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Razonemos: Dos conceptos de derechos humanos

«Desmenuzar bajo de sus pies todos los encarcelados de la tierra,
Hacer apartar el derecho del hombre ante la presencia del Altísimo,
Trastornar al hombre en su causa, el Señor no lo aprueba.»
(Lamentaciones 3:34-36)

«¿Se juntará contigo el trono de iniquidades,
Que hace agravio bajo forma de ley?
Se juntan contra la vida del justo, y condenan la sangre inocente.»
(Salmo 94:20-21)


Antes de compartir unas informaciones, deseo retarles a reflexionar y responder algunas preguntar acerca del tema.

– ¿Qué son derechos humanos?

– ¿Quiénes tienen derechos humanos?

– ¿Quién nos da esos derechos?

– ¿y quién puede quitarnos esos derechos?

Y después de responder, vuelvan a leer las dos citas bíblicas del inicio. Después consideren que cada una de estas preguntas se puede responder desde por lo menos dos perspectivas diferentes:

  • considerando la situación actual del mundo, y la manera como las personas poderosas manejan los derechos,
  • o considerando lo que dice Dios, y lo que significan los derechos humanos según el plan de Dios.

¿Pueden ahora dar dos respuestas a cada una de las cuatro preguntas, desde las dos perspectivas mencionadas?


Las primeras declaraciones de derechos humanos

De hecho existen dos conceptos bastante distintos. Eso se manifiesta ya desde las primeras ocasiones cuando se formularon «derechos humanos». Tengamos presente eso, cada vez que se habla de derechos humanos. Analicemos: ¿En cuál de los dos conceptos se basa la persona que habla?

La primera declaración oficial de «derechos humanos» todavía no contiene exactamente esa expresión, pero sí el concepto. Se trata del preámbulo a la Declaración de Independencia de los Estados Unidos (1776):

«Sostenemos estas verdades como evidentes por sí mismas: que todos los hombres son creados iguales; que son dotados por su Creador de ciertos derechos inajenables; que entre estos están la vida, la libertad y la búsqueda de la felicidad.
Que para asegurar estos derechos se instituyen entre los hombres los gobiernos, que derivan sus poderes legítimos del consentimiento de los gobernados;
Que cada vez que una forma de gobierno se haga destructora de estos principios, el pueblo tiene el derecho a reformarla o abolirla, e instituir un nuevo gobierno fundamentado en dichos principios, y a organizar sus poderes en la forma que a su juicio ofrecerá las mayores probabilidades de alcanzar su seguridad y felicidad. (…)»

La expresión «derechos humanos» se encuentra literalmente por primera vez en la «Declaración de los derechos de los hombres y de los ciudadanos», de la Revolución Francesa de 1789. Aquí los pasajes esenciales:

«Los representantes del pueblo francés, constitutidos en la Asamblea Nacional, (…) resolvieron exponer, en una declaración solemne, los derechos naturales, inajenables y sagrados del hombre,
para que esta declaración, constantemente presente a todos los miembros del cuerpo social, les recuerde sin cesar sus derechos y sus deberes;
para que las acciones del poder legislativo y del poder ejecutivo puedan en cada instante ser comparadas con la finalidad de toda institución política, y así sean más respetadas;
para que los reclamos de los ciudadanos, fundamentados desde ahora sobre principios sencillos e incontestables, se dirijan siempre hacia la preservación de la Constitución y hacia la felicidad de todos. (…)

Art.1: Los hombres nacen y permanecen libres e iguales en derechos. Las distinciones sociales pueden fundamentarse únicamente sobre la utilidad común.

Art.2: La finalidad de toda asociación política es la conservación de los derechos humanos naturales e imprescriptibles. Estos derechos son la libertad, la propiedad, la seguridad, y la resistencia contra la opresión.

Art.3: El principio de toda soberanía reside esencialmente en la nación. Ningún cuerpo, ningún individuo puede ejercer alguna autoridad que no emane explícitamente de ella.

