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El deseo más grande de un educador cristiano

Pienso que el deseo más grande de un educador cristiano es, o debe ser, que sus niños se conviertan a Jesucristo y que experimenten el nuevo nacimiento por el Espíritu Santo. Mientras que esto no suceda, aun los mejores logros en cuanto a conocimientos, habilidades, o buen comportamiento, quedan como recipientes vacíos, destituidos del tesoro que debería llenarlos.

Siempre he defendido la idea de que la niñez es el tiempo preferido para convertirse. Sigo manteniendo este punto de vista; pero después de que la niñez de mis hijos pasó sin que se cumpliese este mi deseo, me he vuelto más cauteloso. Ciertamente, los niños tienen algunas ventajas en cuanto al entregarse al Señor de todo corazón; por eso el Señor los puso como ejemplo para los adultos (Mateo 18:2-4). Ciertamente, tenemos que permitir y ayudar a los niños que vengan al Señor y reciban Su reino mientras todavía son niños (Marcos 10:13-16). Pero eso no es algo que tuviéramos por garantizado, o que pudiéramos hacer nosotros mismos. El nuevo nacimiento sigue siendo una obra sobrenatural de Dios que no podemos «producir» a nuestro antojo. «El viento sopla de donde quiere, y oyes su sonido, pero no sabes de dónde viene ni a dónde va; así es todo aquel que es nacido del Espíritu», dijo Jesús a Nicodemo (Juan 3:8). El lo hace en el tiempo que El escoge según Su voluntad soberana.

Entonces, quizás sea un pequeño consuelo para los padres cristianos en la misma situación, que nosotros también seguimos todavía deseando y orando por la conversión de nuestros hijos. No que estuvieran llevando vidas «mundanas», están bien conscientes de los preceptos de Dios; solamente que no les llegó todavía el toque del Espíritu Santo para experimentar el nuevo nacimiento.

En este camino deseamos cuidar algunos puntos:

No confundir la conversión con una obra humana.

En muchos círculos evangélicos se ha extendido un peligroso facilismo en cuanto a la conversión: «Solamente repite esta oración, y el Señor va a perdonar todos tus pecados.» Un seguidor de esta corriente quizás me dirá: «¿Por qué no les dices a tus hijos que se conviertan ya, que hagan su decisión, que digan su oración de entrega?» – Con todo respeto, pero eso no es una conversión. No existe ninguna persona en todo el Nuevo Testamento que haya nacido de nuevo con simplemente decir una pequeña oración. La condición que el Señor establece es el arrepentimiento (Lucas 24:47, Hechos 2:38, Hechos 11:18, y otros). Eso implica mucho más que solo palabras: el arrepentimiento consiste en un cambio completo en actitudes, pensamientos y actos. (Vea: «Arrepentimiento – ¿falso o verdadero?») Un tal arrepentimiento sucede solamente cuando el Espíritu Santo ha convencido a una persona «de (su) pecado, de justicia y de juicio» (Juan 16:8). Por eso no sirve decir a una persona: «Conviértete ahora no más.» Para eso se necesita ese toque del Espíritu Santo, una obra sobrenatural de Dios.

Queremos, por tanto, cuidarnos contra las manipulaciones que tan a menudo se cometen en este campo. He conocido a muchos evangélicos que fueron inducidos a hacerse «cristianos» de la misma manera como alguien es inducido a hacerse socio de una asociación, o a comprar un producto novedoso. Fueron convencidos con argumentos humanos para hacer una decisión humana; pero no hubo convicción por el Espíritu Santo, y en consecuencia no se observa en sus vidas ningún cambio obrado por Dios. Asisten a las reuniones de una iglesia y emplean un lenguaje religioso, pero por lo demás siguen viviendo de la misma manera como antes, y siguen siendo los mismos mentirosos y los mismos egoístas como antes.
No quiero que mis hijos tengan una tal «conversión» superficial. Una verdadera conversión cambia la vida de manera radical y en lo más profundo. Y el que verdaderamente nace de nuevo, recibe no solamente perdón del pecado; recibe también libertad del pecado. (Romanos 6:11-14, 8:2-4, 1 Juan 3:5-9). Eso es lo que deseamos: no una conversión a lo fácil, sino una genuina, obrada por Dios.

