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James Dobson: Un padre mira atrás (Parte 2)

Esta es la continuación de una charla del Dr.James Dobson acerca de la paternidad, la crisis de la mitad de la vida, y el sentido de la vida.


Y quiero decirles algo muy personal. Con esto tal vez les diré más acerca de mí mismo de lo quiero que ustedes sepan. Pero si no les permito ver quién soy en verdad, no les podré ayudar: Tampoco estoy seguro si quiero dejar muchos bienes a mis hijos; porque uno necesita tener una mano muy segura para sostener una copa llena. No hay una mejor manera para destruir a los hijos que privarlos de esta necesidad de disciplinarse y ahorrar y crecer y dedicarse a una tarea. Hoy en día estamos tan ocupados con dar a nuestros hijos lo que nosotros no teníamos cuando éramos niños, que nos olvidamos de darles lo que sí teníamos.

Esto me lleva a la segunda conclusión que saqué durante mis reflexiones, y es la más importante: que nada en la vida importa, fuera del amor por Dios y Su hijo Jesucristo, y del amor por la humanidad, empezando con mi propia familia. Esta es la razón por qué pasé los siete años pasados en casa. Los años pasan tan rápidamente, y yo quise estar allí para tener influencia sobre mis hijos y para verlos crecer y edificar en ellos los valores que son importantes para mí. Danae está ahora en el college, Brian en la secundaria, y los años han pasado tan rápidamente. Los patines se quedan abandonados en un rincón de la cochera, las llantas de la bicicleta están bajas, y el columpio ya ha desaparecido. Yo acepto esto, no voy a tratar de retener a mis hijos; yo quiero que ellos crezcan y sean independientes y vivan sus propias vidas. Pero cuando nuestros hijos habrán salido de la casa, algo precioso habrá salido de mi vida, porque yo valoraba tanto aquellos años con mis hijos.

Estando en casa durante siete años, tengo la niñez de mis hijos como grabada en mi mente. Puedo prender este «video» mental y veo a un niño de cinco años que se me acerca. Estoy sentado en la sala, mirando un partido de fútbol. Este niño se me acerca y dice: «Voy a subir a tus rodillas.» Yo digo: «De ninguna manera.» El dice: «Pero voy a venir.» Yo digo: «Es que tengo que ser prudente y vigilar a quién dejo sentarse en mis rodillas.» – «¿Y quién puede subir a tus rodillas?» – «Tú no lo vas a conocer.» – «¡Sí lo conoceré!» – «Bueno, es un niño con cabello rubio.» – «¡Yo tengo el cabello rubio!» – «Yo sé, pero es un niño con cabello rubio y ojos celestes.» – «¡Yo tengo ojos celestes!» – «Sí, yo sé, pero es un niño con cabello rubio y ojos celestes y que se llama Brian.» – «¡Este es mi nombre!» – «Sí, pero tú no comprendes. Tú no conoces a ese niño. Ese niño con cabello rubio y ojos celestes y que se llama Brian, es mi hijo. Mi único hijo que jamás tenía. El es el único niño en el mundo que tiene permiso de subir a mis rodillas en cualquier momento que quiera y sin pedir permiso.» – «¡Yo tengo cabello rubio y ojos celestes y me llamo Brian y soy tu hijo y tú me amas, y de toda manera voy a subir!» – Durante cuatro años solíamos jugar este juego, quinientas veces, y a él le gustaba. Por eso también les cuento a ustedes. Este juego le dijo a Brian que él era muy especial para mí. Y yo lo tengo bien grabado en mi mente.

Prendo otro «video» y veo a una niña de seis años, regresando de la escuela. Su cabello tiene colitas por ambos lados de su cabeza, pero ya están bien desordenadas. Su vestido está arrugado, y una de sus medias se ha bajado alrededor de su zapato. Entra a la casa y es tan feliz de vernos que abraza a su mamá y me abraza a mí, y se sienta a la mesa, y Shirley le trae unos panes y leche, y ella come y yo la estoy mirando sin que ella lo sepa. Ella todavía no sabe realmente cuánto la amo. Tal vez algún día lo comprenderá, pero a los seis años no lo comprende todavía. Es solamente un pequeño momento pasajero de la vida, pero lo tengo grabado aquí y nadie me lo puede quitar. Lo tengo grabado porque estaba en casa para verlo, y por eso estoy agradecido.

