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¿Quién salvará … la FAMILIA?

Dios nos ha creado de tal manera que nacemos en una familia, que se necesita un papá y una mamá para que nazca un niño, y que entonces papá y mamá se ocupen de educar al niño. Este es el orden de la sociedad humana desde la creación, y es confirmado y reforzado muchas veces en la Biblia. Solo unos cuantos ejemplos:

«Y estas palabras que yo te mando hoy, estarán sobre tu corazón; y las repetirás a tus hijos, y hablarás de ellas estando en tu casa, y andando por el camino, y al acostarte, y cuando te levantes…»
(Deuteronomio 6:6-7)

«…Pero yo y mi casa (familia) serviremos al Señor.» (Josué 24.15)

«Oíd, hijos, la enseñanza de un padre, y estad atentos, para que conozcáis cordura. Porque os doy buena enseñanza; No desamparéis mi ley. Porque yo también fui hijo de mi padre, delicado y único delante de mi madre. Y él me enseñaba, y me decía: Retenga tu corazón mis razones, Guarda mis mandamientos, y vivirás.»
(Proverbios 4:1-4)

«Y vosotros, padres, no provoquen a ira a vuestros hijos, sino edúquenlos en disciplina y amonestación del Señor.»
(Efesios 6:4)

Un padre es la «imagen de Dios» por excelencia:

«Por esta causa doblo mis rodillas ante el Padre de nuestro Señor Jesucristo, de quien toma nombre toda familia (literalmente: paternidad) en los cielos y en la tierra.»
(Efesios 3:14-15)

Entonces, es de vital importancia que un niño experimente paternidad durante su niñez. De otro modo, tendrá serias dificultades para entender y conocer a Dios como Padre.

Otro aspecto de la familia es la convivencia entre hermanos. Allí es natural que haya hermanos mayores y hermanos menores, y que cada uno sea diferente. A nadie le extraña que un hermano sea un buen artista, mientras a otro le gusten los libros y un tercero prefiera el deporte. Tampoco extraña que el hermanito menor todavía no sepa tantas cosas como el hermano mayor.
Los hermanos menores aprenden de los mayores, y los mayores aprenden a ayudar a los menores y a tener paciencia con ellos. Esto es un modelo educativo natural, muy eficaz, instituido por Dios mismo y probado a través de muchos siglos.

¿Por qué entonces durante los últimos 150 años la humanidad ha hecho el esfuerzo de voltear de cabeza este modelo divino, y de sustituir «educación» por «escuela»?

El diccionario Webster original de 1828, que estableció los estándares para el idioma inglés, define «educar» de esta manera:

«Criar, como niño; instruir; informar e iluminar el entendimiento; instilar en la mente los principios de las artes, la ciencia, la moral, la religion y la conducta. Educar bien a los niños, es uno de los deberes más importantes de los padres y tutores.»

¡Notamos que esta definición no menciona la escuela con ninguna palabra!

Pero la sociedad actual lo tiene al revés: cuando se habla de «educación», todos piensan en «escuela», y nadie menciona la familia.

Aquí en el Perú, hace poco fueron las elecciones presidenciales. (Ahora que pasaron, pienso que puedo escribir de ello sin caer bajo la sospecha de hacer propaganda política.)
Algo que más me entristeció en la campaña electoral, fue que ninguno de los candidatos tuviera alguna propuesta para proteger y fortalecer las familias. A ninguno se le ocurrió, por ejemplo, ayudar a las muchas madres que tienen que trabajar fuera de la casa, para que tengan que trabajar un poco menos y pudieran dedicar más tiempo a sus hijos. Muchos prometieron desayunos escolares y almuerzos escolares, pero ninguno hizo una propuesta para que los niños pudieran desayunar y almorzar en sus casas y así tener un poquito de vida familiar, en vez de pasar todo el día en la escuela o en la calle. Ninguno propuso combatir el alcoholismo, o alguna otra de las causas del deterioro general de las familias. Y hasta donde pude ver y oir, a ningún periodista se le ocurrió hacer alguna pregunta al respecto.

Ahora, si estas cosas interesaran a un segmento significativo de la población, seguramente algún político se hubiera ocupado de ello. Pero parece que a nadie le interesa salvar a las familias. Parece que todo el mundo quiere engendrar hijos, tan solamente para abandonarlos al cuidado estatal tan pronto como nazcan. Así crecerá una generación entera de niños sin saber qué es paternidad, sin saber qué son hermanos, sin conocer cariño y amor, sin conocer a Dios.

