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¿Una lucha por el poder entre padres y niños?

La relación entre padres e hijos sufre un gran daño cuando la desobediencia de los niños se interpreta en términos de una «lucha por el poder». ¡Algunos autores acusan a niños de dos o tres años, cuando desobedecen a sus padres, de planear conscientemente un «golpe de estado» en la familia! Y desde allí aconsejan a los padres que usen todos los medios, aun sumamente crueles, para ganar esta «lucha por el poder»; porque de otro modo, dicen, «perderían toda su autoridad». En consecuencia, los padres creen que sus hijos son sus enemigos. Una tal actitud (de parte de los padres) destruye todo intento de edificar una auténtica relacion de amor y confianza.

Es cierto que los niños pequeños a menudo tienen deseos egoístas. Entonces pueden hacer muchos esfuerzos para satisfacer esos deseos. Eso es parte de su naturaleza. Todos sus pensamientos se enfocan en esa meta: «¡Quiero ese juguete!» – «¡Quiero ese pedazo de torta!» – «!Quiero subir a ese árbol!» – de manera que todas las otras consideraciones se «apagan»; por ejemplo la consideración por los sentimientos de otras personas, o por el orden en la familia que los papás garantizan. Pero ¿será sensato asumir que ese niño pequeño, tan enfocado en su deseo, esté al mismo tiempo pensando: «Quiero echar a papá y a mamá de su trono; yo quiero ser la persona que manda sobre todo lo que hacemos en la familia»?
– No, un niño pequeño ni siquiera es capaz de pensar en tales categorías abstractas y fundamentales. Y en el fondo de su ser sabe muy bien que él mismo no sería capaz de decidir cada día qué comprar para comer, ni de cuidarse de los lugares y objetos peligrosos, ni mucho menos de ganarse la vida. Sabe que es dependiente de sus padres, y que por tanto necesita la guía y autoridad de sus padres.
No pensemos entonces que ese niño pequeño, por desobedecer, se haya convertido en nuestro enemigo. Está simplemente enfrascado en un capricho egocéntrico, en su propio mundo pequeño. Si respondo a eso defendiendo «mi» posición como padre, y me imagino que «mi» autoridad está amenazada, entonces me estoy rebajando al nivel del niño: yo también me concentro en «mi» propio mundo pequeño.

¿De verdad creemos que un niño de cuatro años tenga más poder que sus padres? ¡Deshágase de esa idea ridícula! Descanse confiadamente en el hecho de que usted es la autoridad, que tiene el poder, por naturaleza y no por los esfuerzos suyos. Así será menos tentado(a) a reaccionar de una manera excesiva o desesperada. Usted está experimentando un choque de voluntades, la suya y la del niño, acerca de un asunto específico. Entonces le toca manejar este asunto, de una manera que ayude al niño a madurar, y que no quebrante la relación fundamental de amor y confianza entre ustedes. Eso puede ser difícil, lo sé; pero ciertamente no tiene la envergadura de un golpe de estado.

Por supuesto que usted no tiene el poder de que el niño haga todo lo que usted manda, «inmediatamente y sin cuestionar». Ninguna persona humana tiene este poder sobre ninguna otra persona humana. Felizmente – porque eso sería la pesadilla más terrible de una dictadura totalitaria. Sea agradecido(a) de que Dios dio a sus hijos la capacidad de opinar, de razonar, y de hacer decisiones … aunque a veces utilicen estas capacidades de una manera equivocada. ¿O preferiría usted en su lugar, que sus hijos sean unos robots, completamente incapaces de razonar y de hacer decisiones propias?

Los padres que creen en esa idea de una obediencia «inmediata y sin cuestionar», se imponen una tremenda presión sobre sí mismos. Cada vez que un niño no muestra esa clase de obediencia «perfecta», el padre o la madre tendrá que pensar: «Ahora mi hijo(a) ha ganado la lucha por el poder. Ahora he perdido mi autoridad. Soy un padre / una madre fracasado(a).» Y esa desesperación por no «fracasar» como padre o madre, es una de las causas que tristemente conduce a muchos casos de maltrato contra los hijos.
Entonces, no nos impongamos tales estándares inalcanzables. Como vimos en el artículo acerca de la obediencia de los niños, ni Dios mismo nos impone tales estándares. Adoptar expectativas irreales es una receta segura para el fracaso.

Entonces, queridos padres y madres, por favor quítese de encima esa tremenda carga de tener que «ganar luchas por el poder». En lugar de eso, es más constructivo preguntarse: «¿Qué puedo hacer en esta situación para ayudar a mi hijo(a) a salir de su pequeño mundo egocéntrico?» Dependiendo de la situación y de la madurez del niño, puede estar accesible para diversos elementos o valores más allá de su «pequeño mundo». Por ejemplo la justicia: «Si tú comes este chocolatillo, no va a quedar ninguno para tu hermanito. Eso no sería justo.» – O la empatía: «Mira, tu hermanito está llorando porque le estás quitando su chocolatillo. ¿Ves como tu hermanito está triste? » – Niños mayores podrían también entender por qué no es bueno comer demasiados dulces. – Si nada parece funcionar, podemos simplemente hacer valer nuestra decisión, sin acusar ni insultar al niño: «He decidido no darte este chocolatillo.» – No hay por qué añadir «¡Eres un niño desobediente!»; no hay por qué tratar al niño como a un enemigo en una guerra … solamente hay que manejar el asunto que tenemos a la mano.

Si un niño pequeño arma todo un escándalo por hacer o lograr algo, a menudo ayuda simplemente dejarlo a solas con su pataleta. Su drama dejará de ser interesante cuando no hay público.

Tampoco hay por qué sentirnos fracasados si alguna vez el niño «gana». Hay niños que tienen que hacer primero ciertas experiencias, hasta que acepten el hecho de que las instrucciones de los padres normalmente son buenas. Algunos niños necesitan primero quemarse con una olla caliente, hasta que entiendan lo que significa: «¡Caliente! ¡No tocar!» – Algunos necesitan primero sufrir un dolor de muela, hasta que entiendan por qué no es bueno comer demasiados dulces. – Algunos necesitan primero sufrir una diarrea por comer tierra, hasta que entiendan por qué les decimos que no lo hagan. – No nos sintamos mal si como padres no pudimos evitar uno de esos accidentes. La experiencia educativa para los niños puede ser más intensa que cualquier esfuerzo o castigo de nuestra parte.
Por supuesto que tenemos que cuidar a los niños tanto más, cuanto mayor es el peligro. Un niño de dos años quizás no va a entender por qué lo alejamos a la fuerza de una autopista donde circulan carros a alta velocidad. Pero en la vida diaria hay suficientes situaciones de menor peligro, donde podemos tranquilamente permitir que los niños aprendan por medio de las consecuencias naturales de sus actos, si es que deciden pasar por alto nuestras advertencias.

Sé que las situaciones pueden escalar, sé que hay niños que siguen luchando tercamente por su capricho. Y reconozco que no tengo una «receta» de qué hacer en cada uno de esos casos. Pero hay algo más importante que las «recetas», y es la actitud de nuestro corazón. Si usted ama genuinamente a sus hijos, y hace un esfuerzo serio por comprenderlos, entonces su amor y su comprensión por ellos le dirigirán a hacer lo que es bueno para ellos. Guiar a los niños hacia la madurez, es en primer lugar un desafío a nuestra propia madurez como padres. Continuaré entonces un poco más desde esta perspectiva.

En muchas situaciones, los niños tienden a actuar según la imagen que nosotros tenemos acerca de ellos. Si los tratamos todo el tiempo como desobedientes, van a actuar como desobedientes. Si les decimos todo el tiempo «¡Malcriados!», van a actuar como malcriados. Si constantemente los ponemos bajo sospecha, van a empezar a hacer lo que sospechamos. Si los tratamos como enemigos, se van a convertir en nuestros enemigos.
El concepto de la «lucha por el poder» refuerza esa idea de que «los niños son nuestros enemigos». Por eso es dañino para las relaciones entre padres e hijos. Puede ser un tremendo paso hacia adelante, si llegamos a convencernos: «¡Mis hijos no son mis enemigos!» – y si los tratamos de acuerdo a esta convicción.

Un aspecto de la madurez es la capacidad de manejar ambivalencias. La ambivalencia ocurre cuando un asunto o una persona presenta varios aspectos contradictorios. Eso no tiene cabida en la mente de un niño pequeño: todo o es blanco o es negro; o es bueno o es malo.
Ahora, si ese niño se enfoca en una meta que quiere alcanzar, y yo como padre no estoy de acuerdo y se lo impido o lo prohíbo, el niño me va a percibir como «malo», y me va a tratar como un enemigo. Eso va a suceder, aun si el niño en el fondo tiene una relación amistosa y de confianza conmigo. El comportamiento hostil del niño no significa que ahora se haya convertido «fundamentalmente» en mi enemigo. Simplemente percibe mi acción momentánea como «mala», y eso le hace «olvidar» que normalmente yo soy «bueno» para él. Su mente no puede acomodar la ambivalencia de que su padre «bueno» hace de vez en cuando algo «malo».

Si en esta situación yo reacciono, tratando a mi hijo como enemigo, estoy cayendo en la misma inmadurez: me «olvido» de que tengo una relación amistosa con él, y lo percibo únicamente como «malo», como alguien que amenaza mi autoridad como padre.
Pero de nosotros como adultos y padres se espera un mayor nivel de madurez. Deberíamos ser capaces de acomodar en nuestra mente el hecho de que nuestros hijos momentáneamente estén actuando «mal», sin que eso desplace la relación «fundamentalmente buena» que tenemos con ellos. Es más: Deberíamos incluso ser capaces de conceder que el niño que actúa «mal», desde nuestra perspectiva, puede tener razones «buenas» para su acción, desde su propia perspectiva.
Eso no elimina la necesidad de una corrección. Pero este cambio de actitud nos permitirá corregir al niño de una manera que sea realmente educativa, no hiriente, y que no amenace la relación fundamental de confianza con él.
Y si damos lugar al niño para explique sus razones por su acción, en algunos casos podría incluso resultar que hemos juzgado mal al niño, y que somos nosotros quienes tenemos que corregirnos. Y aun eso, el tener que admitir un error ante los niños, no amenaza de ninguna manera nuestra autoridad. Al contrario, testifica de nuestra integridad.

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La autoridad de los padres

En los dos artículos anteriores hemos hablado del concepto de la «obediencia» de los niños, y del autoritarismo en ciertos círculos cristianos. Para completar el tema, deseo ahora compartir unas ideas acerca de la autoridad de las padres, y las formas de ejercer la autoridad paterna.

Estoy convencido de que como padres, tenemos el derecho y el deber de ejercer autoridad; de «tomar la delantera» en la familia. Los padres tenemos mayores conocimientos, mayor experiencia y madurez que los niños, y por tanto las mayores capacidades para hacer decisiones acertadas y sensatas. Esta diferencia de capacidades es muy obvia mientras que los niños son pequeños, y sigue vigente por lo menos hasta la adolescencia.
Por eso no estoy a favor de una educación anti-autoritaria que permite hacer a los niños todo lo que quieren, o que les da igual voz y voto como a los padres en todas las decisiones de la familia. Hay buenas razones para dar a la opinión de los padres un peso mayor que a la opinión de los niños, cuando se trata de decisiones que afectan a la familia entera.

Por el otro lado, es una pregunta muy diferente cómo se debe ejercer esta autoridad paterna. Hay todavía una gran diferencia entre «ejercer autoridad» y «ser autoritario». En el artículo acerca de la obediencia mencioné cierta corriente de libros sobre educación, de autores con trasfondo cristiano, que promueven un concepto extremista de la autoridad y de la obediencia.

Por ejemplo, un autor de esta corriente instruye a los padres a «entrenar» a sus niños, desde la edad de gatear, a obedecer órdenes arbitrarias; y que los padres castiguen físicamente a los pequeñitos si no hacen caso inmediatamente. Relata como él llama repetidamente a su pequeñita: «Ven donde papá.» Inicialmente, eso es un juego. Pero después, deliberadamente la llama mientras ella está muy concentrada con su juguete favorito; y la castiga si no viene inmediatamente. Dice literalmente: «Sé que algunas personas piensan que fui cruel al haberlo hecho.»
– Sí, eso pienso yo también. La Biblia dice: «Padres, no provoquen a sus niños, para que no se desanimen» (Colosenses 3:21). Lo que hizo ese padre, fue provocar a sus hijos. Y el concepto bíblico de «obediencia» no es uno de obediencia incondicional. Esa clase de obediencia «inmediata» y «sin cuestionar», la debemos únicamente a Dios, porque sólo él es infalible y digno de nuestra confianza ilimitada. Y aun Dios mismo no exige «obediencia» en algo de lo que no somos capaces.

