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Pedagogía de la confianza (4)

Parte 4: Unos pensamientos adicionales

En los artículos anteriores he descrito a grandes rasgos el modelo de la «pedagogía de la confianza», propuesta por el educador suizo Heinz Etter. Añadiré unos pensamientos míos, y unos aspectos adicionales que no tuvieron lugar en los artículos previos.

Cuando encontré este concepto, por un lado me sentí confirmado en muchos aspectos de lo que aprendí y experimenté en la educación de mis propios hijos, y de los niños del refuerzo escolar y de los programas vacacionales. Por el otro lado, el concepto fundamental nunca lo había visto con tanta claridad como lo describe Etter: que los niños tienen un deseo natural, innato, de someterse a sus padres y seguirles. Pienso que si pudiera empezar otra vez, invertiría aun más confianza en mis hijos.

No necesitas tener todo bajo control.

Yo había comenzado mi camino como educador con el trasfondo de una pedagogía bastante conductista, en su variación cristiana. Esta corriente – representada por ejemplo por el Dr.James Dobson – respeta la personalidad del niño, enfatiza la importancia de mostrarle nuestro amor, de valorarlo, y de ayudarle a desarrollar una autoestima sana (que es diferente del orgullo); pero al mismo tiempo parte de la suposición de que el niño tiene una rebeldía innata, y por tanto, cuando desobedece, lo hace con el propósito consciente de cuestionar y desafiar nuestra autoridad como padres. En estas situaciones, entonces, recomienda usar los métodos conductistas de «premios y castigos» para lograr que el comportamiento de los niños se conforme con las normas. O sea, en estos momentos se quebranta la relación entre padres e hijos, se presupone de antemano que el niño tiene motivos malignos, y su sumisión se consigue con medidas de fuerza.
Pienso que la pedagogía de la confianza muestra una perspectiva más constructiva acerca de estas situaciones. (Veremos más abajo lo que dice Etter acerca de las maldades de los niños y los castigos.)

Hace muchos años ya hice una experiencia donde aprendí que el «mantener el control» no es lo más importante en la educación. Fui responsable de un programa infantil cristiano durante las vacaciones. En el último día del programa estábamos ensayando un teatro que queríamos presentar a los padres de los niños en la noche de clausura. Pero en aquella tarde, todo parecía andar mal. Los niños no estaban atentos, olvidaron sus papeles, o no tenían ganas de participar. O sea, estaban en el «modo de resistencia», como diría Etter. Yo mismo estaba con un fuerte resfrío, además me sentí estresado, y comencé a enojarme y a gritar a los niños. En ese momento fue como si Dios me pusiera Su mano sobre el hombro y me dijera: «Tú no necesitas controlar esta situación. YO estoy a cargo de este evento. Solamente sé sincero con los niños.» – Entonces supe lo que tuve que hacer. Detuve el ensayo, junté a los niños y les dije: «Perdónenme por haberme enojado con ustedes. Es que me siento ahora estresado y débil y no estoy bien de salud. ¿Pueden ustedes pedir a Dios por mí, para que El me dé paciencia y nuevas fuerzas?» – Los niños se quedaron en completo silencio. Después uno de ellos comenzó a orar, y después otro. Yo empecé a sentirme mejor. Y los niños estaban totalmente cambiados. Pudimos terminar el ensayo en muy poco tiempo y sin ninguna queja de nadie.

En ese tiempo no supe sacar todo el provecho de aquella enseñanza. Pero ahora entiendo que no fue solamente un incidente curioso; fue la esencia de todo este concepto educativo que ahora Heinz Etter ha descubierto bajo el nombre de «pedagogía de la confianza».

Un poco más de perspectiva cristiana

Desde una perspectiva cristiana, una pregunta importante es: ¿Cómo tratamos con el pecado? – ¿Debemos excusar todo y asumir que el niño no lo hizo con malas intenciones? – Eso sería el error del humanismo, que asume que el hombre es bueno por naturaleza. Pero creo que la parte acerca de la «intervención Join-Up» ya demostró que Etter no cae en este error. Él dice solamente que debemos siempre invertir confianza en el niño, y por tanto siempre comenzar asumiendo que el niño no tuvo malas intenciones. Pero puede haber casos donde esta suposición resulta falsa. ¿Entonces qué?

Renunciemos a la venganza.

Etter señala en primer lugar, que mucha maldad sucede en la suposición errónea de hacer justicia:

«La maldad se procrea en la desconfianza de los hombres. El que se siente tratado de manera injusta, hace venganza y piensa que eso es ‘justo’. Pero quizás la primera injusticia ya era a su vez un intento de hacer venganza justa. (…) Por eso, Jesús nos recomendó vencer lo malo con lo bueno. Si queremos que los niños reconozcan y venzan lo malo en ellos mismos, tenemos que renunciar al derecho de hacer venganza, tanto para ellos como para nosotros mismos.
(…) Lo hacemos más difícil para los niños si les hacemos sentir que nuestras medidas disciplinarias son una venganza por sus transgresiones. Muchos niños que hacen lo malo, lo hacen porque se sienten ofendidos por las sospechas y acusaciones de los adultos.
(…) ¿Cómo entonces guiamos a los niños a reconocer y confesar las maldades que cometieron? – Fácil: dándoles el ejemplo. Si nosotros mismos siempre nos justificamos y ‘cuidamos la apariencia’, los niños nos imitarán. Perfeccionarán el arte de justificarse, de mentir y aparentar. (…) No podemos esperar que los niños experimenten algún arrepentimiento, si nosotros no reconocemos nuestros propios errores. Si yo mismo admito mis motivaciones negativas y me esfuerzo por vencerlas – eso es más importante para el niño que todas las instrucciones, amonestaciones y castigos.»

Transparencia y reconocer los errores

La primera meta es entonces, practicar la transparencia en cuanto a nuestros errores, malas intenciones, y transgresiones. Por ejemplo, si un niño robó los caramelos de su hermano y siente que su conciencia le acusa, deseamos que entienda que la salida es confesarlo (y quizás reconocer que lo hizo por envidia, porque su hermano tenía más caramelos que él). Eso no se puede conseguir con sospechas y amenazas; al contrario: se consigue si nosotros mismos practicamos y demostramos esta misma transparencia.

Castigo y restitución

En este contexto entonces hay que ver los castigos y la restitución. El castigo es lo que nosotros como educadores imponemos para señalar que la acción fue mala y debe tener consecuencias (por ejemplo negando al niño un privilegio que normalmente tiene); la restitución es lo que el niño hace voluntariamente para reparar el daño que causó (por ejemplo devolviendo lo que robó).

«El castigo (o el temor al castigo) puede en el mejor caso limitar la maldad o los defectos del carácter; pero no puede producir lo bueno. (…) Los castigos pueden ser unas ‘sacudidas’ que ayudan al niño a reorientarse. Pero lo bueno se puede hacer sólo voluntariamente.
(…) Por ejemplo, un niño que no puede controlar su ira, puede ser condicionado mediante los castigos de tal manera que fortalece su autocontrol. Pero los castigos no le ayudan a vencer el problema de fondo, la ira. Un niño (o también un adulto) que activamente desea vencer un defecto de su carácter, encontrará oídos abiertos y apoyo en Dios mismo. Él nos promete que en un Join-Up con Él, seremos no solamente ‘remendados’ un poco; seremos hechos nuevos.»

Etter señala aquí un principio importante: Un castigo tiene sentido solamente si el niño está consciente de su culpa. Cuando el niño no está consciente de que estaba mal lo que hizo, un castigo puede incluso ser contraproducente, endureciendo aun más el corazón del niño.
Desde nuestra perspectiva como adultos, eso puede parecer extraño: Justo a aquel niño que no reconoce su error, ¿lo deberíamos aun tratar con clemencia y no castigarlo? – Pero consideremos la perspectiva del niño: El nota que nosotros nos enojamos, pero no comprende por qué, porque no entiende que su acción haya sido mala. Si en estas circunstancias lo castigamos, no podrá percibirlo como una corrección. Al contrario, lo verá como una agresión o una venganza injustificada de nuestra parte. Así el castigo no cumple con su propósito de producir «fruto de justicia» (Hebreos 12:11).

Tanto más importante es entonces proveer un ambiente donde los niños pueden experimentar la «convicción del pecado», y se sienten en la libertad de confesarlo. Yo diría que esto se consigue, aparte de nuestro propio ejemplo, con señalar siempre los principios de Dios acerca de lo que es bueno o malo, y aplicar estos principios a las situaciones de la vida diaria.

Acerca de lo dicho, Etter dice lo siguiente:

«Me parece importante contar con que un niño puede hacerse culpable, igual como todos nosotros. El niño sí tiene tendencias pecaminosas como todos nosotros; y no debemos rehusarles el castigo y la restitución. No digo ‘ahorrarles’ el castigo; porque los niños tienen un buen entendimiento de lo que es justo, y ellos mismos sienten la necesidad de recibir un castigo cuando han cometido una transgresión.
Lo importante es que haya una concordancia entre el castigo y la conciencia de la culpa. Cuando un niño no reconoce su culpa y tú empiezas a caer en el rol de reñirlo y reprocharlo, déjale sentir las consecuencias: Le rehúsas el castigo.
Puede que esto suene paradójico en tus oídos. Nos hemos acostumbrado a confundir la indulgencia con el amor, y el castigo con la venganza. En nuestra convivencia diaria todavía no hemos llegado al mismo punto como los modernos sistemas penitenciarios: Allí se entiende, por lo menos en teoría, que el castigo es para la ‘resocialización’; no es una venganza de la sociedad.
Si un niño te ha mentido, será agradecido si le das una oportunidad de enmendar el daño que ha causado. Si le rehúsas este ‘castigo’, el niño se sentirá menospreciado. (…) Déjame repetirlo: El castigo es una bendición para el niño; pero solamente cuando corresponde a su conciencia de la culpa. Es necesario que el niño entienda su culpa; y a ti te corresponde honrar al niño tomándolo en serio y considerándolo capaz de reconocer su culpa y de responsabilizarse de ella.»

Puedo testificar que un niño que es tomado en serio de esta manera, puede llegar a ser más responsable que muchos adultos. Una vez, uno de mis hijos llegó de la calle y anunció: «Tengo que sacar algo de mis propinas. Necesito comprar un vidrio.» – En ese entonces él tenía unos once o doce años. – Lo que había sucedido, fue que él había jugado a la pelota con otros niños. La pelota se le había escapado y había roto una ventana de una casa vecina. Entonces, para él era claro que tenía que reponer el vidrio. Y él no tenía problemas en avisarnos abiertamente, porque sabía que no le íbamos a reñir ni darle órdenes, viendo que él mismo ya sabía lo que era lo correcto, y lo estaba haciendo. Ese fue un momento de gran alegría para mí, porque vi que la confianza que habíamos invertido en él, estaba dando fruto.