(…)»

A primera vista, esta declaración parece casi igual a la americana. Hay una única diferencia esencial – pero esa diferencia es tan fundamental que en ella podemos ver la causa de los sucesos históricos tan distintos en los dos países. A partir de este trasfondo histórico, deseo llamarlos el «concepto americano» y el «concepto francés».

La diferencia sutil consiste en que la declaración francesa no sabe nada de un Dios y Creador.

Los luchadores por la independencia de los Estados Unidos estaban convencidos de que Dios les había dado derechos y libertades, y que por eso Él iba a aprobar e incluso apoyar sus esfuerzos por la libertad. Ellos contaron con que Dios mismo iba a garantizar sus derechos.
Los revolucionarios franceses, en cambio, se rebelaron explícitamente contra Dios. Uno de sus lemas era:: «Ni Dieu ni maître» («Ni Dios ni maestro»). Pero ¿quién iba a garantizar sus derechos, si Dios quedaba fuera del cuadro?
La respuesta es obvia: el estado. De cierta manera, el estado ocupa el lugar de Dios. Por eso, si leemos detenidamente, encontramos que las dos declaraciones de derechos humanos contienen también dos conceptos distintos acerca del estado.

En el concepto francés, la conservación de los derechos humanos es «la finalidad de toda asociación política». Esa asociación política, «la nación» (Art.3) o sea el estado, se presupone que existe desde el principio. Solamente que ahora, a ese estado preexistente se le impone cierto compromiso con los derechos humanos – ¿para qué fin? – Para que sus acciones «sean más respetadas», dice en el preámbulo. O sea, al fin de cuentas, los derechos humanos sirven para fortalecer al estado, al gobierno.
Si continuamos leyendo la declaración francesa, es un poco chocante encontrar que los artículos 12, 13 y 14 hablan de instituir una fuerza policial, y de cobrar impuestos para su mantenimiento. Tales artículos podrían ser apropiados en una Constitución del estado; ¿pero en una declaración de derechos humanos? La policía y los impuestos no son derechos, al contrario, son restricciones de los derechos humanos, particularmente del derecho a la propiedad. Pero cuando la presuposición básica es que el estado es lo primero, que el estado incluso es casi divino, entonces parece lógico: entonces los «derechos del estado» son superiores a los derechos de los hombres, y por tanto la declaración de derechos humanos menciona también los derechos del estado.

En el concepto americano, este orden es diferente. Los derechos humanos son lo primero, porque se remontan directamente al Creador. Por eso, los derechos humanos existen aun antes que el estado. El gobierno se instituye posteriormente «para asegurar esos derechos»; pero su poder depende del «consentimiento de los gobernados». O sea, el gobierno está al servicio del pueblo. Eso es otro detalle que falta en la declaración francesa.

¿Entendemos ahora cómo esta diferencia influenció los sucesos históricos? Si los derechos humanos se originan en Dios, entonces ningún gobierno del mundo tiene el derecho de quitarlos a alguien. Pero si es el gobierno quien garantiza esos derechos, entonces el gobierno puede también decidir quitar esos derechos a ciertas personas en ciertas circunstancias. Y exactamente eso sucedió en Francia. Sabemos que la revolución no produjo ninguna sociedad pacífica ni justa. Al contrario, produjo una tiranía sangrienta. Y la época revolucionaria no terminó con el establecimiento de una democracia, al contrario: terminó con Napoleón como emperador.
Los Estados Unidos, en cambio, desde su fundación florecieron durante varias décadas en condiciones tan democráticas y libres como no se dieron en prácticamente ningún otro país del mundo. Eso debe haber sido también la meta de los idealistas entre los franceses; pero no lograron alcanzarla, porque en su pensamiento y en sus vidas no tomaron en cuenta a Dios. En EEUU, esa meta pudo realizarse porque entendieron que Dios está por encima del gobierno, y que el gobierno está al servicio del pueblo.

Para seguir pensando:

– En tu país, en tu entorno social, ¿cuál concepto de los derechos humanos predomina? ¿El americano o el francés?

