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Por qué renunció a su fe ese mega-pastor de fama internacional

Esta es la historia triste de un joven muy sumiso. Su padre es un promotor de la educación en casa, pero, desafortunadamente, de la corriente autoritaria extrema que describí en este artículo. Así creció nuestro joven en la creencia de que nunca se puede cuestionar a los padres o a los líderes religiosos; que ellos pueden castigar arbitrariamente a sus «súbditos» y siempre tienen la razón; y que sus enseñanzas y prácticas tienen la misma autoridad como los mandamientos de Dios mismo.

Nadie le dijo que era malo
lo que le habían hecho.

Cuando de niño fue abusado sexualmente, nadie lo defendió; nadie le dijo que eso se llamaba «abuso sexual»; nadie le dijo que era malo lo que le habían hecho, y que él no tenía la culpa. Quizás le dijeron incluso que examinase su propio corazón, si él mismo había actuado de alguna forma indecente; o si había en él alguna actitud de rebeldía, lo cual habría causado que él estuviera afuera de la «cobertura de protección» de Dios. Es que así lo enseñan Bill Gothard, el gran gurú del autoritarismo, y sus seguidores.

Por el otro lado, nuestro joven era muy hábil en expresarse verbalmente y en convencer a la gente. Al mismo tiempo era muy fiel y obediente hacia todo lo que sus padres y líderes exigían de él. Por eso, desde su adolescencia lo pusieron en puestos prominentes en su entorno religioso, y pronto llegó a ser muy conocido dentro de su rama particular del evangelicalismo.

Su padre es también un líder conocido, pero a la vez controvertido. Recibió un testimonio devastador de parte de su primer empleador, el Dr.Raymond Moore, quien fue el pionero del moderno movimiento de la educación en casa (junto con John Holt). Moore lo describe como el hombre quien le engañó, aprovechándose de los buenos contactos que Moore tenía con los líderes de la educación en casa, para levantar y promover su propia organización. Moore lo señala también como el hombre que dividió el movimiento de la educación en casa por todos los Estados Unidos.

Pero aun más conocido es ese hombre, Gregg Harris, como el padre del famoso Joshua Harris, autor del libro «I Kissed Dating Goodbye» («Dije adiós a las citas amorosas»). En ese libro dice que un joven no puede salir a solas con una joven, a menos que los dos se hayan formalmente comprometido a casarse. Y que no pueden besarse antes del matrimonio. La única manera aprobada por Dios de comenzar una relación amorosa, consistiría en que el joven se presente a los padres de la joven y pida permiso de ellos para «cortejar» a la joven, y que eso conduzca lo más pronto posible a un compromiso formal. En el fondo está además la idea muy difundida en aquellos círculos, de que los adultos solteros (y más todavía las solteras) tengan que seguir viviendo con sus padres, sometiéndose a ellos como si fueran todavía niños, hasta el momento de casarse.
(Varios pasajes bíblicos contradicen esa última idea. Por ejemplo el hecho de que Jesús llamó a jóvenes, en su mayoría solteros, a seguirle como discípulos, sin pedir permiso de sus padres. En un caso concreto, ni siquiera le permitió despedirse de su familia, Luc.9:61-62. En aquel tiempo, los jóvenes judíos alcanzaban la mayoría de edad a los 13 años, con la ceremonia de Bar Mitzwa.)

El libro – según lo que el autor mismo admitió más tarde – es principalmente fundamentado en el miedo. El miedo de que los jóvenes podrían caer en pecado sexual. El miedo de que podrían «hacer quedar mal» a su familia y su iglesia. O sea, promueve una desconfianza hacia los jóvenes cristianos, como si todo el tiempo estuvieran pensando solamente en cometer pecados sexuales. Eso es en última consecuencia una desconfianza hacia Dios mismo: como si Él no fuera capaz de cuidar a los suyos; como si Él no fuera capaz de darnos un corazon fiel a Él.

Pero volvamos a Joshua Harris. Por ser siempre sumiso y obediente, era el discípulo ideal de C.J.Mahaney, el fundador de una nueva denominación independiente. A los 30 años ya fue hecho pastor principal de una mega-iglesia con varios miles de miembros. Durante muchos años, todo parecía andar bien.

El primer choque llegó cuando se hizo público que en aquella denominación sucedían muchos casos de abuso sexual, y los líderes colaboraban para encubrir esos casos, en vez de reportarlos a las autoridades como exige la ley en los EEUU. Ya que los líderes importantes de la denominación no estaban dispuestos a enmendar esa situación, Harris comenzó a distanciarse de ellos. En ese contexto también hizo público que él mismo había sido una víctima.

Unos años más tarde comenzó a tener las primeras dudas respecto al valor de su libro (que entretanto ya había vendido más de un millón de ejemplares). Empezó a encontrarse con personas que testificaron que ese libro, en lugar de ayudarles, les había hecho daño: les había impedido cultivar amistades normales con el sexo opuesto; y les había causado problemas sexuales, matrimoniales, y espirituales. Se enteró de matrimonios que habían comenzado su relación, siguiendo sus consejos al pie de la letra, y habían terminado en divorcio. Alguien le escribió: «Tu libro fue usado como un arma en mi contra.»

Entonces, Joshua dio un paso muy valiente: Invitó públicamente por internet a los lectores de su libro a que compartiesen con él sus experiencias. Y señaló que estaba particularmente interesado en dialogar con aquellos lectores que habían hecho experiencias malas, porque él se encontraba en un proceso de reevaluar sus enseñanzas. Producto de esos diálogos es la película documental «I survived ‘I Kissed Dating Goodbye’ «, en la cual Joshua Harris pide perdón, se retracta públicamente de sus enseñanzas, y las reconoce como dañinas. Él da ahora la razón a sus críticos quienes dijeron que él básicamente predicaba un «evangelio de la prosperidad sexual»: Su libro da la impresión de que solamente hay que seguir sus consejos al pie de la letra, y entonces uno tendría la garantía de un matrimonio feliz y de una vida sexual fantástica. Igual como el «evangelio de la prosperidad» material, tiene una base legalista, y se enfoca principalmente en las recompensas de esta vida terrenal. Y como aquél, en muchos casos sus promesas no se cumplen.

«A los 21 años, yo pensaba tener todas las respuestas.
Ahora sé que no las tengo.»

De hecho, en las iglesias que adoptaron sus enseñanzas como «política oficial», se observaron dos efectos:
1. que el número de casamientos disminuyó drásticamente; y
2. que las parejas se casaron sin haber tenido la oportunidad de realmente conocerse y edificar una relación personal, lo cual produjo matrimonios frágiles y conflictivos.

En el documental, él también admite que sus escritos contribuyeron a crear «una cultura donde no se permitía tener una opinión diferente, y de luchar uno mismo con la Biblia … si no estabas de acuerdo, [se asumía que] habías rechazado a Dios.» – En una conversación habla acerca de los fariseos y Jesús. Su interlocutora le pregunta: «Piensas que tú mismo eres uno de los líderes religiosos con quienes Jesús estaba enojado?» – Joshua: «Sí.»

– No por último, hay que señalar que Harris escribió su libro cuando tenía 21 años. No es de esperar que a esa edad uno tenga suficiente experiencia para dar consejos respecto al matrimonio. Él simplemente había reproducido, sin reflexionar, lo que le habían enseñado sus padres y otros líderes. Dice en el documental: «A los 21 años, yo pensaba tener todas las respuestas. Ahora sé que no las tengo.» – Y también: «Yo simplifiqué las cosas demasiado … pero eso es lo que la gente quiere.»

Me hubiera gustado terminar la historia en este punto con un final feliz. Las iglesias y familias que siguieron las enseñanzas de Joshua Harris, tienen ahora la oportunidad de recapacitar, y de volver a actitudes más sanas respecto a la vida de los jóvenes, y la preparación para el matrimonio.

«No soy un cristiano,
según todos los criterios que tengo para definir lo que es un cristiano.»

Pero desafortunadamente, la historia no termina aquí. Harris renunció a su pastorado, aparentemente porque se dio cuenta de que en realidad no estaba calificado para ello. Y este año (2019) escandalizó al mundo evangélico con tres anuncios sucesivos: que se había divorciado de su esposa; que él no era cristiano «según todos los criterios que tengo para definir lo que es un cristiano»; y que su participación en una marcha de «orgullo gay» había sido «una experiencia emocionante».