La imagen del padre

Esto ya ha sido señalado por varios otros autores: La paternidad fue diseñada por Dios para que sea un reflejo de Su carácter en la tierra. Aquí está el meollo de la educación cristiana: El trato de Dios con nosotros es el modelo para nuestra paternidad. Y la manera como un niño percibe a su padre, condiciona su relación con Dios.

Así dice también Etter:

«Si los niños ven a su padre como una persona amorosa que se preocupa genuinamente por ellos, estarán más dispuestos a creer que Dios es amor. Si ven a su padre juzgando y castigando arbitrariamente, esperarán lo mismo de parte de Dios, y entonces no estarán interesados en conocerle.»

Aquí hay un estudio más extenso acerca de este tema sumamente importante.

Aplicación a la escuela

Etter dice que también las escuelas funcionarían mucho mejor si allí se aplicaría la pedagogía de la confianza. Ahora, eso sería sumamente difícil en una escuela estatal con todos sus reglamentos y exigencias «obligatorias». Este sistema entero está edificado sobre la desconfianza hacia los niños. Pero Etter dice que aun en una escuela estatal «se puede hacer más de lo que piensas»; y él debe saberlo, ya que ha trabajado como profesor en escuelas estatales.

Por el otro lado, en Suiza existen ahora ya diversas escuelas privadas que se basan explícitamente en la pedagogía de la confianza. Estas escuelas tienen la gran oportunidad de «reinventar» toda su estructura, sus procedimientos y sus procesos de aprendizaje, y en consecuencia disfrutan de unas relaciones mucho mejores entre profesores y alumnos.

Etter resume la adaptación de sus principios al entorno de la escuela en los «10 mandamientos de la pedagogía de la confianza». Los cito aquí con unos comentarios intercalados:

«1. Asume desde el inicio que los niños están por principio dispuestos a someterse a una dirección en confianza y respeto.

2. Asume desde el inicio que los niños están por principio interesados en aprender, y que no necesitan ser obligados a ello, ni con presiones ni con seducciones sofisticadas.

3. Asume desde el inicio que los niños por naturaleza forman jerarquías entre ellos. No combatas estas jerarquías, pero dales una forma positiva. Lo que combates, no lo puedes formar.»

En este contexto, Etter también aboga a favor de juntar a niños de distintas edades, porque así es natural que los niños menores respetan a los niños mayores como «superiores»; mientras las jerarquías entre niños de la misma edad son menos naturales. (Vea también «De la importancia de tener hermanos mayores y menores», y el siguiente.) Pero aun en esta última situación, muchos niños tendrán la tendencia de seguir y obedecer a ciertos otros niños; y no hay que intentar quitar a esos niños su «liderazgo» natural, sino asesorarles a que lo ejerzan de una manera buena y justa.

«4. Dirige tu atención a aquellos alumnos que están en el ‘modo cooperativo’.»

Esto va en contra de nuestra reacción natural. A menudo tenemos la tendencia de ocuparnos más con aquellos alumnos que causan problemas y desorden. Pero así solamente desperdiciamos nuestra energía – sobre todo si nos metemos en una «lucha por el poder» contra los niños problemáticos. Vea en la Parte 3, «Los caballos no tienen manos».

«5. A aquellos alumnos que están en el ‘modo de resistencia’, no los presiones ni los trates como enemigos (o sea, no hay que reñirlos ni reprocharlos). En cambio, colócalos a una distancia y dales una oportunidad de aprender de tal manera que su oposición interior no les presente mayores obstáculos, y que el resto de la clase no necesite sufrir por causa de su comportamiento. Esta actitud provee las mejores condiciones para que esos niños (más tarde) puedan volver a tener confianza y así volver al ‘modo cooperativo’. La transición entre ‘modo de resistencia’ y ‘modo cooperativo’ no sucede de manera gradual, sino en consecuencia de una decisión del niño. No puedes forzar esta decisión.»

En la práctica, esto significa que lo ideal es disponer de dos ambientes que están separados, pero todavía con contacto visual entre ellos. Así el profesor puede dedicarse de manera intensiva a un grupo de niños «cooperativos», mientras en el otro ambiente el otro grupo puede trabajar con materiales alistados allí, a una distancia del profesor y sin presiones, excepto que se les imponen ciertas condiciones para que puedan volver al grupo del profesor.
Esto corresponde a hacer con ellos una «intervención Join-Up» según las pautas descritas en la Parte 3, con algunas adaptaciones.

«6. Libera a tus alumnos del temor de fracasar. Esto ayuda más para el aprendizaje que muchas horas de refuerzo.

7. No des muchas alabanzas y aun mucho menos críticas. Las alabanzas y las críticas son un sustituto ineficaz para el interés verdadero, y a menudo incluso lo disminuyen.

8. Da mucha importancia a la colaboración con los padres. Al fin de cuentas, ellos son los responsables de la educación. Si los padres no tienen confianza en la escuela o en ti como profesor(a), sus hijos difícilmente se desenvolverán en la escuela.

9. Los castigos y las acciones de restitución sirven solamente si el niño ya está consciente de su culpa, y si vuestra relación personal está bien. En cualquier otra circunstancia, el castigo produce amargura y una actitud vengativa.

10. El aprendizaje sostenido sucede donde hay un interés sostenido (por parte del alumno). Dos prerrequisitos importantes son el gozo de aprender, y la gratitud.»

Acerca de la escolarización obligatoria

Deseo aquí citar y comentar también lo que Etter dice acerca de la escuela obligatoria:

«Tus conocimientos, tus materiales educativos, la infraestructura de tu escuela, todo eso tiene algo de importancia; pero es infinitamente más importante si tus alumnos están en el ‘modo de confianza’ o en el ‘modo de resistencia’.
En la tutoría individual con alumnos a menudo hice una experiencia interesante. (Alumno): ‘No entiendo nada de eso …’ – A veces intenté, sin ningún material a la mano, explicar el tema, y casi siempre dijo el alumno después: ‘¡Ahora entiendo!’ – ¿Fue porque yo sabía explicarlo mejor que el profesor de aula? Seguramente no, porque a menudo eran temas de los que yo no sabía mucho. La diferencia era esta: Fue el niño quien hizo la pregunta, sabiendo que yo no estaba de ninguna manera obligado a explicárselo. O sea, él me necesitaba a mí y no al revés. En este modo, un niño puede aprender de una manera muy superior. Esto es lo decisivo; la didáctica es mucho menos importante.

(…) Una vez más: El que tiene necesidad del otro, es el que debe someterse. ¿Te has dado cuenta cuán a menudo tenemos en la escuela una situación donde parece que los profesores tienen necesidad de los alumnos, cuando debería ser al revés? Como dicen los alumnos: ‘Tengo que hacer todavía las tareas para el profesor fulano.’ No los alumnos son los interesados en comenzar la clase, sino el profesor. ¿No es eso extraño? Es el profesor quien desea a todo costo que los alumnos hagan sus ejercicios. La profesora parece tener una enorme necesidad de ser escuchada por todos los alumnos. ¿No es lógico, entonces, que los niños sienten que los profesores son los necesitados, y los niños son quienes les dan lo que necesitan? Entonces, si queremos que los niños se den cuenta de que ellos necesitan a los adultos y no al revés, entonces tendríamos que cambiar muchas cosas en nuestra manera de pensar y de actuar.

(…) Por eso, yo desearía que la escuela sea por principio voluntaria. Cuando se introdujo la escolarización obligatoria en el siglo 19, sin duda era un progreso. Aquellos padres que no sabían leer ni escribir, y hubieran necesitado la ayuda de sus hijos en la granja, fueron obligados a brindarles una oportunidad educativa. Pero los tiempos han cambiado, y en el tiempo actual, la escuela obligatoria me parece contraproducente. La mayoría de los alumnos irían a la escuela aunque fuera voluntaria, de la misma manera como se someten a una formación profesional cuando tienen la posibilidad de hacerlo. Pero asistirían a la escuela con una actitud distinta, porque la pregunta ¿Quién necesita a quién? tendría su respuesta correcta. Entonces el aprender sería mucho más fácil.
No es realista esperar que la escuela se vuelva voluntaria. (¿por qué no? – N.d.tr.) Por eso me parece aun más importante, por lo menos dentro de la escuela obligatoria introducir de alguna manera una ‘voluntariedad’. Eso es lo que tengo en mente, cada vez que uso la expresión de ‘mantener la distancia’ en la relación entre profesor y alumnos.»

Comentario: En general, pensamientos muy buenos. En relación con lo dicho, John Taylor Gatto reporta que el nivel de alfabetización en los Estados Unidos (más específicamente en el estado de Massachusetts) disminuyó con la introducción de la escolarización obligatoria, y sigue disminuyendo.
Sin embargo, hay un punto que veo diferente – pero quizás es una diferencia cultural. No sé cómo es en el sistema suizo, pero en el Perú (como también en EEUU. y probablemente en otros países americanos) los profesores y las escuelas son evaluados, y premiados o «castigados», según el (supuesto) «rendimiento» de sus alumnos. Entonces, si se introduce una «voluntariedad» y un alumno no quiere aprender, no es el alumno que tiene que cargar con las consecuencias de su decisión, sino que es el profesor y el director de la escuela quien es castigado por ello. Así sigue siendo el profesor quien «necesita» al alumno, y si fuera tan solamente para poder mantener su puesto de trabajo. Viendo este temor ante el control estatal, pienso que es aun menos realista esperar que alguna escuela estatal se atreva a realizar esta experiencia. La opción de que la escuela sea voluntaria por principio, me parece todavía más realista que eso.
La situación ya podría mejorar mucho si se diera más apertura para la educación en casa, y para escuelas alternativas privadas que pueden efectivamente poner en práctica una pedagogía de la confianza.

Aplicación a la iglesia

Este es un aspecto que Etter menciona solamente en unos pocos comentarios marginales. Pero la pedagogía de la confianza tiene también implicaciones para el trato mutuo de los miembros de las iglesias cristianas.