En libros de esa corriente podemos frecuentemente encontrar comparaciones entre la educación de niños y el entrenamiento de un animal doméstico, por ejemplo un perro o un buey. Con eso delatan la influencia de ideas no bíblicas. La Biblia no dice en ninguna parte que habría que tratar a los niños como animales. Quien dice eso, es la psicología y pedagogía conductista. El conductismo efectivamente se basa en experimentos con animales; y desde allí enseña que igual como a los animales, se pueda y deba también «acondicionar» a los niños para que hagan lo que uno quiere, «reforzando» el comportamiento deseado con incentivos positivos y recompensas, y «extinguiendo» el comportamiento no deseado con castigos.
Pero ¡los niños no son animales! Los niños tienen la capacidad de razonar, de hacer decisiones, de ser creativos y de tener ideas propias. Y quien reclama un trasfondo cristiano, debería reconocer que cada niño tiene su dignidad propia, por ser creado en la imagen de Dios. Jesús dijo una de sus palabras más fuertes, no contra los niños desobedientes, pero contra los adultos que hacen daño a los niños: «Y cualquiera que haga tropezar a uno de estos pequeños que creen en mí, mejor le fuera que se le colgase al cuello una piedra de molino de asno, y que se le hundiese en lo profundo del mar.» (Mateo 18:6)
(Nota aparte: La pedagogía de la confianza también hace comparaciones con animales. Pero lo hace desde una perspectiva completamente diferente: toma como ejemplos el trato de unos animales con sus propias crías; o sea dentro de su misma especie. Esa comparación es más apropiada para el trato de padres humanos con sus hijos. Solamente habría que tomar en cuenta que la naturaleza es «caída», que tiene ahora también su parte en comportamientos crueles, y que por tanto no todo lo que observamos en la naturaleza, puede ser una medida de lo que es «bueno».)

Algunos de estos libros se esfuerzan por equilibrar estas nociones autoritarias con el concepto del amor, y enfatizan que nuestra relación con los hijos debe ser fundamentalmente una relación de amor. Esto es bueno y correcto; pero no enmienda el problema de una autoridad excesiva. Es que en las ocasiones donde el niño no hace caso a las exigencias arbitrarias de los padres, se imponen «acciones disciplinarias» que contradicen el amor. Así se transmite un concepto de «amor condicional» – quizás no en palabras, pero con los hechos: «Te amo … si haces todo lo que yo quiero.» Así, el amor paterno ya no es un regalo; ya no es un compromiso firme; ya no es un fundamento seguro de confianza. Los hijos se quedan en una inseguridad constante de si realmente han hecho lo suficiente para «merecer» el amor de sus padres.
Si tomamos en cuenta que según el diseño de Dios, los padres son «reflejos de Dios» ante sus hijos, ¿qué imagen de Dios transmite un tal amor condicional? Un «Dios» que es difícil de satisfacer; un «Dios» cuyo amor nos falla justo en el momento cuando más lo necesitamos. Para un niño educado de esta manera, será muy difícil más adelante confiar en el Dios verdadero quien se sacrificó a Sí mismo para salvarnos. Será difícil que llegue a una experiencia de la gracia de Dios, y una seguridad de su salvación.

Al examinar las enseñanzas del autoritarismo, hemos distinguido entre autoridad posicional y autoridad relacional. ¿De cuál de estas clases es la autoridad paterna?
Ciertamente no es una autoridad posicional. No existe ninguna instancia superior en la sociedad que tuviera que «autorizar» o «delegar» a los padres para que tengan autoridad sobre sus hijos. Tampoco existe algún procedimiento institucional que pudiera «promover» a ciertas personas a una «posición» de padres, y negar esta posición a otros.
(Algunas ideologías modernas sostienen que el gobierno estatal otorga autoridad a los padres. Pero al seguir esas ideas, efectivamente se destruirán las familias. Ningún gobierno tiene el poder de crear familias. Entonces, si el estado promulga leyes acerca de la autoridad paterna, no se trata de algo que el estado pudiera «otorgar» a los padres. La legislación simplemente reconoce un hecho – la familia – que existe ya antes de toda legislación.)
En una familia sana, los padres tienen autoridad relacional resp. moral, por su ejemplo y su buen trato con los niños, de manera que los niños reconocen esta autoridad. Es de desear que todas las familias funcionen de esta manera.
Pero aun en familias donde eso no es el caso, la autoridad paterna no está completamente anulada. Por tanto, propongo introducir un tercer concepto de autoridad: la autoridad natural. La familia no es una quot;institución» en el sentido de que tenga que regirse por organigramas y estatutos, y que uno pueda afiliarse y desafiliarse de ella. Mas bien, la familia es un organismo natural. Es el ambiente al que pertenece cada ser humano por naturaleza, por nacimiento. Por tanto, los padres tienen autoridad sobre sus hijos por naturaleza, porque los hijos nacieron de ellos y son dependientes de ellos. Y los niños por naturaleza están conscientes de ello. Un niño no necesita legislaciones ni medidas de fuerza, para saber que sus padres tienen autoridad sobre él. (En un artículo posterior trataremos de las situaciones donde los niños parecen cuestionar la autoridad de sus padres.)

Una consecuencia de lo dicho es que un niño no necesita ningún entrenamiento para «reconocer la autoridad de sus padres». Los niños pueden necesitar «entrenamiento» para muchas cosas, en preparación para la vida: para ser responsables en sus quehaceres en la casa; para evitar peligros; para resolver conflictos; para estar dispuestos a compartir con otros y ayudar a otros; para sujetarse a un horario y cumplir compromisos; etc. Pero no necesitan ningún entrenamiento de obedecer a órdenes arbitrarias, con el único fin de demostrar «sumisión» bajo la autoridad de sus padres. Al contrario, una tal clase de entrenamiento destruye la personalidad de los niños. Además es contraproducente: Muchos de estos niños «provocados» y «desanimados», más tarde tienden a rebelarse contra la autoridad y las convicciones de sus padres.


Hablando ahora de cómo ejercer la autoridad paterna en la práctica, eso es tema de muchos libros, y existen muchas opiniones diferentes. Me limitaré a unas pocas ideas:

– Recomiendo estructurar nuestras exigencias en forma de reglas fijas o «leyes de la casa». Los niños son «provocados» o «desanimados» cuando les exigimos hacer caso a órdenes arbitrarias, caprichosas e impredecibles. En lugar de eso, fijemos unas reglas claras acerca de las responsabilidades de cada uno en los quehaceres de la casa; acerca de la conducta unos con otros; acerca de lo que sucederá si alguien rompe las reglas; etc. Eso da a los niños un marco seguro donde pueden saber qué es lo que esperamos de ellos.
Con eso seguimos el ejemplo de Dios quien dio a su pueblo unos mandamientos y leyes claramente definidos. Dios no es caprichoso en las órdenes que él nos da.
Entonces apliquemos la norma que rige también en la justicia secular: «Nadie puede ser castigado por algo que la ley no prohíbe.» – Y por supuesto que las reglas de conducta valen para los padres también.

– Por otro lado, las «leyes de la casa» no son mandamientos inconmovibles. Mientras que los niños son pequeños, los padres tendrán que establecer las reglas. Pero a medida que crecen, los niños deben ser involucrados en establecer o modificar las reglas. No nos neguemos a dialogar con ellos y a tomar en cuenta sus opiniones. Y si decidimos insistir en una regla determinada, estemos siempre dispuestos a explicar nuestras razones. Si no tenemos buenas razones para establecer una regla, probablemente la regla es innecesaria.

– No debemos prohibir expresiones legítimas de emociones, tales como llorar, gritar de dolor, o reírse a voz alta si algo es chistoso. Las emociones son importantes como indicadores y reguladores de nuestra salud psicológica; y reprimirlas nos hace daño. Lea por ejemplo cómo la gente en los tiempos bíblicos
expresaba su tristeza: No era suficiente con llorar; «rasgaron sus vestidos», o «se sentaron en cilicio y ceniza», o se quedaron ayunando varios días.
Lo que sí hay que enseñar a los niños, es distinguir entre expresiones apropiadas y no apropiadas de emociones. Por ejemplo, protestar o zapatear pueden ser expresiones legítimas de la ira. Pero el agredir a otras personas, o destruir cosas de otras personas, serían expresiones inapropiadas.

– Se debe dar lugar a las diferencias individuales entre los niños. «Porque el cuerpo no es un solo miembro, sino muchos. Si dijera el pie: «Porque no soy mano, no pertenezco al cuerpo», ¿acaso por eso no pertenece al cuerpo? Y si dijera el oído: «Porque no soy ojo, no pertenezco al cuerpo», ¿acaso por eso no pertenece al cuerpo? Si el cuerpo entero fuera ojo, ¿dónde estaría el oído? Si el entero fuera oído, ¿dónde estaría el olfato? Pero ahora Dios puso [para él] los miembros, cada uno de ellos en el cuerpo como quiso.» (1 Corintios 12:14-18) Ayudemos a cada niño a descubrir y desarrollar sus inclinaciones y talentos particulares. Ayudemos a cada uno a manejar los puntos fuertes y las debilidades de su carácter particular.
Al revisar algunos de los libros sobre educación que actualmente están de moda entre evangélicos conservadores, me llamó la atención que ninguno de ellos menciona la individualidad de cada niño, y el trato individual de Dios con cada niño. No hablan de animar a los niños a que busquen a Dios personalmente. No hablan de ayudarles a evaluar bíblicamente lo que uno les enseña, o de ejercer alguna otra forma de discernimiento. No hablan de ayudarles a formarse una opinión propia de un asunto, y defenderla. No hablan de ayudarles a desarrollar sus dones y talentos personales. No hablan de ayudarles a descubrir el llamado personal de Dios para sus vidas. Pero todo eso son aspectos importantes de un ejercicio sano de la autoridad que Dios nos ha dado, «para edificación y no para destrucción» (2 Corintios 10:8, 13:10). Ejercer autoridad buena significa contribuir a la edificación personal de cada uno, no presionar a todos dentro de un mismo molde.

– Al inicio hemos mencionado que los aspectos obvios de la autoridad paterna siguen vigentes «por lo menos hasta la adolescencia». Hay que entender que con la adolescencia ocurre un cambio fundamental en las relaciones entre padres e hijos. La adolescencia es una transición hacia la independencia. Las ventajas «naturales» de los padres disminuyen y empiezan a desaparecer. Tanto más importante es que los padres de hijos adolescentes tengan autoridad relacional y moral: una relación de confianza; integridad personal; sabiduría auténtica; etc.
Por eso, diversas culturas conocen ciertos ritos de transición al inicio de la adolescencia. En la cultura judía, eso se expresa en la ceremonia del «Bar Mitzwa» (a los 13 años para los muchachos, y a los 12 para las muchachas). La Biblia no la menciona explícitamente, pero se practicaba ya en los tiempos de Jesús. (Es el trasfondo para entender la historia de Jesús en el templo a sus 12 años, Lucas 2:41-52.) En esta ceremonia, el muchacho tiene que demostrar su conocimiento de los mandamientos de Dios, en una especie de examen. Después se le declara que a partir de ese momento, él mismo (y ya no sus padres) es plenamente responsable ante Dios por sus decisiones y actos. A partir de ahora, en muchos aspectos se le considera como mayor de edad.
Con eso viene también un cambio en la manera cómo se entiende la autoridad de los padres. Cuando los hijos llegan a la adolescencia, los padres dejan de ser sus guías absolutos, y pasan a ser consejeros y amigos mayores, respetados (cuando las cosas andan bien), pero ya no en la posición de demandar obediencia en cada caso.
Es por eso que por ejemplo el conocido psicólogo cristiano Dr.James Dobson – ¡a pesar de sus propias inclinaciones hacia el conductismo! – opina que el hijo pródigo en la parábola (Lucas 15:11-24) debe haber sido un adolescente; y que el padre hizo lo correcto en dejarlo ir. El hijo adolescente tenía el derecho de hacer sus propias decisiones y llevarlas a cabo; pero tenía también el deber de asumir las consecuencias de una decisión errada.

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Un peligro para el movimiento de la educación en casa

Corrientes autoritarias y abusivas en el movimiento de la educación en casa

Durante varias décadas, el movimiento de la educación en casa en Estados Unidos ha disfrutado de muchas libertades. Tiene ahora bastante prestigio ante la sociedad y ante las instituciones y autoridades del sistema escolar y universitario, debido a sus éxitos en el rendimiento académico y la madurez emocional y social de la mayoría de los estudiantes educados en casa. Diversas investigaciones profesionales testifican de estos éxitos.

Sin embargo, durante los últimos años han aumentado también las críticas contra la educación en casa en aquel país. Eso se debe en gran parte a unos escándalos de maltrato infantil y abuso sexual dentro de algunas familias educadoras. Salieron a la luz un número considerable de testimonios de hijos de tales familias, ahora adultos, quienes relatan cómo en sus familias se cultivaba una «cultura del encubrimiento» respecto a esos delitos. En su mayoría se trata de familias que se identifican como cristianas, pero practican una forma aberrante, muy autoritaria del cristianismo. Tristemente, eso ha hecho que muchos de sus hijos rechazaran no solamente el ambiente autoritario de su familia, sino la fe cristiana en general, como se puede notar en diversos artículos y comentarios en internet.