¿Cómo llegó hasta este punto? – Sus comunicados no son claros respecto a lo que motivó sus decisiones. Según todo lo que leí acerca de su historia, me imagino lo siguiente:

– Ese hombre, a sus 44 años, recién está comenzando a hacer lo que debería haber hecho en su adolescencia o juventud: Reflexionar acerca de sus creencias y convicciones, abandonar la posición de «Creo en eso porque así me enseñaron», y llegar a «Creo en eso porque lo evalué y soy convencido de ello». Pero en su tiempo, ni su entorno ni él mismo le permitieron hacer eso.

– Él pasó toda su vida en un entorno socialmente aislado que identifica su interpretación particular de la Biblia como «la fe cristiana». Ahora que llegó a entender que esa forma de enseñar y de vivir es errónea y dañina, aparentemente no puede ver que «cristianismo» podría significar algo diferente. En este encierro mental le queda una única salida: abandonar el cristianismo por completo, y asumir que lo contrario del cristianismo es la verdad. En este contexto, es significativo este pasaje en su declaración pública: «Mucha gente me dice que existen otras maneras de practicar la fe, y quisiera permanecer abierto hacia eso, pero no estoy allí ahora.»

– Habiendo crecido en un ambiente autoritario y opresivo, Harris debe tener diversos recuerdos negativos reprimidos, que nunca se le permitió verbalizarlos ni sentirlos. Ya que ese ambiente tenía la etiqueta de «cristiano», esos recuerdos deben en su mente estar asociados con el «cristianismo». No sorprende mucho si eso en algún momento repercute en un rechazo emocional contra todo lo que tiene el nombre de «cristiano».

– Es posible que intervenga también su reconocimiento de que él mismo no es capaz de vivir según sus propios estándares. No pudo cumplir sus propias expectativas respecto al pastorado, ni respecto al matrimonio. Su declaración «No soy un cristiano …» suena no tanto como una decisión consciente de abandonar la fe, sino más como un diagnóstico sobrio de su estado actual. «Según todos los criterios que tengo para definir lo que es un cristiano» – ¿quizás Harris debería preguntarse si los criterios que le enseñaron son equivocados? ¿o si las expectativas que él impuso a sí mismo y a otros eran equivocadas? ¿Le enseñaron a vivir una imitación de una vida cristiana, de apariencia no más y en sus propias fuerzas, sin realmente conocer la gracia y el poder renovador de Dios? Eso es lo que efectivamente sucede en muchas iglesias evangélicas. Se aplaude al que mejor sabe dar la apariencia de un cristiano exitoso; y se menosprecia al que es honesto y transparente respecto a sus debilidades y luchas.
Si este es el caso de Harris, quién sabe si a Dios le agrada más su rebeldía honesta actual, que su cristianismo «de pantalla» de sus años pasados. Si él es realmente honesto ahora (no puedo juzgar sobre eso), entonces yo creo que tiene todavía la posibilidad de volver, y de llegar a un reconocimiento de Dios tal como Él es en verdad, después de desechar los falsos conceptos que le enseñaron. Pero queda también la triste posibilidad de que él se convierta en un enemigo completo de Cristo, y en un dolor de cabeza para los cristianos, no solamente los falsos sino también los verdaderos.

¿Cuántos otros pastores
están vacíos por dentro?

¿Qué concluimos? – Las formas aberrantes del cristianismo hacen más daño a la reputación de Dios, que la oposición directa. «Por causa de ustedes es blasfemado el nombre de Dios entre las naciones», dice Pablo (Rom.2:24), no a los ateos ni a los paganos, sino a los judíos que no viven según lo que predican. Lo mismo vale para aquellos cristianos que definen su fe según la conformidad exterior con las exigencias de unos líderes autoritarios. Aun más, si usan eso como pretexto para cometer y encubrir crímenes tales como el abuso sexual. ¿Cuántos otros pastores están todavía muy activos en sus púlpitos, pero vacíos por dentro? ¿Cuántos de ellos, si fueran sinceros, también tendrían que decir: «No soy un cristiano»?

No demos a nuestros hijos la impresión de que la vida cristiana consista en el cumplimiento de reglas externas, o en la obediencia ciega hacia algún líder. En cambio, animémoslos a buscar a Dios mismo, y la relación personal con Él, quien es capaz de renovarnos desde adentro.

Y alejémonos de las corrientes autoritarias en las iglesias.

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Un peligro para el movimiento de la educación en casa

Corrientes autoritarias y abusivas en el movimiento de la educación en casa

Durante varias décadas, el movimiento de la educación en casa en Estados Unidos ha disfrutado de muchas libertades. Tiene ahora bastante prestigio ante la sociedad y ante las instituciones y autoridades del sistema escolar y universitario, debido a sus éxitos en el rendimiento académico y la madurez emocional y social de la mayoría de los estudiantes educados en casa. Diversas investigaciones profesionales testifican de estos éxitos.

Sin embargo, durante los últimos años han aumentado también las críticas contra la educación en casa en aquel país. Eso se debe en gran parte a unos escándalos de maltrato infantil y abuso sexual dentro de algunas familias educadoras. Salieron a la luz un número considerable de testimonios de hijos de tales familias, ahora adultos, quienes relatan cómo en sus familias se cultivaba una «cultura del encubrimiento» respecto a esos delitos. En su mayoría se trata de familias que se identifican como cristianas, pero practican una forma aberrante, muy autoritaria del cristianismo. Tristemente, eso ha hecho que muchos de sus hijos rechazaran no solamente el ambiente autoritario de su familia, sino la fe cristiana en general, como se puede notar en diversos artículos y comentarios en internet.

Se enseña también un concepto extremista de «obediencia» y «sumisión»: una obediencia inmediata, sin cuestionar, sin tomar en cuenta si una orden es irrazonable, moralmente mala, o dañina. (Vea el artículo anterior.) Aun peor es cuando ese concepto errado de «obediencia» se lleva a la esfera de las relaciones entre personas adultas; por ejemplo entre los miembros de una iglesia y sus líderes; en contradicción contra Hechos 5:29: «Hay que obedecer a Dios más que a los hombres».
Los casos de maltrato y abuso sexual que fueron conocidos en los EEUU, tienen una característica particularmente escandalosa en común: Las víctimas y sus familiares, amigos, y líderes religiosos hicieron todo lo posible para encubrir los abusos, y para evitar que el culpable tuviera que asumir las consecuencias de sus actos. Es que el autoritarismo enseña también que «nunca debes hablar mal de tus autoridades» (donde «autoridades» incluye también padres, líderes de iglesias, y otros). Así que en esos círculos, los hijos nunca se atreverían a hablar de un delito cometido por sus padres, una esposa de su esposo, o un miembro de una iglesia respecto a un líder en la iglesia. Si pusieran una denuncia o siquiera hablasen con alguien más, se sentirían culpables ante Dios por «haber hablado mal de una autoridad».
Este es un terrible abuso del nombre de Dios y de la Biblia. Dios manda que los pecados y delitos deben exponerse y confrontarse (Ef.4:11); y es irrelevante si el culpable es a la vez una «autoridad» de alguna clase. Sin embargo, parece que un segmento considerable de quienes se identifican como «cristianos», creen en esas doctrinas aberrantes, de que ellos serían obligados a encubrir los pecados y delitos de quienes llaman «autoridades».
Los documentos enlazados al final de este artículo proveen un poco más de trasfondo acerca de este tema.

Este es entonces el trasfondo ideológico detrás de muchos de los casos deplorables, dentro de una corriente marginal, pero que actualmente amenaza con desprestigiar el movimiento de la educación en casa en los EEUU. Observo con mucha preocupación, que esta misma corriente está ganando terreno también en América Latina. Si eso se extiende más, pronto tendremos los mismos escándalos como en los EEUU. Y eso a su vez podrá causar que los representantes del gobierno y de los sistemas escolares, que actualmente proveen bastante apertura para la educación en casa, podrían cambiar su opinión y podrían empezar a restringir, o incluso prohibir, la educación en casa.

