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Razonemos: Dos conceptos de derechos humanos

«Desmenuzar bajo de sus pies todos los encarcelados de la tierra,
Hacer apartar el derecho del hombre ante la presencia del Altísimo,
Trastornar al hombre en su causa, el Señor no lo aprueba.»
(Lamentaciones 3:34-36)

«¿Se juntará contigo el trono de iniquidades,
Que hace agravio bajo forma de ley?
Se juntan contra la vida del justo, y condenan la sangre inocente.»
(Salmo 94:20-21)


Antes de compartir unas informaciones, deseo retarles a reflexionar y responder algunas preguntar acerca del tema.

– ¿Qué son derechos humanos?

– ¿Quiénes tienen derechos humanos?

– ¿Quién nos da esos derechos?

– ¿y quién puede quitarnos esos derechos?

Y después de responder, vuelvan a leer las dos citas bíblicas del inicio. Después consideren que cada una de estas preguntas se puede responder desde por lo menos dos perspectivas diferentes:

  • considerando la situación actual del mundo, y la manera como las personas poderosas manejan los derechos,
  • o considerando lo que dice Dios, y lo que significan los derechos humanos según el plan de Dios.

¿Pueden ahora dar dos respuestas a cada una de las cuatro preguntas, desde las dos perspectivas mencionadas?


Las primeras declaraciones de derechos humanos

De hecho existen dos conceptos bastante distintos. Eso se manifiesta ya desde las primeras ocasiones cuando se formularon «derechos humanos». Tengamos presente eso, cada vez que se habla de derechos humanos. Analicemos: ¿En cuál de los dos conceptos se basa la persona que habla?

La primera declaración oficial de «derechos humanos» todavía no contiene exactamente esa expresión, pero sí el concepto. Se trata del preámbulo a la Declaración de Independencia de los Estados Unidos (1776):

«Sostenemos estas verdades como evidentes por sí mismas: que todos los hombres son creados iguales; que son dotados por su Creador de ciertos derechos inajenables; que entre estos están la vida, la libertad y la búsqueda de la felicidad.
Que para asegurar estos derechos se instituyen entre los hombres los gobiernos, que derivan sus poderes legítimos del consentimiento de los gobernados;
Que cada vez que una forma de gobierno se haga destructora de estos principios, el pueblo tiene el derecho a reformarla o abolirla, e instituir un nuevo gobierno fundamentado en dichos principios, y a organizar sus poderes en la forma que a su juicio ofrecerá las mayores probabilidades de alcanzar su seguridad y felicidad. (…)»

La expresión «derechos humanos» se encuentra literalmente por primera vez en la «Declaración de los derechos de los hombres y de los ciudadanos», de la Revolución Francesa de 1789. Aquí los pasajes esenciales:

«Los representantes del pueblo francés, constitutidos en la Asamblea Nacional, (…) resolvieron exponer, en una declaración solemne, los derechos naturales, inajenables y sagrados del hombre,
para que esta declaración, constantemente presente a todos los miembros del cuerpo social, les recuerde sin cesar sus derechos y sus deberes;
para que las acciones del poder legislativo y del poder ejecutivo puedan en cada instante ser comparadas con la finalidad de toda institución política, y así sean más respetadas;
para que los reclamos de los ciudadanos, fundamentados desde ahora sobre principios sencillos e incontestables, se dirijan siempre hacia la preservación de la Constitución y hacia la felicidad de todos. (…)

Art.1: Los hombres nacen y permanecen libres e iguales en derechos. Las distinciones sociales pueden fundamentarse únicamente sobre la utilidad común.

Art.2: La finalidad de toda asociación política es la conservación de los derechos humanos naturales e imprescriptibles. Estos derechos son la libertad, la propiedad, la seguridad, y la resistencia contra la opresión.

Art.3: El principio de toda soberanía reside esencialmente en la nación. Ningún cuerpo, ningún individuo puede ejercer alguna autoridad que no emane explícitamente de ella.

(…)»

A primera vista, esta declaración parece casi igual a la americana. Hay una única diferencia esencial – pero esa diferencia es tan fundamental que en ella podemos ver la causa de los sucesos históricos tan distintos en los dos países. A partir de este trasfondo histórico, deseo llamarlos el «concepto americano» y el «concepto francés».

La diferencia sutil consiste en que la declaración francesa no sabe nada de un Dios y Creador.

Los luchadores por la independencia de los Estados Unidos estaban convencidos de que Dios les había dado derechos y libertades, y que por eso Él iba a aprobar e incluso apoyar sus esfuerzos por la libertad. Ellos contaron con que Dios mismo iba a garantizar sus derechos.
Los revolucionarios franceses, en cambio, se rebelaron explícitamente contra Dios. Uno de sus lemas era:: «Ni Dieu ni maître» («Ni Dios ni maestro»). Pero ¿quién iba a garantizar sus derechos, si Dios quedaba fuera del cuadro?
La respuesta es obvia: el estado. De cierta manera, el estado ocupa el lugar de Dios. Por eso, si leemos detenidamente, encontramos que las dos declaraciones de derechos humanos contienen también dos conceptos distintos acerca del estado.

En el concepto francés, la conservación de los derechos humanos es «la finalidad de toda asociación política». Esa asociación política, «la nación» (Art.3) o sea el estado, se presupone que existe desde el principio. Solamente que ahora, a ese estado preexistente se le impone cierto compromiso con los derechos humanos – ¿para qué fin? – Para que sus acciones «sean más respetadas», dice en el preámbulo. O sea, al fin de cuentas, los derechos humanos sirven para fortalecer al estado, al gobierno.
Si continuamos leyendo la declaración francesa, es un poco chocante encontrar que los artículos 12, 13 y 14 hablan de instituir una fuerza policial, y de cobrar impuestos para su mantenimiento. Tales artículos podrían ser apropiados en una Constitución del estado; ¿pero en una declaración de derechos humanos? La policía y los impuestos no son derechos, al contrario, son restricciones de los derechos humanos, particularmente del derecho a la propiedad. Pero cuando la presuposición básica es que el estado es lo primero, que el estado incluso es casi divino, entonces parece lógico: entonces los «derechos del estado» son superiores a los derechos de los hombres, y por tanto la declaración de derechos humanos menciona también los derechos del estado.

En el concepto americano, este orden es diferente. Los derechos humanos son lo primero, porque se remontan directamente al Creador. Por eso, los derechos humanos existen aun antes que el estado. El gobierno se instituye posteriormente «para asegurar esos derechos»; pero su poder depende del «consentimiento de los gobernados». O sea, el gobierno está al servicio del pueblo. Eso es otro detalle que falta en la declaración francesa.

¿Entendemos ahora cómo esta diferencia influenció los sucesos históricos? Si los derechos humanos se originan en Dios, entonces ningún gobierno del mundo tiene el derecho de quitarlos a alguien. Pero si es el gobierno quien garantiza esos derechos, entonces el gobierno puede también decidir quitar esos derechos a ciertas personas en ciertas circunstancias. Y exactamente eso sucedió en Francia. Sabemos que la revolución no produjo ninguna sociedad pacífica ni justa. Al contrario, produjo una tiranía sangrienta. Y la época revolucionaria no terminó con el establecimiento de una democracia, al contrario: terminó con Napoleón como emperador.
Los Estados Unidos, en cambio, desde su fundación florecieron durante varias décadas en condiciones tan democráticas y libres como no se dieron en prácticamente ningún otro país del mundo. Eso debe haber sido también la meta de los idealistas entre los franceses; pero no lograron alcanzarla, porque en su pensamiento y en sus vidas no tomaron en cuenta a Dios. En EEUU, esa meta pudo realizarse porque entendieron que Dios está por encima del gobierno, y que el gobierno está al servicio del pueblo.

Para seguir pensando:

– En tu país, en tu entorno social, ¿cuál concepto de los derechos humanos predomina? ¿El americano o el francés?

– ¿Cómo actúa el gobierno de tu país, respecto a los derechos humanos? ¿Como garante de esos derechos (que también puede quitarlos), o como sujeto a ellos, que tiene que respetarlos en todo momento y en todas las circunstancias?
(Nota que la verdadera actitud de un gobierno a menudo se manifiesta cuando alguna emergencia o amenaza perturba su paz. ¿Cómo responde el gobierno a eso? ¿Respetando los derechos de todos sus habitantes, o infringiendo esos derechos?)


