esto, tienen que aprender a calcular con decimales y a sacar raíces cuadradas. Puesto que no tienen fundamento, todo esto no hace sentido para ellos, y tan pronto como lo aprenden, lo vuelven a olvidar. Entran a la escuela secundaria sin siquiera haber tenido tiempo para aprender bien la tabla de multiplicación; y en la secundaria tienen que volver a aprender lo que ya se les enseñó en la primaria. (Esto no es ningún chiste. Un día tuve en la mañana una alumna de refuerzo que estaba en tercer grado de primaria, y en la tarde otra que estaba en tercero de secundaria. Sus tareas que habían recibido en la escuela, eran casi idénticas.)

Tanto profesores como alumnos están bajo tal presión de «alcanzar las metas educativas» (ilusorias), que tienen que cubrir una multitud de temas, pero no tienen tiempo para aprender bien ninguno de ellos. Entonces los alumnos lo olvidan, y en el año siguiente tienen que volver a aprender lo mismo de nuevo.

Mencionaré solamente dos temas matemáticos que los alumnos están obligados a aprender mucho antes de que puedan realmente comprenderlos:

– Sumar llevando y restar prestando, con números de tres cifras. Esto se enseña ahora en primer grado, cuando muchos todavía no saben ni sumar números menores de 10. Como procedimiento mecánico, un niño de esta edad puede hacerlo – pero de ninguna manera entiende lo que hace. Para poder entenderlo, tendría que entender cómo funciona el sistema decimal – y esto a su vez presupone entender la multiplicación. Además tendría que ser capaz de relacionar un número de tres cifras con un concepto concreto; pero la imaginación de un niño de esta edad todavía no puede distinguir entre «cincuenta» y «quinientos».

– Fracciones. Imaginarse algo más pequeño que una unidad, es algo muy difícil para un niño de ocho años (a esta edad se enseñan actualmente las fracciones). Se le puede mostrar un círculo dividido en partes, y el niño puede contar las partes; pero si tiene muchas partes, entonces ¿cómo pueden todas estas partes juntas ser «1»? Esta es una paradoja irresoluble para la mayoría de los niños de esta edad. – Por supuesto, las fracciones presuponen entender las leyes de la multiplicación y división. Y no solo esto: simplificar, sumar y restar fracciones se basa sobre los conceptos del máximo común divisor (MCD) y mínimo común múltiplo (MCM). Esto a su vez presupone el concepto de múltiplos, divisores, números compuestos y números primos, y factores primos. Todo esto debería enseñarse antes – y no solo enseñar; habría que asegurarse de que los niños lo entiendan. Y habría que relacionar estos conceptos al nivel de principios. Pero la enseñanza burocrática exige que los niños calculen con fracciones sin tener nada de este fundamento. No es de extrañar que los alumnos no entiendan nada.

La enseñanza burocrática es incapaz ante los desafíos de la vida real y del sentido común.

Quedémonos un poco más con las fracciones. Los alumnos aprenden un procedimiento que llaman «CC» o «C doble» para tratar con fracciones dobles:

Mientras este procedimiento rinde el resultado correcto, no enseña nada acerca de los principios que rigen las fracciones. Los alumnos saben aplicarlo mecánicamente, pero se quedan perplejos ante expresiones como las siguientes:

En el caso a), a algunos todavía se les ocurre que 3 es igual a tres enteros, entonces lo escriben así y aplican su acostumbrada «CC» (aunque es un exceso innecesario de trabajo):

Pero el caso b) ya no permite esto. La enseñanza burocrática no puede preparar al alumno para una situación como esta, porque tendría que prescribir un nuevo procedimiento para cada caso especial que se podría presentar.

Pero un alumno que ha aprendido los principios de la matemática, no tendrá muchos problemas aquí. Para él, los mismos principios que rigen una fracción doble, se pueden aplicar también a una fracción triple, cuadruple o más complicada. Primeramente, para este alumno será claro como el agua que una fracción es solamente otra forma de escribir una división. Entonces, la expresión b) es equivalente a: 4 : 3 : (5 : ((7 : 8) : 11)). Y este alumno entenderá también qué efecto tiene un signo de división : ante un paréntesis. (Incluso entenderá que estos principos son equivalentes a las leyes de signos en la suma y resta.) Aplicando estos principios, y un poco de sentido común, resolverá el problema de la misma manera como resolvería una fracción doble – sabiendo lo que hace.

Pero «sentido común» es incompatible con «burocracia». El sencillo problema del cocodrilo, que cité más arriba, se puede resolver con un poco de sentido común y con muy poco de matemáticas (incluso sin recurrir a una ecuación). La mayoría de los alumnos actuales no pueden resolverlo porque la burocracia no cultiva el sentido común. Los problemas que exigen sentido común son el mayor desafío a la burocracia: no existe ningún procedimiento reglamentario para resolverlos.

Este es otro ejemplo, de la vida diaria y ordinaria:

«Mamá compró papas por S/.1.80, un queso por seis soles, y un coliflor. Pagó con un billete de diez soles y recibió 60 centavos de vuelto. ¿Cuánto costó el coliflor?»

