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Pedagogía de la confianza (3)

Parte 3: La «intervención Join-Up»

Esta es la tercera parte de un artículo acerca de la «pedagogía de la confianza», un modelo pedagógico propuesto por el educador suizo Heinz Etter. En la primera parte describí sus principios, y en la segunda parte unas aplicaciones prácticas. Su concepto fundamental es que según el diseño de Dios, las relaciones entre padres e hijos se basan en la confianza mutua, y los niños tienen un deseo natural de someterse a sus padres.
Entonces, si en una familia hay enemistades y «luchas por el poder» entre padres e hijos, y los hijos están en un «modo de resistencia» contra los padres, eso señala que el fundamento de la confianza está ausente. En este caso, los buenos consejos de la pedagogía de la confianza no funcionarán bien. Los padres se sentirán tentados a recurrir a los métodos de las «pedagogías de la desconfianza»: La manipulación, las presiones, amenazas y castigos, o recompensas según un plan sistemático (como en la pedagogía conductista); o la renuncia a la autoridad, quizás de manera resignada: «¡Pues hagan lo que quieren!»
Pero la pedagogía de la confianza nos anima a hacer un esfuerzo para volver a ganar la confianza y la colaboración aun de aquellos niños que se encuentran en un «modo de resistencia». Eso es lo que Etter llama «la intervención Join-Up».

¿Realmente lo deseas?

Esta es la primera pregunta que hay que hacerse en esta situación. ¿Realmente deseas vivir en una relación de confianza mutua con tus hijos (o como profesor(a) con tus alumnos)?

Etter escribe al respecto:

Muchas personas, en lo profundo de su corazón no desean ninguna relación Join-Up con los niños. Están cargados con una necesidad nefasta de ejercer poder, y de mantener el control sobre todas las situaciones. Eso puede tener diversas razones. Para muchas personas inseguras, ejercer poder es la única manera que conocen de escapar de su aislamiento. Muchas personas no creen que exista algo como una relación Join-Up entre personas, ni entre humanos y animales, y tampoco entre humanos y Dios.
Experimentar el Join-Up con un caballo podría quizás ser un incentivo para cambiar de opinión.»

«El principio del Join-Up no es ningún truco para lograr que los niños te hagan caso. Uno podría quizás abusarlo para este propósito; pero entonces se convertiría en una forma de psicoterror que amenaza a los niños con privarlos del amor, les quita toda la seguridad en su relación contigo, y así estropea su desarrollo.
Es una gran ayuda experimentar el principio del Join-Up primero con un caballo, porque según nuestra experiencia, un caballo nunca seguiría voluntariamente a alguien que no merece su confianza, o solamente desde una distancia de dos metros.
Un verdadero Join-Up con los niños sucede solamente donde hay confianza. No se puede forzar; igual como no puedes forzar a nadie a amarte.»

Con un niño «difícil», es natural que nos preguntemos primero: «¿Qué puedo hacer para que este niño cambie?» – Pero la pedagogía de la confianza nos anima a hacer primero un trabajo en nuestra propia persona. Quizás soy yo quien tengo que cambiar, antes que pueda esperar un cambio en el niño.

La Intervención «Join-Up», Paso 1:
Independízate emocionalmente de tus niños; deja de «necesitarlos».

Ya hemos visto este principio en los artículos anteriores: El que necesita al otro, es el que debe someterse. Si nosotros «necesitamos» que el niño se sienta contento, que el niño apruebe nuestras acciones, que el niño tenga éxito, que el niño no sufra, etc. – entonces no tenemos autoridad para guiarlo. Entonces, el primer paso consiste en recuperar nuestra independencia emocional.

Etter dice acerca de este punto:

«Si usted quiere liberarse de esta dependencia, o ni siquiera caer en ella, estará en las mejores condiciones si vive en una relación cariñosa de amor con su esposo/a. (…) Si usted es madre soltera (o padre soltero), cultive unas amistades cercanas. Aun si piensa que los niños no le dejan tiempo para eso, en este caso lo necesitará aun más.»

De hecho, cuando nuestra necesidad de afecto, cariño, consuelo y apoyo emocional se satisface en la relación matrimonial, estamos menos en peligro de esperar que los niños llenen nuestro vacío emocional.
Pero como cristianos podemos saber que tenemos un apoyo aun mucho más grande en Dios mismo. «Venid a mí todos los que estáis trabajados y cargados, y yo os haré descansar», dijo Jesús (Mateo 11:28). Y también: «Cualquiera que bebiere de esta agua, volverá a tener sed; mas el que bebiere del agua que yo le daré, no tendrá sed jamás; sino que el agua que yo le daré, será en él una fuente de agua que salte para vida eterna.» (Juan 4:13-14). – En la comunión personal con el Señor mismo podemos recibir todo el ánimo y apoyo que necesitamos, especialmente para las situaciones conflictivas con los niños.

Y es que nuestra independencia emocional es esencial para poder aguantar los conflictos con los niños. También necesitamos estabilidad emocional para poder cambiar nuestra propia actitud y nuestra manera de actuar.

La Intervención «Join-Up», Paso 2:
Aléjate un poco de un niño que está en el «modo de resistencia», hasta que una conversación pacífica sea posible.

Voy a citar directamente los consejos de Etter para este paso:

«Mantenga un poco de distancia hacia un niño que no quiere someterse. Hágalo sentir que usted lo ama, pero que no tolera su comportamiento y que usted desea un cambio. No luche, no riña, no amenace. Simplemente diga: ‘Tenemos que conversar.’ Usted decide acerca del momento y del lugar de la conversación; y usted determina el tono que se usa al hablar.

‘No riña al niño’: ¿por qué es eso tan importante? – Esta forma amenazante y acusadora de hablar, pone en peligro la intervención Join-Up. Le animo a confiar en lo que digo: El éxito de su intervención corre peligro si usted empieza a reñir al niño. (…)

El que define y mantiene el tono de la conversación, es superior en la jerarquía.
El que define el comienzo y el fin de la conversación, es superior en la jerarquía.

Si usted desea llegar a una relación Join-Up con un niño, entonces no intente influenciar al niño, hacer acuerdos, etc, mientras la jerarquía todavía no está como debe ser.»

Los caballos no tienen manos

El siguiente pasaje puede ilustrar un poco más la idea de «alejarse» y «mantener cierta distancia»:

«¿Cómo logran los caballos una jerarquía de dignidad igual para todos? Creo que para ellos es mucho más fácil que para nosotros porque no tienen manos. Por eso están libres de la tentación de forzar a otro caballo a seguirles. Los caballos pueden alejar a otros caballos de sí, pero no pueden obligar a ningún caballo a ir por un camino determinado.
Nuestras manos, tan maravillosas como son, nos han seducido a hacer algo que nos causa muchos problemas en nuestro trato entre humanos. Piensa cuántas veces dijiste a un niño: ‘¡Ven acá!’, y esperaste que venga, y si no venía lo reñiste (lo trataste como enemigo). Si lo presionas, el niño probablemente recordará situaciones cuando sus padres lo cargaron para llevarlo a la fuerza a algún lugar.
(…) Cada vez que obligas a un niño a que se acerque a ti, actúas en contra de nuestro ‘sistema operativo’ como humanos. Nuestra cultura ha desplazado nuestro comportamiento natural de tal manera que ya no estamos conscientes de ello. Y quizás la regla tiene unas excepciones. Pero la pedagogía de la confianza saca conclusiones útiles de este descubrimiento. Verás como cambiará tu vida como educador(a) cuando comiences a fijarte en eso.

Jesús tampoco forzó a nadie a seguirle. Nunca obligó a alguien a estar cerca de él. ¡Al contrario!
‘Los zorros tienen guaridas y las aves del cielo tienen nidos; pero el Hijo del Hombre no tiene donde recostar su cabeza.’ (Lucas 9:58) – O sea: ‘Piénsalo bien si realmente quieres seguirme.’ – En una ocasión Jesús se enojó con Pedro porque Pedro le había hablado con los pensamientos de satanás. Entonces alejó a Pedro de sí.
Jesús tenía todo el poder, y él sabía cuan importante hubiera sido para los hombres, hacerle caso. Pero aun así se limitó a invitarles.

Como educadores, queremos entonces formular nuestra exigencia básica de la siguiente manera:

‘Yo no puedo ni quiero forzarte a escucharme o a seguirme aquí y ahora. Pero si quieres estar aquí, en mi esfera de influencia inmediata, entonces tienes que hacer caso a las reglas.’

– ‘No puedo simplemente mandar afuera a todos los niños que no quieren obedecerme’, dirás. Ten un poco de paciencia. Claro que no lo decimos tan tajantemente; pero eso es aproximadamente lo que un caballo ‘dice’ a un potro que quebranta las reglas. La idea es, que brindes la mayor parte de tu energía, de tu incentivo y de tu creatividad a aquellos niños que están en una relación Join-Up contigo; y que ya no intentes forzar bajo tu mando a aquellos que por alguna razón se encuentran en el ‘modo de resistencia’. Sigue tratándolos con respeto, pero mantenlos a cierta distancia, y verás unas maravillas.»

Me parece importante entender que eso de «mantener una distancia» no significa negarle el amor a un niño. No rechazamos al niño; seguimos tratándolo con amor y respeto; pero le hacemos entender que por causa de su comportamiento, por ahora no podemos hacer ciertas cosas con él o para él.
Esto puede significar que dejemos de hacer ciertas cosas por el niño, mientras los asuntos no están aclaradas y mientras no se haya llegado a un acuerdo. Por ejemplo: «Mientras tú sigues dejando tu cuarto en desorden, no lo voy a limpiar.» O: «Mientras sigues descuidando tu ropa de esta manera, no la voy a lavar ni remendar.» (Por supuesto que estas condiciones tienen que ser de acuerdo a la edad y las capacidades del niño; pero no subestimemos sus capacidades.)

La Intervención «Join-Up», Paso 3:
Aclara las cosas en una conversación objetiva, donde tú defines el tono. Lleguen a un acuerdo mutuo.

Aquí se trata primeramente de esperar el momento apropiado:

«Según las circunstancias, puede durar bastante tiempo hasta que un niño esté listo para una tal conversación. Es necesario que el niño acepte el lugar, el tiempo, y el tono de conversación que usted define. Eso es una señal de que reconoce la autoridad de usted. – Pero según nuestras experiencias, raramente durará más que unos cuantos días.»

No solamente es necesario que el niño esté dispuesto a conversar. También hay que hacerle entender que nosotros mismos deseamos cambiar la forma como nos tratamos mutuamente; que no se trata de que «nosotros ganemos la lucha», sino que se llegue a un acuerdo mutuo en paz. (¡Y eso funcionará solamente si eso es nuestra intención verdadera y sincera!) Por eso dice Etter:

«Por mientras, evite toda acción que lo haga dificíl para el niño someterse. No se sorprenda si el niño intenta provocar una pelea, para que vuestra relación continúe según las mismas reglas como antes – las reglas acostumbradas, en las que el niño se siente fuerte. No le haga caso; ignore toda provocación, hasta donde sea posible. Tampoco empiece a discutir acerca de otros asuntos. Evite toda comunicación más allá de lo necesario. Hable de manera decidida, pero amable. Concéntrese enteramente en la conversación que debe tener lugar.»

Entonces, cuando llega el momento, explica al niño qué es lo que te molesta en su comportamiento, y por qué. Concéntrate en los puntos más importantes. Aclara que tú también deseas ayudar al niño para que le sea más fácil cambiar en estos aspectos. Reconoce tu propia parte de la responsabilidad por los conflictos. Aquí puede también ser el lugar de pedir perdón por tus propias reacciones equivocadas. Es importante mantener la conversación en un tono objetivo y pacífico. Etter dice:

«Si el niño reacciona de manera agresiva en esta conversación, no le responda en el mismo tono. En su lugar, interrumpa la conversación y defina otro momento más tarde para continuarla.»

Después conversen de cómo podrían actuar mejor en estos puntos conflictivos; y ambas partes asumirán ciertos compromisos en cuanto a su comportamiento. Valora las sugerencias del niño. Cito el siguiente ejemplo práctico:

«El éxito de la primera intervención es importante. Por eso le animo a planificarla cuidadosamente. (Antes de la conversación,) anote las situaciones acerca de las que desea conversar. Por ejemplo así:

1. ¿Cómo es la situación actual?
Casi todos los días cuando llego a casa, la casaca de Ana está tirada sobre la baranda o en el piso. Yo suelo colgarla en su lugar. Cuando le hablo a Ana de ello, ella solamente dice: ‘Puedes colgarla tú si te molesta.’

2. ¿Cómo reacciono yo en esta situación?
Esa actitud me irrita tanto que ya no digo nada, solamente cuelgo la casaca. Pero cada vez que lo hago, me siento humillado.

3. ¿Qué quiero lograr?
Quiero que Ana cuelgue su casaca ella misma. Pero aun más importante: que ya no reaccione de esta manera insolente cuando le digo algo.

El padre que anotó eso, llevó a cabo la intervención con éxito. Después de mucho tiempo, tuvo por primera vez una conversación seria y amable con su hija, y Ana se mostró enseguida dispuesta a cooperar. Ellos anotaron el siguiente acuerdo:

1. Yo (Ana) colgaré mi casaca yo misma.
2. Si alguna vez lo olvido, mi papi pondrá la casaca sobre mi asiento en el comedor. Entonces la colgaré sin protestar.
3. Mi papi no me hará reproches ni me mirará mal.

El punto 3 deja entrever que hubo algunos aspectos adicionales en juego. Cuando volví a hablar con aquel padre unos meses después y le pregunté en qué había quedado ese asunto, él ya lo había olvidado. Por fin dijo: ‘Ah, ¿eso de la casaca? Creo que una sola vez tuve que ponerla sobre el asiento de Ana. Hace tiempo ya que eso se ha arreglado.'»