Se enseña también un concepto extremista de «obediencia» y «sumisión»: una obediencia inmediata, sin cuestionar, sin tomar en cuenta si una orden es irrazonable, moralmente mala, o dañina. (Vea el artículo anterior.) Aun peor es cuando ese concepto errado de «obediencia» se lleva a la esfera de las relaciones entre personas adultas; por ejemplo entre los miembros de una iglesia y sus líderes; en contradicción contra Hechos 5:29: «Hay que obedecer a Dios más que a los hombres».
Los casos de maltrato y abuso sexual que fueron conocidos en los EEUU, tienen una característica particularmente escandalosa en común: Las víctimas y sus familiares, amigos, y líderes religiosos hicieron todo lo posible para encubrir los abusos, y para evitar que el culpable tuviera que asumir las consecuencias de sus actos. Es que el autoritarismo enseña también que «nunca debes hablar mal de tus autoridades» (donde «autoridades» incluye también padres, líderes de iglesias, y otros). Así que en esos círculos, los hijos nunca se atreverían a hablar de un delito cometido por sus padres, una esposa de su esposo, o un miembro de una iglesia respecto a un líder en la iglesia. Si pusieran una denuncia o siquiera hablasen con alguien más, se sentirían culpables ante Dios por «haber hablado mal de una autoridad».
Este es un terrible abuso del nombre de Dios y de la Biblia. Dios manda que los pecados y delitos deben exponerse y confrontarse (Ef.4:11); y es irrelevante si el culpable es a la vez una «autoridad» de alguna clase. Sin embargo, parece que un segmento considerable de quienes se identifican como «cristianos», creen en esas doctrinas aberrantes, de que ellos serían obligados a encubrir los pecados y delitos de quienes llaman «autoridades».
Los documentos enlazados al final de este artículo proveen un poco más de trasfondo acerca de este tema.

Este es entonces el trasfondo ideológico detrás de muchos de los casos deplorables, dentro de una corriente marginal, pero que actualmente amenaza con desprestigiar el movimiento de la educación en casa en los EEUU. Observo con mucha preocupación, que esta misma corriente está ganando terreno también en América Latina. Si eso se extiende más, pronto tendremos los mismos escándalos como en los EEUU. Y eso a su vez podrá causar que los representantes del gobierno y de los sistemas escolares, que actualmente proveen bastante apertura para la educación en casa, podrían cambiar su opinión y podrían empezar a restringir, o incluso prohibir, la educación en casa.

Por supuesto que el mismo autoritarismo existe también en los sistemas escolares. América Latina, por su trasfondo histórico y cultural colonial, es particularmente influenciada por el autoritarismo; de manera que muchos lo consideran «normal», en todas las esferas de la sociedad, y ni siquiera están conscientes de que tienen una mentalidad autoritaria. Pueden incluso mostrarse preocupados porque «en la sociedad ya no se respeta la autoridad». (Eso puede ser cierto para la cultura europea y norteamericana. Pero todavía no he visto eso en América Latina.)
Al contrario, un problema mucho mayor es que mucha gente está demasiado dispuesta a someterse bajo autoridades falsas y corruptas. El famoso experimento de Stanley Milgram demostró que entre 60 a 70% de la población están dispuestos a maltratar, torturar, hasta poner en peligro de muerte a sus prójimos, si una «autoridad» se lo ordena – únicamente con órdenes verbales, sin que la autoridad tenga alguna medida de presión a su disposición. Y un problema complementario, no menor, de la sociedad actual es el abuso de poder por parte de las autoridades.

La Homeschool Legal Defense Association (HSLDA) es una organización estadounidense bastante conocida, que provee apoyo legal a familias educadoras. Esta organización tiene bastante cercanía con las corrientes autoritarias arriba descritas. Sin embargo, incluso el fundador y presidente de esa organización, Michael Farris, se vio obligado a pronunciarse respecto a los excesos que salieron a la luz en los últimos años:

«Algunos jóvenes que fueron educados en hogares patriarcales y/o legalistas están ahora contando sus historias. Por sus historias me he enterado de que las enseñanzas de esos hombres están siendo aplicadas de maneras que son claramente faltos de sabiduría y dañinas desde cualquier punto de vista razonable, sea cristiano o secular. La gente está siendo herida.»
«En la vista de esos escándalos recientes, creo que es ahora tiempo de pronunciarnos – no acerca de los pecados individuales de esos hombres, pero acerca de sus enseñanzas. Sus pecados han dañado las vidas de sus víctimas, y deben investigarse por quienes tienen la autoridad legal y espiritual apropiada; pero sus enseñanzas siguen amenazando la libertad e integridad del movimiento de la educación en casa. Es por eso que HSLDA tiene que ponerse de pie y pronunciarse.»
«Francamente, deberíamos habernos pronunciado más antes. Cuánto más antes, es difícil de decir. Hay una diferencia sutil entre enseñanzas con las que simplemente no estamos de acuerdo, y enseñanzas que son realmente peligrosas.»
«Como un líder de la educación en casa por 30 años, y canciller del Colegio (Universidad) Patrick Henry, he entrado en contacto con muchos jóvenes que fueron educados en hogares patriarcales o legalistas. Casi ninguno de ellos sigue estas filosofías hoy en día. Algunos rechazaron el cristianismo por completo. Con todo, si fueron criados con una idea equivocada de Dios, no debe sorprender a nadie cuando ellos se van – están rechazando algo que no es el Dios de la Biblia. Pero aquellos que siguen siendo cristianos, en su mayoría, rechazaron los puntos de vista extremos de su niñez, y asumieron un punto de vista más equilibrado.»
«En este sentido, el legalismo sucede cuando alguien eleva su punto de vista personal de lo que es una conducta sabia, a un nivel donde reclama que las opiniones propias de esa persona son los mandamientos universales de Dios. Debemos tener sospechas acerca de maestros que pretenden hablar por Dios acerca de asuntos [que dependen] de opiniones personales.»

Michael Farris, «A Line in the Sand» (Una línea en la arena), Circular para los miembros de HSLDA, agosto de 2014

Hasta donde veo, la mayoría de las familias educadoras decidieron educar en casa, porque llegaron a la convicción de que eso es lo mejor para sus hijos; sea desde el punto de vista psicológico, académico, ético, o religioso. Pero en las corrientes autoritarias hay una motivación adicional, que a menudo opaca y anula la preocupación por el bienestar de los niños: el deseo de producir más «soldados» para el «ejército» propio. El autoritarismo no respeta la autonomía de cada familia en cuanto a la educación de sus hijos. Prescribe a los padres cómo deben tratar con sus hijos, y a qué «principios» deben someterlos; no a manera de simples consejos, sino como órdenes no-opcionales; ya que según las enseñanzas del autoritarismo, también los padres de familia deben «sumisión» y «obediencia» hacia sus «superiores». A menudo, esos «superiores» son líderes eclesiásticos que difunden las doctrinas autoritarias, porque eso beneficia su propia posición de poder. De esta manera, las familias educadoras son instrumentalizadas para aumentar el poder y la influencia de un líder en particular.

Quiero aclarar en este momento que no tengo nada en contra de la autoridad paterna en sí. En una familia funcional, los niños por sí mismos respetarán esa autoridad, a base de una relación de confianza, y porque reciben muestras del amor, de la sabiduría, justicia, provisión y protección de sus padres. Es legítimo que los padres ejerzan autoridad, por tener mayor experiencia y madurez que los niños. Pero que lo hagan en amor e integridad, velando primeramente por el bienestar de los niños, y respetando que Dios tiene un diseño individual para cada niño, que solamente el niño mismo puede descubrir. La autoridad paterna no es para presionar a los niños dentro de un molde prediseñado por el padre o por algún «superior», ni para «someterlos» bajo un principio teorético de autoridad.

Siempre existirán diferencias entre una familia y otra. Unos enfatizarán más la autoridad; otros más la libertad y el respeto mutuo. Es legítimo que exista esta diversidad; que cada familia elija el estilo de educación que encaja mejor con su situación particular.

Pero no es legítimo interpretar el concepto de «autoridad» de una manera que justifica abusos, maltratos, y el encubrimiento de delitos.

Y no es legítimo que unos líderes, maestros o escritores se aprovechen de la afiliación religiosa de muchas familias educadoras, para propagar un modelo autoritario como si fuera el único compatible con dicha afiliación religiosa. (Respecto a la validez de alternativas, vea «Educadores alternativos aplicando principios bíblicos«.)
En el pasado, la gran mayoría de los líderes evangélicos que conocí, estaban muy en contra de la educación en casa. (Probablemente no estaban conformes con la gran autonomía de las familias individuales, que la educación en casa promueve.) Pero ahora, unos pastores parecen haber descubierto los modelos autoritarios de la educación en casa, los cuales permiten a los pastores controlar y dirigir directamente lo que las familias hacen en casa, aun más de lo que podrían hacerlo en el caso de una escuela eclesiástica.

Así que hay que ejercer discernimiento también respecto a los grupos de apoyo para familias educadoras. Por un lado, es legítimo que se formen grupos con inclinaciones pedagógicas o religiosas particulares, ya que una razón importante por educar en casa es el derecho de educar a los niños de acuerdo a los valores y convicciones propias de cada familia. Solamente que esos grupos deberían declarar su inclinación abiertamente; por ejemplo: «Somos un grupo que promueve el método Charlotte Mason» (o cualquier otro). – O: «Somos un grupo de cristianos evangélicos.» – O: «Somos un grupo que promueve un estilo de vida vegano.» – O lo que sea.
Por el otro lado, hay que tener cuidado con aquellos grupos que pretenden ser grupos de apoyo entre familias, pero que en realidad son «anexos» de alguna otra organización que está detrás, por ejemplo una escuela a distancia, o una iglesia. En este caso hay una gran probabilidad de que las familias miembros sean sutilmente instrumentalizadas para avanzar los propósitos económicos, religiosos, o ideológicos de la organización que está detrás. Cuando es una escuela o una iglesia que «dirige» a las familias, se desvirtúa la idea fundamental de que los padres son los encargados de educar a sus hijos. Un grupo genuino de apoyo para familias es uno que es gestionado por las mismas familias, y que cuenta con mecanismos internos para asegurar que se elijan como «dirigentes» a familias educadoras con experiencia, y que respeten la autonomía de cada familia, dentro del marco de la inclinación particular del grupo que se ha declarado abiertamente.

Investigando, descubrí que por el lado evangélico, fue mayormente un único hombre de tremenda influencia (y sus seguidores), quien jaló a muchos evangélicos hacia el lado del autoritarismo. Por eso, dos de los tres documentos enlazados abajo se refieren específicamente a sus enseñanzas y prácticas; y los tres documentos se enfocan principalmente en la situación y teología de las iglesias evangélicas. Sin embargo, sé por experiencia que las enseñanzas y prácticas descritas en estos documentos, son representativas de prácticamente todas las corrientes autoritarias y abusivas. – No estoy bien informado acerca de la situación por el lado católico; pero la jerarquía católica romana tiene una larga historia de exigir «sumisión» y de reclamar infalibilidad, así que no me sorprendería si esas mismas corrientes se encontraran también en diversas organizaciones católicas.

Una señal del autoritarismo es que los líderes autoritarios no toleran ningún desacuerdo con sus enseñanzas y prácticas. A menudo siguen a algún líder o maestro, a una organización, o a unos «principios», con una lealtad esclavizante que bordea a idolatría. Cuando se trata de líderes evangélicos, eso debería denunciarse como una desviación de su propia fe. Es que todas las denominaciones evangélicas afirman, por lo menos en teoría, que las Sagradas Escrituras son la máxima autoridad sobre la enseñanza y práctica cristiana. En consecuencia, todo maestro o líder que pretende ser evangélico, debe estar dispuesto a ser evaluado a la luz de la Biblia. Si no está dispuesto a una discusión abierta, basada en la Biblia, acerca de lo que enseña y practica, entonces no es un evangélico genuino; es un seguidor del autoritarismo.

Documentación:

Firmes en la libertad con la que Cristo nos hizo libres. Un análisis bíblico y pastoral de las enseñanzas del autoritarismo.

¿Principios bíblicos? Artículos que examinan las enseñanzas típicas de una corriente representativa del autoritarismo.

Estrategias de un manipulador. Testimonios de personas que experimentaron por experiencia propia las artimañas astutas de un líder autoritario y manipulador.

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PS: Unas notas acerca de la sección de comentarios:
1. Si alguien desea enviar una pregunta o consulta muy personal acerca de sus experiencias con el autoritarismo, respetaré la privacidad de la persona y no publicaré el comentario, excepto si la persona misma lo pide explícitamente.
2. No podré entrar en correspondencia acerca de los artículos en los últimos dos documentos enlazados, ya que no son de mi autoría.
3. No admitiré comentarios contenciosos en defensa del autoritarismo. Quien desea eso, que por favor lleve su contienda a los sitios web indicados como fuentes en los últimos dos documentos enlazados; esos sitios son administrados por personas especializadas en los asuntos.

