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Pediatras y psiquiatras alemanes advierten: Las casas-cunas causan enfermedades psíquicas

Hace poco, unos expertos alemanes en pediatría y psiquiatría, dirigieron un llamado serio al gobierno de su nación, advirtiendo acerca de los efectos dañinos que tiene el cuidado de niños pequeños afuera de su casa, en las guarderías infantiles, casas-cunas, o «wawa-wasis», como se llaman aquí en el Perú. Me parece apropiado publicar este documento aquí, puesto que los países latinoamericanos están haciendo experimentos similares, sin tomar en cuenta el bienestar de los niños ni las investigaciones al respecto.
Algunos detalles que son de interés solamente para la situación específica de Alemania, fueron omitidos en esta versión.


Los expertos advierten: El estado premia el abandono de niños. Las subvenciones a las casas-cunas son premios por privar a los niños del amor paternal.

«Se ha comprobado que los niños menores de tres años que se encuentran en casas-cunas, están expuestos a un estrés crónico. Este estrés trastorna el desarrollo del cerebro. En consecuencia, se socavan las capacidades de ser amables, de relajarse, de ser amigables, saludables y equilibrados.» Según el Dr. Dawirs del Instituto para Ciencias Relacionales.

Según numerosos expertos, la «estimulación temprana en centros de cuidado diurno» es pura imaginación y ha sido completamente refutada. Sin embargo, este sinsentido sigue siendo utilizado para justificar el «maltrato colectivo de niños», dejándolos diariamente en abandono emocional en las casas-cunas.

Un número creciente de expertos ya no soporta esta situación, donde se desperdician billones para dañar a los niños, en vez de reforzar las competencias educativas de los padres.

A partir de 2013, los padres que abandonan a sus hijos dejándolos en casas-cunas, serán ahora (en Alemania) premiados con una subvención. El estado gasta su dinero para financiar el cuidado de niños pequeños afuera de sus casas, en vez de apoyar con este dinero a los padres (que educan a sus hijos ellos mismos).

Los políticos que apoyan este aumento de las casas-cunas, declaran así públicamente que están de acuerdo con hacer daño a los niños, y que las vidas de los niños no les importan. El estado premia a los padres por negar a sus hijos el amor paternal.

El Dr. Maaz del Instituto de Chorin confirma: «Durante los primeros tres años de la vida se decide cuán segura o insegura de sí misma será una persona más adelante, cuan comprensiva y solidaria, o cuan llena de odio y violenta, cuan sana emocionalmente o cuan trastornada.»

Aquellos políticos que exigen el cuidado de niños menores de tres años por personas ajenas a la familia, no nos rinden cuentas de sus razones por desear un derecho a maltratar profundamente a 750’000 niños pequeños. Una forma de cuidar a niños pequeños que sistemáticamente los enferma psíquicamente, no debe subvencionarse.

FIRMAN:
Dipl.-med. Bettina Seiser, Bad Blankenburg
Dr. med. Raphaela Haberkorn, Bergen (Rügen)
Dipl.-Psych. Constanze Pflüger-Sarlan, Berlin
Dr. Sabine Stiehler, Dresden
Dipl.-Psych. Iris Graurock, Dresden
Dr. med. Friederike Beier, Dresden
Psicotherapeuta de niños y jóvenes Sabine Lück, Wendeburg
Dipl.-Psych. Christina Weidelt, Halle
Dipl.-Psych. Ute Schulz, Halle
Dr. med. Ulrike Gedeon-Maaz, Halle
Dr. med. Hans-Joachim Maaz, Halle
Dr. med. Uta Wiegeleben, Halle
Prof. Dr. rer. nat. Ralph R. Dawirs, Erlangen
Dipl.-Psych. Elke Stechbarth, Hildburghausen
Dipl.-Psych. Ilka Bläß, Leipzig
Dipl.-Psych. Susanne Leistner, Leipzig
Dr. med. Stephanie Kant, Magdeburg
Dr. med. Ines Buchholtz, Magdeburg
Dipl.-Psych. Ekbert Kreztschmar, Naumburg
Dipl.-Psych. Yvonne Pickenhain, Naumburg
Dipl.-Psych. Frank Stechbarth, Suhl
Dr. med. Anneliese Merker, Weimar
Dipl.-Psych. Anke Borchardt, Leipzig
Dipl.-Psych. Jörg Klemm, Jena