Por supuesto que el mismo autoritarismo existe también en los sistemas escolares. América Latina, por su trasfondo histórico y cultural colonial, es particularmente influenciada por el autoritarismo; de manera que muchos lo consideran «normal», en todas las esferas de la sociedad, y ni siquiera están conscientes de que tienen una mentalidad autoritaria. Pueden incluso mostrarse preocupados porque «en la sociedad ya no se respeta la autoridad». (Eso puede ser cierto para la cultura europea y norteamericana. Pero todavía no he visto eso en América Latina.)
Al contrario, un problema mucho mayor es que mucha gente está demasiado dispuesta a someterse bajo autoridades falsas y corruptas. El famoso experimento de Stanley Milgram demostró que entre 60 a 70% de la población están dispuestos a maltratar, torturar, hasta poner en peligro de muerte a sus prójimos, si una «autoridad» se lo ordena – únicamente con órdenes verbales, sin que la autoridad tenga alguna medida de presión a su disposición. Y un problema complementario, no menor, de la sociedad actual es el abuso de poder por parte de las autoridades.

La Homeschool Legal Defense Association (HSLDA) es una organización estadounidense bastante conocida, que provee apoyo legal a familias educadoras. Esta organización tiene bastante cercanía con las corrientes autoritarias arriba descritas. Sin embargo, incluso el fundador y presidente de esa organización, Michael Farris, se vio obligado a pronunciarse respecto a los excesos que salieron a la luz en los últimos años:

«Algunos jóvenes que fueron educados en hogares patriarcales y/o legalistas están ahora contando sus historias. Por sus historias me he enterado de que las enseñanzas de esos hombres están siendo aplicadas de maneras que son claramente faltos de sabiduría y dañinas desde cualquier punto de vista razonable, sea cristiano o secular. La gente está siendo herida.»
«En la vista de esos escándalos recientes, creo que es ahora tiempo de pronunciarnos – no acerca de los pecados individuales de esos hombres, pero acerca de sus enseñanzas. Sus pecados han dañado las vidas de sus víctimas, y deben investigarse por quienes tienen la autoridad legal y espiritual apropiada; pero sus enseñanzas siguen amenazando la libertad e integridad del movimiento de la educación en casa. Es por eso que HSLDA tiene que ponerse de pie y pronunciarse.»
«Francamente, deberíamos habernos pronunciado más antes. Cuánto más antes, es difícil de decir. Hay una diferencia sutil entre enseñanzas con las que simplemente no estamos de acuerdo, y enseñanzas que son realmente peligrosas.»
«Como un líder de la educación en casa por 30 años, y canciller del Colegio (Universidad) Patrick Henry, he entrado en contacto con muchos jóvenes que fueron educados en hogares patriarcales o legalistas. Casi ninguno de ellos sigue estas filosofías hoy en día. Algunos rechazaron el cristianismo por completo. Con todo, si fueron criados con una idea equivocada de Dios, no debe sorprender a nadie cuando ellos se van – están rechazando algo que no es el Dios de la Biblia. Pero aquellos que siguen siendo cristianos, en su mayoría, rechazaron los puntos de vista extremos de su niñez, y asumieron un punto de vista más equilibrado.»
«En este sentido, el legalismo sucede cuando alguien eleva su punto de vista personal de lo que es una conducta sabia, a un nivel donde reclama que las opiniones propias de esa persona son los mandamientos universales de Dios. Debemos tener sospechas acerca de maestros que pretenden hablar por Dios acerca de asuntos [que dependen] de opiniones personales.»

Michael Farris, «A Line in the Sand» (Una línea en la arena), Circular para los miembros de HSLDA, agosto de 2014

Hasta donde veo, la mayoría de las familias educadoras decidieron educar en casa, porque llegaron a la convicción de que eso es lo mejor para sus hijos; sea desde el punto de vista psicológico, académico, ético, o religioso. Pero en las corrientes autoritarias hay una motivación adicional, que a menudo opaca y anula la preocupación por el bienestar de los niños: el deseo de producir más «soldados» para el «ejército» propio. El autoritarismo no respeta la autonomía de cada familia en cuanto a la educación de sus hijos. Prescribe a los padres cómo deben tratar con sus hijos, y a qué «principios» deben someterlos; no a manera de simples consejos, sino como órdenes no-opcionales; ya que según las enseñanzas del autoritarismo, también los padres de familia deben «sumisión» y «obediencia» hacia sus «superiores». A menudo, esos «superiores» son líderes eclesiásticos que difunden las doctrinas autoritarias, porque eso beneficia su propia posición de poder. De esta manera, las familias educadoras son instrumentalizadas para aumentar el poder y la influencia de un líder en particular.

Quiero aclarar en este momento que no tengo nada en contra de la autoridad paterna en sí. En una familia funcional, los niños por sí mismos respetarán esa autoridad, a base de una relación de confianza, y porque reciben muestras del amor, de la sabiduría, justicia, provisión y protección de sus padres. Es legítimo que los padres ejerzan autoridad, por tener mayor experiencia y madurez que los niños. Pero que lo hagan en amor e integridad, velando primeramente por el bienestar de los niños, y respetando que Dios tiene un diseño individual para cada niño, que solamente el niño mismo puede descubrir. La autoridad paterna no es para presionar a los niños dentro de un molde prediseñado por el padre o por algún «superior», ni para «someterlos» bajo un principio teorético de autoridad.

Siempre existirán diferencias entre una familia y otra. Unos enfatizarán más la autoridad; otros más la libertad y el respeto mutuo. Es legítimo que exista esta diversidad; que cada familia elija el estilo de educación que encaja mejor con su situación particular.

Pero no es legítimo interpretar el concepto de «autoridad» de una manera que justifica abusos, maltratos, y el encubrimiento de delitos.

Y no es legítimo que unos líderes, maestros o escritores se aprovechen de la afiliación religiosa de muchas familias educadoras, para propagar un modelo autoritario como si fuera el único compatible con dicha afiliación religiosa. (Respecto a la validez de alternativas, vea «Educadores alternativos aplicando principios bíblicos«.)
En el pasado, la gran mayoría de los líderes evangélicos que conocí, estaban muy en contra de la educación en casa. (Probablemente no estaban conformes con la gran autonomía de las familias individuales, que la educación en casa promueve.) Pero ahora, unos pastores parecen haber descubierto los modelos autoritarios de la educación en casa, los cuales permiten a los pastores controlar y dirigir directamente lo que las familias hacen en casa, aun más de lo que podrían hacerlo en el caso de una escuela eclesiástica.

Así que hay que ejercer discernimiento también respecto a los grupos de apoyo para familias educadoras. Por un lado, es legítimo que se formen grupos con inclinaciones pedagógicas o religiosas particulares, ya que una razón importante por educar en casa es el derecho de educar a los niños de acuerdo a los valores y convicciones propias de cada familia. Solamente que esos grupos deberían declarar su inclinación abiertamente; por ejemplo: «Somos un grupo que promueve el método Charlotte Mason» (o cualquier otro). – O: «Somos un grupo de cristianos evangélicos.» – O: «Somos un grupo que promueve un estilo de vida vegano.» – O lo que sea.
Por el otro lado, hay que tener cuidado con aquellos grupos que pretenden ser grupos de apoyo entre familias, pero que en realidad son «anexos» de alguna otra organización que está detrás, por ejemplo una escuela a distancia, o una iglesia. En este caso hay una gran probabilidad de que las familias miembros sean sutilmente instrumentalizadas para avanzar los propósitos económicos, religiosos, o ideológicos de la organización que está detrás. Cuando es una escuela o una iglesia que «dirige» a las familias, se desvirtúa la idea fundamental de que los padres son los encargados de educar a sus hijos. Un grupo genuino de apoyo para familias es uno que es gestionado por las mismas familias, y que cuenta con mecanismos internos para asegurar que se elijan como «dirigentes» a familias educadoras con experiencia, y que respeten la autonomía de cada familia, dentro del marco de la inclinación particular del grupo que se ha declarado abiertamente.