Ante un problema como este, la mayoría de los niños (aun en sexto grado) no saben si deben sumar, restar, multiplicar o dividir. Esto indica ¡que todavía no comprendieron ni aun los principios de la suma y resta! – Cierto, saben sumar y restar mecánicamente números de siete y más cifras. Pero esto todavía no es «comprender» la suma y la resta. Estos conceptos son «comprendidos» solamente cuando el alumno es capaz de relacionarlos con los sucesos de la vida diaria. Pero esto es algo que la escuela no les puede enseñar, porque la escuela es burocrática y por tanto es desconectada de la vida real y del sentido común.

Una muy buena alumna en matemática que conocí, pasaba muchas horas ayudando a sus padres en atender su negocio. Esta fue la mejor preparación en matemática que podía recibir. Se acostumbraba a calcular los precios y dar el cambio correcto, y a pagar facturas correctamente. Esto es aplicar principios en la vida diaria, y esto le ayudó más que cualquier enseñanza que podía recibir en la escuela.

La enseñanza burocrática tiene que capitular ante esta clase de problemas. Algunos profesores se esfuerzan por sistematizarlos y mecanizarlos y proveer alguna «pauta de burro» a sus alumnos: «Si son varias compras juntas, hay que sumar. Si es dar cambio, hay que restar. Si son tres de la misma cosa, hay que multiplicar por tres …» – Estos son esfuerzos vanos. La vida real no se deja mecanizar de esta forma; siempre aparecerá un caso que no encaja en ninguna de las categorías preformuladas por el profesor. Pero la vida real puede comprenderse a base de principios. Y el que ha comprendido los principios, ya no necesita las «pautas de burro».

Rebeca Wild explica ante el trasfondo de las investigaciones de Jean Piaget, como se destruye el verdadero aprendizaje cuando la enseñanza consiste en tales memorizaciones de reglas. Dice acerca de la «etapa de las operaciones concretas» (que dura en la mayoría de los niños aproximadamente desde los siete u ocho años hasta los trece a quince años de edad):

«La comprensión solo está asegurada si el niño tiene los objetos en la mano o si los conoce muy bien de experiencias anteriores. … Si en esta etapa … se intenta utilizar símbolos, por mucho que se los haya simplificado, el niño se ve obligado a tomar una especie de medida de defensa: tendrá que utilizar su memoria para poder repetir, cuando se lo pidan, el saber requerido. (…) Claparède formuló la siguiente ley: todo lo que en su día fue aprendido de memoria, más tarde es mucho más difícil de entender. No es extraño que observemos con tanta frecuencia lo mucho que esta práctica del aprender reglas dificulta una aplicación inteligente.»
(Rebeca Wild, «Educar para ser», Barcelona 1999)

(Para los curiosos: La aplicación correcta de suma y resta es concisamente resumida en este axioma, formulado asi por Euclides: «El entero es más grande que su parte.» El que ha comprendido esto (¡no digo «memorizado»!), ya no tendrá el problema de si debe sumar o restar. Pero hallé que es asombrosamente difícil para alumnos educados en un sistema burocrático, comprender un axioma tan sencillo como este.)

Entre los problemas un poco más «escolares», unos que también desafían la enseñanza burocrática son los criptogramas. Es imposible prescribir un procedimiento mecanizado para la solución de criptogramas. Cada criptograma se basa en una propiedad distinta que debe ser descubierta – a base de principios. Por eso, los criptogramas están entre los ejercicios más excelentes para entrenar la capacidad de razonar. Pero encuentro que justo este tipo de ejercicios es omitido por casi todos los cursos de (mal llamado) «razonamiento matemático». Estos cursos, por lo general, se limitan a tareas que se pueden mecanizar más fácilmente, tales como el conteo de segmentos y figuras, continuar secuencias, etc.

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Algunos procedimientos de la enseñanza burocrática son incluso contrarios a los principios matemáticos.

A la burocracia no le interesa si se respetan los principios o no. Sus procedimientos deben llevarse a cabo, aun si guían al alumno por un camino falso. Mencionaré dos procedimientos con los que me encuentro casi diariamente, que efectivamente hacen que los alumnos aprendan principios equivocados. El procedimiento en sí rinde el resultado correcto – pero lo alcanza por un camino que enseña algo equivocado:

1. Poner el signo al lado equivocado.
En la mayoría de los libros de matemática para primaria, encuentro restas verticales escritas así:

Esto da la impresión de que el signo «menos» (-) estaría asociado con el número 345. Pero el número que se resta es 238 y no 345. Hablando en sentido vectorial, 345 es el número que tiene dirección positiva, y 238 es el número que tiene dirección negativa. Por tanto, el signo «-» debe estar delante de 238 y no detrás de 345.

Esto puede parecer un detalle sin mayor significado, pero no lo es. En realidad, este error «insignificante» les causa a los alumnos un dolor de cabeza que perseguirá a algunos hasta el fin de su educación secundaria. Es que más adelante tendrán que reducir expresiones algebraicas como esta:

3a + 5b – 7 + 4b – 6a

Muchos alumnos, (mal) acostumbrados durante años a escribir el signo «-» a la derecha del número, asocian instintivamente en su mente las expresiones así:

3a + 5b – 7 + 4b – 6a

Entonces agruparán la expresión de una de las siguientes formas, que son ambas equivocadas:

3a + 6a +? (-?) 5b – 4b – 7
ó: 3a + 6a – 5b – 4b + 7

A diferencia de los casos que mencioné anteriormente, poner el signo al lado correcto no es una exigencia burocrática sin sentido. Es una cuestión de principios que afecta el aprendizaje de las leyes de la matemática. Pero a la burocracia no le interesa si se aprenden principios correctos o equivocados o ningún principio. Por eso, este error parece no molestar a nadie.