En muchas iglesias que conocí, observé que los líderes aplican una «pedagogía de desconfianza». Asumen que tienen que defender su autoridad y su posición contra los demás miembros; y desconfían de la capacidad de los otros miembros de responsabilizarse por su propia vida espiritual y moral. Entonces establecen una red de vigilancia para enterarse de todo lo que los miembros hacen o no hacen, «porque tenemos que velar para que no caigan en pecado». Añaden una multitud de «mandamientos de hombres» a la palabra de Dios, igual como los fariseos en Mateo 15: «No escucharás música mundana.» «No te vestirás a la moda.» «No asistirás a ningún servicio de una iglesia que no sea de nuestra denominación.» «No hagas ninguna decisión importante sin la aprobación del pastor.» Etc… – Algunos líderes que conocí, se sentían obligados a organizar un programa especial obligatorio para los jóvenes en todos los feriados, «porque si les sobra tiempo libre, solamente van a buscar las diversiones mundanas y van a ser expuestos a tentaciones.»

¿Y los resultados? – Con todo este mal concebido «cuidado pastoral», los miembros caen aun más en pecado, se vuelven más débiles espiritualmente, y dejan de buscar a Dios por su propia iniciativa, ya que el pastor y los líderes hacen eso en lugar de ellos (o pretenden hacerlo).
Hace muchos años ya hice esta observación; pero ahora, desde el trasfondo de la pedagogía de la confianza, puedo entender aun mejor por qué sucede eso. Es un típico caso de la «cooperación por compensación» (vea en la Parte 1). Los miembros – y particularmente los jóvenes – solamente «juegan según las reglas» que sus líderes establecieron de antemano. Los líderes decidieron que no se puede confiar en que un «miembro común» siga fiel al Señor, y que es el papel de los líderes, alejar a los «miembros comunes» de las tentaciones. Esta desconfianza se transmite a los miembros, y entonces ellos cooperan de manera complementaria, buscando las tentaciones aun más.

Esta forma de liderazgo controlador es aun más insultante, considerando que aquí no se trata de niños, sino de personas adultas y maduras. Y si se tratase de una iglesia realmente cristiana (según los principios de la Biblia), entonces consistiría en personas nacidas de nuevo por el Espíritu Santo. O sea, personas de las cuales la palabra de Dios dice lo siguiente:

«Daré mi ley en su mente, y la escribiré en su corazón; y yo seré a ellos por Dios, y ellos me serán por pueblo. Y no enseñará más ninguno a su prójimo, ni ninguno a su hermano, diciendo: Conoce al Señor; porque todos me conocerán, desde el más pequeño de ellos hasta el más grande, dice el Señor …» (Jeremías 31:33-34)

«Mas el Consolador, el Espíritu Santo, a quien el Padre enviará en mi nombre, él os enseñará todas las cosas, y os recordará todo lo que yo os he dicho. (…) Él os guiará a toda la verdad (…)» (Juan 14:26, 16:13)

«¿Tú quién eres, que juzgas al criado ajeno? Para su propio señor está en pie, o cae; pero estará firme, porque poderoso es el Señor para hacerle estar firme.» (Romanos 14:4)

«…porque Dios es el que en vosotros produce así el querer como el hacer, por su buena voluntad.» (Filipenses 2:13)

«Pero la unción que vosotros recibisteis de él permanece en vosotros, y no tenéis necesidad de que nadie os enseñe; así como la unción misma os enseña todas las cosas, y es verdadera, y no es mentira …» (1 Juan 2:27)

«Y a aquel que es poderoso para guardaros sin caída, y presentaros sin mancha delante de su gloria con gran alegría, al único y sabio Dios, nuestro Salvador, sea gloria y majestad …» (Judas 24-25)

Entonces, si un líder de una iglesia piensa que tiene que mantener a los otros miembros bajo vigilancia y que no puede confiar en ellos, ese líder demuestra su propia incredulidad: No cree en las promesas del Señor arriba citadas.

Ahora, puede darse también el caso de que estas promesas realmente no se aplican, porque la mayoría de los miembros de la iglesia no tienen ninguna relación personal con el Señor. Pero en este caso tampoco ayuda presionarlos para que se comporten de manera «conforme» en lo exterior. Nadie se convierte en cristiano imitando el comportamiento de un cristiano; es necesario nacer de nuevo. En este caso mas bien habría que guiar a los miembros hacia el nuevo nacimiento y una relación correcta con Dios.

Tenemos que entender también que de los miembros de una iglesia no podemos esperar la misma clase de relación hacia sus líderes como de un niño hacia sus padres; ni mucho menos podemos exigirlo. En una iglesia cristiana constituida según el Nuevo Testamento, las posiciones de «padre» y de «pastor» ya están ocupadas por el Señor mismo:

«…Pero vosotros no queráis que os llamen Rabí; porque uno es vuestro Maestro, el Cristo, y todos vosotros sois hermanos. Y no llaméis padre vuestro a nadie en la tierra; porque uno es vuestro Padre, el que está en los cielos.» (Mateo 23:8-9)

«Yo soy el buen pastor; el buen pastor da su vida por las ovejas. (…) Yo soy el buen pastor; y conozco mis ovejas, y las mías me conocen. (…) Mis ovejas oyen mi voz, y yo las conozco, y me siguen.» (Juan 10:11.14.27)

Entonces, no es bíblico que los miembros de una iglesia «sigan» a sus líderes de la misma manera como un niño a sus padres, o un discípulo al Señor. Aun los líderes más importantes en una iglesia no son más que «hermanos»; y como tales no pueden exigir más que un hermano mayor de sus hermanos menores. En esta situación se aplica aun más: La confianza no se puede exigir ni reglamentar; solamente se puede ganar. Y si queremos saber si un líder es digno de confianza, el primer lugar para mirar es cómo trata a su propia familia: a su esposa, sus hijos, y otras personas que viven en su hogar. (Vea en «El concepto bíblico de la familia».)

Cuando se respeta la posición del Señor como cabeza de la iglesia, una relación de «Join-Up» entre un cristiano más maduro y uno menos maduro puede ser beneficiosa. Mientras ambos siguen conscientes de que dependen del Señor, y no el uno del otro, se pueden ayudar mutuamente a acercarse más a Dios. El propósito de toda comunión cristiana es que sus participantes lleguen a una relación más cercana y directa con Dios mismo. (Vea Hebreos 4:14-16 y 10:19-22.) El apóstol Pablo tenía tales relaciones de confianza con Timoteo, con Silas, y con varios otros de sus colaboradores. Aquí se pueden aplicar muchos de los principios de la pedagogía de la confianza (distinguiendo con sabiduría).

Y volviendo a la familia: Aquí también es saludable estar conscientes de que nosotros, los padres, no somos la última instancia. El «Join-Up» natural de los niños con nosotros es solamente sombra y reflejo de la relación más grande y más importante que Dios Padre desea tener con nosotros. Guiar a los niños hacia esta relación, y representar esta relación ante el mundo, eso es el gran propósito de la familia.

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Pedagogía de la confianza (3)

Parte 3: La «intervención Join-Up»

Esta es la tercera parte de un artículo acerca de la «pedagogía de la confianza», un modelo pedagógico propuesto por el educador suizo Heinz Etter. En la primera parte describí sus principios, y en la segunda parte unas aplicaciones prácticas. Su concepto fundamental es que según el diseño de Dios, las relaciones entre padres e hijos se basan en la confianza mutua, y los niños tienen un deseo natural de someterse a sus padres.
Entonces, si en una familia hay enemistades y «luchas por el poder» entre padres e hijos, y los hijos están en un «modo de resistencia» contra los padres, eso señala que el fundamento de la confianza está ausente. En este caso, los buenos consejos de la pedagogía de la confianza no funcionarán bien. Los padres se sentirán tentados a recurrir a los métodos de las «pedagogías de la desconfianza»: La manipulación, las presiones, amenazas y castigos, o recompensas según un plan sistemático (como en la pedagogía conductista); o la renuncia a la autoridad, quizás de manera resignada: «¡Pues hagan lo que quieren!»
Pero la pedagogía de la confianza nos anima a hacer un esfuerzo para volver a ganar la confianza y la colaboración aun de aquellos niños que se encuentran en un «modo de resistencia». Eso es lo que Etter llama «la intervención Join-Up».

¿Realmente lo deseas?

Esta es la primera pregunta que hay que hacerse en esta situación. ¿Realmente deseas vivir en una relación de confianza mutua con tus hijos (o como profesor(a) con tus alumnos)?

Etter escribe al respecto:

Muchas personas, en lo profundo de su corazón no desean ninguna relación Join-Up con los niños. Están cargados con una necesidad nefasta de ejercer poder, y de mantener el control sobre todas las situaciones. Eso puede tener diversas razones. Para muchas personas inseguras, ejercer poder es la única manera que conocen de escapar de su aislamiento. Muchas personas no creen que exista algo como una relación Join-Up entre personas, ni entre humanos y animales, y tampoco entre humanos y Dios.
Experimentar el Join-Up con un caballo podría quizás ser un incentivo para cambiar de opinión.»

«El principio del Join-Up no es ningún truco para lograr que los niños te hagan caso. Uno podría quizás abusarlo para este propósito; pero entonces se convertiría en una forma de psicoterror que amenaza a los niños con privarlos del amor, les quita toda la seguridad en su relación contigo, y así estropea su desarrollo.
Es una gran ayuda experimentar el principio del Join-Up primero con un caballo, porque según nuestra experiencia, un caballo nunca seguiría voluntariamente a alguien que no merece su confianza, o solamente desde una distancia de dos metros.
Un verdadero Join-Up con los niños sucede solamente donde hay confianza. No se puede forzar; igual como no puedes forzar a nadie a amarte.»

Con un niño «difícil», es natural que nos preguntemos primero: «¿Qué puedo hacer para que este niño cambie?» – Pero la pedagogía de la confianza nos anima a hacer primero un trabajo en nuestra propia persona. Quizás soy yo quien tengo que cambiar, antes que pueda esperar un cambio en el niño.

La Intervención «Join-Up», Paso 1:
Independízate emocionalmente de tus niños; deja de «necesitarlos».

Ya hemos visto este principio en los artículos anteriores: El que necesita al otro, es el que debe someterse. Si nosotros «necesitamos» que el niño se sienta contento, que el niño apruebe nuestras acciones, que el niño tenga éxito, que el niño no sufra, etc. – entonces no tenemos autoridad para guiarlo. Entonces, el primer paso consiste en recuperar nuestra independencia emocional.

Etter dice acerca de este punto:

«Si usted quiere liberarse de esta dependencia, o ni siquiera caer en ella, estará en las mejores condiciones si vive en una relación cariñosa de amor con su esposo/a. (…) Si usted es madre soltera (o padre soltero), cultive unas amistades cercanas. Aun si piensa que los niños no le dejan tiempo para eso, en este caso lo necesitará aun más.»

