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¿Una lucha por el poder entre padres y niños?

La relación entre padres e hijos sufre un gran daño cuando la desobediencia de los niños se interpreta en términos de una «lucha por el poder». ¡Algunos autores acusan a niños de dos o tres años, cuando desobedecen a sus padres, de planear conscientemente un «golpe de estado» en la familia! Y desde allí aconsejan a los padres que usen todos los medios, aun sumamente crueles, para ganar esta «lucha por el poder»; porque de otro modo, dicen, «perderían toda su autoridad». En consecuencia, los padres creen que sus hijos son sus enemigos. Una tal actitud (de parte de los padres) destruye todo intento de edificar una auténtica relacion de amor y confianza.

Es cierto que los niños pequeños a menudo tienen deseos egoístas. Entonces pueden hacer muchos esfuerzos para satisfacer esos deseos. Eso es parte de su naturaleza. Todos sus pensamientos se enfocan en esa meta: «¡Quiero ese juguete!» – «¡Quiero ese pedazo de torta!» – «!Quiero subir a ese árbol!» – de manera que todas las otras consideraciones se «apagan»; por ejemplo la consideración por los sentimientos de otras personas, o por el orden en la familia que los papás garantizan. Pero ¿será sensato asumir que ese niño pequeño, tan enfocado en su deseo, esté al mismo tiempo pensando: «Quiero echar a papá y a mamá de su trono; yo quiero ser la persona que manda sobre todo lo que hacemos en la familia»?
– No, un niño pequeño ni siquiera es capaz de pensar en tales categorías abstractas y fundamentales. Y en el fondo de su ser sabe muy bien que él mismo no sería capaz de decidir cada día qué comprar para comer, ni de cuidarse de los lugares y objetos peligrosos, ni mucho menos de ganarse la vida. Sabe que es dependiente de sus padres, y que por tanto necesita la guía y autoridad de sus padres.
No pensemos entonces que ese niño pequeño, por desobedecer, se haya convertido en nuestro enemigo. Está simplemente enfrascado en un capricho egocéntrico, en su propio mundo pequeño. Si respondo a eso defendiendo «mi» posición como padre, y me imagino que «mi» autoridad está amenazada, entonces me estoy rebajando al nivel del niño: yo también me concentro en «mi» propio mundo pequeño.

¿De verdad creemos que un niño de cuatro años tenga más poder que sus padres? ¡Deshágase de esa idea ridícula! Descanse confiadamente en el hecho de que usted es la autoridad, que tiene el poder, por naturaleza y no por los esfuerzos suyos. Así será menos tentado(a) a reaccionar de una manera excesiva o desesperada. Usted está experimentando un choque de voluntades, la suya y la del niño, acerca de un asunto específico. Entonces le toca manejar este asunto, de una manera que ayude al niño a madurar, y que no quebrante la relación fundamental de amor y confianza entre ustedes. Eso puede ser difícil, lo sé; pero ciertamente no tiene la envergadura de un golpe de estado.

Por supuesto que usted no tiene el poder de que el niño haga todo lo que usted manda, «inmediatamente y sin cuestionar». Ninguna persona humana tiene este poder sobre ninguna otra persona humana. Felizmente – porque eso sería la pesadilla más terrible de una dictadura totalitaria. Sea agradecido(a) de que Dios dio a sus hijos la capacidad de opinar, de razonar, y de hacer decisiones … aunque a veces utilicen estas capacidades de una manera equivocada. ¿O preferiría usted en su lugar, que sus hijos sean unos robots, completamente incapaces de razonar y de hacer decisiones propias?

Los padres que creen en esa idea de una obediencia «inmediata y sin cuestionar», se imponen una tremenda presión sobre sí mismos. Cada vez que un niño no muestra esa clase de obediencia «perfecta», el padre o la madre tendrá que pensar: «Ahora mi hijo(a) ha ganado la lucha por el poder. Ahora he perdido mi autoridad. Soy un padre / una madre fracasado(a).» Y esa desesperación por no «fracasar» como padre o madre, es una de las causas que tristemente conduce a muchos casos de maltrato contra los hijos.
Entonces, no nos impongamos tales estándares inalcanzables. Como vimos en el artículo acerca de la obediencia de los niños, ni Dios mismo nos impone tales estándares. Adoptar expectativas irreales es una receta segura para el fracaso.