El estado de derecho y su perversión

De acuerdo al concepto americano, en la Constitución de los EEUU no existe la figura de un «estado de emergencia», «estado de excepción», o similar. Los fundadores de los EEUU entendieron que al declarar un estado de emergencia, el gobierno iba a usarlo inmediatamente como pretexto para abusar de sus poderes de manera dictatorial. Ellos querían evitar exactamente una situación como la que ocurrió durante los últimos dos años. (Con eso vemos que los mismos EEUU, también han abandonado el «concepto americano».)
La idea original del «estado de derecho» fue descrita por Voltaire, en sus «Cartas acerca de la nación inglesa» (1733), de la manera siguiente:
«Los ingleses son el único pueblo del mundo que lograron limitar el poder de los reyes, resistiendo contra ellos; y que en una serie de conflictos finalmente (…) establecieron un gobierno sabio, donde el rey tiene todo el poder de hacer el bien, pero es impedido de hacer el mal (…)» – Con otras palabras:
En un estado de derecho (según el modelo inglés o el americano), la Constitución y las leyes sirven para proteger a los ciudadanos contra los atropellos por parte del estado.

Pero en aquellos países donde predomina el concepto francés, la Constitución y las leyes sirven para legitimizar los atropellos que comete el estado. Y tristemente, eso es lo que sucede actualmente en casi todas las naciones del mundo, y por supuesto también en las Naciones Unidas.

La declaración más conocida hoy en día es la «Declaración universal de los derechos humanos», de las Naciones Unidas. Y ésa sigue claramente el concepto francés, no el americano. Por ejemplo el Art.29.3 limita los derechos humanos de la siguiente manera: «Estos derechos y libertades no podrán, en ningún caso, ser ejercidos en oposición a los propósitos y principios de las Naciones Unidas.»
En esta cosmovisión no existe ningún Dios por encima del gobierno; ningún Dios ante quien los gobernantes tuvieran que rendir cuentas. Al contrario, las Naciones Unidas quieren dictar ellos mismos quiénes pueden ejercer sus derechos humanos y quiénes no.

Ya en la declaración francesa de 1789 hemos visto como se mezclan derechos con deberes. Aunque el título dice «Declaración de derechos», su propósito es, según el preámbulo, recordar a los ciudadanos «sus derechos y sus deberes». Y durante las últimas décadas, más y más derechos humanos se han pervertido en deberes. Solamente unos ejemplos:

– El «derecho a la educación» se entiende ahora como un deber de asistir a una escuela controlada por el gobierno. Como resultado, muchos alumnos ya no reciben ninguna educación que merece este nombre; solamente reciben una adoctrinación ideológica. Y las alternativas educativas se obstaculizan con exagerados requisitos burocráticos, o en algunos países se prohíben por completo.

– El «derecho a una identidad» se entiende ahora como un deber de portar un documento de identidad en todas las circunstancias, y de brindar sus datos personales para poder comprar, vender, tener acceso a servicios pagados, etc. Y actualmente, muchos gobiernos aun se atribuyen el derecho a negar arbitrariamente el acceso a esas transacciones para aquellos ciudadanos que no cumplen con ciertos requisitos, tales como tratamientos médicos, conformidad con la ideología del gobierno, y otros.

– El «derecho a la salud» se entiende ahora como un deber de someterse a restricciones arbitrarias de la libertad, y a experimentos médicos (en contradicción contra el Código de Núremberg y la Declaración de Helsinki). Como resultado, muchas personas fueron efectivamente dañados en su salud.

¿Son legítimas estas interpretaciones de los derechos humanos?

Para responder a esta pregunta, tenemos que razonar acerca de esta pregunta de fondo:

¿Los derechos humanos son colectivos, o son individuales?

Un derecho colectivo es un derecho de «todos», en conjunto. Un derecho individual es un derecho que yo personalmente puedo ejercer. Esta distinción es crítica, como veremos a continuación.
Por ejemplo, ¿puedo ser obligado a renunciar a mi derecho a la salud, para que «todos» puedan ejercer este derecho?
¿O pueden mis hijos ser obligados a renunciar a una educación adecuada a sus necesidades, para que «todos» puedan ejercer el derecho a la educación?

Si ponemos el siguiente ejemplo, aun los niños van a poder entender de qué se trata:

Mamá hizo panqueques. Mario pregunta: «Mami, ¿puedo comer un panqueque?» – «No.» – «¿Por qué no?» – «Porque todos tienen derecho de comer. Si tú comes uno, quizás para alguna otra persona ya no va a alcanzar.»

¿Cuán lógico, o ilógico, les parece el razonamiento de la mamá de Mario?

En el concepto americano, la respuesta es clara. Si los derechos humanos son inajenables, nadie me los puede quitar, ni siquiera alegando los derechos de «todos». No es el estado que en su benevolencia nos concede algunos derechos; es Dios quien los dio, y el estado es obligado a respetarlos.

Pero ya hemos visto que en el mundo actual se propaga el concepto francés. Por eso, los gobiernos y las Naciones Unidas promueven ahora la siguiente idea:

«Los derechos humanos valen para un «colectivo» abstracto, pero no para ti como persona concreta.»
O sea, te pueden privar de tus derechos individuales, para garantizar los imaginarios «derechos del colectivo». Y no piden tu opinión cuando se trata de definir lo que requiere «el colectivo». Eso lo definen ciertos personajes y organizaciones poderosos, que arbitrariamente se atribuyen el derecho de representar «el colectivo».
Aun esa idea se insinúa ya en la declaración francesa de 1789. Por ejemplo el Art.1 concede que se pueden hacer «distinciones sociales», si «la utilidad común» lo requiere.
El concepto americano no conoce tales ideas. Allí es claro que los derechos humanos son para cada persona individualmente. Y si los gobiernos dejan de respetar esos derechos, «los gobernados» (o sea las personas individuales) pueden revocar o derrocar el gobierno. En este concepto no existe el pretexto de un «bienestar común» que exigiría quitar los derechos a las personas individuales. Igualmente en la Constitución de los EEUU no existe el término «bien común» o «bienestar común».

Pero en el mundo actual se aplica el concepto francés para someterte a restricciones drásticas de tus derechos, para garantizar los supuestos «derechos de todos» – derechos que tú mismo en el caso concreto no puedes reclamar para ti.

Por ejemplo, un médico ya no puede dar ciertos tratamientos a sus pacientes, aunque esos tratamientos contribuirían a la sanidad del paciente, o sea, protegerían su derecho individual a la salud. Eso se fundamenta con que el médico, según la opinión de ciertos «expertos» pagados por el gobierno, atentaría contra la «salud pública». Y por el otro lado, se obliga al médico a aplicar ciertos tratamientos que tienen una alta probabilidad de dañar la salud del paciente, porque eso protegería la «salud pública», supuestamente. Y se amenaza a los médicos con quitarles su trabajo o incluso su licencia médica, si no obedecen a estas órdenes.

Y ya no puedes expresar tu opinión libremente en público, porque atentarías contra el «derecho de todos a la no discriminación». Aunque esta prohibición te discrimina a ti mismo, porque se te niega la libertad de la conciencia y de la expresión – un derecho que ahora pueden reclamar solamente quienes siguen la ideología del gobierno mundial.

En algunos países incluso te pueden secuestrar y encerrarte en algún «centro», porque tu presencia supuestamente inhibe la libertad del «público» de transitar por la calle. Tu derecho personal a la libertad ya no cuenta. Y tampoco se considera que no eres tú quien impides a los demás circular por la calle; es el gobierno mismo quien dijo a los demás – sin fundamentación convincente – que es peligroso transitar por la calle.

La última consecuencia

Si queremos evaluar una corriente de pensamiento, hay que considerar también adónde conduce esta corriente. ¿Cuál es la última consecuencia de esa idea, de que los derechos humanos sean colectivos, pero no individuales?

Ya desde hace décadas, los seguidores de Thomas Malthus dicen que todos los problemas de la humanidad se deban a la sobrepoblación. Por tanto, la solución consistiría en reducir la población mundial. Eso requiere eliminar cierto porcentaje de la población. Dicho claramente: «La humanidad» tiene el derecho de sobrevivir, pero no tú como persona individual. Si los gobernantes mundiales consideran que tu existencia es una amenaza contra la sobrevivencia de la humanidad, te pueden quitar el derecho a la vida.
Eso todavía no se dice tan abiertamente. Pero muchas personas de mucha influencia ya tienen este pensamiento. Y sigilosamente ya están comenzando a ponerlo en práctica, por ejemplo mediante experimentos médicos arriesgados; manipulaciones de la economía mundial y de las cadenas de suministro que producen hambrunas; provocando guerras; etc.