Investigando, descubrí que por el lado evangélico, fue mayormente un único hombre de tremenda influencia (y sus seguidores), quien jaló a muchos evangélicos hacia el lado del autoritarismo. Por eso, dos de los tres documentos enlazados abajo se refieren específicamente a sus enseñanzas y prácticas; y los tres documentos se enfocan principalmente en la situación y teología de las iglesias evangélicas. Sin embargo, sé por experiencia que las enseñanzas y prácticas descritas en estos documentos, son representativas de prácticamente todas las corrientes autoritarias y abusivas. – No estoy bien informado acerca de la situación por el lado católico; pero la jerarquía católica romana tiene una larga historia de exigir «sumisión» y de reclamar infalibilidad, así que no me sorprendería si esas mismas corrientes se encontraran también en diversas organizaciones católicas.

Una señal del autoritarismo es que los líderes autoritarios no toleran ningún desacuerdo con sus enseñanzas y prácticas. A menudo siguen a algún líder o maestro, a una organización, o a unos «principios», con una lealtad esclavizante que bordea a idolatría. Cuando se trata de líderes evangélicos, eso debería denunciarse como una desviación de su propia fe. Es que todas las denominaciones evangélicas afirman, por lo menos en teoría, que las Sagradas Escrituras son la máxima autoridad sobre la enseñanza y práctica cristiana. En consecuencia, todo maestro o líder que pretende ser evangélico, debe estar dispuesto a ser evaluado a la luz de la Biblia. Si no está dispuesto a una discusión abierta, basada en la Biblia, acerca de lo que enseña y practica, entonces no es un evangélico genuino; es un seguidor del autoritarismo.

Documentación:

Firmes en la libertad con la que Cristo nos hizo libres. Un análisis bíblico y pastoral de las enseñanzas del autoritarismo.

¿Principios bíblicos? Artículos que examinan las enseñanzas típicas de una corriente representativa del autoritarismo.

Estrategias de un manipulador. Testimonios de personas que experimentaron por experiencia propia las artimañas astutas de un líder autoritario y manipulador.

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PS: Unas notas acerca de la sección de comentarios:
1. Si alguien desea enviar una pregunta o consulta muy personal acerca de sus experiencias con el autoritarismo, respetaré la privacidad de la persona y no publicaré el comentario, excepto si la persona misma lo pide explícitamente.
2. No podré entrar en correspondencia acerca de los artículos en los últimos dos documentos enlazados, ya que no son de mi autoría.
3. No admitiré comentarios contenciosos en defensa del autoritarismo. Quien desea eso, que por favor lleve su contienda a los sitios web indicados como fuentes en los últimos dos documentos enlazados; esos sitios son administrados por personas especializadas en los asuntos.

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Pedagogía de la confianza (2)

Parte 2: La práctica

En el artículo anterior describí algunos principios de la «pedagogía de la confianza», propuesta por el educador suizo Heinz Etter. Mencionaré ahora algunas de sus sugerencias para llevar estos principios a la práctica.

Dignidad igual para todos

Una familia o comunidad que vive en una relación de «Join-Up» (vea en la primera parte), es una comunidad donde se concede a cada miembro la misma dignidad y el mismo respeto. Etter enfatiza que esto no es lo mismo como «derechos iguales». Cito de su descripción:

«Todos los trucos y métodos de la educación conductista no resuelven el problema de fondo: En el caso de un conflicto, los adultos damos por sentado que nosotros sabemos lo que es lo correcto, mientras los niños tienen que aprenderlo todavía. En otras palabras, suponemos que los adultos tenemos un carácter más ‘noble’ que los niños, mientras que a los niños todavía ‘les falta educación’. Yo deseo presentarle una nueva perspectiva de la paternidad: Padres guiando a niños que tienen la misma dignidad como ellos.
(…) Hoy en día se habla mucho de que los niños tienen derechos. Pero cuando se habla de ‘derechos iguales’, eso es muy problemático. Este término ha engendrado la idea de que una familia debería ser una ‘democracia’ de socios con derechos iguales. Desde nuestra perspectiva, los niños no tienen derechos iguales, pero tienen la misma dignidad. Jesper Juul acuñó este término de la ‘dignidad igual’, para describir una relación jerárquica entre personas que tienen el mismo valor.»

Dignidad implica responsabilidad

Confiar en los niños significa que confiemos también en su capacidad de asumir deberes, y de cumplirlos de manera responsable. En esta área se revela una vez más que muchos padres tienen una imagen negativa de sus hijos: Cuando se trata de ayudar en los trabajos de la casa, lo ordenan a los niños en un tono como si ningún niño estaría por sí mismo dispuesto a ayudar; y después están detrás de ellos como si un niño no fuera capaz de terminar un trabajo sin ser vigilado constantemente.
Los siguientes pensamientos de Etter al respecto me parecen muy interesantes:

«A los niños todavía se les concede muy poca dignidad, a pesar de que se reconocen sus derechos. ¿Será eso porque no confiamos en las capacidades de los niños? – de tal manera, que nadie ha formulado los deberes de los niños; aunque normalmente derechos y deberes siempre van juntos. ¿Pueden los niños siquiera tener deberes?
Quizás es exactamente por este énfasis exagerado en los derechos del niño, que todavía no respetamos a los niños como nuestros prójimos con dignidad igual. Es que apenas nos atrevemos a encomendarles deberes. Por ejemplo, muchos padres creen que le hace daño a un niño cuando tiene que trabajar, o cuando tiene que quedarse quieto. Les parece algo horrible cuando un niño tiene que reunciar a un placer, cuando le hace frío, o cuando de alguna otra manera llega a sus límites.»

Comentario: No deseo interpretar eso en el sentido de que se deba promulgar ahora una «Declaración de los deberes del niño». Esto no es asunto de los gobiernos estatales, ni de las organizaciones internacionales. Los deberes de los niños pertenecen a una esfera muy distinta de los «deberes de los ciudadanos». Los padres son quienes tienen la autoridad de decidir acerca de los deberes de los niños.
Estoy seguro de que Etter también lo entiende en este sentido; porque en este contexto él no se refiere a «deberes cívicos» ni a «deberes escolares» (en otra parte volveré a eso); todos sus ejemplos son tomados del ámbito hogareño, de los deberes del niño en su propia familia.

Etter sigue diciendo:

«Los niños que crecen en una granja, aprenden de manera natural a reconocer y evitar los peligros que los rodean. Pero en los modernos departamentos de las ciudades, algunos padres parecen creer que los niños querrán saltarse por cualquier ventana que no esté asegurada.
(…) Todas estas preocupaciones por el bienestar y la seguridad de los niños me hacen sospechar que los adultos de hoy tenemos una opinión muy pobre acerca de la capacidad de los niños de asumir responsabilidades, de ser cumplidos, y de soportar dificultades. ¿De dónde viene eso? – La respuesta es sencilla: Los padres no ven a sus hijos en una relación de ‘Join-Up’ con ellos. Por tanto, cuando los niños tienen que ayudar algo en la casa, lo hacen con una actitud que dice: ‘No me parece correcto que yo tenga que hacer eso, y por tanto hago apenas lo que me ordenan, pero nada más.’ Sus verdaderas capacidades nunca son puestas a prueba. Se les encarga solamente aquellos trabajos donde es imposible equivocarse, porque los padres ven a sus hijos como unos perezosos. Pero esta clase de trabajos no provee ninguna motivación, y así se cierra el círculo vicioso.
Gracias a Dios, casi todos los niños encuentran por fin algún campo de interés donde pueden desarrollar sus capacidades, y entonces sus padres y profesores se quedan asombrados y se preguntan de dónde ha salido toda esta creatividad, esta imaginación y este entusiasmo. ‘Se le ha soltado el nudo’, dicen; pero raras veces se detienen para preguntarse quién había atado este nudo en primer lugar.«

(Vea en este contexto también: «¿Los niños no deben trabajar?»)

Pienso que en la cultura suiza desde donde escribe Etter, existen más posibilidades para hacer esta experiencia, porque allí hay más oportunidades para que los niños y jóvenes encuentren algún pasatiempo constructivo y motivador: Se ofrecen más cursos de arte, deporte, tecnología, etc. para niños; hay más museos y talleres abiertos diseñados según las preferencias de los niños; hay más grupos de scouts y similares. Y los niños tienen más tiempo libre: su horario escolar no es tan excesivamente cargado como aquí, y los reglamentos limitan sus tareas escolares a un máximo de una hora por día.