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Pedagogía de la confianza (3)

Parte 3: La «intervención Join-Up»

Esta es la tercera parte de un artículo acerca de la «pedagogía de la confianza», un modelo pedagógico propuesto por el educador suizo Heinz Etter. En la primera parte describí sus principios, y en la segunda parte unas aplicaciones prácticas. Su concepto fundamental es que según el diseño de Dios, las relaciones entre padres e hijos se basan en la confianza mutua, y los niños tienen un deseo natural de someterse a sus padres.
Entonces, si en una familia hay enemistades y «luchas por el poder» entre padres e hijos, y los hijos están en un «modo de resistencia» contra los padres, eso señala que el fundamento de la confianza está ausente. En este caso, los buenos consejos de la pedagogía de la confianza no funcionarán bien. Los padres se sentirán tentados a recurrir a los métodos de las «pedagogías de la desconfianza»: La manipulación, las presiones, amenazas y castigos, o recompensas según un plan sistemático (como en la pedagogía conductista); o la renuncia a la autoridad, quizás de manera resignada: «¡Pues hagan lo que quieren!»
Pero la pedagogía de la confianza nos anima a hacer un esfuerzo para volver a ganar la confianza y la colaboración aun de aquellos niños que se encuentran en un «modo de resistencia». Eso es lo que Etter llama «la intervención Join-Up».

¿Realmente lo deseas?

Esta es la primera pregunta que hay que hacerse en esta situación. ¿Realmente deseas vivir en una relación de confianza mutua con tus hijos (o como profesor(a) con tus alumnos)?

Etter escribe al respecto:

Muchas personas, en lo profundo de su corazón no desean ninguna relación Join-Up con los niños. Están cargados con una necesidad nefasta de ejercer poder, y de mantener el control sobre todas las situaciones. Eso puede tener diversas razones. Para muchas personas inseguras, ejercer poder es la única manera que conocen de escapar de su aislamiento. Muchas personas no creen que exista algo como una relación Join-Up entre personas, ni entre humanos y animales, y tampoco entre humanos y Dios.
Experimentar el Join-Up con un caballo podría quizás ser un incentivo para cambiar de opinión.»

«El principio del Join-Up no es ningún truco para lograr que los niños te hagan caso. Uno podría quizás abusarlo para este propósito; pero entonces se convertiría en una forma de psicoterror que amenaza a los niños con privarlos del amor, les quita toda la seguridad en su relación contigo, y así estropea su desarrollo.
Es una gran ayuda experimentar el principio del Join-Up primero con un caballo, porque según nuestra experiencia, un caballo nunca seguiría voluntariamente a alguien que no merece su confianza, o solamente desde una distancia de dos metros.
Un verdadero Join-Up con los niños sucede solamente donde hay confianza. No se puede forzar; igual como no puedes forzar a nadie a amarte.»

Con un niño «difícil», es natural que nos preguntemos primero: «¿Qué puedo hacer para que este niño cambie?» – Pero la pedagogía de la confianza nos anima a hacer primero un trabajo en nuestra propia persona. Quizás soy yo quien tengo que cambiar, antes que pueda esperar un cambio en el niño.

La Intervención «Join-Up», Paso 1:
Independízate emocionalmente de tus niños; deja de «necesitarlos».

Ya hemos visto este principio en los artículos anteriores: El que necesita al otro, es el que debe someterse. Si nosotros «necesitamos» que el niño se sienta contento, que el niño apruebe nuestras acciones, que el niño tenga éxito, que el niño no sufra, etc. – entonces no tenemos autoridad para guiarlo. Entonces, el primer paso consiste en recuperar nuestra independencia emocional.

Etter dice acerca de este punto:

«Si usted quiere liberarse de esta dependencia, o ni siquiera caer en ella, estará en las mejores condiciones si vive en una relación cariñosa de amor con su esposo/a. (…) Si usted es madre soltera (o padre soltero), cultive unas amistades cercanas. Aun si piensa que los niños no le dejan tiempo para eso, en este caso lo necesitará aun más.»

De hecho, cuando nuestra necesidad de afecto, cariño, consuelo y apoyo emocional se satisface en la relación matrimonial, estamos menos en peligro de esperar que los niños llenen nuestro vacío emocional.
Pero como cristianos podemos saber que tenemos un apoyo aun mucho más grande en Dios mismo. «Venid a mí todos los que estáis trabajados y cargados, y yo os haré descansar», dijo Jesús (Mateo 11:28). Y también: «Cualquiera que bebiere de esta agua, volverá a tener sed; mas el que bebiere del agua que yo le daré, no tendrá sed jamás; sino que el agua que yo le daré, será en él una fuente de agua que salte para vida eterna.» (Juan 4:13-14). – En la comunión personal con el Señor mismo podemos recibir todo el ánimo y apoyo que necesitamos, especialmente para las situaciones conflictivas con los niños.

Y es que nuestra independencia emocional es esencial para poder aguantar los conflictos con los niños. También necesitamos estabilidad emocional para poder cambiar nuestra propia actitud y nuestra manera de actuar.

La Intervención «Join-Up», Paso 2:
Aléjate un poco de un niño que está en el «modo de resistencia», hasta que una conversación pacífica sea posible.

Voy a citar directamente los consejos de Etter para este paso:

«Mantenga un poco de distancia hacia un niño que no quiere someterse. Hágalo sentir que usted lo ama, pero que no tolera su comportamiento y que usted desea un cambio. No luche, no riña, no amenace. Simplemente diga: ‘Tenemos que conversar.’ Usted decide acerca del momento y del lugar de la conversación; y usted determina el tono que se usa al hablar.

‘No riña al niño’: ¿por qué es eso tan importante? – Esta forma amenazante y acusadora de hablar, pone en peligro la intervención Join-Up. Le animo a confiar en lo que digo: El éxito de su intervención corre peligro si usted empieza a reñir al niño. (…)

El que define y mantiene el tono de la conversación, es superior en la jerarquía.
El que define el comienzo y el fin de la conversación, es superior en la jerarquía.

Si usted desea llegar a una relación Join-Up con un niño, entonces no intente influenciar al niño, hacer acuerdos, etc, mientras la jerarquía todavía no está como debe ser.»

Los caballos no tienen manos

El siguiente pasaje puede ilustrar un poco más la idea de «alejarse» y «mantener cierta distancia»:

«¿Cómo logran los caballos una jerarquía de dignidad igual para todos? Creo que para ellos es mucho más fácil que para nosotros porque no tienen manos. Por eso están libres de la tentación de forzar a otro caballo a seguirles. Los caballos pueden alejar a otros caballos de sí, pero no pueden obligar a ningún caballo a ir por un camino determinado.
Nuestras manos, tan maravillosas como son, nos han seducido a hacer algo que nos causa muchos problemas en nuestro trato entre humanos. Piensa cuántas veces dijiste a un niño: ‘¡Ven acá!’, y esperaste que venga, y si no venía lo reñiste (lo trataste como enemigo). Si lo presionas, el niño probablemente recordará situaciones cuando sus padres lo cargaron para llevarlo a la fuerza a algún lugar.
(…) Cada vez que obligas a un niño a que se acerque a ti, actúas en contra de nuestro ‘sistema operativo’ como humanos. Nuestra cultura ha desplazado nuestro comportamiento natural de tal manera que ya no estamos conscientes de ello. Y quizás la regla tiene unas excepciones. Pero la pedagogía de la confianza saca conclusiones útiles de este descubrimiento. Verás como cambiará tu vida como educador(a) cuando comiences a fijarte en eso.

Jesús tampoco forzó a nadie a seguirle. Nunca obligó a alguien a estar cerca de él. ¡Al contrario!
‘Los zorros tienen guaridas y las aves del cielo tienen nidos; pero el Hijo del Hombre no tiene donde recostar su cabeza.’ (Lucas 9:58) – O sea: ‘Piénsalo bien si realmente quieres seguirme.’ – En una ocasión Jesús se enojó con Pedro porque Pedro le había hablado con los pensamientos de satanás. Entonces alejó a Pedro de sí.
Jesús tenía todo el poder, y él sabía cuan importante hubiera sido para los hombres, hacerle caso. Pero aun así se limitó a invitarles.

Como educadores, queremos entonces formular nuestra exigencia básica de la siguiente manera:

‘Yo no puedo ni quiero forzarte a escucharme o a seguirme aquí y ahora. Pero si quieres estar aquí, en mi esfera de influencia inmediata, entonces tienes que hacer caso a las reglas.’

– ‘No puedo simplemente mandar afuera a todos los niños que no quieren obedecerme’, dirás. Ten un poco de paciencia. Claro que no lo decimos tan tajantemente; pero eso es aproximadamente lo que un caballo ‘dice’ a un potro que quebranta las reglas. La idea es, que brindes la mayor parte de tu energía, de tu incentivo y de tu creatividad a aquellos niños que están en una relación Join-Up contigo; y que ya no intentes forzar bajo tu mando a aquellos que por alguna razón se encuentran en el ‘modo de resistencia’. Sigue tratándolos con respeto, pero mantenlos a cierta distancia, y verás unas maravillas.»

Me parece importante entender que eso de «mantener una distancia» no significa negarle el amor a un niño. No rechazamos al niño; seguimos tratándolo con amor y respeto; pero le hacemos entender que por causa de su comportamiento, por ahora no podemos hacer ciertas cosas con él o para él.
Esto puede significar que dejemos de hacer ciertas cosas por el niño, mientras los asuntos no están aclaradas y mientras no se haya llegado a un acuerdo. Por ejemplo: «Mientras tú sigues dejando tu cuarto en desorden, no lo voy a limpiar.» O: «Mientras sigues descuidando tu ropa de esta manera, no la voy a lavar ni remendar.» (Por supuesto que estas condiciones tienen que ser de acuerdo a la edad y las capacidades del niño; pero no subestimemos sus capacidades.)

La Intervención «Join-Up», Paso 3:
Aclara las cosas en una conversación objetiva, donde tú defines el tono. Lleguen a un acuerdo mutuo.

Aquí se trata primeramente de esperar el momento apropiado:

«Según las circunstancias, puede durar bastante tiempo hasta que un niño esté listo para una tal conversación. Es necesario que el niño acepte el lugar, el tiempo, y el tono de conversación que usted define. Eso es una señal de que reconoce la autoridad de usted. – Pero según nuestras experiencias, raramente durará más que unos cuantos días.»

No solamente es necesario que el niño esté dispuesto a conversar. También hay que hacerle entender que nosotros mismos deseamos cambiar la forma como nos tratamos mutuamente; que no se trata de que «nosotros ganemos la lucha», sino que se llegue a un acuerdo mutuo en paz. (¡Y eso funcionará solamente si eso es nuestra intención verdadera y sincera!) Por eso dice Etter:

«Por mientras, evite toda acción que lo haga dificíl para el niño someterse. No se sorprenda si el niño intenta provocar una pelea, para que vuestra relación continúe según las mismas reglas como antes – las reglas acostumbradas, en las que el niño se siente fuerte. No le haga caso; ignore toda provocación, hasta donde sea posible. Tampoco empiece a discutir acerca de otros asuntos. Evite toda comunicación más allá de lo necesario. Hable de manera decidida, pero amable. Concéntrese enteramente en la conversación que debe tener lugar.»

Entonces, cuando llega el momento, explica al niño qué es lo que te molesta en su comportamiento, y por qué. Concéntrate en los puntos más importantes. Aclara que tú también deseas ayudar al niño para que le sea más fácil cambiar en estos aspectos. Reconoce tu propia parte de la responsabilidad por los conflictos. Aquí puede también ser el lugar de pedir perdón por tus propias reacciones equivocadas. Es importante mantener la conversación en un tono objetivo y pacífico. Etter dice:

«Si el niño reacciona de manera agresiva en esta conversación, no le responda en el mismo tono. En su lugar, interrumpa la conversación y defina otro momento más tarde para continuarla.»

Después conversen de cómo podrían actuar mejor en estos puntos conflictivos; y ambas partes asumirán ciertos compromisos en cuanto a su comportamiento. Valora las sugerencias del niño. Cito el siguiente ejemplo práctico:

«El éxito de la primera intervención es importante. Por eso le animo a planificarla cuidadosamente. (Antes de la conversación,) anote las situaciones acerca de las que desea conversar. Por ejemplo así:

1. ¿Cómo es la situación actual?
Casi todos los días cuando llego a casa, la casaca de Ana está tirada sobre la baranda o en el piso. Yo suelo colgarla en su lugar. Cuando le hablo a Ana de ello, ella solamente dice: ‘Puedes colgarla tú si te molesta.’

2. ¿Cómo reacciono yo en esta situación?
Esa actitud me irrita tanto que ya no digo nada, solamente cuelgo la casaca. Pero cada vez que lo hago, me siento humillado.

3. ¿Qué quiero lograr?
Quiero que Ana cuelgue su casaca ella misma. Pero aun más importante: que ya no reaccione de esta manera insolente cuando le digo algo.

El padre que anotó eso, llevó a cabo la intervención con éxito. Después de mucho tiempo, tuvo por primera vez una conversación seria y amable con su hija, y Ana se mostró enseguida dispuesta a cooperar. Ellos anotaron el siguiente acuerdo:

1. Yo (Ana) colgaré mi casaca yo misma.
2. Si alguna vez lo olvido, mi papi pondrá la casaca sobre mi asiento en el comedor. Entonces la colgaré sin protestar.
3. Mi papi no me hará reproches ni me mirará mal.