La idea detrás de esta estrategia es dar lugar al niño, para que vuelva a darse cuenta de que nos necesita. Después de un tiempo de «distancia» (pero no rechazo), puede despertar nuevamente en un niño su deseo natural de seguirnos. Etter dice:

«Confíe en las fuerzas de apego del niño hacia usted. Estas fuerzas son enormes, aunque en el momento usted no siente que están aquí. Aguante esta situación, donde usted por el momento no recibirá muestras de afecto de parte de su niño. Si usted sufre bajo esta situación, confíe en que el niño sufre igualmente, aunque no quiere mostrarlo.
Su deseo de cercanía con usted es aun más grande que viceversa. Pero este sufrimiento tiene un propósito: Es lo que llevará al niño de regreso a una relación de Join-Up con usted – aunque inicialmente sea solamente por unas cuantas horas o días.»

Para niños pequeños, obviamente habría que adaptar esta estrategia. Con un niño de tres años todavía no podemos llevar una conversación como en el ejemplo citado; y aun de un niño de cuatro o cinco años todavía no podemos esperar que recuerde por sí mismo un acuerdo formal. También hay que tener cuidado cómo entender lo de «mantener distancia» con un niño pequeño: no debe entenderse en el sentido de «dejarlo solo», porque los niños de esa edad siempre necesitan saber que papá o mamá están cerca y accesibles en caso de necesidad, de otro modo se sienten abandonados.
Etter no da muchos consejos acerca del trato con niños muy pequeños. Dice que es más fácil con ellos porque están más fácilmente dispuestos a regresar al «Join-Up» con sus padres, mientras tienen la certeza de que estamos de su lado. Entonces reaccionarán mejor cuando pronunciamos p.ej. prohibiciones no en un tono amenazante, sino de manera amable (pero firme): «Mira, esta tijera es muy punzante. Tiene quedarse aquí en su lugar para que no te lastime.» Y en casos de emergencia todavía es posible cargar a un niño pequeño a otro lugar fuera del peligro – eso sería una de las excepciones a la regla mencionada en el apartado «Los caballos no tienen manos». Pero habría que dar una explicación: «Lo siento, pero ahora tengo que llevarte adentro, porque aquí puede pasar un accidente.»

La Intervención «Join-Up», Paso 4:
Ten confianza en el niño; y cumple por tu parte con los acuerdos.

Si la conversación se llevó a cabo exitosamente, ya se ha ganado mucho:

«Lo más importante es que la conversación haya tenido lugar, bajo condiciones que usted estableció y el niño aceptó. (…) Ahora ustedes tienen un nuevo fundamento para seguir adelante. Evite que la conversación sea una experiencia humillante, o negativa, para el niño. El niño debe darse cuenta de que vale la pena tratarse de una manera más respetuosa. En una conversación de Join-up todos ganan; no hay perdedores.»

Ahora se trata se seguir adelante sobre esta base nueva, y no recaer en el antiguo comportamiento conflictivo o manipulador. ¡Eso vale tanto para los adultos como para los niños! Etter dice que en los casos donde padres buscaron su consejo porque los acuerdos hechos «no funcionaban», casi siempre la causa era que los padres no cumplieron su parte del acuerdo.

Ahora que el niño ha afirmado su decisión de cooperar, es importante confiar en su capacidad, y no desanimarlo con nuestra desconfianza:

«Sea generoso. En lo posible, permita que el niño haga sus propias decisiones. Confíe en que el niño asumirá la responsabilidad por sí mismo; pero asegure que le reconozca a usted como autoridad.
(…) Un niño que vive en una relación de Join-Up, no necesita las constantes amonestaciones y correcciones: ‘No olvides cepillar tus dientes.’ – ‘Guarda tus libros.’ – Tales amonestaciones son incluso contraproducentes.
(…) Muchos padres tienen poca confianza en sus hijos y temen todo el tiempo que los niños olviden sus deberes, que se descontrolen, que no puedan solucionar sus conflictos, que no puedan resistir las tentaciones … Necesitamos cambiar nuestra idea acerca de los niños.
(…) Muchos padres no empiezan a informarse acerca de la educación de los niños, hasta que noten que sus hijos no están en una relación de Join-Up con ellos. Por eso, la mayoría de los libros sobre educación están llenos de consejos para tales situaciones. (Nota: Y esta clase de consejos a menudo hacen solamente que los padres ganen una ‘lucha por el poder’, pero los niños siguen en el ‘modo de resistencia’.) Pero lo que más necesitamos aprender, es cómo tratar con un niño que está en Join-Up con nosotros; y cómo mantener esta relación.»

Como enfatiza Etter, es relativamente fácil llevar a un niño de regreso a una relación de Join-Up – por lo menos por un tiempo. Lo que es más difícil, y más importante, es mantener esta relación a lo largo del tiempo. Allí se aplican todos los principios y consejos mencionados en la Parte 2.

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Pedagogía de la confianza

Parte 1: Los principios

Hace unos años, el educador suizo Heinz Etter presentó su concepto de la «Pedagogía de la confianza». Etter trabajó muchos años como profesor, como educador terapéutico, y como director de un internado para adolescentes con problemas de comportamiento. Así que su concepto no es una mera teoría; es el fruto de un largo tiempo de experiencia, y especialmente con niños y adolescentes «difíciles».
Según sé, su obra todavía no ha sido traducida a otros idiomas. Deseo describir aquí a grandes rasgos de qué se trata.

Los niños fueron creados con un deseo natural de cooperar con sus padres y de someterse a ellos.

Este es el principio fundamental, y tal vez el más «revolucionario», de la pedagogía de la confianza. La educación tradicional ve a los niños como «desobedientes», que de alguna manera tienen que ser obligados, forzados, o manipulados para que obedezcan. O sea, la educación tradicional es basada en la desconfianza hacia los niños.
El otro extremo, la educación anti-autoritaria o «democrática», ve a los niños como pequeños adultos con los mismos derechos como los adultos, y entonces descarta toda idea de «sumisión».
Frente a estos extremos, Etter propone un tercer camino: Confiemos en que los niños por naturaleza quieren seguir a sus padres. Donde existe una relación de confianza mutua, la sumisión hacia los padres es la forma más natural de obrar de un niño.

Cada niño tiene buenos motivos para someterse a sus padres. Etter dice:

  • «Cada niño y cada adolescente quiere tener padres fuertes. Niños pequeños dicen a veces: «Mi papá es más fuerte que el tuyo.» Aun el adolescente más rebelde no permite que alguien ofenda a su madre.
  • Cada niño por su parte desea ser respetado, amado y valorado por sus padres. (…)
  • Cada niño y cada adolescente depende de la provisión de sus padres (alimentación, vivienda, protección …).»

Un cristiano con un trasfondo de educación tradicional dirá quizás: «Pero los niños son por naturaleza pecadores, y por tanto rebeldes.»

La pedagogía de la confianza responde a esto: Es cierto que el pecado habita aun en el niño más pequeño. Pero eso es solamente una cara de la moneda. La otra parte de la verdad es que cada niño fue creado en la imagen de Dios, es de gran estima para Dios, es una bendición para sus padres y una «herencia del Señor» (Salmo 127:3-5). Un aspecto de la «imagen de Dios» es la disposición natural del niño de someterse a sus padres. ¿No será esta una de las razones por qué el Señor dijo que para entrar al reino de los cielos, es necesario volver a ser como un niño, y «humillarse como un niño» (Mateo 18:3-4)?

La desobediencia y rebeldía de los niños se debe a menudo a que los padres no edificaron ninguna relación de confianza con sus hijos.

Muchos niños se dan cuenta de que sus padres no confían en ellos: «Mis padres piensan que soy malo.» – «Mis padres piensan que yo malogro todo.» – «Mis padres piensan que yo no sirvo para nada.» – Ellos sacan estas conclusiones de las palabras y reacciones que ven y escuchan diariamente de sus padres. Y en consecuencia, ellos a su vez comienzan a desconfiar de sus padres, y dejan de someterse. No por maldad, sino como reacción natural a la desconfianza de sus padres.

Etter dice al respecto:

«Muchos padres suponen que sus hijos son ‘por naturaleza’ unos pequeños tiranos y rebeldes; y que por tanto hay que presionarlos para que aprendan disciplina y obediencia. De esta manera, los padres destruyen desde el inicio la relación de confianza que Dios estableció entre padres e hijos. Los niños se ven constantemente sometidos a sospechas por parte de los adultos, sin que los adultos estuvieran conscientes de ello.
Imagínese lo que significa cuando decimos ante un grupo de niños: ‘Por supuesto que no ha sido nadie (quien cometió esta travesura).’ – En palabras claras, esto significa: ‘Por lo menos uno de ustedes es un transgresor, y además un mentiroso.’ (Y dependiendo de nuestro tono de voz, todos los demás también se sentirán bajo sospecha de ser cómplices.)
El sistema judicial, desde hace tiempo ya se basa en la suposición de la inocencia. (O sea, que el acusado es considerado inocente, hasta que se haya demostrado lo contrario.) Pero entre adultos, eso es todavía poco frecuente (dependiendo de la cultura); y cuando se trata de niños, es la excepción. Estamos muy acostumbrados a desarrollar y pronunciar malos pensamientos y sospechas, cada vez que no comprendemos el comportamiento de un niño. Esto no es natural. Por ejemplo en Eritrea, por principio las personas se confían mutuamente, excepto si fueron engañados por alguien.

Es particularmente trágico cuando los cristianos viven con la idea de que no hay nada bueno en el hombre, y que por tanto Dios quiere que seamos siempre desconfiados. Lo contrario es el caso. ¿Qué dijo Jesús acerca de la paja en el ojo del prójimo, y la viga en el propio ojo? Jesús seguramente nos aconsejaría que es preferible aguantar las sospechas de nuestros prójimos, en vez de sospechar de ellos.

La desconfianza está en el origen del pecado: ‘¿Habrá dicho Dios …?’ La incredulidad es una expresión de esta desconfianza. En todo el Antiguo Testamento, Dios busca la confianza de Su pueblo. Pero aun con todos los señales y milagros, el pueblo de Israel seguía desconfiando. Puesto que el hombre no puede vivir sin apoyarse confiadamente en alguien o en algo, empieza a apoyarse en otros ‘dioses’. Vencer la desconfianza y ser críticos hacia nosotros mismos, es una parte esencial del mensaje de Jesús. La desconfianza es la causa principal de los conflictos entre educadores y niños …»

La alternativa es entonces: Si un niño hace algo que nos molesta o que «no debe» hacer, no sospechemos desde el inicio que el niño lo hace por maldad. En cambio, supongamos que el niño tiene unas razones buenas y válidas por actuar de la manera como actúa, e intentemos comprender las razones del niño. Entonces, en muchos casos se dará una solución pacífica del conflicto, sin tratar al niño como si fuera nuestro enemigo.

Cooperación por imitación o por compensación

Este es una observación descrita por Jesper Juul. Los niños por naturaleza tienden a cooperar con los adultos; pero esta cooperación puede asumir dos formas distintas:

La cooperación por imitación consiste en que los niños hacen lo que ven a los adultos hacer. Entonces, si los padres damos un buen ejemplo, podemos confiar en que los niños seguirán naturalmente nuestro ejemplo. Por el otro lado, si damos un mal ejemplo, no tiene sentido corregir a los niños si ellos hacen lo mismo: tenemos que cambiar primero nuestro propio comportamiento.

La cooperación por compensación consiste en que los niños, con su manera de actuar, llenan un «vacío» que observan en el comportamiento de los padres. (A menudo no están conscientes de ello.) En estos casos puede entonces suceder que los niños hacen lo contrario de lo que hacen los padres. Por ejemplo, si los padres se esfuerzan por ahorrar todo lo que pueden, hasta el punto de ser avaros, puede ser que un niño empieza a regalar a sus amigos todo lo que puede, para así compensar la falta de generosidad que observa en su hogar. – O si los padres se preocupan excesivamente por el orden en el hogar, un niño puede volverse muy desordenado y deja sus cosas por todas partes.

Es importante entender que esta «cooperación por compensación» no es ninguna acción «en contra» de los padres. Al contrario, es una manera del niño de decir: «Ustedes se han olvidado de algo importante, entonces yo les ayudaré haciendo lo que ustedes no han hecho.»

La cooperación por compensación tiene su función más importante en el contexto de autoridad y sumisión. Si los padres son quienes mandan en el hogar, no tendría sentido que los niños imiten este comportamiento, queriendo mandar también. Tiene mucho más sentido que los niños asumen el rol complementario, o sea, se someten.

Pero en algunas familias, los padres actúan como si ellos fueran siervos de sus hijos: los visten, los peinan, les amarran los zapatos, les sirven su comida o incluso los alimentan con cuchara, etc; todo eso a una edad en que los niños ya hace tiempo serían capaces de hacer todo eso por sí mismos. Entonces es natural que los niños cooperan por compensación: Si los padres asumen el rol de siervos, los niños se convierten en los amos. Se vuelven exigentes, ingratos, perezosos, y no quieren ayudar a sus padres. Esta es otra de las situaciones donde no se desarrolla ninguna relación de confianza natural entre padres e hijos.

