En el artículo anterior mencioné que el maltrato produce irresponsabilidad. Pero el maltrato no es el único factor en esta forma de educar, que produce una entera sociedad irresponsable. Mencionaré tres otros ingredientes que observo con frecuencia en la educación peruana, tanto en el sistema escolar como en las familias:
Imprevisibilidad y arbitrariedad
Muchas familias no mantienen ningún orden previsible en sus actividades, en sus reglas de conducta, y en las responsabilidades de cada miembro de la familia. Aunque los padres esperan de sus hijos que les ayuden en los quehaceres de la casa, pero no les asignan ninguna responsabilidad definida. En cambio, pueden llamarlos en cualquier momento del día, de manera completamente imprevisible: «¡Ven a pelar las papas!» – «¡Anda a comprarme unos clavos, los necesito ahora!» – «¡Ven a barrer el piso!»
De manera similar, en muchos hogares no existe orden en el horario diario. No existe hora para levantarse; los niños tienen que levantarse cuando su mamá los hace despertar. Un día, eso puede ser a las cinco y media de la mañana; otro día a las cuarto para las ocho, cinco minutos antes de que tengan que irse a la escuela. – Cuando regresan de la escuela, los niños no pueden saber si habrá almuerzo en la casa: quizás hay un almuerzo listo; quizás tienen que esperar una hora hasta que esté listo; quizás no hay nadie en casa, y los niños tienen que prepararse algo ellos mismos, o tienen que ir al restaurante.
El problema no está en que los niños tengan que ayudar en la casa. El problema consiste en que no se les da ninguna oportunidad de comprometerse con un deber regular, constante, y de cumplirlo con responsabilidad. ¿Para qué sentirme responsable, si lo que hoy fue mi deber, mañana ya no lo es? ¿Para qué disciplinarme para levantarme a la hora, si «la hora» no existe, y nunca puedo saber a qué hora me harán levantar el día siguiente?
Aun en las escuelas, a menudo reina la misma clase de arbitrariedad. Exámenes anunciados se suspenden de un día al otro, o los temas se cambian arbitrariamente. Entonces, ¿para qué prepararse? – Profesores asignan trabajos individuales o grupales, y en medio del trabajo cambian arbitrariamente las condiciones; y después de la entrega, los califican según criterios otra vez distintos de los anunciados. Entonces, ¿para qué esforzarse?
Todas estas prácticas destruyen la motivación de los alumnos, y les enseñan que es mejor ser irresponsable, en vez de ser diligente y cumplido.
El micromanejo
Este punto está de cierta manera relacionado con el anterior. Algunos padres quieren «manejar» y controlar cada detalle en la vida de sus hijos: cómo deben vestirse, qué jugetes deben tener, con quiénes jugar, con qué colores pintar, cuál comida debe gustarles y cuál no, etc. No me refiero con eso al tener ciertas reglas fijas en la casa. Me refiero a que en cualquier momento, los padres dicen arbitrariamente cosas como: «Anda a tu cuarto y juega con tu hermano.» – «Ponte la camisa amarilla.» – «No uses este color al pintar.» – «Deja de jugar con esa muñeca.» – Etc.
O sea, los padres se creen los encargados de prescribir a sus hijos minuciosamente, en cada momento, lo que deben hacer o no deben hacer. Con eso impiden que los niños aprendan a hacer decisiones, a manejar ellos mismos su vida, a asumir compromisos y cumplirlos.
¡Y cuánto más la escuela! Tantos profesores creen que se va a «perder la disciplina» si no mantienen un control estricto y minucioso sobre la manera cómo se sientan los alumnos, los colores que usan al escribir en sus cuadernos, en cuál cuadrícula colocar el título y cómo subrayarlo, etc. etc. No extraña que esos alumnos, tan pronto como escapan de ese ambiente de micromanejo, exhiban un comportamiento de lo más indisciplinado. Observe a unos grupos de alumnos en la calle, inmediatamente después de la salida de su escuela, y sabrá a qué me refiero.
Exigencias irrazonables
Los niños escolares son sometidos a unas exigencias completamente inapropiadas a su edad y su nivel de comprensión. Es irrazonable, exponer a niños de primaria a textos escolares escritos en un lenguaje tan técnico y abstracto que no lo pueden entender. Es irrazonable, exigir que los niños de nueve años aprendan a resolver ecuaciones. Es irrazonable, exigir que un niño después de siete horas en la escuela pase todavía otras cinco horas haciendo tareas en casa. (No es una exageración. He conocido a niños de diez años, que regularmente fueron obligados a quedarse hasta la medianoche haciendo tareas.)
En este respecto, veo en las publicaciones del ministerio de educación, que por lo menos unas cuantas personas se han dado cuenta del problema, y están intentando contrarrestarlo. Dicen por ejemplo, que en los jardines de infancia no se deben trabajar la lectura y escritura formal, ni operaciones matemáticas. Y que el juego y el movimiento al aire libre son importantes para el desarrollo del niño. Pero la alianza de padres y profesores demasiado ambiciosos, y funcionarios locales ignorantes de una buena educación, impiden que se cumplan estas buenas intenciones.
La Biblia dice: «Padres, no provoquen a sus hijos, para que no se desanimen.» (Colosenses 3:21) Las exigencias irrazonables son provocaciones que conducen al desánimo. Nadie se va a esforzar seriamente por una meta que desde el principio es inalcanzable.
Salidas ilícitas
¿Qué hacen los profesores, cuando sus alumnos no pueden cumplir con esas exigencias irrazonables? – Les proveen una salida para cumplir «según la apariencia», aunque no en realidad. Los alumnos pueden llorar y pedir clemencia, y entonces el profesor «les hace un favor» y les aumenta su nota. O pueden sobornar al profesor, y de esta manera «comprarse» una nota mejor. O pueden copiar los resultados de los muy pocos alumnos que sí son capaces de cumplir con las exigencias. O si es un trabajo en casa, pueden buscar las respuestas en internet.
Conocí a una alumna que tenía muchas dificultades en matemática. Cada día, su profesora le daba la misma tarea: Copiar a su libro de trabajo las soluciones desde la clave de respuestas. Así, la niña tenía todo resuelto «según la apariencia» – pero por supuesto que no aprendió nada de matemática.
Lo mismo sucede en la sociedad «en lo grande». Cuando las exigencias son imposibles de cumplir, es necesario proveer alguna otra salida. ¿Qué haría una universidad, si ninguno de sus estudiantes logra aprobar los exámenes? ¿Qué haría una ciudad sin empresas, porque nadie puede cumplir los requisitos de los trámites para la constitución de una empresa? ¿o sin choferes, ya que nadie logra aprobar el examen de manejo? En estas situaciones, la sociedad no podría sobrevivir sin esas salidas ilícitas que permiten cumplir «según la apariencia»: el tráfico de influencias, los sobornos, los engaños y las falsificaciones; o para quienes no tienen esas posibilidades, la informalidad y la clandestinidad.
Esta es la mezcla tóxica que engendra la irresponsabilidad y la corrupción: las exigencias irrazonables, y la oferta de salidas ilícitas. Es una plaga que afecta a la sociedad entera. Pero todo comienza en el sistema escolar, donde se acostumbra a los niños desde una edad temprana a que la sociedad «funciona» así.