En sí, poner el signo al lado derecho o izquierdo no es ningún principio; es una convención. O sea, es un acuerdo mutuo entre los matemáticos. Podríamos cambiar la convención y ponernos de acuerdo en que desde aquí en adelante pondremos el signo a la derecha del número. Pero entonces, la resta citada al inicio tendría que escribirse así (vea a la derecha):

En este ejemplo, ningún principio de la matemática nos permite asociar el signo negativo con el número 345, sea a la derecha o a la izquierda. Es simplemente un error, y uno que tiene consecuencias, como vimos arriba. No por cuestiones burocráticas, sino por una cuestión de principios.

2. «Llevar algo al otro lado» en una ecuación.
Aquí tenemos una ecuación sencilla. A veces pido a un alumno que me explique cómo resolverla:

x + 5 = 18

Casi siempre recibo la siguiente explicación: «Llevo el 5 al otro lado y le cambio el signo.» – Esta explicación es técnicamente correcta, pero contradice completamente los principios matemáticos.

El principio general de las ecuaciones es el principio de la igualdad. La mejor ilustración visual de una ecuación es la imagen de una balanza en equilibrio:

Para resolver una ecuación, es necesario mantener este equilibro durante el proceso entero. Solamente así puedo asegurar que al final, cuando tengamos despejada la incógnita «x», el signo de igualdad «=» siga siendo verdadero.
Ahora, si «llevo algo al otro lado», la balanza obviamente ya no está en equilibrio:

Entonces, este no puede ser el camino correcto para resolver una ecuación. – Igualmente, si «cambio de signo» a algo en la ecuación, la balanza pierde su equilibro, porque -5 no es igual a 5. El que «lleva algo al otro lado y cambia su signo», está cometiendo dos graves errores a la vez (cuyos efectos felizmente se anulan).

El principio correcto para transformar y resolver una ecuación, es este:
Toda operación que se efectúa al lado izquierdo de la ecuación, debe efectuarse de igual forma al lado derecho.

Si al lado izquierdo sumo 5, también tengo que sumar 5 al lado derecho. Si el lado izquierdo lo divido entre 3, también tengo que dividir el lado derecho entre 3. Si elevo al cuadrado el lado izquierdo, también tengo que elevar al cuadrado el lado derecho. – Este es el principio correcto que lleva a resultados correctos y no causa confusiones.

(Este principio debe complementarse con el principio de que cada operación matemática se anula por la operación inversa: una suma se anula con una resta y viceversa; una multiplicación con una división, y una potencia con una raíz.)

En nuestro ejemplo del inicio, la aplicación de este principio sería: Restamos 5 a ambos lados de la ecuación.

Claro, la solución final es la misma como con el «procedimiento escolar». Entonces, ¿qué tiene de malo el «llevarlo al otro lado»?

El daño sucede, una vez más, al nivel de los principios. El «procedimiento escolar» es un manejo mecánico sin sentido, que tiene que «hacerse así porque así se hace, y punto.» Si alguien pregunta «¿por qué?», no recibirá explicación, porque matemáticamente este procedimiento no tiene explicación. Como hemos visto, es un procedimiento que contradice los principios matemáticos. Una vez más, el alumno solo aprende una técnica, pero no aprende matemática. Aun peor, aprende principios equivocados: que en una ecuación se pueda «llevar un número al otro lado» y que se pueda «cambiar de signo a un número», sin que esto afecte la veracidad de la ecuación.

Además, el «procedimiento escolar» causa confusión. Tan solamente si avanzamos a ecuaciones con multiplicación o división como estas:

a) 5x = 45

b) x / 5 = 13

El alumno dirá que en estos casos también hay que «llevar el 5 al otro lado», pero ¿hay que cambiarle el signo o no? ¿No? ¿Por qué no? – Nuevamente, esto no se puede explicar de manera lógica, porque el procedimiento en sí mismo no es lógico. Con esta clase de enseñanza, el alumno tiene que aprender un nuevo procedimiento por separado para cada nueva operación. Cuando llega a potencias y raíces, otra vez tendrá que aprender un procedimiento nuevo (mientras en algún rincón de su cerebro sigue cavilando por qué en la suma había que «cambiar de signo» al 5 y en la multiplicación no.)

Una confusión adicional ocurre en un caso como este:

x / 5 = 13 + a

El alumno «sabe» (o sea, cree equivocadamente) que tiene que «llevar el 5 al otro lado», pero ¿cómo exactamente? ¿Hay que multiplicar el 13 por 5, o la a, o ambos? – El profesor puede decirle que hay que multiplicar ambos, pero ¿por qué? Aquí tampoco hay explicación lógica.

Si nuestro alumno hubiera aprendido el principio correcto desde el principio, no tendría toda esta confusión. (La palabra «principio» por sí misma indica que con esto hay que comenzar: los principios deben ir al principio, no al final.) El principio de la balanza le dice al alumno inequívocamente que puede anular una multiplicación por medio de una división (y es obvio que al dividir, nadie cambia el signo del divisor así por así). A la luz de este principio, también es obvio que al multiplicar la ecuación (ambos lados de la ecuación), hay que multiplicar el contenido completo de los platillos de la balanza, y no solamente una parte. (De otra forma no se mantendría la igualdad.) Además, el principio es general, o sea, se aplica a cualquier operación matemática. El alumno no tiene necesidad de aprender un procedimiento nuevo para cada operación aparte. Así se evitan muchas confusiones cuando se enseña matemática basada en principios, en vez de procedimientos burocráticos.