No rendirnos en presentar el Evangelio.

Entonces, no queremos manipular a nuestros hijos; no queremos empujarlos hacia una decisión superficial que no ha crecido y madurado en sus propios corazones. Pero tampoco queremos quedarnos indiferentes y pensar: «Ya les hemos hablado tanto, los dejaremos no más.» Seguimos señalando las verdades fundamentales del plan de salvación de Dios; seguimos leyendo la Biblia en familia y conversando acerca de lo que leemos; seguimos orando por nuestros hijos.
Y quizás lo más importante: seguimos contando con Dios en las situaciones de nuestra vida diaria. Cuando tenemos un problema o una necesidad, pedimos a Dios por sabiduría y ayuda. Cuando nos va bien, reconocemos la bondad de Dios y le agradecemos. En los estudios buscamos la perspectiva de Dios acerca de lo que estudiamos. Cuando hay un conflicto, buscamos cómo hacer valer la justicia y la misericordia de Dios, y buscamos una solución conforme a Su palabra. Cuando alguien está enfermo, oramos primero, antes de buscar a médicos y medicinas. Cuando vemos una necesidad en nuestro alrededor, buscamos como ayudar, y si no tenemos manera de ayudar, por lo menos oramos por los afectados. Creo que de eso trata la vida cristiana: vivir todos nuestros días bajo el señorío de Dios.
Así yo confío en que nuestros hijos se recordarán de diversas ocasiones donde Dios obró, no solamente en un pasado remoto, sino en nuestra propia familia. Esperamos que llegue el día cuando todas estas pequeñas semillas den fruto. (De hecho, uno de nuestros hijos ya comenzó a buscar a Dios más seriamente, sin ningún incentivo adicional de nuestra parte.)

No confundir educación cristiana con socialización eclesiástica.

Este es uno de los malentendidos que he observado con bastante frecuencia: se cree que «educación cristiana» iguala a «aprender las costumbres de una iglesia». Entonces se enseña a los niños a participar de los rituales de la iglesia, a cantar como cantan en la iglesia, a hablar como hablan en la iglesia («Gloria a Dios», «Dios te bendiga hermano», …), a vestirse como se visten en la iglesia … en breve, se les acostumbra a adoptar toda la subcultura de la iglesia, y se cree que con eso se volverán cristianos.
Paul White, misionero y autor de los «Cuentos de la selva», presenta una ilustración viva de esta idea en su cuento «El chivo que quería ser un león». El chivo pide consejo al mono (no la persona más indicada para dar consejos): «¿Cómo puedo convertirme en un león?» – El mono responde: «Para llegar a ser un león, tienes que actuar como un león. Tienes que caminar como un león, tienes que hablar como un león, y tienes que comer lo que comen los leones.» – El chivo se esfuerza entonces por caminar majestuosamente, rugir como un león, y comer carne. Creyendo que ahora es un verdadero león, va a buscar a los otros leones – y termina en los estómagos de ellos.
La moraleja: Nadie se convierte en león por imitar a los leones; para eso sería necesario haber nacido león. Igualmente, nadie se convierte en cristiano por hacer lo que hacen los cristianos; es necesario nacer de nuevo por el Espíritu Santo.

Un error similar consiste en educar a los niños de padres cristianos como si ellos también ya fueran cristianos. A menudo, el resultado es que se les imponen cargas que no pueden llevar: «Como cristiano no deberías hacer esto», «Como cristiano deberías ser así y así» … o sea, exigiendo al chivo que sea un león. Tenemos que recordarnos que Dios no tiene nietos, sólo hijos. Si yo soy un hijo de Dios, eso no implica que mi hijo sea un nieto de Dios. El tiene que encontrar su propia relación con Dios.

Líderes de iglesias se quejan de que «estamos perdiendo a nuestros jóvenes», «han crecido en nuestra iglesia, pero ahora se están alejando» – no, no es que se estuvieran perdiendo, ¡es que nunca fueron «encontrados»! Fueron «socializados» en la subcultura de la iglesia, adquirieron unas formas exteriores de comportamiento, se hicieron cristianos «de nombre»; pero nunca recibieron el nuevo corazón que solamente Jesucristo puede dar. Ser cristiano no es seguir las costumbres de una iglesia; ser cristiano es vivir con Jesucristo. Y el ambiente de una iglesia institucionalizada no ayuda mucho para eso – a menudo incluso estorba. (Vea: «Iglesias y escuelas: Los problemas creados al remplazar la familia por instituciones».)