Aquí en el Perú, desafortunadamente encuentro a muchos jóvenes que siguen atados en este «nudo» de no hacer nada excepto por obligación, de no confiar en sus propias capacidades, de estar limitados a las tediosas tareas escolares que se hacen de mala gana, solamente porque sus padres quieren que después «estudien una buena carrera»; y finalmente terminan con una profesión que nunca hubieran elegido por sí mismos, que no les gusta y no les interesa ejercerla bien. Pienso que esto se debe a que todavía muchos padres están acostumbrados a restringir las actividades de sus hijos, sobre todo aquellas actividades que podrían ayudarles a ejercer su creatividad o iniciativa propia.

Confía en las capacidades del niño.

Voy a citar un poco más extensamente las sugerencias de Etter de cómo hacerlo mejor. Estos son algunos de los párrafos donde reluce con mayor claridad el espíritu de la pedagogía de la confianza. No se trata de un «método» o de una «técnica». Más que todo se trata de un cambio de actitud por parte de nosotros, los adultos. Este cambio de actitud producirá naturalmente una manera diferente de actuar:

«Proponemos entonces que ustedes como padres no se compliquen tanto las cosas: No diga a su hijo que tiene que limpiar la mesa, que tiene que poner las sillas en orden, y que ponga la ropa sucia de la manera correcta en la lavadora. Y que se cuide mucho de poner demasiado detergente, y que se cuide mucho de apretar el botón equivocado. No le diga … pero esfuércese por lograr que su hijo viva en ‘Join-Up’ con usted, y entonces acerca de los trabajos de la cocina podrá hablarle así: ‘¿Cuándo prefieres trabajar en la cocina? ¿Hoy o el viernes? – Y dime si te aburres solo, entonces te acompañaré; aunque preferiría leer primero el periódico.’
Cuente con que su hijo ya sabe en qué fijarse al lavar los platos; y que ya sabe cómo cuidar la olla de teflón, porque usted le ha mostrado una vez cómo lavarla con delicadeza. Confíe en que su hijo preguntará por sí mismo si está en duda acerca de algo. Así usted trata a su hijo como a un ser humano inteligente y responsable, con buen criterio para hacer los trabajos de la cocina.
Entonces renuncie a la vigilancia constante, y también a las críticas, excepto si es sumamente importante cambiar algo. En vez de criticar, usted podría decir por ejemplo: ‘Yo exprimo el trapo después de usarlo y lo cuelgo sobre el cordel, así evito que se pudra.’ – Evite preguntar: ‘¿Has entendido?’; tampoco diga: ‘No quiero volver a ver el trapo mojado tirado por allí.’ Cuente con que su hijo quiere aprender de usted. Tenga presente que los comentarios críticos significan en realidad: ‘No confío en que tú hagas lo correcto. Creo que no te importa lo que digo, o que me molesta el trapo mojado que ya está apestando. Creo que no reaccionas mientras no te presiono.’

Quizás usted dice ahora: Pero mi hijo realmente necesita que le haga recordar todo. – Entonces le aconsejaría tener un poco de paciencia. Si un niño ha sido acostumbrado a que los adultos no creen en sus capacidades, no va a comenzar a razonar por sí mismo de un día al otro. Quisiera ahora dar la palabra a un chiquillo de cuatro años y escribir lo que él probablemente diría:

‘Los adultos no quieren que yo crezca. Pronto me he dado cuenta de ello. Primero todos se alegraron cuando aprendí a ponerme de pie. Pero cuando entonces quise agarrar algunas cosas que antes no podía alcanzar, las colocaron todas a tal altura que no pude llegar. Tan desconfiados son. Pero yo no haría nada malo con esas cosas.
Hace poco aprendí cómo abrir el cajón del escritorio. Me sentí muy feliz. Mis padres también se alegraron, pero no tanto. Me sentí incómodo. No sé qué pasó, pero unos días después ya no se pudo abrir el cajón. – También me sentí feliz cuando descubrí cuál botón apretar para llamar a mi papá por teléfono. Pero ahora ya no funciona. Tengo la impresión de que quieren quitarme la alegría de vivir. Cada rato tengo que inventar nuevos trucos.
Cuando llevo un vaso de vidrio, con mucho cuidado, mis papás hacen un escándalo como si ya se hubiera caído al piso. ¿Por qué? Yo casi nunca hago caer cosas. – Cuando vamos de paseo, siempre tengo que ir agarrado de la mano de papá o mamá. Eso no está mal; pero cada vez que yo suelto su mano, ellos se asustan y piensan que voy a correr a la calle sin mirar.
(…) A menudo me castigan por la misma cosa por la que antes me alabaron. Hace poco aprendí de mamá una palabra: ‘Cállate’. Ella dice eso cuando no quiere escucharme. Entonces yo lo probé también. Todos se alegraron cuando lo dije. Pero después cambiaron de opinión. No sé por qué. Ahora ya no me permiten decirlo; solamente mamá puede decirlo. (…)’

¿Qué opina usted, querido lector? ¿Es un niño realmente un ser humano que hace esta clase de razonamientos? ¿O cree usted que un niño vive sin pensar nada?
Recuerdo todavía un ejemplo de mi propia niñez. Debo haber tenido unos tres años. Mi hermano de ocho años había hecho un hermoso modelo de un castillo de cartulina. El ya había adoptado la opinión de los adultos acerca de los niños pequeños, y por eso lo puso en una repisa muy por encima de mi cabeza. Cuando por fin yo había logrado desarmarlo en sus componentes y toda la familia me miraba furiosamente, dije – casi con orgullo -: ‘Con una silla lo alcancé.’
Nadie tuvo comprensión por mi alegría. ¿Por qué? ¿No era lógica mi acción? Todos esperaban que yo iba a destruir el castillo si lo podía alcanzar. ¡Yo solamente había jugado según las reglas que ellos mismos habían establecido!
A esa edad yo decidí pensar de manera diferente acerca de los niños, cuando yo iba a ser adulto. (…)»

Si eres autoridad, no emitas señales de sumisión.

Al final de la primera parte describí brevemente lo que es el «Join-Up» al entrenar a un caballo. El entrenador señala al caballo que él ha venido para guiarlo, y que él es digno de confianza. Etter investigó entonces cómo se expresa una relación de autoridad sana (o sea no manipulativa, no abusiva) entre seres humanos, y especialmente entre adultos y niños. Por ejemplo:

«Cuando un adulto y un adolescente se encuentran caminando en direcciones opuestas en una vereda estrecha, ¿quién da campo al otro para que pase?
¿Quién saluda primero?
Cualquier niño entendería estas cosas naturalmente por sí mismo, si no fueran muchos adultos que hoy en día se comportan en contra de la naturaleza. (…)

La familia está cenando juntos. Un niño de once años mira la cesta de pan vacía y dice en tono de reproche: ‘¿Ya no hay más pan?’ – ¿Se levantará la madre enseguida para traer más? ¿Incluso se sentirá culpable por no haber puesto más pan sobre la mesa? ¿O dirá tranquilamente: ‘En la cocina hay más, por favor tráelo.’ «

Según la reacción de la madre, el niño percibe: «Mi mamá es mi sirviente, ella se somete a mí»; o percibe: «Mi mamá es quien manda, mejor le hago caso.»
Ahora, sería un error concluir que entonces tengamos que exigir de los niños que siempre saluden primero, que siempre den campo a los adultos, etc. Al contrario: Cuando tenemos que exigir explícitamente estas cosas, estamos señalando que nuestra autoridad ya no es tan creíble, y que nosotros somos los «necesitados» (porque «necesitamos» que los niños se comporten como nosotros queremos). Estaríamos entonces convirtiendo a nuestros hijos en pequeños actores hipócritas: Ellos aprenderían a actuar como si nos respetasen, pero ya no tendrían un respeto genuino por nosotros.
O sea, no se trata de lo que exigimos de los niños; se trata de cómo actuamos nosotros mismos. Que no emitamos señales de sumisión, por ejemplo saludando a los niños antes que ellos nos saluden a nosotros. Pero si juntos como familia visitamos a otra familia, y nuestros hijos todavía no se sienten en confianza con los padres de la otra familia, tampoco sería correcto empujar a nuestros hijos delante de nosotros y decir: «Saluda al señor Jaime.» A nosotros nos toca dar el ejemplo y saludar al señor Jaime primero. Así señalamos a nuestros hijos: «Yo voy adelante, y tú puedes seguirme.» Después de eso será más fácil para ellos saludar al señor Jaime.
Los niños se confunden cuando por un lado pretendemos guiarlos, pero por el otro lado les damos señales de someternos a ellos o de quedarnos detrás de ellos.

