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El estado no es Dios

En este artículo deseo examinar a la luz de la Biblia una de las tendencias más fuertes de los tiempos presentes, y la que más debería preocupar a los cristianos. Y como veremos, tiene también mucha injerencia en la educación.

«…Y se admiró toda la tierra detrás de la bestia, y adoraron al dragón que había dado autoridad a la bestia, y adoraron a la bestia, diciendo: ¿Quién como la bestia, y quién podrá luchar contra ella? (…) Y la adoraron todos los habitantes de la tierra cuyos nombres no estaban escritos en el libro de la vida del Cordero que fue sacrificado desde el principio del mundo. Si alguien tiene oido, que oiga.» (Apocalipsis 13:3-4.8-9)

Esta visión recibió el apóstol Juan ante el trasfondo del imperio romano, cuyos emperadores se hacían adorar como si fueran dioses.
En el imperio romano se adoraban muchos dioses. Cada uno era libre para adorar a cualquier dios que deseaba. Solamente que había que participar también en el rito obligatorio de quemar un poco de incienso en adoración al emperador.
Fue por esa razón que miles de cristianos fueron martirizados. No porque adoraban a Cristo; eso no era prohibido. Pero ellos se negaron a adorar a otro dios – el César – aparte de Cristo.
La adoración al emperador se dirigía no solamente a él como persona individual. El emperador representaba la entera institución del imperio, que se resumía con: «El senado y el pueblo romano». Es que antes de surgir los emperadores, Roma había sido una república casi democrática. Tenía su parlamento, el senado; y tenía una forma de separación de poderes. Cuando Roma se convirtió en un imperio, las formas democráticas se mantuvieron según la apariencia exterior. El senado siguió ejerciendo sus funciones; pero los emperadores manipulaban y presionaban a los senadores para que hicieran la voluntad del emperador. El imperio romano era una dictadura militar disfrazada como democracia. Este detalle es importante para entender los tiempos actuales.
Entonces, adorar al emperador significaba a la vez reconocer que la entera institución del imperio era divina. En la profecía bíblica, una «bestia» no significa una persona individual. Significa un reino o gobierno, un «sistema» entero. Eso se nota claramente en la visión de Daniel acerca de las cuatro bestias (Daniel cap.7).
Los primeros cristianos sabían muy bien que ningún hombre, y ninguna institución, puede ocupar el lugar de Dios. Por eso se negaron a ofrecer incienso al César.

La visión de Juan es a la vez una profecía de lo que sucederá en los últimos tiempos antes de la segunda venida de Cristo. Una «bestia», con carácteristicas similares al imperio romano, gobernará sobre el mundo entero. Y esa bestia exigirá ser reconocida como dios y salvador del mundo.

No debemos pensar que esa bestia se presentará sorpresivamente para instituir una dictadura mundial. Si lo hiciera de esa manera torpe, el mundo se rebelaría contra ella. Mas bien, está influenciando al mundo poco a poco, a renunciar a sus libertades y derechos, y a ceder cada vez más poder a la bestia. Por varias décadas ya, el mundo ha sido sometido a una campaña de propaganda y lavado del cerebro por parte de los gobiernos, los medios de comunicación (inclusive las grandes empresas y «redes sociales» que controlan la internet), y los sistemas escolares. El mensaje siempre es el mismo, aunque en diversas variaciones: «El estado es el encargado de solucionar todos los problemas. Si algo no funciona, si la gente está sufriendo, si hay injusticias, ¿qué hay que hacer? Reclamar al estado que lo solucione. Necesitamos un gobierno más fuerte, un gobierno más poderoso, y entonces los problemas se solucionarán.» – Si eso se pone en práctica de manera consecuente, ¿cuál es el resultado final? Obvio: una dictadura. La forma de gobierno donde el estado es más fuerte y poderoso, es la dictadura.
Si pudiéramos por unos momentos librarnos de la influencia omnipresente de la progaganda, entonces veríamos que en realidad, en muchas ocasiones, el estado genera problemas, sufrimientos e injusticias, que sin su interferencia no existirían. Cuánto más fuerte se hace el estado, más aumentan esos problemas.

Mientras escribo esto, encuentro un editorial reciente en un diario peruano: «300 mil víctimas de un plan estatal cuyo fin era reducir la pobreza aún esperan justicia. Resulta increíble que el argumento usado para esterilizar a casi 300 mil personas durante el gobierno de Alberto Fujimori haya sido la lucha contra la pobreza. Entre 1996 y 2000, según un informe de la Defensoría del Pueblo, se realizaron 272.028 ligaduras de trompas y 22.004 vasectomías. 19 personas fallecieron por complicaciones postoperatorias.» («La República», Lima, 12 de mayo de 2021)
Lo más irónico – y trágico – son las circunstancias en las que se escribe ese editorial. En este mismo momento, nuevamente millones de personas por el mundo entero están siendo sometidas a unas medidas forzadas como aislamiento, prohibiciones de trabajar y de viajar, protocolos sanitarios cuya eficacia nunca se comprobó científicamente, etc; y están siendo manipuladas o presionadas para participar en experimentos médicos novedosos cuyas consecuencias nadie conoce. Al mismo tiempo se libra una guerra sucia contra medicamentos accesibles y eficaces que han estado en uso por décadas. Todo eso bajo el argumento de supuestamente reducir las enfermedades. Pero algunos de los riesgos de esos experimentos ya son conocidos: La mitad de los peruanos perdieron su trabajo, y muchos se hundieron en la pobreza; uno de cada tres niños sufre trastornos psicológicos serios; en el mundo entero se dispararon los suicidios; mucha gente tiene su sistema inmunológico debilitado por ser obligados a un estilo de vida malsano, y por la psicosis colectiva, de manera que ahora corren un mayor riesgo de enfermarse que antes; y los números de las víctimas de los efectos adversos de las intervenciones médicas experimentales ni siquiera se publican en el Perú, pero de otros países se sabe que son números muy elevados. El año pasado, el Perú estuvo bajo arresto domiciliario durante cuatro meses. Hacia el fin de ese período, en vez de mejorar su situación, el Perú había saltado al número 1 de la estadística mundial de muertes por millón de habitantes.
De aquí en veinte años, si este mundo todavía existe, seguramente se escribirán editoriales de cómo los millones de víctimas de esas políticas erradas siguen esperando justicia.

Todo eso son consecuencias de las pretensiones de los gobiernos, de actuar como si fueran el salvador del mundo. Dios nos dice que pongamos nuestra confianza en Él, no en los gobernadores de este mundo:

«Mejor es confiar en el Señor, que confiar en el hombre.
Mejor es confiar en el Señor, que confiar en príncipes.»
(Salmo 118:8-9)

«No confíen en los príncipes, ni en un hijo de hombre,
porque no hay en él salvación.
(…) Bienaventurado aquel cuya ayuda es el Dios de Jacob,
cuya esperanza es en el Señor su Dios …»
(Salmo 146:3.5)

«El temor al hombre pondrá un lazo;
pero el que confía en el Señor, será levantado.
Muchos buscan el favor del príncipe;
pero del Señor viene el juicio de cada uno.»
(Prov.29:25-26)


Veamos unas áreas en particular, donde la propaganda ya nos ha acostumbrado a creer que son dominio del estado:

La ayuda a los necesitados.

Se cree hoy en día que el estado es el encargado de proveer por los pobres, de «crear empleos», y de incentivar de diversas maneras el abastecimiento material y financiero de la población. ¿Y cómo se financia eso? – La propaganda nos lo hizo olvidar, pero el estado no tiene dinero, excepto lo que nos quita a nosotros. O sea, el estado nos empobrece a todos, para después devolver a algunos de nosotros los bienes que les quitó. Cuando esa idea era relativamente nueva, todo el mundo la identificaba fácilmente como un postulado del comunismo y marxismo radical. Pero hoy en día, casi todo el mundo lo cree, aun quienes declaran ser opuestos al comunismo.

(Nota: Hoy en día, la propaganda ha avanzado a tal punto que se puede hacer creer a la gente que uno pueda ser «marxista» sin ser «comunista». A los que creen eso, les hago recordar que uno de los escritos más influenciales de Marx era precisamente el «Manifiesto comunista».)

¿Qué dice la Biblia al respecto?

Dios es el proveedor de todos.

«El Señor es mi pastor; nada me faltará.» (Salmo 23:1)
«Joven fui, y he envejecido, y no he visto justo desamparado, ni sus descendientes que mendiguen pan.» (Salmo 37:25)
«Los ojos de todos esperan en ti, y tú les das su comida a su tiempo.
Abres tu mano, y colmas de bendición a todo ser viviente.» (Salmo 145:15)
«No se afanen, pues, diciendo: ¿Qué comeremos?, o ¿Qué beberemos?, o ¿Qué vestiremos?. Porque las naciones buscan todas estas cosas; pero vuestro Padre celestial sabe que ustedes tienen necesidad de todo esto.» (Mateo 6:31-32)

Por tanto, confiar en el estado como proveedor es idolatría.

Dios ordenó la economía de manera que cada uno puede y debe alimentarse por el trabajo de sus propias manos.

«El ladrón no robe más, sino que trabaje, obrando con sus manos lo que es bueno, para que tenga qué compartir con el necesitado.» (Efesios 4:28)
«Porque oímos que algunos de entre ustedes viven desordenadamente, no trabajando en nada, sino entremetiéndose en lo ajeno. A los tales mandamos y exhortamos por nuestro Señor Jesucristo, que trabajando tranquilamente, coman su propio pan.» (2 Tesalonicenses 3:11-12)

En una sociedad que honra a Dios, no hay necesidad de que el gobierno «cree empleos». Cada uno (excepto los enfermos y discapacitados) puede crear su propio trabajo y de esta manera servir a sus prójimos y mantener a su propia familia. Pero hoy en día, a menudo es el mismo gobierno que impide eso: Con sus trámites burocratizados impide que un ciudadano común abra su propio negocio u ofrezca sus servicios; y con impuestos elevados impide que pueda vivir de sus ingresos. (Restricciones similares vienen ahora también de parte de unas grandes empresas que monopolizan ciertos servicios y productos, y de esa manera también ejercen prácticamente funciones de gobierno.)