En situaciones como estas, Etter propone hacerse la pregunta: ¿Quién necesita a quién? – Lo natural es que los niños necesitan a sus padres. Pero en estas situaciones de «jerarquía invertida», parece que los padres necesitan a sus hijos: Los padres no se atreven a ofender a sus hijos, porque se sienten dependientes de ellos. – Cito a Etter acerca de este punto:

«El que es dependiente, el que necesita la ayuda y protección del otro, éste es el que debe someterse. Y es obvio que el que es independiente y fuerte, es el que puede – no, debe – asumir una posición superior.
(…) Como padres también tenemos un deseo de ser amados, respetados, valorados, y de que alguien se preocupe por nosotros. Pero cuando esperamos que sean nuestros hijos quienes cumplan este nuestro deseo, nos metemos en peligro. (…) Estaremos siempre tentados a dar todo a nuestros hijos, aun antes de que ellos sientan alguna necesidad. Queremos alimentar a los niños antes que tengan hambre, y queremos llenarlos con juguetes y diversiones antes que sientan la necesidad de encontrar una actividad interesante por sí mismos. De esta manera, los niños nunca sentirán que ellos nos necesitan y que ellos dependen de nosotros.
(…) Es algo maravilloso, ser amado de manera incondicional. Pero los niños en esta situación no lo verán de esta manera. Ellos perciben que en realidad no están recibiendo ningún amor voluntario; que sus padres se sienten impotentes y obligados a cumplir cada deseo de los niños. Y los niños no pueden experimentar lo que es el verdadero amor, que no se puede comprar ni forzar.
Esta ‘inversión de las necesidades’ se concretiza de muchas maneras:
Muchos niños creen que el comer, el dormir y el aprender sean ‘servicios’ que ellos tienen que prestar para el bien de sus padres. Quizás usted conoce esto: ‘una cucharita para mamá, una cucharita para papá …’ ¿Y cómo se le ocurriría a un niño criado así, ser agradecido por tener comida? – Muchos niños nunca experimentan lo que es tener frío. Ellos están convencidos de que su gorra sirve solamente para satisfacer a su mamá. Es ella quien sufre cuando el niño no se pone la gorra. – Algunos niños hasta son obligados por sus padres a subirse a un juego mecánico, y los padres les aplauden si los niños se divierten; como si fueran los padres quienes tienen una necesidad de que sus hijos se diviertan. Entonces los niños descubren que solamente tienen que amenazar con que se sienten aburridos, y enseguida los padres corren para buscarles una nueva diversión. (…)
¿Se da cuenta usted de que esta es también una forma de abuso? Los padres que actúan así, impiden que sus hijos desarrollen su capacidad natural de comportarse bien para así asegurarse de la buena voluntad de sus educadores y proveedores.»

Entonces, los padres (y otros educadores) tienen que llegar primero a un punto donde ellos ya no dependen del amor y de la aceptación de los niños. Desde allí pueden asumir su posición natural como autoridades de la familia (sin caer en un comportamiento «autoritario»); y entonces los niños naturalmente cooperarán «por compensación», asumiendo la posición del que se somete. De esta manera los niños pueden confiar en que sus padres les guiarán bien; y los padres pueden confiar en que los niños les seguirán.
Etter lo ilustra con la imagen de una gallina o una pata madre que guía a sus polluelos pequeños: La madre camina tranquilamente por delante y confía que los polluelos le seguirán. No tiene necesidad de voltearse cada rato para controlar si le siguen; ni mucho menos de arrearlos desde atrás. La madre confía en sus polluelos porque sabe que ellos la necesitan y por tanto le seguirán. Y los polluelos le siguen confiados, porque ellos a su vez confían en que la madre les guiará a un buen lugar. (Para una ilustración relacionada, a la luz de la historia y cultura latinoamericana, vea aquí.)

Si esto se hace correctamente desde el inicio, la educación de los niños es algo natural, y no tiene por qué haber «luchas por el poder» entre padres e hijos. Es más difícil enderezar una situación donde la relación de confianza mutua ya ha sido rota. Volveremos a eso en la segunda parte.

Los padres fueron creados con la capacidad natural de guiar y educar a sus hijos.

De la misma manera como los niños fueron creados con un deseo natural de someterse, los padres fueron creados con una capacidad natural de guiar y educar a sus hijos. Etter dice:

«¿Alguna vez usted se preguntó por qué los animales logran criar a sus crías sin sufrir de problemas pedagógicos? (…) Dios creó la naturaleza de tal manera que las crías siguen a sus padres, sin que los padres necesiten alguna formación especial para eso.»

Entonces tenemos aquí una clave más para establecer y mantener una relación de confianza mutua entre padres e hijos: Vuelve a confiar en tu propia capacidad, dada por Dios, de educar y guiar a tus hijos. No hagas caso a las muchas voces que quieren hacerte creer que necesitas ser un «experto» para poder educar a tus hijos. Etter aconseja:

«Despójese de los muchos consejos y recetas sobre educación que usted aprendió. Descubra nuevamente que todos nosotros somos por naturaleza capaces de guiar a nuestros niños.»

La relación del «Join-Up»

La palabra inglesa «Join-Up» (algo como: «Únete y sigue») fue usada por Monty Roberts, un entrenador de caballos que descubrió un método cómo domar a caballos salvajes sin usar nada de violencia o fuerza. (Este método fue popularizado por la película «El hombre que susurraba a los caballos».) Su método se basa en la observación del comportamiento natural de los caballos cuando se encuentran en grupo. Siempre hay entre ellos una «yegua guía» que es reconocida como tal por todos. La yegua guía emite ciertas «señales de autoridad» que hacen entender a los otros caballos que es ella quien guía, y entonces le siguen. Lo interesante es que la yegua guía no dispone de ningún «medio disciplinario» que podría obligar a los otros caballos a seguirle. Lo único que puede hacer, es alejar de sí a un caballo que se comporta de una manera «rebelde». El mensaje es: «Puedes seguirme si quieres; pero si no quieres, tienes que alejarte.» – Ahora, el entrenador emite la misma clase de «señales de autoridad» como una yegua guía; y el resultado es que los caballos comienzan a reconocerle a él como su líder natural. O sea, los caballos entran en una relación de «Join-Up» con el entrenador; una relación de confianza mutua. La prueba de esta relación consiste en que el entrenador puede irse sin voltear atrás, y el caballo le sigue voluntariamente.

Ahora, Etter demuestra que lo mismo funciona entre educadores y niños. No podemos obligar a ningún niño a seguirnos. Pero podemos guiar de manera natural, y los niños se darán cuenta de que ellos dependen de nuestra dirección; entrarán en una relación de «Join-Up» con nosotros y nos seguirán. Si un niño no quiere seguirnos, nos distanciamos de él (lo que significa que el niño pierde ciertos beneficios de nuestra dirección y protección); pero le señalamos que en cualquier momento cuando decida seguirnos, lo recibiremos nuevamente cerca de nosotros.

Esto funciona solamente cuando cambiamos nuestra manera de pensar acerca de los niños: Tenemos que confiar en que ellos son hechos para seguirnos voluntariamente, sin ninguna medida de fuerza. Tenemos que dejar de verlos como enemigos, y confiar que en el fondo de su ser, ellos desean estar de nuestro lado. Y nosotros mismos tenemos que actuar de tal manera que merecemos la confianza de los niños hacia nosotros.

(Continuará…)

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El deseo más grande de un educador cristiano

Pienso que el deseo más grande de un educador cristiano es, o debe ser, que sus niños se conviertan a Jesucristo y que experimenten el nuevo nacimiento por el Espíritu Santo. Mientras que esto no suceda, aun los mejores logros en cuanto a conocimientos, habilidades, o buen comportamiento, quedan como recipientes vacíos, destituidos del tesoro que debería llenarlos.

Siempre he defendido la idea de que la niñez es el tiempo preferido para convertirse. Sigo manteniendo este punto de vista; pero después de que la niñez de mis hijos pasó sin que se cumpliese este mi deseo, me he vuelto más cauteloso. Ciertamente, los niños tienen algunas ventajas en cuanto al entregarse al Señor de todo corazón; por eso el Señor los puso como ejemplo para los adultos (Mateo 18:2-4). Ciertamente, tenemos que permitir y ayudar a los niños que vengan al Señor y reciban Su reino mientras todavía son niños (Marcos 10:13-16). Pero eso no es algo que tuviéramos por garantizado, o que pudiéramos hacer nosotros mismos. El nuevo nacimiento sigue siendo una obra sobrenatural de Dios que no podemos «producir» a nuestro antojo. «El viento sopla de donde quiere, y oyes su sonido, pero no sabes de dónde viene ni a dónde va; así es todo aquel que es nacido del Espíritu», dijo Jesús a Nicodemo (Juan 3:8). El lo hace en el tiempo que El escoge según Su voluntad soberana.

Entonces, quizás sea un pequeño consuelo para los padres cristianos en la misma situación, que nosotros también seguimos todavía deseando y orando por la conversión de nuestros hijos. No que estuvieran llevando vidas «mundanas», están bien conscientes de los preceptos de Dios; solamente que no les llegó todavía el toque del Espíritu Santo para experimentar el nuevo nacimiento.

En este camino deseamos cuidar algunos puntos:

No confundir la conversión con una obra humana.

En muchos círculos evangélicos se ha extendido un peligroso facilismo en cuanto a la conversión: «Solamente repite esta oración, y el Señor va a perdonar todos tus pecados.» Un seguidor de esta corriente quizás me dirá: «¿Por qué no les dices a tus hijos que se conviertan ya, que hagan su decisión, que digan su oración de entrega?» – Con todo respeto, pero eso no es una conversión. No existe ninguna persona en todo el Nuevo Testamento que haya nacido de nuevo con simplemente decir una pequeña oración. La condición que el Señor establece es el arrepentimiento (Lucas 24:47, Hechos 2:38, Hechos 11:18, y otros). Eso implica mucho más que solo palabras: el arrepentimiento consiste en un cambio completo en actitudes, pensamientos y actos. (Vea: «Arrepentimiento – ¿falso o verdadero?») Un tal arrepentimiento sucede solamente cuando el Espíritu Santo ha convencido a una persona «de (su) pecado, de justicia y de juicio» (Juan 16:8). Por eso no sirve decir a una persona: «Conviértete ahora no más.» Para eso se necesita ese toque del Espíritu Santo, una obra sobrenatural de Dios.

Queremos, por tanto, cuidarnos contra las manipulaciones que tan a menudo se cometen en este campo. He conocido a muchos evangélicos que fueron inducidos a hacerse «cristianos» de la misma manera como alguien es inducido a hacerse socio de una asociación, o a comprar un producto novedoso. Fueron convencidos con argumentos humanos para hacer una decisión humana; pero no hubo convicción por el Espíritu Santo, y en consecuencia no se observa en sus vidas ningún cambio obrado por Dios. Asisten a las reuniones de una iglesia y emplean un lenguaje religioso, pero por lo demás siguen viviendo de la misma manera como antes, y siguen siendo los mismos mentirosos y los mismos egoístas como antes.
No quiero que mis hijos tengan una tal «conversión» superficial. Una verdadera conversión cambia la vida de manera radical y en lo más profundo. Y el que verdaderamente nace de nuevo, recibe no solamente perdón del pecado; recibe también libertad del pecado. (Romanos 6:11-14, 8:2-4, 1 Juan 3:5-9). Eso es lo que deseamos: no una conversión a lo fácil, sino una genuina, obrada por Dios.

No rendirnos en presentar el Evangelio.

Entonces, no queremos manipular a nuestros hijos; no queremos empujarlos hacia una decisión superficial que no ha crecido y madurado en sus propios corazones. Pero tampoco queremos quedarnos indiferentes y pensar: «Ya les hemos hablado tanto, los dejaremos no más.» Seguimos señalando las verdades fundamentales del plan de salvación de Dios; seguimos leyendo la Biblia en familia y conversando acerca de lo que leemos; seguimos orando por nuestros hijos.
Y quizás lo más importante: seguimos contando con Dios en las situaciones de nuestra vida diaria. Cuando tenemos un problema o una necesidad, pedimos a Dios por sabiduría y ayuda. Cuando nos va bien, reconocemos la bondad de Dios y le agradecemos. En los estudios buscamos la perspectiva de Dios acerca de lo que estudiamos. Cuando hay un conflicto, buscamos cómo hacer valer la justicia y la misericordia de Dios, y buscamos una solución conforme a Su palabra. Cuando alguien está enfermo, oramos primero, antes de buscar a médicos y medicinas. Cuando vemos una necesidad en nuestro alrededor, buscamos como ayudar, y si no tenemos manera de ayudar, por lo menos oramos por los afectados. Creo que de eso trata la vida cristiana: vivir todos nuestros días bajo el señorío de Dios.
Así yo confío en que nuestros hijos se recordarán de diversas ocasiones donde Dios obró, no solamente en un pasado remoto, sino en nuestra propia familia. Esperamos que llegue el día cuando todas estas pequeñas semillas den fruto. (De hecho, uno de nuestros hijos ya comenzó a buscar a Dios más seriamente, sin ningún incentivo adicional de nuestra parte.)

No confundir educación cristiana con socialización eclesiástica.

Este es uno de los malentendidos que he observado con bastante frecuencia: se cree que «educación cristiana» iguala a «aprender las costumbres de una iglesia». Entonces se enseña a los niños a participar de los rituales de la iglesia, a cantar como cantan en la iglesia, a hablar como hablan en la iglesia («Gloria a Dios», «Dios te bendiga hermano», …), a vestirse como se visten en la iglesia … en breve, se les acostumbra a adoptar toda la subcultura de la iglesia, y se cree que con eso se volverán cristianos.
Paul White, misionero y autor de los «Cuentos de la selva», presenta una ilustración viva de esta idea en su cuento «El chivo que quería ser un león». El chivo pide consejo al mono (no la persona más indicada para dar consejos): «¿Cómo puedo convertirme en un león?» – El mono responde: «Para llegar a ser un león, tienes que actuar como un león. Tienes que caminar como un león, tienes que hablar como un león, y tienes que comer lo que comen los leones.» – El chivo se esfuerza entonces por caminar majestuosamente, rugir como un león, y comer carne. Creyendo que ahora es un verdadero león, va a buscar a los otros leones – y termina en los estómagos de ellos.
La moraleja: Nadie se convierte en león por imitar a los leones; para eso sería necesario haber nacido león. Igualmente, nadie se convierte en cristiano por hacer lo que hacen los cristianos; es necesario nacer de nuevo por el Espíritu Santo.