El punto 3 deja entrever que hubo algunos aspectos adicionales en juego. Cuando volví a hablar con aquel padre unos meses después y le pregunté en qué había quedado ese asunto, él ya lo había olvidado. Por fin dijo: ‘Ah, ¿eso de la casaca? Creo que una sola vez tuve que ponerla sobre el asiento de Ana. Hace tiempo ya que eso se ha arreglado.'»

La idea detrás de esta estrategia es dar lugar al niño, para que vuelva a darse cuenta de que nos necesita. Después de un tiempo de «distancia» (pero no rechazo), puede despertar nuevamente en un niño su deseo natural de seguirnos. Etter dice:

«Confíe en las fuerzas de apego del niño hacia usted. Estas fuerzas son enormes, aunque en el momento usted no siente que están aquí. Aguante esta situación, donde usted por el momento no recibirá muestras de afecto de parte de su niño. Si usted sufre bajo esta situación, confíe en que el niño sufre igualmente, aunque no quiere mostrarlo.
Su deseo de cercanía con usted es aun más grande que viceversa. Pero este sufrimiento tiene un propósito: Es lo que llevará al niño de regreso a una relación de Join-Up con usted – aunque inicialmente sea solamente por unas cuantas horas o días.»

Para niños pequeños, obviamente habría que adaptar esta estrategia. Con un niño de tres años todavía no podemos llevar una conversación como en el ejemplo citado; y aun de un niño de cuatro o cinco años todavía no podemos esperar que recuerde por sí mismo un acuerdo formal. También hay que tener cuidado cómo entender lo de «mantener distancia» con un niño pequeño: no debe entenderse en el sentido de «dejarlo solo», porque los niños de esa edad siempre necesitan saber que papá o mamá están cerca y accesibles en caso de necesidad, de otro modo se sienten abandonados.
Etter no da muchos consejos acerca del trato con niños muy pequeños. Dice que es más fácil con ellos porque están más fácilmente dispuestos a regresar al «Join-Up» con sus padres, mientras tienen la certeza de que estamos de su lado. Entonces reaccionarán mejor cuando pronunciamos p.ej. prohibiciones no en un tono amenazante, sino de manera amable (pero firme): «Mira, esta tijera es muy punzante. Tiene quedarse aquí en su lugar para que no te lastime.» Y en casos de emergencia todavía es posible cargar a un niño pequeño a otro lugar fuera del peligro – eso sería una de las excepciones a la regla mencionada en el apartado «Los caballos no tienen manos». Pero habría que dar una explicación: «Lo siento, pero ahora tengo que llevarte adentro, porque aquí puede pasar un accidente.»

La Intervención «Join-Up», Paso 4:
Ten confianza en el niño; y cumple por tu parte con los acuerdos.

Si la conversación se llevó a cabo exitosamente, ya se ha ganado mucho:

«Lo más importante es que la conversación haya tenido lugar, bajo condiciones que usted estableció y el niño aceptó. (…) Ahora ustedes tienen un nuevo fundamento para seguir adelante. Evite que la conversación sea una experiencia humillante, o negativa, para el niño. El niño debe darse cuenta de que vale la pena tratarse de una manera más respetuosa. En una conversación de Join-up todos ganan; no hay perdedores.»

Ahora se trata se seguir adelante sobre esta base nueva, y no recaer en el antiguo comportamiento conflictivo o manipulador. ¡Eso vale tanto para los adultos como para los niños! Etter dice que en los casos donde padres buscaron su consejo porque los acuerdos hechos «no funcionaban», casi siempre la causa era que los padres no cumplieron su parte del acuerdo.

Ahora que el niño ha afirmado su decisión de cooperar, es importante confiar en su capacidad, y no desanimarlo con nuestra desconfianza:

«Sea generoso. En lo posible, permita que el niño haga sus propias decisiones. Confíe en que el niño asumirá la responsabilidad por sí mismo; pero asegure que le reconozca a usted como autoridad.
(…) Un niño que vive en una relación de Join-Up, no necesita las constantes amonestaciones y correcciones: ‘No olvides cepillar tus dientes.’ – ‘Guarda tus libros.’ – Tales amonestaciones son incluso contraproducentes.
(…) Muchos padres tienen poca confianza en sus hijos y temen todo el tiempo que los niños olviden sus deberes, que se descontrolen, que no puedan solucionar sus conflictos, que no puedan resistir las tentaciones … Necesitamos cambiar nuestra idea acerca de los niños.
(…) Muchos padres no empiezan a informarse acerca de la educación de los niños, hasta que noten que sus hijos no están en una relación de Join-Up con ellos. Por eso, la mayoría de los libros sobre educación están llenos de consejos para tales situaciones. (Nota: Y esta clase de consejos a menudo hacen solamente que los padres ganen una ‘lucha por el poder’, pero los niños siguen en el ‘modo de resistencia’.) Pero lo que más necesitamos aprender, es cómo tratar con un niño que está en Join-Up con nosotros; y cómo mantener esta relación.»

Como enfatiza Etter, es relativamente fácil llevar a un niño de regreso a una relación de Join-Up – por lo menos por un tiempo. Lo que es más difícil, y más importante, es mantener esta relación a lo largo del tiempo. Allí se aplican todos los principios y consejos mencionados en la Parte 2.

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Pedagogía de la confianza (2)

Parte 2: La práctica

En el artículo anterior describí algunos principios de la «pedagogía de la confianza», propuesta por el educador suizo Heinz Etter. Mencionaré ahora algunas de sus sugerencias para llevar estos principios a la práctica.

Dignidad igual para todos

Una familia o comunidad que vive en una relación de «Join-Up» (vea en la primera parte), es una comunidad donde se concede a cada miembro la misma dignidad y el mismo respeto. Etter enfatiza que esto no es lo mismo como «derechos iguales». Cito de su descripción:

«Todos los trucos y métodos de la educación conductista no resuelven el problema de fondo: En el caso de un conflicto, los adultos damos por sentado que nosotros sabemos lo que es lo correcto, mientras los niños tienen que aprenderlo todavía. En otras palabras, suponemos que los adultos tenemos un carácter más ‘noble’ que los niños, mientras que a los niños todavía ‘les falta educación’. Yo deseo presentarle una nueva perspectiva de la paternidad: Padres guiando a niños que tienen la misma dignidad como ellos.
(…) Hoy en día se habla mucho de que los niños tienen derechos. Pero cuando se habla de ‘derechos iguales’, eso es muy problemático. Este término ha engendrado la idea de que una familia debería ser una ‘democracia’ de socios con derechos iguales. Desde nuestra perspectiva, los niños no tienen derechos iguales, pero tienen la misma dignidad. Jesper Juul acuñó este término de la ‘dignidad igual’, para describir una relación jerárquica entre personas que tienen el mismo valor.»

Dignidad implica responsabilidad

Confiar en los niños significa que confiemos también en su capacidad de asumir deberes, y de cumplirlos de manera responsable. En esta área se revela una vez más que muchos padres tienen una imagen negativa de sus hijos: Cuando se trata de ayudar en los trabajos de la casa, lo ordenan a los niños en un tono como si ningún niño estaría por sí mismo dispuesto a ayudar; y después están detrás de ellos como si un niño no fuera capaz de terminar un trabajo sin ser vigilado constantemente.
Los siguientes pensamientos de Etter al respecto me parecen muy interesantes:

«A los niños todavía se les concede muy poca dignidad, a pesar de que se reconocen sus derechos. ¿Será eso porque no confiamos en las capacidades de los niños? – de tal manera, que nadie ha formulado los deberes de los niños; aunque normalmente derechos y deberes siempre van juntos. ¿Pueden los niños siquiera tener deberes?
Quizás es exactamente por este énfasis exagerado en los derechos del niño, que todavía no respetamos a los niños como nuestros prójimos con dignidad igual. Es que apenas nos atrevemos a encomendarles deberes. Por ejemplo, muchos padres creen que le hace daño a un niño cuando tiene que trabajar, o cuando tiene que quedarse quieto. Les parece algo horrible cuando un niño tiene que reunciar a un placer, cuando le hace frío, o cuando de alguna otra manera llega a sus límites.»

Comentario: No deseo interpretar eso en el sentido de que se deba promulgar ahora una «Declaración de los deberes del niño». Esto no es asunto de los gobiernos estatales, ni de las organizaciones internacionales. Los deberes de los niños pertenecen a una esfera muy distinta de los «deberes de los ciudadanos». Los padres son quienes tienen la autoridad de decidir acerca de los deberes de los niños.
Estoy seguro de que Etter también lo entiende en este sentido; porque en este contexto él no se refiere a «deberes cívicos» ni a «deberes escolares» (en otra parte volveré a eso); todos sus ejemplos son tomados del ámbito hogareño, de los deberes del niño en su propia familia.

Etter sigue diciendo:

«Los niños que crecen en una granja, aprenden de manera natural a reconocer y evitar los peligros que los rodean. Pero en los modernos departamentos de las ciudades, algunos padres parecen creer que los niños querrán saltarse por cualquier ventana que no esté asegurada.
(…) Todas estas preocupaciones por el bienestar y la seguridad de los niños me hacen sospechar que los adultos de hoy tenemos una opinión muy pobre acerca de la capacidad de los niños de asumir responsabilidades, de ser cumplidos, y de soportar dificultades. ¿De dónde viene eso? – La respuesta es sencilla: Los padres no ven a sus hijos en una relación de ‘Join-Up’ con ellos. Por tanto, cuando los niños tienen que ayudar algo en la casa, lo hacen con una actitud que dice: ‘No me parece correcto que yo tenga que hacer eso, y por tanto hago apenas lo que me ordenan, pero nada más.’ Sus verdaderas capacidades nunca son puestas a prueba. Se les encarga solamente aquellos trabajos donde es imposible equivocarse, porque los padres ven a sus hijos como unos perezosos. Pero esta clase de trabajos no provee ninguna motivación, y así se cierra el círculo vicioso.
Gracias a Dios, casi todos los niños encuentran por fin algún campo de interés donde pueden desarrollar sus capacidades, y entonces sus padres y profesores se quedan asombrados y se preguntan de dónde ha salido toda esta creatividad, esta imaginación y este entusiasmo. ‘Se le ha soltado el nudo’, dicen; pero raras veces se detienen para preguntarse quién había atado este nudo en primer lugar.«

(Vea en este contexto también: «¿Los niños no deben trabajar?»)

Pienso que en la cultura suiza desde donde escribe Etter, existen más posibilidades para hacer esta experiencia, porque allí hay más oportunidades para que los niños y jóvenes encuentren algún pasatiempo constructivo y motivador: Se ofrecen más cursos de arte, deporte, tecnología, etc. para niños; hay más museos y talleres abiertos diseñados según las preferencias de los niños; hay más grupos de scouts y similares. Y los niños tienen más tiempo libre: su horario escolar no es tan excesivamente cargado como aquí, y los reglamentos limitan sus tareas escolares a un máximo de una hora por día.

Aquí en el Perú, desafortunadamente encuentro a muchos jóvenes que siguen atados en este «nudo» de no hacer nada excepto por obligación, de no confiar en sus propias capacidades, de estar limitados a las tediosas tareas escolares que se hacen de mala gana, solamente porque sus padres quieren que después «estudien una buena carrera»; y finalmente terminan con una profesión que nunca hubieran elegido por sí mismos, que no les gusta y no les interesa ejercerla bien. Pienso que esto se debe a que todavía muchos padres están acostumbrados a restringir las actividades de sus hijos, sobre todo aquellas actividades que podrían ayudarles a ejercer su creatividad o iniciativa propia.

Confía en las capacidades del niño.

Voy a citar un poco más extensamente las sugerencias de Etter de cómo hacerlo mejor. Estos son algunos de los párrafos donde reluce con mayor claridad el espíritu de la pedagogía de la confianza. No se trata de un «método» o de una «técnica». Más que todo se trata de un cambio de actitud por parte de nosotros, los adultos. Este cambio de actitud producirá naturalmente una manera diferente de actuar:

«Proponemos entonces que ustedes como padres no se compliquen tanto las cosas: No diga a su hijo que tiene que limpiar la mesa, que tiene que poner las sillas en orden, y que ponga la ropa sucia de la manera correcta en la lavadora. Y que se cuide mucho de poner demasiado detergente, y que se cuide mucho de apretar el botón equivocado. No le diga … pero esfuércese por lograr que su hijo viva en ‘Join-Up’ con usted, y entonces acerca de los trabajos de la cocina podrá hablarle así: ‘¿Cuándo prefieres trabajar en la cocina? ¿Hoy o el viernes? – Y dime si te aburres solo, entonces te acompañaré; aunque preferiría leer primero el periódico.’
Cuente con que su hijo ya sabe en qué fijarse al lavar los platos; y que ya sabe cómo cuidar la olla de teflón, porque usted le ha mostrado una vez cómo lavarla con delicadeza. Confíe en que su hijo preguntará por sí mismo si está en duda acerca de algo. Así usted trata a su hijo como a un ser humano inteligente y responsable, con buen criterio para hacer los trabajos de la cocina.
Entonces renuncie a la vigilancia constante, y también a las críticas, excepto si es sumamente importante cambiar algo. En vez de criticar, usted podría decir por ejemplo: ‘Yo exprimo el trapo después de usarlo y lo cuelgo sobre el cordel, así evito que se pudra.’ – Evite preguntar: ‘¿Has entendido?’; tampoco diga: ‘No quiero volver a ver el trapo mojado tirado por allí.’ Cuente con que su hijo quiere aprender de usted. Tenga presente que los comentarios críticos significan en realidad: ‘No confío en que tú hagas lo correcto. Creo que no te importa lo que digo, o que me molesta el trapo mojado que ya está apestando. Creo que no reaccionas mientras no te presiono.’