Los derechos humanos se consideran como uno de los fundamentos de la libertad y del estado de derecho. Pero hemos visto que exactamente este concepto se está ahora pervirtiendo, y se está usando como un instrumento de la opresión y de la dictadura – de la misma manera como se pervirtieron las constituciones y las leyes. En vez de proteger a los ciudadanos contra los atropellos del estado, ahora son usados para legitimizar los atropellos del estado.

Una cultura de la mentira

Usar el término «derechos humanos» para los fines que hemos mencionado, es una mentira. Porque no se trata de derechos, al contrario, se trata de negarnos los derechos.
La propaganda y el engaño a menudo comienzan con un uso engañoso de las palabras. No comienzan con falsedades directas; pero las palabras se utilizan de una manera que contradice su significado verdadero. Se dice «derechos», pero se quiere decir «abolición de derechos». Se dice «protección» y «seguridad», pero se quiere decir «opresión». Se dice «salud pública», pero se quiere decir «experimentación médica». Y así con muchas otras palabras más. Y así la gente se acostumbra a creer mentiras bajo el disfraz de palabras «buenas».

La Biblia dice en 2 Tes.2:11 que el establecimiento del reino anticristiano de los últimos tiempos será precedido por el actuar de «un poder engañoso, para que crean la mentira». ¿Será eso lo que ahora empieza a cumplirse? Tanto más importante será para los seguidores de Cristo, detectar las mentiras y contrarrestarlas con la verdad – no solamente en el ámbito religioso, sino en todos los ámbitos de la vida y de la sociedad.

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La miocarditis y la pericarditis

… son condiciones inflamatorias graves del corazón, que en ciertas circunstancias incluso pueden ser mortales. Recientemente, los varones jóvenes en particular tienen un riesgo 7 a 20 veces más elevado de sufrir esta condición, debido a una intervención médica que no es permitido nombrar en este contexto. Tan solamente en EEUU, se han reportado oficialmente más de 2500 casos hasta agosto de este año. Ya que el registro no es obligatorio, hay muchos casos que quedan sin registrar; las estimaciones van desde 5 veces hasta 100 veces el número de los registrados. Otros países reportan cifras similares, de manera que algunos países del hemisferio norte comenzaron a poner freno a determinadas intervenciones médicas, para evitar el aumento de casos.

¿Y qué nos dicen a eso aquí? – El organismo supervisor de los medicamentos en el Perú se apresuró a asegurar que «no se han registrado estos casos en nuestro país».

Ahora tenemos que desenterrar lo que queda de nuestra capacidad de razonar, (después de tantos ataques de pánico y de sicosis masivas que los medios de comunicación han lanzado sobre nosotros desde el año pasado), y tenemos que analizar críticamente lo que dijo el representante del gobierno. No dijo que no hay tales casos en el Perú. Tan solamente por probabilidad estadística, ya deben haber ocurrido aquí también varios cientos de esos casos. ¿O acaso quieren hacernos creer que de manera milagrosa, los productos farmacéuticos se comportan en el Perú de una manera distinta a todos los otros países del mundo?
No, lo que dijo el gobierno es que esos casos «no se han registrado». O sea, esos casos ocurren, pero por alguna razón el gobierno no está interesado en que los médicos los registren. En otras palabras, el gobierno está admitiendo indirectamente que hay un encubrimiento.

Eso a su vez tiene repercusiones sobre la figura del «consentimiento informado». Un paciente tiene derecho a recibir información verídica y completa acerca de los beneficios y riesgos de un tratamiento. Si los organismos que pretenden darnos órdenes acerca del cuidado de nuestra salud, están ahora haciendo como si ciertos riesgos no existieran, y están descuidando la colección y publicación de los datos al respecto, entonces ya no existe un consentimiento informado. Mas bien se está engañando a la población para que dé un «consentimiento desinformado». Y estamos hablando de sólo dos de los posibles efectos adversos; hay muchos otros que tampoco se reportan ni se informan.

Sé que es arriesgado hablar sobre estos temas en los tiempos actuales. Pero la situación es seria; hay gente que se está muriendo (conocí casos en mi propio entorno personal); y el silencio es complicidad. Si los políticos y los medios de comunicación no están cumpliendo con su deber de informar la verdad, entonces nosotros tenemos que hacerlo, cada uno de nosotros. Si usted conoce a víctimas, indague acerca de las causas de la enfermedad o muerte, y acerca de las intervenciones médicas que el/la paciente recibió en las semanas o meses antes de enfermarse. Si usted es pariente directo de una víctima mortal, y la causa de la muerte no se ha esclarecido satisfactoriamente, insista en una autopsia. Y si los médicos y otras personas encargadas no están dispuestas a registrar y reportar debidamente estos casos, por lo menos regístrelos Ud. en su propia consciencia y en las consciencias de todas las personas que Ud. conoce. Esto, por lo menos, lo debemos a la generación joven que actualmente está en alto riesgo – y no solamente los jóvenes; hay otros riesgos que más afectan a los ancianos. Y no es por causas naturales, sino por las acciones deliberadas de quienes tienen el dinero y el poder.

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El sistema escolar – hasta sus últimas consecuencias

Los padres y madres peruanos siempre han demostrado un afán diligente de hacerse esclavos del sistema escolar. En el momento de escribir esto, el resultado de las recientes elecciones todavía no es oficial. Pero ya se sabe que aproximadamente la mitad de los electores llevaron ese afán por la escuela a su último consecuencia, eligiendo como presidente a un profesor de escuela. Muchos peruanos se habrán cumplido con esta elección su sueño secreto o inconsciente de niño(a): nunca tener que salir de debajo del mando severo de su profesor temido, y querido justo por eso. Y nunca tener que abandonar el mundo artificial de la escuela, tan alejado del mundo real; un mundo donde siempre alguien te ordena exactamente qué hacer y cómo hacerlo, y donde nunca tienes que asumir la responsabilidad por tu propia vida y tus propias decisiones. Un mundo donde puedes brillar por las apariencias, y donde nadie se interesa por quién eres en realidad.

En continuación lógica de esta particular idiosincrasia peruana, se puede especular que pronto será el máximo orgullo de todo peruano, vestirse cada mañana su uniforme de ciudadano, y formarse en filas ordenadas ante su Profesor de la República, para escuchar sus órdenes y amonestaciones, y después desplazarse obedientemente a sus celdas aulas. Y es posible que los psicólogos tendrán que diagnosticar entre la población adulta un número espectacular de casos de regresión a un comportamiento infantil.

Por supuesto que esta nación-escuela tendrá las mismas características del sistema escolar de siempre. No será un espacio donde cada uno desarrolla sus talentos, ni donde se puede opinar, ni donde se valora la creatividad y el razonamiento independiente. Mas bien, un lugar donde se debe obedecer sin cuestionar; y donde a nadie le preocupa si lo que se hace tiene sentido o no, con tal que todos hagan lo mismo, al mismo tiempo y de la misma manera. Un año de experiencia con clases virtuales ya ha demostrado que aun la tecnología del siglo 21 no logra que los padres y profesores peruanos superen sus costumbres del siglo 18. Así que estas costumbres tampoco cambiarán cuando la escuela se convierta en forma de gobierno. El pueblo ha declarado más claramente que nunca, que lo quiere así.

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El estado no es Dios

En este artículo deseo examinar a la luz de la Biblia una de las tendencias más fuertes de los tiempos presentes, y la que más debería preocupar a los cristianos. Y como veremos, tiene también mucha injerencia en la educación.