De hecho, cuando nuestra necesidad de afecto, cariño, consuelo y apoyo emocional se satisface en la relación matrimonial, estamos menos en peligro de esperar que los niños llenen nuestro vacío emocional.
Pero como cristianos podemos saber que tenemos un apoyo aun mucho más grande en Dios mismo. «Venid a mí todos los que estáis trabajados y cargados, y yo os haré descansar», dijo Jesús (Mateo 11:28). Y también: «Cualquiera que bebiere de esta agua, volverá a tener sed; mas el que bebiere del agua que yo le daré, no tendrá sed jamás; sino que el agua que yo le daré, será en él una fuente de agua que salte para vida eterna.» (Juan 4:13-14). – En la comunión personal con el Señor mismo podemos recibir todo el ánimo y apoyo que necesitamos, especialmente para las situaciones conflictivas con los niños.

Y es que nuestra independencia emocional es esencial para poder aguantar los conflictos con los niños. También necesitamos estabilidad emocional para poder cambiar nuestra propia actitud y nuestra manera de actuar.

La Intervención «Join-Up», Paso 2:
Aléjate un poco de un niño que está en el «modo de resistencia», hasta que una conversación pacífica sea posible.

Voy a citar directamente los consejos de Etter para este paso:

«Mantenga un poco de distancia hacia un niño que no quiere someterse. Hágalo sentir que usted lo ama, pero que no tolera su comportamiento y que usted desea un cambio. No luche, no riña, no amenace. Simplemente diga: ‘Tenemos que conversar.’ Usted decide acerca del momento y del lugar de la conversación; y usted determina el tono que se usa al hablar.

‘No riña al niño’: ¿por qué es eso tan importante? – Esta forma amenazante y acusadora de hablar, pone en peligro la intervención Join-Up. Le animo a confiar en lo que digo: El éxito de su intervención corre peligro si usted empieza a reñir al niño. (…)

El que define y mantiene el tono de la conversación, es superior en la jerarquía.
El que define el comienzo y el fin de la conversación, es superior en la jerarquía.

Si usted desea llegar a una relación Join-Up con un niño, entonces no intente influenciar al niño, hacer acuerdos, etc, mientras la jerarquía todavía no está como debe ser.»

Los caballos no tienen manos

El siguiente pasaje puede ilustrar un poco más la idea de «alejarse» y «mantener cierta distancia»:

«¿Cómo logran los caballos una jerarquía de dignidad igual para todos? Creo que para ellos es mucho más fácil que para nosotros porque no tienen manos. Por eso están libres de la tentación de forzar a otro caballo a seguirles. Los caballos pueden alejar a otros caballos de sí, pero no pueden obligar a ningún caballo a ir por un camino determinado.
Nuestras manos, tan maravillosas como son, nos han seducido a hacer algo que nos causa muchos problemas en nuestro trato entre humanos. Piensa cuántas veces dijiste a un niño: ‘¡Ven acá!’, y esperaste que venga, y si no venía lo reñiste (lo trataste como enemigo). Si lo presionas, el niño probablemente recordará situaciones cuando sus padres lo cargaron para llevarlo a la fuerza a algún lugar.
(…) Cada vez que obligas a un niño a que se acerque a ti, actúas en contra de nuestro ‘sistema operativo’ como humanos. Nuestra cultura ha desplazado nuestro comportamiento natural de tal manera que ya no estamos conscientes de ello. Y quizás la regla tiene unas excepciones. Pero la pedagogía de la confianza saca conclusiones útiles de este descubrimiento. Verás como cambiará tu vida como educador(a) cuando comiences a fijarte en eso.

Jesús tampoco forzó a nadie a seguirle. Nunca obligó a alguien a estar cerca de él. ¡Al contrario!
‘Los zorros tienen guaridas y las aves del cielo tienen nidos; pero el Hijo del Hombre no tiene donde recostar su cabeza.’ (Lucas 9:58) – O sea: ‘Piénsalo bien si realmente quieres seguirme.’ – En una ocasión Jesús se enojó con Pedro porque Pedro le había hablado con los pensamientos de satanás. Entonces alejó a Pedro de sí.
Jesús tenía todo el poder, y él sabía cuan importante hubiera sido para los hombres, hacerle caso. Pero aun así se limitó a invitarles.

Como educadores, queremos entonces formular nuestra exigencia básica de la siguiente manera:

‘Yo no puedo ni quiero forzarte a escucharme o a seguirme aquí y ahora. Pero si quieres estar aquí, en mi esfera de influencia inmediata, entonces tienes que hacer caso a las reglas.’

– ‘No puedo simplemente mandar afuera a todos los niños que no quieren obedecerme’, dirás. Ten un poco de paciencia. Claro que no lo decimos tan tajantemente; pero eso es aproximadamente lo que un caballo ‘dice’ a un potro que quebranta las reglas. La idea es, que brindes la mayor parte de tu energía, de tu incentivo y de tu creatividad a aquellos niños que están en una relación Join-Up contigo; y que ya no intentes forzar bajo tu mando a aquellos que por alguna razón se encuentran en el ‘modo de resistencia’. Sigue tratándolos con respeto, pero mantenlos a cierta distancia, y verás unas maravillas.»

Me parece importante entender que eso de «mantener una distancia» no significa negarle el amor a un niño. No rechazamos al niño; seguimos tratándolo con amor y respeto; pero le hacemos entender que por causa de su comportamiento, por ahora no podemos hacer ciertas cosas con él o para él.
Esto puede significar que dejemos de hacer ciertas cosas por el niño, mientras los asuntos no están aclaradas y mientras no se haya llegado a un acuerdo. Por ejemplo: «Mientras tú sigues dejando tu cuarto en desorden, no lo voy a limpiar.» O: «Mientras sigues descuidando tu ropa de esta manera, no la voy a lavar ni remendar.» (Por supuesto que estas condiciones tienen que ser de acuerdo a la edad y las capacidades del niño; pero no subestimemos sus capacidades.)

La Intervención «Join-Up», Paso 3:
Aclara las cosas en una conversación objetiva, donde tú defines el tono. Lleguen a un acuerdo mutuo.

Aquí se trata primeramente de esperar el momento apropiado:

«Según las circunstancias, puede durar bastante tiempo hasta que un niño esté listo para una tal conversación. Es necesario que el niño acepte el lugar, el tiempo, y el tono de conversación que usted define. Eso es una señal de que reconoce la autoridad de usted. – Pero según nuestras experiencias, raramente durará más que unos cuantos días.»

No solamente es necesario que el niño esté dispuesto a conversar. También hay que hacerle entender que nosotros mismos deseamos cambiar la forma como nos tratamos mutuamente; que no se trata de que «nosotros ganemos la lucha», sino que se llegue a un acuerdo mutuo en paz. (¡Y eso funcionará solamente si eso es nuestra intención verdadera y sincera!) Por eso dice Etter:

«Por mientras, evite toda acción que lo haga dificíl para el niño someterse. No se sorprenda si el niño intenta provocar una pelea, para que vuestra relación continúe según las mismas reglas como antes – las reglas acostumbradas, en las que el niño se siente fuerte. No le haga caso; ignore toda provocación, hasta donde sea posible. Tampoco empiece a discutir acerca de otros asuntos. Evite toda comunicación más allá de lo necesario. Hable de manera decidida, pero amable. Concéntrese enteramente en la conversación que debe tener lugar.»

Entonces, cuando llega el momento, explica al niño qué es lo que te molesta en su comportamiento, y por qué. Concéntrate en los puntos más importantes. Aclara que tú también deseas ayudar al niño para que le sea más fácil cambiar en estos aspectos. Reconoce tu propia parte de la responsabilidad por los conflictos. Aquí puede también ser el lugar de pedir perdón por tus propias reacciones equivocadas. Es importante mantener la conversación en un tono objetivo y pacífico. Etter dice:

«Si el niño reacciona de manera agresiva en esta conversación, no le responda en el mismo tono. En su lugar, interrumpa la conversación y defina otro momento más tarde para continuarla.»

Después conversen de cómo podrían actuar mejor en estos puntos conflictivos; y ambas partes asumirán ciertos compromisos en cuanto a su comportamiento. Valora las sugerencias del niño. Cito el siguiente ejemplo práctico:

«El éxito de la primera intervención es importante. Por eso le animo a planificarla cuidadosamente. (Antes de la conversación,) anote las situaciones acerca de las que desea conversar. Por ejemplo así:

1. ¿Cómo es la situación actual?
Casi todos los días cuando llego a casa, la casaca de Ana está tirada sobre la baranda o en el piso. Yo suelo colgarla en su lugar. Cuando le hablo a Ana de ello, ella solamente dice: ‘Puedes colgarla tú si te molesta.’

2. ¿Cómo reacciono yo en esta situación?
Esa actitud me irrita tanto que ya no digo nada, solamente cuelgo la casaca. Pero cada vez que lo hago, me siento humillado.

3. ¿Qué quiero lograr?
Quiero que Ana cuelgue su casaca ella misma. Pero aun más importante: que ya no reaccione de esta manera insolente cuando le digo algo.

El padre que anotó eso, llevó a cabo la intervención con éxito. Después de mucho tiempo, tuvo por primera vez una conversación seria y amable con su hija, y Ana se mostró enseguida dispuesta a cooperar. Ellos anotaron el siguiente acuerdo:

1. Yo (Ana) colgaré mi casaca yo misma.
2. Si alguna vez lo olvido, mi papi pondrá la casaca sobre mi asiento en el comedor. Entonces la colgaré sin protestar.
3. Mi papi no me hará reproches ni me mirará mal.

El punto 3 deja entrever que hubo algunos aspectos adicionales en juego. Cuando volví a hablar con aquel padre unos meses después y le pregunté en qué había quedado ese asunto, él ya lo había olvidado. Por fin dijo: ‘Ah, ¿eso de la casaca? Creo que una sola vez tuve que ponerla sobre el asiento de Ana. Hace tiempo ya que eso se ha arreglado.'»

La idea detrás de esta estrategia es dar lugar al niño, para que vuelva a darse cuenta de que nos necesita. Después de un tiempo de «distancia» (pero no rechazo), puede despertar nuevamente en un niño su deseo natural de seguirnos. Etter dice:

«Confíe en las fuerzas de apego del niño hacia usted. Estas fuerzas son enormes, aunque en el momento usted no siente que están aquí. Aguante esta situación, donde usted por el momento no recibirá muestras de afecto de parte de su niño. Si usted sufre bajo esta situación, confíe en que el niño sufre igualmente, aunque no quiere mostrarlo.
Su deseo de cercanía con usted es aun más grande que viceversa. Pero este sufrimiento tiene un propósito: Es lo que llevará al niño de regreso a una relación de Join-Up con usted – aunque inicialmente sea solamente por unas cuantas horas o días.»