– ¿Cómo actúa el gobierno de tu país, respecto a los derechos humanos? ¿Como garante de esos derechos (que también puede quitarlos), o como sujeto a ellos, que tiene que respetarlos en todo momento y en todas las circunstancias?
(Nota que la verdadera actitud de un gobierno a menudo se manifiesta cuando alguna emergencia o amenaza perturba su paz. ¿Cómo responde el gobierno a eso? ¿Respetando los derechos de todos sus habitantes, o infringiendo esos derechos?)


El estado de derecho y su perversión

De acuerdo al concepto americano, en la Constitución de los EEUU no existe la figura de un «estado de emergencia», «estado de excepción», o similar. Los fundadores de los EEUU entendieron que al declarar un estado de emergencia, el gobierno iba a usarlo inmediatamente como pretexto para abusar de sus poderes de manera dictatorial. Ellos querían evitar exactamente una situación como la que ocurrió durante los últimos dos años. (Con eso vemos que los mismos EEUU, también han abandonado el «concepto americano».)
La idea original del «estado de derecho» fue descrita por Voltaire, en sus «Cartas acerca de la nación inglesa» (1733), de la manera siguiente:
«Los ingleses son el único pueblo del mundo que lograron limitar el poder de los reyes, resistiendo contra ellos; y que en una serie de conflictos finalmente (…) establecieron un gobierno sabio, donde el rey tiene todo el poder de hacer el bien, pero es impedido de hacer el mal (…)» – Con otras palabras:
En un estado de derecho (según el modelo inglés o el americano), la Constitución y las leyes sirven para proteger a los ciudadanos contra los atropellos por parte del estado.

Pero en aquellos países donde predomina el concepto francés, la Constitución y las leyes sirven para legitimizar los atropellos que comete el estado. Y tristemente, eso es lo que sucede actualmente en casi todas las naciones del mundo, y por supuesto también en las Naciones Unidas.

La declaración más conocida hoy en día es la «Declaración universal de los derechos humanos», de las Naciones Unidas. Y ésa sigue claramente el concepto francés, no el americano. Por ejemplo el Art.29.3 limita los derechos humanos de la siguiente manera: «Estos derechos y libertades no podrán, en ningún caso, ser ejercidos en oposición a los propósitos y principios de las Naciones Unidas.»
En esta cosmovisión no existe ningún Dios por encima del gobierno; ningún Dios ante quien los gobernantes tuvieran que rendir cuentas. Al contrario, las Naciones Unidas quieren dictar ellos mismos quiénes pueden ejercer sus derechos humanos y quiénes no.

Ya en la declaración francesa de 1789 hemos visto como se mezclan derechos con deberes. Aunque el título dice «Declaración de derechos», su propósito es, según el preámbulo, recordar a los ciudadanos «sus derechos y sus deberes». Y durante las últimas décadas, más y más derechos humanos se han pervertido en deberes. Solamente unos ejemplos:

– El «derecho a la educación» se entiende ahora como un deber de asistir a una escuela controlada por el gobierno. Como resultado, muchos alumnos ya no reciben ninguna educación que merece este nombre; solamente reciben una adoctrinación ideológica. Y las alternativas educativas se obstaculizan con exagerados requisitos burocráticos, o en algunos países se prohíben por completo.

– El «derecho a una identidad» se entiende ahora como un deber de portar un documento de identidad en todas las circunstancias, y de brindar sus datos personales para poder comprar, vender, tener acceso a servicios pagados, etc. Y actualmente, muchos gobiernos aun se atribuyen el derecho a negar arbitrariamente el acceso a esas transacciones para aquellos ciudadanos que no cumplen con ciertos requisitos, tales como tratamientos médicos, conformidad con la ideología del gobierno, y otros.

– El «derecho a la salud» se entiende ahora como un deber de someterse a restricciones arbitrarias de la libertad, y a experimentos médicos (en contradicción contra el Código de Núremberg y la Declaración de Helsinki). Como resultado, muchas personas fueron efectivamente dañados en su salud.

¿Son legítimas estas interpretaciones de los derechos humanos?

Para responder a esta pregunta, tenemos que razonar acerca de esta pregunta de fondo:

¿Los derechos humanos son colectivos, o son individuales?