Permítanme contarles algo más acerca de Danae. Ella amaba mucho su niñez. Pero, tristemente, un día cumplió trece años. Entró a su dormitorio, cerró la puerta y apiló todos sus discos y sus juguetes atesorados encima, y los cargó a la otra puerta y los dejó delante del dormitorio de Brian donde él estaba durmiendo, y puso una nota encima que dijo: «Querido Brian: Esto es tuyo ahora. Cuídalo bien como yo lo hice. Con amor, Danae.» – Shirley encontró la nota y me la mostró (yo estaba en mi oficina), y nos sentamos y la leímos, y ambos lloramos porque escuchamos en aquella nota que la puerta a la niñez se había suavemente cerrado. Y una vez que esta puerta se cierra, ningún poder del mundo la puede abrir de nuevo. Y otra vez, agradezco al Señor que yo estaba en casa para ser testigo de este proceso.

Pero no soy un padre perfecto, no tengo hijos perfectos, Shirley tampoco es una madre perfecta. Luchamos en la misma manera como ustedes. Estábamos luchando para encontrar cosas que pudiéramos hacer juntos como familia. ¿Conocen ustedes este problema? Intentamos de todo. Claro que cada uno podía encontrar recreo en lo que le gustaba hacer individualmente. Pero estábamos buscando algo que pudiéramos disfrutar juntos como familia. Por fin, después de muchos intentos, encontramos que esquiar era nuestra cosa. Usted no puede imaginar cuánto lo disfrutamos, pasar por los cerros juntos con el viento en nuestras caras, el paisaje maravilloso que Dios creó, eran nuestros mejores momentos.

Pero en el primer día, si usted tiene niños pequeños, esquiar puede ser la frustración más grande de la vida. Adivine quién tiene que cargar los esquís, abrochar las botas de todos, comprar los boletos del teleski, hacer tres viajes de regreso a la casa para recoger cosas olvidadas, llevar a los niños al baño… es una tarea enorme, y en aquel día en particular, mis hijos me hicieron volver loco. Les dio un ataque repentino de irresponsabilidad infantil: estaban perdiendo esquís, hicieron caer cosas, se olvidaron sus guantes, y yo estaba tras ellos continuamente. Quiero decir que les estaba gritando y empujándoles y que pasé por alto todo lo que escribo en mis libros.
Finalmente los llevé al restaurante y los dejé allí con Shirley, dije: «Tengan un buen tiempo», cerré la puerta con un golpe y manejé nuestro carro hacia abajo para estacionarlo. En todo el camino estaba hablando al Señor: «¿Qué voy a hacer con esos niños que me diste?» ¿Alguna vez usted le hizo esta pregunta? Yo solamente estaba un poco irritado porque El me había dado estos hijos. El no dijo nada. A veces El me deja hablar de esta manera (yo no le estaba faltando el respeto). Estacioné el carro, salí y me fui a un paradero donde viene un pequeño camión para recoger a la gente y llevarlos arriba. Había unas diez personas allí, entre ellos una chica de 17 años aproximadamente, que hablaba cosas raras sin sentido. Especialmente repetía la palabra «Quienquiera… Quienquiera…», vez tras vez. Pensé que estaba bajo influencia de drogas o algo parecido, y la gente se había alejado de ella, de manera que ella estaba parada sola allí repitiendo esas palabras. Después me miró y reconocí en sus ojos la mirada característica del retraso mental. En este momento llegó el camión, todos subimos y ella se paró en el medio del carro y miró cerro arriba mientras continuaba diciendo: «Quienquiera…» Había un rechazo visible de parte de la otra gente, mayormente jóvenes, que la miraban con una risa irónica como si quisieran decir: «¿Quién es esa loca?» Después realicé que el hombre alto que estaba parado a su lado era su padre. El hizo algo que nunca olvidaré. Hizo unos tres pasos adelante, como para proteger a su hija, la abrazó, y empezó a repetir con ella: «Quienquiera… quienquiera…» No habló a ella, sino a nosotros. El había notado las mismas risas que yo había visto. El dijo: «Sí, es verdad, ella es retrasada. No podemos esconderlo; no hubiera sentido en tratar de esconderlo. Yo sé que ella nunca va a escribir un libro, nunca va a cantar canciones bonitas, tal vez no va a lograr mucho. Ya no asiste a la escuela; hicimos lo mejor que pudimos. Pero quiero decirles algo: Ella es mi hija, y yo la amo, y no me da vergüenza ser identificado con ella. Sí, hija, quienquiera…» El amor de este padre por su hija retrasada fluía de su alma y llenó la mía, y de allí a mis hijos, y yo dije: «Sí, Señor, comprendo el mensaje.»