Para niños pequeños, obviamente habría que adaptar esta estrategia. Con un niño de tres años todavía no podemos llevar una conversación como en el ejemplo citado; y aun de un niño de cuatro o cinco años todavía no podemos esperar que recuerde por sí mismo un acuerdo formal. También hay que tener cuidado cómo entender lo de «mantener distancia» con un niño pequeño: no debe entenderse en el sentido de «dejarlo solo», porque los niños de esa edad siempre necesitan saber que papá o mamá están cerca y accesibles en caso de necesidad, de otro modo se sienten abandonados.
Etter no da muchos consejos acerca del trato con niños muy pequeños. Dice que es más fácil con ellos porque están más fácilmente dispuestos a regresar al «Join-Up» con sus padres, mientras tienen la certeza de que estamos de su lado. Entonces reaccionarán mejor cuando pronunciamos p.ej. prohibiciones no en un tono amenazante, sino de manera amable (pero firme): «Mira, esta tijera es muy punzante. Tiene quedarse aquí en su lugar para que no te lastime.» Y en casos de emergencia todavía es posible cargar a un niño pequeño a otro lugar fuera del peligro – eso sería una de las excepciones a la regla mencionada en el apartado «Los caballos no tienen manos». Pero habría que dar una explicación: «Lo siento, pero ahora tengo que llevarte adentro, porque aquí puede pasar un accidente.»

La Intervención «Join-Up», Paso 4:
Ten confianza en el niño; y cumple por tu parte con los acuerdos.

Si la conversación se llevó a cabo exitosamente, ya se ha ganado mucho:

«Lo más importante es que la conversación haya tenido lugar, bajo condiciones que usted estableció y el niño aceptó. (…) Ahora ustedes tienen un nuevo fundamento para seguir adelante. Evite que la conversación sea una experiencia humillante, o negativa, para el niño. El niño debe darse cuenta de que vale la pena tratarse de una manera más respetuosa. En una conversación de Join-up todos ganan; no hay perdedores.»

Ahora se trata se seguir adelante sobre esta base nueva, y no recaer en el antiguo comportamiento conflictivo o manipulador. ¡Eso vale tanto para los adultos como para los niños! Etter dice que en los casos donde padres buscaron su consejo porque los acuerdos hechos «no funcionaban», casi siempre la causa era que los padres no cumplieron su parte del acuerdo.

Ahora que el niño ha afirmado su decisión de cooperar, es importante confiar en su capacidad, y no desanimarlo con nuestra desconfianza:

«Sea generoso. En lo posible, permita que el niño haga sus propias decisiones. Confíe en que el niño asumirá la responsabilidad por sí mismo; pero asegure que le reconozca a usted como autoridad.
(…) Un niño que vive en una relación de Join-Up, no necesita las constantes amonestaciones y correcciones: ‘No olvides cepillar tus dientes.’ – ‘Guarda tus libros.’ – Tales amonestaciones son incluso contraproducentes.
(…) Muchos padres tienen poca confianza en sus hijos y temen todo el tiempo que los niños olviden sus deberes, que se descontrolen, que no puedan solucionar sus conflictos, que no puedan resistir las tentaciones … Necesitamos cambiar nuestra idea acerca de los niños.
(…) Muchos padres no empiezan a informarse acerca de la educación de los niños, hasta que noten que sus hijos no están en una relación de Join-Up con ellos. Por eso, la mayoría de los libros sobre educación están llenos de consejos para tales situaciones. (Nota: Y esta clase de consejos a menudo hacen solamente que los padres ganen una ‘lucha por el poder’, pero los niños siguen en el ‘modo de resistencia’.) Pero lo que más necesitamos aprender, es cómo tratar con un niño que está en Join-Up con nosotros; y cómo mantener esta relación.»

Como enfatiza Etter, es relativamente fácil llevar a un niño de regreso a una relación de Join-Up – por lo menos por un tiempo. Lo que es más difícil, y más importante, es mantener esta relación a lo largo del tiempo. Allí se aplican todos los principios y consejos mencionados en la Parte 2.

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Pedagogía de la confianza (2)

Parte 2: La práctica

En el artículo anterior describí algunos principios de la «pedagogía de la confianza», propuesta por el educador suizo Heinz Etter. Mencionaré ahora algunas de sus sugerencias para llevar estos principios a la práctica.

Dignidad igual para todos

Una familia o comunidad que vive en una relación de «Join-Up» (vea en la primera parte), es una comunidad donde se concede a cada miembro la misma dignidad y el mismo respeto. Etter enfatiza que esto no es lo mismo como «derechos iguales». Cito de su descripción:

«Todos los trucos y métodos de la educación conductista no resuelven el problema de fondo: En el caso de un conflicto, los adultos damos por sentado que nosotros sabemos lo que es lo correcto, mientras los niños tienen que aprenderlo todavía. En otras palabras, suponemos que los adultos tenemos un carácter más ‘noble’ que los niños, mientras que a los niños todavía ‘les falta educación’. Yo deseo presentarle una nueva perspectiva de la paternidad: Padres guiando a niños que tienen la misma dignidad como ellos.
(…) Hoy en día se habla mucho de que los niños tienen derechos. Pero cuando se habla de ‘derechos iguales’, eso es muy problemático. Este término ha engendrado la idea de que una familia debería ser una ‘democracia’ de socios con derechos iguales. Desde nuestra perspectiva, los niños no tienen derechos iguales, pero tienen la misma dignidad. Jesper Juul acuñó este término de la ‘dignidad igual’, para describir una relación jerárquica entre personas que tienen el mismo valor.»

Dignidad implica responsabilidad

Confiar en los niños significa que confiemos también en su capacidad de asumir deberes, y de cumplirlos de manera responsable. En esta área se revela una vez más que muchos padres tienen una imagen negativa de sus hijos: Cuando se trata de ayudar en los trabajos de la casa, lo ordenan a los niños en un tono como si ningún niño estaría por sí mismo dispuesto a ayudar; y después están detrás de ellos como si un niño no fuera capaz de terminar un trabajo sin ser vigilado constantemente.
Los siguientes pensamientos de Etter al respecto me parecen muy interesantes:

«A los niños todavía se les concede muy poca dignidad, a pesar de que se reconocen sus derechos. ¿Será eso porque no confiamos en las capacidades de los niños? – de tal manera, que nadie ha formulado los deberes de los niños; aunque normalmente derechos y deberes siempre van juntos. ¿Pueden los niños siquiera tener deberes?
Quizás es exactamente por este énfasis exagerado en los derechos del niño, que todavía no respetamos a los niños como nuestros prójimos con dignidad igual. Es que apenas nos atrevemos a encomendarles deberes. Por ejemplo, muchos padres creen que le hace daño a un niño cuando tiene que trabajar, o cuando tiene que quedarse quieto. Les parece algo horrible cuando un niño tiene que reunciar a un placer, cuando le hace frío, o cuando de alguna otra manera llega a sus límites.»

Comentario: No deseo interpretar eso en el sentido de que se deba promulgar ahora una «Declaración de los deberes del niño». Esto no es asunto de los gobiernos estatales, ni de las organizaciones internacionales. Los deberes de los niños pertenecen a una esfera muy distinta de los «deberes de los ciudadanos». Los padres son quienes tienen la autoridad de decidir acerca de los deberes de los niños.
Estoy seguro de que Etter también lo entiende en este sentido; porque en este contexto él no se refiere a «deberes cívicos» ni a «deberes escolares» (en otra parte volveré a eso); todos sus ejemplos son tomados del ámbito hogareño, de los deberes del niño en su propia familia.

Etter sigue diciendo:

«Los niños que crecen en una granja, aprenden de manera natural a reconocer y evitar los peligros que los rodean. Pero en los modernos departamentos de las ciudades, algunos padres parecen creer que los niños querrán saltarse por cualquier ventana que no esté asegurada.
(…) Todas estas preocupaciones por el bienestar y la seguridad de los niños me hacen sospechar que los adultos de hoy tenemos una opinión muy pobre acerca de la capacidad de los niños de asumir responsabilidades, de ser cumplidos, y de soportar dificultades. ¿De dónde viene eso? – La respuesta es sencilla: Los padres no ven a sus hijos en una relación de ‘Join-Up’ con ellos. Por tanto, cuando los niños tienen que ayudar algo en la casa, lo hacen con una actitud que dice: ‘No me parece correcto que yo tenga que hacer eso, y por tanto hago apenas lo que me ordenan, pero nada más.’ Sus verdaderas capacidades nunca son puestas a prueba. Se les encarga solamente aquellos trabajos donde es imposible equivocarse, porque los padres ven a sus hijos como unos perezosos. Pero esta clase de trabajos no provee ninguna motivación, y así se cierra el círculo vicioso.
Gracias a Dios, casi todos los niños encuentran por fin algún campo de interés donde pueden desarrollar sus capacidades, y entonces sus padres y profesores se quedan asombrados y se preguntan de dónde ha salido toda esta creatividad, esta imaginación y este entusiasmo. ‘Se le ha soltado el nudo’, dicen; pero raras veces se detienen para preguntarse quién había atado este nudo en primer lugar.«

(Vea en este contexto también: «¿Los niños no deben trabajar?»)

Pienso que en la cultura suiza desde donde escribe Etter, existen más posibilidades para hacer esta experiencia, porque allí hay más oportunidades para que los niños y jóvenes encuentren algún pasatiempo constructivo y motivador: Se ofrecen más cursos de arte, deporte, tecnología, etc. para niños; hay más museos y talleres abiertos diseñados según las preferencias de los niños; hay más grupos de scouts y similares. Y los niños tienen más tiempo libre: su horario escolar no es tan excesivamente cargado como aquí, y los reglamentos limitan sus tareas escolares a un máximo de una hora por día.

Aquí en el Perú, desafortunadamente encuentro a muchos jóvenes que siguen atados en este «nudo» de no hacer nada excepto por obligación, de no confiar en sus propias capacidades, de estar limitados a las tediosas tareas escolares que se hacen de mala gana, solamente porque sus padres quieren que después «estudien una buena carrera»; y finalmente terminan con una profesión que nunca hubieran elegido por sí mismos, que no les gusta y no les interesa ejercerla bien. Pienso que esto se debe a que todavía muchos padres están acostumbrados a restringir las actividades de sus hijos, sobre todo aquellas actividades que podrían ayudarles a ejercer su creatividad o iniciativa propia.

Confía en las capacidades del niño.

