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El concepto católico romano y el concepto reformado acerca de la educación

Las citas que siguen a continuación son extraídas del libro «Cincuenta años en la iglesia de Roma» (publicado 1886), por Charles Chiniquy, un ex sacerdote canadiense. Provienen entonces de un entorno histórico y geográfico distinto del nuestro – y a algunos lectores quizás no les guste el tono polémico de Chiniquy. Pero al fijarnos en la esencia de lo que este autor quiere decir, encontramos un análisis sorprendentemente actual del sistema escolar del Perú, y probablemente de todos los países que alguna vez eran colonias españolas. Estos sistemas se remontan a las escuelas coloniales, auspiciadas y controladas por la iglesia católica romana.

A los lectores evangélicos les pido: No usen este escrito en primer lugar para criticar a la iglesia católica, sino para evaluar la clase de educación que ustedes mismos dan a sus hijos en sus familias y en sus escuelas. Ha sido mi triste observación que en muchas escuelas evangélicas reina el mismo espíritu de sumisión ciega y esclavitud, la misma supresión de la creatividad y del razonamiento propio, como en las escuelas católicas y estatales. Todavía no encontré a ninguna escuela evangélica en el Perú que hubiera mostrado las características positivas que Chiniquy resalta respecto a las escuelas reformadas que él encontró en Canadá y en los Estados Unidos. Claro, las escuelas evangélicas no enseñan sumisión ciega al papa; pero hasta donde he visto, se someten con la misma ceguera a la pedagogía oficial del estado, o a las tradiciones de su propia iglesia. El análisis de Chiniquy podría ayudar a los educadores evangélicos a evaluar si realmente fueron liberados por el evangelio, o si en el fondo están todavía influenciados por una mentalidad romanista.

He aquí lo que dice este autor sobre «Roma y la educación»:


La palabra «educación» es una palabra hermosa. Se deriva del latín «educare» que significa levantar, tomar de los grados más inferiores y llevar a las esferas más elevadas del conocimiento. El objetivo de la educación es entonces, alimentar, expandir, levantar, iluminar, y fortalecer la inteligencia.

Escuchamos a los sacerdotes católicos hacer uso de esta palabra hermosa, «educación», con la misma o más frecuencia que los protestantes. Pero la palabra «educación» tiene un significado muy diferente entre los seguidores del papa que entre los seguidores del Evangelio. Y esta diferencia, la cual ignoran los protestantes, es la causa de los errores extraños que cometen los protestantes cada vez que intentan legislar sobre este asunto aquí, como también en Inglaterra o Canadá.

El significado de la palabra «educación» entre los protestantes es tan distante del significado de la misma palabra entre católicos romanos, como lo es el polo sur del polo norte. Cuando un protestante habla de educación, usa y entiende la palabra en su sentido verdadero. Cuando envía a su hijo pequeño a una escuela protestante, él desea honestamente que su hijo sea levantado hacia las esferas del conocimiento, hasta donde le permita su inteligencia. Cuando este niño va a la escuela, pronto siente que ha sido levantado a cierta medida, y experimenta una alegría sincera, un orgullo noble, por este nuevo levantamiento, aunque muy modesto; y naturalmente entiende que este levantamiento nuevo es solamente una grada para pararse encima y levantarse a un grado más elevado de conocimiento, y rápidamente dará este segundo paso con un placer indecible. Cuando el hijo de un protestante ha adquirido un poco de conocimiento, quiere adquirir más. Cuando ha aprendido lo que significa esto, también quiere saber qué significa aquello. Como una pequeña águila, alista sus alas para un vuelo más alto, y levanta su cabeza para subir más en la atmósfera del conocimiento. Una ambición noble y misteriosa cogió repentinamente su alma joven. Entonces empieza a sentir algo de esta sed insaciable del conocimiento, que Dios mismo puso en el pecho de cada hijo de Adán; una sed de conocimiento, sin embargo, que nunca será perfectamente saciada excepto en el cielo.

El objetivo de la educación es entonces, capacitar al hombre para cumplir esta misión real de gobernar y sojuzgar la tierra, bajo los ojos de su Creador.

Recordemos que no es de sí mismo, ni de un ángel, sino de Dios mismo que el hombre recibió esta misión sublime. Sí, es Dios mismo quien implantó en el pecho de la humanidad el conocimiento y la aspiración de estas destinaciones espléndidas que pueden alcanzarse solamente por medio de la «educación».

¡Qué impulso glorioso es este, que toma en sus manos la mente recién despertada, y guía la inteligencia joven para subir más alto y penetrar las nubes que esconden de su mirada los esplendores de conocimiento que están encubiertos más allá de las sombras de esta esfera baja! Este impulso es una ambición noble; es parte de la humanidad que se asemeja a la imagen del gran Creador. Este impulso, el cual dirigir en su marcha adelante y hacia arriba es la misión de la educación, es una de las dádivas más preciosas de Dios para el hombre. Una vez más, es la misión gloriosa de la educación, fomentar esta sed de conocimiento y guiar al hombre a cumplir su alto destino.