Dos semanas después fui entrevistado en la televisión nacional, y me dieron cuatro minutos y medio para responder tales preguntas como: «¿Cómo entró la familia en todos esos problemas del pecado, y cómo podemos salir de ellos?» No podría haber respondido la pregunta ni en cuatro semanas y media, pero esto les puedo decir: Conozco la respuesta. Tiene algo que ver con lo que ese padre sentía por su hija retrasada en aquel día. Esto va a sanar los hogares; va a salvar las relaciones entre padres e hijos; e incluso ayudará a superar la tragedia del retraso mental.

Padres que están aquí, no dejen que pasen estos años, no dejen que la niñez de sus hijos pase desapercibida. Al otro extremo de la vida, mirando atrás, no habrá ninguna compensación. A los que se están esforzando para alcanzar metas grandes, yo no quiero insultarles. Usted trabaja duro y tiene éxito por causa de su autodisciplina. Pero a cierta medida, yo hice lo mismo. Y durante estos siete años se repetía una pregunta en mi mente: «¿Pero ahora qué? Porque ‘el viento pasó por ella, y pereció, y su lugar no la conocerá más.’ » El hombre más sabio que jamás vivió (aparte de Jesucristo), el rey Salomón, tenía todo. Tenía dinero, reputación, poder… todo lo que uno podría desear. Al final de su vida lo resumió todo, en el libro de Eclesiastés. ¿Cómo lo llamó? «Vanidad». «Todo es vanidad, no hay nada más que vanidad.» Esto desvalora todo lo que es temporal. Vanidad.
En l970 publiqué mi primer libro, «Atrévete a disciplinar», con mi nombre en la carátula, mi foto en atrás, con un diseño hermoso – un buen éxito para un joven de 33 años. Hace pocos días, Danae se me acercó y dijo: «¡Realmente has llegado!» – «¿Qué quieres decir con esto?» – «Encontré un ejemplar de ‘Atrévete a disciplinar’ en un remate de segunda mano, a 35 céntimos.» Esto es adónde llega todo.

Bueno, en cierto sentido les he engañado un poco. Hice aparentar que estaba hablando sobre la crisis de la mitad de la vida, pero esta no es mi meta verdadera. Estoy hablando acerca de algo mucho más importante: la vida en sí. Esto es importante para todos; no importa si usted es un cristiano o un ateo o un agnóstico, usted siempre tiene que tratar con las preguntas que mencioné, como: ¿Quién soy? ¿Adónde voy? ¿Cuál es el sentido de la vida? Y en especial: ¿En qué invertiré los años de mi vida que me quedan?
La experiencia de los siete años pasados me dijo: Regresa a tus raíces, a tu fe, y en esta fe encuentro sentido y propósito y dignidad y autoestima, autodisciplina, identidad. Sé quién soy porque sé de quién soy. En esta etapa de mi vida llego a solamente dos objetivos para lo que queda: Lo primero es servir a mis prójimos, empezando con mi propia familia, y lo segundo es ser aceptable para el Dios que me creó, y poder escuchar esas palabras que tanto anhelo escuchar: «Bien hecho, buen siervo fiel.» Y nada más resistirá la prueba del tiempo.

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James Dobson: Un padre mira atrás

Lo siguiente es una charla del psicólogo cristiano Dr.James Dobson, que fue difundida hace años en su programa radial «Enfoque a la familia». Sus pensamientos me parecen importantes, y por tanto deseo compartirlos también con los lectores de este blog.


Hace 7 años, mi esposa y yo estábamos involucrados en una serie de películas acerca de la familia. Entonces yo intenté hacer una decisión en el conflicto entre el ministerio de llevar un mensaje al mundo, y la necesidad de estar en casa con mi familia. Yo hice muchas diferentes cosas durante mi vida, pero creo que lo más sabio que jamás hice era quedarme en casa y ver cómo mis hijos crecieron. El día de hoy es como una celebración de esa decisión. Durante esos 7 años, no solamente tuve la oportunidad de pasar mucho tiempo con mis hijos, sino también tuve tiempo para reflexionar. Esta noche quisiera compartir con ustedes algunas de esas reflexiones que hice mientras yo pasaba por mis propios años de la mitad de la vida.