Un error similar consiste en educar a los niños de padres cristianos como si ellos también ya fueran cristianos. A menudo, el resultado es que se les imponen cargas que no pueden llevar: «Como cristiano no deberías hacer esto», «Como cristiano deberías ser así y así» … o sea, exigiendo al chivo que sea un león. Tenemos que recordarnos que Dios no tiene nietos, sólo hijos. Si yo soy un hijo de Dios, eso no implica que mi hijo sea un nieto de Dios. El tiene que encontrar su propia relación con Dios.

Líderes de iglesias se quejan de que «estamos perdiendo a nuestros jóvenes», «han crecido en nuestra iglesia, pero ahora se están alejando» – no, no es que se estuvieran perdiendo, ¡es que nunca fueron «encontrados»! Fueron «socializados» en la subcultura de la iglesia, adquirieron unas formas exteriores de comportamiento, se hicieron cristianos «de nombre»; pero nunca recibieron el nuevo corazón que solamente Jesucristo puede dar. Ser cristiano no es seguir las costumbres de una iglesia; ser cristiano es vivir con Jesucristo. Y el ambiente de una iglesia institucionalizada no ayuda mucho para eso – a menudo incluso estorba. (Vea: «Iglesias y escuelas: Los problemas creados al remplazar la familia por instituciones».)

En nuestra familia hemos sido particularmente afectados por este problema. Tanto padres como hijos, hemos sufrido en repetidas ocasiones unas agresiones y unos daños graves por parte de miembros y líderes de iglesias (quienes nunca reconocieron sus faltas). Esta debe ser una de las causas por qué era difícil lograr que nuestros hijos se interesaran por los asuntos de Dios. Nos quedó la dura tarea de explicarles que esas personas que se llamaban «cristianos» (y en quienes nosotros mismos habíamos confiado al inicio) no eran cristianos de verdad, por más que eran líderes de iglesias «cristianas»; y que el Señor Jesús y Sus verdaderos discípulos no actúan como ellos actuaron. Con eso tal vez pudimos mitigar un poco el daño espiritual que estaba hecho; pero no deshacerlo por completo. La compañía de los falsos cristianos puede ser más dañina que la compañía de los mundanos.

La comunión con verdaderos cristianos puede ser muy beneficiosa para nuestros hijos – no en términos de participar en programas institucionalizados de una iglesia, pero teniendo comunión personal y compartiendo lo que Dios hace en nuestra vida cotidiana y en nuestras familias. Pienso que si en aquel tiempo hubiéramos tenido cerca de nosotros tan solamente una o dos familias genuinamente cristianas, hubiéramos estado mucho mejor. Desafortunadamente, las oportunidades para eso eran muy escasas.

Pero cualesquieras que sean nuestras circunstancias, la educación cristiana de nuestros hijos es nuestra propia tarea como padres. No la podemos delegar a ninguna iglesia, a ningún pastor, a ninguna escuela cristiana, a ningún grupo de niños o de jóvenes. Y así es también nuestra tarea, presentarles el Evangelio, darles el ejemplo de una vida cristiana, e interceder ante Dios por ellos. Así seguiremos, hasta que se cumpla nuestro gran deseo de ver a nuestros hijos hechos nuevos en las manos del Señor.

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La importancia de las letras sin imágenes

El mundo de la educación – y especialmente de la educación escolar – está lleno de creencias muy difundidas, pero sin comprobar. Una de estas creencias dice que un libro para niños tiene que ser lleno de imágenes. Tengo varias razones pedagógicas, prácticas, y bíblicas, para desafiar esta creencia.

Es cierto que a los niños les gustan las imágenes; y muchos niños contemporáneos no agarrarían voluntariamente ningún libro que no tenga imágenes. (Y muchos adultos tampoco.) Pero una pregunta muy distinta es: ¿Las imágenes realmente ayudan a los niños a leer? ¿o quizás, mas bien, incentivan malas costumbres de lectura, y es por causa de estas malas costumbres que mucha gente hoy en día ya no puede leer libros sin imágenes?

Estas son dos páginas de un libro que mis hijos disfrutaron de leer, por cuenta propia, cuando tenían nueve años: (Julio Verne, «La vuelta al mundo en ochenta días»)

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El libro tiene 80 páginas, y contiene un total de solamente siete ilustraciones. Eso no fue ningún impedimento para mis hijos. Poco después comenzaron a leer en la Biblia – no una Biblia ilustrada para niños, sino una «verdadera», sin dibujos en absoluto. Aquí tenemos entonces el ejemplo práctico, de que los niños no tienen ninguna necesidad de imágenes en los libros.

Y no es que mis hijos hayan sido unos lectores especialmente precoces. Uno de ellos aprendió a leer a los cinco años y medio, y el otro a los seis años y medio. Pero apenas entendieron cómo formar palabras de las letras escritas, procedieron a la lectura fluida y con plena comprensión. Así sucede con prácticamente todos los niños a quienes se les permite aprender a leer de manera natural, esperando pacientemente el momento cuando alcancen la madurez cerebral correspondiente para ello. (Vea «¿Cómo aprenden a leer?»)
Muy a diferencia de los niños que son apresurados a la lectura a una edad demasiado temprana: éstos a menudo permanecen en la etapa del «deletrear» y del «descifrar sin entender» hasta que tienen diez, once o hasta doce años.

Más allá de estas experiencias, propongo considerar las siguientes razones:

1. Las letras sin imágenes obligan a los niños a leer de verdad, en vez de adivinar.

Cuando los niños aprenden a leer con libros llenos de imágenes, se acostumbran a «leer» las imágenes en vez de leer las letras. Ven un dibujo de un oso y ya suponen que la palabra debajo debe decir «oso», sin siquiera mirar las letras. Así aprenden a adivinar en vez de leer.

Algunos libros escolares apoyan intencionalmente esta tendencia a «adivinar». Dicen por ejemplo: «Después de ver las ilustraciones (o: «después de leer el título»), compartan vuestras hipótesis de lo que podría ocurrir en el relato.» Así acostumbran a los niños a adivinar, a conjeturar sin base, y en consecuencia, a acercarse al texto de manera prejuiciada, en vez de leer lo que está realmente escrito.

Un libro que vi, contenía incluso unos ejercicios para «leer» palabras escritas solamente a base de su silueta exterior. Por ejemplo, ¿qué palabra es ésta? forma-palabra (Podría ser «lago», «topo», «fuga», o alguna otra…)

Métodos como estos dan a los niños la impresión de que el leer es algo como un juego al azar: Si tienes suerte, aciertas; si tienes mala suerte, fallas. Qué pena para aquellos que siempre tienen mala suerte.

En cambio, si los niños aprenden con letras sin muletas adicionales, ellos entienden que el significado está en las mismas letras, no en algún otro elemento adicional, ni mucho menos en una difusa nube de conjeturas. Así aprenden la manera correcta de descifrar las palabras, y adquieren la seguridad de que ellos mismos pueden entender lo que está escrito – aun sin un profesor por delante que constantemente les dice «Equivocado» o «Correcto».

2. Las letras sin imágenes contribuyen a la adquisición de vocabulario nuevo.

Cuando los niños aprenden a leer con métodos de «adivinar», sus conjeturas se limitan necesariamente a palabras que les son conocidas. Así leen por ejemplo «caballero» en vez de «cabellera»; «recitar» (o incluso «ensuciar») en vez de «resucitar»; o «recogió» en vez de «regocijo», porque solamente pueden «ver» palabras que ya están dentro de su vocabulario.

Un niño que aprendió a leer de acuerdo a las letras, en cambio, va a leer las palabras desconocidas correctamente. Entonces se da cuenta de que es una palabra nueva, intenta deducir su significado desde el contexto, o pregunta a alguien que se la puede explicar. Así aumenta continuamente su vocabulario mientras lee.

En este aspecto es cierto que una imagen instructiva puede aclarar el significado de una palabra nueva. Por ejemplo, mediante dibujos se pueden introducir los nombres de plantas o animales nuevos. Pero de esto se pueden beneficiar solamente aquellos niños que antes ya aprendieron a leer fijándose en las letras y no en las imágenes. Un niño que depende de la guía de las imágenes, cuando ve una imagen de un objeto desconocido, inmediatamente concluye que si no sabe como se llama el objeto, tampoco va a poder leer la palabra correspondiente. O sea, los niños acostumbrados a las imágenes, esperan con cada nueva palabra que alguien tenga que decirle cómo se lee y qué significa.

3. Las letras sin imágenes incentivan la creación de imágenes mentales propias del niño, y con esto el razonamiento y la creatividad en general.

Los niños tienen por naturaleza una gran capacidad de crear imágenes mentales interiores de lo que escuchan o leen. Este su «mundo interior imaginario» es importante para el desarrollo de su capacidad de razonar, y de su creatividad. Pero cuando todos los relatos ya vienen con imágenes prefabricadas, se corta la necesidad del niño de crear sus propias imágenes interiores. Esto sucede con los libros excesivamente ilustrados; y aun más con las películas, los dibujos animados, y las imágenes de los juegos de computadora, donde a menudo las imágenes tienen un papel tan dominante que el «relato» contiene apenas unas cuantas palabras. Si los niños se alimentan únicamente de esta clase de contenidos, su mundo mental interior se empobrece. Ellos necesitan también letras sin imágenes.

Jane Healy, una investigadora en pedagogía y neurología, dice al respecto:

«El invento de la escritura cambió también la manera de pensar. Muchos eruditos piensan que la precisión necesaria para expresar pensamientos sobre papel, hizo que las capacidades lógicas se refinaron, y que la cultura se volvió capaz de razonar acerca de sus propias complejidades.
Neil Postman (…) opina que el uso de imágenes inmediatas en vez de la palabra escrita, puede destruir la capacidad de nuestra sociedad de razonar inteligentemente. ‘En una cultura dominada por la letra impresa’, señala, ‘el discurso público se caracterizaba por un arreglo coherente, ordenado, de datos e ideas.’ (…) Hoy en día, sin embargo, la mayor parte del discurso público consiste en ‘un sinsentido peligroso’.
(…) En una investigación larga en Gran Bretaña, haciendo un seguimiento de un grupo de niños desde el jardín y a través de toda la primaria, el Dr.Wells y sus colegas descubrieron que el dato más fuertemente correlacionado con el rendimiento escolar posterior, era la cantidad de tiempo que los niños pequeños escuchaban cuentos interesantes. Wells cree que estas experiencias enseñan a los niños (…) a comprender que las palabras por sí solas son la fuente principal del significado. Ya que escuchan las palabras sin ver imágenes, los niños tienen que captar ‘el potencial simbólico del lenguaje’.
Las experiencias que involucran imágenes – incluso viendo imágenes juntas a un texto – no tienen el mismo valor, según Wells; porque no enseñan al niño a ir más allá del nombrar cosas que puede ver. El concluye:
Al escuchar cuentos (…) los niños descubren el poder que tiene el lenguaje, de crear y explorar posibles mundos alternativos con su propia coherencia interna y lógica. Así alcanzan la actitud imaginativa, hipotética, que es necesaria en muchas actividades intelectuales y en la resolución de toda clase de problemas.»
Jane Healy, «Endangered Minds» (Nueva York, 1990), Capítulo 4

(Nota: Otras investigaciones señalan no el escuchar cuentos, pero las conversaciones personales con los padres, como el factor más importante para el desarrollo de la inteligencia de los niños. Al igual como el escuchar cuentos, se trata de una experiencia de palabras sin imágenes, y sucede en el marco de una relación personal significativa.)

Healy dice también:

«Una de las críticas más importantes contra el mirar televisión en general, es que les quita a los niños la oportunidad de crear imágenes en sus propias mentes. Esta habilidad es fundamental para leer bien, porque mantiene al lector conectado con el texto, y le ayuda a recordar lo leído. Uno de los problemas más grandes de los lectores débiles es que, al leer o escuchar palabras, no pueden proyectar nada sobre la ‘pantalla’ de su imaginación.
Hace poco visité una clase avanzada de lenguaje en una escuela secundaria. Como preparación para esta clase, los alumnos habían tenido la tarea de leer el primer acto de Macbeth. Al iniciar la clase, la profesora les dijo que describieran lo que habían ‘visto’ al leer el texto. Puesto que la mayoría eran buenos lectores, produjeron unos relatos vivos y dramáticos. Pero para algunos alumnos, esta tarea fue muy frustrante.
‘Lo leo y lo leo otra vez, pero simplemente no veo nada cuando leo’, lamentó una alumna. (…)
Más tarde, la profesora me comentó que aquellos alumnos que no podían ‘ver imágenes’ al leer, eran los que tenían las mayores dificultades con la comprensión.
(…) Cuanto más tiempo los niños se acostumbran a un formato visual exigente (mirando televisión), más pierden la capacidad de crear imágenes y escenarios propios.»
Op.cit, capítulo 11

4. Las letras sin imágenes son la forma como Dios decidió comunicarnos Su revelación.

Pienso que hay una lección importante en el hecho de que Dios decidió darnos Su revelación en forma de la palabra escrita, no en forma de imágenes. Y eso a pesar de que cierto «contenido multimedia» podría bien haber contribuido a aclarar ciertos pasajes de la Biblia.

¿Por qué José no hizo dibujos de sus sueños, o Daniel de sus visiones, en vez de describirlos solo con palabras? ¿Por qué Ezequiel no diseñó un plano del nuevo templo, en vez de llenar tres capítulos enteros de su libro con una descripción que exige la máxima atención del lector para entenderla? ¿Por qué David nos transmitió solamente la letra de sus Salmos, y no la música también? ¿Por qué el libro de Apocalipsis no contiene un cuadro a todo color de la Nueva Jerusalén?
– ¿Será que Dios pasó por alto unos aspectos importantes de la comunicación cuando inspiró a los escritores bíblicos? ¿O no será mas bien, que nuestra cultura multimedia actual pasa por alto unos aspectos importantes de la sabiduría divina?