Debería ser el deber tanto de los católicos romanos como de los protestantes, asistir al alumno en su vuelo hacia las regiones de la ciencia y del aprendizaje. ¿Pero es esto así? – No. Cuando ustedes, los protestantes, envían a sus hijos a la escuela, ustedes no imponen trabas a su inteligencia; ellos suben con las alas extendidas día tras día. Aunque su vuelo es al inicio lento y tímido, ¡cuán felices se sienten con cada nuevo aspecto de su horizonte intelectual! ¡Cómo laten sus corazones con gozo indecible cuando empiezan a escuchar voces de aplauso y ánimo de cada lado que les dicen: «¡Más alto, más alto, más alto!» – Cuando sacuden sus alas jóvenes para alzar un vuelo más alto, quién puede expresar su gozo cuando escuchan de nuevo las voces de una madre amada, un padre querido, un pastor venerable, que les aplauden y dicen: «¡Bien hecho! ¡Más alto todavía, mi hijo, más alto!»
Levantándose con más confianza en sus alas, entonces se levantan más alto todavía, en medio del concierto unánime de las voces de su nación entera que los anima al vuelo más alto. Es entonces cuando el joven siente que su fuerza intelectual se multiplica diez veces más. Se levanta sobre sus alas de águila, con una confianza y un poder renovados, y vuela todavía más alto, su corazón latiendo con un gozo noble y santo. De norte y sur, de este y oeste, el eco trae a sus oídos las voces de las multitudes: «¡Sube más alto, más alto todavía!»
El ha alcanzado ahora, lo que él pensaba primero que eran las regiones más elevadas del pensamiento y conocimiento; pero de nuevo oye los gritos estimulantes de abajo, que lo animan a volar más alto todavía hacia el dominio más elevado del conocimiento, hasta entrar en las regiones donde se encuentra la fuente de toda la verdad, y de la luz, y de la vida. Porque él también escuchó la voz de su Dios quien le habla a través de Su Hijo Jesucristo, llamando: «¡Ven a mí! ¡No temas! ¡Ven a mí! ¡Yo soy la luz, el camino! ¡Ven a esta región más elevada donde el Padre, con el Hijo y el Espíritu Santo, gobiernan en una luz infinita!»
De esta manera, el erudito protestante, haciendo uso de su inteligencia como el águila de sus alas, procede de debilidad a fuerza, del aleteo tímido al vuelo audaz y confiado, de una región de conocimiento a otra más alta, hasta que se pierde en este océano de luz y verdad que es Dios.
En las escuelas protestantes no se ponen trabas a las alas del joven águila; nada le hace parar en su progreso, ni paraliza sus movimientos y su vuelo hacia arriba. Al contrario, recibe toda clase de ánimo en su vuelo.
¡Es por eso que las únicas naciones realmente grandes en el mundo son protestantes! ¡Es por eso que las naciones realmente poderosas en el mundo son protestantes! ¡Es por eso que las únicas naciones libres en el mundo son protestantes! Las naciones protestantes son las únicas que cumplen su deber como hombres en el escenario de este mundo; solo las naciones protestantes marchan como gigantes a la cabeza del mundo civilizado. Por todas partes son ellas la vanguardia del progreso, de la ciencia y de la libertad, dejando muy atrás a las naciones desafortunadas cuyas manos están atadas por las cadenas de hierro del papado.

Después de haber visto al erudito protestante levantándose, en sus alas de águila, a las esferas más elevadas de la inteligencia, felicidad y luz, y marchando sin impedimento hacia sus destinaciones espléndidas, volvamos ahora nuestros ojos hacia el estudiante católico romano, y considerémosle y compadezcámonos de él en la degradación a la cual es sujeto.
Este joven estudiante católico romano ha nacido con la misma inteligencia brillante como el protestante; es provisto por su Creador con los mismos poderes de la mente como su vecino protestante; tiene los mismos impulsos, las mismas aspiraciones nobles implantadas por la mano de Dios en su pecho. Se lo envía a la escuela, aparentemente, como al niño protestante, para recibir lo que se llama «educación». Primero entiende esta palabra en su sentido verdadero; va a la escuela en la esperanza de ser levantado, tan alto como le permitirán su inteligencia y sus esfuerzos personales. Su corazón late de alegría, cuando de repente le tocan los primeros rayos de luz y conocimiento; siente un orgullo santo y noble con cada nuevo paso en su progreso; anhela aprender más, quiere subir más alto; también levanta sus alas, como el joven águila, y vuela más alto.
Pero aquí empiezan las desilusiones y tribulaciones del estudiante católico romano; porque se le permite levantarse, sí, pero cuando se haya levantado lo suficientemente alto para estar al nivel de los dedos gordos de los pies del papa, entonces escuchará gritos penetrantes, enojados, amenazantes de cada lado: «¡Alto! ¡detente! ¡No te levantes más alto que los dedos de los pies del Santo Papa! … Besa estos pies santos, y deja de volar más alto! ¡Recuerda que el Papa es la única fuente de ciencia, conocimiento y verdad! El conocimiento del Papa es el último límite del aprendizaje y de la luz que la humanidad puede alcanzar. No se te permite saber y creer lo que Su Santidad no sabe ni cree. ¡Detente! ¡detente! No subas ni una pulgada más alto que el horizonte intelectual del Pontífice Supremo de Roma, en quien solo está la plenitud de la verdadera ciencia que salvará el mundo.»