Entonces, queridos padres y madres, por favor quítese de encima esa tremenda carga de tener que «ganar luchas por el poder». En lugar de eso, es más constructivo preguntarse: «¿Qué puedo hacer en esta situación para ayudar a mi hijo(a) a salir de su pequeño mundo egocéntrico?» Dependiendo de la situación y de la madurez del niño, puede estar accesible para diversos elementos o valores más allá de su «pequeño mundo». Por ejemplo la justicia: «Si tú comes este chocolatillo, no va a quedar ninguno para tu hermanito. Eso no sería justo.» – O la empatía: «Mira, tu hermanito está llorando porque le estás quitando su chocolatillo. ¿Ves como tu hermanito está triste? » – Niños mayores podrían también entender por qué no es bueno comer demasiados dulces. – Si nada parece funcionar, podemos simplemente hacer valer nuestra decisión, sin acusar ni insultar al niño: «He decidido no darte este chocolatillo.» – No hay por qué añadir «¡Eres un niño desobediente!»; no hay por qué tratar al niño como a un enemigo en una guerra … solamente hay que manejar el asunto que tenemos a la mano.

Si un niño pequeño arma todo un escándalo por hacer o lograr algo, a menudo ayuda simplemente dejarlo a solas con su pataleta. Su drama dejará de ser interesante cuando no hay público.

Tampoco hay por qué sentirnos fracasados si alguna vez el niño «gana». Hay niños que tienen que hacer primero ciertas experiencias, hasta que acepten el hecho de que las instrucciones de los padres normalmente son buenas. Algunos niños necesitan primero quemarse con una olla caliente, hasta que entiendan lo que significa: «¡Caliente! ¡No tocar!» – Algunos necesitan primero sufrir un dolor de muela, hasta que entiendan por qué no es bueno comer demasiados dulces. – Algunos necesitan primero sufrir una diarrea por comer tierra, hasta que entiendan por qué les decimos que no lo hagan. – No nos sintamos mal si como padres no pudimos evitar uno de esos accidentes. La experiencia educativa para los niños puede ser más intensa que cualquier esfuerzo o castigo de nuestra parte.
Por supuesto que tenemos que cuidar a los niños tanto más, cuanto mayor es el peligro. Un niño de dos años quizás no va a entender por qué lo alejamos a la fuerza de una autopista donde circulan carros a alta velocidad. Pero en la vida diaria hay suficientes situaciones de menor peligro, donde podemos tranquilamente permitir que los niños aprendan por medio de las consecuencias naturales de sus actos, si es que deciden pasar por alto nuestras advertencias.

Sé que las situaciones pueden escalar, sé que hay niños que siguen luchando tercamente por su capricho. Y reconozco que no tengo una «receta» de qué hacer en cada uno de esos casos. Pero hay algo más importante que las «recetas», y es la actitud de nuestro corazón. Si usted ama genuinamente a sus hijos, y hace un esfuerzo serio por comprenderlos, entonces su amor y su comprensión por ellos le dirigirán a hacer lo que es bueno para ellos. Guiar a los niños hacia la madurez, es en primer lugar un desafío a nuestra propia madurez como padres. Continuaré entonces un poco más desde esta perspectiva.

En muchas situaciones, los niños tienden a actuar según la imagen que nosotros tenemos acerca de ellos. Si los tratamos todo el tiempo como desobedientes, van a actuar como desobedientes. Si les decimos todo el tiempo «¡Malcriados!», van a actuar como malcriados. Si constantemente los ponemos bajo sospecha, van a empezar a hacer lo que sospechamos. Si los tratamos como enemigos, se van a convertir en nuestros enemigos.
El concepto de la «lucha por el poder» refuerza esa idea de que «los niños son nuestros enemigos». Por eso es dañino para las relaciones entre padres e hijos. Puede ser un tremendo paso hacia adelante, si llegamos a convencernos: «¡Mis hijos no son mis enemigos!» – y si los tratamos de acuerdo a esta convicción.

Un aspecto de la madurez es la capacidad de manejar ambivalencias. La ambivalencia ocurre cuando un asunto o una persona presenta varios aspectos contradictorios. Eso no tiene cabida en la mente de un niño pequeño: todo o es blanco o es negro; o es bueno o es malo.
Ahora, si ese niño se enfoca en una meta que quiere alcanzar, y yo como padre no estoy de acuerdo y se lo impido o lo prohíbo, el niño me va a percibir como «malo», y me va a tratar como un enemigo. Eso va a suceder, aun si el niño en el fondo tiene una relación amistosa y de confianza conmigo. El comportamiento hostil del niño no significa que ahora se haya convertido «fundamentalmente» en mi enemigo. Simplemente percibe mi acción momentánea como «mala», y eso le hace «olvidar» que normalmente yo soy «bueno» para él. Su mente no puede acomodar la ambivalencia de que su padre «bueno» hace de vez en cuando algo «malo».