Otro punto: ¿Quién define el tono de la comunicación? Especialmente en el caso de un conflicto, cuando un niño empieza a hablarnos en un tono agresivo o molesto: ¿Acomodamos nuestro tono al tono del niño, respondemos de la misma manera agresiva, quizás hasta gritando? – Eso sería una señal de sumisión de nuestra parte, porque permitimos que el niño defina el tono de la conversación. – Una señal de autoridad sería en este caso, por ejemplo, que expliquemos nuestro punto de vista de manera tranquila; o que digamos: «Me parece que ahora no es el momento de hablar de este asunto. Volvamos a hablar de eso después de la cena, cuando estés más tranquilo.»

En todo esto no debemos perder de la vista que la sumisión de los niños hacia sus padres es una reacción normal cuando existe una relación de confianza mutua. En este contexto, someterse no significa ser un «perdedor»; y tener autoridad no significa valer más. Una buena autoridad actúa siempre para el bien de sus seguidores.
Es difícil explicar esto en pocas palabras; porque en nuestro entorno se han distorsionado por completo los conceptos de «autoridad» y «sumisión», y hay que buscar lejos para encontrar un ejemplo vivo de una autoridad buena. Para un trato más extenso de este tema refiero a «Las ovejas del Perú», particularmente este capítulo acerca de los principios divinos en cuanto a la autoridad.

No trates a los niños como enemigos.

Este es un tema recurrente en los consejos de la pedagogía de la confianza. ¿Percibimos a los niños como nuestros adversarios; o los guiamos poniéndonos de su lado para alcanzar metas que tenemos en común? Toda la educación se vuelve más fácil, y más placentera, cuando los hijos pueden saber que los padres son de su lado, y viceversa. «¡Jugamos juntos en el mismo equipo!»
En muchas familias, unas situaciones particularmente críticas suceden cuando un niño actúa de una manera torpe o irresponsable: dejó que se oxide la bicicleta afuera en la lluvia; perdió su chaqueta en un paseo; o por descuido hizo caer su vaso de leche al piso. Etter escribe acerca de tales situaciones:

«Los pequeños accidentes o irresponsabilidades en la vida diaria tienen consecuencias desagradables, pero no son razones para castigar a un niño. Tampoco es necesario reñir al niño, porque normalmente un niño ya se siente avergonzado por sí mismo cuando ha hecho caer un objeto de vidrio, o cuando se da cuenta de que ha olvidado algo importante. Excepto si los padres les ‘desacostumbraron’ estas reacciones naturales, diciendo cada vez: ‘Deja no más, eso no importa.’
Muchos padres automáticamente riñen a sus hijos cuando les sucede una pequeña torpeza. De antemano suponen que el niño lo hizo por maldad, o que no le importa. O sea, tratan al niño como a un enemigo. Pero paradójicamente, no lo guían hacia una forma de arreglar el asunto.
Yo abogo por lo contrario. (…) Si el niño rompió una taza, él mismo se sentirá triste por ello. En vez de reñirle, pongámonos de su lado. Compartamos su tristeza por la taza rota, y después le mostramos cómo recomponer y pegar las piezas (si se puede), o el niño contribuye algo de su propina para comprar una taza nueva.»

Lo esencial aquí no son los detalles de cómo actuar en cada situación. Lo esencial es cómo el niño, y nosotros mismos, percibimos la relación mutua entre nosotros. De alguna manera tenemos que hacer sentir al niño: «Estoy de tu lado. Entiendo que te sientes mal por lo que ha sucedido. Ahora lo arreglaremos juntos.» Esta actitud fortalece la confianza mutua.

Pregunta antes de juzgar.

Las sospechas destruyen la confianza. Aun si un niño hace algo que realmente está mal, es mucho mejor preguntar primero por qué lo hizo, cuál fue la situación, etc. – no como «inquisidor», pero en un esfuerzo genuino por comprender al niño. A veces un niño hace algo malo sin saber que está mal, o porque se sintió presionado. Y aun si su motivación estaba realmente mal, los reproches no ayudan, porque solamente estaríamos diciendo al niño lo que él mismo ya sabe en lo profundo de su conciencia; pero con nuestros reproches a menudo lo provocamos a defenderse a sí mismo y así ahogar la voz de la conciencia. Etter dice:

«Los reproches dificultan el proceso de llegar al reconocimiento de la culpa. Haciendo preguntas, en cambio, ayudamos al niño a volver a reflexionar, a considerar nuevamente la voz de su conciencia, a llegar a una conclusión diferente, a sentir remordimiento y a arrepentirse.»

Una pregunta auténtica puede también resolver sospechas infundadas. Un ejemplo de la escuela: Es hora de clases, pero un niño está tranquilamente caminando en medio del patio. Un profesor que entra en este momento, le llama en un tono amenazante: «¿Qué haces aquí? ¡Rápido, entra a tu clase!» – La misma pregunta se podría haber hecho de manera comprensiva, como pregunta genuina: «¿Qué haces aquí?» Y el niño hubiera tenido la oportunidad de responder: «Mi profesor me ha enviado al aula del profesor B. porque quiere prestarse su perforadora.»

Muchos padres, cuando sus hijos cometen alguna tontería, suelen preguntar: «¿Por qué hiciste eso?» – pero no es una pregunta genuina, no están realmente interesados en comprender los motivos del niño, lo dicen solamente como reproche: «¡Deberías haber sabido que eso no se hace!» – Esta no es ninguna comunicación sincera, y los niños lo perciben muy bien. Sienten que no les tomamos en serio, porque les hacemos una pregunta sin siquiera interesarnos por la respuesta. La misma pregunta podría tener un efecto completamente diferente si la hacemos con un deseo sincero de comprender mejor a nuestros hijos. Ellos normalmente tienen buenas razones por lo que hacen (buenas por lo menos desde su propio punto de vista). Si les damos la oportunidad de explicarnos sus razones, se pueden solucionar muchas situaciones y se pueden evitar muchos conflictos. Y podemos corregir percepciones equivocadas – tanto de parte de los niños como de nuestra parte.

Habla de ti personalmente, sé auténtico.

Si queremos tener una relación de confianza con los niños, tenemos que ser sinceros y transparentes acerca de nuestros propios sentimientos y motivos. Especialmente en los momentos de corregir a los niños. Sinceramente: ¿cuántas veces corregimos a los niños, no porque ellos hubieran hecho algo malo en sí, pero solamente porque su comportamiento nos molesta a nosotros personalmente? Si es así, entonces digamos abiertamente que tenemos un motivo personal; no nos escondamos detrás de reglas generales («esto no se hace») o detrás de otras personas («¿qué va a decir la gente?»).

Un ejemplo de Heinz Etter para ilustrar la diferencia:

«Por favor compare las siguientes expresiones:

  • ‘Se come lo que hay en la mesa.’
  • ‘Me siento desmotivada cuando ni siquiera quieres probar lo que he cocinado.’
  • ‘He cocinado … para nosotros. Si quieres otra cosa, prepáratelo tú mismo para que sea como te gusta.’
    (Puede ser necesario hacer esto ya antes, en el momento de hacer compras.)

En la primera expresión, la madre esconde su frustración detrás de una regla general. Parece que ella no quiere o no puede admitir lo que siente. Lo niños se darán cuenta de ello y reaccionarán con rechazo.
En el segundo ejemplo, la madre dice lo que realmente piensa. No lo dice con la intención de ‘educar’; simplemente expresa su desilusión. (…) Ella es transparente, y un niño puede manejar bien una expresión como esta. (O sea, puede entender mejor a su madre y puede llegar a tener más consideración por ella.)
La tercera expresión ya es casi una ‘intervención Join-Up’. (Vea en la siguiente parte.) Si el asunto es importante para los padres, puede valer la pena llevar a cabo una tal intervención de manera consecuente. Es bien probable que así el niño adquiera una actitud más positiva hacia la comida. Esta reacción, en el contexto de una relación amorosa entre padres e hijos, es una invitación a disfrutar más de la comida.»