Quizás usted dice ahora: Pero mi hijo realmente necesita que le haga recordar todo. – Entonces le aconsejaría tener un poco de paciencia. Si un niño ha sido acostumbrado a que los adultos no creen en sus capacidades, no va a comenzar a razonar por sí mismo de un día al otro. Quisiera ahora dar la palabra a un chiquillo de cuatro años y escribir lo que él probablemente diría:

‘Los adultos no quieren que yo crezca. Pronto me he dado cuenta de ello. Primero todos se alegraron cuando aprendí a ponerme de pie. Pero cuando entonces quise agarrar algunas cosas que antes no podía alcanzar, las colocaron todas a tal altura que no pude llegar. Tan desconfiados son. Pero yo no haría nada malo con esas cosas.
Hace poco aprendí cómo abrir el cajón del escritorio. Me sentí muy feliz. Mis padres también se alegraron, pero no tanto. Me sentí incómodo. No sé qué pasó, pero unos días después ya no se pudo abrir el cajón. – También me sentí feliz cuando descubrí cuál botón apretar para llamar a mi papá por teléfono. Pero ahora ya no funciona. Tengo la impresión de que quieren quitarme la alegría de vivir. Cada rato tengo que inventar nuevos trucos.
Cuando llevo un vaso de vidrio, con mucho cuidado, mis papás hacen un escándalo como si ya se hubiera caído al piso. ¿Por qué? Yo casi nunca hago caer cosas. – Cuando vamos de paseo, siempre tengo que ir agarrado de la mano de papá o mamá. Eso no está mal; pero cada vez que yo suelto su mano, ellos se asustan y piensan que voy a correr a la calle sin mirar.
(…) A menudo me castigan por la misma cosa por la que antes me alabaron. Hace poco aprendí de mamá una palabra: ‘Cállate’. Ella dice eso cuando no quiere escucharme. Entonces yo lo probé también. Todos se alegraron cuando lo dije. Pero después cambiaron de opinión. No sé por qué. Ahora ya no me permiten decirlo; solamente mamá puede decirlo. (…)’

¿Qué opina usted, querido lector? ¿Es un niño realmente un ser humano que hace esta clase de razonamientos? ¿O cree usted que un niño vive sin pensar nada?
Recuerdo todavía un ejemplo de mi propia niñez. Debo haber tenido unos tres años. Mi hermano de ocho años había hecho un hermoso modelo de un castillo de cartulina. El ya había adoptado la opinión de los adultos acerca de los niños pequeños, y por eso lo puso en una repisa muy por encima de mi cabeza. Cuando por fin yo había logrado desarmarlo en sus componentes y toda la familia me miraba furiosamente, dije – casi con orgullo -: ‘Con una silla lo alcancé.’
Nadie tuvo comprensión por mi alegría. ¿Por qué? ¿No era lógica mi acción? Todos esperaban que yo iba a destruir el castillo si lo podía alcanzar. ¡Yo solamente había jugado según las reglas que ellos mismos habían establecido!
A esa edad yo decidí pensar de manera diferente acerca de los niños, cuando yo iba a ser adulto. (…)»

Si eres autoridad, no emitas señales de sumisión.

Al final de la primera parte describí brevemente lo que es el «Join-Up» al entrenar a un caballo. El entrenador señala al caballo que él ha venido para guiarlo, y que él es digno de confianza. Etter investigó entonces cómo se expresa una relación de autoridad sana (o sea no manipulativa, no abusiva) entre seres humanos, y especialmente entre adultos y niños. Por ejemplo:

«Cuando un adulto y un adolescente se encuentran caminando en direcciones opuestas en una vereda estrecha, ¿quién da campo al otro para que pase?
¿Quién saluda primero?
Cualquier niño entendería estas cosas naturalmente por sí mismo, si no fueran muchos adultos que hoy en día se comportan en contra de la naturaleza. (…)

La familia está cenando juntos. Un niño de once años mira la cesta de pan vacía y dice en tono de reproche: ‘¿Ya no hay más pan?’ – ¿Se levantará la madre enseguida para traer más? ¿Incluso se sentirá culpable por no haber puesto más pan sobre la mesa? ¿O dirá tranquilamente: ‘En la cocina hay más, por favor tráelo.’ «

Según la reacción de la madre, el niño percibe: «Mi mamá es mi sirviente, ella se somete a mí»; o percibe: «Mi mamá es quien manda, mejor le hago caso.»
Ahora, sería un error concluir que entonces tengamos que exigir de los niños que siempre saluden primero, que siempre den campo a los adultos, etc. Al contrario: Cuando tenemos que exigir explícitamente estas cosas, estamos señalando que nuestra autoridad ya no es tan creíble, y que nosotros somos los «necesitados» (porque «necesitamos» que los niños se comporten como nosotros queremos). Estaríamos entonces convirtiendo a nuestros hijos en pequeños actores hipócritas: Ellos aprenderían a actuar como si nos respetasen, pero ya no tendrían un respeto genuino por nosotros.
O sea, no se trata de lo que exigimos de los niños; se trata de cómo actuamos nosotros mismos. Que no emitamos señales de sumisión, por ejemplo saludando a los niños antes que ellos nos saluden a nosotros. Pero si juntos como familia visitamos a otra familia, y nuestros hijos todavía no se sienten en confianza con los padres de la otra familia, tampoco sería correcto empujar a nuestros hijos delante de nosotros y decir: «Saluda al señor Jaime.» A nosotros nos toca dar el ejemplo y saludar al señor Jaime primero. Así señalamos a nuestros hijos: «Yo voy adelante, y tú puedes seguirme.» Después de eso será más fácil para ellos saludar al señor Jaime.
Los niños se confunden cuando por un lado pretendemos guiarlos, pero por el otro lado les damos señales de someternos a ellos o de quedarnos detrás de ellos.

Otro punto: ¿Quién define el tono de la comunicación? Especialmente en el caso de un conflicto, cuando un niño empieza a hablarnos en un tono agresivo o molesto: ¿Acomodamos nuestro tono al tono del niño, respondemos de la misma manera agresiva, quizás hasta gritando? – Eso sería una señal de sumisión de nuestra parte, porque permitimos que el niño defina el tono de la conversación. – Una señal de autoridad sería en este caso, por ejemplo, que expliquemos nuestro punto de vista de manera tranquila; o que digamos: «Me parece que ahora no es el momento de hablar de este asunto. Volvamos a hablar de eso después de la cena, cuando estés más tranquilo.»

En todo esto no debemos perder de la vista que la sumisión de los niños hacia sus padres es una reacción normal cuando existe una relación de confianza mutua. En este contexto, someterse no significa ser un «perdedor»; y tener autoridad no significa valer más. Una buena autoridad actúa siempre para el bien de sus seguidores.
Es difícil explicar esto en pocas palabras; porque en nuestro entorno se han distorsionado por completo los conceptos de «autoridad» y «sumisión», y hay que buscar lejos para encontrar un ejemplo vivo de una autoridad buena. Para un trato más extenso de este tema refiero a «Las ovejas del Perú», particularmente este capítulo acerca de los principios divinos en cuanto a la autoridad.

No trates a los niños como enemigos.

Este es un tema recurrente en los consejos de la pedagogía de la confianza. ¿Percibimos a los niños como nuestros adversarios; o los guiamos poniéndonos de su lado para alcanzar metas que tenemos en común? Toda la educación se vuelve más fácil, y más placentera, cuando los hijos pueden saber que los padres son de su lado, y viceversa. «¡Jugamos juntos en el mismo equipo!»
En muchas familias, unas situaciones particularmente críticas suceden cuando un niño actúa de una manera torpe o irresponsable: dejó que se oxide la bicicleta afuera en la lluvia; perdió su chaqueta en un paseo; o por descuido hizo caer su vaso de leche al piso. Etter escribe acerca de tales situaciones:

«Los pequeños accidentes o irresponsabilidades en la vida diaria tienen consecuencias desagradables, pero no son razones para castigar a un niño. Tampoco es necesario reñir al niño, porque normalmente un niño ya se siente avergonzado por sí mismo cuando ha hecho caer un objeto de vidrio, o cuando se da cuenta de que ha olvidado algo importante. Excepto si los padres les ‘desacostumbraron’ estas reacciones naturales, diciendo cada vez: ‘Deja no más, eso no importa.’
Muchos padres automáticamente riñen a sus hijos cuando les sucede una pequeña torpeza. De antemano suponen que el niño lo hizo por maldad, o que no le importa. O sea, tratan al niño como a un enemigo. Pero paradójicamente, no lo guían hacia una forma de arreglar el asunto.
Yo abogo por lo contrario. (…) Si el niño rompió una taza, él mismo se sentirá triste por ello. En vez de reñirle, pongámonos de su lado. Compartamos su tristeza por la taza rota, y después le mostramos cómo recomponer y pegar las piezas (si se puede), o el niño contribuye algo de su propina para comprar una taza nueva.»

Lo esencial aquí no son los detalles de cómo actuar en cada situación. Lo esencial es cómo el niño, y nosotros mismos, percibimos la relación mutua entre nosotros. De alguna manera tenemos que hacer sentir al niño: «Estoy de tu lado. Entiendo que te sientes mal por lo que ha sucedido. Ahora lo arreglaremos juntos.» Esta actitud fortalece la confianza mutua.

Pregunta antes de juzgar.

Las sospechas destruyen la confianza. Aun si un niño hace algo que realmente está mal, es mucho mejor preguntar primero por qué lo hizo, cuál fue la situación, etc. – no como «inquisidor», pero en un esfuerzo genuino por comprender al niño. A veces un niño hace algo malo sin saber que está mal, o porque se sintió presionado. Y aun si su motivación estaba realmente mal, los reproches no ayudan, porque solamente estaríamos diciendo al niño lo que él mismo ya sabe en lo profundo de su conciencia; pero con nuestros reproches a menudo lo provocamos a defenderse a sí mismo y así ahogar la voz de la conciencia. Etter dice:

«Los reproches dificultan el proceso de llegar al reconocimiento de la culpa. Haciendo preguntas, en cambio, ayudamos al niño a volver a reflexionar, a considerar nuevamente la voz de su conciencia, a llegar a una conclusión diferente, a sentir remordimiento y a arrepentirse.»

Una pregunta auténtica puede también resolver sospechas infundadas. Un ejemplo de la escuela: Es hora de clases, pero un niño está tranquilamente caminando en medio del patio. Un profesor que entra en este momento, le llama en un tono amenazante: «¿Qué haces aquí? ¡Rápido, entra a tu clase!» – La misma pregunta se podría haber hecho de manera comprensiva, como pregunta genuina: «¿Qué haces aquí?» Y el niño hubiera tenido la oportunidad de responder: «Mi profesor me ha enviado al aula del profesor B. porque quiere prestarse su perforadora.»

Muchos padres, cuando sus hijos cometen alguna tontería, suelen preguntar: «¿Por qué hiciste eso?» – pero no es una pregunta genuina, no están realmente interesados en comprender los motivos del niño, lo dicen solamente como reproche: «¡Deberías haber sabido que eso no se hace!» – Esta no es ninguna comunicación sincera, y los niños lo perciben muy bien. Sienten que no les tomamos en serio, porque les hacemos una pregunta sin siquiera interesarnos por la respuesta. La misma pregunta podría tener un efecto completamente diferente si la hacemos con un deseo sincero de comprender mejor a nuestros hijos. Ellos normalmente tienen buenas razones por lo que hacen (buenas por lo menos desde su propio punto de vista). Si les damos la oportunidad de explicarnos sus razones, se pueden solucionar muchas situaciones y se pueden evitar muchos conflictos. Y podemos corregir percepciones equivocadas – tanto de parte de los niños como de nuestra parte.

Habla de ti personalmente, sé auténtico.

Si queremos tener una relación de confianza con los niños, tenemos que ser sinceros y transparentes acerca de nuestros propios sentimientos y motivos. Especialmente en los momentos de corregir a los niños. Sinceramente: ¿cuántas veces corregimos a los niños, no porque ellos hubieran hecho algo malo en sí, pero solamente porque su comportamiento nos molesta a nosotros personalmente? Si es así, entonces digamos abiertamente que tenemos un motivo personal; no nos escondamos detrás de reglas generales («esto no se hace») o detrás de otras personas («¿qué va a decir la gente?»).

Un ejemplo de Heinz Etter para ilustrar la diferencia:

«Por favor compare las siguientes expresiones:

  • ‘Se come lo que hay en la mesa.’
  • ‘Me siento desmotivada cuando ni siquiera quieres probar lo que he cocinado.’
  • ‘He cocinado … para nosotros. Si quieres otra cosa, prepáratelo tú mismo para que sea como te gusta.’
    (Puede ser necesario hacer esto ya antes, en el momento de hacer compras.)