Cada persona individual es responsable de ayudar a los pobres; cuánto más los que tienen riquezas.

«Si quieres ser perfecto, anda, vende lo que tienes, y dalo a los pobres, y tendrás tesoro en el cielo; y ven, sígueme.» (Mateo 19:21)
«Por tanto entonces mientras tenemos oportunidad, obremos lo bueno hacia todos, y más hacia los del hogar de la fe.» (Gálatas 6:10)
«A los ricos en el tiempo presente manda que no sean altivos, ni pongan su esperanza en la riqueza insegura. En cambio, [que pongan su esperanza] en el Dios viviente, el cual nos provee con todo ricamente para que disfrutemos. Que actúen con virtud, que sean ricos en buenas obras, sean generosos, dispuestos a compartir.» (1 Timoteo 6:17-18)

Según los principios bíblicos, compartir con los pobres es algo que corresponde a cada uno. No por obligación del estado, pero en responsabilidad ante Dios. Y esos donativos se iban directamente a los pobres. No tenían que pasar por un colador de burocracia estatal, donde la mayor parte de los fondos quedan atrapados en las manos de unos funcionarios.

Una alta carga de impuestos es un castigo de Dios sobre un pueblo que le ha desechado.

«Y dijo el Señor a Samuel: (…) A mí me han desechado, para que no reine sobre ellos. (…) Así hará el rey que reinará sobre ustedes: (…) Tomará lo mejor de vuestras tierras, de vuestras viñas y de vuestros olivares, y los dará a sus siervos. Diezmará vuestro grano y vuestras viñas, para dar a sus oficiales y a sus siervos (…) Y ustedes clamarán aquel día a causa de vuestro rey que se habrán elegido, pero el Señor no les responderá en aquel día.» (1 Samuel 8:7.11.14.15.18)


El cuidado por los enfermos.

Por mucho tiempo ya, la propaganda nos ha inducido a creer en la «salud pública». ¿Qué es «salud pública»? – Solamente una persona individual puede diagnosticarse como «sana» o «enferma» en el sentido médico; pero no el «público» en general. Y desde tiempos antiguos rige el secreto profesional de los médicos, que les prohíbe divulgar informaciones acerca de la historia clínica de sus pacientes. Eso testifica de que la salud es un asunto privado, no público. No existe algo así como «salud pública».
Sin embargo, desde el año pasado, los gobiernos del mundo exigen agresivamente el acceso y control sobre los datos acerca del estado de salud de la población entera. O sea, de hecho se ha abolido el secreto médico (aunque los noticieros nunca nos informaron acerca de este suceso grave.)
Lo que quieren decir realmente cuando dicen «salud pública», es «control estatal de la salud de cada uno». (Acerca de este uso propagandístico de la palabra «público», vea también: ¿¿Escuelas públicas?? – Esta confusión deliberada entre «público» y «controlado por el gobierno» también se puede trazar desde el Manifiesto comunista.) O sea: Ahora que ya hemos aceptado que el gobierno deba cuidar a los enfermos, la propaganda va un paso más allá y nos dice que el gobierno también deba ordenarnos, con todo detalle, lo que debemos hacer o no hacer respecto a nuestra salud. En última consecuencia, que nuestro cuerpo y su estado de salud pase a ser propiedad del estado.

¿Qué dice la Biblia al respecto?

Dios es Señor sobre salud y enfermedad, y es el Sanador de los enfermos.

«Si oyes atentamente la voz del Señor tu Dios, y haces lo recto delante de sus ojos (…), ninguna enfermedad de las que envié a los egipcios te enviaré á ti; porque yo soy el Señor tu Sanador.» (Éxodo 15:26)
«Y [Jesús] expulsó a los espíritus con la palabra, y sanó a todos los que estaban mal, para que se cumpliese lo dicho por el profeta Isaías: ‘Él llevó nuestras debilidades, y cargó nuestras enfermedades.’ » (Mateo 8:16-17)
«Si alguien entre ustedes está enfermo, llame a los ancianos de la asamblea, y oren sobre él, ungiéndolo con aceite en el nombre del Señor. Y la oración de fe salvará al agotado, y el Señor lo levantará.» (Santiago 5:14-15)

La Biblia no rechaza los tratamientos médicos. Pasajes como 2 Reyes 20:7, Ez.47:12, Jer.8:22, hablan positivamente de la medicina. La medicina aprovecha las propiedades curativas que Dios mismo puso en ciertas plantas y sustancias. Pero esos tratamientos son administrados por médicos y personas conocedoras de salud, en el libre ejercicio de sus funciones. De ninguna manera es justificado bíblicamente, que el estado imponga ciertos tratamientos y prohíba otros, o que el estado asuma un monopolio sobre el cuidado de los enfermos.


La educación de los niños.

Durante el entero siglo 20, se nos ha adoctrinado en la creencia de que el estado sea el encargado de educar a los niños. Esa propaganda ha sido tan eficaz que hoy en día, muchos padres y madres ni siquiera se creen capaces de educar a sus propios hijos, como lo han hecho los padres y madres durante miles de años.

¿Qué dice la Biblia al respecto?

Los encargados de educar a los niños son sus padres.

«Y estas palabras que yo te mando hoy, estarán sobre tu corazón, y las repetirás a tus hijos, y hablarás de ellas estando en tu casa, y andando por el camino, y al acostarte, y cuando te levantes …» (Deut.6:6-7)
«Porque yo fui hijo de mi padre, delicado y único delante de mi madre. Y él me enseñaba …» (Proverbios 4:3-4)
«Y ustedes padres, no hagan airarse a sus hijos, sino que aliméntenlos en educación y amonestación del Señor.» (Efesios 6:4)
Dios manda a los niños obedecer a sus padres (Efesios 6:1). No existe ningún mandamiento comparable que dijera: «Niños, obedezcan a vuestros profesores».

El único sistema escolar que se menciona en la Biblia, es el del «tutor» o «ayo» («paidagogós» = pedagogo en griego) que se menciona en Gálatas 3:24-25 y 4:1-2. Era usual en las familias de clase media y alta, tener un «tutor» o «pedagogo» que se encargaba de los niños. Ese «pedagogo» no era ningún funcionario del estado. Al contrario, ¡era un esclavo del padre de la familia! Así confirmaban también los usos de la sociedad en general, lo que dice la Biblia: La educación de los niños está bajo la autoridad del padre, no del estado.

Por causa del monopolio estatal sobre la educación, el gobierno tiene ahora también un monopolio sobre la adoctrinación ideológica de los niños. Y así se cierra el círculo vicioso: El estado enseña a los niños desde pequeños, a creer en el credo del estatismo:

«El estado es mi proveedor.
El estado es mi sanador.
El estado es mi educador.»

Y esos niños, cuando llegan a ser adultos, no pueden imaginarse otra cosa que entregar a sus propios hijos también a la educación estatal.

De hecho, revisando los libros escolares que actualmente se usan, encontramos que mayormente consisten en propaganda a favor del estatismo. Por ejemplo, hablan de la protección del medio ambiente, pero no bajo la perspectiva de que el mundo es creación de Dios y cada uno de nosotros es responsable de cuidarlo. En cambio, presentan al estado como el responsable de cuidar el medio ambiente, con la creación de áreas protegidas y promulgando muchas prohibiciones y nuevos impuestos. Hablan del cuidado de la salud – pero no dicen que tenemos un sistema inmunológico que nos protege contra enfermedades, ni dicen como podríamos fortalecerlo. En cambio, enseñan que debemos hacer caso a todos los mandamientos del gobierno, y entonces seremos protegidos contra las enfermedades. En todo, se presentan las políticas del gobierno como la solución. Y aquellos temas que no se pueden politizar tan fácilmente, tales como química y física, parece que se botaron del currículo escolar por completo durante el año pasado.

Además, notamos en los libros escolares y en la propaganda en general, que el enfoque se está desplazando poco a poco, desde el gobierno nacional hacia las organizaciones internacionales. Eso indica que efectivamente se está preparando el cumplimiento final de la visión de Juan, donde el poder ya no está en las manos de estados soberanos, sino en las manos de un gobierno «sobre toda tribu, pueblo, lengua y nación».


El objetivo de todo eso es un gobierno totalitario. O sea, un gobierno que reglamenta y controla todos los aspectos de la vida humana sin excepción. En otras palabras, se quiere atribuir al gobierno los atributos divinos:

Quiere que el gobierno sea omnipotente: Que pueda obligar a cada ciudadano a hacer cualquier cosa que el gobierno quiere, sin que el ciudadano tenga algún recurso en contra de la arbitrariedad y violencia por parte del gobierno.

Quiere que el gobierno sea omnipresente: Que pueda vigilar a cada ciudadano todo el tiempo, las 24 horas del día. Que el gobierno tenga conocimiento acerca de cada detalle: dónde te encuentras, con quiénes te comunicas, lo que hablas y escribes, tu estado de salud, tus transacciones financieras … absolutamente todo. Que nada y nadie se pueda esconder ante los ojos y oídos vigilantes del estado.

Quiere que el gobierno sea omnisciente: Que sea el gobierno quien define cuál es la verdad. Que nadie pueda contradecir al «conocimiento superior» que es divulgado por el estado. Que todas las opiniones y todos los hechos contrarios al narrativo oficial del estado sean censurados, eliminados y castigados.

El estado todopoderoso quiere hacernos creer que él es encargado y capaz de librarnos de todas las amenazas y emergencias. Que el estado va a revertir el cambio climático, que el estado va a erradicar las enfermedades, que el estado va a alimentarnos en la hambruna, que el estado va a desviar los asteroides que podrían colisionar con la Tierra … – todo eso, si nosotros somos sumisos y obedientes y cumplimos al pie de la letra con lo que el estado nos ordena. Entonces, si las promesas no se cumplen, es nuestra culpa – porque no hemos sido lo suficientemente obedientes.