«…Y se admiró toda la tierra detrás de la bestia, y adoraron al dragón que había dado autoridad a la bestia, y adoraron a la bestia, diciendo: ¿Quién como la bestia, y quién podrá luchar contra ella? (…) Y la adoraron todos los habitantes de la tierra cuyos nombres no estaban escritos en el libro de la vida del Cordero que fue sacrificado desde el principio del mundo. Si alguien tiene oido, que oiga.» (Apocalipsis 13:3-4.8-9)

Esta visión recibió el apóstol Juan ante el trasfondo del imperio romano, cuyos emperadores se hacían adorar como si fueran dioses.
En el imperio romano se adoraban muchos dioses. Cada uno era libre para adorar a cualquier dios que deseaba. Solamente que había que participar también en el rito obligatorio de quemar un poco de incienso en adoración al emperador.
Fue por esa razón que miles de cristianos fueron martirizados. No porque adoraban a Cristo; eso no era prohibido. Pero ellos se negaron a adorar a otro dios – el César – aparte de Cristo.
La adoración al emperador se dirigía no solamente a él como persona individual. El emperador representaba la entera institución del imperio, que se resumía con: «El senado y el pueblo romano». Es que antes de surgir los emperadores, Roma había sido una república casi democrática. Tenía su parlamento, el senado; y tenía una forma de separación de poderes. Cuando Roma se convirtió en un imperio, las formas democráticas se mantuvieron según la apariencia exterior. El senado siguió ejerciendo sus funciones; pero los emperadores manipulaban y presionaban a los senadores para que hicieran la voluntad del emperador. El imperio romano era una dictadura militar disfrazada como democracia. Este detalle es importante para entender los tiempos actuales.
Entonces, adorar al emperador significaba a la vez reconocer que la entera institución del imperio era divina. En la profecía bíblica, una «bestia» no significa una persona individual. Significa un reino o gobierno, un «sistema» entero. Eso se nota claramente en la visión de Daniel acerca de las cuatro bestias (Daniel cap.7).
Los primeros cristianos sabían muy bien que ningún hombre, y ninguna institución, puede ocupar el lugar de Dios. Por eso se negaron a ofrecer incienso al César.

La visión de Juan es a la vez una profecía de lo que sucederá en los últimos tiempos antes de la segunda venida de Cristo. Una «bestia», con carácteristicas similares al imperio romano, gobernará sobre el mundo entero. Y esa bestia exigirá ser reconocida como dios y salvador del mundo.

No debemos pensar que esa bestia se presentará sorpresivamente para instituir una dictadura mundial. Si lo hiciera de esa manera torpe, el mundo se rebelaría contra ella. Mas bien, está influenciando al mundo poco a poco, a renunciar a sus libertades y derechos, y a ceder cada vez más poder a la bestia. Por varias décadas ya, el mundo ha sido sometido a una campaña de propaganda y lavado del cerebro por parte de los gobiernos, los medios de comunicación (inclusive las grandes empresas y «redes sociales» que controlan la internet), y los sistemas escolares. El mensaje siempre es el mismo, aunque en diversas variaciones: «El estado es el encargado de solucionar todos los problemas. Si algo no funciona, si la gente está sufriendo, si hay injusticias, ¿qué hay que hacer? Reclamar al estado que lo solucione. Necesitamos un gobierno más fuerte, un gobierno más poderoso, y entonces los problemas se solucionarán.» – Si eso se pone en práctica de manera consecuente, ¿cuál es el resultado final? Obvio: una dictadura. La forma de gobierno donde el estado es más fuerte y poderoso, es la dictadura.
Si pudiéramos por unos momentos librarnos de la influencia omnipresente de la progaganda, entonces veríamos que en realidad, en muchas ocasiones, el estado genera problemas, sufrimientos e injusticias, que sin su interferencia no existirían. Cuánto más fuerte se hace el estado, más aumentan esos problemas.

Mientras escribo esto, encuentro un editorial reciente en un diario peruano: «300 mil víctimas de un plan estatal cuyo fin era reducir la pobreza aún esperan justicia. Resulta increíble que el argumento usado para esterilizar a casi 300 mil personas durante el gobierno de Alberto Fujimori haya sido la lucha contra la pobreza. Entre 1996 y 2000, según un informe de la Defensoría del Pueblo, se realizaron 272.028 ligaduras de trompas y 22.004 vasectomías. 19 personas fallecieron por complicaciones postoperatorias.» («La República», Lima, 12 de mayo de 2021)
Lo más irónico – y trágico – son las circunstancias en las que se escribe ese editorial. En este mismo momento, nuevamente millones de personas por el mundo entero están siendo sometidas a unas medidas forzadas como aislamiento, prohibiciones de trabajar y de viajar, protocolos sanitarios cuya eficacia nunca se comprobó científicamente, etc; y están siendo manipuladas o presionadas para participar en experimentos médicos novedosos cuyas consecuencias nadie conoce. Al mismo tiempo se libra una guerra sucia contra medicamentos accesibles y eficaces que han estado en uso por décadas. Todo eso bajo el argumento de supuestamente reducir las enfermedades. Pero algunos de los riesgos de esos experimentos ya son conocidos: La mitad de los peruanos perdieron su trabajo, y muchos se hundieron en la pobreza; uno de cada tres niños sufre trastornos psicológicos serios; en el mundo entero se dispararon los suicidios; mucha gente tiene su sistema inmunológico debilitado por ser obligados a un estilo de vida malsano, y por la psicosis colectiva, de manera que ahora corren un mayor riesgo de enfermarse que antes; y los números de las víctimas de los efectos adversos de las intervenciones médicas experimentales ni siquiera se publican en el Perú, pero de otros países se sabe que son números muy elevados. El año pasado, el Perú estuvo bajo arresto domiciliario durante cuatro meses. Hacia el fin de ese período, en vez de mejorar su situación, el Perú había saltado al número 1 de la estadística mundial de muertes por millón de habitantes.
De aquí en veinte años, si este mundo todavía existe, seguramente se escribirán editoriales de cómo los millones de víctimas de esas políticas erradas siguen esperando justicia.

Todo eso son consecuencias de las pretensiones de los gobiernos, de actuar como si fueran el salvador del mundo. Dios nos dice que pongamos nuestra confianza en Él, no en los gobernadores de este mundo:

«Mejor es confiar en el Señor, que confiar en el hombre.
Mejor es confiar en el Señor, que confiar en príncipes.»
(Salmo 118:8-9)

«No confíen en los príncipes, ni en un hijo de hombre,
porque no hay en él salvación.
(…) Bienaventurado aquel cuya ayuda es el Dios de Jacob,
cuya esperanza es en el Señor su Dios …»
(Salmo 146:3.5)

«El temor al hombre pondrá un lazo;
pero el que confía en el Señor, será levantado.
Muchos buscan el favor del príncipe;
pero del Señor viene el juicio de cada uno.»
(Prov.29:25-26)


Veamos unas áreas en particular, donde la propaganda ya nos ha acostumbrado a creer que son dominio del estado:

La ayuda a los necesitados.

Se cree hoy en día que el estado es el encargado de proveer por los pobres, de «crear empleos», y de incentivar de diversas maneras el abastecimiento material y financiero de la población. ¿Y cómo se financia eso? – La propaganda nos lo hizo olvidar, pero el estado no tiene dinero, excepto lo que nos quita a nosotros. O sea, el estado nos empobrece a todos, para después devolver a algunos de nosotros los bienes que les quitó. Cuando esa idea era relativamente nueva, todo el mundo la identificaba fácilmente como un postulado del comunismo y marxismo radical. Pero hoy en día, casi todo el mundo lo cree, aun quienes declaran ser opuestos al comunismo.

(Nota: Hoy en día, la propaganda ha avanzado a tal punto que se puede hacer creer a la gente que uno pueda ser «marxista» sin ser «comunista». A los que creen eso, les hago recordar que uno de los escritos más influenciales de Marx era precisamente el «Manifiesto comunista».)

¿Qué dice la Biblia al respecto?

Dios es el proveedor de todos.

«El Señor es mi pastor; nada me faltará.» (Salmo 23:1)
«Joven fui, y he envejecido, y no he visto justo desamparado, ni sus descendientes que mendiguen pan.» (Salmo 37:25)
«Los ojos de todos esperan en ti, y tú les das su comida a su tiempo.
Abres tu mano, y colmas de bendición a todo ser viviente.» (Salmo 145:15)
«No se afanen, pues, diciendo: ¿Qué comeremos?, o ¿Qué beberemos?, o ¿Qué vestiremos?. Porque las naciones buscan todas estas cosas; pero vuestro Padre celestial sabe que ustedes tienen necesidad de todo esto.» (Mateo 6:31-32)

Por tanto, confiar en el estado como proveedor es idolatría.

Dios ordenó la economía de manera que cada uno puede y debe alimentarse por el trabajo de sus propias manos.