En la primera expresión, la madre esconde su frustración detrás de una regla general. Parece que ella no quiere o no puede admitir lo que siente. Lo niños se darán cuenta de ello y reaccionarán con rechazo.
En el segundo ejemplo, la madre dice lo que realmente piensa. No lo dice con la intención de ‘educar’; simplemente expresa su desilusión. (…) Ella es transparente, y un niño puede manejar bien una expresión como esta. (O sea, puede entender mejor a su madre y puede llegar a tener más consideración por ella.)
La tercera expresión ya es casi una ‘intervención Join-Up’. (Vea en la siguiente parte.) Si el asunto es importante para los padres, puede valer la pena llevar a cabo una tal intervención de manera consecuente. Es bien probable que así el niño adquiera una actitud más positiva hacia la comida. Esta reacción, en el contexto de una relación amorosa entre padres e hijos, es una invitación a disfrutar más de la comida.»

Aclaración

Todos los puntos que mencioné en esta parte, describen lo que es posible cuando existe una relación de confianza entre educadores y niños. Pero ¿qué, si una tal relación no existe? – En este caso, muchos de estos consejos no funcionarán, porque niños y adultos ya estarán acostumbrados a verse mutuamente como enemigos, y a desconfiar los unos de los otros. En este caso habrá que hacer un esfuerzo adicional para restaurar primero la relación de confianza. En la siguiente parte, Dios mediante, hablaré de este aspecto.

(Continuará…)

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Pedagogía de la confianza

Parte 1: Los principios

Hace unos años, el educador suizo Heinz Etter presentó su concepto de la «Pedagogía de la confianza». Etter trabajó muchos años como profesor, como educador terapéutico, y como director de un internado para adolescentes con problemas de comportamiento. Así que su concepto no es una mera teoría; es el fruto de un largo tiempo de experiencia, y especialmente con niños y adolescentes «difíciles».
Según sé, su obra todavía no ha sido traducida a otros idiomas. Deseo describir aquí a grandes rasgos de qué se trata.

Los niños fueron creados con un deseo natural de cooperar con sus padres y de someterse a ellos.

Este es el principio fundamental, y tal vez el más «revolucionario», de la pedagogía de la confianza. La educación tradicional ve a los niños como «desobedientes», que de alguna manera tienen que ser obligados, forzados, o manipulados para que obedezcan. O sea, la educación tradicional es basada en la desconfianza hacia los niños.
El otro extremo, la educación anti-autoritaria o «democrática», ve a los niños como pequeños adultos con los mismos derechos como los adultos, y entonces descarta toda idea de «sumisión».
Frente a estos extremos, Etter propone un tercer camino: Confiemos en que los niños por naturaleza quieren seguir a sus padres. Donde existe una relación de confianza mutua, la sumisión hacia los padres es la forma más natural de obrar de un niño.

Cada niño tiene buenos motivos para someterse a sus padres. Etter dice:

  • «Cada niño y cada adolescente quiere tener padres fuertes. Niños pequeños dicen a veces: «Mi papá es más fuerte que el tuyo.» Aun el adolescente más rebelde no permite que alguien ofenda a su madre.
  • Cada niño por su parte desea ser respetado, amado y valorado por sus padres. (…)
  • Cada niño y cada adolescente depende de la provisión de sus padres (alimentación, vivienda, protección …).»

Un cristiano con un trasfondo de educación tradicional dirá quizás: «Pero los niños son por naturaleza pecadores, y por tanto rebeldes.»

La pedagogía de la confianza responde a esto: Es cierto que el pecado habita aun en el niño más pequeño. Pero eso es solamente una cara de la moneda. La otra parte de la verdad es que cada niño fue creado en la imagen de Dios, es de gran estima para Dios, es una bendición para sus padres y una «herencia del Señor» (Salmo 127:3-5). Un aspecto de la «imagen de Dios» es la disposición natural del niño de someterse a sus padres. ¿No será esta una de las razones por qué el Señor dijo que para entrar al reino de los cielos, es necesario volver a ser como un niño, y «humillarse como un niño» (Mateo 18:3-4)?

La desobediencia y rebeldía de los niños se debe a menudo a que los padres no edificaron ninguna relación de confianza con sus hijos.

Muchos niños se dan cuenta de que sus padres no confían en ellos: «Mis padres piensan que soy malo.» – «Mis padres piensan que yo malogro todo.» – «Mis padres piensan que yo no sirvo para nada.» – Ellos sacan estas conclusiones de las palabras y reacciones que ven y escuchan diariamente de sus padres. Y en consecuencia, ellos a su vez comienzan a desconfiar de sus padres, y dejan de someterse. No por maldad, sino como reacción natural a la desconfianza de sus padres.

Etter dice al respecto:

«Muchos padres suponen que sus hijos son ‘por naturaleza’ unos pequeños tiranos y rebeldes; y que por tanto hay que presionarlos para que aprendan disciplina y obediencia. De esta manera, los padres destruyen desde el inicio la relación de confianza que Dios estableció entre padres e hijos. Los niños se ven constantemente sometidos a sospechas por parte de los adultos, sin que los adultos estuvieran conscientes de ello.
Imagínese lo que significa cuando decimos ante un grupo de niños: ‘Por supuesto que no ha sido nadie (quien cometió esta travesura).’ – En palabras claras, esto significa: ‘Por lo menos uno de ustedes es un transgresor, y además un mentiroso.’ (Y dependiendo de nuestro tono de voz, todos los demás también se sentirán bajo sospecha de ser cómplices.)
El sistema judicial, desde hace tiempo ya se basa en la suposición de la inocencia. (O sea, que el acusado es considerado inocente, hasta que se haya demostrado lo contrario.) Pero entre adultos, eso es todavía poco frecuente (dependiendo de la cultura); y cuando se trata de niños, es la excepción. Estamos muy acostumbrados a desarrollar y pronunciar malos pensamientos y sospechas, cada vez que no comprendemos el comportamiento de un niño. Esto no es natural. Por ejemplo en Eritrea, por principio las personas se confían mutuamente, excepto si fueron engañados por alguien.

Es particularmente trágico cuando los cristianos viven con la idea de que no hay nada bueno en el hombre, y que por tanto Dios quiere que seamos siempre desconfiados. Lo contrario es el caso. ¿Qué dijo Jesús acerca de la paja en el ojo del prójimo, y la viga en el propio ojo? Jesús seguramente nos aconsejaría que es preferible aguantar las sospechas de nuestros prójimos, en vez de sospechar de ellos.

La desconfianza está en el origen del pecado: ‘¿Habrá dicho Dios …?’ La incredulidad es una expresión de esta desconfianza. En todo el Antiguo Testamento, Dios busca la confianza de Su pueblo. Pero aun con todos los señales y milagros, el pueblo de Israel seguía desconfiando. Puesto que el hombre no puede vivir sin apoyarse confiadamente en alguien o en algo, empieza a apoyarse en otros ‘dioses’. Vencer la desconfianza y ser críticos hacia nosotros mismos, es una parte esencial del mensaje de Jesús. La desconfianza es la causa principal de los conflictos entre educadores y niños …»

La alternativa es entonces: Si un niño hace algo que nos molesta o que «no debe» hacer, no sospechemos desde el inicio que el niño lo hace por maldad. En cambio, supongamos que el niño tiene unas razones buenas y válidas por actuar de la manera como actúa, e intentemos comprender las razones del niño. Entonces, en muchos casos se dará una solución pacífica del conflicto, sin tratar al niño como si fuera nuestro enemigo.

Cooperación por imitación o por compensación

Este es una observación descrita por Jesper Juul. Los niños por naturaleza tienden a cooperar con los adultos; pero esta cooperación puede asumir dos formas distintas:

La cooperación por imitación consiste en que los niños hacen lo que ven a los adultos hacer. Entonces, si los padres damos un buen ejemplo, podemos confiar en que los niños seguirán naturalmente nuestro ejemplo. Por el otro lado, si damos un mal ejemplo, no tiene sentido corregir a los niños si ellos hacen lo mismo: tenemos que cambiar primero nuestro propio comportamiento.

La cooperación por compensación consiste en que los niños, con su manera de actuar, llenan un «vacío» que observan en el comportamiento de los padres. (A menudo no están conscientes de ello.) En estos casos puede entonces suceder que los niños hacen lo contrario de lo que hacen los padres. Por ejemplo, si los padres se esfuerzan por ahorrar todo lo que pueden, hasta el punto de ser avaros, puede ser que un niño empieza a regalar a sus amigos todo lo que puede, para así compensar la falta de generosidad que observa en su hogar. – O si los padres se preocupan excesivamente por el orden en el hogar, un niño puede volverse muy desordenado y deja sus cosas por todas partes.

Es importante entender que esta «cooperación por compensación» no es ninguna acción «en contra» de los padres. Al contrario, es una manera del niño de decir: «Ustedes se han olvidado de algo importante, entonces yo les ayudaré haciendo lo que ustedes no han hecho.»

La cooperación por compensación tiene su función más importante en el contexto de autoridad y sumisión. Si los padres son quienes mandan en el hogar, no tendría sentido que los niños imiten este comportamiento, queriendo mandar también. Tiene mucho más sentido que los niños asumen el rol complementario, o sea, se someten.

Pero en algunas familias, los padres actúan como si ellos fueran siervos de sus hijos: los visten, los peinan, les amarran los zapatos, les sirven su comida o incluso los alimentan con cuchara, etc; todo eso a una edad en que los niños ya hace tiempo serían capaces de hacer todo eso por sí mismos. Entonces es natural que los niños cooperan por compensación: Si los padres asumen el rol de siervos, los niños se convierten en los amos. Se vuelven exigentes, ingratos, perezosos, y no quieren ayudar a sus padres. Esta es otra de las situaciones donde no se desarrolla ninguna relación de confianza natural entre padres e hijos.

En situaciones como estas, Etter propone hacerse la pregunta: ¿Quién necesita a quién? – Lo natural es que los niños necesitan a sus padres. Pero en estas situaciones de «jerarquía invertida», parece que los padres necesitan a sus hijos: Los padres no se atreven a ofender a sus hijos, porque se sienten dependientes de ellos. – Cito a Etter acerca de este punto:

«El que es dependiente, el que necesita la ayuda y protección del otro, éste es el que debe someterse. Y es obvio que el que es independiente y fuerte, es el que puede – no, debe – asumir una posición superior.
(…) Como padres también tenemos un deseo de ser amados, respetados, valorados, y de que alguien se preocupe por nosotros. Pero cuando esperamos que sean nuestros hijos quienes cumplan este nuestro deseo, nos metemos en peligro. (…) Estaremos siempre tentados a dar todo a nuestros hijos, aun antes de que ellos sientan alguna necesidad. Queremos alimentar a los niños antes que tengan hambre, y queremos llenarlos con juguetes y diversiones antes que sientan la necesidad de encontrar una actividad interesante por sí mismos. De esta manera, los niños nunca sentirán que ellos nos necesitan y que ellos dependen de nosotros.
(…) Es algo maravilloso, ser amado de manera incondicional. Pero los niños en esta situación no lo verán de esta manera. Ellos perciben que en realidad no están recibiendo ningún amor voluntario; que sus padres se sienten impotentes y obligados a cumplir cada deseo de los niños. Y los niños no pueden experimentar lo que es el verdadero amor, que no se puede comprar ni forzar.
Esta ‘inversión de las necesidades’ se concretiza de muchas maneras:
Muchos niños creen que el comer, el dormir y el aprender sean ‘servicios’ que ellos tienen que prestar para el bien de sus padres. Quizás usted conoce esto: ‘una cucharita para mamá, una cucharita para papá …’ ¿Y cómo se le ocurriría a un niño criado así, ser agradecido por tener comida? – Muchos niños nunca experimentan lo que es tener frío. Ellos están convencidos de que su gorra sirve solamente para satisfacer a su mamá. Es ella quien sufre cuando el niño no se pone la gorra. – Algunos niños hasta son obligados por sus padres a subirse a un juego mecánico, y los padres les aplauden si los niños se divierten; como si fueran los padres quienes tienen una necesidad de que sus hijos se diviertan. Entonces los niños descubren que solamente tienen que amenazar con que se sienten aburridos, y enseguida los padres corren para buscarles una nueva diversión. (…)
¿Se da cuenta usted de que esta es también una forma de abuso? Los padres que actúan así, impiden que sus hijos desarrollen su capacidad natural de comportarse bien para así asegurarse de la buena voluntad de sus educadores y proveedores.»

Entonces, los padres (y otros educadores) tienen que llegar primero a un punto donde ellos ya no dependen del amor y de la aceptación de los niños. Desde allí pueden asumir su posición natural como autoridades de la familia (sin caer en un comportamiento «autoritario»); y entonces los niños naturalmente cooperarán «por compensación», asumiendo la posición del que se somete. De esta manera los niños pueden confiar en que sus padres les guiarán bien; y los padres pueden confiar en que los niños les seguirán.
Etter lo ilustra con la imagen de una gallina o una pata madre que guía a sus polluelos pequeños: La madre camina tranquilamente por delante y confía que los polluelos le seguirán. No tiene necesidad de voltearse cada rato para controlar si le siguen; ni mucho menos de arrearlos desde atrás. La madre confía en sus polluelos porque sabe que ellos la necesitan y por tanto le seguirán. Y los polluelos le siguen confiados, porque ellos a su vez confían en que la madre les guiará a un buen lugar. (Para una ilustración relacionada, a la luz de la historia y cultura latinoamericana, vea aquí.)