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Creatividad (Parte 2): Enemigos actuales de la creatividad

En la vida de muchas personas, su creatividad fue destruída al asistir a la escuela. El sistema escolar actual simplemente no permite que un alumno haga las cosas de una manera original, innovadora o poco convencional. Un alumno de este sistema tiene que seguir los procedimientos prescritos y llegar a las respuestas preestablecidas por el profesor. Si no lo hace, recibe malas notas, es ridiculizado y hasta castigado. Este sistema premia a los que copian las cosas «como en el libro», y castiga a los que tienen ideas originales. Por eso, particularmente las personas que más tarde fueron reconocidos como genios, por lo general tenían problemas con la escuela, o tuvieron el privilegio de ser educados afuera de las escuelas. (Vea las biografías cortas en «Genios famosos que no fueron a la escuela, o que tenían problemas con ella».)

Algunos niños experimentan este mismo problema en sus familias, si sus padres tienen poca imaginación y poca comprensión por los niños. Si un niño crece solo con limitaciones, deberes y críticas, y no se le permiten espacios libres para experimentar y crear, su creatividad se trunca de la misma manera como en el sistema escolar.

La televisión, los videojuegos, etc, son también asesinos de la creatividad. Las imágenes virtuales presentan al niño una completa «realidad artificial» donde ya no hay lugar para usar la imaginación. Al leer un libro o escuchar una historia, el niño se imagina los personajes, su entorno y sus acciones a su manera. De cierta manera, el niño tiene que «re-crear» la escena entera en su mente. Pero al mirar televisión, no hay incentivo ni necesidad para imaginarse algo; todo ya está «dado»: las imágenes, las acciones, las voces… – Además, la televisión causa pasividad. El niño es inundado con tantas impresiones, en una sucesión tan rápida, que solamente puede recibirlas pasivamente sin reaccionar a ellas; ni siquiera puede procesarlas adecuadamente. La televisión no deja tiempo al niño para razonar acerca de lo que ve y oye, ni lo deja descansar de este diluvio de impresiones. Apenas termina una secuencia o un programa, empieza el siguiente; y en la mente del niño se mezcla el dibujo animado con los comerciales y con las noticias, de tal manera que ya no sabe distinguir entre realidad y ficción. Esto es todo lo contrario de la creatividad: En el proceso creativo, es el mismo niño quien es activo, se expresa hacia afuera, imagina y produce. Al mirar televisión, el niño se deja impresionar pasivamente, es influenciado por las imaginaciones y producciones de otras personas, y pierde la capacidad de crear imaginaciones propias. Los videojuegos no son mucho mejor en este respecto: aunque crean la ilusion de que el niño tiene que «hacer» algo, solo requieren reacciones pasivas a una realidad virtual que ya está dada, según patrones preestablecidos por los diseñadores. Los videojuegos obligan al niño a obedecer ciegamente a la trama prescrita por los autores, y no le permiten crear su propia versión de la historia. En este aspecto, son relacionados con el «acondicionamiento operante» de la psicología y pedagogía conductista.
Con esto todavía no hemos dicho nada acerca del contenido de los programas televisivos o de los juegos. La gran mayoría de estos programas presentan malos ejemplos y enseñan conceptos de mentira, inmoralidad, ocultismo, paganismo, etc. Aunque esta «enseñanza» no es explícita, es aun más eficaz porque la televisión impide que el niño razone acerca de lo que ve y oye; entonces asimila todo sin ninguna evaluación crítica. – Aun si fuera posible proveer al niño unos programas de televisión y videojuegos completamente «limpios» desde una perspectiva bíblica, siguen vigentes los otros problemas mencionados. Por eso, es preferible que los niños pequeños no estén expuestos a la televisión ni a juegos de computadora, y los niños mayores solamente por tiempos bien limitados y controlados por los padres.