Tengo 48 años ahora. (Tendría 49, pero un año estuve enfermo. 🙂 ) Entonces tengo todo derecho de pasar por una crisis de la mitad de la vida. Un hombre en esta crisis se viste con una camisa de seda – no sé por qué, pero lo hace -, la desabrocha hasta su ombligo, y muestra mucho vello canoso que lo ha secado con secadora. También maneja carros rápidos. Esto ayuda en alguna manera, no sé por qué, pero necesita hacerlo. Probablemente está peleando con su esposa porque la edad de ella le hace recordar la suya, y esto le molesta. Dicen que una noche un hombre entró al dormitorio y vio como su esposa se frotaba la cara con una crema y la preguntó: «¿Para qué es esto?» – «Para las arrugas.» – «Parece que funciona, ya tienes un montón de ellas.» 🙂

Parte del síndrome es también que el hombre se escapa con su secretaria. Tengo aquí un artículo del «Los Angeles Time» que dice: Un hombre encontró un aviso en el diario donde se ofrecía un carro Mercedes a 57 dólares. Llamó al teléfono indicado, convencido que el precio debía ser un error. Le respondió una señora: «No, el precio es correcto.» – «¿Está el carro malogrado?» – «No, está en condiciones perfectas.» – «Entonces ¿por qué lo vende en un precio tan ridículo?» – «Bueno, mi esposo me llamó desde Las Vegas. El está allí con su secretaria, me dijo que me está abandonando y que está en quiebra por haber jugado al azar, y me pidió vender el carro y enviarle la mitad de lo que me paguen.» 🙂

Bueno, yo no estoy pasando por este tipo de crisis. Shirley y yo tenemos 24 años de casados, somos muy felices, y tampoco tengo camisas de seda. Entonces este no es mi problema. Pero les contaré dónde me encuentro en este momento, y esto es muy en serio. Durante los últimos 7 años, y especialmente los últimos tres, yo pasé por un tiempo de reevaluación. Estaba pensando acerca del sentido de la vida y sus preguntas más importantes, como: ¿Quién soy realmente? ¿Y qué estoy haciendo aquí realmente? ¿Y adónde estoy yendo realmente? ¿Qué voy a hacer con el resto de mi vida aquí en la tierra? Hay algo en los años 40 que parece gritarte constantemente estas preguntas. Parece que estás obligado a luchar con estas preguntas porque ves como la arena en la ampolleta se está acabando. Pasé por esto y saqué dos conclusiones al final. No son muy profundas, pero hicieron un impacto sobre mi vida.

La primera tiene que ver con la rapidez con la cual pasa el tiempo. Hace pocos años recibí el golpe de mi vida. Estaba escribiendo un libro y necesitaba terminarlo en poco tiempo. Entonces me fuy a un hotel en Dallas, Texas, y estaba escribiendo allí unos 10 días hasta terminar el libro. Solía despertarme temprano, tener mi devocional y después escribir todo el día hasta las 4 p.m. cuando me sentía agotado y nesecitaba unos ejercicios. Me gusta jugar basket, aunque realicé que un hombre de 48 años no tiene nada que ver en una cancha de basket. Pero me gusta el juego. Entonces caminé media cuadra hasta el YMCA para jugar. Obviamente no había nadie de mi edad allí, solamente unos chicos de 16 ó 18 años que me miraban como si yo tuviera 105. Les pregunté si podía jugar un partido con ellos, y por fin dijeron que sí. Había un chico negro con una habilidad tremenda que me estaba cubriendo constantemente. La presión de esta competencia y de todos los chicos alrededor que me miraban como a un abuelo me hizo regresar veinte años, me acordé de unos trucos y movimientos, me esforcé e hice tres canastas seguidos. Entonces ese chico me miró, hizo un paso atrás y dijo: «Hombre, ¡usted tiene que ser algo en su orgullo!» – Yo lloraba todo el camino a casa. Desafortunadamente yo no era nada en mi orgullo, lo que hizo el asunto aun peor.