Si en esta situación yo reacciono, tratando a mi hijo como enemigo, estoy cayendo en la misma inmadurez: me «olvido» de que tengo una relación amistosa con él, y lo percibo únicamente como «malo», como alguien que amenaza mi autoridad como padre.
Pero de nosotros como adultos y padres se espera un mayor nivel de madurez. Deberíamos ser capaces de acomodar en nuestra mente el hecho de que nuestros hijos momentáneamente estén actuando «mal», sin que eso desplace la relación «fundamentalmente buena» que tenemos con ellos. Es más: Deberíamos incluso ser capaces de conceder que el niño que actúa «mal», desde nuestra perspectiva, puede tener razones «buenas» para su acción, desde su propia perspectiva.
Eso no elimina la necesidad de una corrección. Pero este cambio de actitud nos permitirá corregir al niño de una manera que sea realmente educativa, no hiriente, y que no amenace la relación fundamental de confianza con él.
Y si damos lugar al niño para explique sus razones por su acción, en algunos casos podría incluso resultar que hemos juzgado mal al niño, y que somos nosotros quienes tenemos que corregirnos. Y aun eso, el tener que admitir un error ante los niños, no amenaza de ninguna manera nuestra autoridad. Al contrario, testifica de nuestra integridad.

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Pedagogía de la confianza

Parte 1: Los principios

Hace unos años, el educador suizo Heinz Etter presentó su concepto de la «Pedagogía de la confianza». Etter trabajó muchos años como profesor, como educador terapéutico, y como director de un internado para adolescentes con problemas de comportamiento. Así que su concepto no es una mera teoría; es el fruto de un largo tiempo de experiencia, y especialmente con niños y adolescentes «difíciles».
Según sé, su obra todavía no ha sido traducida a otros idiomas. Deseo describir aquí a grandes rasgos de qué se trata.

Los niños fueron creados con un deseo natural de cooperar con sus padres y de someterse a ellos.

Este es el principio fundamental, y tal vez el más «revolucionario», de la pedagogía de la confianza. La educación tradicional ve a los niños como «desobedientes», que de alguna manera tienen que ser obligados, forzados, o manipulados para que obedezcan. O sea, la educación tradicional es basada en la desconfianza hacia los niños.
El otro extremo, la educación anti-autoritaria o «democrática», ve a los niños como pequeños adultos con los mismos derechos como los adultos, y entonces descarta toda idea de «sumisión».
Frente a estos extremos, Etter propone un tercer camino: Confiemos en que los niños por naturaleza quieren seguir a sus padres. Donde existe una relación de confianza mutua, la sumisión hacia los padres es la forma más natural de obrar de un niño.

Cada niño tiene buenos motivos para someterse a sus padres. Etter dice:

  • «Cada niño y cada adolescente quiere tener padres fuertes. Niños pequeños dicen a veces: «Mi papá es más fuerte que el tuyo.» Aun el adolescente más rebelde no permite que alguien ofenda a su madre.
  • Cada niño por su parte desea ser respetado, amado y valorado por sus padres. (…)
  • Cada niño y cada adolescente depende de la provisión de sus padres (alimentación, vivienda, protección …).»

Un cristiano con un trasfondo de educación tradicional dirá quizás: «Pero los niños son por naturaleza pecadores, y por tanto rebeldes.»

La pedagogía de la confianza responde a esto: Es cierto que el pecado habita aun en el niño más pequeño. Pero eso es solamente una cara de la moneda. La otra parte de la verdad es que cada niño fue creado en la imagen de Dios, es de gran estima para Dios, es una bendición para sus padres y una «herencia del Señor» (Salmo 127:3-5). Un aspecto de la «imagen de Dios» es la disposición natural del niño de someterse a sus padres. ¿No será esta una de las razones por qué el Señor dijo que para entrar al reino de los cielos, es necesario volver a ser como un niño, y «humillarse como un niño» (Mateo 18:3-4)?

La desobediencia y rebeldía de los niños se debe a menudo a que los padres no edificaron ninguna relación de confianza con sus hijos.