«El ladrón no robe más, sino que trabaje, obrando con sus manos lo que es bueno, para que tenga qué compartir con el necesitado.» (Efesios 4:28)
«Porque oímos que algunos de entre ustedes viven desordenadamente, no trabajando en nada, sino entremetiéndose en lo ajeno. A los tales mandamos y exhortamos por nuestro Señor Jesucristo, que trabajando tranquilamente, coman su propio pan.» (2 Tesalonicenses 3:11-12)

En una sociedad que honra a Dios, no hay necesidad de que el gobierno «cree empleos». Cada uno (excepto los enfermos y discapacitados) puede crear su propio trabajo y de esta manera servir a sus prójimos y mantener a su propia familia. Pero hoy en día, a menudo es el mismo gobierno que impide eso: Con sus trámites burocratizados impide que un ciudadano común abra su propio negocio u ofrezca sus servicios; y con impuestos elevados impide que pueda vivir de sus ingresos. (Restricciones similares vienen ahora también de parte de unas grandes empresas que monopolizan ciertos servicios y productos, y de esa manera también ejercen prácticamente funciones de gobierno.)

Cada persona individual es responsable de ayudar a los pobres; cuánto más los que tienen riquezas.

«Si quieres ser perfecto, anda, vende lo que tienes, y dalo a los pobres, y tendrás tesoro en el cielo; y ven, sígueme.» (Mateo 19:21)
«Por tanto entonces mientras tenemos oportunidad, obremos lo bueno hacia todos, y más hacia los del hogar de la fe.» (Gálatas 6:10)
«A los ricos en el tiempo presente manda que no sean altivos, ni pongan su esperanza en la riqueza insegura. En cambio, [que pongan su esperanza] en el Dios viviente, el cual nos provee con todo ricamente para que disfrutemos. Que actúen con virtud, que sean ricos en buenas obras, sean generosos, dispuestos a compartir.» (1 Timoteo 6:17-18)

Según los principios bíblicos, compartir con los pobres es algo que corresponde a cada uno. No por obligación del estado, pero en responsabilidad ante Dios. Y esos donativos se iban directamente a los pobres. No tenían que pasar por un colador de burocracia estatal, donde la mayor parte de los fondos quedan atrapados en las manos de unos funcionarios.

Una alta carga de impuestos es un castigo de Dios sobre un pueblo que le ha desechado.

«Y dijo el Señor a Samuel: (…) A mí me han desechado, para que no reine sobre ellos. (…) Así hará el rey que reinará sobre ustedes: (…) Tomará lo mejor de vuestras tierras, de vuestras viñas y de vuestros olivares, y los dará a sus siervos. Diezmará vuestro grano y vuestras viñas, para dar a sus oficiales y a sus siervos (…) Y ustedes clamarán aquel día a causa de vuestro rey que se habrán elegido, pero el Señor no les responderá en aquel día.» (1 Samuel 8:7.11.14.15.18)


El cuidado por los enfermos.

Por mucho tiempo ya, la propaganda nos ha inducido a creer en la «salud pública». ¿Qué es «salud pública»? – Solamente una persona individual puede diagnosticarse como «sana» o «enferma» en el sentido médico; pero no el «público» en general. Y desde tiempos antiguos rige el secreto profesional de los médicos, que les prohíbe divulgar informaciones acerca de la historia clínica de sus pacientes. Eso testifica de que la salud es un asunto privado, no público. No existe algo así como «salud pública».
Sin embargo, desde el año pasado, los gobiernos del mundo exigen agresivamente el acceso y control sobre los datos acerca del estado de salud de la población entera. O sea, de hecho se ha abolido el secreto médico (aunque los noticieros nunca nos informaron acerca de este suceso grave.)
Lo que quieren decir realmente cuando dicen «salud pública», es «control estatal de la salud de cada uno». (Acerca de este uso propagandístico de la palabra «público», vea también: ¿¿Escuelas públicas?? – Esta confusión deliberada entre «público» y «controlado por el gobierno» también se puede trazar desde el Manifiesto comunista.) O sea: Ahora que ya hemos aceptado que el gobierno deba cuidar a los enfermos, la propaganda va un paso más allá y nos dice que el gobierno también deba ordenarnos, con todo detalle, lo que debemos hacer o no hacer respecto a nuestra salud. En última consecuencia, que nuestro cuerpo y su estado de salud pase a ser propiedad del estado.

¿Qué dice la Biblia al respecto?

Dios es Señor sobre salud y enfermedad, y es el Sanador de los enfermos.

«Si oyes atentamente la voz del Señor tu Dios, y haces lo recto delante de sus ojos (…), ninguna enfermedad de las que envié a los egipcios te enviaré á ti; porque yo soy el Señor tu Sanador.» (Éxodo 15:26)
«Y [Jesús] expulsó a los espíritus con la palabra, y sanó a todos los que estaban mal, para que se cumpliese lo dicho por el profeta Isaías: ‘Él llevó nuestras debilidades, y cargó nuestras enfermedades.’ » (Mateo 8:16-17)
«Si alguien entre ustedes está enfermo, llame a los ancianos de la asamblea, y oren sobre él, ungiéndolo con aceite en el nombre del Señor. Y la oración de fe salvará al agotado, y el Señor lo levantará.» (Santiago 5:14-15)

La Biblia no rechaza los tratamientos médicos. Pasajes como 2 Reyes 20:7, Ez.47:12, Jer.8:22, hablan positivamente de la medicina. La medicina aprovecha las propiedades curativas que Dios mismo puso en ciertas plantas y sustancias. Pero esos tratamientos son administrados por médicos y personas conocedoras de salud, en el libre ejercicio de sus funciones. De ninguna manera es justificado bíblicamente, que el estado imponga ciertos tratamientos y prohíba otros, o que el estado asuma un monopolio sobre el cuidado de los enfermos.


La educación de los niños.

Durante el entero siglo 20, se nos ha adoctrinado en la creencia de que el estado sea el encargado de educar a los niños. Esa propaganda ha sido tan eficaz que hoy en día, muchos padres y madres ni siquiera se creen capaces de educar a sus propios hijos, como lo han hecho los padres y madres durante miles de años.

¿Qué dice la Biblia al respecto?

Los encargados de educar a los niños son sus padres.

«Y estas palabras que yo te mando hoy, estarán sobre tu corazón, y las repetirás a tus hijos, y hablarás de ellas estando en tu casa, y andando por el camino, y al acostarte, y cuando te levantes …» (Deut.6:6-7)
«Porque yo fui hijo de mi padre, delicado y único delante de mi madre. Y él me enseñaba …» (Proverbios 4:3-4)
«Y ustedes padres, no hagan airarse a sus hijos, sino que aliméntenlos en educación y amonestación del Señor.» (Efesios 6:4)
Dios manda a los niños obedecer a sus padres (Efesios 6:1). No existe ningún mandamiento comparable que dijera: «Niños, obedezcan a vuestros profesores».

El único sistema escolar que se menciona en la Biblia, es el del «tutor» o «ayo» («paidagogós» = pedagogo en griego) que se menciona en Gálatas 3:24-25 y 4:1-2. Era usual en las familias de clase media y alta, tener un «tutor» o «pedagogo» que se encargaba de los niños. Ese «pedagogo» no era ningún funcionario del estado. Al contrario, ¡era un esclavo del padre de la familia! Así confirmaban también los usos de la sociedad en general, lo que dice la Biblia: La educación de los niños está bajo la autoridad del padre, no del estado.

Por causa del monopolio estatal sobre la educación, el gobierno tiene ahora también un monopolio sobre la adoctrinación ideológica de los niños. Y así se cierra el círculo vicioso: El estado enseña a los niños desde pequeños, a creer en el credo del estatismo:

«El estado es mi proveedor.
El estado es mi sanador.
El estado es mi educador.»

Y esos niños, cuando llegan a ser adultos, no pueden imaginarse otra cosa que entregar a sus propios hijos también a la educación estatal.

De hecho, revisando los libros escolares que actualmente se usan, encontramos que mayormente consisten en propaganda a favor del estatismo. Por ejemplo, hablan de la protección del medio ambiente, pero no bajo la perspectiva de que el mundo es creación de Dios y cada uno de nosotros es responsable de cuidarlo. En cambio, presentan al estado como el responsable de cuidar el medio ambiente, con la creación de áreas protegidas y promulgando muchas prohibiciones y nuevos impuestos. Hablan del cuidado de la salud – pero no dicen que tenemos un sistema inmunológico que nos protege contra enfermedades, ni dicen como podríamos fortalecerlo. En cambio, enseñan que debemos hacer caso a todos los mandamientos del gobierno, y entonces seremos protegidos contra las enfermedades. En todo, se presentan las políticas del gobierno como la solución. Y aquellos temas que no se pueden politizar tan fácilmente, tales como química y física, parece que se botaron del currículo escolar por completo durante el año pasado.