Otro enemigo de la creatividad es su comercialización. Empresas emplean a personas creativas solamente para fines de lucro, y organizaciones políticas para ganar influencia y poder: Diseñadores gráficos para crear propaganda comercial o dibujos animados que generarían ingresos millonarios; ingenieros para crear innovaciones que provean a su empresa una ventaja ante la competencia; escritores para escribir los discursos de los políticos. De esta manera, la creatividad se limita a lo que es aceptado por el empleador. Muchos pensamientos importantes, pero fuera de lo común, nunca recibieron publicidad, simplemente porque los medios de comunicación y los editoriales de libros decidieron que esto «no se vendería bien». El diseñador, ingeniero o escritor ya no crea obras simplemente por crear, ni porque fueran buenas o útiles, ni mucho menos para honrar a Dios. Las crea solamente para agradar a su empleador y ser pagado por él.

Estas son algunas formas como el enemigo intenta robar la creatividad aun al pueblo de Dios. Para hacer una obra eficaz para Dios, ¡es importante recobrar la creatividad! De esto hablaremos en la continuación.

(Continuará)

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La falacia de la «pedagogía única» – Parte 6: Por qué es necesario que existan escuelas con pedagogías diferentes

Distintas personas tienen distintas maneras de pensar, distintas creencias, distintas cosmovisiones, distintas convicciones filosóficas y religiosas. Como hemos visto en las partes anteriores, todas estas formas de pensar tienen injerencia en la pedagogía que uno prefiere. Por tanto, distintas personas prefieren distintas pedagogías. Y hemos visto en las partes anteriores de esta serie de artículos, que existen muchas pedagogías.

Puesto que la sociedad actual no es cristiana, ha establecido un sistema escolar que no es cristiano. Pero al mismo tiempo, la sociedad actual reconoce como derecho fundamental la libertad religiosa y de conciencia – o sea, el derecho de cada uno de escoger libremente sus creencias y convicciones. (De hecho, esta libertad es una herencia del cristianismo; o más exactamente, de la Reforma y del avivamiento bautista en el siglo XVI.) También se reconoce la autoridad de los padres sobre la educación de sus hijos.

Entonces, la simple lógica exige que los padres tengan el derecho de escoger la corriente pedagógica según la cual sus hijos sean educados. Cada familia es diferente, tiene convicciones diferentes y necesidades diferentes. Es obvio que no puede existir un sistema único que satisfaga las necesidades de todas las familias y de todos los niños. Además, las imperfecciones de un tal sistema único afectará a algunos niños mucho más que a otros. Estos niños se ven condenados al fracaso escolar bajo este sistema único, mientras podrían rendir muy bien en un sistema diferente.
Por ejemplo, los niños cuyo estilo de aprendizaje es el cinestético (o sea, que necesitan moverse para aprender algo), se ven constantemente marginados en el sistema escolar actual: son castigados por «hacer desorden», son etiquetados como «hiperactivos» y sometidos a terapias que no necesitan, y no reciben oportunidades para aprender de una manera apropiada a su estilo de aprendizaje. En cambio, una escuela activa (vea «Pedagogía de la escuela activa») es ideal para tales niños porque les provee la oportunidad de «aprender haciendo».
De la misma manera, la libertad religiosa exige que una familia cristiana no puede ser obligada a entregar a sus hijos a una escuela no cristiana.

Por todas estas razones, es obvio que un único sistema educativo no puede ser apropiado para la población entera. Es necesario que exista una diversidad, y que cada familia tenga la libertad de escoger entre distintas alternativas. Es necesario que cada modelo educativo reciba las mismas oportunidades de realizarse.
Debe existir una competencia libre y equitativa entre diversos modelos educativos. Esto incluye la libertad para cada institución educativa, de definir su propio plan de enseñanza, sus propios métodos, y su propio trasfondo de convicciones y cosmovisión.
Si el sistema actual es tan bueno como pretende ser, entonces no tiene nada que temer de la competencia: prevalecerá por su propia virtud. Si en cambio este sistema no es bueno, entonces no merece ser protegido, favorecido y monopolizado como actualmente es el caso.