El totalitarismo no tiene afiliación política. Partidos que se llaman de la «izquierda», como los que se llaman de la «derecha», son igualmente infectados por él. Tampoco tiene afiliación religiosa. Católicos, evangélicos, y ateos por igual, se han convertido en sus seguidores.

Esta es la meta última de los cambios en la política de los gobiernos que sucedieron últimamente, de manera coordinada en el mundo entero. Ya es lo suficientemente preocupante que se hayan abolido los derechos humanos, y que todo apunte a la introducción de una dictadura al nivel mundial. Pero aun más allá de eso, se nos influencia de manera subliminal para que finalmente aceptemos a ese gobierno como Dios.


Hoy en día, muchos cristianos dicen que hay que hacer todo lo que el gobierno manda, y citan Romanos 13:1: «Toda persona se someta a las autoridades predominantes. Porque no hay autoridad sino por Dios, y las autoridades existentes son colocadas por Dios.» ¿Significa eso que debemos tener a las autoridades como dioses, si ellas lo exigen así? – De ninguna manera. El mismo capítulo Romanos 13 continúa así: «(…) ¿Quieres no temer a la autoridad? Haz lo bueno, y tendrás alabanza de ella; porque te es siervo de Dios para lo bueno. Pero si haces lo malo, teme; porque no sin razón lleva la espada, porque es siervo de Dios, vengador para ira contra el que practica lo malo.» (Versos 3 y 4). Aquí dice claramente para qué es el gobierno: Para alabar las obras buenas, y para castigar lo malo. O sea, para administrar justicia, según los criterios de Dios. Sigue siendo Dios, no el gobierno, quien define qué es bueno y qué es malo. Y el gobierno no está para alimentar a los pobres, ni para sanar a los enfermos, ni para educar a los niños, ni para decirnos a quién debemos adorar. Un gobierno que quiere imponer órdenes acerca de esas áreas, está sobrepasando los límites de sus competencias asignadas por Dios. El principio bíblico general es el que enunció Pedro ante el gobierno de Jerusalén: «Hay que obedecer a Dios más que a los hombres.» (Hechos 5:29)
Pablo escribió la carta a los romanos, cuando los emperadores todavía no habían empezado a perseguir a los cristianos. En cambio Juan recibió su visión del Apocalipsis unos 30 a 40 años más tarde, cuando la verdadera naturaleza del imperio romano ya se había hecho muy obvia. Romanos 13 no es la palabra definitiva acerca de las autoridades. Como mínimo, tenemos que considerar también Apocalipsis 13.

Negarse a idolatrar al estado, no es «rebeldía». Rebeldía sería, intentar derrocar al gobierno. Dios nunca dijo que los cristianos hicieran eso. Los cristianos en el imperio romano seguían obedeciendo al gobierno, en todo lo que pudieron obedecer con conciencia limpia ante Dios. Pero se negaron a idolatrarlo.

Tristemente, aun las iglesias evangélicas están preparando a su gente a recibir la marca de la bestia. Ellas mismas enseñan que hay que «someterse bajo la autoridad«, sin examinar, sin hacer preguntas, sin ejercer discernimiento. Esta es una de las señales más llamativas de que vivimos en la apostasía de los últimos tiempos, que está profetizada en 2 Tes.2:3. Solamente los que aman la verdad, serán capaces de detectar y resistir las mentiras que se están difundiendo en estos últimos tiempos (2 Tes.2:10-12).

Daniel y sus amigos se habían «propuesto en su corazón, no contaminarse» (Daniel 1:8), cuando todavía no se encontraban en una situación de vida o muerte. Por eso pudieron mantenerse firmes aun más tarde, cuando sus vidas sí estaban amenazadas. En el mundo occidental, la mayoría de los cristianos todavía no están en peligro de muerte cuando se niegan a aceptar al estado como omnipotente, omnipresente y omnisciente. Pero desde el año pasado, el precio empezó a aumentar considerablemente. ¿Usted ya hizo su decisión fundamental, si va a adorar a Dios o a César? Si no, es urgente que lo piense bien.

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Se busca: Ladrón optimista

Hace poco, al ordenar papeles viejos, me topé con una infografía titulada «Perfil del profesional competitivo» (Diario «La República», Lima, 4 de diciembre de 2014). Aunque tiene más de cinco años de antigüedad, supongo que diversos aspectos de aquella infografía siguen vigentes. Se trata, aparentemente, de los resultados de encuestas entre empresas, acerca de las cualidades que ellas más valoran en sus empleados profesionales.

Algunos puntos dan lugar a esperanza. Por ejemplo, en el aspecto académico, las empresas (según la infografía) valoran «Especialización y actualización» por encima de «Doctorado, maestría o diplomado». Así que, quizás, un genio comercial como Bill Gates o Soichiro Honda, quienes abandonaron sus estudios por fundar sus empresas, podría tener alguna oportunidad de éxito aun en la sociedad peruana.

Por el otro lado, en ningún lugar de la infografía aparece la capacidad para el estudio independiente y la investigación como una cualidad deseable. Aparentemente, a las empresas peruanas tampoco les interesa si sus profesionales han demostrado sus capacidades de alguna manera práctica. Por ejemplo, si alguna vez han fundado una empresa propia o una asociación para el bien común, si han hecho algún invento, escrito algún libro, o si alguna vez han destacado por alguna acción original o novedosa a favor del desarrollo económico o social. Estas son capacidades altamente valoradas en países que lideran el avance tecnológico y científico. Recordemos que la infografía se refiere específicamente a profesionales, no a simples obreros. Pero las empresas peruanas, según parece, siguen teniendo su horizonte limitado a los papeles y diplomas que certifican que un candidato ha pasado una detereminada cantidad de horas de su vida sentado en las aulas de alguna institución académica. Si en todas esas horas desarrollaron también alguna capacidad de utilidad práctica o no – eso parece interesarlos menos.

En una lista de «cualidades», por lo menos aparece «Innovación y creatividad«; pero en el último lugar de la lista, apenas visible.

Y ahora la cosa se vuelve realmente preocupante: En una lista de «valores» deseables, en el primer lugar figura «Optimismo» (33%). «Honestidad» ocupa el último lugar (6%). En la mayoría de las concepciones éticas y morales (quizás con excepción del pragmatismo), «optimismo» ni siquiera es un «valor». Se caracterizaría más acertadamente como una «disposición psicológica», o un aspecto del temperamento personal, pero no un «valor». Un «valor» es una calidad ética; pero el optimismo es una calidad psicológica. – Sin embargo, las empresas peruanas lo califican como el «valor» más deseable. Preferirán a un ladrón, un estafador, un mentiroso, en vez de un colaborador honesto – con tal que sea optimista.

¿Por qué la honestidad tiene tan poca demanda? – ¿Será porque muchos empresarios y empleadores tampoco son honestos? Si un empresario corrupto contrata a un profesional honesto, corre el peligro de que ese profesional honesto lo descubra y lo denuncie. Entonces preferirá contratar a profesionales deshonestos.

Pero eso tiene consecuencias desastrosas para la sociedad y la economía. Donde no hay honestidad, se destruye la confianza. Efectivamente, unas investigaciones señalaron que el Perú es uno de los países donde la gente menos confía unos en otros.
Pero la confianza es uno de los ingredientes más importantes de una buena economía. Donde no hay confianza, se rompen los contratos, causando perjuicios a una de las partes o a ambas. Donde no hay confianza, se invierten millones en trabajos que no son productivos, o que incluso reducen la productividad de los demás: Mecanismos de vigilancia y control; burocracia estatal; corrupción y otras actividades delictivas. El Perú es también uno de los países que más trabas impone contra la creación de una empresa propia. Una economía de desconfianza no puede ser exitosa.

Todo eso está estrechamente relacionado con la educación y el sistema escolar. Una gran parte del sistema escolar se basa en la «pedagogía de la socialización». Ésa dice que es tarea de la escuela, formar la clase de personas que la sociedad exige. O sea, formar a personas adaptadas a la sociedad; personas que «siguen la corriente». Y aquellos alumnos que no se conforman, tienen que ser corregidos, reeducados, «nivelados», humillados … hasta que ellos se conforman también.
Ahora, si el miembro mejor adaptado a la sociedad es el ladrón optimista, ¿será entonces la meta educativa del sistema escolar, formar ladrones optimistas? – De hecho, la muy propagada «educación para la competitividad» apunta exactamente a éso. Se premia al que vence a sus competidores, sin importar si sus métodos son honestos o no.

Ahora podríamos hacer la pregunta acerca de la gallina y el huevo: ¿Cuál fue primero? ¿Fue primero un sistema escolar que incentiva la corrupción y la deshonestidad, y entonces los egresados formaron empresas según ese mismo molde? ¿O fueron primero las empresas deshonestas, y entonces el sistema escolar se adaptó para formar a la clase de gente que esas empresas requieren?

Pero más útil será preguntar cómo podemos romper ese círculo vicioso. Empecemos con lo más cercano: nuestros propios hijos. Eduque a sus hijos en la honestidad, dando usted mismo(a) el ejemplo. Y sáquelos de un sistema escolar deshonesto y corrupto. Existen alternativas; este blog presenta varias de ellas. Si tiene preguntas o consultas prácticas, envíelas mediante el formulario de comentarios.

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El déficit de atención que sufren todos los niños

Sigue en aumento el número de niños diagnosticados con TDAH (Trastorno de Déficit de atención y Hiperactividad). Tengo mis dudas acerca de este «trastorno». En un niño sano, lo normal es que quiere ser activo. Tiene necesidad de moverse, de hacer algo con sus manos, de hacer experiencias. Su cerebro necesita estas actividades, porque le proveen las impresiones sensoriales que estimulan su desarrollo.
Algunos niños necesitan una mayor cantidad de movimiento que otros, y tienen menos facilidad de ordenar y procesar los impulsos sensoriales. Pero ¿es justificado, llamar a eso un «trastorno»? ¿No será que estamos diagnosticando como «trastorno» algo que es completamente normal? ¿y que mas bien nuestro sistema escolar masificado exige de los niños que actúen en contra de su naturaleza?