En nuestra familia hemos sido particularmente afectados por este problema. Tanto padres como hijos, hemos sufrido en repetidas ocasiones unas agresiones y unos daños graves por parte de miembros y líderes de iglesias (quienes nunca reconocieron sus faltas). Esta debe ser una de las causas por qué era difícil lograr que nuestros hijos se interesaran por los asuntos de Dios. Nos quedó la dura tarea de explicarles que esas personas que se llamaban «cristianos» (y en quienes nosotros mismos habíamos confiado al inicio) no eran cristianos de verdad, por más que eran líderes de iglesias «cristianas»; y que el Señor Jesús y Sus verdaderos discípulos no actúan como ellos actuaron. Con eso tal vez pudimos mitigar un poco el daño espiritual que estaba hecho; pero no deshacerlo por completo. La compañía de los falsos cristianos puede ser más dañina que la compañía de los mundanos.

La comunión con verdaderos cristianos puede ser muy beneficiosa para nuestros hijos – no en términos de participar en programas institucionalizados de una iglesia, pero teniendo comunión personal y compartiendo lo que Dios hace en nuestra vida cotidiana y en nuestras familias. Pienso que si en aquel tiempo hubiéramos tenido cerca de nosotros tan solamente una o dos familias genuinamente cristianas, hubiéramos estado mucho mejor. Desafortunadamente, las oportunidades para eso eran muy escasas.

Pero cualesquieras que sean nuestras circunstancias, la educación cristiana de nuestros hijos es nuestra propia tarea como padres. No la podemos delegar a ninguna iglesia, a ningún pastor, a ninguna escuela cristiana, a ningún grupo de niños o de jóvenes. Y así es también nuestra tarea, presentarles el Evangelio, darles el ejemplo de una vida cristiana, e interceder ante Dios por ellos. Así seguiremos, hasta que se cumpla nuestro gran deseo de ver a nuestros hijos hechos nuevos en las manos del Señor.

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¿En qué consiste una educación cristiana?

Seguiremos con principios fundamentales de una educación cristiana. En el artículo anterior hemos visto que «educación cristiana» no significa simplemente enviar a los niños a un programa infantil de alguna iglesia. Tampoco es educación cristiana, enseñar a los niños la palabra de Dios, mientras al mismo tiempo los enviamos a una escuela secular y a un profesor incrédulo.

Una educación cristiana abarca todas las áreas de la vida y del conocimiento.

Dios es el Señor absoluto sobre el mundo y sobre la humanidad. El juzgará todas nuestras acciones, y aun todos nuestros pensamientos, con absoluta justicia. Esta es una de las convicciones fundamentales del cristianismo. Por tanto, un verdadero cristiano vive su vida entera en obediencia hacia el Señor, y evalúa todo según los criterios de la palabra de Dios. No es como dicen muchos de esos líderes evangélicos o católicos semi-cristianos, que «la Biblia es un libro religioso, pero no es un libro científico»; o que «la religión no tiene que ver con la pedagogía, con la política, con el periodismo (o con lo que sea)». Sí, DIOS tiene que ver con todo eso; y El va a juzgar sobre todo eso. Por eso no es «educación cristiana» la que hace compromisos con los principios de este mundo.

En lo institucional, una educación cristiana reconocerá que la familia es la institución educativa instituida por Dios; y que ninguna otra «institución educativa» tiene el derecho de pasar por alto la soberanía de la familia sobre la educación de sus hijos. (Vea ¿A quiénes puso Dios para educar a los niños?)