Voy a citar un poco más extensamente las sugerencias de Etter de cómo hacerlo mejor. Estos son algunos de los párrafos donde reluce con mayor claridad el espíritu de la pedagogía de la confianza. No se trata de un «método» o de una «técnica». Más que todo se trata de un cambio de actitud por parte de nosotros, los adultos. Este cambio de actitud producirá naturalmente una manera diferente de actuar:

«Proponemos entonces que ustedes como padres no se compliquen tanto las cosas: No diga a su hijo que tiene que limpiar la mesa, que tiene que poner las sillas en orden, y que ponga la ropa sucia de la manera correcta en la lavadora. Y que se cuide mucho de poner demasiado detergente, y que se cuide mucho de apretar el botón equivocado. No le diga … pero esfuércese por lograr que su hijo viva en ‘Join-Up’ con usted, y entonces acerca de los trabajos de la cocina podrá hablarle así: ‘¿Cuándo prefieres trabajar en la cocina? ¿Hoy o el viernes? – Y dime si te aburres solo, entonces te acompañaré; aunque preferiría leer primero el periódico.’
Cuente con que su hijo ya sabe en qué fijarse al lavar los platos; y que ya sabe cómo cuidar la olla de teflón, porque usted le ha mostrado una vez cómo lavarla con delicadeza. Confíe en que su hijo preguntará por sí mismo si está en duda acerca de algo. Así usted trata a su hijo como a un ser humano inteligente y responsable, con buen criterio para hacer los trabajos de la cocina.
Entonces renuncie a la vigilancia constante, y también a las críticas, excepto si es sumamente importante cambiar algo. En vez de criticar, usted podría decir por ejemplo: ‘Yo exprimo el trapo después de usarlo y lo cuelgo sobre el cordel, así evito que se pudra.’ – Evite preguntar: ‘¿Has entendido?’; tampoco diga: ‘No quiero volver a ver el trapo mojado tirado por allí.’ Cuente con que su hijo quiere aprender de usted. Tenga presente que los comentarios críticos significan en realidad: ‘No confío en que tú hagas lo correcto. Creo que no te importa lo que digo, o que me molesta el trapo mojado que ya está apestando. Creo que no reaccionas mientras no te presiono.’

Quizás usted dice ahora: Pero mi hijo realmente necesita que le haga recordar todo. – Entonces le aconsejaría tener un poco de paciencia. Si un niño ha sido acostumbrado a que los adultos no creen en sus capacidades, no va a comenzar a razonar por sí mismo de un día al otro. Quisiera ahora dar la palabra a un chiquillo de cuatro años y escribir lo que él probablemente diría:

‘Los adultos no quieren que yo crezca. Pronto me he dado cuenta de ello. Primero todos se alegraron cuando aprendí a ponerme de pie. Pero cuando entonces quise agarrar algunas cosas que antes no podía alcanzar, las colocaron todas a tal altura que no pude llegar. Tan desconfiados son. Pero yo no haría nada malo con esas cosas.
Hace poco aprendí cómo abrir el cajón del escritorio. Me sentí muy feliz. Mis padres también se alegraron, pero no tanto. Me sentí incómodo. No sé qué pasó, pero unos días después ya no se pudo abrir el cajón. – También me sentí feliz cuando descubrí cuál botón apretar para llamar a mi papá por teléfono. Pero ahora ya no funciona. Tengo la impresión de que quieren quitarme la alegría de vivir. Cada rato tengo que inventar nuevos trucos.
Cuando llevo un vaso de vidrio, con mucho cuidado, mis papás hacen un escándalo como si ya se hubiera caído al piso. ¿Por qué? Yo casi nunca hago caer cosas. – Cuando vamos de paseo, siempre tengo que ir agarrado de la mano de papá o mamá. Eso no está mal; pero cada vez que yo suelto su mano, ellos se asustan y piensan que voy a correr a la calle sin mirar.
(…) A menudo me castigan por la misma cosa por la que antes me alabaron. Hace poco aprendí de mamá una palabra: ‘Cállate’. Ella dice eso cuando no quiere escucharme. Entonces yo lo probé también. Todos se alegraron cuando lo dije. Pero después cambiaron de opinión. No sé por qué. Ahora ya no me permiten decirlo; solamente mamá puede decirlo. (…)’

¿Qué opina usted, querido lector? ¿Es un niño realmente un ser humano que hace esta clase de razonamientos? ¿O cree usted que un niño vive sin pensar nada?
Recuerdo todavía un ejemplo de mi propia niñez. Debo haber tenido unos tres años. Mi hermano de ocho años había hecho un hermoso modelo de un castillo de cartulina. El ya había adoptado la opinión de los adultos acerca de los niños pequeños, y por eso lo puso en una repisa muy por encima de mi cabeza. Cuando por fin yo había logrado desarmarlo en sus componentes y toda la familia me miraba furiosamente, dije – casi con orgullo -: ‘Con una silla lo alcancé.’
Nadie tuvo comprensión por mi alegría. ¿Por qué? ¿No era lógica mi acción? Todos esperaban que yo iba a destruir el castillo si lo podía alcanzar. ¡Yo solamente había jugado según las reglas que ellos mismos habían establecido!
A esa edad yo decidí pensar de manera diferente acerca de los niños, cuando yo iba a ser adulto. (…)»

Si eres autoridad, no emitas señales de sumisión.

Al final de la primera parte describí brevemente lo que es el «Join-Up» al entrenar a un caballo. El entrenador señala al caballo que él ha venido para guiarlo, y que él es digno de confianza. Etter investigó entonces cómo se expresa una relación de autoridad sana (o sea no manipulativa, no abusiva) entre seres humanos, y especialmente entre adultos y niños. Por ejemplo:

«Cuando un adulto y un adolescente se encuentran caminando en direcciones opuestas en una vereda estrecha, ¿quién da campo al otro para que pase?
¿Quién saluda primero?
Cualquier niño entendería estas cosas naturalmente por sí mismo, si no fueran muchos adultos que hoy en día se comportan en contra de la naturaleza. (…)

La familia está cenando juntos. Un niño de once años mira la cesta de pan vacía y dice en tono de reproche: ‘¿Ya no hay más pan?’ – ¿Se levantará la madre enseguida para traer más? ¿Incluso se sentirá culpable por no haber puesto más pan sobre la mesa? ¿O dirá tranquilamente: ‘En la cocina hay más, por favor tráelo.’ «

Según la reacción de la madre, el niño percibe: «Mi mamá es mi sirviente, ella se somete a mí»; o percibe: «Mi mamá es quien manda, mejor le hago caso.»
Ahora, sería un error concluir que entonces tengamos que exigir de los niños que siempre saluden primero, que siempre den campo a los adultos, etc. Al contrario: Cuando tenemos que exigir explícitamente estas cosas, estamos señalando que nuestra autoridad ya no es tan creíble, y que nosotros somos los «necesitados» (porque «necesitamos» que los niños se comporten como nosotros queremos). Estaríamos entonces convirtiendo a nuestros hijos en pequeños actores hipócritas: Ellos aprenderían a actuar como si nos respetasen, pero ya no tendrían un respeto genuino por nosotros.
O sea, no se trata de lo que exigimos de los niños; se trata de cómo actuamos nosotros mismos. Que no emitamos señales de sumisión, por ejemplo saludando a los niños antes que ellos nos saluden a nosotros. Pero si juntos como familia visitamos a otra familia, y nuestros hijos todavía no se sienten en confianza con los padres de la otra familia, tampoco sería correcto empujar a nuestros hijos delante de nosotros y decir: «Saluda al señor Jaime.» A nosotros nos toca dar el ejemplo y saludar al señor Jaime primero. Así señalamos a nuestros hijos: «Yo voy adelante, y tú puedes seguirme.» Después de eso será más fácil para ellos saludar al señor Jaime.
Los niños se confunden cuando por un lado pretendemos guiarlos, pero por el otro lado les damos señales de someternos a ellos o de quedarnos detrás de ellos.

Otro punto: ¿Quién define el tono de la comunicación? Especialmente en el caso de un conflicto, cuando un niño empieza a hablarnos en un tono agresivo o molesto: ¿Acomodamos nuestro tono al tono del niño, respondemos de la misma manera agresiva, quizás hasta gritando? – Eso sería una señal de sumisión de nuestra parte, porque permitimos que el niño defina el tono de la conversación. – Una señal de autoridad sería en este caso, por ejemplo, que expliquemos nuestro punto de vista de manera tranquila; o que digamos: «Me parece que ahora no es el momento de hablar de este asunto. Volvamos a hablar de eso después de la cena, cuando estés más tranquilo.»

En todo esto no debemos perder de la vista que la sumisión de los niños hacia sus padres es una reacción normal cuando existe una relación de confianza mutua. En este contexto, someterse no significa ser un «perdedor»; y tener autoridad no significa valer más. Una buena autoridad actúa siempre para el bien de sus seguidores.
Es difícil explicar esto en pocas palabras; porque en nuestro entorno se han distorsionado por completo los conceptos de «autoridad» y «sumisión», y hay que buscar lejos para encontrar un ejemplo vivo de una autoridad buena. Para un trato más extenso de este tema refiero a «Las ovejas del Perú», particularmente este capítulo acerca de los principios divinos en cuanto a la autoridad.

No trates a los niños como enemigos.

Este es un tema recurrente en los consejos de la pedagogía de la confianza. ¿Percibimos a los niños como nuestros adversarios; o los guiamos poniéndonos de su lado para alcanzar metas que tenemos en común? Toda la educación se vuelve más fácil, y más placentera, cuando los hijos pueden saber que los padres son de su lado, y viceversa. «¡Jugamos juntos en el mismo equipo!»
En muchas familias, unas situaciones particularmente críticas suceden cuando un niño actúa de una manera torpe o irresponsable: dejó que se oxide la bicicleta afuera en la lluvia; perdió su chaqueta en un paseo; o por descuido hizo caer su vaso de leche al piso. Etter escribe acerca de tales situaciones:

«Los pequeños accidentes o irresponsabilidades en la vida diaria tienen consecuencias desagradables, pero no son razones para castigar a un niño. Tampoco es necesario reñir al niño, porque normalmente un niño ya se siente avergonzado por sí mismo cuando ha hecho caer un objeto de vidrio, o cuando se da cuenta de que ha olvidado algo importante. Excepto si los padres les ‘desacostumbraron’ estas reacciones naturales, diciendo cada vez: ‘Deja no más, eso no importa.’
Muchos padres automáticamente riñen a sus hijos cuando les sucede una pequeña torpeza. De antemano suponen que el niño lo hizo por maldad, o que no le importa. O sea, tratan al niño como a un enemigo. Pero paradójicamente, no lo guían hacia una forma de arreglar el asunto.
Yo abogo por lo contrario. (…) Si el niño rompió una taza, él mismo se sentirá triste por ello. En vez de reñirle, pongámonos de su lado. Compartamos su tristeza por la taza rota, y después le mostramos cómo recomponer y pegar las piezas (si se puede), o el niño contribuye algo de su propina para comprar una taza nueva.»