Como dijo el pediatra Carlos González en el documental «La educación prohibida«:

«Una de dos: O los niños ahora son mucho más hiperactivos que antes – cosa que me cuesta creer, pero entonces tendríamos que preguntarnos cuál es la causa de este problema, y qué hemos hecho para que los niños estén así. O los niños son igual que antes, y entonces ¿qué hemos hecho para que ya no los aguantamos?»

En nuestro refuerzo escolar tuvimos a un niño de siete años, que había sido diagnosticado con TDAH. En los primeros días no pudo estar sentado tranquilamente en ningún lugar. Cada cinco minutos dijo: «Tengo que ir al baño», y corrió. Literalmente, cada cinco minutos.
Llegó el recreo, y él se quedó con su tarea. «¿No quieres salir a jugar?», le pregunté. – «No.» – «¿Por qué no?» – «Mi mamá podría verme. Me va a reñir si me ve jugando.» (Él vivía justo al frente de nuestra casa.)
Mi esposa y yo decidimos hacer una visita a su casa. Hablamos a su mamá acerca de las necesidades de los niños, y le aconsejamos permitir a su hijo que juegue al aire libre. Felizmente, esa madre fue comprensiva, y decidió seguir nuestro consejo. El niño empezó a jugar y correr feliz con los otros niños. Dentro de pocas semanas, los síntomas de «hiperactividad» habían desaparecido casi por completo.

La psicóloga Dr.Marilyn Wedge, en un artículo titulado «Why French Kids Don’t Have ADHD» («Por qué los niños franceses no tienen TDAH») en la revista «Psychology Today«, analizó el hecho sorprendente de que en los Estados Unidos, uno de cada 11 niños es diagnosticado con TDAH, mientras que en Francia es menos que uno en 200. Eso se debe a que en EEUU, se cree que la hiperactividad es síntoma de un trastorno biológico-neurológico innato. (Aunque eso nunca se ha demostrado científicamente.) Por tanto, todo niño que muestra signos de hiperactividad, se diagnostica con este «trastorno», y se trata con medicamentos. (Esos medicamentos proveen grandes ganancias a la industria farmacéutica, pero a menudo hacen más daño que bien a los niños.)
En Francia, en cambio, la causa de la hiperactividad se busca primero en el entorno social del niño (familia, escuela), y se tratan esos problemas con consejería familiar, psicoterapia, o intervenciones pedagógicas. En consecuencia, los síntomas desaparecen en la mayoría de los casos.

Marylin Wedge profundiza el tema en su libro «A Disease Called Childhood» («Una enfermedad llamada niñez»). Demuestra que en la gran mayoría de los casos, el diagnóstico de TDAH es injustificado.

Exigencias irrazonables a los niños

La definición tradicional del «déficit de atención» da por sentado que es el niño quien debe prestar atención. Nunca antes en la historia se exigía de los niños que estuviesen «atentos» durante cinco, seis, o incluso ocho horas seguidas cada día, con muy pocas oportunidades en el intermedio para recrearse. Aun la mayoría de los adultos no podemos «prestar atención» durante más de cuatro horas. Después de ese tiempo, empezamos a sufrir problemas de concentración; y empezamos a olvidar las informaciones que recibimos en las primeras cuatro horas, porque son desplazadas por las informaciones nuevas.

Solamente los niños «hiperpasivos» o «hiper-apáticos» pueden soportar tanto tiempo sentados tranquilamente. Y eso sí que es un trastorno serio, porque esos niños sufren un retraso preocupante en su desarrollo intelectual, emocional, y social. Pero eso no se diagnostica como «trastorno», porque esos niños no interrumpen el funcionamiento del sistema escolar.

El «otro» déficit de atención

Consideremos ahora que los niños, aparte de «prestar» atención, también necesitan recibir atención. Necesitan que alguien los escuche, los entienda, que alguien mire sus logros, que alguien les ayude a resolver sus dificultades. ¿Les estamos dando esa atención?

Las personas más indicadas para dar esa atención a los niños, son sus padres. Ellos son sus personas de contacto más cercanas, y son los encargados de su educación. Hoy en día, demasiados padres piensan que han cumplido con su responsabilidad, si mandan a sus hijos a una escuela para que otras personas los eduquen. Pero los niños necesitan la atención personal de sus padres. Si no la reciben, entonces sí sufren de un «déficit de atención». Y esta clase de déficit de atención sí puede causar trastornos psicológicos reales, desde una baja autoestima hasta depresiones, neurosis, y pensamientos de suicidio.

En el sistema escolar convencional, los profesores pueden dedicar muy poco tiempo a la interacción personal con sus alumnos – según unas observaciones hechas, solamente de cinco a diez minutos al día. Con treinta alumnos en un salón, eso significa que cada alumno(a) recibe diariamente no más de diez a veinte segundos de atención personal por parte de su profesor(a). A muchos profesores no les interesan realmente las vivencias, opiniones y emociones de los niños, más allá de lo que es necesario para alcanzar los objetivos del aprendizaje. ¡No nos sorprende que los alumnos sufran de un «déficit de atención»!

Los que más sufren, a menudo son los niños hiperpasivos. Los hiperactivos causan problemas, y así por lo menos reciben su porción de atención por parte de los adultos (aunque a menudo de forma negativa). Los hiperpasivos, en cambio, a menudo pasan desapercibidos. No opinan, no interrumpen, no causan problemas; entonces los adultos no tienen motivo de ocuparse con ellos. Pero esa falta de atención refuerza aun más la pasividad del niño.

Cuando un niño deja de contarnos lo que le causó risa, o alegría, o tristeza, o miedo; cuando deja de pedir nuestra ayuda para alcanzar una meta difícil; cuando deja de mostrarnos alegremente sus inventos y sus obras de arte (o las muestra solamente para obtener una calificación) – todo eso son señales de alarma. Indican que el niño se ha resignado a vivir con su «déficit de atención». Ya no cree que los adultos le darían la atención que necesita para desarrollarse de una manera saludable. Ya no cree que merece ser tomado en serio.

Prestemos más atención personal a los niños, y esforcémonos para comprenderlos. Entonces muchos otros problemas de la niñez disminuirán drásticamente.

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Educación para la irresponsabilidad

En el artículo anterior mencioné que el maltrato produce irresponsabilidad. Pero el maltrato no es el único factor en esta forma de educar, que produce una entera sociedad irresponsable. Mencionaré tres otros ingredientes que observo con frecuencia en la educación peruana, tanto en el sistema escolar como en las familias:

Imprevisibilidad y arbitrariedad

Muchas familias no mantienen ningún orden previsible en sus actividades, en sus reglas de conducta, y en las responsabilidades de cada miembro de la familia. Aunque los padres esperan de sus hijos que les ayuden en los quehaceres de la casa, pero no les asignan ninguna responsabilidad definida. En cambio, pueden llamarlos en cualquier momento del día, de manera completamente imprevisible: «¡Ven a pelar las papas!» – «¡Anda a comprarme unos clavos, los necesito ahora!» – «¡Ven a barrer el piso!»

De manera similar, en muchos hogares no existe orden en el horario diario. No existe hora para levantarse; los niños tienen que levantarse cuando su mamá los hace despertar. Un día, eso puede ser a las cinco y media de la mañana; otro día a las cuarto para las ocho, cinco minutos antes de que tengan que irse a la escuela. – Cuando regresan de la escuela, los niños no pueden saber si habrá almuerzo en la casa: quizás hay un almuerzo listo; quizás tienen que esperar una hora hasta que esté listo; quizás no hay nadie en casa, y los niños tienen que prepararse algo ellos mismos, o tienen que ir al restaurante.

El problema no está en que los niños tengan que ayudar en la casa. El problema consiste en que no se les da ninguna oportunidad de comprometerse con un deber regular, constante, y de cumplirlo con responsabilidad. ¿Para qué sentirme responsable, si lo que hoy fue mi deber, mañana ya no lo es? ¿Para qué disciplinarme para levantarme a la hora, si «la hora» no existe, y nunca puedo saber a qué hora me harán levantar el día siguiente?

Aun en las escuelas, a menudo reina la misma clase de arbitrariedad. Exámenes anunciados se suspenden de un día al otro, o los temas se cambian arbitrariamente. Entonces, ¿para qué prepararse? – Profesores asignan trabajos individuales o grupales, y en medio del trabajo cambian arbitrariamente las condiciones; y después de la entrega, los califican según criterios otra vez distintos de los anunciados. Entonces, ¿para qué esforzarse?
Todas estas prácticas destruyen la motivación de los alumnos, y les enseñan que es mejor ser irresponsable, en vez de ser diligente y cumplido.

El micromanejo

Este punto está de cierta manera relacionado con el anterior. Algunos padres quieren «manejar» y controlar cada detalle en la vida de sus hijos: cómo deben vestirse, qué jugetes deben tener, con quiénes jugar, con qué colores pintar, cuál comida debe gustarles y cuál no, etc. No me refiero con eso al tener ciertas reglas fijas en la casa. Me refiero a que en cualquier momento, los padres dicen arbitrariamente cosas como: «Anda a tu cuarto y juega con tu hermano.» – «Ponte la camisa amarilla.» – «No uses este color al pintar.» – «Deja de jugar con esa muñeca.» – Etc.
O sea, los padres se creen los encargados de prescribir a sus hijos minuciosamente, en cada momento, lo que deben hacer o no deben hacer. Con eso impiden que los niños aprendan a hacer decisiones, a manejar ellos mismos su vida, a asumir compromisos y cumplirlos.

¡Y cuánto más la escuela! Tantos profesores creen que se va a «perder la disciplina» si no mantienen un control estricto y minucioso sobre la manera cómo se sientan los alumnos, los colores que usan al escribir en sus cuadernos, en cuál cuadrícula colocar el título y cómo subrayarlo, etc. etc. No extraña que esos alumnos, tan pronto como escapan de ese ambiente de micromanejo, exhiban un comportamiento de lo más indisciplinado. Observe a unos grupos de alumnos en la calle, inmediatamente después de la salida de su escuela, y sabrá a qué me refiero.