Un derecho colectivo es un derecho de «todos», en conjunto. Un derecho individual es un derecho que yo personalmente puedo ejercer. Esta distinción es crítica, como veremos a continuación.
Por ejemplo, ¿puedo ser obligado a renunciar a mi derecho a la salud, para que «todos» puedan ejercer este derecho?
¿O pueden mis hijos ser obligados a renunciar a una educación adecuada a sus necesidades, para que «todos» puedan ejercer el derecho a la educación?

Si ponemos el siguiente ejemplo, aun los niños van a poder entender de qué se trata:

Mamá hizo panqueques. Mario pregunta: «Mami, ¿puedo comer un panqueque?» – «No.» – «¿Por qué no?» – «Porque todos tienen derecho de comer. Si tú comes uno, quizás para alguna otra persona ya no va a alcanzar.»

¿Cuán lógico, o ilógico, les parece el razonamiento de la mamá de Mario?

En el concepto americano, la respuesta es clara. Si los derechos humanos son inajenables, nadie me los puede quitar, ni siquiera alegando los derechos de «todos». No es el estado que en su benevolencia nos concede algunos derechos; es Dios quien los dio, y el estado es obligado a respetarlos.

Pero ya hemos visto que en el mundo actual se propaga el concepto francés. Por eso, los gobiernos y las Naciones Unidas promueven ahora la siguiente idea:

«Los derechos humanos valen para un «colectivo» abstracto, pero no para ti como persona concreta.»
O sea, te pueden privar de tus derechos individuales, para garantizar los imaginarios «derechos del colectivo». Y no piden tu opinión cuando se trata de definir lo que requiere «el colectivo». Eso lo definen ciertos personajes y organizaciones poderosos, que arbitrariamente se atribuyen el derecho de representar «el colectivo».
Aun esa idea se insinúa ya en la declaración francesa de 1789. Por ejemplo el Art.1 concede que se pueden hacer «distinciones sociales», si «la utilidad común» lo requiere.
El concepto americano no conoce tales ideas. Allí es claro que los derechos humanos son para cada persona individualmente. Y si los gobiernos dejan de respetar esos derechos, «los gobernados» (o sea las personas individuales) pueden revocar o derrocar el gobierno. En este concepto no existe el pretexto de un «bienestar común» que exigiría quitar los derechos a las personas individuales. Igualmente en la Constitución de los EEUU no existe el término «bien común» o «bienestar común».

Pero en el mundo actual se aplica el concepto francés para someterte a restricciones drásticas de tus derechos, para garantizar los supuestos «derechos de todos» – derechos que tú mismo en el caso concreto no puedes reclamar para ti.

Por ejemplo, un médico ya no puede dar ciertos tratamientos a sus pacientes, aunque esos tratamientos contribuirían a la sanidad del paciente, o sea, protegerían su derecho individual a la salud. Eso se fundamenta con que el médico, según la opinión de ciertos «expertos» pagados por el gobierno, atentaría contra la «salud pública». Y por el otro lado, se obliga al médico a aplicar ciertos tratamientos que tienen una alta probabilidad de dañar la salud del paciente, porque eso protegería la «salud pública», supuestamente. Y se amenaza a los médicos con quitarles su trabajo o incluso su licencia médica, si no obedecen a estas órdenes.

Y ya no puedes expresar tu opinión libremente en público, porque atentarías contra el «derecho de todos a la no discriminación». Aunque esta prohibición te discrimina a ti mismo, porque se te niega la libertad de la conciencia y de la expresión – un derecho que ahora pueden reclamar solamente quienes siguen la ideología del gobierno mundial.

En algunos países incluso te pueden secuestrar y encerrarte en algún «centro», porque tu presencia supuestamente inhibe la libertad del «público» de transitar por la calle. Tu derecho personal a la libertad ya no cuenta. Y tampoco se considera que no eres tú quien impides a los demás circular por la calle; es el gobierno mismo quien dijo a los demás – sin fundamentación convincente – que es peligroso transitar por la calle.