Algunos quizás me responderán aquí: «¿No ha producido Roma hombres grandes en cada departamento de las ciencias?» – Yo respondo, Sí; como dije antes. Roma puede mostrarnos una larga lista de nombres que brillan entre las luces más brillantes del firmamento de la ciencia y filosofía. Nos puede mostrar sus Copérnicos, sus Galileos, sus Pascales, sus Bossuets, sus Lamenais, etc. Pero fue a su propio riesgo y peligro que estos gigantes se han levantado a las regiones más altas de la ciencia y filosofía. Es a pesar de Roma que estas águilas han alzado vuelo por encima del horizonte oscuro donde el papa ofrece los dedos de sus pies para ser besados y adorados como el non plus ultra de la inteligencia humana; e invariablemente han sido castigados por su audacia.
El 22 de junio de 1663, Galileo fue obligado a postrarse de rodillas para escapar de la muerte cruel a la cual iba a ser sentenciado por la orden del papa; y firmó con su propia mano la siguiente retractación: «Yo abjuro, maldigo, y detesto el error y la herejía del movimiento de la tierra», etc. etc.
Este hombre erudito tuvo que degradarse a jurar una mentira inaudita, esto es, que la tierra no se mueve alrededor del sol. De esta manera, las alas de este águila gigante de Roma fueron cortadas con las tijeras del papa. Esta inteligencia poderosa fue quebrantada, atada, y hasta donde fue posible para la iglesia de Roma, degradada, silenciada, y matada. Pero Dios no iba a permitir que un intelecto tan gigante iba a ser completamente estrangulado por las manos de este enemigo implacable de la luz y de la verdad, el papa. Suficiente fuerza y vida permanecieron en Galileo para decir, al levantarse: «¡Esto no impedirá a la tierra seguir moviéndose!»
El decreto infalible del papa infalible, Urbano VIII, contra el movimiento de la tierra, es firmado por los cardenales Felia, Guido, Desiderio, Antonio, Bellingero, y Fabriccioi. Dice así:
«En el nombre y por la autoridad de Jesucristo, la plenitud del cual reside en Su Vicario, el Papa, que la proposición de que la tierra no es el centro del mundo, y que se mueve con un movimiento diario, es absurda, filosóficamente falsa, y errónea en fe.»
¡Qué cosa gloriosa para el papa de Roma ser infalible! ¡El sabe infaliblemente que la tierra no se mueve alrededor del sol! Y qué bendición para los católicos romanos ser gobernados y enseñados por un tal ser infalible. (…)

Si los Newtons, los Franklins, los Fultons, los Morses hubieran sido romanistas, sus nombres se hubieran perdido en la oscuridad que es la herencia natural de los esclavos de los papas. Habiendo escuchado desde su niñez que nadie tenía derecho de hacer uso de su «juicio privado», inteligencia y conciencia en la investigación de la verdad, ellos hubieran permanecido en silencio a los pies del terrible dios moderno de Roma, el papa. ¡Pero ellos eran protestantes! Este es el secreto de los descubrimientos maravillosos, con los cuales ellos habían leído un libro que les dijo que ellos eran creados en la imagen de Dios, y que este Dios grande había enviado a Su hijo eterno Jesucristo para hacerlos libres de las ataduras de los hombres. Ellos habían leído en este libro protestante (porque la Biblia es el libro más protestante en el mundo) que el hombre no solamente tiene una conciencia, sino también una inteligencia para guiarle; ellos habían aprendido que la inteligencia y la conciencia no tienen ningún dueño aparte de Dios, ningún otro guía aparte de Dios, ninguna otra luz aparte de Dios. En las paredes de sus escuelas protestantes, el Hijo de Dios había escrito las palabras maravillosas: «Vengan a mí; Yo soy la Luz, el Camino, y la Vida.»
Pero mientras las naciones protestantes marchan con pasos tan gigantes a la conquista del mundo, ¿por qué las naciones católicas romanas no solamente se estancan, sino que dan evidencia de una decadencia que aumenta cada día? Visite sus escuelas y preste un momento de atención a los principios que se siembran en las inteligencias jóvenes de sus esclavos desafortunados, y usted tendrá la clave de este misterio triste.

¿Cuál es no solamente la primera lección, sino la lección diaria que se enseña al alumno católico romano? ¿No es esta: que uno de los crímenes más grandes que un hombre puede cometer es el seguir su «juicio privado»? – lo que significa que tiene ojos pero no puede ver; oídos, pero no puede oír; e inteligencia, pero no puede utilizarla en la investigación de la verdad y de la luz y del conocimiento, sin el peligro de ser eternamente condenado. Sus superiores, o sea el sacerdote y el papa, tienen que ver por él, oír por él, y pensar por él. Sí, al católico romano se le dice constantemente en su escuela que el crimen más imperdonable y condenable es el hacer uso de su propia inteligencia y el seguir su propio juicio privado en la investigación de la verdad. Constantemente se le hace recordar que el juicio propio de un hombre es su enemigo más grande. Entonces, todos sus esfuerzos de la inteligencia y conciencia tienen que unirse para combatir, silenciar y matar su «juicio privado». Es por el juicio de sus superiores, el sacerdote, el obispo y el papa, que uno tiene que ser guiado.
Ahora, ¿qué es un hombre que no puede hacer uso de su «juicio personal privado»? ¿No es un esclavo, un idiota, un burro? ¿Y qué es una nación compuesta de hombres que no hacen uso de su juicio personal privado en la investigación de la verdad y de la felicidad, sino una nación de brutos, esclavos e idiotas despreciables?