Muchos escritores han escrito acerca del pasar del tiempo, pero me parece que la persona que lo comprende mejor que todos los filósofos es una pequeña mujer llamada Erma Bombeck. Ella nos hace reir con sus cuentos acerca del envejecerse, pero a veces ella nos hace llorar. En su pieza «Cuando la madre se convierte en la hija y la hija en la madre», ella describe los cambios en la relación entre ella y su madre, y el estrés que resultó de ello. Dice que su madre siempre estaba tan fuerte, tan estable, tan independiente; la persona que ella admiraba y que era el ejemplo para su vida. Pero poco a poco cambiaba esta relación hasta que la madre se convirtió en la hija, y Erma se convirtió en la madre. Dice que empezó cuando Erma estaba manejando un carro y su madre estaba sentada a su lado. De repente había una congestión del tráfico, y Erma tuvo que frenar bruscamente para no chocarse con el carro en su delante, e instintivamente estiró el brazo para agarrar a su madre para que no se choque con las parabrisas – en vez de que su madre la hubiera agarrado a ella para que no se choque con el volante. Se miraron un momento y realizaron que algo había cambiado en su relación.
Vino la navidad cuando Erma preparó el pavo y su madre puso la mesa; y los momentos cuando Erma dijo a su madre: ¿Me acompañas a hacer compras? o: ¡De verdad te ves linda en este vestido! – como su madre había dicho a ella miles de veces antes. Y más y más la madre se convierte en la hija y la hija en la madre, y es difícil para Erma y ella dice: «¡No lo quiero! No quiero ver como mi madre se vuelve dependiente de mí.» Pero el tiempo avanza irresistiblemente, y cuando su madre llega a la vejez, es Erma quien dice: «Mamá, ¿me harías el favor de ya no hablar de «haber visto a papá anoche»? Tú sabes que él se fue hace diez años.» Y la madre es la hija y la hija es la madre.
Poco después, Erma estaba sentada en el carro al lado de su propia hija que estaba manejando. De repente hubo una congestión del tráfico y su hija frenó bruscamente, e instintivamente estiró el brazo para proteger a Erma para que no se choque con las parabrisas. Y en la última línea dice: «Dios mío, ¿tan rápidamente …?»

Yo estoy ahora en ese punto. Mi madre se está convirtiendo en mi hija y yo me estoy convirtiendo en su padre. Mi padre murió en l977, y mis padres eran verdaderos amigos. Eran «una sola carne» en el sentido bíblico, y cuando murió mi padre, fue como si mi madre hubiera sido partida en dos. Ella nunca será la misma. Hace unos años ella tuvo que pasar por unos exámenes abdominales, y siempre cuando una mujer en sus 70 tiene problemas intestinales, hay una pequeña palabra de 6 letras en la cual todos piensan. Doy gracias a Dios que las pruebas salieron negativas, y me fui a su casa para darle la noticia y conversar con ella. Dije: «Mamá, ¿no es una buena noticia? No tienes cáncer, vas a estar bien.» Ella sonrió, diciendo: «Oh sí… estoy agradecido y también agradezco al Señor.» Pero después añadió: «¿Puedo ser sincera acerca de una cosa? … ¿Comprenderías si yo te dijera que yo pensaba que posiblemente iba a ver a papá pronto? y que estoy solamente un poquito decepcionada.»

Si usted quiere ver cómo pasa el tiempo, mire a las personas más cercanas, en su propia familia. No mire a la gente afuera. Mire cómo cambia su relación con sus propios hijos. Mire a sus hermanos, sus tíos, sus padres. Pienso que esta es una de las causas de la crisis de la mitad de la vida. Cuando un hombre llega a sus años 40, no es unusual que puede perder a su padre, y esto hace un impacto emocional. Le hace pensar acerca de la vida y cuán corta es.

Les dije que Shirley y yo somos casados por 24 años, y faltan solamente 18 años hasta que yo tenga la edad en la cual mi padre falleció. Diciéndolo de otra manera: Hace dos meses hice un pequeño cálculo: Si yo alcanzaré la edad que alcanzó mi padre, entonces ya he vivido 72% de mi vida. ¡Hace nueve años yo estaba todavía en mis 30! ¿Comprende lo que es la «crisis de la mitad de la vida»? En primer lugar, el término es equivocado. ¡La mitad de la vida es en los años 30! Si usted está en sus 30 y se considera joven, después de pasar la próxima esquina le quedan solamente 28% de su vida.