Además, notamos en los libros escolares y en la propaganda en general, que el enfoque se está desplazando poco a poco, desde el gobierno nacional hacia las organizaciones internacionales. Eso indica que efectivamente se está preparando el cumplimiento final de la visión de Juan, donde el poder ya no está en las manos de estados soberanos, sino en las manos de un gobierno «sobre toda tribu, pueblo, lengua y nación».


El objetivo de todo eso es un gobierno totalitario. O sea, un gobierno que reglamenta y controla todos los aspectos de la vida humana sin excepción. En otras palabras, se quiere atribuir al gobierno los atributos divinos:

Quiere que el gobierno sea omnipotente: Que pueda obligar a cada ciudadano a hacer cualquier cosa que el gobierno quiere, sin que el ciudadano tenga algún recurso en contra de la arbitrariedad y violencia por parte del gobierno.

Quiere que el gobierno sea omnipresente: Que pueda vigilar a cada ciudadano todo el tiempo, las 24 horas del día. Que el gobierno tenga conocimiento acerca de cada detalle: dónde te encuentras, con quiénes te comunicas, lo que hablas y escribes, tu estado de salud, tus transacciones financieras … absolutamente todo. Que nada y nadie se pueda esconder ante los ojos y oídos vigilantes del estado.

Quiere que el gobierno sea omnisciente: Que sea el gobierno quien define cuál es la verdad. Que nadie pueda contradecir al «conocimiento superior» que es divulgado por el estado. Que todas las opiniones y todos los hechos contrarios al narrativo oficial del estado sean censurados, eliminados y castigados.

El estado todopoderoso quiere hacernos creer que él es encargado y capaz de librarnos de todas las amenazas y emergencias. Que el estado va a revertir el cambio climático, que el estado va a erradicar las enfermedades, que el estado va a alimentarnos en la hambruna, que el estado va a desviar los asteroides que podrían colisionar con la Tierra … – todo eso, si nosotros somos sumisos y obedientes y cumplimos al pie de la letra con lo que el estado nos ordena. Entonces, si las promesas no se cumplen, es nuestra culpa – porque no hemos sido lo suficientemente obedientes.

El totalitarismo no tiene afiliación política. Partidos que se llaman de la «izquierda», como los que se llaman de la «derecha», son igualmente infectados por él. Tampoco tiene afiliación religiosa. Católicos, evangélicos, y ateos por igual, se han convertido en sus seguidores.

Esta es la meta última de los cambios en la política de los gobiernos que sucedieron últimamente, de manera coordinada en el mundo entero. Ya es lo suficientemente preocupante que se hayan abolido los derechos humanos, y que todo apunte a la introducción de una dictadura al nivel mundial. Pero aun más allá de eso, se nos influencia de manera subliminal para que finalmente aceptemos a ese gobierno como Dios.


Hoy en día, muchos cristianos dicen que hay que hacer todo lo que el gobierno manda, y citan Romanos 13:1: «Toda persona se someta a las autoridades predominantes. Porque no hay autoridad sino por Dios, y las autoridades existentes son colocadas por Dios.» ¿Significa eso que debemos tener a las autoridades como dioses, si ellas lo exigen así? – De ninguna manera. El mismo capítulo Romanos 13 continúa así: «(…) ¿Quieres no temer a la autoridad? Haz lo bueno, y tendrás alabanza de ella; porque te es siervo de Dios para lo bueno. Pero si haces lo malo, teme; porque no sin razón lleva la espada, porque es siervo de Dios, vengador para ira contra el que practica lo malo.» (Versos 3 y 4). Aquí dice claramente para qué es el gobierno: Para alabar las obras buenas, y para castigar lo malo. O sea, para administrar justicia, según los criterios de Dios. Sigue siendo Dios, no el gobierno, quien define qué es bueno y qué es malo. Y el gobierno no está para alimentar a los pobres, ni para sanar a los enfermos, ni para educar a los niños, ni para decirnos a quién debemos adorar. Un gobierno que quiere imponer órdenes acerca de esas áreas, está sobrepasando los límites de sus competencias asignadas por Dios. El principio bíblico general es el que enunció Pedro ante el gobierno de Jerusalén: «Hay que obedecer a Dios más que a los hombres.» (Hechos 5:29)
Pablo escribió la carta a los romanos, cuando los emperadores todavía no habían empezado a perseguir a los cristianos. En cambio Juan recibió su visión del Apocalipsis unos 30 a 40 años más tarde, cuando la verdadera naturaleza del imperio romano ya se había hecho muy obvia. Romanos 13 no es la palabra definitiva acerca de las autoridades. Como mínimo, tenemos que considerar también Apocalipsis 13.

Negarse a idolatrar al estado, no es «rebeldía». Rebeldía sería, intentar derrocar al gobierno. Dios nunca dijo que los cristianos hicieran eso. Los cristianos en el imperio romano seguían obedeciendo al gobierno, en todo lo que pudieron obedecer con conciencia limpia ante Dios. Pero se negaron a idolatrarlo.

Tristemente, aun las iglesias evangélicas están preparando a su gente a recibir la marca de la bestia. Ellas mismas enseñan que hay que «someterse bajo la autoridad«, sin examinar, sin hacer preguntas, sin ejercer discernimiento. Esta es una de las señales más llamativas de que vivimos en la apostasía de los últimos tiempos, que está profetizada en 2 Tes.2:3. Solamente los que aman la verdad, serán capaces de detectar y resistir las mentiras que se están difundiendo en estos últimos tiempos (2 Tes.2:10-12).

Daniel y sus amigos se habían «propuesto en su corazón, no contaminarse» (Daniel 1:8), cuando todavía no se encontraban en una situación de vida o muerte. Por eso pudieron mantenerse firmes aun más tarde, cuando sus vidas sí estaban amenazadas. En el mundo occidental, la mayoría de los cristianos todavía no están en peligro de muerte cuando se niegan a aceptar al estado como omnipotente, omnipresente y omnisciente. Pero desde el año pasado, el precio empezó a aumentar considerablemente. ¿Usted ya hizo su decisión fundamental, si va a adorar a Dios o a César? Si no, es urgente que lo piense bien.

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Que no gobierne la iniquidad en nuestras familias y escuelas

El apóstol Pablo nos advierte acerca de la venida de un «hombre del pecado», al que también llama «hombre de iniquidad» (2 Tesalonicenses 2:3-10). Dice que él «se sienta en el templo de Dios, como si fuera Dios».

No es solamente una predicción acerca del futuro, porque dice también: «El secreto de la iniquidad ya está obrando.» Esta advertencia tiene sus aplicaciones para el presente, en nuestra práctica educativa.

La palabra «iniquidad», en estas citas, es una traducción imperfecta de la palabra griega «anomía». Significa literalmente «sin ley». O sea, el apóstol nos está advirtiendo en contra de un gobierno sin ley.
Eso es algo cualitativamente diferente de la simple «maldad». No es simplemente hacer algo que la ley prohíbe. Es una actitud de rechazo fundamental contra la ley. Su objetivo es que ni siquiera exista una ley.

Tenemos que entender que en el contexto bíblico, «ley» se refiere al orden de Dios, no del hombre. La «ley» es la definición de lo que es bueno y lo que es malo. A esta ley tienen que someterse aun los gobernantes más poderosos. Por eso dice en Deuteronomio 17:18-20:

«Y cuando (el rey) se siente sobre el trono de su reino, entonces escribirá para sí en un libro una copia de esta ley (…); y lo tendrá consigo, y leerá en él todos los días de su vida, para que aprenda a temer al Señor su Dios, para guardar todas las palabras de esta ley y estos estatutos, para ponerlos por obra; para que no se eleve su corazón sobre sus hermanos, ni se aparte del mandamiento por la derecha ni por la izquierda (…)»

Este es el principio fundamental del estado de derecho, que fue redescubierto recién en los tiempos de la Reforma. A consecuencia de las ideas de la Reforma, basadas en la Biblia, se formó en Inglaterra el primer estado de derecho constitucional moderno. En un estado de derecho, el poder del gobierno está limitado. La ley sirve para proteger al pueblo contra los excesos y abusos que podrían cometer los gobernantes.