Pero puesto que esto parecerá una exageración de mi parte, permítanme obligar a la iglesia de Roma a venir a hablar por ella misma. Por favor esté atento a lo que ella dice acerca de las facultades intelectuales del hombre. Estas son las mismas palabras de Ignacio de Loyola, el fundador de la Sociedad Jesuita:

«En cuanto a la obediencia santa, esta virtud tiene que ser perfecta en cada punto de su ejecución, en la voluntad, en el intelecto; lo cual debe hacerse con toda celeridad, gozo espiritual y perseverancia; persuadiéndonos que todo es justo, suprimiendo todo pensamiento repugnante y juicio propio en una obediencia cierta; y que cada uno se persuada a sí mismo, que el que vive bajo obediencia debe ser movido y dirigido, bajo la Providencia Divina, por su superior, tal como si fuera un cadáver que permite ser movido y guiado en cualquier dirección.«

Alguien me preguntará, ¿cuál puede ser el objetivo de los papas y sacerdotes de Roma al degradar a los católicos romanos de una manera tan extraña que los convierten en cadáveres morales? ¿Por qué no dejarlos vivir? – La respuesta es muy sencilla. El único y gran objetivo de los pensamientos y las obras del papa y de los sacerdotes es levantarse a sí mismos por encima del resto del mundo. Ellos quieren estar ¡alto!, alto por encima de las cabezas no solamente de la gente común, sino de los reyes y emperadores del mundo. Ellos quieren ser no solamente tan altos, sino más altos que Dios. Es hablando del papa cuando el Espíritu Santo dice: «…el cual se opone y se levanta contra todo lo que se llama Dios …, haciéndose pasar por Dios.» (2 Tes. 2:4)
– Para alcanzar su objetivo, los sacerdotes persuadieron a sus millones y millones de esclavos que no son nada más que cadáveres; que no deben tener voluntad, ni conciencia, ni inteligencia propia, «como un cadáver que permite ser movido y guiado en cualquier dirección, sin resistencia». Una vez que esto se ha logrado, ellos construyen una pirámide de todos estos cadáveres inmóviles que es tan alta hasta los cielos, y poniéndose a sí mismos encima de esta pirámide maravillosa, los sacerdotes dicen al resto del mundo: «¿Quién de ustedes es tan alto como nosotros? ¿Quién ha sido levantado por Dios como sacerdote y papa? ¿Dónde están los reyes y emperadores cuyos tronos sean tan elevados como los nuestros? ¿No somos la verdadera cumbre de la humanidad?» ¡Sí! ¡sí! … ¡¡¡pero es un trono de cadáveres!!!

… Pero para que Ud. entienda mejor las tendencias degradantes de los principios que son la piedra fundamental de la educación moral e intelectual de Roma, déjeme exponer ante sus ojos otro extracto de la enseñanza jesuita, tomado de los «Ejercicios espirituales» por Ignacio de Loyola:

«Debemos siempre tener para en todo acertar, que lo blanco que yo veo, creer que es negro, si la Iglesia jerárquica así lo determina.»

(…) Pero algunos pensarán que estos principios degradantes se enseñan solamente por los jesuitas; que no son las enseñanzas de la iglesia, y que yo estoy cometiendo una injusticia al presentar como una iniquidad general lo que es solamente la culpa de los jesuitas. Escuche las palabras de aquel papa infalible Gregorio XVI, en su célebre encíclica del 15 de agosto de 1832:

«Si la Santa Iglesia lo requiere, sacrifiquemos nuestras propias opiniones, nuestro conocimiento, nuestra inteligencia, los sueños espléndidos de nuestra imaginación, y los logros más sublimes del entendimiento humano.»

(…) Ahora, protestantes, ¿empiezan a ver la diferencia entre el objetivo de la educación entre una escuela protestante y una escuela católica? ¿Empiezan a entender que la distancia entre la palabra «educación» entre ustedes, y el significado de esta misma palabra en la iglesia de Roma, es tan grande como la distancia entre el polo norte y el polo sur? Para ustedes, «educación» significa levantar al hombre a la esfera más elevada de la hombría. Para Roma significa rebajarlo por debajo de los más brutos. Para ustedes, educar significa enseñar al hombre que él es un agente libre, que la libertad dentro de los límites de las leyes de Dios y de su nación es una dádiva asegurada para todos; ustedes quieren grabar en cada persona el pensamiento noble que es mejor morir como hombre libre que vivir como esclavo. Roma quiere enseñar que hay un solo hombre libre, el papa, y que todos los demás nacieron para ser sus esclavos entregados en pensamiento, voluntad y acción.

Ahora, para que Ud. entienda más todavía el abismo de degradación y corrupción moral al cual estos principios anti-cristianos y anti-sociales de Roma llevan a sus pobres esclavos ciegos, lea lo que dice Liguori (Teólogo moral católico reconocido del siglo XVIII) en su libro «La monja santificada»:

«El medio principal y más eficaz de practicar la obediencia debida a los superiores, y de hacerla meritoria ante Dios, consiste en considerar que al obedecer a ellos obedecemos a Dios mismo, y que al despreciar sus órdenes despreciamos la autoridad de nuestro Maestro Divino. Cuando, entonces, una religiosa recibe un precepto de su prelado, superior o confesor, debe ejecutarlo inmediatamente, no solamente para complacer a ellos, pero principalmente para complacer a Dios, cuya voluntad le es dada a conocer por medio de su orden. Al obedecer su orden, ella obedece más ciertamente la voluntad de Dios que si un ángel viniera del cielo para manifestarle Su voluntad. Tenga esto siempre en mente, que la obediencia que usted practica hacia su superior, es rendida a Dios mismo. Si entonces usted recibe una orden de alguien que ocupa el lugar de Dios, usted debe observarla con la misma diligencia como si viniera de Dios mismo. El bendito Egidio solía decir que es más meritorio obedecer a un hombre por el amor de Dios, que obedecer a Dios mismo. Se puede añadir que hay más certeza de hacer la voluntad de Dios al obedecer a nuestro superior, que al obedecer a Jesucristo en el caso que El apareciera en persona y diera sus órdenes. San Felipe de Neri solía decir que las religiosas pueden estar muy seguras de que no tendrán que rendir cuentas por las acciones hechas por obediencia; de estos actos solo los superiores que los ordenaron serán tenidos responsables. El Señor dijo una vez a Catalina de Siena: «Las religiosas no serán obligadas a rendirme cuentas por lo que hicieron por obediencia; de esto yo demandaré cuentas de parte del superior.» Esta doctrina se conforma a la Sagrada Escritura: ‘He aquí, dice el Señor, como es el barro en la mano del alfarero, así eres tú en mis manos, ¡O Israel!’ (Jeremías 18:6). Un hombre religioso tiene que estar en las manos de sus superiores para ser moldeado como ellos quieren. ¿Debe el barro decir a El que lo forma: Qué estás haciendo? El alfarero debe responder: ‘Cállate, no es tu negocio inquirir lo que yo hago, sino obedecer y recibir cualquier forma que me agrada darte.’ «

Yo les pregunto, protestantes americanos, ¿qué será de vuestro país hermoso si ustedes son lo suficientemente ciegos para permitir que la iglesia de Roma enseñe a los niños? ¿Qué clase de hombres y mujeres pueden salir de tales escuelas? ¿Qué futuro de vergüenza, degradación, y esclavitud preparan ustedes para su país si Roma tiene éxito en obligarles a apoyar tales escuelas? ¿Qué clase de mujeres saldrán de la escuela de monjas que les enseñan que la máxima perfección en una mujer es cuando obedece a su superior, el sacerdote, en todo lo que le ordena? ¿y que su hija nunca tendrá que rendir cuentas ante Dios por los actos que cometerá para complacer y obedecer a su superior, el sacerdote, el obispo, o el papa? ¿Que los asuntos de su conciencia se arreglarán entre Dios y este superior, y que a ella nunca se le preguntará por qué hizo esto o aquello, cuando será hecho para gratificar al superior y obedecer su mandamiento? Y otra vez, ¿qué clase de hombres y ciudadanos saldrán de las escuelas de estos jesuitas que creen y enseñan que un hombre ha alcanzado la perfección de la hombría solamente cuando es un cadáver espiritual perfecto ante su superior, cuando obedece al sacerdote con la perfección de un cadáver que no tiene vida ni voluntad dentro de sí?


Comentario:

Observo que esta misma enseñanza falsa de la «sumisión» está actualmente difundida en muchas iglesias evangélicas también; particularmente en América Latina. Muchos pastores evangélicos usan exactamente los mismos argumentos como el católico Liguori en la cita arriba, diciendo que «al pastor hay que obedecer, aun cuando esté equivocado.» Pero esta enseñanza contradice a la Palabra de Dios que dice: «Es necesario obedecer a Dios antes que a los hombres» (Hechos 5:29) – esto lo dijo Pedro exactamente a sus superiores religiosos a los cuales estaba desobedeciendo. Aquellas iglesias evangélicas que mantienen esa enseñanza de la «sumisión bajo los pastores», tienen en realidad una mentalidad católica romana y se han alejado de los principios de la Reforma y de la palabra de Dios. Por tanto, tampoco podrán educar a sus niños en la libertad del evangelio.

Y por supuesto, esta misma mentalidad esclavizante está todavía muy vigente en las escuelas estatales, aunque ya no se encuentran bajo la autoridad directa de la iglesia católica. Esta es, por ejemplo, una de las raíces profundas de por qué el Perú está tan atrasado en «comprensión de lectura»: El peruano promedio, desde su niñez, está siendo condicionado por esta mentalidad romana, a creer que no se puede ni se debe entender lo que uno lee; que hay que esperar a que la autoridad (eclesiástica o escolar) le dé a uno la interpretación «oficial» de lo que está escrito; y que entonces hay que creer esta interpretación oficial, por más que contradiga el sentido natural y obvio de las palabras. Esta misma mentalidad es la que sigue penetrando el sistema escolar desde la época colonial hasta hoy; y de ahí la gran dificultad que tiene mucha gente para poder entender por sí mismos lo que leen.

Por último, será importante entender que los países que eran «protestantes» (reformados) en los tiempos de Chiniquy, en la actualidad ya no lo son. Por eso, las escuelas estadounidenses hoy en día ya no son ningún ejemplo a seguir. Están ahora dominadas por el mismo espíritu esclavizante, aunque no en el nombre del catolicismo, pero en el nombre del gobierno secular, del «ateísmo científico», y de la industria y economía. Cómo sucedió esta transformación espantosa de las escuelas americanas durante el siglo pasado, lo describe con mucho detalle John Taylor Gatto en su obra monumental «Historia secreta de la educación americana«.