Exigencias irrazonables

Los niños escolares son sometidos a unas exigencias completamente inapropiadas a su edad y su nivel de comprensión. Es irrazonable, exponer a niños de primaria a textos escolares escritos en un lenguaje tan técnico y abstracto que no lo pueden entender. Es irrazonable, exigir que los niños de nueve años aprendan a resolver ecuaciones. Es irrazonable, exigir que un niño después de siete horas en la escuela pase todavía otras cinco horas haciendo tareas en casa. (No es una exageración. He conocido a niños de diez años, que regularmente fueron obligados a quedarse hasta la medianoche haciendo tareas.)

En este respecto, veo en las publicaciones del ministerio de educación, que por lo menos unas cuantas personas se han dado cuenta del problema, y están intentando contrarrestarlo. Dicen por ejemplo, que en los jardines de infancia no se deben trabajar la lectura y escritura formal, ni operaciones matemáticas. Y que el juego y el movimiento al aire libre son importantes para el desarrollo del niño. Pero la alianza de padres y profesores demasiado ambiciosos, y funcionarios locales ignorantes de una buena educación, impiden que se cumplan estas buenas intenciones.

La Biblia dice: «Padres, no provoquen a sus hijos, para que no se desanimen.» (Colosenses 3:21) Las exigencias irrazonables son provocaciones que conducen al desánimo. Nadie se va a esforzar seriamente por una meta que desde el principio es inalcanzable.

Salidas ilícitas

¿Qué hacen los profesores, cuando sus alumnos no pueden cumplir con esas exigencias irrazonables? – Les proveen una salida para cumplir «según la apariencia», aunque no en realidad. Los alumnos pueden llorar y pedir clemencia, y entonces el profesor «les hace un favor» y les aumenta su nota. O pueden sobornar al profesor, y de esta manera «comprarse» una nota mejor. O pueden copiar los resultados de los muy pocos alumnos que sí son capaces de cumplir con las exigencias. O si es un trabajo en casa, pueden buscar las respuestas en internet.
Conocí a una alumna que tenía muchas dificultades en matemática. Cada día, su profesora le daba la misma tarea: Copiar a su libro de trabajo las soluciones desde la clave de respuestas. Así, la niña tenía todo resuelto «según la apariencia» – pero por supuesto que no aprendió nada de matemática.

Lo mismo sucede en la sociedad «en lo grande». Cuando las exigencias son imposibles de cumplir, es necesario proveer alguna otra salida. ¿Qué haría una universidad, si ninguno de sus estudiantes logra aprobar los exámenes? ¿Qué haría una ciudad sin empresas, porque nadie puede cumplir los requisitos de los trámites para la constitución de una empresa? ¿o sin choferes, ya que nadie logra aprobar el examen de manejo? En estas situaciones, la sociedad no podría sobrevivir sin esas salidas ilícitas que permiten cumplir «según la apariencia»: el tráfico de influencias, los sobornos, los engaños y las falsificaciones; o para quienes no tienen esas posibilidades, la informalidad y la clandestinidad.

Esta es la mezcla tóxica que engendra la irresponsabilidad y la corrupción: las exigencias irrazonables, y la oferta de salidas ilícitas. Es una plaga que afecta a la sociedad entera. Pero todo comienza en el sistema escolar, donde se acostumbra a los niños desde una edad temprana a que la sociedad «funciona» así.

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El síndrome de Estocolmo y la educación peruana

Hace poco, la siguiente noticia me llamó la atención:

«Con pancartas en mano y arengas, un grupo de personas se reunió en la puerta del local de la Ugel Sur (autoridad local del sistema escolar peruano), en el distrito de José Luis Bustamante y Rivero en Arequipa, exigiendo “justicia” para el docente Ernesto Murillo Laura. Este último es investigado por la Fiscalía por golpear a sus estudiantes por no hacer la tarea.

Según contaron 18 alumnos de la institución educativa Santa María de la Paz, su profesor de matemática, Murillo Laura, los agredió con un palo, provocando que algunos de ellos terminen llorando o quejándose por el dolor.
De acuerdo a las investigaciones de la Fiscalía Provincial Civil y Familia de Paucarpata, los alumnos presentaban hematomas en los brazos y piernas, así como en la cabeza. Los exámenes médicos determinaron que un grupo de los estudiantes requeriría hasta tres días para sanar.

Enterados de las denuncias, la mañana de este viernes, un grupo integrado por padres de familia y exalumnos del colegio Santa María de la Paz, realizaron una manifestación exigiendo que el docente Ernesto Murillo sea repuesto en su trabajo. Esto debido a que las autoridades de la Gerencia Regional de Educación de Arequipa lo suspendieron hasta que culminen las investigaciones.

Una de las madres asistente defendió al profesor asegurando que ella inclusive autorizaba al docente para corregir a su hijo si no cumplía sus tareas o llegaba tarde a clases. «Si lo tiene que rajar, rájelo”, le había dicho la mujer a Ernesto Murillo.

En tanto, un grupo de exalumnos de la promoción 2017 de la I.E. Santa María de la Paz mostró su respaldo al docente asegurando que siempre les prestó apoyo cuando lo necesitaron y que incluso es un profesor ejemplo. Uno de los jóvenes, le dirigió unas palabras al maestro agradeciendo las reprimendas.»

(Diario «La República», Lima, 17 de mayo de 2019)

Maltrato inexcusable

Ahora, éste es un caso claro de maltrato; incluso bordea a tortura. Aun los más ardientes defensores de castigar físicamente a los niños, ¡no podrán sostener que eso implique infligirles «hematomas que demoran tres días en sanar»! Y si uno quisiera argumentar con la Biblia (como es apropiado en un blog sobre educación cristiana), es cierto que hay algunos pasajes que se podrían interpretar en el sentido de un castigo físico (¡aunque no hasta el punto del maltrato!). Pero ésos se refieren exclusivamente al trato de los padres con sus hijos; no dan derecho a nadie a castigar a los hijos de otra gente. Y se refieren únicamente a lo que la Biblia llama «necedad»; o sea la obstinación deliberada, cuando alguien permanece en una actitud claramente pecaminosa, negándose a escuchar y a cambiar. Además, en el entorno hebreo, la responsabilidad disciplinaria de los padres por sus hijos terminaba cuando éste celebraba su «Bar Mitzwa», o sea, a los trece años de edad.

Nada de eso se puede aplicar a la situación referida. No se trataba de una situación entre padres e hijos. Y no se trataba de una actitud obstinada de parte de los alumnos. A lo máximo se trataba de simples negligencias, tales como olvidar sus tareas. Y según los testimonios que escucho de los alumnos del sistema escolar, sé que muy a menudo son castigados por cosas que ni siquiera son culpa de ellos: por no entender un tema (y en consecuencia no poder hacer su tarea); por tener una nota baja en un examen (a pesar de sus mejores esfuerzos); o incluso por asistir a la escuela sin uniforme (aunque la ley dice que a nadie se le puede obligar a usar el uniforme escolar). Nada de eso es una «maldad» por parte del alumno, y por tanto no merece ningún castigo. Pero en el sistema peruano está todavía demasiado arraigada la idea de que toda dificultad académica sea la culpa del alumno; se le grita «¡¿Por qué no estudias?!»; y padres y profesores no se detienen para considerar que quizás le están imponiendo unas exigencias completamente irrazonables. Este sistema castiga al pez porque no logra trepar un árbol, y al mono porque no logra nadar.

Además, la noticia se refiere a alumnos de secundaria, o sea adolescentes, ya no niños. Todo buen pedagogo sabe que con alumnos de esa edad, un buen educador fundamenta sus decisiones, llega a conclusiones dialogando, y no aplica medidas de fuerza bruta. Lo cual es confirmado también por la sabiduría del pueblo hebreo con su institución de «Bar Mitzwa».

Lo que causa el síndrome de Estocolmo en las víctimas

¿Por qué entonces unos exalumnos y padres se ponen a defender a la persona que cometió tales maltratos, y que ahora tiene que sufrir las consecuencias justas de sus actos? ¿Significa eso que el maltrato no era tan malo; que no hizo daño a las personas afectadas? – Al contrario. El daño fue aun más grande de lo que ellos se imaginan. El maltrato no solamente dañó su cuerpo; además indujo en ellos un trastorno psicológico poco frecuente, que es conocido bajo el nombre de «Síndrome de Estocolmo».

Este síndrome fue investigado por primera vez en 1973, en la ciudad sueca de Estocolmo. Los asaltantes de un banco habían mantenido como rehenes a cuatro personas durante seis días, y los amenazaban de muerte. Cuando llegó la policía para liberarlos, los rehenes se pusieron del lado de los asaltantes, y los defendieron contra la policía. También en el juicio contra los asaltantes, los rehenes testificaron a favor de ellos.

Se llegaron a conocer otros casos, donde las víctimas de extrema violencia tomaron partido a favor de los agresores. El síndrome de Estocolmo se ha observado, entre otros, en víctimas de secuestros, prisioneros de guerra, miembros de sectas, y frecuentemente en víctimas de violencia doméstica.
Psicológicamente, se explica como un mecanismo de negación o de disociación cognitiva, para poder soportar una situación extremamente dolorosa que la víctima no puede controlar ni evitar. Trágicamente, este síndrome persiste aun después de que la situación de violencia ya pasó. Así lo demuestra el caso de los rehenes de Estocolmo, y también el caso de los exalumnos mencionados en la noticia arriba. Aun años después de los maltratos, los afectados por el síndrome de Estocolmo salen en defensa del agresor que los victimizó.

El fin no justifica los medios

Quizás alguien me dirá que no se puede comparar un profesor con un asaltante. «El profesor hace un bien a sus alumnos, porque les imparte educación.» – Pero el asaltante que toma rehenes, también les hace bien: por ejemplo, los alimenta, y les provee un lugar donde dormir. ¿Acaso justifica eso el mal que les hace? Igualmente tenemos que preguntar: ¿El «bien» de impartir educación, acaso justifica torturar a los alumnos? ¿Acaso no existen otras maneras de educar?