La última consecuencia

Si queremos evaluar una corriente de pensamiento, hay que considerar también adónde conduce esta corriente. ¿Cuál es la última consecuencia de esa idea, de que los derechos humanos sean colectivos, pero no individuales?

Ya desde hace décadas, los seguidores de Thomas Malthus dicen que todos los problemas de la humanidad se deban a la sobrepoblación. Por tanto, la solución consistiría en reducir la población mundial. Eso requiere eliminar cierto porcentaje de la población. Dicho claramente: «La humanidad» tiene el derecho de sobrevivir, pero no tú como persona individual. Si los gobernantes mundiales consideran que tu existencia es una amenaza contra la sobrevivencia de la humanidad, te pueden quitar el derecho a la vida.
Eso todavía no se dice tan abiertamente. Pero muchas personas de mucha influencia ya tienen este pensamiento. Y sigilosamente ya están comenzando a ponerlo en práctica, por ejemplo mediante experimentos médicos arriesgados; manipulaciones de la economía mundial y de las cadenas de suministro que producen hambrunas; provocando guerras; etc.

Los derechos humanos se consideran como uno de los fundamentos de la libertad y del estado de derecho. Pero hemos visto que exactamente este concepto se está ahora pervirtiendo, y se está usando como un instrumento de la opresión y de la dictadura – de la misma manera como se pervirtieron las constituciones y las leyes. En vez de proteger a los ciudadanos contra los atropellos del estado, ahora son usados para legitimizar los atropellos del estado.

Una cultura de la mentira

Usar el término «derechos humanos» para los fines que hemos mencionado, es una mentira. Porque no se trata de derechos, al contrario, se trata de negarnos los derechos.
La propaganda y el engaño a menudo comienzan con un uso engañoso de las palabras. No comienzan con falsedades directas; pero las palabras se utilizan de una manera que contradice su significado verdadero. Se dice «derechos», pero se quiere decir «abolición de derechos». Se dice «protección» y «seguridad», pero se quiere decir «opresión». Se dice «salud pública», pero se quiere decir «experimentación médica». Y así con muchas otras palabras más. Y así la gente se acostumbra a creer mentiras bajo el disfraz de palabras «buenas».

La Biblia dice en 2 Tes.2:11 que el establecimiento del reino anticristiano de los últimos tiempos será precedido por el actuar de «un poder engañoso, para que crean la mentira». ¿Será eso lo que ahora empieza a cumplirse? Tanto más importante será para los seguidores de Cristo, detectar las mentiras y contrarrestarlas con la verdad – no solamente en el ámbito religioso, sino en todos los ámbitos de la vida y de la sociedad.

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Ya no somos libres

En estos días se conmemora la independencia del Perú, y por todas partes se escucha el himno nacional: «Somos libres …» Pocos se dan cuenta de lo absurdo que es cantar este himno en la coyuntura actual. Ya no existe libertad para trabajar; ya no existe libertad para viajar; ya no existe libertad para reunirse. Ni siquiera existe la libertad de celebrar la supuesta «libertad» con los desfiles acostumbrados. Entonces ¿cómo vamos a cantar «Somos libres»? Es completamente incoherente.

– «Estamos en una emergencia», me dirán. Pero como he señalado en un artículo anterior, esa clase de emergencias siempre ha existido, y nunca se usó como pretexto para quitarnos nuestras libertades más fundamentales. Por ejemplo la tuberculosis cobra 1’600’000 (un millón seiscientas) víctimas mortales cada año (confirmadas, no sólo «sospechadas»). Pero siempre se consideraba, de manera razonable, que es responsabilidad de cada uno cómo protegerse contra los riesgos del contagio.

– Otros quizás señalarán que «ya estamos en una reactivación económica», que «ya se puede trabajar y viajar, cumpliendo ciertos protocolos de seguridad». Sí, así dice la propaganda del gobierno y de los diarios y noticieros. Pero muchos podrán testificar de que esa no es la realidad. No es suficiente cumplir con los protocolos: también necesitas un permiso oficial donde el gobierno acredita que estás cumpliendo los protocolos. Si ya es complicado cumplir con los protocolos, conseguir ese papel de la burocracia estatal es todavía mucho más complicado. Así que, aun lo que supuestamente es permitido, en la práctica no lo es.