Esta elección de la palabra escrita como medio de comunicar la revelación de Dios, es complementada por el mandamiento: «No te harás imagen …» (Exodo 20:4). Muchos ven en este pasaje únicamente una prohibición de la idolatría. Pero el mandamiento es más amplio. Así como una imagen tiene el poder de aclarar un asunto, también tiene el poder de distorsionarlo y de manipularnos.

Pensemos tan solamente en las muchas imágenes de Jesús que fueron pintadas por pintores europeos según modelos de su propia raza. Se olvidaron de que Jesús, como israelita, debe haber tenido cabello negro, no rubio; y como judío fiel no se rasuraba (Levítico 19:27), entonces debe haber sido barbudo. Y ejerciendo el oficio de un carpintero, seguramente no era un tipo afeminado y debilucho. Así, una imagen puede introducir encubiertamente falsedades que no están presentes en la palabra escrita.

Pensemos también en los avisos comerciales. ¿Lograrían despertar en nosotros los mismos deseos innecesarios, si no tuvieran imágenes de personas atractivas y felices, melodías y ritmos populares, y voces seductoras? – Desde un punto de vista cristiano, una imagen puede ser dañina no solamente porque se convierta en un ídolo, sino también por su poder de alterar la verdad de manera inadvertida y sutil.

5. En vez de aumentar la comprensión de los niños, el exceso de imágenes rebaja la comprensión de los adultos a un nivel infantil.

Hace algún tiempo un querido hermano me felicitó por mi «Manifiesto pedagógico»; pero al mismo tiempo expresó su preocupación de que probablemente no muchas personas estén dispuestas a leer siquiera la versión corta de 56 páginas. Puede que tenga razón; pero ¿deberíamos conformarnos con esta situación? Particularmente en el ámbito cristiano – no olvidemos que Dios tiene unas expectativas más altas de nosotros. El espera que cada cristiano lea por sí mismo la Biblia entera, ¡un libro de más de mil páginas de puro texto, sin una sola ilustración!

Ante este trasfondo, me preocupa la tendencia creciente de llenar aun los textos para adultos con imágenes innecesarias. No me refiero a imágenes instructivas; pero imágenes que sirven únicamente para «llamar la atención» (tales como un profesor o un doctor señalando hacia lo que está escrito); o imágenes que vuelven a relatar lo que ya dice el texto, y así incitan al lector a «leer» solamente las imágenes y a sacar conjeturas (posiblemente falsas), en vez de leer lo que está escrito en el texto. Es como si los autores de tales textos quisieran publicar a los cuatro vientos que no creen que un adulto sea capaz de leer y comprender un texto por sí mismo.

He observado eso particularmente en algunas publicaciones del ministerio de educación dirigidas a los profesores. Son producidas en el mismo estilo como los libros escolares para niños: El contenido es repartido en pequeños trozos de conceptos insignificantes, pero inflados con términos técnicos y definiciones innecesarias. Cada vez en cuando se encuentra algún enunciado común dividido en palabras sueltas, las cuales son ubicadas de manera incoherente en un supuesto «mapa conceptual». Todo esto es amenizado con una gran cantidad de ilustraciones infantiles, de manera que algunas páginas contienen más dibujos que texto. La obra entera parece diseñada a partir de la idea de que el profesor promedio de todos modos no va a entender lo que está escrito, ni va a querer leerlo; así que se le incentiva a mirar por lo menos los dibujos y a sacar unas conjeturas.

O sea, mediante tales publicaciones las autoridades escolares tratan a los profesores de la misma manera condescendiente como éstos tratan a sus alumnos. Hablando psicológicamente: se expresan desde su «yo paterno», para evocar en los profesores una respuesta sumisa desde su «yo infantil», en vez de llevar un diálogo entre pares donde ambos lados podrían participar con su «yo adulto». Quizás creen que esta sea una forma didáctica de «hacer comprender». Pero el resultado efectivo es una infantilización de los profesores; o mejor dicho su degeneración intelectual; y esta degeneración es a su vez transmitida a los alumnos. Un sistema escolar que populariza la idea de que ni siquiera los profesores sean capaces de comprender un texto sin imágenes, seguramente no tiene confianza en lo que los niños podrían lograr al respecto. No nos debe extrañar entonces que los resultados de este sistema en cuanto a la lectura sean tan pésimos.

En conclusión …

No pensemos entonces que un material sea más «educativo», cuanto más imágenes contiene. Al contrario, incentivemos la capacidad de los niños de crear sus propias imágenes interiores. Desde el momento cuando aprenden a leer, démosles oportunidades de extraer el significado de las letras y palabras, sin la muleta de una imagen que anticipa lo que dice el texto. Al inicio pueden ser letras grandes movibles de madera o plástico, que los niños pueden manipular con sus manos y jugar con ellas; pero que sean letras en las que basan su lectura. Seamos sabios en discernir cuándo una imagen es realmente una ayuda, y cuándo es innecesaria o incluso contraproducente.

¡Y no nos hagamos nosotros mismos dependientes de las imágenes! Si queremos que nuestros hijos aprendan buenos hábitos de lectura, tenemos que demostrarlos primero con nuestro propio ejemplo.

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El que quiere enseñar, tiene que ser aprendedor primero

Como nos sucedió a nosotros

Es una antigua verdad que los niños aprenden mucho más por nuestro ejemplo que por nuestras palabras. Eso tenemos que aplicarlo también al acto mismo de aprender – sobre todo en el ámbito intelectual o «académico»: Si quiero que mi hijo (o alumno) sea un aprendedor, yo mismo tengo que ser un aprendedor primero. No servirá «enseñarle» muchos conocimientos y decirle: «¡Aprende! ¡Aprende!». Primero tengo que mostrarle con mi propio ejemplo lo que es aprender.

Yo no hice esto conscientemente; pero cuando comencé a educar a mis hijos en casa, me di cuenta de que me hacía falta saber muchas cosas. Primeramente sobre pedagogía y didáctica; porque llegué a entender que el «dictar clases» como en la escuela no era saludable ni eficaz para el aprendizaje de los niños; entonces tuve que aprender métodos mejores y más naturales. Más tarde, mis hijos empezaron a interesarse por temas de los que yo no sabía casi nada: «¿Qué tiene que estudiar uno para ser astronauta?» – «¿De qué se alimentan los armadillos?» – «¿Existen plantas que crecen en la Antártida?»- Yo no lo sabía. Tuve que averiguarlo.

Así que pasé bastante tiempo buscando respuestas en libros y por internet. Algunas veces me acordé de algún conocido que podría saber la respuesta; o encontré una dirección de alguna persona u organización a quien podía preguntar. A medida que los niños crecían, pude decirles con más frecuencia: «Vamos a investigarlo juntos.» Cuando se trataba de un tema de matemática, generalmente intentábamos primero encontrar la solución nosotros mismos, sin ayuda de nadie – pues eso es lo fascinante de la matemática que no necesitas a ningún profesor o «experto» para investigarla. Razonando lógicamente puedes descubrir todo por ti mismo(a). Y solamente si después de bastante tiempo no encontrábamos la respuesta, lo averiguamos en un libro o en internet.

De esta manera, supongo que mis hijos absorbieron de manera natural el hábito de aprender. A veces me sorprendieron con datos que yo no sabía: «¿Sabías que las lombrices se entierran hasta a diez metros de profundidad cuando no llueve por mucho tiempo?» – Ellos lo sabían porque lo habían leído en uno de sus libros. Estaban adquiriendo la capacidad de aprender de manera independiente. (Vea «Niños educados en casa se convierten en aprendedores independientes».)

Pero pienso que eso no hubiera sucedido si yo no me hubiera visto obligado a ser un aprendedor primero. Así, sin estar consciente de ello, adquirí la autoridad y el derecho a que mis hijos aprendiesen de mí. El que quiere enseñar, tiene que ser aprendedor primero.


Animando a otros padres a ser aprendedores

Hace unas semanas terminó la primera vuelta del curso por internet, «Matemática activa para familias educadoras». Un curso como este requiere aprender de manera independiente y perseverar en ello. Una de mis intenciones con este curso fue – aparte de proveer herramientas para la matemática – incentivar a padres y madres educadores para su propio aprendizaje independiente. Aparentemente funcionó, por lo menos para aquellos participantes que describieron sus experiencias: Después de cada proyecto práctico con los niños, los participantes comentaron cuánto habían aprendido ellos mismos. No solamente acerca de la matemática o acerca de pedagogía o metodología: Muchos mencionaron que habían aprendido mucho acerca de sus propios hijos, de su manera de ser y de aprender, de sus capacidades y necesidades, etc. Entonces ellos también, ante la necesidad de enseñar a sus hijos, se convirtieron en aprendedores.
Felices los niños que tienen padres y madres aprendedores: esta es la mejor garantía para que también los niños aprendan a aprender.


El problema del aprendizaje en el sistema escolar

El sistema escolar, sin embargo, tiene una noción muy distinta de lo que es «aprendizaje». En este sistema prevalece todavía la noción del embudo: El profesor llena al niño de conocimientos como se llena una botella de agua, usando un embudo. El niño solamente tiene que dejarse llenar pasivamente, como si fuera una botella vacía e inmóvil. Tiene que recibir todo lo que el profesor echa adentro, sin oportunidad de elegir. Y cuando no hay profesor que eche agua a la botella, el niño no puede aprender – así se cree.

He observado que esta misma actitud pasiva prevalece aun en muchos profesores cuando se trata de su propia capacitación: No intentan informarse por sí mismos; solamente esperan a que venga alguien quien les presente un reglamento de 37 puntos que tienen que cumplir.

Hice una experiencia interesante en este respecto cuando participé en un curso por internet para profesores. La tarea final consistía en elaborar un trabajo escrito o una presentación visual, colocarlo en alguna plataforma pública en internet (un blog en WordPress o Blogger; una presentación en Prezi; un documento en Google Docs; etc.), y comunicar la dirección del documento a los otros participantes del curso para que lo pudieran ubicar y comentar. Resultó que aproximadamente un tercio de los participantes no fueron capaces de publicar su trabajo, o de comunicar la dirección correcta; por lo cual los otros participantes no pudieron encontrar sus trabajos. Este problema se discutió ampliamente en el foro de discusión perteneciente al curso. Mayormente se quejaron los que no lograron publicar sus trabajos, de que «nadie nos dijo cómo hay que hacer eso; nadie nos capacitó para eso».
Ahora, todas las plataformas de internet mencionadas contienen amplios documentos de ayuda auto-instructivos que explican detalladamente el uso de la plataforma; algunas tienen incluso video-tutoriales que demuestran visualmente cada paso necesario. Pero pareció que para muchos profesores, estas oportunidades de informarse por sí mismos no fueron suficientes. Esperaban que alguien los tome de la mano como a un niño pequeño, guiándolos en cada paso que debían dar.
Este era un curso abierto, ninguna «capacitación» oficial; entonces los profesores inscritos lo hicieron por interés propio, no por obligación. Por tanto se asumiría que se reclutaron de entre aquellos que tienen la mayor motivación para aprender por sí mismos. Si aun entre este grupo de voluntarios, una parte considerable no sabían hacer uso de informaciones plenamente accesibles y entendibles, ¿qué debemos esperar del profesorado promedio? Si muchos profesores no saben cómo aprender, es lógico que tampoco pueden lograr que sus alumnos aprendan.


El aprendizaje independiente es bíblico

El auto-aprendizaje es una virtud cristiana. Dios ordenó que Su palabra sea puesta por escrita y accesible para todos. ¿Por qué? – Porque Dios quiere que cada persona tenga la oportunidad de enterarse de Su voluntad, sin depender de la mediación de alguna otra persona. Por eso, Dios quiere ser buscado por cada persona personalmente; y El promete que si le buscamos, El se deja encontrar.

«Busquen al Señor mientras puede ser hallado …» (Isaías 55:6)

«Bienaventurado el varón (…) que en la ley del Señor está su delicia, y en su ley medita de día y de noche.» (Salmo 1:1-2)

Jesús, cuando discutía con Sus adversarios o cuando respondía preguntas de Sus discípulos, a veces les preguntaba: «¿Nunca leísteis …?» – O sea, Jesús presentaba Su enseñanza no como algo completamente nuevo, sino como algo que se suponía que Sus oyentes ya podían saber. El daba por sentado que ellos ya habían leído las Sagradas Escrituras completas, y que sabían grandes partes de ellas de memoría (como efectivamente lo hace todo buen judío).

De la misma manera, el relato de los Hechos de los Apóstoles llama a los judíos de Berea «nobles» porque «recibieron la palabra con toda solicitud, escudriñando cada día las Escrituras para ver si estas cosas eran así«. (Hechos 17:11)

En todos estos instantes, Dios nos da el mismo mensaje como un buen padre o profesor que desea animar a los niños para el aprendizaje activo: «La información está ahí. Búsquenla, escudríñenla, y actúen según lo que encuentran.» Un seguidor de Cristo es un aprendedor activo.

Acostumbrémonos a aprender, y entonces nuestros hijos también serán aprendedores.

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¿Educación para la competitividad?

Muchos colegios, tanto privados como estatales, hacen propaganda con la palabra «competitividad»: «Educamos a nuestros alumnos a ser más competitivos.» Y parece que eso es lo que la mayoría de los padres quieren: «El colegio X no sirve, allí no hay competencia entre los alumnos.» Hoy en día, todo tiene que ser «competitivo». Ya no hay eventos para niños o jóvenes donde no se otorguen premios y altos honores para el primer, segundo y tercer puesto. Aun si se trata de actividades que se suponen «recreativas», tales como un encuentro de danzas tradicionales o un curso de origami, siempre es la misma pregunta que domina todo: «¿Quién es el mejor?» Y así, lo que anteriormente se hacía por pura diversión, ahora se convierte en una tensa competencia de todos contra todos.