No conozco al profesor mencionado en la noticia, así que no puedo opinar acerca de su motivación. Pueden existir unos profesores tan mal orientados que sinceramente creen que al maltratar a sus alumnos les hacen un bien. Pero aun si eso fuera el caso: ¿acaso los golpes duelen menos cuando son «bien intencionados», o cuando proceden de ignorancia pedagógica? Y si los alumnos necesitan una corrección cuando no tienen sus tareas hechas, ¿acaso no necesita también un tal profesor una corrección, cuando maltrata a sus alumnos?

Y existen también profesores cuya motivación es menos buena. Algunos «imparten educación», no porque fueran personas buenas; lo hacen simplemente porque tienen que hacer algo para ganarse la vida. Otros lo hacen porque disfrutan de ejercer control sobre otros y dominar sobre ellos.

Y no hay que subestimar las rivalidades que existen entre profesores, y entre escuelas – a menudo incentivadas por un sistema de calificaciones que es tan injusto con los profesores, como lo es con los alumnos. De diversas maneras, profesores y escuelas son premiados cuando sus alumnos muestran un «rendimiento» alto, y son castigados cuando el «rendimiento» es bajo. Eso hace que muchos profesores se preocupen más por su propia reputación y la de su escuela, en vez del bienestar de sus alumnos. Los alumnos se convierten en esclavos que tienen que trabajar para que el profesor avance en su carrera.
Otra consecuencia triste es que muy pocos profesores se disponen voluntariamente a trabajar con alumnos que tienen dificultades de aprendizaje, porque el sistema no los premia por este esfuerzo. Así que justo aquellos alumnos que necesitarían el mayor apoyo, son aun más marginados y maltratados.

¿Hay que ser agradecido por el maltrato?

Un día mi esposa me preguntó: «¿Qué podemos responder a las personas que dicen que son agradecidas por el maltrato que sufrieron en su niñez, porque dicen que gracias a eso han tenido éxito en la vida, han llegado a ser profesionales, etc?» Parece que esos casos son bastante frecuente. Me contó también de otro caso, de una persona que había estudiado tres carreras, pero no concluyó ninguna y sigue hasta hoy sin profesión, y que dijo: «Si mis padres hubieran sido más duros conmigo, yo hubiera terminado mi carrera, y tendría una mejor vida ahora.»

Yo preguntaría a una persona así: «Qué piensas, ¿qué dice eso acerca de tu propio carácter?» – A la edad de abandonar una carrera, uno ya es adulto(a). Tiene una edad donde se espera que una persona sea capaz de gestionar su propia vida, y de responsabilizarse de sus propias decisiones y actos. Si alguien manifiesta que a esa edad necesita todavía un papá, una mamá, o un profesor corriendo tras ella con un palo para que cumpla sus deberes, esa persona testifica que tiene un carácter irresponsable, y que deliberadamente ha escogido seguir siendo irresponsable. Porque las personas responsables asumen ellas mismas la responsabilidad por sus decisiones; no buscan culpar a sus padres o a otras personas.

El maltrato no produce un carácter responsable. En algunos produce un carácter muy sumiso, dependiente, e inmaduro. En otros produce un carácter rebelde y vengativo. Pero no puede producir responsabilidad; porque el maltrato aniquila la voluntad propia, y sofoca la capacidad de hacer decisiones y de responsabilizarse de ellas.
Sin duda, ésa es una de las razones por qué el Perú tiene una cantidad tan grande de profesionales irresponsables. Ingenieros cuyas construcciones se derrumban; médicos que matan a sus pacientes; fiscales y jueces corruptos; profesores que no entienden los temas que deben enseñar … la lista es interminable. Muchos de esos profesionales no escogieron su profesión por voluntad propia: Fueron obligados a ella con golpes, y siguen ejerciéndola solamente porque en su subconsciente siguen sintiendo el palo de sus padres o de sus profesores a sus espaldas. Otros escogieron una carrera, no porque les interesara o les gustase, sino solamente como un medio fácil de ganar plata – y esa motivación también, a menudo es inducida por las presiones de padres o profesores. No sorprende que existan tantos profesionales sin verdadera vocación.

Y ahora, como demuestra la noticia citada al inicio, la gente irresponsable, producto de un sistema de maltrato, sale a las calles para exigir que se cometa otra irresponsabillidad: que un maltratador sea librado de las consecuencias justas de sus actos. Así es como una educación torcida prepara el camino para todo lo que viene después: la irresponsabilidad en el ejercicio de la profesión; las maniobras de encubrimiento para que los errores y defectos no salgan a la luz; el tráfico de influencias para que los menos aptos ocupen los puestos más importantes; la corrupción en el gobierno y el blindaje a los mafiosos. Todo eso está relacionado con esa mentalidad torcida que elogia a los agresores y culpa a las víctimas.

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Desiglesianizar la vida cristiana

Al hablar de «educación cristiana», muchos piensan en «educación eclesiástica», o sea, entrenar a los niños a que se adapten a las costumbres de una iglesia determinada, o incluso hacerlos educar directamente por líderes o «funcionarios» de dicha iglesia. Pero no se trata de eso. De hecho, en mi opinión (aunque esta opinión pueda ofender a algunos lectores), las iglesias como instituciones están tan alejadas de una verdadera vida cristiana, como las escuelas están alejadas de una verdadera educación. (Vea «Iglesias y escuelas: Los problemas creados al remplazar la familia por instituciones».)
Muchos de nosotros tenemos una mente «escolarizada» y tenemos dificultad de imaginarnos una educación diferente al sistema escolar, porque hemos crecido dentro de ese sistema. Necesitamos entonces desescolarizar nuestra mente.
De la misma manera, muchos de los que nos identificamos como cristianos, tenemos una mente «iglesianizada». Hemos conocido la fe cristiana en una iglesia institucionalizada, nos hemos adaptado a las costumbres y tradiciones de esa iglesia, y llegamos a creer que la vida cristiana «es» lo que se hace en esa iglesia. Tenemos dificultad de imaginarnos una vida cristiana diferente del sistema eclesiástico, o afuera de este sistema. Entonces necesitamos «des-iglesianizar» nuestra mente.

La vida cristiana no comenzó con ninguna institución que se hubiera llamado «iglesia». Comenzó con una persona – la persona más fascinante que alguna vez vivió sobre esta tierra, la persona de Jesús de Nazaret. Su vida fue tan extraordinaria que dentro de solamente tres años de actividad pública, muchas personas llegaron a reconocer que Él no era un hombre común; debía ser el Hijo de Dios mismo, enviado a esta tierra desde otro mundo, desde la esfera de Dios.

Después, Él hizo algo aun más extraordinario: sacrificó Su vida por nosotros. Los relatos del Nuevo Testamento lo hacen muy claro que Él lo hizo voluntariamente, por puro amor a nosotros. Él no fue una víctima indefensa de unos opresores poderosos; Él hubiera tenido todo el poder de liberarse, si hubiera querido. Tampoco lo hizo obligado por un dios tiránico, como algunos se imaginan. No, Él dijo muchas veces a Sus discípulos que iba a dar Su vida por ellos, simplemente porque Él les amaba.

Posteriormente, Sus discípulos dejaban muy claro que ellos dependían completamente de esa vida sobrenatural que Jesús les había dado, en todo lo que ellos hacían en el nombre de cristianos. Ellos nunca se consideraban «señores» de alguna institución llamada «iglesia». Al contrario: Trabajaban para que toda persona pudiera alcanzar esta misma vida sobrenatural y esta misma relación directa con Dios que ellos mismos tenían.

Jesús había dicho: «Pero ustedes no se hagan llamar ‘Rabí’; porque uno es vuestro Maestro, el Cristo; y todos ustedes son hermanos. Y no llamen vuestro padre a nadie sobre la tierra, porque uno es vuestro Padre, el que está en los cielos. Tampoco se hagan llamar maestros, porque uno es vuestro maestro, el Cristo. Pero el mayor de ustedes sea vuestro siervo.» (Mateo 23:8-11)
En otras palabras: «La iglesia, eso son todos ustedes que me siguen. Ninguno de ustedes es más que el otro. Todos ustedes son como hijos de un mismo Padre, Dios. La hermandad de todos quienes me siguen, eso es la iglesia.» Eso es lo que deberíamos entender, cada vez que leemos la palabra «iglesia» en el Nuevo Testamento.

¿Cómo entonces pudieron surgir «iglesias» institucionalizadas en forma jerárquica, donde un «sacerdote» se interpone entre los hombres y Dios, o donde un «pastor» exige sumisión bajo su propia persona? Aun más escandaloso: ¿Cómo pudieron los conquistadores españoles usar el nombre de Jesús y la institución de la (supuesta) «iglesia» para sojuzgar a los pueblos de América? – Hay una sola respuesta: Todo eso sucedió en directa desobediencia contra lo que Jesús había enseñado a Sus discípulos.

La «desiglesianización» no es entonces ninguna rebelión contra un orden legítimo. Al contrario: La «desiglesianización» es un regreso a lo que Jesús y los apóstoles enseñaron e hicieron en el principio. En primer lugar es un regreso a la relación personal con Jesús mismo. Es hacerse completamente dependiente de Jesús – y hacerse independiente de las instituciones guiadas por hombres.

En mi propio caso, después de que encontré la nueva vida en Jesús, durante veinte años he colaborado con iglesias evangélicas de las más diversas corrientes y denominaciones. Me uní a los evangélicos porque vi que ellos, por lo menos en teoría, mantenían ese principio de que la Biblia, y especialmente las enseñanzas y prácticas originales de Jesús y de Sus primeros apóstoles, son la norma para la vida cristiana en todos los tiempos, y que es allí donde debemos regresar. Sin embargo, siempre percibí que aun las prácticas de los evangélicos en muchos aspectos no coincidían con la vida de Jesús y de los apóstoles. Durante muchos años intenté adaptarme, siempre esperando que su propio principio iba a guiarles de regreso a sus orígenes. Pero sucedió lo contrario: Los líderes evangélicos con quienes intenté conversar, reaccionaron con una hostilidad creciente, cada vez que les señalé sus propios principios que confesaban en la teoría, pero que raras veces pusieron en práctica.