Otro aspecto es que la libertad nunca les importaba realmente a la mayoría de los peruanos.
La historia de la emancipación del Perú comienza con la rebelión de Túpac Amaru II en la sierra sur. Él se levantó contra los gobiernos coloniales locales; después juntó un ejército y marchó contra Cusco para tomar la ciudad. ¿Qué sucedió? Los cusqueños se levantaron en armas contra Túpac Amaru, defendiendo a los españoles. Túpac Amaru tuvo que huir y esconderse, fue traicionado por uno de sus propios hombres, y cruelmente ejecutado por los españoles. Así acabó el primer intento peruano de conseguir la libertad.
Tuvieron que llegar unos extranjeros, el argentino José de San Martín y el venezolano Simón Bolívar, para luchar exitosamente por la independencia. No conozco a otro país fuera del Perú, que celebra como los héroes de su independencia a dos extranjeros. Y después de lograrlo, ¿qué hicieron los peruanos para expresar su nueva «libertad»? – Eligieron a Bolívar como dictador vitalicio. O sea, se negaron a asumir la responsabilidad por su nación recién liberada, y prefirieron continuar bajo una dictadura «desde afuera».
Así, cada página de la historia peruana testifica de ese extraño rechazo contra la libertad, y del deseo peruano de vivir sin asumir responsabilidad, pero también sin libertad. (Vea también acerca de este tema: «Las ovejas heridas del Perú».)

Hasta hace poco, se podía hacer una comparación con otros países, para darse cuenta de que la actitud peruana hacia la libertad está lejos de lo normal. Se podía señalar, por ejemplo, que en la Constitución estadounidense ni siquiera existe el «estado de emergencia». Eso es porque los fundadores de los EEUU estaban muy conscientes de los peligros: Si al gobierno se le dan facultades extraordinarias, ese gobierno se convertirá en una dictadura. Por más que las medidas parezcan justificadas por una emergencia nacional: Un país que valora su libertad, no concede facultades dictatoriales a su gobierno. – Se podía señalar también que en Suiza, los gobiernos no pueden hacer decisiones de mayor envergadura, sin que sean aprobadas en una votación popular. Y cuando el pueblo ha votado acerca de un proyecto de ley, la ley entra en vigor tal como se votó; no puede posteriormente ser alterada por el parlamento o por el ejecutivo. Este mecanismo opera tanto al nivel nacional como también al nivel regional y municipal.
Estos ejemplos sean suficientes para demostrar que los conceptos peruanos de «libertad», «democracia», y «estado de derecho» son insuficientes y mutilados, en comparación con países que establecieron estos conceptos en su forma original.

Así se podía argumentar hasta hace poco, dije. Pero ahora la situación se ha agravado, porque aun aquellos países que eran protagonistas de la libertad, del derecho y de la democracia, han cedido ante la presión mundial de instituir modelos dictatoriales. Una entera cultura de libertad y responsabilidad, que existía en el mundo occidental durante varios siglos, ha desaparecido. Ya no será posible, conocer ejemplos de esa cultura en vivo y directo. Ahora solamente se la puede encontrar en los libros de historia. Y es probable que pronto se tomarán medidas para borrarla también de allí.

Una de las características más resaltantes de una dictadura, es la censura de las informaciones y opiniones. El gobierno y los medios de comunicación presentan información sesgada, con el propósito de promover un narrativo específico en apoyo a las políticas del gobierno. O sea, lo que pasa por información, es en realidad propaganda. Y se hacen esfuerzos por impedir la publicación y el acceso a informaciones y opiniones divergentes.
De hecho, muchos ya no tienen ni siquiera la libertad de opinar. Diversos funcionarios estatales, médicos, periodistas, y otros personajes de la vida pública fueron despedidos, castigados, o difamados, por divulgar informaciones y opiniones contrarias a las políticas del gobierno.
Un estado libre y de derecho se fundamenta sobre la discusión abierta de todos los puntos de vista. Una sociedad que suprime esa discusión, ya no puede llamarse libre, ni «de derecho», ni democrática.