– En lo moral y ético, una educación cristiana se basa en los principios y mandamientos de Dios. El primer requisito para todo educador cristiano es que haya nacido de nuevo y obedezca a Dios en todo; que cumpla con los estándares bíblicos de honestidad y veracidad, de pureza y temor a Dios, de justicia y equidad, de abnegación y amor a Dios y al prójimo. Y un padre cristiano no encargará la educación de sus hijos a nadie que no cumpla con este requisito.
Un padre cristiano dará primeramente con su propia vida el ejemplo de esta obediencia hacia Dios, y enseñará lo mismo a sus hijos. Gobernará su casa según los principios de Dios, y no expondrá a sus hijos a influencias que contradicen estos principios – por lo menos no mientras son niños y todavía no pueden evaluar las cosas por sí mismos.

– En lo espiritual, una educación cristiana pondrá al alcance de los niños todo lo que ellos necesitan para poder convertirse y nacer de nuevo, y para crecer en la nueva vida en Cristo. Padres cristianos enseñarán a sus hijos el Evangelio completo y no adulterado; orarán por su conversión; les darán el ejemplo de una relación personal viva con el Señor; tratarán de juntarlos con otros cristianos que también sean un buen ejemplo para ellos. Un conocimiento intelectual de la Biblia no es suficiente; deben ver la fe cristiana en la práctica, y deben experimentar la convicción del Espíritu Santo en sus propias vidas.

– En lo intelectual, una educación cristiana evalúa todas las enseñanzas si son conformes a la palabra de Dios. Un educador cristiano investigará los principios de Dios acerca de la matemática, las ciencias, la comunicación, la historia, la geografía, etc. etc. Y enseñará a sus hijos (y alumnos) de acuerdo a estos principios. Si Dios es el Señor sobre todos los aspectos de la vida, entonces tenemos que investigar y enseñar lo que El dice acerca de todos estos aspectos. Esta es la tarea principal de toda educación intelectual cristiana, sea en casa o en una escuela.

«Del Señor es la tierra y todo lo que la llena,
el mundo, y los que en él habitan.» (Salmo 24:1)

«Así que, hermanos, os ruego por las misericordias de Dios, que presentéis vuestros cuerpos en sacrificio vivo, santo, agradable a Dios, que es vuestro culto racional. No os conforméis a este mundo, sino transformaos por medio de la renovación de vuestro entendimiento, para que comprobéis cuál sea la buena voluntad de Dios, agradable y perfecta.» (Romanos 12:1-2)

Esta «renovación del entendimiento» de la cual habla Romanos 12, sucede cuando investigamos y aplicamos los principios de Dios en cuanto a todos los aspectos de la vida y del conocimiento. Encontraremos que muchos conceptos que hemos sido enseñados, son equivocados a la luz de la palabra de Dios.
Por ejemplo, ya no creeremos que la historia es el producto de la casualidad o de las acciones de ciertos gobernantes poderosos. Descubriremos que Dios es Señor sobre los eventos históricos.
Ya no creeremos que trabajamos solamente para ganar plata. Descubriremos que Dios tiene un llamado a cumplir para cada uno de nosotros, y que nuestra provisión viene de El, mientras a nosotros corresponde «buscar primero el reino de Dios y Su justicia», o sea, ocuparnos de Su llamado para nosotros.
Ya no creeremos que los gobiernos de este mundo son encargados de educar niños o de cuidar enfermos o de redistribuir riquezas. Descubriremos que Dios instituyó los gobiernos para hacer justicia, para velar por el cumplimiento de los mandamientos de Dios en el mundo, para castigar a los malos y premiar a los buenos, y para proteger la soberanía e independencia de su nación hacia afuera – y nada más. Las otras tareas mencionadas, Dios las ha encargado a otras instituciones y personas.
Descubriremos también que el orden del universo, y las leyes naturales, reflejan el orden de Dios que El impuso a Su creación mediante Su ordenanza. (Esta fue la convicción que impulsó a los fundadores de las ciencias modernas como Kepler, Newton y Pascal, a investigar hasta que pudieron descifrar estas leyes de Dios que rigen Su creación física.)

Así cambiará poco a poco nuestra manera de ver el mundo, nuestra cosmovisión, y adoptaremos una cosmovisión que es más de acuerdo con la palabra de Dios. Entonces enseñaremos a nuestros hijos desde un principio según esta cosmovisión cristiana, bíblica. De esta manera, ellos serán administradores sabios de esta creación que Dios puso en nuestras manos, y personas conscientes de su responsabilidad hacia Dios y de su dependencia de El.