Aclaración

Todos los puntos que mencioné en esta parte, describen lo que es posible cuando existe una relación de confianza entre educadores y niños. Pero ¿qué, si una tal relación no existe? – En este caso, muchos de estos consejos no funcionarán, porque niños y adultos ya estarán acostumbrados a verse mutuamente como enemigos, y a desconfiar los unos de los otros. En este caso habrá que hacer un esfuerzo adicional para restaurar primero la relación de confianza. En la siguiente parte, Dios mediante, hablaré de este aspecto.

(Continuará…)

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Pedagogía de la confianza

Parte 1: Los principios

Hace unos años, el educador suizo Heinz Etter presentó su concepto de la «Pedagogía de la confianza». Etter trabajó muchos años como profesor, como educador terapéutico, y como director de un internado para adolescentes con problemas de comportamiento. Así que su concepto no es una mera teoría; es el fruto de un largo tiempo de experiencia, y especialmente con niños y adolescentes «difíciles».
Según sé, su obra todavía no ha sido traducida a otros idiomas. Deseo describir aquí a grandes rasgos de qué se trata.

Los niños fueron creados con un deseo natural de cooperar con sus padres y de someterse a ellos.

Este es el principio fundamental, y tal vez el más «revolucionario», de la pedagogía de la confianza. La educación tradicional ve a los niños como «desobedientes», que de alguna manera tienen que ser obligados, forzados, o manipulados para que obedezcan. O sea, la educación tradicional es basada en la desconfianza hacia los niños.
El otro extremo, la educación anti-autoritaria o «democrática», ve a los niños como pequeños adultos con los mismos derechos como los adultos, y entonces descarta toda idea de «sumisión».
Frente a estos extremos, Etter propone un tercer camino: Confiemos en que los niños por naturaleza quieren seguir a sus padres. Donde existe una relación de confianza mutua, la sumisión hacia los padres es la forma más natural de obrar de un niño.

Cada niño tiene buenos motivos para someterse a sus padres. Etter dice:

  • «Cada niño y cada adolescente quiere tener padres fuertes. Niños pequeños dicen a veces: «Mi papá es más fuerte que el tuyo.» Aun el adolescente más rebelde no permite que alguien ofenda a su madre.
  • Cada niño por su parte desea ser respetado, amado y valorado por sus padres. (…)
  • Cada niño y cada adolescente depende de la provisión de sus padres (alimentación, vivienda, protección …).»

Un cristiano con un trasfondo de educación tradicional dirá quizás: «Pero los niños son por naturaleza pecadores, y por tanto rebeldes.»

La pedagogía de la confianza responde a esto: Es cierto que el pecado habita aun en el niño más pequeño. Pero eso es solamente una cara de la moneda. La otra parte de la verdad es que cada niño fue creado en la imagen de Dios, es de gran estima para Dios, es una bendición para sus padres y una «herencia del Señor» (Salmo 127:3-5). Un aspecto de la «imagen de Dios» es la disposición natural del niño de someterse a sus padres. ¿No será esta una de las razones por qué el Señor dijo que para entrar al reino de los cielos, es necesario volver a ser como un niño, y «humillarse como un niño» (Mateo 18:3-4)?

La desobediencia y rebeldía de los niños se debe a menudo a que los padres no edificaron ninguna relación de confianza con sus hijos.

Muchos niños se dan cuenta de que sus padres no confían en ellos: «Mis padres piensan que soy malo.» – «Mis padres piensan que yo malogro todo.» – «Mis padres piensan que yo no sirvo para nada.» – Ellos sacan estas conclusiones de las palabras y reacciones que ven y escuchan diariamente de sus padres. Y en consecuencia, ellos a su vez comienzan a desconfiar de sus padres, y dejan de someterse. No por maldad, sino como reacción natural a la desconfianza de sus padres.

Etter dice al respecto:

«Muchos padres suponen que sus hijos son ‘por naturaleza’ unos pequeños tiranos y rebeldes; y que por tanto hay que presionarlos para que aprendan disciplina y obediencia. De esta manera, los padres destruyen desde el inicio la relación de confianza que Dios estableció entre padres e hijos. Los niños se ven constantemente sometidos a sospechas por parte de los adultos, sin que los adultos estuvieran conscientes de ello.
Imagínese lo que significa cuando decimos ante un grupo de niños: ‘Por supuesto que no ha sido nadie (quien cometió esta travesura).’ – En palabras claras, esto significa: ‘Por lo menos uno de ustedes es un transgresor, y además un mentiroso.’ (Y dependiendo de nuestro tono de voz, todos los demás también se sentirán bajo sospecha de ser cómplices.)
El sistema judicial, desde hace tiempo ya se basa en la suposición de la inocencia. (O sea, que el acusado es considerado inocente, hasta que se haya demostrado lo contrario.) Pero entre adultos, eso es todavía poco frecuente (dependiendo de la cultura); y cuando se trata de niños, es la excepción. Estamos muy acostumbrados a desarrollar y pronunciar malos pensamientos y sospechas, cada vez que no comprendemos el comportamiento de un niño. Esto no es natural. Por ejemplo en Eritrea, por principio las personas se confían mutuamente, excepto si fueron engañados por alguien.

Es particularmente trágico cuando los cristianos viven con la idea de que no hay nada bueno en el hombre, y que por tanto Dios quiere que seamos siempre desconfiados. Lo contrario es el caso. ¿Qué dijo Jesús acerca de la paja en el ojo del prójimo, y la viga en el propio ojo? Jesús seguramente nos aconsejaría que es preferible aguantar las sospechas de nuestros prójimos, en vez de sospechar de ellos.

La desconfianza está en el origen del pecado: ‘¿Habrá dicho Dios …?’ La incredulidad es una expresión de esta desconfianza. En todo el Antiguo Testamento, Dios busca la confianza de Su pueblo. Pero aun con todos los señales y milagros, el pueblo de Israel seguía desconfiando. Puesto que el hombre no puede vivir sin apoyarse confiadamente en alguien o en algo, empieza a apoyarse en otros ‘dioses’. Vencer la desconfianza y ser críticos hacia nosotros mismos, es una parte esencial del mensaje de Jesús. La desconfianza es la causa principal de los conflictos entre educadores y niños …»

La alternativa es entonces: Si un niño hace algo que nos molesta o que «no debe» hacer, no sospechemos desde el inicio que el niño lo hace por maldad. En cambio, supongamos que el niño tiene unas razones buenas y válidas por actuar de la manera como actúa, e intentemos comprender las razones del niño. Entonces, en muchos casos se dará una solución pacífica del conflicto, sin tratar al niño como si fuera nuestro enemigo.

Cooperación por imitación o por compensación

Este es una observación descrita por Jesper Juul. Los niños por naturaleza tienden a cooperar con los adultos; pero esta cooperación puede asumir dos formas distintas:

La cooperación por imitación consiste en que los niños hacen lo que ven a los adultos hacer. Entonces, si los padres damos un buen ejemplo, podemos confiar en que los niños seguirán naturalmente nuestro ejemplo. Por el otro lado, si damos un mal ejemplo, no tiene sentido corregir a los niños si ellos hacen lo mismo: tenemos que cambiar primero nuestro propio comportamiento.

La cooperación por compensación consiste en que los niños, con su manera de actuar, llenan un «vacío» que observan en el comportamiento de los padres. (A menudo no están conscientes de ello.) En estos casos puede entonces suceder que los niños hacen lo contrario de lo que hacen los padres. Por ejemplo, si los padres se esfuerzan por ahorrar todo lo que pueden, hasta el punto de ser avaros, puede ser que un niño empieza a regalar a sus amigos todo lo que puede, para así compensar la falta de generosidad que observa en su hogar. – O si los padres se preocupan excesivamente por el orden en el hogar, un niño puede volverse muy desordenado y deja sus cosas por todas partes.

Es importante entender que esta «cooperación por compensación» no es ninguna acción «en contra» de los padres. Al contrario, es una manera del niño de decir: «Ustedes se han olvidado de algo importante, entonces yo les ayudaré haciendo lo que ustedes no han hecho.»