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La importancia de las letras sin imágenes

El mundo de la educación – y especialmente de la educación escolar – está lleno de creencias muy difundidas, pero sin comprobar. Una de estas creencias dice que un libro para niños tiene que ser lleno de imágenes. Tengo varias razones pedagógicas, prácticas, y bíblicas, para desafiar esta creencia.

Es cierto que a los niños les gustan las imágenes; y muchos niños contemporáneos no agarrarían voluntariamente ningún libro que no tenga imágenes. (Y muchos adultos tampoco.) Pero una pregunta muy distinta es: ¿Las imágenes realmente ayudan a los niños a leer? ¿o quizás, mas bien, incentivan malas costumbres de lectura, y es por causa de estas malas costumbres que mucha gente hoy en día ya no puede leer libros sin imágenes?

Estas son dos páginas de un libro que mis hijos disfrutaron de leer, por cuenta propia, cuando tenían nueve años: (Julio Verne, «La vuelta al mundo en ochenta días»)

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El libro tiene 80 páginas, y contiene un total de solamente siete ilustraciones. Eso no fue ningún impedimento para mis hijos. Poco después comenzaron a leer en la Biblia – no una Biblia ilustrada para niños, sino una «verdadera», sin dibujos en absoluto. Aquí tenemos entonces el ejemplo práctico, de que los niños no tienen ninguna necesidad de imágenes en los libros.

Y no es que mis hijos hayan sido unos lectores especialmente precoces. Uno de ellos aprendió a leer a los cinco años y medio, y el otro a los seis años y medio. Pero apenas entendieron cómo formar palabras de las letras escritas, procedieron a la lectura fluida y con plena comprensión. Así sucede con prácticamente todos los niños a quienes se les permite aprender a leer de manera natural, esperando pacientemente el momento cuando alcancen la madurez cerebral correspondiente para ello. (Vea «¿Cómo aprenden a leer?»)
Muy a diferencia de los niños que son apresurados a la lectura a una edad demasiado temprana: éstos a menudo permanecen en la etapa del «deletrear» y del «descifrar sin entender» hasta que tienen diez, once o hasta doce años.

Más allá de estas experiencias, propongo considerar las siguientes razones:

1. Las letras sin imágenes obligan a los niños a leer de verdad, en vez de adivinar.

Cuando los niños aprenden a leer con libros llenos de imágenes, se acostumbran a «leer» las imágenes en vez de leer las letras. Ven un dibujo de un oso y ya suponen que la palabra debajo debe decir «oso», sin siquiera mirar las letras. Así aprenden a adivinar en vez de leer.

Algunos libros escolares apoyan intencionalmente esta tendencia a «adivinar». Dicen por ejemplo: «Después de ver las ilustraciones (o: «después de leer el título»), compartan vuestras hipótesis de lo que podría ocurrir en el relato.» Así acostumbran a los niños a adivinar, a conjeturar sin base, y en consecuencia, a acercarse al texto de manera prejuiciada, en vez de leer lo que está realmente escrito.

Un libro que vi, contenía incluso unos ejercicios para «leer» palabras escritas solamente a base de su silueta exterior. Por ejemplo, ¿qué palabra es ésta? forma-palabra (Podría ser «lago», «topo», «fuga», o alguna otra…)

Métodos como estos dan a los niños la impresión de que el leer es algo como un juego al azar: Si tienes suerte, aciertas; si tienes mala suerte, fallas. Qué pena para aquellos que siempre tienen mala suerte.

En cambio, si los niños aprenden con letras sin muletas adicionales, ellos entienden que el significado está en las mismas letras, no en algún otro elemento adicional, ni mucho menos en una difusa nube de conjeturas. Así aprenden la manera correcta de descifrar las palabras, y adquieren la seguridad de que ellos mismos pueden entender lo que está escrito – aun sin un profesor por delante que constantemente les dice «Equivocado» o «Correcto».

2. Las letras sin imágenes contribuyen a la adquisición de vocabulario nuevo.

Cuando los niños aprenden a leer con métodos de «adivinar», sus conjeturas se limitan necesariamente a palabras que les son conocidas. Así leen por ejemplo «caballero» en vez de «cabellera»; «recitar» (o incluso «ensuciar») en vez de «resucitar»; o «recogió» en vez de «regocijo», porque solamente pueden «ver» palabras que ya están dentro de su vocabulario.

Un niño que aprendió a leer de acuerdo a las letras, en cambio, va a leer las palabras desconocidas correctamente. Entonces se da cuenta de que es una palabra nueva, intenta deducir su significado desde el contexto, o pregunta a alguien que se la puede explicar. Así aumenta continuamente su vocabulario mientras lee.

En este aspecto es cierto que una imagen instructiva puede aclarar el significado de una palabra nueva. Por ejemplo, mediante dibujos se pueden introducir los nombres de plantas o animales nuevos. Pero de esto se pueden beneficiar solamente aquellos niños que antes ya aprendieron a leer fijándose en las letras y no en las imágenes. Un niño que depende de la guía de las imágenes, cuando ve una imagen de un objeto desconocido, inmediatamente concluye que si no sabe como se llama el objeto, tampoco va a poder leer la palabra correspondiente. O sea, los niños acostumbrados a las imágenes, esperan con cada nueva palabra que alguien tenga que decirle cómo se lee y qué significa.

3. Las letras sin imágenes incentivan la creación de imágenes mentales propias del niño, y con esto el razonamiento y la creatividad en general.