(Continuará)

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Aprender matemática: ¿Cuestión de burocracia o de principios? (Parte 1)

Parece que la matemática tiene mala reputación. «Matemática es difícil.» – «Yo no entiendo la matemática.» – Cuando un alumno dificulta en sus tareas y busca ayuda, casi siempre es en matemáticas. Personalmente no encuentro esta dificultad, y en la enseñanza de mis propios hijos tampoco. La matemática no es difícil. Por lo menos no al nivel de la escuela primaria y secundaria. Pero después de observar a un buen número de alumnos sometidos al sistema escolar, de los más variados niveles, tengo que lanzar las siguientes conclusiones provocativas:

– Enseñar y aprender matemática es una cuestión de principios y de la fe.

– La matemática no es difícil; pero la manera burocrática como funciona el sistema escolar, la ha hecho difícil de comprender.

Intentaré explicar como llegué a estas conclusiones.

La matemática es una cuestión de principios

Deseo explicar este punto y ya tengo una dificultad. Mucha gente no sabe qué son «principios». Supongo que es porque no los tienen. Un «principio» es una convicción tan profunda que no se deja mover por las circunstancias. Una persona con principios no se deja arrastrar por cualquier corriente. No se deja «comprometer» por sus amistades, ni acepta soborno. Un «principio» es un fundamento que sostiene la vida entera, así como el fundamento de un edificio sostiene el edificio entero.
Para dar un ejemplo: Una persona «honrada», así de comúnmente honrada, es alguien que normalmente dice la verdad, que normalmente no engaña en sus negocios, etc. – pero puede haber excepciones. Puede haber situaciones donde esta persona «honrada» miente o engaña. Cuando se encuentra bajo mucha presión, por ejemplo. O cuando piensa que tiene que hacerlo «por una causa buena y justa». – Hay muchas personas así de comúnmente honradas. Pero hay muy pocas personas honradas por principio. Una persona que vive según el principio de la honradez, siempre será honrada. Esta persona nunca va a mentir o engañar. Ni siquiera cuando es presionada. Y ni siquiera «para una causa buena y justa». El principio de la honradez es un fundamento de su personalidad. Si esta persona mentiría o engañaría, perdería una parte de su personalidad.

Ahora, la matemática se fundamenta sobre principios. La matemática no cambia según las circunstancias, ni según el gobierno de turno. La matemática no acepta sobornos. La matemática ni siquiera tiene matices culturales: un matemático asiático y un matemático sudamericano, al tratar el mismo problema, necesariamente llegarán al mismo resultado (excepto si uno de ellos comete un error). Los principios de la matemática son universales y eternos.

Por tanto, para una persona sin principios será difícil comprender la matemática. Pero no porque la matemática fuera difícil. ¡La dificultad está en la persona, no en la matemática! La persona «comúnmente honrada» no comprende por qué no debería dejar de un lado su honradez por una sola vez, cuando se trata de defender la causa de su mejor amigo. Y de la misma manera, esta persona no va a comprender por qué no puede pasar por alto una de las leyes de las potencias, por una sola vez no más.

Pero los principios son el fundamento de la matemática. No son simplemente «adornos» o «trozos de conocimiento». Son la base que sostiene el edificio entero de la matemática. Si se pasara por alto un solo principio, esto haría que la matemática ya no sería matemática. Entonces, para entender la matemática es necesario tener principios.

La matemática es una cuestión de fe

Voy todavía un paso más allá. Dije que los principios de la matemática son universales y eternos. O sea, los principios matemáticos son válidos para cada persona, en cada lugar del universo, y por todos los tiempos. A diferencia de las otras ciencias, en la matemática no puede haber distintas «corrientes» que se contradicen entre sí. En la física se disputa si la luz consiste en ondas, o en partículas, o en ambas. En la psicología se disputa si el hombre es condicionado mayormente por su herencia genética o por su medio ambiente. Cada ciencia tiene estas disputas entre distintas opiniones, y a menudo no hay manera de comprobar quien tiene la razón. Pero en la matemática no puede haber tales disputas. En la matemática se puede comprobar con toda seguridad cuál es la verdad y cuál es el error. Y una vez que una verdad matemática está comprobada, todos los matemáticos del mundo la aceptan y no puede haber disputa acerca de ella.

Aquí tocamos un asunto filosófico que no puedo tratar con la profundidad que merece: ¿Es la matemática un invento de la mente humana, o existe la matemática independientemente de nosotros? Si la matemática fuera inventada por nuestra mente, entonces podríamos manipularla y cambiarla a nuestro antojo. Cada uno podría inventar su propia matemática; o el gobierno podría decretar una «matemática oficial» y «políticamente correcta» para el país. Pero si fuera así, ¿cómo se explica el hecho de que todos los matemáticos del mundo aceptan las mismas verdades matemáticas y rechazan los mismos errores? ¿Y cómo se explica el hecho de que la matemática corresponde al universo fuera de nosotros, de manera que se puede calcular matemáticamente las órbitas de los planetas? – No, la matemática tiene que ser algo que está más allá de nosotros como humanos. La matemática nos señala que existen verdades eternas, absolutas, que no cambian con el tiempo ni con las circunstancias. La matemática nos señala que existe una gran mente más allá de nosotros que razona y que ordena el universo, y que fundamentó este universo sobre principios eternos.
Como cristiano que soy, creo que esta gran mente es el Dios de quien habla la Biblia. Así dice en el libro de los Salmos (en un lenguaje más poético que matemático):