Algunas personas podrían pensar: ¡Qué pensamiento mórbido! Pero no es así. Es un concepto muy importante y bíblico. El rey David escribió acerca de ello: «El hombre, como la hierba son sus días, florece como la flor del campo. Que pasó el viento por ella, y pereció, y su lugar no la conocerá más.» (Sal.103:15-16). Es un concepto importante porque pone todo lo demás en su perspectiva correspondiente. El materialismo se vuelve vacío y sin sentido desde esta perspectiva, por lo menos como una razón para vivir. Tiene que haber algo más importante que esto.

Cuando nos casamos, no teníamos absolutamente nada – y parecía que nos íbamos a quedar con esto durante los próximos diez años. No teníamos problemas financieros porque no teníamos finanzas. Pero por fin mejoramos y pude pagar los gastos enormes de la escuela y entrar al colegio médico de los EE.UU. y empezar a escribir libros etc, y las cosas empezaron a cambiar. Pero una parte del análisis durante los años 40 tiene que ver con el sentido de la vida, y las cosas materiales no tienen mucho que ver con ello.

El Señor tuvo unos caminos interesantes para transmitirme este mensaje – incluso un juego de monopolio. Cuando yo era niño, me gustaba mucho este juego. Pero durante 30 años no lo había jugado, hasta que un día mi hija adolescente llegó a casa y dijo: «¡Papá, salió un nuevo juego! Se llama monopolio. Seguramente te gustará.» Yo dije: «¿Por qué no?» Entonces nos sentamos para jugar mi primer juego de monopolio después de 30 años, y regresaron los patrones antiguos. Yo empecé a ganar, y adquirí todos los lugares bonitos, y empecé a plantar casitas verdes por todas partes, y pronto se convirtieron en los grandes hoteles rojos, y gané dinero como loco, lo guardé en mi bolsillo y debajo de la tabla del juego y tenía billetes de $500 en mis zapatos, y mi familia se estaba retorciendo y a mí me gustaba. La avaricia había regresado. Pero de repente todo terminó, mi esposa y mi hija tiraron los dados contra mis hoteles que se cayeron en fila, pan, pan, pan, y ellas salieron para acostarse porque yo había ganado, y me dejaron a mí guardar el juego solo. Entonces yo estaba sentado allí, a medianoche, guardando el juego, y empecé a sentirme muy vacío.
Después el Señor me habló. No con una voz audible, pero usted sabe cuando es El que habla. Me dijo: «James, presta atención, porque te voy a dar una lección. Esto no es solamente un juego de monopolio que estás jugando. Esto es el juego de la vida. Tú sudas y te esfuerzas y ahorras y construyes y creces y tienes una cuenta bancaria y tienes propiedades y un seguro de pensiones y todo eso … y después haces un movimiento equivocado, volteas tu carro en la pista de alta velocidad donde no deberías hacerlo, pan, pan, pan, y todo se regresa a la caja de juguetes. Hasta el último centavo, todo tiene que volver a la caja, cada noche. El carro fúnebre no tiene detrás un remolque con una caja fuerte. No puedes llevar nada contigo.»

(Continuará)

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¿Quién salvará … la FAMILIA?

Dios nos ha creado de tal manera que nacemos en una familia, que se necesita un papá y una mamá para que nazca un niño, y que entonces papá y mamá se ocupen de educar al niño. Este es el orden de la sociedad humana desde la creación, y es confirmado y reforzado muchas veces en la Biblia. Solo unos cuantos ejemplos:

«Y estas palabras que yo te mando hoy, estarán sobre tu corazón; y las repetirás a tus hijos, y hablarás de ellas estando en tu casa, y andando por el camino, y al acostarte, y cuando te levantes…»
(Deuteronomio 6:6-7)

«…Pero yo y mi casa (familia) serviremos al Señor.» (Josué 24.15)

«Oíd, hijos, la enseñanza de un padre, y estad atentos, para que conozcáis cordura. Porque os doy buena enseñanza; No desamparéis mi ley. Porque yo también fui hijo de mi padre, delicado y único delante de mi madre. Y él me enseñaba, y me decía: Retenga tu corazón mis razones, Guarda mis mandamientos, y vivirás.»
(Proverbios 4:1-4)

«Y vosotros, padres, no provoquen a ira a vuestros hijos, sino edúquenlos en disciplina y amonestación del Señor.»
(Efesios 6:4)

Un padre es la «imagen de Dios» por excelencia:

«Por esta causa doblo mis rodillas ante el Padre de nuestro Señor Jesucristo, de quien toma nombre toda familia (literalmente: paternidad) en los cielos y en la tierra.»
(Efesios 3:14-15)

Entonces, es de vital importancia que un niño experimente paternidad durante su niñez. De otro modo, tendrá serias dificultades para entender y conocer a Dios como Padre.