Tenemos que preguntarnos seriamente qué consecuencias tendrá esta clase de educación para nuestros hijos, y para la sociedad en general. Como dijo una vez un padre: «Yo no quiero que mis hijos sean educados para la competencia, porque los niños ya son competitivos por naturaleza. Lo que les falta aprender es respetarse mutuamente, colaborar unos con otros, y ser solidarios.» Efectivamente, lo que hoy se llama «competitividad», en mis tiempos se llamaba «egoísmo» y se consideraba como un déficit del carácter: «Lo único que me importa es que yo llegue al primer lugar.» ¿Qué sociedad tendremos cuando eso sea la actitud de la mayoría? – Tal vez la siguiente cita nos permita vislumbrarlo:

«Todo el mundo habla de paz, pero nadie educa para la paz. La gente educa para la competencia, y la competencia es el principio de cualquier guerra.»
(Pablo Lipnizky, en «La educación prohibida»)

Efectivamente, una institución que educa para la «competitividad», no puede al mismo tiempo educar para la «colaboración», para la «solidaridad», o para el «amor al prójimo». Eso sería una contradicción en sí misma. Por tanto, el «bullying» es una consecuencia lógica de esta forma de educación. Como dijo el padre de un alumno acusado de maltratar a sus compañeros: «Prefiero que él sea el que comete el ‘bullying’, en vez de que él sea la víctima.» Es a eso que llega la «educación para la competitividad». El problema del «bullying» no se logrará solucionar dentro del sistema escolar existente, porque es un producto de este mismo sistema.

– «¿Pero no tienen que ser competitivos nuestros hijos, para poder defenderse en el mundo del trabajo?» – En realidad, no. Lo que se requiere de un trabajador es la capacidad de hacer un buen trabajo en su especialidad – o sea, sus conocimientos y habilidades efectivos. Eso no tiene mucho que ver con ocupar el primer puesto en la competencia tal o en el concurso cual. Y además se requiere la capacidad de integrarse en un equipo, de colaborar y de apoyarse mutuamente; y eso es justo lo contrario de «ser competitivos». Donde se valora la competitividad más que la colaboración, el resultado es una empresa o institución constantemente incapaz de cumplir con sus funciones, porque sus integrantes están más ocupados con «serruchar el piso» los unos a los otros, en vez de hacer un buen trabajo. Eso es como un equipo de fútbol donde cada jugador persigue su meta personal de meter el mayor número posible de goles, y en consecuencia intenta quitar la pelota a los miembros de su propio equipo.

En el fondo de esta «moda» de la competitividad, parece que hay una idea de que exista una única puerta hacia las oportunidades de la vida, y que todos tengan que ponerse en la misma cola ante esa puerta, y entonces tengan que pelearse todos contra todos para conseguir uno de los primeros lugares en la cola. A eso se une un complejo de inferioridad por no ser un país industrializado, y la idea de «si nos esforzamos mucho, tal vez podemos ganarlos en la carrera». Y finalmente, me parece que está resurgiendo aquí la ideología del «darwinismo social» – una corriente que extiende la teoría evolucionista de Darwin al ámbito de la sociedad humana y dice que nos encontramos en una constante «lucha por la sobrevivencia» contra nuestros prójimos, y que sobrevivirán los más fuertes, los más desconsiderados y los que no tienen misericordia con nadie. Esta ideología ha sido profundamente desacreditada por las consecuencias que produjo en la Alemania de Hitler; pero está apareciendo de nuevo, ahora que se está extinguiendo la generación que tiene todavía recuerdos propios de aquellas atrocidades.

En realidad no existe «una sola cola». Las oportunidades de la vida son muy variadas, así como existe también una gran diversidad entre nosotros los humanos. Nuestros talentos y capacidades no se ubican en una única escala lineal. Cada uno puede ser «bueno» en algo. Y un empleador sensato no busca a alguien que sea «el mejor» en todo, sino a alguien que encaje mejor en un puesto de trabajo específico. Así que cada uno puede encontrar una «puerta» por donde entrar, de acuerdo con sus propios talentos y capacidades.

No tiene sentido, entonces, alinear a todos los estudiantes del país en una sola fila y clasificarlos: «este es el mejor, este es el segundo, …» Uno es bueno en matemática, otro es buen dibujante, otro es muy fiel y cumplido, otro tiene mucha imaginación, otro es muy comprensivo. ¿Por qué valoramos algunas de estas cualidades por encima de otras? ¿Y por qué intentamos reducir toda la gama amplia de capacidades y talentos humanos a un solo número, un «promedio de notas»?

Y hay un problema adicional: ¿Qué se necesita para ser «el mejor» en el colegio? No se necesita innovación ni creatividad; no se necesita prácticamente ninguna de las capacidades que son esenciales para resolver problemas de la vida real. Solamente se necesita la capacidad de adivinar exactamente lo que el profesor quiere, y de conformarse. Roger Shank, docente universitario e innovador educativo, dice:

«Cuando yo hacía las admisiones para los programas de grado, y un estudiante presentaba notas A en todos los cursos de sus estudios de pregrado, yo lo rechazaba inmediatamente. Es simplemente imposible que alguien sea igual de bueno, o igual de interesado, en todo. (Excepto en complacer al profesor.) Como docente universitario, yo no tenía paciencia con estudiantes que pensaban que la esencia del logro académico consiste en repetirme lo que yo acababa de decirles.»

En consecuencia, los que ocupan los primeros puestos, ni siquiera son los más capaces. Al contrario, a menudo son los más conformistas, los menos innovadores y creativos, y en algunos casos, hasta los más corruptos. Las personas que sobresalen en la vida de adultos, raras veces son las que sobresalían en el colegio.

Ante este trasfondo tenemos que cuestionar seriamente la práctica de otorgar «diplomas», premios y honores a los alumnos que ocupan los primeros puestos en sus colegios. En países que tienen tradicionalmente un sistema escolar de buena calidad, como Finlandia o Suiza, esta práctica no existe. Mas bien, la obsesión por los «primeros puestos» parece ser una característica de los sistemas escolares de baja calidad.

Una buena educación no es una «carrera» donde se trataría de superar a los demás y llegar primero. Una buena educación ayuda a cada uno a desarrollar sus propios talentos y cualidades.

El apóstol Pablo lo dice de esta manera:

«El cuerpo no es un solo miembro, sino muchos. Si dijera el pie: ‘Porque no soy mano, no soy del cuerpo’, ¿acaso por eso no es del cuerpo? Y si dijera el oído: ‘Porque no soy ojo, no soy del cuerpo’, ¿acaso por eso no es del cuerpo? Si el cuerpo entero fuera ojo, ¿dónde estaría el oído? Si todo fuera oído, ¿dónde estaría el olfato? Pero ahora Dios puso a cada uno de los miembros en el cuerpo como él quiso.
Si todo fuera un solo miembro, ¿dónde estaría el cuerpo? Pero ahora son muchos miembros, pero un solo cuerpo. Y el ojo no puede decir a la mano: ‘No te necesito’, ni la cabeza a los pies: ‘No les necesito’; sino que los miembros del cuerpo que nos parecen más débiles, son mucho más necesarios; y los del cuerpo que nos parecen de menor estima, éstos rodeamos con más abundante estima; y los indecorosos tienen más abundante decoro, pero los más decorosos no tienen esa necesidad.
Pero Dios compuso el cuerpo, dando más abundante estima a los que les falta, para que no haya división en el cuerpo, sino que los miembros se preocupen de la misma manera los unos por los otros. Y cuando un miembro sufre, todos los miembros sufren con él; y cuando un miembro es glorificado, todos los miembros se alegran con él.»
(1 Corintios 12:14-26)

Si quisiéramos hacer una «competencia» entre los miembros del cuerpo para ver cuál es el «mejor», tendríamos bastante dificultad. Tal vez el ojo diría al oído y al olfato: «Yo proceso mucho más impulsos nerviosos que tú, yo soy mejor», y entonces los oídos y el olfato decidirían esforzarse para convertirse en ojos. O el corazón diría a los otros músculos: «Yo trabajo mucho más que ustedes, yo soy mejor», y entonces todos los músculos se esforzarían para convertirse en corazones. O llegarían a la conclusión de que los huesos son los miembros de menor «rendimiento», puesto que no pueden realizar ninguna acción por sí solos, y entonces decidirían eliminar a los huesos del cuerpo. Obviamente, cada una de estas modificaciones tendría consecuencias desastrosas para el cuerpo entero.

Esta ilustración debería mostrarnos claramente que la pregunta «¿Quién es el mejor?» está mal planteada. Mucho mejor sería preguntar: ¿Quién soy? – ¿Qué sé hacer? – ¿Cómo puedo servir a los demás? – ¿Para qué propósito me ha creado Dios? – Esta clase de preguntas serían menos «competitivos» y más «colaborativos». – O podríamos preguntar: Si soy ojo, ¿cómo puedo ser un mejor ojo? – Y si soy pie, ¿cómo puedo ser un mejor pie?

Por tanto, no es mi meta en la educación de mis hijos que ellos superen a los demás. Ellos no tienen que hacer «carrera» contra nadie. Lo que importa es que a su propio paso, se superen ellos mismos. Pero aun eso, no con un perfeccionismo malsano, sino con una estimación adecuada de los límites propios. Yo deseo que mis hijos lleguen a conocerse a sí mismos, sus intereses, cualidades y puntos fuertes, y que sepan evaluar sus capacidades de manera realista. Y que entonces encuentren un lugar en la vida que se ajuste a estas capacidades particulares que ellos tienen, y que les permita servir a sus prójimos.

Albert Einstein acerca de la competitividad:

«Este espíritu competitivo que prevalece en las escuelas, destruye todos los sentimientos de fraternidad y cooperación humana. Los logros ya no se perciben como el producto del amor por un trabajo productivo y bien pensado, sino que se originan en la ambición personal y en el miedo al rechazo.»

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¡Ustedes, padres, son la clave!

Muchos padres desean dar una «buena educación» a sus hijos. Pero muy pocos están conscientes de su propia responsabilidad en esta tarea. Piensan que «dar una buena educación» es lo mismo como «elegir el mejor colegio para ellos». ¡Nada más lejos de la verdad!

La escuela tiene solamente una mínima influencia sobre el rendimiento de los alumnos.

Primeramente, no pensemos que sea la escuela la que produce el aprendizaje. Un niño de nuestro vecindario tuvo problemas escolares en la primaria; entonces sus padres invirtieron mucho dinero para poder enviarlo a una escuela secundaria supuestamente «buena». Pero eso no le ayudó en nada: el chico tuvo que repetir el primer grado de secundaria.

Efectivamente, las investigaciones indican consistentemente que la mayor influencia en el rendimiento de un niño no es la escuela, sino el hogar. Los investigadores Charles Desforges y Alberto Abouchaar examinaron una gran cantidad de investigaciones previas acerca de los factores claves para un alto rendimiento escolar. En su resumen de los resultados dicen:

«El involucramiento paterno toma muchas formas: Buena paternidad en el hogar, lo que incluye proveer un ambiente seguro y estable, estimulación intelectual, conversaciones entre padres e hijos, buenos ejemplos de valores constructivos sociales y educativos, y altas aspiraciones en cuanto a la satisfacción personal y la buena ciudadanía. (Además, el involucramiento paterno puede consistir en) contactos con las escuelas para compartir información; participación en eventos de la escuela; participación en el trabajo de la escuela; y participación en el gobierno de la escuela.
(…) El hallazgo más importante de esta investigación es que el involucramiento paterno en la forma de ‘buena paternidad en el hogar’ tiene un efecto positivo significativo en el rendimiento y la adaptación del niño, incluso después de quitar todos los otros factores que pueden influenciar el rendimiento. En la edad de primaria, el impacto causado por el involucramiento paterno es mucho mayor que las diferencias asociadas con las variaciones en la calidad de las escuelas. La magnitud de este impacto es evidente a través de todas las clases sociales y todos los grupos étnicos.
Otras formas de involucramiento paterno (tales como el contacto y la participación con la escuela) aparentemente no contribuyen al impacto que tiene la ‘buena paternidad en casa’. »

(Charles Desforges y Alberto Abouchaar, «The Impact of Parental Involvement, Parental Support and Family Education on Pupil Achievements and Adjustment: A Literature Review», 2003)

Es importante notar que los efectos positivos no se deben a ninguna actividad «escolar» por parte de los padres. Una de las investigaciones citadas por los autores (K.Singh y otros: «The effects of four components of parental involvement on eighthgrade student achievement: structural analysis of NELS-88 data», School Psychology Review, 24, 2, 299-317) encontró incluso que la presión de los padres para que los niños hagan las tareas escolares, tiene un efecto ligeramente negativo en su rendimiento. ¡Los niños no necesitan «otro profesor» en casa! Al contrario, necesitan a padres comprensivos que toman tiempo para ellos y les brindan amor. Los efectos positivos en el rendimiento escolar se debían todos a lo que Desforges y Abouchaar llaman «la buena paternidad en el hogar»: «proveer un ambiente seguro y estable, estimulación intelectual, conversaciones entre padres e hijos, buenos ejemplos de valores constructivos sociales y educativos, y altas aspiraciones en cuanto a la satisfacción personal y la buena ciudadanía.»

Es más: En aquellas familias de «buena paternidad», los niños alcanzan resultados aun mejores cuando los padres los sacan de la escuela y les brindan toda la educación ellos mismos. Y eso no tiene nada que ver con el «nivel educativo» de los padres, solamente con su estilo de educación en casa. Esto ha sido ampliamente documentado en el reporte del Instituto Fraser, «Educación en casa: De lo extremo a lo corriente».

Los supuestos «colegios buenos» a menudo no son tan buenos para los niños.