La ideología de la «pedagogía única» niega a los padres esta libertad de escoger un modelo educativo según sus propias convicciones. Y les niega esta libertad, de una manera que no es honesta. Si los ideólogos de la «pedagogía única» fueran honestos, dirían algo así: «Les imponemos nuestro modelo pedagógico porque creemos que es el mejor, y no les permitimos escoger otro.» – Esto no sería muy amable, pero sería la verdad. Pero en lugar de esto, dicen: «Esta es ‘la’ pedagogía, y no existe otra.» – Eso es una mentira.

Acerca de esta mentalidad, escribió ya hace cien años Abraham Kuyper (teólogo, primer ministro holandés, y fundador de la Universidad Libre de Amsterdam):

Últimamente, los universitarios en todo el mundo asumen que la ciencia surgió de una sola conciencia humana homogénea, y que solo los conocimientos y la habilidad determinan si alguien merece una cátedra universitaria o no. Nadie piensa hoy como Guillermo el Silencioso, cuando fundó la Universidad de Leyden en contra de aquella de Louvain, pensando en dos líneas de universidades, opuestas una a la otra a raíz de una diferencia radical en sus principios. Desde entonces, el conflicto entre los normalistas y anormalistas estalló con toda fuerza, y se sintió nuevamente por ambos lados la necesidad de una división en la vida universitaria. Los primeros en pensar así eran (estoy hablando solamente de Europa) los mismos normalistas incrédulos, cuando fundaron la Universidad Libre de Bruselas. Anteriormente, en el mismo país de Bélgica, la universidad católico romana de Louvain fue fundada en oposición contra las universidades neutrales de Liege y Gent.
(…)
Solamente una separación pacífica de los seguidores de principios antitéticos traerá progreso – un progreso honesto – y un entendimiento mutuo. La historia es nuestro testigo. Primero, los emperadores romanos intentaron realizar su idea equivocada de un único Estado, pero su monarquía universal tuvo que dividirse en una multitud de naciones independientes para desarrollar los poderes políticos de Europa. Después de la caída del Imperio Romano, Europa fue seducida por la idea de una sola iglesia mundial, hasta que la Reforma despejó esta ilusión, abriendo el camino para un desarrollo superior de la vida cristiana. En la idea de una sola ciencia, todavía se mantiene la vieja maldición de la uniformidad. Pero también de ello se puede profetizar que los días de su unidad artificial son contados, que se dividirá, y que en este dominio por lo menos el principio católico romano, el principio calvinista y el principio evolucionista harán surgir esferas distintas de la vida científica, que florecerán en una multiformidad de universidades. Necesitamos sistemas en la ciencia, coherencia en la instrucción, unidad en la educación. Solo aquello es realmente libre, que se mantiene estrictamente atado a su propio principio, mientras se libera de todos los lazos no naturales. El resultado final será que la libertad de la ciencia triunfará la final; primero al garantizar a cada cosmovisión importante el poder para cosechar una cosecha científica basada en su propio principio; y segundo, al rehusar el nombre de científico a cualquier investigador que no se atreva a mostrar los colores de su propia bandera, y que no nos muestre en su escudo el principio por el cual vive y del cual deriva sus conclusiones.»
(Kuyper, «El calvinismo y la ciencia»)

En el mismo sentido, no merece el nombre de pedagogo aquel que se niega a declarar cuáles son las fuentes filosóficas e ideológicas de su pedagogía: en qué cosmovisión, en qué principios y convicciones se basa la corriente particular de la pedagogía que él representa. Mucho menos merece el nombre de pedagogo aquel que se niega siquiera a reconocer que tales diferencias de principios y convicciones existan en el campo de la pedagogía.

La libertad de la educación, y de la sociedad entera, depende del reconocimiento de distintas corrientes pedagógicas, y de distintos modelos educativos. Una sociedad que ha perdido su libertad en este campo, pronto perderá su libertad también en muchas otras áreas de la vida: la libertad de escoger a un médico; la libertad de escoger una afiliación política o religiosa; la libertad de la expresión y de la conciencia. Por tanto, la idea de que «la pedagogía es una sola», no es una idea inofensiva. Es una ideología que amenaza las libertades fundamentales de la sociedad.