Otro aspecto de la familia es la convivencia entre hermanos. Allí es natural que haya hermanos mayores y hermanos menores, y que cada uno sea diferente. A nadie le extraña que un hermano sea un buen artista, mientras a otro le gusten los libros y un tercero prefiera el deporte. Tampoco extraña que el hermanito menor todavía no sepa tantas cosas como el hermano mayor.
Los hermanos menores aprenden de los mayores, y los mayores aprenden a ayudar a los menores y a tener paciencia con ellos. Esto es un modelo educativo natural, muy eficaz, instituido por Dios mismo y probado a través de muchos siglos.

¿Por qué entonces durante los últimos 150 años la humanidad ha hecho el esfuerzo de voltear de cabeza este modelo divino, y de sustituir «educación» por «escuela»?

El diccionario Webster original de 1828, que estableció los estándares para el idioma inglés, define «educar» de esta manera:

«Criar, como niño; instruir; informar e iluminar el entendimiento; instilar en la mente los principios de las artes, la ciencia, la moral, la religion y la conducta. Educar bien a los niños, es uno de los deberes más importantes de los padres y tutores.»

¡Notamos que esta definición no menciona la escuela con ninguna palabra!

Pero la sociedad actual lo tiene al revés: cuando se habla de «educación», todos piensan en «escuela», y nadie menciona la familia.

Aquí en el Perú, hace poco fueron las elecciones presidenciales. (Ahora que pasaron, pienso que puedo escribir de ello sin caer bajo la sospecha de hacer propaganda política.)
Algo que más me entristeció en la campaña electoral, fue que ninguno de los candidatos tuviera alguna propuesta para proteger y fortalecer las familias. A ninguno se le ocurrió, por ejemplo, ayudar a las muchas madres que tienen que trabajar fuera de la casa, para que tengan que trabajar un poco menos y pudieran dedicar más tiempo a sus hijos. Muchos prometieron desayunos escolares y almuerzos escolares, pero ninguno hizo una propuesta para que los niños pudieran desayunar y almorzar en sus casas y así tener un poquito de vida familiar, en vez de pasar todo el día en la escuela o en la calle. Ninguno propuso combatir el alcoholismo, o alguna otra de las causas del deterioro general de las familias. Y hasta donde pude ver y oir, a ningún periodista se le ocurrió hacer alguna pregunta al respecto.

Ahora, si estas cosas interesaran a un segmento significativo de la población, seguramente algún político se hubiera ocupado de ello. Pero parece que a nadie le interesa salvar a las familias. Parece que todo el mundo quiere engendrar hijos, tan solamente para abandonarlos al cuidado estatal tan pronto como nazcan. Así crecerá una generación entera de niños sin saber qué es paternidad, sin saber qué son hermanos, sin conocer cariño y amor, sin conocer a Dios.

Los padres quieren que sus hijos sean «educados», pero se olvidan de que ellos mismos son el ingrediente más importante de una verdadera educación. En cuanto a la adquisición de conocimientos, algunos padres pueden necesitar una ayuda desde afuera de la familia. Pero exactamente en esta área, observo cada día en mi trabajo que la escuela falla miserablemente. ¡La mayoría de los niños no entienden lo que el profesor intenta enseñarles!
Hace poco me dijo una madre cansada: «Toda la tarde estoy ocupada con las tareas de mi hijo, porque la profesora me exige que le enseñe esto y que le enseñe aquello…» – La pregunté: «Y no es la profesora quien recibe un sueldo para enseñar al hijo de usted?» – «Sí, pero la profesora dice que son tantos niños en su aula que ella nunca se abastece para enseñar a todos, y que yo puedo hacerlo mucho mejor en la casa donde tengo solamente dos niños.» – «Entonces, ¿para qué lo envía todavía a la escuela?»
Efectivamente, el mismo sistema escolar ya demuestra su incapacidad de enseñar a los niños; pero en vez de admitir su derrota, exige que los padres se conviertan en sus esclavos. Ahora, aun el poco tiempo que la familia podría pasar juntos, es ocupado por las tareas escolares.