Estos colegios a menudo confunden calidad con cantidad: Exigen más horas de clases, más tareas en casa, contenidos más avanzados a edades más tempranas. ¡Estas NO son las características de una verdadera calidad educativa! (Vea «¿Qué es calidad educativa?») No lo son, porque no toman en cuenta la personalidad, el desarrollo y las necesidades del niño. En muchos niños, estos «colegios buenos» producen solamente confusión y agotamiento.

La estabilidad emocional y la sociabilidad dependen de la familia.

Regresemos entonces al tema de la responsabilidad de los padres. El desarrollo emocional y social del niño depende de manera decisiva de su relación personal con sus padres.

«John Bowlby sugiere que la calidad del cuidado que los padres proveen al niño en los primeros años, predecirá su salud mental en el futuro. El nota que el niño pequeño debe experimentar una relación calurosa, íntima y continua con su madre (o sustituto permanente de la madre) en la cual ambos encuentran satisfacción y placer. Cuando el niño no tiene esta relación, se dice que está en desventaja maternal. («Maternal Care and Mental Health», OMS, Ginebra 1952)
El doctor Bowlby continúa describiendo el proceso por el cual ‘la falta parcial, después trae la ansiedad aguda, una necesidad excesiva de amor, sentimientos poderosos de venganza, y de este último surge un amplio sentido de culpabilidad y depresión.’ (…) ‘Los niños de cinco a ocho años de edad que ya tienen la tendencia hacia problemas emocionales, fácilmente pueden ponerse mucho peor por una experiencia de separación’ (…)
Cuando (el niño pequeño) es privado de la relación con su madre en el hogar y se le coloca bajo el cuidado de un grupo donde tiene que competir por tener la atención de un adulto, él es, hasta cierto punto, despersonalizado. Bowlby concluye, basado en su experiencia clínica en 1972 y 1973, que los niños pueden sufrir de la privación debido a esta experiencia hasta los ocho o diez años de edad. (…)
Mientras la doctora Anneliese Pontius, psiquiatra de la Universidad de Nueva York, trabajaba como científico visitante en el Instituto Nacional para la Salud Mental, llegó a convencerse de la real posibilidad de crear ansiedad, frustración y comportamiento delincuente, al iniciar a los niños en la escuela antes que estén listos.»
(Raymond y Dorothy Moore, «Mejor tarde que temprano», Miami 1995)

«Dos investigadores del Instituto Nacional para la Salud Mental, John E.Richters y Pedro Martinez, estudiaron las familias en vecindarios de alto riesgo en los centros urbanos. Su investigación indica que solamente 6% de los niños de familias estables y seguras se vuelven delincuentes. Por el otro lado, 18% de los niños de familias inestables o inseguras (o sea, con matrimonios quebrantados o con escasa supervisión), se volvieron delincuentes. Y de las familias que eran tanto inestables como inseguras, 90% de los niños se volvieron delincuentes.»
(Patrick F.Fagan, «The Real Root Causes of Violent Crime», 1995)

Y parece que la presencia del padre tiene por lo menos la misma importancia como la presencia y el involucramiento de la madre:

«72% de los asesinos adolescentes crecieron sin su padre. 60% de los violadores americanos crecieron de la misma manera.»
(D. Cornell (y otros), «Behavioral Sciences and the Law», 5. 1987; N. Davidson, «Life Without Father,» Policy Review, 1990.)

«En 1988, una investigación de los niños preescolares internados en los hospitales de Nueva Orleans como pacientes psiquiátricos, durante un período de 34 meses, encontró que cerca de 80% de ellos vinieron de un hogar sin padre.»
(Jack Block, y otros: «Parental Functioning and the Home Environment in Families of Divorce,» Journal of the American Academy of Child and Adolescent Psychiatry, 27 (1988) )

Si yo como padre pienso que estoy brindando a mis hijos una «buena educación», mandándolos fuera de la casa a escuelas y academias todo el día, entonces estoy muy equivocado. Estoy privando a mis hijos de lo más importante que necesitan para una buena educación: Los estoy privando de mi propia presencia, de mi cariño y afecto, de mi ejemplo y de mis consejos, de mi apoyo, ánimo y corrección. En cambio, la influencia predominante en la vida de mis hijos serán sus compañeros de su misma edad. Ellos le darán mayormente un mal ejemplo y no uno bueno. «El que anda con sabios, sabio será; mas el que se junta con necios, será quebrantado.» (Proverbios 13:20)
La idea de que la escuela provea una socialización positiva y una «educación de valores», no es nada más que un mito. Solamente observe a un grupo de escolares en el recreo, o en su camino a casa: ¡como abundan las groserías, las burlas, las agresiones físicas! En cambio, la familia es el lugar donde se puede proveer una socialización óptima, aprendiendo a convivir entre hermanos, bajo el buen ejemplo y la guía amorosa de los padres. Esta es la voluntad de Dios para nuestra educación. Por eso, desde el inicio, El ha ordenado Su creación de tal manera que los niños nazcan y crezcan en familias. No en fábricas, ni en escuelas, ni en otras instituciones. Si desperdiciamos esta oportunidad que tenemos en la familia, hemos perdido la oportunidad educativa más importante en la vida de nuestros hijos.

La educación espiritual es asunto de los padres.

Dios manda a los padres, instruir a sus hijos en la palabra de Dios. (Deuteronomio 6:6-9, Salmo 78:5-8, Efesios 6:4). No existe ningún mandamiento comparable para escuelas o iglesias. – Es cierto que en el Israel del Antiguo Testamento hubo también unas reuniones masivas de enseñanza, Deut.31:12-13, Neh.8:1-3. Pero esos eran eventos aislados y especiales. Por norma general, tanto en el Antiguo como en el Nuevo Testamento, la instrucción espiritual de los niños sucedía en familia. Un padre cristiano que delega esta tarea a los maestros de una iglesia, en vez de asumirla él mismo, es irresponsable y está desobedeciendo las órdenes de Dios. (Vea también: «¿A quiénes puso Dios para educar a los niños?»)
El padre en particular es representante y reflejo de Dios Padre ante sus hijos, y por tanto tiene una gran responsabilidad espiritual hacia ellos.

Debilitar las familias es destruir la sociedad entera

Imaginemos lo que sucederá cuando una generación entera de niños crezcan sin afecto paternal, sin una relación personal significativa con sus padres, sin la estabilidad emocional que provee un hogar. Raymond Moore describe como la caída de las culturas antiguas comenzó con el debilitamiento de las familias y con la estatización de la educación. (Vea «Las lecciones sabias de la historia para educadores».) Lo mismo vemos suceder en el presente. Horrendos crímenes están siendo perpetrados por delincuentes adolescentes y jóvenes: Jovencitos que matan a sus propios padres; adolescentes que «trabajan» como sicarios para el crimen organizado; alumnos de colegios que matan a sus compañeros por rivalidades insignificantes. Y podemos apostar que en el fondo de estos casos encontraremos una familia quebrantada, una familia conflictiva o violenta, o una familia que es simplemente indiferente hacia los sentimientos y las necesidades de los niños. Ahora ya, muchos jóvenes crecen sin conocer la misericordia, la solidaridad, la consideración por los más débiles, cosas que se aprenden solamente en el seno de una familia funcional. En mi entorno tengo que ver a jóvenes cuyos padres les dan todas las comodidades materiales, y los mandan a las mejores escuelas; pero no pasan tiempo con sus hijos, no se esfuerzan por comprenderlos ni por edificar una relación de confianza con ellos. En consecuencia, los jóvenes se dedican al sexo, al alcohol y las drogas.

¿Cómo se verá nuestra sociedad cuando estas condiciones se generalicen aun más? Ningún «nivel educativo» podrá compensar por los efectos devastadores de una generación criada sin padres. Padres, ustedes son la clave. Está en vuestras manos si nuestra sociedad sobrevivirá el surgimiento de la siguiente generación.

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Recomendado: Simposios acerca de la educación en el hogar

Un grupo cristiano en Argentina ha organizado dos simposios acerca de la educación en el hogar, donde unas familias educadoras experimentadas compartieron su perspectiva, sus principios y sus testimonios. Publicaron las grabaciones de estos simposios (inclusive unos videos) en su página web http://haciendodiscipulos.com.ar/. ¡Muy interesante!

A continuación doy los enlaces directos a los archivos de audio, con una descripción abreviada tomada de su página web:

Había Una Vez Una Familia, Daniel Baker.
«Lo que hoy llamamos «familia» se ha transformado en un concepto indefinido, inpreciso, ya que en la historia reciente del mundo la familia dejó de ser lo que era. (…) Un llamado a volver nuestros corazones hacia nuestros hijos.»

Entendiendo Los Tiempos En Los Que Vivimos, Daniel Divano.
«(…) Daniel, partiendo de las Escrituras, coloca a la escuela en esta perspectiva, mostrándonos de qué manera se ha transformado en uno de las principales amenazas a la fe y moral, y hace un llamado a reflexionar y pensar «fuera de la caja» en medio de una sociedad que parece ir ciega hacia la perdición.»

El Tren Bala, Daniel Baker.
«Todas las mañanas de Lunes a Viernes, (…) desde que un niño cumple seis años (aunque ahora comienzan con unos pocos meses de vida), durante sus mejores 12 años, hasta que el niño se ha vuelto un joven de 18 años, por casa pasa un tren que viene a llevarse a nuestros hijos. No conocemos quién lo maneja, ni quienes van en él. (…) Tampoco sabemos adónde va, porque hemos confiado ciegamente en sus desconocidos conductores.»

El Currículum de Dios, Daniel Baker.
«(…) Dios nos dejó un mandato claro y preciso; un currículum y metas claras para la crianza de nuestros hijos, que, honestamente, hemos dejado en tercer plano. Si no cambiamos nuestra rutina no cambiará nuestro fruto, y Dios no tendrá en nuestros hijos lo que se propuso al crearlos.»

El Testimonio de la Familia Kerr, Cristian y Silvina Kerr.
«Pensar en un mundo y hogar sin escuela, es casi inconcebible. ¿Cómo se hace con el trabajo?, ¿Quién da las clases? ¿Cómo es la agenda de un hogar que no manda sus hijos a la la escuela? ¿Qué resultados académicos se obtienen? ¿Qué material de estudio se da? ¿Cuál es el plan de estudio? ¿Qué hacen los chicos todo el día? ¿Cómo se sociabilizan? Estas y muchas otras preguntas son respondidas con mucha claridad por un matrimonio que tiene 8 años de experiencia criando y educando en casa a sus 4 hijos, y que han realizado múltiples entrevistas en diarios y televisión.»

Volviendo Nuestros Corazones Hacia Nuestros Hijos, Daniel Baker
«Malaquías indica que el advenimiento del Nuevo Pacto traería una característica destacable: El corazón de los padres se volvería a sus hijos. Los hijos hoy tienen su corazón en otras cosas, y para que ellos se vuelvan a sus padres es necesario que primeramente nosotros nos volvamos a ellos.»

La Mujer y Sus Hijos, Daniel Divano.
«El hijo consentido avergonzará a su madre» dice Proverbios, pues la mujer, tradicionalmente, era la responsable del carácter y la enseñanza a sus hijos. Según era el comportamiento y fruto de los hijos, ella era alabada o avergonzada frente a otros. Hoy la mujer ha tercerizado su rol, y precisa volver a asumir de todo corazón su misión de madre.»

Preguntas y Respuestas, Matrimonios Kerr y Baker.

Nuestro Propósito y Nuestra Estrategia de Educación, Daniel Baker.
«Nuestro claro propósito y objetivos de formación para nuestros hijos nos exigen evaluar qué alternativas tenemos para enseñarles lo académico. (…) Educar a nuestros hijos implica mucho más que lo académico, pero el enfoque actual monopoliza la atención en esto solamente, inhibiendo la formación del carácter, lo cual es el factor determinante en el éxito o fracaso espiritual, moral y aun profesional.»

No Améis Al Mundo, Daniel Divano.
«La Iglesia y las familias de discípulos que la conforman, precisan comprender los efectos indelebles que la sociedad está dejando en nuestros hijos. (…) Mientras sea la sociedad, y no nuestros hogares, la mayor influencia que reciben nuestros hijos, estaremos renunciando a nuestro rol de padres ante Dios y dejando de lado la instrucción que Dios nos dejó. Un recorrido por las Escrituras que abrirá la mente de muchos.»

Consejos Prácticos Para Hogares Que Educan, Cristian y Silvina Kerr.
«(…) En continuación con su presentación  en el simposio anterior, esta vez se enfocaron más en la predisposición de la mujer que educa en casa. Dan mucha importancia a la actitud y fe de los padres a la hora de emprender la enseñanza en casa, poniendo las dificultades en el contexto de objetivos y esperanzas gloriosas.»

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Iglesias y escuelas: Los problemas creados al remplazar la familia por instituciones (Parte 3)

Esta es la continuación de un artículo que describe las paralelas entre iglesias institucionales y escuelas, y los problemas que resultan en estas instituciones.

Procedimientos prescritos desplazan el cumplimiento de la tarea verdadera.

Varias veces me llamó la atención el hecho de que los profesores profesionales raras veces están interesados en saber cómo aprenden los niños en realidad. Claro que hay excepciones. Pero por lo general, encontré que son exactamente los profesores quienes tienen mayores dificultades en aceptar y asimilar datos acerca de los procesos de aprendizaje en los niños, y acerca de los ambientes más propicios al aprendizaje. Ellos están tan llenos de procedimientos, currículos y métodos prescritos por el estado, que ya no preguntan si estos procedimientos y métodos sirven efectivamente para su supuesto propósito, de que los niños aprendan algo. – En cambio, encontré que exactamente aquellas personas que demostraban tener un talento natural para la enseñanza, eran los menos interesados en estudiar la carrera de «educación».
Los directores de escuelas, funcionarios escolares del estado, etc, se encuentran aun más alejados de la realidad pedagógica. Muchos de ellos se limitan a seguir ciegamente las órdenes del estado, sin preguntar si algo de esto es realmente bueno para los niños.