– En lo pedagógico, un educador cristiano se dejará guiar siempre y en primer lugar por el amor a Dios y el amor hacia los niños que educa. Estará siempre consciente de que tendrá que rendir cuentas a Dios por los niños que están a su cargo, y que es Dios, no el educador, quien define el llamado y el propósito personal para la vida de cada niño.
Por tanto, un educador cristiano no intentará realizar sus propios planes o deseos para los niños. Ni mucho menos se dejará guiar por «autoridades» en el campo de la pedagogía o psicología, o por progamas estatales de «educación». Escuchará atentamente lo que dicen tales personas, pero lo evaluará todo según los criterios de la palabra de Dios. «Examinadlo todo, retened lo bueno» (1 Tes.5:21).
Entonces, buscará diligentemente a Dios en cuanto a Sus propósitos para la vida de cada niño; y guiará al niño para que éste también empiece a buscar a Dios por sí mismo. Incentivará toda investigación de la palabra de Dios y de la creación de Dios, no imponiendo nada excepto el cumplimiento de los mandamientos de Dios. O sea, dicho de manera figurativa, colocará al niño en un jardín amplio con mucha libertad y muchos incentivos para hacer descubrimientos y ser creativo, pero cercado por un cerco firme que consiste en los mandamientos de Dios. Dentro de este jardín, guiará la mirada del niño para que descubra como todo lo que hay en su alrededor, contiene el reflejo de su Creador.
Respetar el llamado de Dios individual para cada niño, nos protege contra los errores de una pedagogía demasiado humanista (que cree que el hombre solamente es bueno, niega el pecado, y por tanto quiere dar al niño una libertad absoluta), como también contra los errores de la pedagogía conductista (la cual quiere manipular y moldear al niño según los deseos del educador, o de sus superiores, para lograr un control completo de la sociedad).

Lea también:
John Wesley, «La religión en familia»
Aplicar la palabra de Dios a todos los asuntos de la vida
Una visión bíblica acerca de la educación escolar
Escuelas cristianas (Principios y advertencias)
Cosmovisión cristiana y educación escolar

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¿Qué NO es una educación cristiana?

En el artículo anterior comencé a exponer unos principios básicos acerca de la educación cristiana – principios que han sido olvidados por casi todos los que se llaman «cristianos». Vimos allí que la educación de los niños es asunto de la familia y responsabilidad de los padres. Solamente muy al margen es un asunto de la iglesia, y de ninguna manera es un asunto del estado o del gobierno. Mientras no recuperamos la soberanía legítima de la familia sobre el ámbito de la educación, nunca tendremos una verdadera educación cristiana.

Veremos ahora algunos otros aspectos necesarios para que una educación pueda llamarse «cristiana» según los principios de la palabra de Dios. A la vez veremos por qué muchas cosas que pasan bajo este nombre, en realidad no son educación cristiana.

Educación cristiana no es enviar a los niños a un programa infantil de una iglesia.

Estos programas, llámense «escuela dominical», «culto de niños», «scouts cristianos», o lo que sea, son un sustituto muy pobre de una verdadera educación cristiana. Intentan remediar en una o dos horas por semana, lo que las familias y las iglesias descuidan durante todo el resto de la semana. Una semana tiene 168 horas. Si un niño vive 166 de estas horas expuesto a las influencias del mundo incrédulo, y 2 horas en un ambiente (supuestamente) cristiano, ¿quién ganará? La respuesta es obvia.

¿Por qué exactamente estos programas no cumplen con el objetivo de una educación cristiana?

– Porque son ineficaces.