Ya no son solamente los gobiernos nacionales quienes nos quitan la libertad. Incluso, muchos gobernantes son ellos mismos víctimas de la propaganda. El verdadero «gobierno» incluye ahora a los organismos internacionales, a ONGs y a las poderosas empresas transnacionales, dirigidos por personas que no fueron elegidos por nadie. Así también la idea de la independencia y soberanía nacional se está convirtiendo más y más en una ficción: Los gobiernos nacionales están sujetos a presiones contra las cuales no pueden defenderse.

El Señor Jesús dijo: «Si ustedes permanecen en mi palabra, serán verdaderamente mis discípulos, y conocerán la verdad, y la verdad les liberará.» (Juan 8:31-32.) Aquí vemos que hay una estrecha conexión entre la libertad y la verdad. Jesús habla en primer lugar de la verdad acerca de Él mismo, y de conocer al Dios verdadero. Pero podemos extender el principio a todo lo que es verdadero: Las personas que conocen la verdad, no se dejan esclavizar tan fácilmente. Y viceversa: Una sociedad libre no impide a sus ciudadanos buscar y conocer la verdad. En particular, no les impide descubrir si su gobierno les está mintiendo. No hay libertad sin la verdad; y no se puede conocer la verdad donde no hay libertad.

Tenemos también la siguiente profecía respecto a la llegada del «hombre del pecado»: «[Llegará …] en todo engaño de la injusticia entre los que serán destruidos, porque no aceptaron el amor de la verdad para que fueran salvos. Y por esto Dios les enviará una energía engañosa para que ellos crean la mentira, para que sean juzgados todos los que no creyeron en la verdad, sino que les gustó la injusticia.» (2 Tesalonicenses 2:10-12.)
O sea, la dictadura mundial de los últimos tiempos será precedida por un tiempo en el cual la gente será engañada por muchas mentiras. ¿Y por qué creen en las mentiras? – Porque no amaron la verdad. Las personas que disfrutan de hablar y practicar mentiras, serán ellas mismas engañadas con mentiras. Eso incluye aun a muchos que se identifican como «cristianos». Un cristiano verdadero, nacido de nuevo, no ama ni practica la mentira. Pero aun dentro de las iglesias hay muchos que no nacieron de nuevo, y que siguen amando la mentira. Su participación en la iglesia no los protegerá contra el engaño. Es necesario nacer de nuevo.

Las mentiras para justificar un gobierno autocrático, también tienen una larga tradición histórica en el Perú. Los Incas se ganaron el corazón de los pueblos, diciéndoles que eran hijos del dios Sol, enviados por él para conquistarlos. De manera muy similar, los españoles justificaron la conquista, diciendo que habían venido por encargo del papa como representante de Dios. Y en tiempos recientes, ¿no han ganado muchos presidentes las elecciones con el cuento de combatir la corrupción, siendo ellos mismos los más implicados en la corrupción?

Con eso hemos vuelto al inicio de nuestras reflexiones. Cantar «Somos libres» cuando ya no lo somos, ¿acaso no sería otra mentira más? ¿No nos acostumbran tales actos a aceptar más y más mentiras, y a dejarnos dominar por cualquier poder mentiroso?

¿Por qué menciono todo eso en un blog sobre educación? – Nuestros hijos están expuestos a toda esa propaganda de los últimos tiempos. Aun si los educamos «fuera del sistema», igual escucharán lo que dicen los medios de comunicación. Y si están en un programa escolar convencional, mucho más serán adoctrinados con propaganda engañosa. Tenemos que enseñarles cómo evaluar las «informaciones» y noticias que reciben; cómo distinguir entre verdad y mentira, entre información y propaganda. Tenemos que enseñarles que la verdad y la integridad valen más que el «estar conformes».
El tiempo de las fiestas patrias es además una oportunidad para enseñar acerca del valor de la independencia y de la libertad. Y para aprender de la historia – aun si nuestros antepasados a menudo hicieron un papel poco favorable, por lo menos aprender de sus fallas, para no repetir sus errores.

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