Muchos niños se dan cuenta de que sus padres no confían en ellos: «Mis padres piensan que soy malo.» – «Mis padres piensan que yo malogro todo.» – «Mis padres piensan que yo no sirvo para nada.» – Ellos sacan estas conclusiones de las palabras y reacciones que ven y escuchan diariamente de sus padres. Y en consecuencia, ellos a su vez comienzan a desconfiar de sus padres, y dejan de someterse. No por maldad, sino como reacción natural a la desconfianza de sus padres.

Etter dice al respecto:

«Muchos padres suponen que sus hijos son ‘por naturaleza’ unos pequeños tiranos y rebeldes; y que por tanto hay que presionarlos para que aprendan disciplina y obediencia. De esta manera, los padres destruyen desde el inicio la relación de confianza que Dios estableció entre padres e hijos. Los niños se ven constantemente sometidos a sospechas por parte de los adultos, sin que los adultos estuvieran conscientes de ello.
Imagínese lo que significa cuando decimos ante un grupo de niños: ‘Por supuesto que no ha sido nadie (quien cometió esta travesura).’ – En palabras claras, esto significa: ‘Por lo menos uno de ustedes es un transgresor, y además un mentiroso.’ (Y dependiendo de nuestro tono de voz, todos los demás también se sentirán bajo sospecha de ser cómplices.)
El sistema judicial, desde hace tiempo ya se basa en la suposición de la inocencia. (O sea, que el acusado es considerado inocente, hasta que se haya demostrado lo contrario.) Pero entre adultos, eso es todavía poco frecuente (dependiendo de la cultura); y cuando se trata de niños, es la excepción. Estamos muy acostumbrados a desarrollar y pronunciar malos pensamientos y sospechas, cada vez que no comprendemos el comportamiento de un niño. Esto no es natural. Por ejemplo en Eritrea, por principio las personas se confían mutuamente, excepto si fueron engañados por alguien.

Es particularmente trágico cuando los cristianos viven con la idea de que no hay nada bueno en el hombre, y que por tanto Dios quiere que seamos siempre desconfiados. Lo contrario es el caso. ¿Qué dijo Jesús acerca de la paja en el ojo del prójimo, y la viga en el propio ojo? Jesús seguramente nos aconsejaría que es preferible aguantar las sospechas de nuestros prójimos, en vez de sospechar de ellos.

La desconfianza está en el origen del pecado: ‘¿Habrá dicho Dios …?’ La incredulidad es una expresión de esta desconfianza. En todo el Antiguo Testamento, Dios busca la confianza de Su pueblo. Pero aun con todos los señales y milagros, el pueblo de Israel seguía desconfiando. Puesto que el hombre no puede vivir sin apoyarse confiadamente en alguien o en algo, empieza a apoyarse en otros ‘dioses’. Vencer la desconfianza y ser críticos hacia nosotros mismos, es una parte esencial del mensaje de Jesús. La desconfianza es la causa principal de los conflictos entre educadores y niños …»

La alternativa es entonces: Si un niño hace algo que nos molesta o que «no debe» hacer, no sospechemos desde el inicio que el niño lo hace por maldad. En cambio, supongamos que el niño tiene unas razones buenas y válidas por actuar de la manera como actúa, e intentemos comprender las razones del niño. Entonces, en muchos casos se dará una solución pacífica del conflicto, sin tratar al niño como si fuera nuestro enemigo.

Cooperación por imitación o por compensación

Este es una observación descrita por Jesper Juul. Los niños por naturaleza tienden a cooperar con los adultos; pero esta cooperación puede asumir dos formas distintas:

La cooperación por imitación consiste en que los niños hacen lo que ven a los adultos hacer. Entonces, si los padres damos un buen ejemplo, podemos confiar en que los niños seguirán naturalmente nuestro ejemplo. Por el otro lado, si damos un mal ejemplo, no tiene sentido corregir a los niños si ellos hacen lo mismo: tenemos que cambiar primero nuestro propio comportamiento.

La cooperación por compensación consiste en que los niños, con su manera de actuar, llenan un «vacío» que observan en el comportamiento de los padres. (A menudo no están conscientes de ello.) En estos casos puede entonces suceder que los niños hacen lo contrario de lo que hacen los padres. Por ejemplo, si los padres se esfuerzan por ahorrar todo lo que pueden, hasta el punto de ser avaros, puede ser que un niño empieza a regalar a sus amigos todo lo que puede, para así compensar la falta de generosidad que observa en su hogar. – O si los padres se preocupan excesivamente por el orden en el hogar, un niño puede volverse muy desordenado y deja sus cosas por todas partes.