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La falacia de la «pedagogía única» – Parte 4: Los resultados deficientes de la «pedagogía única»

En las partes anteriores de esta serie hemos examinado detalladamente por qué no se puede decir que «la pedagogía es una sola». Existen las más diversas corrientes pedagógicas; y como cristianos necesitamos evaluar cuáles de ellas concuerdan con una cosmovisión bíblica, y cuáles no. He elaborado estos argumentos en respuesta a las críticas de varios profesores «cristianos», quienes opinaron que no es legítimo distinguir distintas corrientes pedagógicas, porque, supuestamente, «la pedagogía es una sola».

Si la discusión se pudiera llevar a este nivel de argumentación lógica, quizás el uno u otro profesor se dejaría convencer. Pero en este juego entra otro obstáculo, el cual impide virtualmente toda discusión imparcial sobre el tema. Y es que demasiados profesores profesionales creen que nadie puede cuestionar lo que ellos aprendieron de sus profesores, pues ellos son «profesionales», tienen su «título», y por tanto son los «expertos» en «la pedagogía». En otras palabras: Existe un orgullo desmesurado que no admite ninguna opinión que no sea «políticamente correcta», que no sea reconocida y aprobada por el círculo elitista de los «expertos en la única pedagogía que existe». Quizás pueden admitir unas pequeñas mejoras en sus métodos, algunos materiales, trucos e ideas nuevas de cómo hacer de una manera un poco más interesante lo que siempre hacían – pero no pueden admitir que uno cuestione los mismos fundamentos de lo que ellos consideran «la pedagogía única».

Por eso, establecer una pedagogía cristiana y / o alternativa, es cosa de valientes. No será suficiente defender esta pedagogía con argumentos, testimonios, y resultados de investigaciones. Será necesario, además, soportar toda la ira que surge del orgullo herido del establecimiento escolar y eclesiástico combinado. Porque este orgullo es herido muy fácilmente: se siente afectado tan pronto como alguien sugiere que las cosas podrían hacerse de otra manera, diferente de las opiniones de los «expertos».

Por tanto, se necesita algo más que solamente argumentos. Creo que es necesaria una iluminación sobrenatural de Dios, para que alguien pueda darse cuenta de las falacias de «la pedagogía» actual, y de la necesidad de alternativas. Es mi deseo que por lo menos algunos de mis lectores – sean profesores o no – puedan recibir una tal iluminación, y de allí sacar el valor para ir en contra de la corriente del sistema establecido. Solamente así podrán algunos niños de la siguiente generación recibir una educación verdaderamente cristiana, y a la vez «sana» en cuanto a diversos aspectos pedagógicos.

Lo que deseo señalar en esta parte, es cuan poca razón existe para el orgullo profesional de los profesores. El Señor Jesús dijo: «Por sus frutos los conoceréis» – no «por sus títulos académicos». Hay que examinar, por tanto, cuales son en la práctica los «frutos» de los profesores profesionales, y de su sistema de «pedagogía única». En particular hay que examinar, si estos frutos son significativamente mejores que los frutos de «profesores no profesionales», o sea, de personas que enseñan a niños sin tener un título académico en pedagogía.

Para hacer esta comparación, es necesario mirar más allá de las fronteras de América Latina. Es que en los países latinoamericanos existe un exceso de formalismos y reglamentación, por lo cual casi nadie se atreve a ser innovativo. En particular los padres de familia, según observo, no tienen ni el valor ni el deseo de educar a sus propios hijos; prefieren mandarlos a algún lugar fuera del hogar durante el día entero. En este respecto, mis experiencias en el Perú coinciden con las observaciones de Rebeca Wild en Ecuador:

«Quizás en Ecuador la desesperación por el sistema escolar público no sea lo suficientemente grande y, por lo general, no hay suficiente confianza en las propias capacidades (por parte de los padres) como para poder recomendar que se tomen medidas drásticas que contemplen la posibilidad de una educación en casa.»
– «Regularmente los periódicos informan del ‘dramático fracaso de la educación pública’. (…) A menudo, se pueden leer artículos de varias páginas con la queja de que incluso los estudiantes que ya han terminado el bachillerato parecen haber aprendido muy poco de lo que durante doce años de escolarización se les ha intentado inculcar. Pero, a pesar de estas y muchas otras quejas, parece que esté prohibido poner en duda que la escuela, o, mejor dicho, ir a la escuela, sea el único camino que existe para conseguir reconocimiento social, éxito económico, para servir a la patria y finalmente para realizarse personalmente.»
(Rebeca Wild, «Educar para ser»)