La cooperación por compensación tiene su función más importante en el contexto de autoridad y sumisión. Si los padres son quienes mandan en el hogar, no tendría sentido que los niños imiten este comportamiento, queriendo mandar también. Tiene mucho más sentido que los niños asumen el rol complementario, o sea, se someten.

Pero en algunas familias, los padres actúan como si ellos fueran siervos de sus hijos: los visten, los peinan, les amarran los zapatos, les sirven su comida o incluso los alimentan con cuchara, etc; todo eso a una edad en que los niños ya hace tiempo serían capaces de hacer todo eso por sí mismos. Entonces es natural que los niños cooperan por compensación: Si los padres asumen el rol de siervos, los niños se convierten en los amos. Se vuelven exigentes, ingratos, perezosos, y no quieren ayudar a sus padres. Esta es otra de las situaciones donde no se desarrolla ninguna relación de confianza natural entre padres e hijos.

En situaciones como estas, Etter propone hacerse la pregunta: ¿Quién necesita a quién? – Lo natural es que los niños necesitan a sus padres. Pero en estas situaciones de «jerarquía invertida», parece que los padres necesitan a sus hijos: Los padres no se atreven a ofender a sus hijos, porque se sienten dependientes de ellos. – Cito a Etter acerca de este punto:

«El que es dependiente, el que necesita la ayuda y protección del otro, éste es el que debe someterse. Y es obvio que el que es independiente y fuerte, es el que puede – no, debe – asumir una posición superior.
(…) Como padres también tenemos un deseo de ser amados, respetados, valorados, y de que alguien se preocupe por nosotros. Pero cuando esperamos que sean nuestros hijos quienes cumplan este nuestro deseo, nos metemos en peligro. (…) Estaremos siempre tentados a dar todo a nuestros hijos, aun antes de que ellos sientan alguna necesidad. Queremos alimentar a los niños antes que tengan hambre, y queremos llenarlos con juguetes y diversiones antes que sientan la necesidad de encontrar una actividad interesante por sí mismos. De esta manera, los niños nunca sentirán que ellos nos necesitan y que ellos dependen de nosotros.
(…) Es algo maravilloso, ser amado de manera incondicional. Pero los niños en esta situación no lo verán de esta manera. Ellos perciben que en realidad no están recibiendo ningún amor voluntario; que sus padres se sienten impotentes y obligados a cumplir cada deseo de los niños. Y los niños no pueden experimentar lo que es el verdadero amor, que no se puede comprar ni forzar.
Esta ‘inversión de las necesidades’ se concretiza de muchas maneras:
Muchos niños creen que el comer, el dormir y el aprender sean ‘servicios’ que ellos tienen que prestar para el bien de sus padres. Quizás usted conoce esto: ‘una cucharita para mamá, una cucharita para papá …’ ¿Y cómo se le ocurriría a un niño criado así, ser agradecido por tener comida? – Muchos niños nunca experimentan lo que es tener frío. Ellos están convencidos de que su gorra sirve solamente para satisfacer a su mamá. Es ella quien sufre cuando el niño no se pone la gorra. – Algunos niños hasta son obligados por sus padres a subirse a un juego mecánico, y los padres les aplauden si los niños se divierten; como si fueran los padres quienes tienen una necesidad de que sus hijos se diviertan. Entonces los niños descubren que solamente tienen que amenazar con que se sienten aburridos, y enseguida los padres corren para buscarles una nueva diversión. (…)
¿Se da cuenta usted de que esta es también una forma de abuso? Los padres que actúan así, impiden que sus hijos desarrollen su capacidad natural de comportarse bien para así asegurarse de la buena voluntad de sus educadores y proveedores.»

Entonces, los padres (y otros educadores) tienen que llegar primero a un punto donde ellos ya no dependen del amor y de la aceptación de los niños. Desde allí pueden asumir su posición natural como autoridades de la familia (sin caer en un comportamiento «autoritario»); y entonces los niños naturalmente cooperarán «por compensación», asumiendo la posición del que se somete. De esta manera los niños pueden confiar en que sus padres les guiarán bien; y los padres pueden confiar en que los niños les seguirán.
Etter lo ilustra con la imagen de una gallina o una pata madre que guía a sus polluelos pequeños: La madre camina tranquilamente por delante y confía que los polluelos le seguirán. No tiene necesidad de voltearse cada rato para controlar si le siguen; ni mucho menos de arrearlos desde atrás. La madre confía en sus polluelos porque sabe que ellos la necesitan y por tanto le seguirán. Y los polluelos le siguen confiados, porque ellos a su vez confían en que la madre les guiará a un buen lugar. (Para una ilustración relacionada, a la luz de la historia y cultura latinoamericana, vea aquí.)

Si esto se hace correctamente desde el inicio, la educación de los niños es algo natural, y no tiene por qué haber «luchas por el poder» entre padres e hijos. Es más difícil enderezar una situación donde la relación de confianza mutua ya ha sido rota. Volveremos a eso en la segunda parte.

Los padres fueron creados con la capacidad natural de guiar y educar a sus hijos.

De la misma manera como los niños fueron creados con un deseo natural de someterse, los padres fueron creados con una capacidad natural de guiar y educar a sus hijos. Etter dice:

«¿Alguna vez usted se preguntó por qué los animales logran criar a sus crías sin sufrir de problemas pedagógicos? (…) Dios creó la naturaleza de tal manera que las crías siguen a sus padres, sin que los padres necesiten alguna formación especial para eso.»

Entonces tenemos aquí una clave más para establecer y mantener una relación de confianza mutua entre padres e hijos: Vuelve a confiar en tu propia capacidad, dada por Dios, de educar y guiar a tus hijos. No hagas caso a las muchas voces que quieren hacerte creer que necesitas ser un «experto» para poder educar a tus hijos. Etter aconseja:

«Despójese de los muchos consejos y recetas sobre educación que usted aprendió. Descubra nuevamente que todos nosotros somos por naturaleza capaces de guiar a nuestros niños.»

La relación del «Join-Up»

La palabra inglesa «Join-Up» (algo como: «Únete y sigue») fue usada por Monty Roberts, un entrenador de caballos que descubrió un método cómo domar a caballos salvajes sin usar nada de violencia o fuerza. (Este método fue popularizado por la película «El hombre que susurraba a los caballos».) Su método se basa en la observación del comportamiento natural de los caballos cuando se encuentran en grupo. Siempre hay entre ellos una «yegua guía» que es reconocida como tal por todos. La yegua guía emite ciertas «señales de autoridad» que hacen entender a los otros caballos que es ella quien guía, y entonces le siguen. Lo interesante es que la yegua guía no dispone de ningún «medio disciplinario» que podría obligar a los otros caballos a seguirle. Lo único que puede hacer, es alejar de sí a un caballo que se comporta de una manera «rebelde». El mensaje es: «Puedes seguirme si quieres; pero si no quieres, tienes que alejarte.» – Ahora, el entrenador emite la misma clase de «señales de autoridad» como una yegua guía; y el resultado es que los caballos comienzan a reconocerle a él como su líder natural. O sea, los caballos entran en una relación de «Join-Up» con el entrenador; una relación de confianza mutua. La prueba de esta relación consiste en que el entrenador puede irse sin voltear atrás, y el caballo le sigue voluntariamente.

Ahora, Etter demuestra que lo mismo funciona entre educadores y niños. No podemos obligar a ningún niño a seguirnos. Pero podemos guiar de manera natural, y los niños se darán cuenta de que ellos dependen de nuestra dirección; entrarán en una relación de «Join-Up» con nosotros y nos seguirán. Si un niño no quiere seguirnos, nos distanciamos de él (lo que significa que el niño pierde ciertos beneficios de nuestra dirección y protección); pero le señalamos que en cualquier momento cuando decida seguirnos, lo recibiremos nuevamente cerca de nosotros.

Esto funciona solamente cuando cambiamos nuestra manera de pensar acerca de los niños: Tenemos que confiar en que ellos son hechos para seguirnos voluntariamente, sin ninguna medida de fuerza. Tenemos que dejar de verlos como enemigos, y confiar que en el fondo de su ser, ellos desean estar de nuestro lado. Y nosotros mismos tenemos que actuar de tal manera que merecemos la confianza de los niños hacia nosotros.

(Continuará…)

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