Lo esencial aquí no son los detalles de cómo actuar en cada situación. Lo esencial es cómo el niño, y nosotros mismos, percibimos la relación mutua entre nosotros. De alguna manera tenemos que hacer sentir al niño: «Estoy de tu lado. Entiendo que te sientes mal por lo que ha sucedido. Ahora lo arreglaremos juntos.» Esta actitud fortalece la confianza mutua.

Pregunta antes de juzgar.

Las sospechas destruyen la confianza. Aun si un niño hace algo que realmente está mal, es mucho mejor preguntar primero por qué lo hizo, cuál fue la situación, etc. – no como «inquisidor», pero en un esfuerzo genuino por comprender al niño. A veces un niño hace algo malo sin saber que está mal, o porque se sintió presionado. Y aun si su motivación estaba realmente mal, los reproches no ayudan, porque solamente estaríamos diciendo al niño lo que él mismo ya sabe en lo profundo de su conciencia; pero con nuestros reproches a menudo lo provocamos a defenderse a sí mismo y así ahogar la voz de la conciencia. Etter dice:

«Los reproches dificultan el proceso de llegar al reconocimiento de la culpa. Haciendo preguntas, en cambio, ayudamos al niño a volver a reflexionar, a considerar nuevamente la voz de su conciencia, a llegar a una conclusión diferente, a sentir remordimiento y a arrepentirse.»

Una pregunta auténtica puede también resolver sospechas infundadas. Un ejemplo de la escuela: Es hora de clases, pero un niño está tranquilamente caminando en medio del patio. Un profesor que entra en este momento, le llama en un tono amenazante: «¿Qué haces aquí? ¡Rápido, entra a tu clase!» – La misma pregunta se podría haber hecho de manera comprensiva, como pregunta genuina: «¿Qué haces aquí?» Y el niño hubiera tenido la oportunidad de responder: «Mi profesor me ha enviado al aula del profesor B. porque quiere prestarse su perforadora.»

Muchos padres, cuando sus hijos cometen alguna tontería, suelen preguntar: «¿Por qué hiciste eso?» – pero no es una pregunta genuina, no están realmente interesados en comprender los motivos del niño, lo dicen solamente como reproche: «¡Deberías haber sabido que eso no se hace!» – Esta no es ninguna comunicación sincera, y los niños lo perciben muy bien. Sienten que no les tomamos en serio, porque les hacemos una pregunta sin siquiera interesarnos por la respuesta. La misma pregunta podría tener un efecto completamente diferente si la hacemos con un deseo sincero de comprender mejor a nuestros hijos. Ellos normalmente tienen buenas razones por lo que hacen (buenas por lo menos desde su propio punto de vista). Si les damos la oportunidad de explicarnos sus razones, se pueden solucionar muchas situaciones y se pueden evitar muchos conflictos. Y podemos corregir percepciones equivocadas – tanto de parte de los niños como de nuestra parte.

Habla de ti personalmente, sé auténtico.

Si queremos tener una relación de confianza con los niños, tenemos que ser sinceros y transparentes acerca de nuestros propios sentimientos y motivos. Especialmente en los momentos de corregir a los niños. Sinceramente: ¿cuántas veces corregimos a los niños, no porque ellos hubieran hecho algo malo en sí, pero solamente porque su comportamiento nos molesta a nosotros personalmente? Si es así, entonces digamos abiertamente que tenemos un motivo personal; no nos escondamos detrás de reglas generales («esto no se hace») o detrás de otras personas («¿qué va a decir la gente?»).

Un ejemplo de Heinz Etter para ilustrar la diferencia:

«Por favor compare las siguientes expresiones:

  • ‘Se come lo que hay en la mesa.’
  • ‘Me siento desmotivada cuando ni siquiera quieres probar lo que he cocinado.’
  • ‘He cocinado … para nosotros. Si quieres otra cosa, prepáratelo tú mismo para que sea como te gusta.’
    (Puede ser necesario hacer esto ya antes, en el momento de hacer compras.)

En la primera expresión, la madre esconde su frustración detrás de una regla general. Parece que ella no quiere o no puede admitir lo que siente. Lo niños se darán cuenta de ello y reaccionarán con rechazo.
En el segundo ejemplo, la madre dice lo que realmente piensa. No lo dice con la intención de ‘educar’; simplemente expresa su desilusión. (…) Ella es transparente, y un niño puede manejar bien una expresión como esta. (O sea, puede entender mejor a su madre y puede llegar a tener más consideración por ella.)
La tercera expresión ya es casi una ‘intervención Join-Up’. (Vea en la siguiente parte.) Si el asunto es importante para los padres, puede valer la pena llevar a cabo una tal intervención de manera consecuente. Es bien probable que así el niño adquiera una actitud más positiva hacia la comida. Esta reacción, en el contexto de una relación amorosa entre padres e hijos, es una invitación a disfrutar más de la comida.»

Aclaración

Todos los puntos que mencioné en esta parte, describen lo que es posible cuando existe una relación de confianza entre educadores y niños. Pero ¿qué, si una tal relación no existe? – En este caso, muchos de estos consejos no funcionarán, porque niños y adultos ya estarán acostumbrados a verse mutuamente como enemigos, y a desconfiar los unos de los otros. En este caso habrá que hacer un esfuerzo adicional para restaurar primero la relación de confianza. En la siguiente parte, Dios mediante, hablaré de este aspecto.

(Continuará…)

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Pedagogía de la confianza

Parte 1: Los principios

Hace unos años, el educador suizo Heinz Etter presentó su concepto de la «Pedagogía de la confianza». Etter trabajó muchos años como profesor, como educador terapéutico, y como director de un internado para adolescentes con problemas de comportamiento. Así que su concepto no es una mera teoría; es el fruto de un largo tiempo de experiencia, y especialmente con niños y adolescentes «difíciles».
Según sé, su obra todavía no ha sido traducida a otros idiomas. Deseo describir aquí a grandes rasgos de qué se trata.

Los niños fueron creados con un deseo natural de cooperar con sus padres y de someterse a ellos.

Este es el principio fundamental, y tal vez el más «revolucionario», de la pedagogía de la confianza. La educación tradicional ve a los niños como «desobedientes», que de alguna manera tienen que ser obligados, forzados, o manipulados para que obedezcan. O sea, la educación tradicional es basada en la desconfianza hacia los niños.
El otro extremo, la educación anti-autoritaria o «democrática», ve a los niños como pequeños adultos con los mismos derechos como los adultos, y entonces descarta toda idea de «sumisión».
Frente a estos extremos, Etter propone un tercer camino: Confiemos en que los niños por naturaleza quieren seguir a sus padres. Donde existe una relación de confianza mutua, la sumisión hacia los padres es la forma más natural de obrar de un niño.

Cada niño tiene buenos motivos para someterse a sus padres. Etter dice:

  • «Cada niño y cada adolescente quiere tener padres fuertes. Niños pequeños dicen a veces: «Mi papá es más fuerte que el tuyo.» Aun el adolescente más rebelde no permite que alguien ofenda a su madre.
  • Cada niño por su parte desea ser respetado, amado y valorado por sus padres. (…)
  • Cada niño y cada adolescente depende de la provisión de sus padres (alimentación, vivienda, protección …).»

Un cristiano con un trasfondo de educación tradicional dirá quizás: «Pero los niños son por naturaleza pecadores, y por tanto rebeldes.»

La pedagogía de la confianza responde a esto: Es cierto que el pecado habita aun en el niño más pequeño. Pero eso es solamente una cara de la moneda. La otra parte de la verdad es que cada niño fue creado en la imagen de Dios, es de gran estima para Dios, es una bendición para sus padres y una «herencia del Señor» (Salmo 127:3-5). Un aspecto de la «imagen de Dios» es la disposición natural del niño de someterse a sus padres. ¿No será esta una de las razones por qué el Señor dijo que para entrar al reino de los cielos, es necesario volver a ser como un niño, y «humillarse como un niño» (Mateo 18:3-4)?

La desobediencia y rebeldía de los niños se debe a menudo a que los padres no edificaron ninguna relación de confianza con sus hijos.

Muchos niños se dan cuenta de que sus padres no confían en ellos: «Mis padres piensan que soy malo.» – «Mis padres piensan que yo malogro todo.» – «Mis padres piensan que yo no sirvo para nada.» – Ellos sacan estas conclusiones de las palabras y reacciones que ven y escuchan diariamente de sus padres. Y en consecuencia, ellos a su vez comienzan a desconfiar de sus padres, y dejan de someterse. No por maldad, sino como reacción natural a la desconfianza de sus padres.

Etter dice al respecto:

«Muchos padres suponen que sus hijos son ‘por naturaleza’ unos pequeños tiranos y rebeldes; y que por tanto hay que presionarlos para que aprendan disciplina y obediencia. De esta manera, los padres destruyen desde el inicio la relación de confianza que Dios estableció entre padres e hijos. Los niños se ven constantemente sometidos a sospechas por parte de los adultos, sin que los adultos estuvieran conscientes de ello.
Imagínese lo que significa cuando decimos ante un grupo de niños: ‘Por supuesto que no ha sido nadie (quien cometió esta travesura).’ – En palabras claras, esto significa: ‘Por lo menos uno de ustedes es un transgresor, y además un mentiroso.’ (Y dependiendo de nuestro tono de voz, todos los demás también se sentirán bajo sospecha de ser cómplices.)
El sistema judicial, desde hace tiempo ya se basa en la suposición de la inocencia. (O sea, que el acusado es considerado inocente, hasta que se haya demostrado lo contrario.) Pero entre adultos, eso es todavía poco frecuente (dependiendo de la cultura); y cuando se trata de niños, es la excepción. Estamos muy acostumbrados a desarrollar y pronunciar malos pensamientos y sospechas, cada vez que no comprendemos el comportamiento de un niño. Esto no es natural. Por ejemplo en Eritrea, por principio las personas se confían mutuamente, excepto si fueron engañados por alguien.

Es particularmente trágico cuando los cristianos viven con la idea de que no hay nada bueno en el hombre, y que por tanto Dios quiere que seamos siempre desconfiados. Lo contrario es el caso. ¿Qué dijo Jesús acerca de la paja en el ojo del prójimo, y la viga en el propio ojo? Jesús seguramente nos aconsejaría que es preferible aguantar las sospechas de nuestros prójimos, en vez de sospechar de ellos.