Mis propios hijos han adquirido la mayor parte de sus conocimientos en las actividades menos «escolares»: Descubriendo juntos cómo se puede programar un juego de computadora. Buscando imágenes y descripciones de animales y plantas en la internet. Viajando a otra región del país. Leyendo espontáneamente un libro que les interesaba, sin tener que dar un examen sobre ello.

Algo muy parecido observo en las iglesias institucionales. Las iglesias y los pastores se interesen raras veces en saber cómo crece un cristiano en su fe, cómo obra Dios en una conversión verdadera, o si los miembros de sus iglesias realmente nacieron de nuevo. En cambio, están llenos de estrategias evangelísticas y tradiciones eclesiásticas que copiaron de otras personas. Estas estrategias y tradiciones producen miembros adaptados y conformistas; pero ¿producen también verdaderos creyentes en Jesucristo? Los pastores raras veces se hacen esta pregunta. Mayormente se contentan con que alguien haya sido «alcanzado» por la estrategia de moda (evangelización masiva, prédica al aire libre, célula, evangelización personal, o lo que sea), y que haya pasado por los pasos prescritos («oración de entrega», bautismo, curso bíblico, etc.). Se da más importancia a la ejecución correcta de los procedimientos y rituales, que a la pregunta si existe todavía alguna realidad espiritual detrás de estos rituales.

Los tiempos de oración más intensa, y el interés más vivo en cuestiones de la fe, los encontré normalmente en ambientes muy alejados de las «iglesias»: en reuniones y viajes misioneros juveniles «inoficiales» que no estaban bajo la «cobertura» de ninguna iglesia institucional.

Este principio se aplica tanto a la escuela como a la iglesia: Cuanto más institucionalizada es, menos cumple su tarea verdadera.

Toda institución tiende a producir una cantidad excesiva de reglamentos, formularios, organigramas, etc. Pero todo eso sirve solamente para la apariencia exterior, para satisfacer el deseo de los líderes y burócratas de sentirse importantes, y para impresionar a los miembros y observadores. El exceso de reglamentos no contribuye en nada para alcanzar los objetivos que oficialmente se declaran. Solamente sirve para establecer procedimientos protocolarios que nadie puede cumplir al pie de la letra. Por tanto, hay una manera fácil de acusar y eliminar a cualquier miembro cuya presencia incomoda a los líderes: Puesto que nadie puede evitar romper alguna vez uno de los infinitos reglamentos y procedimientos, se rebuscan sus fallas formales que cometió, y éstas sirven como una razón cómoda para expulsarlo y para encubrir los verdaderos motivos de su expulsión. Los gobiernos políticos demuestran diariamente cómo se hace eso. Pero las escuelas y las iglesias no son mejores.

Se institucionalizan las relaciones personales.

Tanto las escuelas como las iglesias institucionales nos engañan en cuanto a la calidad de las relaciones personales. La escuela dice ser necesaria para la «socialización» de la próxima generación. En discusiones acerca de la educación en casa se pregunta a menudo: «¿Cómo aprenderán los niños a integrarse en un grupo, si no van a la escuela?» – «¿Cómo aprenderán a tratar bien a los que tienen opiniones distintas?» – etc. – Y de manera muy parecida dicen los representantes de las iglesias institucionales que un cristiano necesita estas instituciones para aprender y practicar la comunión cristiana.

Pero su práctica es muy distinta. En la realidad, ambas instituciones priorizan sus metas institucionales. Las relaciones personales tienen que servir estas metas, y así se distorsionan. En vez de juntar a las personas, las instituciones los enajenan unos de los otros. Conozco solamente dos lugares en el mundo donde las personas están durante horas sentados juntos en la misma banca sin tener la oportunidad de intercambiar una sola palabra: en la escuela y en la iglesia. (Bien, existe un tercer lugar con la misma característica: un concierto clásico. Pero nadie pretende que la asistencia a conciertos clásicos sea necesaria para tener comunión unos con otros.)

¿Qué clase de relaciones personales existen entre los alumnos de una escuela? No llegan a conocerse entre sí como humanos, solamente como competidores. Establecen un «orden de picoteo» donde decide la ley del más fuerte. No se practican virtudes como la ayuda mutua, la sinceridad o la compasión. Como dijo John Taylor Gatto después de treinta años de experiencia como profesor:

«Los niños que yo enseño, son crueles entre ellos. No tienen compasión con el desafortunado, se ríen de la debilidad, y desprecian a sus prójimos necesitados de ayuda. – Los niños que yo enseño, se sienten incómodos frente a la intimidad personal y la honestidad. Ellos se parecen a muchos niños adoptados que conocí: no pueden manejar la intimidad personal, porque se han acostumbrado a mantener su verdadero yo en secreto, escondido detrás de una personalidad exterior artificial…»
(John Taylor Gatto en «Por qué las escuelas no educan».)

¿Y qué del buen trato con los que tienen opiniones distintas? El alumno que no piensa igual como el profesor, no tiene oportunidad de pronunciarse. Y donde el profesor no tiene ninguna opinión, la clase establece prontamente su «opinión oficial», basada en el «orden de picoteo». El que no apoya la opinión oficial, será marginado – aun si se trata de asuntos tan triviales como la opinión acerca de la mejor telenovela, el mejor deportista o el mejor grupo musical.

Y en cuanto a las relaciones entre profesor y alumnos: éstas no pueden ser honestas y verdaderamente humanas, mientras el profesor con su poder sobre las notas mantiene un control absoluto sobre la posición social y el futuro profesional de sus alumnos. Aun si el profesor realmente valora a sus alumnos y se esfuerza por comprenderlos – el sistema lo obliga a descalificar a aquellos que «rinden» menos.

¡Cuán diferente era esto en los tiempos cuando la enseñanza y el aprendizaje eran todavía libres! Un futuro artesano o estudiante universitario podía personalmente escoger a su maestro. Averiguaba acerca de la personalidad y las cualidades del maestro, y decidía estudiar con uno que le convencía. Ninguna institución le obligaba a estudiar con un determinado maestro, o según un método determinado. Tampoco hubo calificaciones mediante notas.
Un antiguo filósofo griego con sus alumnos, un profeta o rabino israelí con sus discípulos, un maestro medieval con sus aprendices – seguramente se relacionaban con más confianza y sinceridad que un profesor actual con sus alumnos, o un pastor actual con los miembros de su iglesia. Es que antiguamente, las relaciones entre maestro y discípulo se basaban en una elección voluntaria. Pero a medida que la institucionalización avanzó, las relaciones personales se deterioraron.

Miremos lo que sucede en las iglesias institucionalizadas. En sus reuniones sucede muy poca «comunión». No es comunión, estar sentados en la misma banca, cantar las mismas canciones y escuchar la misma prédica. – Muchas iglesias hoy en día tienen «células». Esto es un paso en la dirección correcta. Pero demasiado a menudo, estas células son programadas y controladas de manera centralizada. Entonces tienen que cumplir con un programa prescrito, el cual impide una comunión realmente transparente. O se encuentran bajo una presión de ganar a nuevos miembros, y entonces hacen esfuerzos enérgicos para parecer «atractivas» – lo que normalmente tiene el efecto contrario. – Iglesias en casa, independientes, tienen más libertad en este respecto. Pero ¿realmente harán uso de esta libertad?

En el libro «¿Asi que ya no quieres ir a la iglesia?», un visitante de una iglesia en casa desafía a los participantes con los siguientes comentarios y preguntas:

«En vez de intentar levantar una iglesia en casa, aprendan a amarse unos a otros, y a compartir el viaje unos de los otros. ¿A quién quiere Jesús que acompañes ahora mismo, y cómo puedes animar a esa persona? Entonces, sí, experimenten con la comunión juntos. Aprenderán mucho. Solo eviten el deseo de hacerlo artificial, exclusivo o permanente. Las relaciones no funcionan de esta manera.
La iglesia es el pueblo de Dios que aprende a compartir su vida juntos. Es Marvin allá y Diana aquí. Cuando pregunté a Ben acerca de vuestra vida juntos, me contó mucho acerca de vuestras reuniones, pero nada acerca de vuestras relaciones. Esto me indicó algo. ¿Conoces siquiera la esperanza más grande de Roary, o la lucha actual de Jacob? Estas cosas raras veces salen a la luz en reuniones. Salen en relaciones naturales que suceden durante la semana.»

En las relaciones entre pastores y miembros de iglesias observamos los mismos problemas como en las relaciones entre profesores y alumnos. Aunque un pastor no tiene poder sobre el futuro profesional de los miembros (con excepción de los colaboradores de la iglesia a tiempo completo); pero tiene – supuestamente – poder sobre el futuro eterno. Esto coloca una presión insoportable sobre los miembros, especialmente sobre los más entregados y sensibles. Y demasiados pastores se aprovechan de ello sin vergüenza, para manipular a los miembros a su antojo.

En general: Cuanto más institucionalización, menos comunión auténtica. En un tal ambiente institucionalizado mueren las amistades sinceras. En cambio, la gente establece supuestas «amistades», solamente para alcanzar determinadas metas. Las personas no se valoran entre ellos como personas en sí; se valoran solamente a medida que contribuyen a las metas institucionales. Superficialmente muestran comprensión, ayuda mutua y amor al prójmo – pero solamente mientras el prójimo se deja institucionalizar también. Tan pronto como ya no tienen metas institucionales comunes, revienta la burbuja de la supuesta «amistad».

Esta institucionalización de las relaciones personales tiene consecuencias fatales en el caso de conflictos: Estos se inflan para convertirlos en «casos disciplinarios institucionales». En casos extremos, un tal conflicto institucional puede arruinar todo el futuro profesional y personal de los afectados. En cambio, en un entorno no-institucionalizado, los conflictos personales se pueden tratar en el nivel personal, y así son mucho más fáciles de solucionar. Lo ilustraremos con un ejemplo del Nuevo Testamento:

Pablo y Bernabé eran colaboradores y amigos en su primer viaje misionero. Uno de sus acompañantes era Juan Marcos; pero él los dejó en medio camino por razones desconocidas. Al alistarse para el segundo viaje misionero, Bernabé quiso llevar otra vez a Juan Marcos; pero Pablo no estaba de acuerdo. El desacuerdo entre ellos era tan fuerte que se separaron. Entonces Bernabé emprendió su propio viaje con Juan Marcos a Chipre, mientras Pablo buscó a otro acompañante y se fue a Asia. (Vea Hechos 15:36-40).

Según el relato bíblico, se trataba de un asunto personal entre ellos, y no hubo mayores consecuencias. Su desacuerdo no era acerca de cuestiones esenciales de la fe, y por tanto no había razón para ocuparse más del asunto. Supongo que la relación entre Bernabé y Pablo quedó afectada por un buen tiempo. Pero ninguno de ellos fue dañado en cuanto a su ministerio espiritual. Muchos años más tarde leemos que aun Pablo reconoció otra vez la utilidad de Juan Marcos (2 Timoteo 4:11). No fue para poco: se trata del autor del Evangelio según Marcos.

¿Cómo hubiera terminado esta historia en una iglesia o sociedad misionera actual? – Puesto que tengo mis experiencias al respecto, me lo puedo imaginar vivamente. El conflicto personal se hubiera llevado al nivel institucional: Puesto que Pablo era el líder de la «empresa misionera», él hubiera emitido una declaración oficial de que Juan Marcos era incapaz para el trabajo misionero. Esta decisión se hubiera comunicado inmediatamente a los líderes más importantes. Bernabé, aunque originalmente fue el líder principal de la misión, hubiera perdido su «cobertura espiritual» al separarse de Pablo. Posiblemente lo hubieran acusado de «rebeldía» y de «dividir la iglesia». Tanto Bernabé como Juan Marcos se hubieran visto impedidos de seguir colaborando con las iglesias fundadas por Pablo. Hubieran dejado el ministerio, o hubieran fundado una nueva denominación. – ¡Qué bueno que Pablo no actuó como un líder institucional!

Podríamos fácilmente encontrar ejemplos parecidos del entorno escolar.

Los conflictos personales deben solucionarse al nivel personal. Pero un entorno institucionalizado no permite eso. Los implicados no pueden simplemente enfrentarse como personas humanas. Su comunicación está constantemente afectada por sus rangos respectivos en la jerarquía institucional. Un solo líder, o un pequeño grupo de líderes, institucionaliza su opinión personal y la promulga como verdad absoluta. El conflicto personal se convierte en una demostración de poder de parte del líder. O se provoca una lucha por el poder entre los líderes.

Conclusión

Tanto las iglesias como las escuelas se han institucionalizado de maneras similares. Esto causa problemas muy similares en ambas instituciones.

En consecuencia, durante las últimas décadas se han formado movimientos contrarios en ambos ámbitos: El movimiento de la educación en casa como alternativa a la escolarización; y el movimiento de las iglesias en casa, «iglesias sencillas», etc, como alternativa a las iglesias institucionalizadas. (Aunque algunos grupos de iglesias en casa son igual de institucionalizados como las iglesias tradicionales; éstas no serían una alternativa verdadera.)

En esta serie de artículos intenté mostrar las paralelas entre iglesia y escuela. Quise demostrar que los dos «movimientos no-institucionalizados» – en cuanto agrupan a cristianos – tienen la misma esencia y pueden aprender el uno del otro. «Iglesia en casa» y «educación en casa» tienen mucho en común. Ambos – si se entienden de la manera correcta – colocan la familia nuevamente en el centro de la vida diaria. Ambos trabajan por una restauración de las relaciones interpersonales que fueron distorsionadas por la institucionalización. Y yo creo que ambos están más cerca del cristianismo original que cualquier otro movimiento del presente.

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