Este mismo principio vale también para el «gobierno» de nuestros ambientes educativos: la familia y la escuela. Tienen que existir unas «leyes», unas reglas que nos dicen qué es permitido y qué no. Estas reglas no pueden ser arbitrarias: tienen que expresar adecuadamente lo que es bueno y lo que es malo. No pueden cambiarse según el capricho de los padres o profesores. Y tienen que valer para todos; no se puede hacer «acepción de personas».
Para que la convivencia funcione aun en momentos de conflictos, tienen que aplicarse unos principios fundamentales del derecho. Por ejemplo:
Nadie puede ser castigado por algo que la ley no prohíbe; y nadie puede ser obligado a hacer algo que la ley no manda. O sea, no se pueden aplicar medidas o incluso castigos de manera arbitraria; tienen que ser fundamentadas en la ley.
Toda persona acusada tiene derecho a un proceso justo. O sea, tiene derecho a defenderse, a explicar su punto de vista y sus razones, a exigir pruebas que justifican la acusación, y a presentar pruebas a su favor, si considera que la acusación no es justificada.

A algunos lectores les parecerá extraño, hablar de estos principios en el contexto de una familia o escuela. Si soy padre, madre, o profesor(a), ¿no puedo tratar a los niños como a mí me parece bien?

Pero en nuestro pequeño ambiente educativo, tenemos que encontrar soluciones a los mismos problemas como la sociedad en lo grande: ¿Cómo mantenemos la armonía y la justicia en la convivencia unos con otros? ¿Y cómo protegemos a los que no tienen poder, contra excesos y abusos de parte de quienes lo tienen?
Si en nuestro ambiente pequeño no sabemos solucionar adecuadamente estos asuntos, ¿cómo esperamos que nuestros hijos o alumnos los solucionen más adelante en la «sociedad grande»?

En el presente puedo observar dos formas de «anomía». Una de ellas es obvia: la actitud de que «todo es permitido». O sea, el libertinaje y la educación antiautoritaria, donde no se impone ningún límite, y cada uno puede hacer lo que le da la gana. – En realidad, ninguna sociedad puede vivir de esta manera, porque muy pronto se produciría una guerra de todos contra todos. Pero como actitud, esta forma de «anomía» existe en muchas personas.

La segunda forma de «anomía» es más difícil de detectar. A menudo pasa incluso por «disciplina» o «respeto». Me refiero a las formas de gobierno arbitrario, donde padres, profesores, o gobernantes dan órdenes arbitrarias, y esperan que se les obedezca inmediatamente y sin cuestionar. Por ejemplo, un niño pequeño derrama accidentalmente un montón de piezas diminutas de un juego sobre el piso, y aparentemente no puede o no quiere recogerlas. Entonces el padre o el profesor señala arbitrariamente a algún otro niño: «¡Levántaselo!» – Y si al niño se le ocurre preguntar: «¿Por qué yo?», se le acusa de «desobediente» o «irrespetuoso».

En realidad, las dos formas de «anomía» están estrechamente relacionadas entre sí. En ambas gobierna la arbitrariedad. Ambas producen una permanente inseguridad en las personas que están sujetas a un tal sistema. Nunca se puede saber qué consecuencias tendrá una acción. Desde la perspectiva de un niño: Si derramo mi leche, ¿qué va a pasar? Un día me pegan; el otro día llaman a mi hermana para que lo limpie; el tercer día nadie dice nada. – Si quiero salir a jugar en la tarde, ¿qué pasa? Un día me dicen que no, que tengo que ayudar a mamá. El otro día no dicen nada, y puedo quedarme afuera hasta tarde en la noche. Y el tercer día me dejan salir, pero después de media hora viene a buscarme papá y me dice enojado, por qué no he regresado antes.

Aunque algunas personas llamen a eso «disciplina», en realidad produce lo contrario de una vida disciplinada. Destruye todo sentir de orden y justicia. Produce desorientación y conflictos. Si la única norma de lo bueno y lo malo es «si me van a castigar o no», no puede desarrollarse una conciencia saludable. Aun menos, si los castigos son imprevisibles y no siguen reglas establecidas. (En un ambiente de libertinaje, oficialmente no existen «castigos». Pero las reacciones, a veces violentas, de los hermanos y compañeros serán percibidas como «castigos».)

Para tener un «buen gobierno», deben existir unas reglas claras acerca de la convivencia, acerca de lo que se permite y lo que no se permite, y acerca de los derechos y deberes de cada uno. Y las reglas deben aplicarse de manera consecuente y justa. Así creamos una «seguridad jurídica», lo cual es importante para una convivencia armoniosa y para desarrollar un sentido sano de lo que es bueno y de lo que es malo. Especialmente los niños necesitan un ambiente previsible, donde pueden entender cómo está estructurado el día, cómo se siguen los sucesos unos a otros, y cuáles serán los resultados (positivos o negativos) de sus actos.

Acerca de la implementación práctica de este principio, habría mucho que decir. Deseo añadir solamente unos cuantos pensamientos:

«La ley» no es igual a «legalismo». La idea no es que nuestras familias tengan que convertirse en «instituciones» donde cada detalle de la vida está reglamentado. La base siempre debe ser la relación de confianza entre todos. Cuánto más confianza hay, menos leyes se necesitan. Donde abunda la desconfianza, allí abundan las leyes y los reglamentos.
Pero cuando la confianza mutua está establecida, entonces las reglas nos dan un marco de seguridad que nos dice cómo proceder en casos de conflicto. Y a la vez podemos saber que dentro de este marco existe libertad. Por ejemplo, si hay reglas que establecen las obligaciones de los niños, ellos pueden también saber que nadie interrumpirá su tiempo de juego para imponerles algún deber que no figura entre sus obligaciones.

«La ley» es para proteger a los débiles contra los fuertes. Tristemente, este hecho se ha olvidado hoy en día, aun en la «sociedad grande», y especialmente en el contexto latinoamericano. Más común es la creencia de que la ley es un instrumento en las manos de los gobernantes, para asegurarles su poder sobre el pueblo. Como diagnostica el evangelista argentino Alberto Mottesi:

«En general el gobernante hispanoamericano no se sujeta a la ley, particularmente si es una ley de su propia hechura. Nuestra filosofía de gobierno es de corte maquiavélico: el gobernante es el que hace la ley. Se inspira en el iluminismo francés que cambia el absolutismo de la monarquia («l’Etat c’est moi», el Estado soy yo) por el de la rebelión contra el orden establecido. La Revolución Francesa no reconocía, según Bakunin, «ni Dieu ni maitre», ni Dios ni amo.
Aunque nuestros países usan la forma constitucional norteamericana, no se ha comprendido el espíritu que la anima. Por eso nuestras imitaciones no han funcionado. (…) Entre nosotros tanto los gobernantes como los gobernados suelen violar la ley si no hay una vigilancia y una amenaza de castigo de por medio. Es que creemos que la ley es de hechura humana, que el gobierno otorga derechos. No debe extrañar que veamos al gobernante como a un potentado que debe aprovecharse lo más posible de la oportunidad, mientras la tenga.»
(Alberto Mottesi, «América 500 años después»)

Quizás por eso dificultamos tanto en el «gobierno» de nuestras familias: porque aun la «sociedad grande» no nos da ningún ejemplo bueno. Estamos rodeados de arbitrariedades, de injusticias, y de apariencias falsas. Creo que la única salida consiste en adentrarnos en la palabra de Dios, especialmente el Nuevo Testamento. Observemos cómo se practicaron allí la sinceridad y transparencia, la imparcialidad, la protección de los débiles, etc. Observemos también las palabras fuertes con las que Jesús y los apóstoles denunciaron las prácticas de aplicar la ley según su forma, pero no según su espíritu; poniéndola al servicio de los intereses de los poderosos, en contra de su intención verdadera. Fijémonos en el contraste entre lo que enseñaron y practicaron los hombres de Dios, y lo que se considera «normal» en nuestras sociedades (inclusive en nuestras iglesias). Dejémonos capacitar por Dios para dejar atrás las «normalidades» de este mundo (aun de las iglesias), y para entender la clase de vida que él quiere darnos. Así podremos establecer una verdadera alternativa a esta sociedad.