Ya hemos mencionado una causa de la ineficacia de estos programas: porque abarcan un tiempo tan mínimo en la vida del niño que casi no tienen ninguna influencia sobre él. Según las investigaciones de George Barna en los Estados Unidos, solo 3 de cada 10 jóvenes que crecieron en iglesias evangélicas, siguen siendo miembros fieles de las iglesias.
También, los líderes y «maestros» de tales programas rara vez tienen una verdadera visión de educación cristiana. Muchos de ellos quieren simplemente entretener a los niños y ofrecerles un programa «interesante», sin preocuparse por sus vidas espirituales. Otros intentan dar una enseñanza bíblica, pero no logran llegar con ella al corazón de los niños, porque no saben comunicarse con ellos de manera eficaz. (Sea porque no tienen experiencia con niños, o simplemente porque no son sus propios hijos y por tanto no tienen una relación personal cercana con ellos.)
Muchos de estos «obreros en el ministerio de niños» ni siquiera son cristianos según los estándares del Nuevo Testamento. Una vez fui invitado por una iglesia evangélica para «capacitar» a unos quince jóvenes que enseñaban a sus niños. Les hablé bíblicamente acerca del nuevo nacimiento y les pedí que compartan sus testimonios de cómo ellos lo habían experimentado, si es que habían nacido de nuevo. ¡Ni uno de ellos pudo testificar de este gran cambio que el Señor obra en los que de verdad se convierten a El! – Obviamente, alguien que nunca ha experimentado la nueva vida en Cristo, no puede dar «educación cristiana» a otros.

– Porque dan una impresión equivocada de lo que significa ser cristiano.

Indirectamente, la «escuela dominical» y programas afines enseñan que la vida cristiana se limita a este pequeño círculo y este pequeño lugar que se llama «iglesia». Enseñan que en un momento especial de la semana vamos a este lugar especial para hacer nuestra pequeña cosa cristiana, y después salimos de allí para vivir nuevamente en el mundo y como el mundo. Así hay muchos evangélicos que asisten siempre a sus reuniones donde se ponen su cara cristiana; pero en su vida normal diaria siguen mintiendo, engañando, fornicando, idolatrando, como cualquiera que no conoce a Dios. Esta es la consecuencia lógica cuando desde niños separamos nuestra vida en un «ámbito religioso» (la iglesia) y un «ámbito secular» (la familia, el trabajo, los estudios, etc…). Una persona que fue educada de tal manera, no reconocerá el señorío de Dios sobre la vida entera.

– Porque quitan la responsabilidad de la familia.

Para muchos padres, los programas de su iglesia les sirven de excusa para no dar ellos mismos una educación cristiana a sus niños. ¿Para qué orar o leer la Biblia en casa, si ya hacemos esto en la iglesia? ¿Para qué enseñar y reforzar principios cristianos en los hijos, si ya están asistiendo a la «escuela dominical»? ¿Para qué aconsejarles y ser un buen ejemplo para ellos, si ya tienen un «pastor» y un «maestro» en la iglesia? Así pasan por alto el gran mandamiento para los padres en Deuteronomio 6:6-7:

«Y estas palabras que yo te mando hoy, estarán sobre tu corazón; y las repetirás a tus hijos, y hablarás de ellas estando en tu casa, y adando por el camino, y al acostarte, y cuando te levantes.»

En estos versos no podemos ver ninguna justificación para enviar a los niños fuera de la casa para que reciban su «educación cristiana» en otro lugar. Al contrario, estos versos hablan de estar con nuestros hijos en todos los momentos de la vida diaria («en casa y en el camino, al acostarnos y al levantarnos»), y de aplicar la palabra de Dios en todos estos momentos.

Una educación cristiana no puede suceder mientras los niños asisten a escuelas seculares.

Realmente me horroriza la gran cantidad de evangélicos que hoy en día creen que pueden educar a sus hijos «cojeando entre dos pensamientos» (1 Reyes 18:21), entre Dios y Baal, entre la Biblia y la «educación» de este mundo al mismo tiempo. Así permiten que las escuelas seculares con sus maestros incrédulos destruyan diariamente lo que los padres cristianos comienzan a construir. Generaciones anteriores estaban más conscientes de que en la educación no puede haber comunión entre la luz y las tinieblas, entre la justicia y la injusticia, entre el templo de Dios y los ídolos (2 Corintios 6:14-18). Por ejemplo dijo el gran predicador de avivamiento, John Wesley:

«Les pregunto, entonces, ¿para qué fin envías a tus hijos a la escuela? – «Qué, para que sean preparados para vivir en el mundo.» – ¿De qué mundo hablas, de éste o del por venir? Quizás pensaste solo en este mundo, y te olvidaste de que hay un mundo de por venir; sí, ¡y uno que durará eternamente! Por favor considera mucho esto, y envía a tus hijos a tales maestros que mantengan este mundo venidero siempre delante de sus ojos. De otra manera, enviarlos a la escuela (permítanme hablar claramente) es poco mejor que enviarlos al diablo. De toda manera, entonces, envía a tus hijos, si tienes alguna consideración por sus almas, no a una de estas grandes escuelas públicas, (porque estas son cunas de toda clase de maldad), sino a una escuela privada, donde enseñe un hombre piadoso, quien se esfuerce a instruir a un número pequeño de niños en la religión y la enseñanza juntos.
Igualmente a tus hijas, no las envíes a una escuela pública de niñas. En estas escuelas, las niñas se enseñan unas a otras el orgullo, la vanidad, la intriga, el engaño, y, en breve, todo lo que una mujer cristiana no debe aprender. Por más que tu hija tenga una inclinación buena, ¿qué hará en una multitud de niñas, de las que ni una tiene algún pensamiento en salvar su alma? – especialmente cuando toda su conversación apunta en el sentido opuesto, y se habla de cosas que desearías que tu hija ni piense. Sería igual enviar a tu hija a ser educada en la calle.»

Y Rousas John Rushdoony escribe en «Filosofía del currículo cristiano»:

«Sobre todo, ¿podemos conservar en la membresía a personas que afirman a Cristo como Señor y Salvador y no obstante entregan sus hijos a una escuela impía? Hubo un tiempo en que la mayoría de las iglesias decía que no; unas pocas todavía pasan por la formalidad de pedirles a los miembros que recuerden su obligación de criar a sus hijos en el Señor, pero ya no sirve de fundamento para la excomunión. No obstante, la Escritura repetidas veces requiere de nosotros que les enseñemos la Ley-Palabra de Dios a nuestros hijos (Deut. 6:7, 20-25). De hecho, la Escritura requiere la pena de muerte por adorar a Moloc (Lev. 18:21; 20:2). San Esteban citó este hecho de la adoración a Moloc como uno de los grandes males de Israel (Hechos 7:43).»

Si hoy en día las iglesias evangélicas permiten a sus miembros mandar a sus hijos a escuelas seculares, no es porque hoy estuviéramos «más avanzados» o «más educados». Al contrario, es porque las iglesias actuales se han alejado tanto de Dios, que están quebrantando Sus mandamientos más fundamentales. El Señor nos advierte en 2 Juan 9-11:

«Cualquiera que se extravía, y no persevera en la doctrina de Cristo, no tiene a Dios; el que persevera en la doctrina de Cristo, ése sí tiene al Padre y al hijo. Si alguno viene a vosotros, y no trae esta doctrina, no le recibáis en casa, ni le digáis: ¡Bienvenido! Porque el que le dice: ¡Bienvenido!, participa en sus malas obras.»

Cualquiera que no enseña conforme a la Palabra de Dios, es un falso maestro. No importa si enseña su doctrina en la iglesia, en los medios de comunicación, o en una escuela. Si el apóstol nos dice que ni siquiera debemos recibir a un falso maestro en casa, ¿acaso permitiría que nuestros hijos sean enseñados por un falso maestro afuera de la casa, todos los días de la semana?

¿Acaso no es en las escuelas donde la mayoría de los niños aprenden a mentir, a sobornar y engañar, a hablar groserías, a obedecer solo de apariencia pero no de verdad, a menospreciar a los débiles, a maltratarse entre ellos? Y los colegios de educación secundaria son verdaderos semilleros de la fornicación, de la borrachera y del consumo de drogras, de las pandillas y de la delincuencia. Si se enseña a los niños que somos nada más que animales, descendientes del mono, ¿nos sorprende si de hecho terminan comportándose como animales?

No existe ninguna justificación bíblica para que un padre cristiano encargue a un incrédulo con la educación de sus hijos.

Alguien dijo una vez: «O Cristo es el Señor absoluto sobre tu vida, o El no es Señor en absoluto.» Su señorío abarca todos los aspectos de la vida y de la educación. Si le negamos Su soberanía sobre el aspecto de la educación escolar, le hemos negado Su soberanía completa. La educación cristiana o abarca todos los aspectos, inclusive la escuela; o no es educación cristiana en absoluto.

 

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