Efectivamente, parece que los padres latinoamericanos tienen tan poca confianza en sus propias capacidades y en su sentido común, que casi nadie se atreve a educar niños – ni siquiera a los suyos propios – sin haber estudiado la carrera de «educación». Por tanto es casi imposible, encontrar ejemplos de educadores latinoamericanos que no son profesores profesionales. (En la próxima parte pienso presentar unas investigaciones al respecto, que se hicieron en países donde sí se puede hacer esta comparación.)

Por el otro lado, es bastante obvio que el «fruto» del sistema escolar oficial es deficiente. No solamente en Ecuador, también en el Perú la mayoría de los estudiantes concluyen su educación secundaria con un nivel muy bajo de conocimientos. Cuando supuestamente deberían estar preparados para ingresar a la universidad, necesitan todavía estudiar varios años en alguna «academia» pre-universitaria privada, hasta que realmente logren aprobar sus exámenes. Aun los mismos profesores, cuando el estado les toma un examen de conocimientos, la mayoría de ellos desaprueban. Supongo que en otros países latinoamericanos la situación no es muy diferente. ¡Pero este es el sistema establecido y mantenido por los profesores profesionales con su «pedagogía única»!
Y este sistema a menudo ahuyenta o desanima aun a aquellos pocos profesores que son educadores genuinos: a aquellos que invierten toda su creatividad y su talento en su trabajo, toman a los niños en serio, se interesan por entender cómo los niños aprenden mejor, y se esfuerzan por poner este entendimiento en práctica.

Puedo añadir a esto una observación personal de mi propia experiencia cuando trabajé como capacitador de maestros de escuela dominical. De vez en cuando conocí a algún(a) joven con un talento natural para la enseñanza: Se llevaba bien con los niños, sabía explicar las cosas de una manera que ellos entendían, y sabía motivar y entusiasmarlos por aprender. ¡Pero ninguno de estos jóvenes consideró estudiar «educación»! En cambio, quienes sí se decidieron por la carrera de «educación», normalmente no eran particularmente talentosos, ni mostraban un amor especial por los niños. Esto debería llamar nuestra atención. La carrera profesional de «educación», al parecer, ¡es más atractiva para aquellos jóvenes que no son «educadores por naturaleza»!

En particular, nunca he visto a algún profesor profesional evaluar a sus semejantes según su amor por los niños. Aun el director de una escuela «cristiana» que conocí, parecía impresionarse solamente con un C.V. lleno de certificados de asistencia a mini-talleres y conferencias sobre temas mayormente irrelevantes; pero no le interesaba mucho si un profesor amaba a Dios y amaba a los niños.
¿Cómo va a ser un buen profesor el que odia a sus alumnos, el que no logra comprender su manera de ser, o el que es completamente indiferente hacia ellos? ¿Cómo va a ser un buen profesor el que hace su trabajo solamente para ganarse la vida, o para demostrar a los demás «cuán buen profesional es», pero no le importa cuanto sufren sus alumnos bajo sus exigencias? ¿No debería ser este el primer requisito de un profesor: que ame a los niños? Por lo menos así lo vería un cristiano; pues el mandamiento más grande, según Jesucristo, es el de amar a Dios y amar al prójimo. Para un profesor, obviamente, sus prójimos son sus alumnos con quienes pasa la mayor parte de su tiempo de trabajo.

Pero si uno ama a los niños con amor cristiano, resultará una pedagogía muy distinta de la oficial.

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La falacia de la «pedagogía única» – Parte 2

Esta es la continuación de un artículo que responde a las críticas de algunos profesores «cristianos». Estos profesores se molestaron por mi análisis de algunas corrientes pedagógicas (por ejemplo en «Cosmovisión cristiana y educación escolar»), y argumentaron que «La pedagogía es una sola, y además no tiene injerencia en la religión. Por tanto no es aceptable definir y distinguir diversas corrientes pedagógicas.»

Veremos la primera parte del argumento: ¿Es la pedagogía «una sola»?