No creamos que «la ley» pueda producir personas buenas. Con todos los beneficios que tiene una vida ordenada con reglas, no debemos pensar que ése sea el medio para que los niños lleguen a ser «personas buenas». «La ley» puede solamente ordenar nuestro ambiente externo, y nuestro comportamiento visible; pero no nuestras actitudes, no nuestro «corazón». Como dijo Heinz Etter: «Lo bueno se puede hacer sólo voluntariamente». Leyes y reglas pueden frenar la maldad; pero no pueden producir bondad. Eso lo puede hacer sólo Dios, cuando él mismo toca la conciencia y el corazón de una persona. (Eso se refiere no solamente a los niños. ¡Nosotros también necesitamos el toque de Dios para ser buenos educadores!)
Por eso no sirve establecer como «regla», por ejemplo, que hay que saludar amablemente, que hay que decir «gracias», o que hay que ayudar al hermanito pequeño a guardar sus juguetes. Con eso no produciremos ni amabilidad, ni gratitud, ni solidaridad; solamente la hipocresía de aparentarlo con actos externos.
Reglas útiles son las que nos ayudan a estructurar nuestra vida, y las que nos protegen contra los peligros que nosotros mismos podemos causar, y contra las maldades de otras personas. En cambio, los asuntos de las actitudes y del corazón se manejan mejor en el contexto de una relación personal de confianza mutua, y buscando juntos a Dios. Es la bondad de Dios, no la ley ni el castigo, que nos guía al arrepentimiento (Romanos 2:4).

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¿A quiénes puso Dios para educar a los niños?

Deseo en este artículo (y en unos posteriores, Dios mediante) mencionar unos principios bíblicos muy básicos. En casi todo lo que escribo en este blog, estoy asumiendo que el lector tenga estos principios como base. (Por fin, el blog se llama «Educación cristiana alternativa».) Sin embargo, me parece necesario exponer estos principios claramente. Es que aun las iglesias (supuestamente) apegadas a la Biblia han olvidado estos principios, e incluso los contradicen.

Para ordenar la sociedad, Dios ha instituido diferentes estructuras de autoridad («gobiernos» o «instituciones»). La Biblia menciona básicamente cuatro «instituciones» divinas:

1. El matrimonio y la familia. (Gén.1:28, Ef.5:21-6:4)
Cuando Dios creó al hombre, instituyó primero el matrimonio y la familia: El creó a Adán y a Eva para que estuvieran juntos y para que tuvieran hijos.
La familia es la institución fundamental de la sociedad humana. Todas las otras instituciones dependen de ella. Sin familias sanas, las otras instituciones tampoco funcionarán. Por tanto, ninguna de las otras instituciones puede interferir con la familia o sustituirla: ni el estado, ni la iglesia, ni las empresas o asociaciones de trabajo. Donde tales instituciones interfieren con la familia, se pone en marcha un proceso destructivo que terminará con disolver la sociedad entera. (Vea «Las lecciones sabias de la historia para educadores».)

2. El trabajo. – El trabajo está relacionado con el «mandato cultural» (de administrar y cultivar la tierra), Gén.1:28-29, 2:15, 2:19-10. El trabajo tiene también sus estructuras de autoridad; y debe realizarse para glorificar a Dios (Col.3:22-4:1).
Algunos predicadores dicen que el trabajo es una maldición; que es solamente a causa de la caída de Adán que tenemos que trabajar. Pero esto no es bíblico. En Génesis 1 y 2 (vea los pasajes arriba mencionados), vemos que Adán y Eva trabajaban ya en el huerto de Edén, antes de la caída. El trabajo es llamado y bendición de Dios.
Lo que sí es una maldición de la caída, son el cansancio, las dificultades y obstáculos que hoy se relacionan con el trabajo, etc. (Gén.3:17-19). Pero el trabajo en sí no es una maldición.

3. El Estado, y el gobierno civil. (Rom.13:1-7)
Dios dice que El pone a los gobernantes, y que ellos están aquí para alabar al que hace lo bueno, y para castigar al que hace lo malo. O sea, deben velar por el cumplimiento de las leyes y administrar justicia. Además, son responsables de organizar la defensa de su país contra intromisiones y ataques desde afuera. Esto, y nada más, es la tarea del gobierno según los principios bíblicos.
– El gobierno debe gobernar según la Palabra de Dios, sus gobernantes deben someterse a la Palabra de Dios, y sus leyes deben estar de acuerdo con las leyes de Dios. (Vea Deut.17:18-20).

4. La Iglesia (Ef.4:11-16, 1 Pedro 5:1-5)
El liderazgo espiritual es también un «gobierno» puesto por Dios, para ejercer autoridad espiritual y para administrar la iglesia visible.

Como personas individuales y cristianos, nos encontramos al mismo tiempo en cada una de estas instituciones, y bajo cada una de sus autoridades. Pero cada una de estas instituciones tiene su propia «esfera de gobierno» definida, y no debe interferir en la esfera de otra.

Como notamos, la educación y la escuela no aparecen entre estas instituciones divinas. Entonces tenemos que preguntarnos: ¿A cuál de las instituciones mencionadas pertenece el área de la educación?

La Biblia contiene muchos mandamientos acerca de la educación de los niños. Casi todos estos mandamientos se dirigen a los padres. – Al mismo tiempo tenemos varios mandamientos a los niños, de recibir instrucción y educación. Allí también, esta instrucción y educación viene casi siempre de los padres.
– Vea Deuteronomio 6:4-7, Salmo 78:5-8, Proverbios 1:8-9, 2:1-6, 4:1-6, 5:1-2, 6:20-22, Efesios 6:1-4.

Entonces está claro que la educación pertenece a la institución de la familia. – Cuando la Biblia habla de educación, incluye la formación completa del carácter y del conocimiento. Esto obviamente incluye toda la «educación» que hoy en día se da en las escuelas. Este es un principio bíblico muy importante:

Dios dio a los padres la autoridad sobre la educación, incluida la educación «escolar».

Y así se hizo en prácticamente todas las civilizaciones del mundo, por lo menos hasta la mitad del siglo XIX. El diccionario Webster original de 1828, que estableció los estándares para el idioma inglés, define «educar» de esta manera:

«Criar, como niño; instruir; informar e iluminar el entendimiento; instilar en la mente los principios de las artes, la ciencia, la moral, la religion y la conducta. Educar bien a los niños, es uno de los deberes más importantes de los padres y tutores.»

Notamos que esta definición establece claramente la «educación» como una responsabilidad de la familia. No menciona la escuela con ninguna palabra. Solamente en los últimos 150 años, los proponentes de la escolarización estatal han cambiado el significado de la palabra «educación». Hoy en día, la mayoría de la gente confunde «educación» con «escolarización». Pero orginialmente, la palabra «educación» no tenía nada que ver con «escuela». Mas bien, el lugar de la «educación» es la familia.

Aparte de la familia, también la congregación del pueblo de Dios tiene una tarea educativa (Israel en el A.T, la Iglesia en el N.T.). Vea Deut.31:12-13, Neh.8:2-3, 8:7-8, 1 Juan 2:12. Pero esta tarea educativa del pueblo de Dios es siempre subordinada a la familia. Donde la Biblia menciona la participación de niños en reuniones de enseñanza (como algunos de los pasajes mencionados), siempre fue juntos con sus padres.

En ningún lugar de la Biblia se menciona el gobierno civil en relación con la educación. Tampoco existe un mandato tal como «Profesores, enseñad a vuestros alumnos», o «Niños, honrad y obedeced a vuestros profesores». Este mandato existe solamente para la relación entre padres e hijos.

Bíblicamente, el Estado y el gobierno no tienen ningún mandato de educar niños.

Entonces, si hoy en día los gobiernos controlan los sistemas educativos, lo hacen en contra de la Palabra de Dios, y están usurpando una esfera de autoridad que pertenece a los padres.
Tenemos que mantener esto en mente, cada vez que reflexionamos acerca de los problemas de los sistemas escolares. Estos problemas no se solucionarán con reformar «el sistema». La mayoría de estos problemas se deben a que la idea de un sistema escolar estatal es de por sí contraria a la voluntad de Dios, y por tanto no puede funcionar. ¡El estado no es, y nunca ha sido, un educador de niños! Y donde intenta serlo, solamente prepara su propia destrucción.

Se puede dar el caso que los padres necesiten la ayuda de un «profesor» o «maestro» de afuera de la familia, para enseñar a los niños ciertos conocimientos o habilidades que los mismos padres no poseen. Pero aun en este caso, el profesor o maestro es (según los principios bíblicos) un encargado de los padres y permanece bajo la autoridad de los padres.

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