Después de unos años de educar a nuestros hijos en casa, empecé a darme cuenta de que existían todavía unos bloqueos en algunas partes de mi mente, que me dificultaban ser para mis hijos el padre que yo deseaba ser. Entonces entendí que no era suficiente cambiar mis métodos de educación: yo necesitaba también ser liberado de ciertos rasgos de personalidad y mentalidad que eran consecuencias de mi propia escolarización. Con eso comenzó un proceso que todavía no está completamente concluido. Pero mirando atrás puedo decir: Educar a mis hijos en casa fue bueno no solamente para ellos; fue bueno también para mi propio desarrollo personal.
A continuación voy a compartir unas partes de un artículo que escribí para mis amigos personales cuando yo me encontraba todavía bastante al inicio de este proceso.
Quizás no vas a poder identificarte con lo que escribo. Cuestionar la institución de la escuela es tabú en nuestra sociedad. Los trastornos causados por la escuela son difíciles de diagnosticar, porque todo el mundo fue expuesto al mismo sistema, ha sufrido los mismos trastornos, y por tanto los considera normales. Quizás es necesario tener hijos que crecieron sin escuela, para que uno pueda darse cuenta de que el sistema escolar actual no es normal.
Por nuestro trabajo de refuerzo escolar para los niños del vecindario tuve más oportunidades de observar a los niños y de hacer comparaciones con nuestros hijos. Así entendí mejor lo que hace la escuela en la vida de un niño.
Cuando hago una pregunta a mis hijos, ellos me dicen lo que piensan o lo que saben; y si no saben responder, dicen: «No sé.»
Pero cuando hago una pregunta a los niños escolares, me responden con lo que piensan que yo quiero escuchar. Cuando no saben la respuesta correcta (o sea, la respuesta de la que piensan que yo quiero escucharla – tengamos presente que no todas las preguntas tienen una respuesta «correcta»), entonces intentan adivinarla. Por ejemplo dicen al azar una de las posibles respuestas, y después intentan leer en mi cara si la respuesta fue correcta. O repiten lo que dijo el primero de ellos, o lo que dijo el niño que siempre saca las mejores notas.
Cuando mis hijos hacen un dibujo, ellos inventan alguna situación original y la dibujan.
Cuando los niños escolares hacen un dibujo, ellos buscan algún dibujo ya hecho que pueden copiar. Después borran sus intentos cinco veces y comienzan de nuevo, porque algún detalle no está «bien» y porque algún otro niño podría reírse de su dibujo.
También en otras áreas observo que los niños escolares no muestran casi ninguna originalidad o creatividad. Casi siempre copian lo que alguna otra persona hace.
A mis hijos les gusta leer, y todo el tiempo buscan nuevos libros que pueden leer. A veces les gusta también resolver unos rompecabezas matemáticos.
Pero ¡nunca he visto a alguno de los niños escolares que nos visitan, leer un libro por iniciativa propia! – Durante nuestro último programa vacacional habíamos destinado la primera media hora de cada mañana a la lectura silenciosa. Los niños pudieron escoger de nuestra biblioteca cualquier libro que les interesaba, o traer uno de su casa. Todos cogían siempre aquellos libritos que tenían los dibujos más grandes y la menor cantidad de texto. Algunos empezaron a llegar media hora tarde para no estar en el tiempo de lectura.
Todas estas observaciones corroboraban lo que yo ya sabía en la teoría: que la escuela no es ningún lugar idóneo para aprender. Antes que todo, los niños aprenden en la escuela a aparentar algo que no son; y a tener miedo a la opinión del grupo y del profesor. O sea, aprenden el temor al hombre en vez del temor a Dios. (Vea Proverbios 15:33, 29:25.) En el camino se pierde la creatividad, la iniciativa, y el razonamiento independiente.
Pero entonces tuve que observarme también a mí mismo. A veces me pregunto si tal vez Dios había enviado a estos niños a nuestra casa, no solamente para que nosotros les ayudásemos, sino también para cambiarme a mí mismo.
Por ejemplo, ¿fue realmente una buena idea introducir esa «media hora de lectura»? Aunque los niños eran libres para escoger lo que querían leer, no les habíamos dejado la libertad de decidir si querían leer en absoluto o no. Con eso, parece que no habíamos cambiado mucho su actitud hacia la lectura. ¿No deberíamos en su lugar investigar las razones más profundas, por qué ellos perciben la lectura como un trajín, en vez de alegrarse de ella? ¿Y no estaba yo mismo todavía cautivo en la rutina de que «todos tienen que hacer lo mismo al mismo tiempo», en vez de ayudarles a descubrir su propio nivel y sus propios intereses? (Eso no es tan fácil. Tuve que descubrir, muy desilusionado, que varios niños no parecían estar interesados en nada.)
¿Y soy quizás aun para mis propios hijos todavía demasiado de un «profesor», y no lo suficiente de un padre? ¿Por qué, aun después de seis años de educar en casa, me parece todavía mucho más fácil dar una «lección» formal, en vez de poner en práctica los aspectos informales de nuestro método educativo?
Y así llegué a la conclusión:
Yo también soy una persona dañada por la escuela.
Yo también me he acostumbrado a «controlar» a los niños y a mí mismo, en vez de animarlos y de hacer descubrimientos y de permitir que ellos hagan sus descubrimientos.
Yo también he crecido con la idea de que aprender y enseñar sean actividades por sí mismas; actividades que se puedan ejercer en un vacío, sin conexión alguna con otras actividades sensatas o productivas, solamente con el objetivo de llenar la mente con determinados «contenidos».
Cuando pienso en hacer algo nuevo, creativo, ináudito, enseguida el «profesor interior» lanza una advertencia: «¡Tú no puedes hacer eso! ¡Tú no has aprendido eso (de manera formal)! ¿Y qué dirá la gente?»
Yo también necesito ser liberado de estas actitudes; y probablemente de otras más, de las que todavía no estoy consciente.
Lo que esto podría significar, lo encontré descrito en un blog de la siguiente manera:
«La desescolarización es una de las experiencias más intensas que uno puede hacer.
Es como una desintoxicación después de haber sido adicto a una droga.
La droga «escuela» actúa al nivel psicológico. Y es una droga aceptada y hasta alabada por la sociedad.
Entonces, no puedes conseguir ningún apoyo de la sociedad para tu propia desintoxicación. Tienes que hacerlo en contra del mundo entero. Y el mundo te dice: ‘La escuela no es ninguna droga. La escuela es buena para ti. Tómala, y serás uno de nosotros.’
(…) Y es más difícil cuánto mayor eres. Si ya has estudiado una carrera y recién te das cuenta de que no eres lo que quisieras ser. Eres un producto de las alabanzas y reprensiones, de los incentivos y castigos de la sociedad. Eres lo que los profesores dijeron que eras, y lo que sus calificaciones expresaban. Eres lo que los profesores buenos te enseñaron, y odias lo que los profesores malos intentaban enseñarte.
En breve, eres todo menos tú mismo…»
Todavía no puedo imaginar lo que tengo por delante. Solamente le pido a Dios que me libere de todo lo aprendido y acostumbrado que impide Sus propósitos en mi vida. Le pido que me cambie de tal manera que los niños (y otras personas) puedan ver en mí Su vida, y no solamente unos moldes escolares. ¿Puedes acompañarme?
Ya pasaron varios años desde que escribí eso. Algunas cosas han cambiado. Pero todavía estoy en el camino…