Otro deseo de los padres es que sus hijos sean «socializados». ¿Qué entienden con esto?
– Probablemente no saben que muchos pedagogos y planificadores de educación entienden con «socialización»: la adaptación del niño a lo que la sociedad exige de él (o sea lo que ellos, los planificadores de la sociedad, exigen). En otras palabras: que el niño se someta a la presión del grupo y que se vuelva igual como todos los demás. De ahí los currículos estandarizados que exigen que cada niño aprenda las mismas cosas a la misma edad.
En el ambiente de la escuela no puede haber «hermanos mayores y hermanos menores»; no se admite la variedad de intereses, talentos, y ritmos personales del desarrollo; todos tienen que ser iguales. El niño ya no tiene hermanos, solamente tiene «compañeros». En vez de los lazos personales que hay en una familia, solamente conocen relaciones institucionales. En vez del cariño de un padre y una madre que lo aman, solamente recibe la atención de un profesional que hace su trabajo para ganarse la vida, y a menudo con mala gana. ¿Y así todavía nos extraña que las familias se estén deshaciendo?

Ahora, la mayoría de la gente piensa en otra cosa cuando escucha la palabra «socializar». Piensan en aprender a convivir en armonía, a compartir y a ayudarse mutuamente, a respetarse unos a otros, etc. Este sería un significado bueno y positivo de «socialización». Pero ¿sucede esto en la escuela? En realidad, muy poco – a pesar de los esfuerzos de algunos profesores bien intencionados. En un grupo de treinta o cuarenta niños, se impone por naturaleza la «ley del más fuerte»; y un profesor puede hacer muy poco para quebrantar esta dinámica del grupo, por más que quisiera. (Y también hay profesores a quienes ni siquiera les interesa hacer algo al respecto.) Así que el niño escolar es «socializado» por el mal comportamiento de sus compañeros, mucho más que por las (quizás) buenas intenciones del profesor.

Ahora, ¿quién es un mejor ejemplo para un niño: sus compañeros de la misma edad, igual de destituidos de contacto paternal como él mismo; o sus propios padres?
Debe ser claro que los padres están en mejor capacidad de proveer un buen ejemplo para la conducta, la convivencia, y todo lo que está relacionado con la «socialización» (en su sentido bueno). Con excepción, por supuesto, de aquellos casos tristes donde los padres rechazan completamente a sus hijos, o son criminales o alcohólicos violentos – pero por fin, también existen profesores que rechazan a sus alumnos, o que son criminales o alcohólicos.
Observe una mancha de niños escolares en el patio durante el recreo, o en la calle en su camino a casa: Abundan las agresiones, los insultos, las bromas de mal gusto, los golpes. ¿De verdad queremos que nuestros niños sean «socializados» de esta manera?
En una familia, en cambio, donde están presentes los padres (o por lo menos uno de los dos), se pueden observar y «moderar» mucho mejor las relaciones entre hermanos, y entre los niños y sus amigos (cuando los invitan a casa). La presencia y el ejemplo de los padres tienen más peso, y el niño tiene un modelo en que orientarse.

Cierto, educar niños es un trabajo que requiere tiempo y preparación. Pero cualquier padre o madre que ama a sus hijos, estará dispuesto a dar este «sacrificio» por el bien de sus hijos. (En realidad es un «sacrificio» que resultará en el enriquecimiento de los mismos padres, en cuanto a experiencia, madurez, y una mejor relación con sus hijos.) No entiendo por qué tantos padres quieren dejar a sus hijos al cuidado de otras personas, desde que son bebitos, y desde la mañana hasta la noche, y se contentan con verlos unos pocos minutos al día. ¿Nos sorprende, en estas circunstancias, que aumenten los conflictos familiares, las separaciones y divorcios, los problemas psicológicos en los niños? ¿Y que en consecuencia, la sociedad entera comience a deshacerse?

Tristemente, aun las iglesias evangélicas parecen no darse cuenta de lo que sucede. Al contrario, hasta donde veo, ellas participan alegremente en este desmontaje de las familias. En vez de unir las familias, las segregan con sus programas de «escuela dominical». Y en todo lo que he descrito arriba, veo que las iglesias siguen la corriente del mundo sin ofrecer ninguna alternativa. Cierto, existen algunas escuelas evangélicas – pero tristemente, estas tampoco tienen una visión cristiana acerca de la educación y de la familia. ¿Quién entonces se levantará en defensa de esta «especie en extinción», LA FAMILIA?

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