Si sustiuimos la palabra «pedagogía» por «verdad», entonces resulta un dicho con el cual estoy de acuerdo: «La verdad es una sola.» En cualquier asunto dado, no pueden existir dos verdades que se contradicen entre ellas. Entonces, si la pedagogía fuera idéntica con la verdad, el argumento de los profesores citados sería cierto. Así nos quedamos con dos posibilidades:
A) La pedagogía es la verdad; entonces existe una sola y es única. – En este caso, no existiría contradicción entre los diversos pedagogos, así como no existe contradicción entre los diversos autores (humanos) de la Biblia. Todos los pedagogos enseñarían la misma verdad.
B) Existen diferentes corrientes pedagógicas. – En este caso, algunos conceptos pedagógicos estarían de acuerdo con la Palabra de Dios, y otros serían contrarios a la Palabra de Dios. Puesto que el cristianismo (verdadero) se somete bajo la Palabra de Dios como verdad absoluta, un verdadero cristiano tendría que calificar ciertos conceptos pedagógicos como verdaderos, y otros como falsos.

Ahora, no se necesitan conocimientos muy profundos de pedagogía para darse cuenta de las muchas contradicciones que existen entre diversos pedagogos. Así propuso p.ej. el conductista B.F.Skinner, que los niños pueden y deben ser acondicionados con recompensas y castigos, para que produzcan el comportamiento deseado, de una manera muy parecida a la domesticación de animales. Por el otro lado, pedagogos antiautoritarios como A.S.Neill propusieron que los profesores se despojasen de toda autoridad, y que entregasen toda potestad de decisión a los mismos niños, tratándolos como iguales a los adultos. La contradicción entre los dos es obvia. De verdad no entiendo como personas que se jactan de ser «pedagogos profesionales», no pueden darse cuenta de una contradicción como esta. ¿Será que nunca escucharon ni de Skinner ni de Neill? ¿O será que asimilaron estos conocimientos de la misma manera como ellos ahora lo exigen de sus alumnos: memorizándolos mecánicamente sin reflexionar sobre ellos ni establecer conexiones entre ellos? – Es cierto que el sistema escolar actual es capaz de incorporar unos trozos de Skinner junto con unas cuantas migajas de Neill al mismo tiempo; ¿pero cree usted que eso ya comprueba que los dos son uno?

Bien, señor pedagogo o señora pedagoga: Le propongo un experimento mental. Usted que ha estudiado «la» pedagogía, usted que sabe en qué consiste «la» pedagogía, organice una escuela y enseñe allí según esta pedagogía que usted ha aprendido.
Ahora imagínese que María Montessori viene a visitar su escuela. ¿Ella aceptaría sin crítica todo lo que usted hace en su escuela? ¿Ella organizaría su escuela de la misma manera como usted, y enseñaría de la misma manera como usted? – Si usted me dice que sí, entonces usted no sabe mucho acerca de Montessori. (Excepto si por casualidad usted fuera un(a) profesor(a) Montessori. Pero los profesores Montessori normalmente están muy conscientes de que ellos representan una pedagogía distinta de la «oficial».) En cambio, si usted me dice que no, entonces está admitiendo que María Montessori tenía una pedagogía distinta de la de usted.
Ahora imagínese una visita del viejo filósofo Sócrates. ¿Sócrates estaría contento con todo lo que ve allí? ¿Sócrates enseñaría de la misma manera como usted? Si usted admite que Sócrates haría las cosas de una manera diferente, entonces ya tenemos tres pedagogías: la de Sócrates, la de Montessori y la de usted.
Podríamos mencionar a otras personas que aportaron ideas pedagógicas influenciales y radicales: Juan Amós Comenio, Paolo Freire, Raymond Moore, etc; y también los arriba mencionados B.F.Skinner y A.S.Neill. ¿Realmente quiere decir usted que todos estos personajes concordaron con lo que usted llama «la pedagogía»? – Imagínese una junta directiva de una escuela, consistiendo en estas personas mencionadas, con toda libertad de organizar juntos la escuela según su propio criterio. Si «la pedagogía es una sola», todos ellos se pondrían de acuerdo. ¿Usted cree que esto sucedería? (Por ejemplo, ¿cuál sería el papel del profesor? ¿Debería estrictamente repartir recompensas y castigos para producir las respuestas deseadas en los niños, como diría Skinner? ¿O debería renunciar a todo ejercicio de autoridad, como diría Neill? – ¿Cuál sería la ideología subyacente al proceso educativo? ¿El cristianismo, como diría Comenio; el esoterismo propagado por Montessori; o el marxismo, como diría Freire? – Etc…)