Los padres quieren que sus hijos sean «educados», pero se olvidan de que ellos mismos son el ingrediente más importante de una verdadera educación. En cuanto a la adquisición de conocimientos, algunos padres pueden necesitar una ayuda desde afuera de la familia. Pero exactamente en esta área, observo cada día en mi trabajo que la escuela falla miserablemente. ¡La mayoría de los niños no entienden lo que el profesor intenta enseñarles!
Hace poco me dijo una madre cansada: «Toda la tarde estoy ocupada con las tareas de mi hijo, porque la profesora me exige que le enseñe esto y que le enseñe aquello…» – La pregunté: «Y no es la profesora quien recibe un sueldo para enseñar al hijo de usted?» – «Sí, pero la profesora dice que son tantos niños en su aula que ella nunca se abastece para enseñar a todos, y que yo puedo hacerlo mucho mejor en la casa donde tengo solamente dos niños.» – «Entonces, ¿para qué lo envía todavía a la escuela?»
Efectivamente, el mismo sistema escolar ya demuestra su incapacidad de enseñar a los niños; pero en vez de admitir su derrota, exige que los padres se conviertan en sus esclavos. Ahora, aun el poco tiempo que la familia podría pasar juntos, es ocupado por las tareas escolares.

Otro deseo de los padres es que sus hijos sean «socializados». ¿Qué entienden con esto?
– Probablemente no saben que muchos pedagogos y planificadores de educación entienden con «socialización»: la adaptación del niño a lo que la sociedad exige de él (o sea lo que ellos, los planificadores de la sociedad, exigen). En otras palabras: que el niño se someta a la presión del grupo y que se vuelva igual como todos los demás. De ahí los currículos estandarizados que exigen que cada niño aprenda las mismas cosas a la misma edad.
En el ambiente de la escuela no puede haber «hermanos mayores y hermanos menores»; no se admite la variedad de intereses, talentos, y ritmos personales del desarrollo; todos tienen que ser iguales. El niño ya no tiene hermanos, solamente tiene «compañeros». En vez de los lazos personales que hay en una familia, solamente conocen relaciones institucionales. En vez del cariño de un padre y una madre que lo aman, solamente recibe la atención de un profesional que hace su trabajo para ganarse la vida, y a menudo con mala gana. ¿Y así todavía nos extraña que las familias se estén deshaciendo?

Ahora, la mayoría de la gente piensa en otra cosa cuando escucha la palabra «socializar». Piensan en aprender a convivir en armonía, a compartir y a ayudarse mutuamente, a respetarse unos a otros, etc. Este sería un significado bueno y positivo de «socialización». Pero ¿sucede esto en la escuela? En realidad, muy poco – a pesar de los esfuerzos de algunos profesores bien intencionados. En un grupo de treinta o cuarenta niños, se impone por naturaleza la «ley del más fuerte»; y un profesor puede hacer muy poco para quebrantar esta dinámica del grupo, por más que quisiera. (Y también hay profesores a quienes ni siquiera les interesa hacer algo al respecto.) Así que el niño escolar es «socializado» por el mal comportamiento de sus compañeros, mucho más que por las (quizás) buenas intenciones del profesor.

Ahora, ¿quién es un mejor ejemplo para un niño: sus compañeros de la misma edad, igual de destituidos de contacto paternal como él mismo; o sus propios padres?
Debe ser claro que los padres están en mejor capacidad de proveer un buen ejemplo para la conducta, la convivencia, y todo lo que está relacionado con la «socialización» (en su sentido bueno). Con excepción, por supuesto, de aquellos casos tristes donde los padres rechazan completamente a sus hijos, o son criminales o alcohólicos violentos – pero por fin, también existen profesores que rechazan a sus alumnos, o que son criminales o alcohólicos.
Observe una mancha de niños escolares en el patio durante el recreo, o en la calle en su camino a casa: Abundan las agresiones, los insultos, las bromas de mal gusto, los golpes. ¿De verdad queremos que nuestros niños sean «socializados» de esta manera?
En una familia, en cambio, donde están presentes los padres (o por lo menos uno de los dos), se pueden observar y «moderar» mucho mejor las relaciones entre hermanos, y entre los niños y sus amigos (cuando los invitan a casa). La presencia y el ejemplo de los padres tienen más peso, y el niño tiene un modelo en que orientarse.

Cierto, educar niños es un trabajo que requiere tiempo y preparación. Pero cualquier padre o madre que ama a sus hijos, estará dispuesto a dar este «sacrificio» por el bien de sus hijos. (En realidad es un «sacrificio» que resultará en el enriquecimiento de los mismos padres, en cuanto a experiencia, madurez, y una mejor relación con sus hijos.) No entiendo por qué tantos padres quieren dejar a sus hijos al cuidado de otras personas, desde que son bebitos, y desde la mañana hasta la noche, y se contentan con verlos unos pocos minutos al día. ¿Nos sorprende, en estas circunstancias, que aumenten los conflictos familiares, las separaciones y divorcios, los problemas psicológicos en los niños? ¿Y que en consecuencia, la sociedad entera comience a deshacerse?

Tristemente, aun las iglesias evangélicas parecen no darse cuenta de lo que sucede. Al contrario, hasta donde veo, ellas participan alegremente en este desmontaje de las familias. En vez de unir las familias, las segregan con sus programas de «escuela dominical». Y en todo lo que he descrito arriba, veo que las iglesias siguen la corriente del mundo sin ofrecer ninguna alternativa. Cierto, existen algunas escuelas evangélicas – pero tristemente, estas tampoco tienen una visión cristiana acerca de la educación y de la familia. ¿Quién entonces se levantará en defensa de esta «especie en extinción», LA FAMILIA?

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