Es importante entender que esta «cooperación por compensación» no es ninguna acción «en contra» de los padres. Al contrario, es una manera del niño de decir: «Ustedes se han olvidado de algo importante, entonces yo les ayudaré haciendo lo que ustedes no han hecho.»

La cooperación por compensación tiene su función más importante en el contexto de autoridad y sumisión. Si los padres son quienes mandan en el hogar, no tendría sentido que los niños imiten este comportamiento, queriendo mandar también. Tiene mucho más sentido que los niños asumen el rol complementario, o sea, se someten.

Pero en algunas familias, los padres actúan como si ellos fueran siervos de sus hijos: los visten, los peinan, les amarran los zapatos, les sirven su comida o incluso los alimentan con cuchara, etc; todo eso a una edad en que los niños ya hace tiempo serían capaces de hacer todo eso por sí mismos. Entonces es natural que los niños cooperan por compensación: Si los padres asumen el rol de siervos, los niños se convierten en los amos. Se vuelven exigentes, ingratos, perezosos, y no quieren ayudar a sus padres. Esta es otra de las situaciones donde no se desarrolla ninguna relación de confianza natural entre padres e hijos.

En situaciones como estas, Etter propone hacerse la pregunta: ¿Quién necesita a quién? – Lo natural es que los niños necesitan a sus padres. Pero en estas situaciones de «jerarquía invertida», parece que los padres necesitan a sus hijos: Los padres no se atreven a ofender a sus hijos, porque se sienten dependientes de ellos. – Cito a Etter acerca de este punto:

«El que es dependiente, el que necesita la ayuda y protección del otro, éste es el que debe someterse. Y es obvio que el que es independiente y fuerte, es el que puede – no, debe – asumir una posición superior.
(…) Como padres también tenemos un deseo de ser amados, respetados, valorados, y de que alguien se preocupe por nosotros. Pero cuando esperamos que sean nuestros hijos quienes cumplan este nuestro deseo, nos metemos en peligro. (…) Estaremos siempre tentados a dar todo a nuestros hijos, aun antes de que ellos sientan alguna necesidad. Queremos alimentar a los niños antes que tengan hambre, y queremos llenarlos con juguetes y diversiones antes que sientan la necesidad de encontrar una actividad interesante por sí mismos. De esta manera, los niños nunca sentirán que ellos nos necesitan y que ellos dependen de nosotros.
(…) Es algo maravilloso, ser amado de manera incondicional. Pero los niños en esta situación no lo verán de esta manera. Ellos perciben que en realidad no están recibiendo ningún amor voluntario; que sus padres se sienten impotentes y obligados a cumplir cada deseo de los niños. Y los niños no pueden experimentar lo que es el verdadero amor, que no se puede comprar ni forzar.
Esta ‘inversión de las necesidades’ se concretiza de muchas maneras:
Muchos niños creen que el comer, el dormir y el aprender sean ‘servicios’ que ellos tienen que prestar para el bien de sus padres. Quizás usted conoce esto: ‘una cucharita para mamá, una cucharita para papá …’ ¿Y cómo se le ocurriría a un niño criado así, ser agradecido por tener comida? – Muchos niños nunca experimentan lo que es tener frío. Ellos están convencidos de que su gorra sirve solamente para satisfacer a su mamá. Es ella quien sufre cuando el niño no se pone la gorra. – Algunos niños hasta son obligados por sus padres a subirse a un juego mecánico, y los padres les aplauden si los niños se divierten; como si fueran los padres quienes tienen una necesidad de que sus hijos se diviertan. Entonces los niños descubren que solamente tienen que amenazar con que se sienten aburridos, y enseguida los padres corren para buscarles una nueva diversión. (…)
¿Se da cuenta usted de que esta es también una forma de abuso? Los padres que actúan así, impiden que sus hijos desarrollen su capacidad natural de comportarse bien para así asegurarse de la buena voluntad de sus educadores y proveedores.»