Así que llegó el momento de salir. Frente a nuestros amigos evangélicos siempre intentábamos aclarar que nos estábamos distanciando de la institución, pero no de ellos como personas; y que nos gustaría seguir teniendo con ellos una comunión personal basada en la vida cristiana. Pero descubrimos que muy pocos de ellos eran realmente interesados en una amistad o «hermandad» personal. Para la mayoría de ellos, nosotros éramos interesantes solamente como miembros de la institución que contribuían al crecimiento de la institución, pero no como amigos o «hermanos» verdaderos.

Hicimos otra experiencia difícil, igual como con la desescolarización: Es fácil que tú salgas del sistema, pero es mucho más difícil que el sistema salga de ti.

Por años nos habíamos acostumbrado a que una «reunión cristiana» consistía en que una persona hablaba y los demás escuchaban pasivamente. Encontramos en el Nuevo Testamento que «en el principio eso no fue así». Leíamos como los primeros cristianos compartían sus vidas, participaban en las alegrías, tristezas, problemas y necesidades de sus hermanos, y como «cada uno» de ellos tenía algo para edificar a sus hermanos. Pero ponerlo en práctica nos costaba, y ahora todavía a veces nos cuesta.

Nos habíamos acostumbrado a hacer un «programa», a planificar «eventos» y «reuniones», aun a exigir de otras personas el «compromiso» de participar (aunque sea pasivamente) en todos estos programas. Leíamos como en el Nuevo Testamento, en cambio, casi todo sucedía por la iniciativa y el poder del Espíritu Santo. Nos costaba dejar de un lado nuestra forma de planificar las cosas humanamente y de hacer que «algo suceda», y en vez de ello depender de que Dios haga algo, de manera soberana y sin dejarse controlar por nosotros.

También nos habíamos acostumbrado a que el «cristianismo» era mayormente algo intelectual: Conocimientos acerca de Dios; la capacidad de explicar pasajes de la Biblia; decir en el momento apropiado las palabras religiosas apropiadas. O a veces era algo emocional; por ejemplo la emoción que se siente al ser parte de una gran reunión de alabanza y música. Encontramos que en el Nuevo Testamento estos aspectos sí existen, lo intelectual y lo emocional, pero que no son lo más importante. Lo más importante es lo vivencial: el vivir cada día conscientemente en la presencia de Jesús; dejarnos inspirar por Él a ver y hacer las buenas obras que Él preparó para que las hagamos (Ef.2:10), a ser sensibles a las necesidades de nuestros prójimos, a dejarnos guiar por Él en cada decisión grande o pequeña que hacemos. La vida cristiana no se basa en «reuniones» o «eventos», ni en «enseñanzas»; se basa en la vida misma. Solamente el que recibió esta vida de Jesús mismo, puede vivirla.

Así continuamos en nuestro camino hacia una vida cristiana más auténtica, más cercana al original, y menos «iglesianizada». La educación cristiana alternativa es parte de este camino: es una educación «fuera del sistema» de la escuela y de la iglesia.

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Pruebas PISA: El Perú tiene mala educación porque lo quiere así

Estuvo en la noticia esta semana: El Perú quedó en último lugar en las pruebas PISA acerca de la calidad de los sistemas escolares. Los otros países latinoamericanos evaluados no hicieron mucho mejor. Es triste, pero no me sorprende. Las experiencias de los últimos años me han enseñado que en el Perú existe un gran orgullo por mantener este sistema de baja calidad.

Durante los pasados seis años, con mi familia hemos brindado ayuda y refuerzo escolar a un número considerable de niños y adolescentes. Nos dimos cuenta de que en la mayoría de los casos, sus problemas de aprendizaje tenían sus raíces en el mismo sistema escolar. En muchos casos mejoraron con la ayuda de nuestros métodos que se basan en los resultados de la psicología del desarollo y de la neurología, en los métodos de modelos educativos pioneros en diversos lugares del mundo – mayormente según principios de la Escuela Activa – , y en las ideas publicadas de educadores en matemática de la Universidad de Stanford, entre otros. Ofrecimos entonces a unas cincuenta familias la opción de fundar una escuela alternativa para que sus hijos pudieran estudiar completamente según estos métodos. Pero encontramos que no hay demanda de eso. Aun viendo los progresos de sus hijos, y que los niños eran más felices con esta clase de educación (lo cual para nosotros vale aun más que todo logro académico), ellos dijeron: «Pero si no es como la escuela estatal, no puede ser bueno.»

Tuvimos contacto con una escuela que hace un muy buen trabajo, siguiendo el modelo de la Escuela Activa, de acuerdo al desarrollo del niño, e hicieron la misma experiencia. Durante unos años tuvieron bastantes alumnos, pero después los padres empezaron a exigir que se volvieran más «tradicionales». Por ejemplo, que ejercieran más presión sobre los alumnos, y que les dieran más tareas para hacer en casa. Cuando los profesores explicaron que no harían eso porque sería en contra de su concepto pedagógico, un buen número de padres retiraron a sus hijos de esa escuela y los mandaron a escuelas estatales. Prefirieron tener hijos «normados» por una enseñanza de producción masiva, en vez de tener hijos felices y bien desarrollados.

Con todo eso, concluyo que en el Perú no existe demanda por una buena educación. Y mientras no haya demanda, no habrá mejoras. Padres, profesores, funcionarios estatales – todos contribuyen a que el sistema escolar siga tal como está.

Los padres quieren tener a sus hijos fuera de la casa. La familia es la célula fundamental de la sociedad, y la educación viene de casa. Estas son verdades comprobadas por la historia, pero los padres de hoy ya no quieren saber nada de eso. Apenas nacido un niño, lo meten en guarderías, «nidos», jardines de infancia, etc. Más adelante no les basta con mandarlo a una escuela, tiene que ir también a una «academia» por las tardes y los fines de semana. En los pocos momentos que los niños están en casa, los papás no saben qué hacer ni qué hablar con ellos, excepto arrearlos para que hagan sus tareas escolares. Así crece una generación de niños sin afecto paterno, sin alguien que se preocupe genuinamente por ellos, sin sensibilidad por las necesidades de sus prójimos, incapaces de desarrollar lazos personales. Esto hace prever un panorama espantoso de la sociedad que tendremos cuando estos niños sean adultos. Y por supuesto, esta situación no contribuye en nada al éxito académico. Investigaciones como la realizada por Desforges y Abouchaar (Inglaterra, 2003) señalan contundentemente que el entorno emocional familiar influye mucho más en el éxito de un alumno, que el colegio donde asiste o la clase de enseñanza que recibe. Pero en el Perú se cree todavía que la escolarización las 24 horas al día sea la solución – mientras eso es exactamente la causa del problema.

Padres y profesores quieren que los niños sean maltratados. Todos nuestros alumnos de refuerzo relataron que sus profesores maltratan físicamente a sus alumnos. Esto coincide con un estudio reciente de la Defensoría del Pueblo realizado en Cusco, según el cual «los niños entrevistados señalan como algo cotidiano que los docentes ejerzan violencia física contra los escolares». (Diario «La República», Lima, 16 de julio de 2013.) Entre los padres de los alumnos de una determinada sección de primaria, que rutinariamente fueron golpeados por su profesora, encontramos a una sola madre que no estaba de acuerdo con esta práctica. No extraña entonces que solo un número muy pequeño de esos casos sean denunciados. La escolaridad peruana permanece todavía bajo la sombra del lema colonial: «La letra con sangre entra».

En vez de incentivar la creatividad y la innovación, el sistema escolar se basa en la esclavitud. Subiendo un escalón en la jerarquía, encontramos la misma mentalidad colonial en las relaciones entre los profesores y los funcionarios estatales. Así como los niños son maltratados por los profesores, los profesores son maltratados por las autoridades escolares. Quizás no físicamente – pero observo en los profesores el mismo miedo esclavizante ante sus superiores, como lo tienen los niños ante sus profesores. Entre todos los factores que podrían incentivar a alguien para aprender o trabajar, el miedo es el más destructivo. Un sistema basado en el miedo no puede dar buenos resultados.
Un profesor en este sistema ve su camino obstruido por tantas restricciones burocráticas que ya no puede ser un verdadero educador; solamente puede ejecutar maquinalmente las exigencias del sistema. Eso empieza ya en la formación y capacitación de un profesor, donde se invierte una porción exagerada del tiempo en entrenarlo para los complicados trámites administrativos, y se le enseña a confundir tales trámites con pedagogía. En el momento de recibir su título profesional, el profesor ya se ha convertido en un esclavo del sistema, un pasivo receptor de órdenes, que instintivamente rechaza toda buena pedagogía porque contradice las órdenes que él recibe. Y lo más extraño: parece que la mayoría de los profesores lo quieren así. Están clamando por alguien quien les prescriba con todos los detalles «cómo tienen que hacer las cosas». Hasta que el Perú no supere esta mentalidad colonial de servidumbre y opresión, no mejorará su educación.

Profesores y alumnos quieren medir su éxito según la apariencia, no según sus capacidades efectivas. En este sistema, la fachada del colegio importa más que la calidad de la enseñanza que se imparte por dentro. Una buena nota en un examen mecanizado, totalmente ajeno a las capacidades que requiere la vida real, vale más que los conocimientos efectivos. Hasta un título adquirido con sobornos vale más que una capacidad demostrada con hechos. En países que ocupan puestos superiores en la prueba PISA, como Finlandia o Suiza, a nadie le interesa quiénes ocupan los primeros puestos en sus respectivos colegios, ni se organizan olimpiadas de matemática o de lectura. Todo este circo alrededor de las calificaciones y los primeros puestos, es típico de una sociedad que valora la exhibición pública de los logros por encima de los conocimientos reales. El que realmente sabe algo, no necesita hacer un «show» de eso; simplemente aplica su saber en su quehacer práctico para propósitos útiles. Si el Perú quisiera mejorar su educación, tendría que dejar de un lado este exhibicionismo y estas competencias sin sentido, y en su lugar enfocarse en la aplicación práctica de capacidades efectivas y útiles.