La desconfianza está en el origen del pecado: ‘¿Habrá dicho Dios …?’ La incredulidad es una expresión de esta desconfianza. En todo el Antiguo Testamento, Dios busca la confianza de Su pueblo. Pero aun con todos los señales y milagros, el pueblo de Israel seguía desconfiando. Puesto que el hombre no puede vivir sin apoyarse confiadamente en alguien o en algo, empieza a apoyarse en otros ‘dioses’. Vencer la desconfianza y ser críticos hacia nosotros mismos, es una parte esencial del mensaje de Jesús. La desconfianza es la causa principal de los conflictos entre educadores y niños …»

La alternativa es entonces: Si un niño hace algo que nos molesta o que «no debe» hacer, no sospechemos desde el inicio que el niño lo hace por maldad. En cambio, supongamos que el niño tiene unas razones buenas y válidas por actuar de la manera como actúa, e intentemos comprender las razones del niño. Entonces, en muchos casos se dará una solución pacífica del conflicto, sin tratar al niño como si fuera nuestro enemigo.

Cooperación por imitación o por compensación

Este es una observación descrita por Jesper Juul. Los niños por naturaleza tienden a cooperar con los adultos; pero esta cooperación puede asumir dos formas distintas:

La cooperación por imitación consiste en que los niños hacen lo que ven a los adultos hacer. Entonces, si los padres damos un buen ejemplo, podemos confiar en que los niños seguirán naturalmente nuestro ejemplo. Por el otro lado, si damos un mal ejemplo, no tiene sentido corregir a los niños si ellos hacen lo mismo: tenemos que cambiar primero nuestro propio comportamiento.

La cooperación por compensación consiste en que los niños, con su manera de actuar, llenan un «vacío» que observan en el comportamiento de los padres. (A menudo no están conscientes de ello.) En estos casos puede entonces suceder que los niños hacen lo contrario de lo que hacen los padres. Por ejemplo, si los padres se esfuerzan por ahorrar todo lo que pueden, hasta el punto de ser avaros, puede ser que un niño empieza a regalar a sus amigos todo lo que puede, para así compensar la falta de generosidad que observa en su hogar. – O si los padres se preocupan excesivamente por el orden en el hogar, un niño puede volverse muy desordenado y deja sus cosas por todas partes.

Es importante entender que esta «cooperación por compensación» no es ninguna acción «en contra» de los padres. Al contrario, es una manera del niño de decir: «Ustedes se han olvidado de algo importante, entonces yo les ayudaré haciendo lo que ustedes no han hecho.»

La cooperación por compensación tiene su función más importante en el contexto de autoridad y sumisión. Si los padres son quienes mandan en el hogar, no tendría sentido que los niños imiten este comportamiento, queriendo mandar también. Tiene mucho más sentido que los niños asumen el rol complementario, o sea, se someten.

Pero en algunas familias, los padres actúan como si ellos fueran siervos de sus hijos: los visten, los peinan, les amarran los zapatos, les sirven su comida o incluso los alimentan con cuchara, etc; todo eso a una edad en que los niños ya hace tiempo serían capaces de hacer todo eso por sí mismos. Entonces es natural que los niños cooperan por compensación: Si los padres asumen el rol de siervos, los niños se convierten en los amos. Se vuelven exigentes, ingratos, perezosos, y no quieren ayudar a sus padres. Esta es otra de las situaciones donde no se desarrolla ninguna relación de confianza natural entre padres e hijos.

En situaciones como estas, Etter propone hacerse la pregunta: ¿Quién necesita a quién? – Lo natural es que los niños necesitan a sus padres. Pero en estas situaciones de «jerarquía invertida», parece que los padres necesitan a sus hijos: Los padres no se atreven a ofender a sus hijos, porque se sienten dependientes de ellos. – Cito a Etter acerca de este punto:

«El que es dependiente, el que necesita la ayuda y protección del otro, éste es el que debe someterse. Y es obvio que el que es independiente y fuerte, es el que puede – no, debe – asumir una posición superior.
(…) Como padres también tenemos un deseo de ser amados, respetados, valorados, y de que alguien se preocupe por nosotros. Pero cuando esperamos que sean nuestros hijos quienes cumplan este nuestro deseo, nos metemos en peligro. (…) Estaremos siempre tentados a dar todo a nuestros hijos, aun antes de que ellos sientan alguna necesidad. Queremos alimentar a los niños antes que tengan hambre, y queremos llenarlos con juguetes y diversiones antes que sientan la necesidad de encontrar una actividad interesante por sí mismos. De esta manera, los niños nunca sentirán que ellos nos necesitan y que ellos dependen de nosotros.
(…) Es algo maravilloso, ser amado de manera incondicional. Pero los niños en esta situación no lo verán de esta manera. Ellos perciben que en realidad no están recibiendo ningún amor voluntario; que sus padres se sienten impotentes y obligados a cumplir cada deseo de los niños. Y los niños no pueden experimentar lo que es el verdadero amor, que no se puede comprar ni forzar.
Esta ‘inversión de las necesidades’ se concretiza de muchas maneras:
Muchos niños creen que el comer, el dormir y el aprender sean ‘servicios’ que ellos tienen que prestar para el bien de sus padres. Quizás usted conoce esto: ‘una cucharita para mamá, una cucharita para papá …’ ¿Y cómo se le ocurriría a un niño criado así, ser agradecido por tener comida? – Muchos niños nunca experimentan lo que es tener frío. Ellos están convencidos de que su gorra sirve solamente para satisfacer a su mamá. Es ella quien sufre cuando el niño no se pone la gorra. – Algunos niños hasta son obligados por sus padres a subirse a un juego mecánico, y los padres les aplauden si los niños se divierten; como si fueran los padres quienes tienen una necesidad de que sus hijos se diviertan. Entonces los niños descubren que solamente tienen que amenazar con que se sienten aburridos, y enseguida los padres corren para buscarles una nueva diversión. (…)
¿Se da cuenta usted de que esta es también una forma de abuso? Los padres que actúan así, impiden que sus hijos desarrollen su capacidad natural de comportarse bien para así asegurarse de la buena voluntad de sus educadores y proveedores.»

Entonces, los padres (y otros educadores) tienen que llegar primero a un punto donde ellos ya no dependen del amor y de la aceptación de los niños. Desde allí pueden asumir su posición natural como autoridades de la familia (sin caer en un comportamiento «autoritario»); y entonces los niños naturalmente cooperarán «por compensación», asumiendo la posición del que se somete. De esta manera los niños pueden confiar en que sus padres les guiarán bien; y los padres pueden confiar en que los niños les seguirán.
Etter lo ilustra con la imagen de una gallina o una pata madre que guía a sus polluelos pequeños: La madre camina tranquilamente por delante y confía que los polluelos le seguirán. No tiene necesidad de voltearse cada rato para controlar si le siguen; ni mucho menos de arrearlos desde atrás. La madre confía en sus polluelos porque sabe que ellos la necesitan y por tanto le seguirán. Y los polluelos le siguen confiados, porque ellos a su vez confían en que la madre les guiará a un buen lugar. (Para una ilustración relacionada, a la luz de la historia y cultura latinoamericana, vea aquí.)

Si esto se hace correctamente desde el inicio, la educación de los niños es algo natural, y no tiene por qué haber «luchas por el poder» entre padres e hijos. Es más difícil enderezar una situación donde la relación de confianza mutua ya ha sido rota. Volveremos a eso en la segunda parte.

Los padres fueron creados con la capacidad natural de guiar y educar a sus hijos.

De la misma manera como los niños fueron creados con un deseo natural de someterse, los padres fueron creados con una capacidad natural de guiar y educar a sus hijos. Etter dice:

«¿Alguna vez usted se preguntó por qué los animales logran criar a sus crías sin sufrir de problemas pedagógicos? (…) Dios creó la naturaleza de tal manera que las crías siguen a sus padres, sin que los padres necesiten alguna formación especial para eso.»

Entonces tenemos aquí una clave más para establecer y mantener una relación de confianza mutua entre padres e hijos: Vuelve a confiar en tu propia capacidad, dada por Dios, de educar y guiar a tus hijos. No hagas caso a las muchas voces que quieren hacerte creer que necesitas ser un «experto» para poder educar a tus hijos. Etter aconseja:

«Despójese de los muchos consejos y recetas sobre educación que usted aprendió. Descubra nuevamente que todos nosotros somos por naturaleza capaces de guiar a nuestros niños.»

La relación del «Join-Up»

La palabra inglesa «Join-Up» (algo como: «Únete y sigue») fue usada por Monty Roberts, un entrenador de caballos que descubrió un método cómo domar a caballos salvajes sin usar nada de violencia o fuerza. (Este método fue popularizado por la película «El hombre que susurraba a los caballos».) Su método se basa en la observación del comportamiento natural de los caballos cuando se encuentran en grupo. Siempre hay entre ellos una «yegua guía» que es reconocida como tal por todos. La yegua guía emite ciertas «señales de autoridad» que hacen entender a los otros caballos que es ella quien guía, y entonces le siguen. Lo interesante es que la yegua guía no dispone de ningún «medio disciplinario» que podría obligar a los otros caballos a seguirle. Lo único que puede hacer, es alejar de sí a un caballo que se comporta de una manera «rebelde». El mensaje es: «Puedes seguirme si quieres; pero si no quieres, tienes que alejarte.» – Ahora, el entrenador emite la misma clase de «señales de autoridad» como una yegua guía; y el resultado es que los caballos comienzan a reconocerle a él como su líder natural. O sea, los caballos entran en una relación de «Join-Up» con el entrenador; una relación de confianza mutua. La prueba de esta relación consiste en que el entrenador puede irse sin voltear atrás, y el caballo le sigue voluntariamente.

Ahora, Etter demuestra que lo mismo funciona entre educadores y niños. No podemos obligar a ningún niño a seguirnos. Pero podemos guiar de manera natural, y los niños se darán cuenta de que ellos dependen de nuestra dirección; entrarán en una relación de «Join-Up» con nosotros y nos seguirán. Si un niño no quiere seguirnos, nos distanciamos de él (lo que significa que el niño pierde ciertos beneficios de nuestra dirección y protección); pero le señalamos que en cualquier momento cuando decida seguirnos, lo recibiremos nuevamente cerca de nosotros.

Esto funciona solamente cuando cambiamos nuestra manera de pensar acerca de los niños: Tenemos que confiar en que ellos son hechos para seguirnos voluntariamente, sin ninguna medida de fuerza. Tenemos que dejar de verlos como enemigos, y confiar que en el fondo de su ser, ellos desean estar de nuestro lado. Y nosotros mismos tenemos que actuar de tal manera que merecemos la confianza de los niños hacia nosotros.

(Continuará…)

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