Los niños tienen por naturaleza una gran capacidad de crear imágenes mentales interiores de lo que escuchan o leen. Este su «mundo interior imaginario» es importante para el desarrollo de su capacidad de razonar, y de su creatividad. Pero cuando todos los relatos ya vienen con imágenes prefabricadas, se corta la necesidad del niño de crear sus propias imágenes interiores. Esto sucede con los libros excesivamente ilustrados; y aun más con las películas, los dibujos animados, y las imágenes de los juegos de computadora, donde a menudo las imágenes tienen un papel tan dominante que el «relato» contiene apenas unas cuantas palabras. Si los niños se alimentan únicamente de esta clase de contenidos, su mundo mental interior se empobrece. Ellos necesitan también letras sin imágenes.

Jane Healy, una investigadora en pedagogía y neurología, dice al respecto:

«El invento de la escritura cambió también la manera de pensar. Muchos eruditos piensan que la precisión necesaria para expresar pensamientos sobre papel, hizo que las capacidades lógicas se refinaron, y que la cultura se volvió capaz de razonar acerca de sus propias complejidades.
Neil Postman (…) opina que el uso de imágenes inmediatas en vez de la palabra escrita, puede destruir la capacidad de nuestra sociedad de razonar inteligentemente. ‘En una cultura dominada por la letra impresa’, señala, ‘el discurso público se caracterizaba por un arreglo coherente, ordenado, de datos e ideas.’ (…) Hoy en día, sin embargo, la mayor parte del discurso público consiste en ‘un sinsentido peligroso’.
(…) En una investigación larga en Gran Bretaña, haciendo un seguimiento de un grupo de niños desde el jardín y a través de toda la primaria, el Dr.Wells y sus colegas descubrieron que el dato más fuertemente correlacionado con el rendimiento escolar posterior, era la cantidad de tiempo que los niños pequeños escuchaban cuentos interesantes. Wells cree que estas experiencias enseñan a los niños (…) a comprender que las palabras por sí solas son la fuente principal del significado. Ya que escuchan las palabras sin ver imágenes, los niños tienen que captar ‘el potencial simbólico del lenguaje’.
Las experiencias que involucran imágenes – incluso viendo imágenes juntas a un texto – no tienen el mismo valor, según Wells; porque no enseñan al niño a ir más allá del nombrar cosas que puede ver. El concluye:
Al escuchar cuentos (…) los niños descubren el poder que tiene el lenguaje, de crear y explorar posibles mundos alternativos con su propia coherencia interna y lógica. Así alcanzan la actitud imaginativa, hipotética, que es necesaria en muchas actividades intelectuales y en la resolución de toda clase de problemas.»
Jane Healy, «Endangered Minds» (Nueva York, 1990), Capítulo 4

(Nota: Otras investigaciones señalan no el escuchar cuentos, pero las conversaciones personales con los padres, como el factor más importante para el desarrollo de la inteligencia de los niños. Al igual como el escuchar cuentos, se trata de una experiencia de palabras sin imágenes, y sucede en el marco de una relación personal significativa.)

Healy dice también:

«Una de las críticas más importantes contra el mirar televisión en general, es que les quita a los niños la oportunidad de crear imágenes en sus propias mentes. Esta habilidad es fundamental para leer bien, porque mantiene al lector conectado con el texto, y le ayuda a recordar lo leído. Uno de los problemas más grandes de los lectores débiles es que, al leer o escuchar palabras, no pueden proyectar nada sobre la ‘pantalla’ de su imaginación.
Hace poco visité una clase avanzada de lenguaje en una escuela secundaria. Como preparación para esta clase, los alumnos habían tenido la tarea de leer el primer acto de Macbeth. Al iniciar la clase, la profesora les dijo que describieran lo que habían ‘visto’ al leer el texto. Puesto que la mayoría eran buenos lectores, produjeron unos relatos vivos y dramáticos. Pero para algunos alumnos, esta tarea fue muy frustrante.
‘Lo leo y lo leo otra vez, pero simplemente no veo nada cuando leo’, lamentó una alumna. (…)
Más tarde, la profesora me comentó que aquellos alumnos que no podían ‘ver imágenes’ al leer, eran los que tenían las mayores dificultades con la comprensión.
(…) Cuanto más tiempo los niños se acostumbran a un formato visual exigente (mirando televisión), más pierden la capacidad de crear imágenes y escenarios propios.»
Op.cit, capítulo 11

4. Las letras sin imágenes son la forma como Dios decidió comunicarnos Su revelación.

Pienso que hay una lección importante en el hecho de que Dios decidió darnos Su revelación en forma de la palabra escrita, no en forma de imágenes. Y eso a pesar de que cierto «contenido multimedia» podría bien haber contribuido a aclarar ciertos pasajes de la Biblia.

¿Por qué José no hizo dibujos de sus sueños, o Daniel de sus visiones, en vez de describirlos solo con palabras? ¿Por qué Ezequiel no diseñó un plano del nuevo templo, en vez de llenar tres capítulos enteros de su libro con una descripción que exige la máxima atención del lector para entenderla? ¿Por qué David nos transmitió solamente la letra de sus Salmos, y no la música también? ¿Por qué el libro de Apocalipsis no contiene un cuadro a todo color de la Nueva Jerusalén?
– ¿Será que Dios pasó por alto unos aspectos importantes de la comunicación cuando inspiró a los escritores bíblicos? ¿O no será mas bien, que nuestra cultura multimedia actual pasa por alto unos aspectos importantes de la sabiduría divina?