«Los cielos cuentan la gloria de Dios, y el firmamento anuncia la obra de sus manos.
Un día emite palabra a otro día, y una noche a otra noche declara sabiduría.»
(Salmo 19:1-2)

«Por tu ordenación subsisten todas las cosas hasta hoy, pues todas ellas te sirven.»
(Salmo 119:91)

Por tanto, la matemática es una cuestión de fe. Para hacer matemática, es necesario creer que existe una realidad más allá de nosotros mismos, y que esta realidad tiene principios absolutos y eternos.

Aun si un matemático no cree en Dios, siempre tiene que «aceptar por fe» ciertas verdades para poder hacer matemática. Estas verdades se llaman axiomas. Si queremos colocar la matemática sobre un fundamento lógico y comprobar todas sus leyes con exactitud, siempre llegaremos a algunos principios fundamentales que no podemos comprobar. Por ejemplo, que los números existen y que se pueden ordenar. O que si dos cosas son iguales a una tercera cosa, estas dos son también iguales entre sí. (O sea, si A=C y B=C, entonces también A=B.) Estos axiomas no se pueden comprobar; pero son necesarios para construir un edificio lógicamente coherente de las matemáticas. En otras palabras: Es necesario aceptarlos por fe.

Por todas estas razones, digo que la matemática es un asunto de fe. Con «fe» entiendo aquí: una convicción firme, que se apoya en verdades más allá de nuestra mente y de nuestro mundo visible.
No estoy diciendo que sea necesario ser judío o cristiano para hacer matemáticas. Hubo grandes matemáticos que no creían en el Dios de la Biblia. Pero por lo menos una «fe matemática» en el sentido que acabo de mencionar, ciertamente será necesaria. Un profesor de matemática necesita despertar en sus alumnos por lo menos esta fe, de que el mundo está regido por principios firmes que son más grandes que nosotros; y que él, el alumno, puede aplicar estos principios e incluso descubrir algunos de ellos por sí mismo. Y al mismo tiempo, un profesor de matemática necesita la humildad de reconocer que él mismo tiene que someterse bajo estos principios; qué él no es «dueño» ni «amo» de la materia que enseña.

Enseñanza burocrática de matemática

No es fácil explicar lo que entiendo con una «matemática por principios». Quizás se entiende mejor si la comparamos con su contrario, la «matemática burocrática». Estoy observando que la mayoría de los niños y jóvenes hoy en día están sometidos a una enseñanza burocrática de matemática. Describiré algunos síntomas de ello, y algunos problemas causados por ello.

La enseñanza burocrática enfatiza «el procedimiento correcto», sin importar el entendimiento.

«Este número va acá, este se suma con este, y el resultado se subraya con rojo.» Y cuando el alumno usa un procedimiento diferente, o subraya el resultado con azul en vez de rojo, su trabajo es rechazado, por más que sea matemáticamente correcto. Igual como en los trámites de la burocracia estatal, donde el ciudadano es diariamente hostigado con exigencias sin sentido: «No, usted no puede entregar su expediente en un fólder así, tiene que comprar uno en nuestra oficina.» Etc, etc. Y nadie puede preguntar ¿por qué?

¿Cuál es el efecto de tal enseñanza en el alumno?
– El alumno es distraído y confundido por asuntos que no tienen nada que ver con matemática. Si por casualidad tiene solamente un lapicero negro en vez de uno rojo, ya no puede realizar su cálculo. En su mente se forma la impresión de que la forma del subrayado (o algún otro detalle insignificante) es más importante que el cálculo en sí.
– El alumno aprende a repetir mecánicamente un procedimiento, sin comprender su significado. Aprende el «cómo», pero no el «por qué». Y así, en realidad no aprende nada de matemáticas. Realizar cálculos mecánicamente, es algo que una calculadora puede hacer también; eso todavía no es matemática. La enseñanza burocrática reduce a los alumnos a meras calculadoras. Aprender matemática significaría entender los principios en los que está basada. Pero para eso no hay lugar en una enseñanza burocrática.
– Sin entender los principios, los procedimientos no tienen sentido. Pero un procedimiento sin sentido es más difícil de aprender que uno que se entiende su sentido. Por tanto, el alumno recibe la impresión de que la matemática es difícil, incomprensible; y así se desanima.

He aquí unos ejemplos de la vida real:

– Una alumna está realizando una multiplicación con varias cifras. Al escribir un número, la pregunto: «¿Por qué colocas este número acá?» – La alumna me mira con ojos grandes, confundida. Parece que nunca en su vida alguien le hizo una pregunta así. No sabe qué responder, mira su cuaderno, y por fin empieza a borrar el número que acaba de escribir. – «No necesitas borrarlo, no he dicho que está mal lo que haces. Solamente deseo que me expliques por qué lo haces así.» – Pero la alumna no tiene respuesta. Solamente ha aprendido a obedecer las órdenes mecánicamente; pero no ha aprendido a pensar. Solamente conoce el «cómo», pero no el «por qué».