Entonces, los padres (y otros educadores) tienen que llegar primero a un punto donde ellos ya no dependen del amor y de la aceptación de los niños. Desde allí pueden asumir su posición natural como autoridades de la familia (sin caer en un comportamiento «autoritario»); y entonces los niños naturalmente cooperarán «por compensación», asumiendo la posición del que se somete. De esta manera los niños pueden confiar en que sus padres les guiarán bien; y los padres pueden confiar en que los niños les seguirán.
Etter lo ilustra con la imagen de una gallina o una pata madre que guía a sus polluelos pequeños: La madre camina tranquilamente por delante y confía que los polluelos le seguirán. No tiene necesidad de voltearse cada rato para controlar si le siguen; ni mucho menos de arrearlos desde atrás. La madre confía en sus polluelos porque sabe que ellos la necesitan y por tanto le seguirán. Y los polluelos le siguen confiados, porque ellos a su vez confían en que la madre les guiará a un buen lugar. (Para una ilustración relacionada, a la luz de la historia y cultura latinoamericana, vea aquí.)

Si esto se hace correctamente desde el inicio, la educación de los niños es algo natural, y no tiene por qué haber «luchas por el poder» entre padres e hijos. Es más difícil enderezar una situación donde la relación de confianza mutua ya ha sido rota. Volveremos a eso en la segunda parte.

Los padres fueron creados con la capacidad natural de guiar y educar a sus hijos.

De la misma manera como los niños fueron creados con un deseo natural de someterse, los padres fueron creados con una capacidad natural de guiar y educar a sus hijos. Etter dice:

«¿Alguna vez usted se preguntó por qué los animales logran criar a sus crías sin sufrir de problemas pedagógicos? (…) Dios creó la naturaleza de tal manera que las crías siguen a sus padres, sin que los padres necesiten alguna formación especial para eso.»

Entonces tenemos aquí una clave más para establecer y mantener una relación de confianza mutua entre padres e hijos: Vuelve a confiar en tu propia capacidad, dada por Dios, de educar y guiar a tus hijos. No hagas caso a las muchas voces que quieren hacerte creer que necesitas ser un «experto» para poder educar a tus hijos. Etter aconseja:

«Despójese de los muchos consejos y recetas sobre educación que usted aprendió. Descubra nuevamente que todos nosotros somos por naturaleza capaces de guiar a nuestros niños.»

La relación del «Join-Up»

La palabra inglesa «Join-Up» (algo como: «Únete y sigue») fue usada por Monty Roberts, un entrenador de caballos que descubrió un método cómo domar a caballos salvajes sin usar nada de violencia o fuerza. (Este método fue popularizado por la película «El hombre que susurraba a los caballos».) Su método se basa en la observación del comportamiento natural de los caballos cuando se encuentran en grupo. Siempre hay entre ellos una «yegua guía» que es reconocida como tal por todos. La yegua guía emite ciertas «señales de autoridad» que hacen entender a los otros caballos que es ella quien guía, y entonces le siguen. Lo interesante es que la yegua guía no dispone de ningún «medio disciplinario» que podría obligar a los otros caballos a seguirle. Lo único que puede hacer, es alejar de sí a un caballo que se comporta de una manera «rebelde». El mensaje es: «Puedes seguirme si quieres; pero si no quieres, tienes que alejarte.» – Ahora, el entrenador emite la misma clase de «señales de autoridad» como una yegua guía; y el resultado es que los caballos comienzan a reconocerle a él como su líder natural. O sea, los caballos entran en una relación de «Join-Up» con el entrenador; una relación de confianza mutua. La prueba de esta relación consiste en que el entrenador puede irse sin voltear atrás, y el caballo le sigue voluntariamente.

Ahora, Etter demuestra que lo mismo funciona entre educadores y niños. No podemos obligar a ningún niño a seguirnos. Pero podemos guiar de manera natural, y los niños se darán cuenta de que ellos dependen de nuestra dirección; entrarán en una relación de «Join-Up» con nosotros y nos seguirán. Si un niño no quiere seguirnos, nos distanciamos de él (lo que significa que el niño pierde ciertos beneficios de nuestra dirección y protección); pero le señalamos que en cualquier momento cuando decida seguirnos, lo recibiremos nuevamente cerca de nosotros.

Esto funciona solamente cuando cambiamos nuestra manera de pensar acerca de los niños: Tenemos que confiar en que ellos son hechos para seguirnos voluntariamente, sin ninguna medida de fuerza. Tenemos que dejar de verlos como enemigos, y confiar que en el fondo de su ser, ellos desean estar de nuestro lado. Y nosotros mismos tenemos que actuar de tal manera que merecemos la confianza de los niños hacia nosotros.

(Continuará…)

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