Esta elección de la palabra escrita como medio de comunicar la revelación de Dios, es complementada por el mandamiento: «No te harás imagen …» (Exodo 20:4). Muchos ven en este pasaje únicamente una prohibición de la idolatría. Pero el mandamiento es más amplio. Así como una imagen tiene el poder de aclarar un asunto, también tiene el poder de distorsionarlo y de manipularnos.

Pensemos tan solamente en las muchas imágenes de Jesús que fueron pintadas por pintores europeos según modelos de su propia raza. Se olvidaron de que Jesús, como israelita, debe haber tenido cabello negro, no rubio; y como judío fiel no se rasuraba (Levítico 19:27), entonces debe haber sido barbudo. Y ejerciendo el oficio de un carpintero, seguramente no era un tipo afeminado y debilucho. Así, una imagen puede introducir encubiertamente falsedades que no están presentes en la palabra escrita.

Pensemos también en los avisos comerciales. ¿Lograrían despertar en nosotros los mismos deseos innecesarios, si no tuvieran imágenes de personas atractivas y felices, melodías y ritmos populares, y voces seductoras? – Desde un punto de vista cristiano, una imagen puede ser dañina no solamente porque se convierta en un ídolo, sino también por su poder de alterar la verdad de manera inadvertida y sutil.

5. En vez de aumentar la comprensión de los niños, el exceso de imágenes rebaja la comprensión de los adultos a un nivel infantil.

Hace algún tiempo un querido hermano me felicitó por mi «Manifiesto pedagógico»; pero al mismo tiempo expresó su preocupación de que probablemente no muchas personas estén dispuestas a leer siquiera la versión corta de 56 páginas. Puede que tenga razón; pero ¿deberíamos conformarnos con esta situación? Particularmente en el ámbito cristiano – no olvidemos que Dios tiene unas expectativas más altas de nosotros. El espera que cada cristiano lea por sí mismo la Biblia entera, ¡un libro de más de mil páginas de puro texto, sin una sola ilustración!

Ante este trasfondo, me preocupa la tendencia creciente de llenar aun los textos para adultos con imágenes innecesarias. No me refiero a imágenes instructivas; pero imágenes que sirven únicamente para «llamar la atención» (tales como un profesor o un doctor señalando hacia lo que está escrito); o imágenes que vuelven a relatar lo que ya dice el texto, y así incitan al lector a «leer» solamente las imágenes y a sacar conjeturas (posiblemente falsas), en vez de leer lo que está escrito en el texto. Es como si los autores de tales textos quisieran publicar a los cuatro vientos que no creen que un adulto sea capaz de leer y comprender un texto por sí mismo.

He observado eso particularmente en algunas publicaciones del ministerio de educación dirigidas a los profesores. Son producidas en el mismo estilo como los libros escolares para niños: El contenido es repartido en pequeños trozos de conceptos insignificantes, pero inflados con términos técnicos y definiciones innecesarias. Cada vez en cuando se encuentra algún enunciado común dividido en palabras sueltas, las cuales son ubicadas de manera incoherente en un supuesto «mapa conceptual». Todo esto es amenizado con una gran cantidad de ilustraciones infantiles, de manera que algunas páginas contienen más dibujos que texto. La obra entera parece diseñada a partir de la idea de que el profesor promedio de todos modos no va a entender lo que está escrito, ni va a querer leerlo; así que se le incentiva a mirar por lo menos los dibujos y a sacar unas conjeturas.

O sea, mediante tales publicaciones las autoridades escolares tratan a los profesores de la misma manera condescendiente como éstos tratan a sus alumnos. Hablando psicológicamente: se expresan desde su «yo paterno», para evocar en los profesores una respuesta sumisa desde su «yo infantil», en vez de llevar un diálogo entre pares donde ambos lados podrían participar con su «yo adulto». Quizás creen que esta sea una forma didáctica de «hacer comprender». Pero el resultado efectivo es una infantilización de los profesores; o mejor dicho su degeneración intelectual; y esta degeneración es a su vez transmitida a los alumnos. Un sistema escolar que populariza la idea de que ni siquiera los profesores sean capaces de comprender un texto sin imágenes, seguramente no tiene confianza en lo que los niños podrían lograr al respecto. No nos debe extrañar entonces que los resultados de este sistema en cuanto a la lectura sean tan pésimos.

En conclusión …

No pensemos entonces que un material sea más «educativo», cuanto más imágenes contiene. Al contrario, incentivemos la capacidad de los niños de crear sus propias imágenes interiores. Desde el momento cuando aprenden a leer, démosles oportunidades de extraer el significado de las letras y palabras, sin la muleta de una imagen que anticipa lo que dice el texto. Al inicio pueden ser letras grandes movibles de madera o plástico, que los niños pueden manipular con sus manos y jugar con ellas; pero que sean letras en las que basan su lectura. Seamos sabios en discernir cuándo una imagen es realmente una ayuda, y cuándo es innecesaria o incluso contraproducente.

¡Y no nos hagamos nosotros mismos dependientes de las imágenes! Si queremos que nuestros hijos aprendan buenos hábitos de lectura, tenemos que demostrarlos primero con nuestro propio ejemplo.

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