– A otro alumno, un poco más pequeño, le escribí una suma en su cuaderno y le pedí que la resolviera. Su respuesta: «Solamente sé sumar en vertical, pero no en horizontal.» – Para él, el procedimiento era todo. No entendía que el principio de una suma es el mismo, sin importar de qué manera se anota. Si él hubiera aprendido principios, no hubiera tenido este problema.

– Un alumno tenía que simplificar la fracción 300/500: «Primero tomo la mitad, resulta 150/250. Puedo otra vez tomar la mitad, entonces tengo … (aquí demoró un poco más) … 75/125. Y ahora tercios…» – y después de probar unos momentos, se rindió. Le señalé la fracción original y dije: «Mira que ambos números tienen dos ceros al final. ¿No te dice esto que puedes hacerlo de una manera más fácil?» – Después de razonar con él un poco más, él fue capaz de reconocer que ambos números eran múltiplos de 100. Pero aun así, fue incapaz de hallar la solución. La gran pregunta que le inquietaba fue esta: «¿Pero se puede de frente dividir entre 100? Mi profesor me ha enseñado que siempre hay que empezar sacando mitades, después tercios…» – Sin más comentario.

Cuando se enseña una matemática sin principios, los alumnos aprenden «trozos de conocimientos» que están completamente desconectados unos de los otros. Un alumno tenía dificultad de comprender la ley distributiva. Por el otro lado, sabía bien multiplicar números con varias cifras. Pero lo hacía mecánicamente, sin entender por qué (como casi todos los alumnos). Nunca se le ocurrió que podría existir alguna conexión entre las dos cosas. Hicimos algunos ejercicios para que él pudiera comprender cómo se compone la multiplicación de un número con varias cifras:

3 x 3713 =

3 x (3000
+ 700
+ 10
+ 3)

= 3 x 3000
+ 3 x 700
+ 3 x 10
+ 3 x 3

= 9000
+2100
+30
+9

= 11139

Entonces llegó el momento cuando este alumno tuvo una gran revelación: Se dio cuenta de que todo el tiempo, cada vez que multiplicaba, ¡él ya estaba aplicando la ley distributiva sin saberlo!
Pero la mayoría de los alumnos nunca se dan cuenta de esta conexión. En algún momento aprenden la multiplicación larga, como procedimiento mecánico («este número va en esta casilla y este otro número en esta otra casilla…»), y nadie les dice por qué se hace así. Y en alguna otra lección, en algún momento muy distinto del año escolar, aprenden la ley distributiva, con unos ejercicios tontos que no tienen ningún uso práctico; simplemente porque el currículo dice que ahora hay que aprender la ley distributiva. Y muy pronto la olvidan otra vez, porque no pueden ver ningún sentido en aprenderla. Por fin, esta ley se inventó solamente para aburrir a los alumnos, y nadie nunca la utiliza, ¿verdad?

La enseñanza burocrática enfatiza la sumisión ciega bajo la autoridad, y la conformidad exterior.

Mencioné a una alumna que no podía explicar por qué efectuaba una multiplicación de la manera como lo hacía. Quizás su respuesta más sincera hubiera sido esta: «Lo hago de esta manera porque si lo hago de otra manera, el profesor me va a dar una mala nota o me va a castigar.»

En un sistema burocrático, conformidad es todo. Nadie se atreve a ser diferente, nadie se atreve a admitir que no entiende algo, nadie se atreve a ser original o creativo. Uno de mis hijos, durante algún tiempo, solía resolver sus calculos mentales de una manera bastante «creativa». Podía suceder, por ejemplo, que multiplicaba 6×14 de la siguiente manera: «6×10 es 60, la mitad de 60 es 30, 60+30=90, le resto 6 y son 84.» Lo interesante fue que sus «soluciones creativas» eran siempre correctas. Pero una enseñanza burocrática desanima esta clase de creatividad. Los alumnos que no se conforman al montón, son castigados con malas notas o con la burla de sus compañeros.

Además, esta presión por la conformidad produce algunas formas de comportamiento disfuncional y enfermizo. Mencionaré una sola: el «adivinar la respuesta». Los alumnos aprenden pronto que «la apariencia es todo». Descubren que pueden «ganar puntos» con una buena respuesta – no importa si ellos mismos entienden la respuesta que dieron o no. Y descubren que muchas veces se puede adivinar la respuesta. El profesor pregunta: «¿Cómo se resuelve este problema?» – Por lo general hay solamente cuatro respuestas posibles: «Hay que sumar», «Hay que restar», «Hay que multiplicar», «Hay que dividir». (En los grados avanzados las posibilidades se reducen a una sola: «Hay que hacer una ecuación.») Entonces, si digo al azar cualquiera de éstas, tengo una probabilidad bastante buena de acertar (y si fallo, por lo menos he dado la impresión de haber pensado algo).
Una vez me encontré con un alumno de primer grado que tenía en la mano una lámina con el dibujo de un dedo con su uña, y debajo en letras grandes la palabra «uña«. Le pregunté: «¿Ya sabes leer?» – «Sí, claro.» – «A ver, ¿qué dice aquí?» – Enseguida respondió el chiquillo: «Dedo.» – Pero no lo dijo así no más; hizo un «show» perfecto: Pasó con su dedo por debajo de las letras y dijo pausadamente, como deletreando: «De- do.» A su corta edad ya había aprendido la lección más importante para un alumno de la burocracia: como impresionar a su profesor con apariencias.