Si esto se hace correctamente desde el inicio, la educación de los niños es algo natural, y no tiene por qué haber «luchas por el poder» entre padres e hijos. Es más difícil enderezar una situación donde la relación de confianza mutua ya ha sido rota. Volveremos a eso en la segunda parte.

Los padres fueron creados con la capacidad natural de guiar y educar a sus hijos.

De la misma manera como los niños fueron creados con un deseo natural de someterse, los padres fueron creados con una capacidad natural de guiar y educar a sus hijos. Etter dice:

«¿Alguna vez usted se preguntó por qué los animales logran criar a sus crías sin sufrir de problemas pedagógicos? (…) Dios creó la naturaleza de tal manera que las crías siguen a sus padres, sin que los padres necesiten alguna formación especial para eso.»

Entonces tenemos aquí una clave más para establecer y mantener una relación de confianza mutua entre padres e hijos: Vuelve a confiar en tu propia capacidad, dada por Dios, de educar y guiar a tus hijos. No hagas caso a las muchas voces que quieren hacerte creer que necesitas ser un «experto» para poder educar a tus hijos. Etter aconseja:

«Despójese de los muchos consejos y recetas sobre educación que usted aprendió. Descubra nuevamente que todos nosotros somos por naturaleza capaces de guiar a nuestros niños.»

La relación del «Join-Up»

La palabra inglesa «Join-Up» (algo como: «Únete y sigue») fue usada por Monty Roberts, un entrenador de caballos que descubrió un método cómo domar a caballos salvajes sin usar nada de violencia o fuerza. (Este método fue popularizado por la película «El hombre que susurraba a los caballos».) Su método se basa en la observación del comportamiento natural de los caballos cuando se encuentran en grupo. Siempre hay entre ellos una «yegua guía» que es reconocida como tal por todos. La yegua guía emite ciertas «señales de autoridad» que hacen entender a los otros caballos que es ella quien guía, y entonces le siguen. Lo interesante es que la yegua guía no dispone de ningún «medio disciplinario» que podría obligar a los otros caballos a seguirle. Lo único que puede hacer, es alejar de sí a un caballo que se comporta de una manera «rebelde». El mensaje es: «Puedes seguirme si quieres; pero si no quieres, tienes que alejarte.» – Ahora, el entrenador emite la misma clase de «señales de autoridad» como una yegua guía; y el resultado es que los caballos comienzan a reconocerle a él como su líder natural. O sea, los caballos entran en una relación de «Join-Up» con el entrenador; una relación de confianza mutua. La prueba de esta relación consiste en que el entrenador puede irse sin voltear atrás, y el caballo le sigue voluntariamente.

Ahora, Etter demuestra que lo mismo funciona entre educadores y niños. No podemos obligar a ningún niño a seguirnos. Pero podemos guiar de manera natural, y los niños se darán cuenta de que ellos dependen de nuestra dirección; entrarán en una relación de «Join-Up» con nosotros y nos seguirán. Si un niño no quiere seguirnos, nos distanciamos de él (lo que significa que el niño pierde ciertos beneficios de nuestra dirección y protección); pero le señalamos que en cualquier momento cuando decida seguirnos, lo recibiremos nuevamente cerca de nosotros.

Esto funciona solamente cuando cambiamos nuestra manera de pensar acerca de los niños: Tenemos que confiar en que ellos son hechos para seguirnos voluntariamente, sin ninguna medida de fuerza. Tenemos que dejar de verlos como enemigos, y confiar que en el fondo de su ser, ellos desean estar de nuestro lado. Y nosotros mismos tenemos que actuar de tal manera que merecemos la confianza de los niños hacia nosotros.

(Continuará…)

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Iglesias y escuelas: Los problemas creados al remplazar la familia por instituciones (Parte 1)

Observo en mi entorno que a la palabra «institucionalizar» se le atribuye generalmente un significado positivo. En el pensamiento popular, «institucionalización» se asocia con «orden», «legalidad» y «calidad». Poco se considera la otra cara de la moneda: «Institucionalizar» significa destruir un orden natural, para establecer un orden artificial. Y el orden artificial trae consigo la burocratización de la vida, la corrupción, y la destrucción de los lazos humanos y afectivos.

El teólogo y primer ministro holandés Abraham Kuyper entendió bien esta distinción entre el orden natural y el orden artificial. El fue un líder político profundamente comprometido con el orden constitucional de su país. Sin embargo dijo:

«… Es sumamente importante tener en mente la diferencia entre la vida orgánica (natural) de la sociedad y el carácter mecánico del gobierno. Cualquier cosa entre los hombres que se origina directamente de la Creación, contiene todos los datos para su desarrollo en la naturaleza humana como tal. Uds. pueden ver esto en la familia y en la conexión de los lazos sanguíneos. De la dualidad de hombre y mujer surge el matrimonio. De la existencia original de un solo hombre y una sola mujer, surge la monogamia. Los niños existen a causa del poder innato de reproducción. Naturalmente, los niños están conectados entre ellos como hermanos y hermanas. Y cuando estos hijos, con el tiempo, se casan también, todas estas conexiones surgen de la relación de sangre y otros lazos que dominan la entera vida familiar. En todo esto no hay nada mecánico. El desarrollo es espontáneo, como el del tronco y las ramas de una planta.

De hecho, sin el pecado no hubiera habido ni un gobierno ni un orden de estado; sino la vida política entera se hubiera evolucionada de forma patriarcal, desde la vida de la familia. Ni jueces ni policía, ni ejército ni marina, son concebibles en un mundo sin pecado; y por tanto toda regla y ordenanza y ley desaparecería, así como todo control y poder del magistrado, si la vida se desarrollara de manera normal y sin obstáculo desde su impulso orgánico. ¿Quién venda, donde nada es fracturado? ¿Quién usa muletas, cuando sus miembros están sanos?

Por tanto, toda formación de Estado, todo poder del gobierno, todo medio mecánico de forzar un orden y de garantizar un rumbo sano de la vida es siempre algo poco natural, algo contra lo cual las aspiraciones más profundas de nuestra naturaleza se rebelan; y que en este mismo momento podría convertirse en la fuente de un terrible abuso de poder por parte de aquellos que lo ejercen, y de una revolución continua de parte de las multitudes.

(…) Aunque podemos admitir que aun sin el pecado, hubiera sido necesario combinar las muchas familias en una unidad superior, esta unidad hubiera sido internamente envuelta en el Reino de Dios, quien hubiera gobernado directa y armoniosamente en los corazones de todos los hombres. Entonces no hubieran existido estados, sino un solo imperio mundial orgánico, con Dios como su Rey; exactamente lo que es profetizado para el futuro que nos espera, cuando todo pecado haya desaparecido.

Pero es exactamente esto lo que el pecado ahora ha eliminado de la vida humana. Esta unidad ya no existe. Este gobierno de Dios ya no prevalece. Un imperio mundial no puede ni debe establecerse. Este mismo deseo contumaz llevó a la construcción de la torre de Babel. Así surgieron pueblos y naciones. Estos pueblos formaron estados. Y sobre estos estados, Dios puso gobiernos. Y así, si me permiten la expresión, no es una cabeza natural que haya crecido orgánicamente desde el cuerpo de los pueblos, sino una cabeza mecánica, que desde afuera fue puesta sobre el tronco de la nación. Solo un remedio para una condición equivocada. Un palo puesto al lado de la planta para mantenerla parada, porque sin este palo caería al suelo por su debilidad.»

(Abraham Kuyper, «El calvinismo y la política»)

Ahora, existen dos órdenes de la sociedad que hasta hoy debían desarrollarse de forma natural, según la voluntad de Dios: la familia y la comunidad de los cristianos. (De hecho, la estructura de la comunidad cristiana debería ser la misma como la estructura de la familia, como describí en «La iglesia cristiana se centra en las familias».) Dios nunca quiso que las familias o las comunidades cristianas sean «institucionalizadas» de la misma manera como los gobiernos estatales. Las familias y la comunidad de los cristianos son estructuras basadas en la relación con Dios, el amor, la ayuda mutua, la comprensión humana, y todo lo que da valor a las relaciones interpersonales. En estos ambientes no debería haber lugar para reglamentos y trámites burocráticos, ni para el trato frío que caracteriza las relaciones de funcionarios gubernamentales con sus súbditos.

Sin embargo, la sociedad actual ha institucionalizado y despersonalizado aun estos ámbitos sagrados. La familia – y especialmente su propósito central, la educación de los niños – ha sido remplazada por la escuela. Y la comunidad de los cristianos ha sido remplazada por la iglesia institucional. No nos extraña, entonces, que ambas instituciones – las escuelas y las iglesias institucionales – estén causando la misma clase de problemas en las vidas de quienes las integran. Efectivamente hay un gran paralelismo entre las formas como ambas instituciones destruyen las relaciones interpersonales, y el orden divino acerca de la convivencia humana. En consecuencia, ambas instituciones atentan aun contra sus propios propósitos declarados. Demostraré algunas de estas paralelas.

Ambas instituciones atentan contra la familia.

Como padres deseamos brindar a nuestros hijos una vida familiar sana. Esto implica en primer lugar pasar mucho tiempo juntos con ellos. Hemos experimentado que tanto la escuela como la iglesia institucional impiden alcanzar esta meta.

La mayoría de las iglesias cristianas, en la mayoría de sus eventos y reuniones, separan a los niños de sus padres. Conocí a muchas iglesias donde las reuniones de los niños se llevan a cabo no solamente en ambientes distintos, sino también en horarios distintos de las reuniones de adultos. De esta manera, las familias ni siquiera pueden «ir a la iglesia» juntas. Una familia que es miembro de una tal iglesia, ya no puede pasar tiempo juntos en los días de reunión.

Investigaciones en los Estados Unidos descubrieron que la tasa de divorcios entre cristianos evangélicos es la misma, o aun más alta, que en el resto de la población. Obviamente, las iglesias no contribuyen en nada a fortalecer las familias.

En la mayoría de las iglesias, sus reuniones de niños se llaman «Escuela dominical». Con esto expresan claramente que fueron inspiradas por el sistema escolar secular, y no por algún orden de Dios.

De hecho, esta administración de los miembros de iglesias por edades contradice la palabra de Dios. En la iglesia original, la familia era el centro de la comunidad cristiana, y todo lo demás giraba alrededor de la familia. Pero las iglesias institucionales actuales separaron su «vida eclesiástica» de la vida familiar, y trasladaron sus reuniones a un edificio impersonal dedicado a eventos al estilo de una escuela.

En los últimos años se fundaron «iglesias en casa» en distintos lugares, con la meta de acercarse más al modelo original del Nuevo Testamento. Tales «iglesias en casa» tienen la gran oportunidad de redescubrir la familia como núcleo de la comunidad cristiana, y de deshacerse de las formas institucionales y «escolares». La gran pregunta es, si de verdad harán uso de esta oportunidad. (Puesto que todavía no pude conocer a ninguna iglesia en casa en mi país, no conozco la respuesta a esta pregunta.)

Ahora, si hablamos de la escuela, allí la separación y destrucción de las familias es aun más obvia. Los niños son separados de sus padres por cada vez más horas al día, y a una edad cada vez más temprana. Hace cien años, los niños entraron a la escuela alrededor de los ocho años de edad, y asistieron solamente por unas pocas horas al día. Pero hoy en día, en muchos países se obliga a los pequeños de tres años a que vayan a la escuela, y en la primaria las clases ya pueden durar hasta siete horas al día. Y aun cuando están en casa, no están realmente libres. Tienen que hacer tareas, en algunos casos hasta las altas horas de la noche, y a menudo en grupos, de manera que aun este tiempo no lo puede pasar con sus familias. ¿Qué tiempo queda todavía para cultivar una vida familiar?

Pero según la voluntad de ciertos políticos, la vida familiar debería desaparecer por completo. Así se pronunció por ejemplo el Consejo Educativo de Alemania, ya hace treinta años:

“El Consejo Educativo Alemán recomienda como objetivo del quehacer pedagógico en la educación elemental, ‘minimizar la dependencia de los niños de sus personas de referencia’ – ¡esto se refiere en primer lugar a los padres! (Según estos políticos), los niños pertenecen a la sociedad, la cual generosamente reparte ciertas tareas educativas entre padres e instituciones estatales.»
(Eberhard Muhlan, “Kinder in der Zerreissprobe”, 1985)

Desde entonces, este objetivo se ha cumplido. Hoy en día es casi imposible encontrar a alguna familia funcional. Esta es la consecuencia de la extrema escolarización e institucionalización de nuestra sociedad. Y esto a su vez tiene como consecuencia, que aumentan constantemente los problemas de la juventud: desorientación, delincuencia, alcoholismo y drogadicción, relaciones sexuales prematuras y perversiones sexuales, suicidios.

(Continuará)

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