Profesores y funcionarios escolares no quieren mejorar. Mejorar significa cambiar. Pero pocos profesores y pocos funcionarios están dispuestos a salirse de sus caminos acostumbrados. Se creen los expertos, los sabelotodos, y por tanto no ven la necesidad de aprender algo nuevo. Combinan su ignorancia con una suprema arrogancia. En las carreras de educación, habitualmente ingresan postulantes con notas por debajo de diez (en la escala vigesimal) en su examen de admisión. John Taylor Gatto propuso una vez que, para mayor transparencia, cada profesor y cada director de colegio debería publicar en un lugar bien visible a la entrada del colegio, sus propias calificaciones que obtuvo en la secundaria y en la universidad. Reveló también que en un «ránking» de notas escolares entre todas las profesiones, los directores de colegios ocupan los últimos puestos. (John Taylor Gatto, «Weapons of Mass Instruction», 2009) Pero un profesor que no quiere aprender, ¿con qué cara va a decir a sus alumnos que deben aprender? El que no sabe aprender, tampoco debe enseñar. Pero el típico profesor peruano no solamente cojea mentalmente: exige que todos sus alumnos cojeen de la misma manera como él.
Cierto, cada rato se prueban nuevas «recetas», nuevos materiales, nuevos «modelos pedagógicos». Pero estos «nuevos modelos» a menudo son solamente nuevas palabras para el mismo sistema viejo. Los nuevos materiales se usan con la misma mentalidad de antes, de seguir órdenes arbitrarias sin pensar, de copiar en vez de crear, y de obligar y oprimir en vez de dar libertad. Así, la innovación es solo de apariencia y no en realidad. Es solamente una nueva fachada para el mismo sistema de siempre.
A eso se suma la resistencia colectiva del profesorado contra todo intento de elevar su nivel profesional. Exigen que «al profesor se le respete», y quieren decir con eso que no se le puede imponer ninguna exigencia académica, porque de otro modo su «estabilidad laboral» se vería afectada. Pero ¿con qué derecho imponen entonces exigencias académicas sobre los alumnos?
Además, el mismo sistema impide que haya cambios, y por tanto mejoras. El estado se encarga de reglamentar y controlar todo lo que sucede en las escuelas. Pero la prueba PISA revela que este sistema construido por el estado es el peor del mundo. Entonces, lógicamente, la solución tendría que llegar desde afuera de este sistema, y en contradicción contra este sistema. Cualquier concepto disidente, cualquier experimento pedagógico novedoso, cualquier escuela alternativa, y hasta la «no-escuela», es potencialmente mejor que lo que el estado ofrece. Pero estas son exactamente las cosas que la burocracia estatal no permite. Así hay una lógica autodestructiva dentro de este sistema: Bajo el pretexto de vigilar sobre la «calidad educativa», el estado bloquea exactamente aquellas iniciativas que podrían efectivamente mejorar la educación. El sistema, por su propia lógica inherente, permite únicamente modelos educativos de la misma baja calidad como los que el estado ofrece.

Profesores y funcionarios escolares no se interesan por el bien de los niños, ni por los resultados de las investigaciones pedagógicas, psicológicas y neurológicas. Para saber que el sistema escolar peruano está mal, no habría ninguna necesidad de una prueba PISA. Bastaría con comparar la práctica escolar con los resultados de investigaciones acerca de lo que es un ambiente propicio al aprendizaje. Un niño aprende mejor en un ambiente emocional seguro y alentador; pero la escuela peruana se basa en el miedo y la opresión. Un niño aprende mejor mediante experiencias concretas y prácticas; pero la escuela peruana se basa en un exceso de memorización y abstracción. Un niño necesita mucho movimiento físico y juego libre para el desarrollo de su cerebro; pero la escuela peruana le exige estar sentado de manera inmóvil durante todo el tiempo que está despierto. Para aprender a leer, escribir y calcular sin estrés, se deben completar primero ciertos procesos de desarrollo mental natural, lo cual sucede solamente después de los siete años en la mayoría de los niños. Pero muchas escuelas peruanas les exigen tales aprendizajes a partir de los cuatro años, lo cual perjudica seriamente su desarrollo intelectual. Sistemas escolares como el finlandés toman en serio estos datos y no exponen a los niños a presiones innecesarias. Hoy en día, con la disponibilidad de la internet, estos datos y muchos otros están libremente accesibles. Pero parece que a los profesores y a los planficadores de la escolaridad simplemente no les interesa. Puesto que ellos «ya saben» como se hace, se sienten exonerados de la necesidad de informarse.

Entonces, que nadie se queje del bajo ránking del Perú en las pruebas PISA. El pueblo lo quiere así.


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¿Aprenden profesores cómo aprenden alumnos, o solamente aprenden a enseñar? (Anexo)

En mi artículo he cometido una omisión. No he definido claramente lo que entiendo con «aprender». Pienso que debo enmendar esto, porque es esencial para comprender mi tesis de que los profesores no aprenden cómo aprenden los alumnos.

Desde mi punto de vista, el «aprender» incluye los siguientes aspectos:

– Adquirir conocimientos en su contexto lógico y comprendiendo su significado.
– Desarrollo del pensamiento y razonamiento independiente; y de la capacidad de formular este pensamiento y de comunicarlo con otras personas.
– Adquirir capacidades prácticas con el objetivo de ejercerlas de manera independiente, y de comprender el cómo, por qué y para qué se hace.

Todo lo que dije en mi artículo, se refiere al «aprendizaje» en este sentido. El lector atento se habrá fijado en dos puntos importantes y distintivos de mi definición: 1. La palabra «independiente». 2. No se trata solamente de conocer el «qué» y el «cómo», sino de conocer también el «por qué» y el «para qué».

Deseo aclarar esto, porque desde un punto de vista diferente uno podría argumentar que el sistema escolar produce mucho más aprendizaje de lo que yo dije que produce – definiendo «aprender» de otra manera. Uno podría decir que «aprender» significa poder repetir (sin razonar) contenidos anteriormente asimilados; o poder reproducir mecánicamente (igualmente sin razonar) ciertos procedimientos entrenados. Usando esta definición, los alumnos sí «aprenden» una cantidad considerable en las escuelas. Un profesor «bueno» (en el sentido de la enseñanza «correcta», normada) puede lograr que sus alumnos repitan en los exámenes una porción considerable de los temas enseñados; y que reproduzcan ciertos procedimientos (p.ej. métodos mecanizados para solucionar ciertas operaciones matemáticas específicas).
¿Pero demuestra esto que los alumnos hayan «adquirido conocimientos y capacidades»? Para comprobar esto, tendríamos que plantear unas preguntas de verificación:

– ¿Cuántos de estos contenidos dominan los alumnos aun tres, seis o doce meses después del examen?
– ¿Saben los alumnos también explicar lo que hacen, y por qué lo hacen así (por ejemplo tratándose de procedimientos matemáticos)?
– ¿Saben los alumnos aplicar sus conocimientos también en otros contextos aparte de los exámenes escolares – particularmente al enfrentarse con problemas prácticos? (Por ejemplo, ¿saben aplicar sus conocimientos de geometría al dibujar planos de una casa? ¿Saben aplicar sus conocimientos de biología al cultivar plantas en el jardín, o en la crianza de animales? – etc.)

A veces hago preguntas como estas (o planteo tareas y desafíos relacionados) a los alumnos que vienen a nuestro refuerzo escolar. Entonces, casi siempre observo una gran discrepancia entre las (buenas) notas en los exámenes, y los conocimientos y capacidades efectivos de los alumnos. Particularmente en la matemática (es en esta área donde los alumnos manifiestan más necesidad de refuerzo): Cuando los alumnos conocen de antemano el tema de un examen, y es un tema claramente delimitado, entonces les es bastante fácil descubrir las soluciones correctas mediante procedimientos «mecánicos» y fórmulas memorizadas. (Aun más si el examen consiste en escoger entre respuestas múltiples ya formuladas – entonces unos alumnos pueden aprobar simplemente adivinando.) Pero aun los alumnos «buenos» raramente pueden explicar por qué funciona su procedimiento, qué significa la fórmula, o cómo se puede demostrar que la fórmula es correcta. Tampoco comprenden las relaciones entre su tema actual y los otros temas que trataron anteriormente. Por eso lo vuelven a olvidar todo después del examen. Esto no es «aprendizaje», es solamente «entrenamiento para el examen». (Vea también: «Aprender matemática: ¿una cuestión de burocracia o de principios?»)

¿Cuál clase de aprendizaje es el objetivo del sistema escolar? – Supongamos que el sistema escolar es más o menos eficiente, de manera que logra sus objetivos por lo menos parcialmente. Entonces podemos observar cuales son sus resultados reales (vea en la Parte 1), y de allí podemos deducir cuál es su objetivo o propósito. Viendo estos resultados, es obvio que el propósito del sistema escolar es producir la segunda clase de aprendizaje, o sea, el repetir y reproducir sin razonar ni reflexionar. El sistema escolar no está diseñado para incentivar el razonamiento independiente ni el trabajo independiente. Al contrario, su objetivo es formar personas dependientes, cumplidores de órdenes que no hacen preguntas ni reflexionan, personas que obedecen ciegamente. (Antiguamente tales personas se llamaban «esclavos».)
Si esto es cierto, entonces entendemos también por qué a los profesores no les interesa entender como aprenden los alumnos: En un tal sistema, también los profesores son solamente «cumplidores de órdenes». También ellos fueron entrenados a seguir ciegamente las directivas de sus superiores, sin preguntar por el «por qué» y el «para qué». Conformarse es todo; al sistema no le importa si algo de esto es beneficioso para el alumno.
Sé que esta es una conclusión poco amable. Pero si no queremos admitirla, la única alternativa consistiría en rechazar la suposición sobre la que se basa. La suposición era que el sistema escolar es más o menos eficiente, de manera que logra sus objetivos por lo menos parcialmente. La alternativa, entonces, consiste en suponer que el sistema escolar es completamente ineficiente e incapaz de alcanzar sus objetivos. Y en este caso tendríamos que preguntarnos por qué las escuelas siguen existiendo después de todo.

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