Desgraciadamente, esta actitud no ayuda para nada a aprender matemática. Al contrario, puede obstaculizar el aprendizaje por toda la vida. Primeramente, los alumnos adquieren una noción completamente equivocada de lo que es la matemática. No entienden lo más fundamental: que hacer matemática es aplicar principios. En lugar de ello, empiezan a pensar que la matemática es realmente algo como un juego al azar, y que el «adivinar» es el método correcto. Así como se hizo costumbre entre algunos alumnos, rezar en el camino a su examen: «Santa María, dame puntería» …

Y estos «adivinadores» pueden pasar sus exámenes asombrosamente bien. No solo por copiar de sus compañeros. También porque hoy en día, casi todos los ejercicios y exámenes son de selección múltiple. Claro, esto facilita la tarea del profesor de revisar las respuestas (hasta una computadora puede hacerlo). Pero invita a «adivinar». A ver, ¿qué tal esta tarea?

356 x 22 = ? A) 1 B) 2 C) 3 D) 7832

Yo sé, estoy siendo un poco sarcástico. Pero en serio, no se puede exagerar el efecto entontecedor de los ejercicios de selección múltiple. Los alumnos ya se están acostumbrando, en vez de razonar lógicamente, a buscar simplemente «la alternativa correcta». Esta es una muy mala preparación para la vida, porque los problemas de la vida real nunca son de selección múltiple. Y especialmente en la matemática: el conjunto de las alternativas posibles para la solución de un problema matemático, ¡es normalmente infinito! Aun para un problemita como este: «Pedro vive más arriba que Pablo, Juan vive más arriba que Pedro, ¿quién vive en el sótano?» – Respuesta: los ratones. – (Solamente estoy intentado aligerar un poco este tema pesado.)

Pero el hecho es: Limitar las posibles respuestas a cuatro o cinco alternativas, significa truncar el razonamiento del alumno. Los grandes científicos del pasado destacaron exactamente por sobrepasar los límites de las alternativas que ofrecían sus contemporáneos. Un ejemplo histórico:

Cuando los astrónomos empezaron a adoptar el sistema heliocéntrico, empezando con Copérnico, intentaron calcular las órbitas de los planetas alrededor del sol. Primero, la idea general era que estas órbitas tenían que ser círculos. (Esta idea se derivaba todavía de los antiguos griegos, que se imaginaban el cielo compuesto de diversas esferas perfectas.) Pero al avanzar las observaciones de los planetas, nunca coincidieron exactamente con las órbitas circulares calculadas por los astrónomos. Entonces pensaron que quizás los planetas describían otros círculos pequeños superpuestos a su órbita circular grande. Por muchos años, los astrónomos intentaban encontrar una combinación de círculos que se ajustaba a sus observaciones, pero siempre quedaba un error que no podían superar. Su problema era que habían limitado las alternativas de las respuestas posibles:

La órbita del planeta es:
A) un círculo
B) un círculo con otro círculo superpuesto
C) un círculo con dos círculos superpuestos
D) otra combinación de círculos.

Solo muchas décadas más tarde encontró Juan Kepler la solución que se hizo famosa: las órbitas de los planetas no son ninguna combinación de círculos, sino elipses. Para encontrar esta solución, Kepler tuvo que romper las limitaciones que los astrónomos anteriores habían impuesto a las respuestas posibles.

– Todos estos asuntos del «adivinar las respuestas» y del «conformarse exteriormente», son en realidad asuntos de carácter, ética y moral. La persona que aparenta entender lo que no entiende, no es honesta. Y esto no ayuda en nada para el aprendizaje de la matemática.

En un sistema burocrático, siempre hay alguna manera de «engañar el sistema» y de salirse con la suya. Uno puede sobornar al policía o al funcionario; uno puede sobrepasar las leyes mientras nadie mira; uno puede incluso convertirse en autoridad uno mismo y cambiar las leyes según su antojo. Pero en la matemática no funciona nada de esto. La matemática no se deja sobornar; las leyes de la matemática se cumplen con exactitud aun cuando nadie mira; y nadie tiene la autoridad de cambiar las leyes de la matemática. Las técnicas que la gente aprende para sobrevivir en una burocracia, no sirven para nada en el campo de las matemáticas. Esta es una razón más por qué los estudiantes educados en un sistema burocrático, raras veces llegan a entender la matemática. No pueden entender el «espíritu» de la matemática en un tal sistema.

Y personalmente digo, si tengo que escoger entre los dos, la burocracia o la matemática, yo escojo la matemática. Aunque en el mundo actual, la burocracia es la «realidad» con la que vivimos – esta palabra «realidad» ha sido terriblemente maltratada. La gente está usando esta palabra «realidad» cuando busca una excusa para sus manejos deshonestos: «Es que así es nuestra ‘realidad’.» Pero la palabra «realidad» se deriva de «rey»: «real» es lo que el rey dice y hace. Como cristiano, mi Rey es Dios. ¿Qué dice Dios acerca de la «realidad»?
«Sabemos que somos de Dios, y el mundo entero está bajo el maligno. Pero sabemos que el Hijo de Dios ha venido, y nos ha dado entendimiento para conocer al que es verdadero; y estamos en el verdadero, en su Hijo Jesucristo. Este es el verdadero Dios, y la vida eterna.» (1 Juan 5:19-20)
«Para esto apareció el Hijo de Dios, para deshacer las obras del diablo.» (1 Juan 3:8).

La «realidad» de Dios es Su gobierno eterno, y Sus principios que no pueden ser quebrantados por nada y nadie. Una parte de esta realidad son las leyes de la matemática. Por eso, los planetas se mueven según leyes matemáticas y no según leyes burocráticas. Y por tanto, la matemática corresponde a la verdadera Realidad del universo, pero la burocracia no.

(Continuará)

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Cuento triste de un niño pequeño

Un día, un niño pequeño fue a la escuela.
El niño era todavía muy pequeño.
Y la escuela era muy grande.
Pero el niño pequeño descubrió
que podía llegar directamente a su aula
entrando por la puerta de afuera.
Entonces se alegró.
Y la escuela ya no le parecía tan grande.

Una mañana,
cuando el niño ya había ido a la escuela por algún tiempo,
la profesora dijo:
«Hoy haremos un dibujo.»
«Bien», pensó el niño pequeño.
Le gustaba dibujar.
El sabía dibujar de todo:
Leones y tigres,
gallinas y vacas,
trenes y barcos –
y sacó su caja de crayolas
y comenzó a dibujar.
Pero la profesora dijo: «¡Espera!
¡Todavía no empezamos!»
Y ella esperó hasta que todos parecían listos.
«Ahora», dijo la profesora,
«vamos a dibujar unas flores.»
«¡Bien!» pensó el niño pequeño.
Le gustó dibujar flores.
Y empezó a dibujar unas flores bonitas
con sus crayolas lilas y anaranjadas y azules.
Pero la profesora dijo: «¡Espera!
Les voy a mostrar como se hace.»
E hizo una flor roja, con un tallo verde.
«Ya está», dijo la profesora.
«Ahora pueden empezar.»
El niño pequeño miró la flor de la profesora.
Después miró su propia flor.
Su flor le gustó más que la flor de la profesora.
Pero no dijo nada.
Solamente volteó su hoja
y dibujó una flor como de la profesora.
Era roja, con un tallo verde.

Otro día,
cuando el niño pequeño había abierto solo
la puerta de afuera,
la profesora dijo:
«Hoy haremos algo con arcilla.»
«Bien», pensó el niño pequeño.
El barro le gustaba.
El sabía hacer toda clase de cosas de arcilla:
Serpientes y muñecos de nieve,
elefantes y ratones,
carros y camiones –
Y comenzó a jalar y a amasar
su bola de arcilla.
Pero la profesora dijo: «¡Espera!»
¡Todavía no empezamos!»
Y esperó hasta que todos parecían listos.
«Ahora», dijo la profesora,
«vamos a hacer un plato.»
«¡Bien!» pensó el niño pequeño.
Le gustaba hacer platos.
Y comenzó a hacer algunos,
de todos los tamaños y formas.
Pero la profesora dijo: «¡Espera!
Les voy a mostrar como se hace.»
Y mostró a todos como hacer
un plato hondo.
«Ya está», dijo la profesora.
«Ahora pueden empezar.»
El niño pequeño miró el plato de la profesora.
Después miró sus propios platos.
Sus propios platos le gustaban más que el de la profesora.
Pero no dijo nada.
Solamente volvió a juntar su arcilla en una bola grande.
E hizo un plato como de la profesora.
Fue un plato hondo.

Y muy pronto
el niño pequeño aprendió a esperar,
y a mirar,
y a hacer las cosas de la misma manera como la profesora.
Y muy pronto dejó de hacer cosas
por sí mismo.

Entonces sucedió
que el niño pequeño y su familia
se mudaron a otra casa
en otra ciudad,
y el niño pequeño
tuvo que ir a otra escuela. Esta escuela era aun más grande
que la otra,
y no había ninguna puerta desde afuera
a su aula.
El tenía que subir unas gradas grandes
y caminar por un pasadizo largo
para llegar a su aula.

Y el primer día allí,
la profesora dijo:
«Hoy vamos a hacer un dibujo.»
«¡Bien!», pensó el niño pequeño,
y esperó que la profesora
le dijera qué hacer.
Pero la profesora no dijo nada.
Ella solamente paseaba por el aula.
Cuando llegó al niño pequeño,
le dijo: «¿No quieres dibujar?»
– «Sí quiero», dijo el niño pequeño.
«¿Qué vamos a hacer?»
– «No lo sé hasta que tú lo hagas», dijo la profesora.
«¿Como tengo que hacerlo?» preguntó el niño pequeño.
«Por qué, de cualquier manera que quieres», dijo la profesora.
«¿Y de cualquier color?» preguntó el niño pequeño.
«De cualquier color», dijo la profesora.
«Si todos hicieran el mismo dibujo,
y usaran los mismos colores,
¿cómo sabría yo quién hizo qué,
y cuál es cuál?»
«No sé», dijo el niño pequeño.

Y comenzó a dibujar una flor roja
con un tallo verde.

(Helen E.Buckley, «One Little Boy». Citado en: Raymond y Dorothy Moore, «The Successful Homeschool Family Handbook».)

– Lo más triste de esta historia: Es una historia muy real. La veo repetirse diariamente en las vidas de los niños escolares que conozco. El sistema escolar actual destruye la creatividad, la iniciativa y la autoestima, de una generación entera de niños.

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