Ahora la pregunta que más debería interesar a un profesor que se llama cristiano: ¿Qué si Jesucristo viniera a visitar su escuela? ¿El estaría de acuerdo con todo lo que usted hace según «la» pedagogía? ¿El enseñaría de la misma manera como usted?
– ¿Y estaría El de acuerdo con los pedagogos arriba mencionados?

Espero que estos ejemplos sean suficientes para demostrar que no existe «una sola pedagogía». Existen muchas pedagogías, distintas en sus bases filosóficas, distintas en sus principios, distintas en sus métodos y propuestas prácticas.

Entonces necesariamente tenemos que aceptar la alternativa B) (arriba): Como cristianos es nuestro deber examinar y evaluar estas distintas corrientes pedagógicas, si están de acuerdo con la Palabra de Dios o no.

Si es tan obvio que existen diferentes corrientes pedagógicas, ¿de dónde viene entonces este argumento absurdo de que «la pedagogía es una sola»? ¿Quién mete esta idea en las cabezas de los profesores?

Pienso que vale la pena seguir esta pregunta – aunque tengo que conjeturar un poco en cuanto a la respuesta -, porque llegamos aquí al meollo del desastre educativo estatal en el Perú (y en otros países por igual). Y a la vez encontraremos algunas pautas que nos pueden explicar por qué en el Perú todavía no existe ninguna pedagogía cristiana, a pesar de existir tantos profesores que se llaman «cristianos».

La primera pauta la encuentro en lo que Rebeca Wild llama el «currículo oculto» que no se puede cambiar. Repito de la cita que puse en la primera parte: «La escuela educa a nuestros hijos para la obediencia (sepas que hay alguien que sabe mejor que tú qué, cómo, cuando y cuánto tienes que aprender), educa para la puntualidad y para el trabajo rutinario.» Obviamente, para que la escuela funcione así, sus profesores tienen que ser forzados en estos mismos moldes. El estado tiene que asegurar que sus profesores sean obedientes (ciegamente), puntuales, y trabajadores rutinarios (o sea, que no reflexionen demasiado acerca del trabajo que hacen). Por tanto, la formación de profesores pone mucho énfasis en la aplicación «correcta» de las políticas educativas del gobierno, y de los procedimientos administrativos burocráticos relacionados con ello. Entonces, el estado no puede permitir que los profesores sean educados en corrientes pedagógicas que contradigan la política educativa del estado. (Que tengan conocimientos teóricos de ellas, sí; pero que no reflexionen demasiado sobre las implicaciones y consecuencias prácticas de estas corrientes.) En última consecuencia, los profesores ya no están siendo formados para ser educadores; son formados para ser funcionarios del estado.

Si las cosas son así, entonces los profesores aprenden efectivamente «una sola pedagogía»: la pedagogía «políticamente correcta» según el sistema escolar estatal. Y – como tengo que deducir de las correspondencias que tuve al respecto – nunca han reflexionado acerca de las creencias fundamentales que se encuentran detrás del sistema estatal. Y nunca se les ha ocurrido la idea de que una pedagogía podría edificarse sobre un sistema de creencias diferentes, y entonces llegaría a resultados diferentes. Hasta tengo que asumir que estos profesores creen erróneamente, que todos los pioneros pedagógicos del pasado, sin importar su trasfondo, hayan sido contribuyentes y precursores directos del sistema escolar estatal actual.

En otras palabras: La formación estatal de profesores simplemente excluye de su campo de vista toda corriente pedagógica alternativa. Los profesores en formación reciben sus conocimientos de pedagogía en una forma «filtrada» que produce en ellos la ilusión de que exista «una sola pedagogía». Mientras se creen muy eruditos en «la» pedagogía, son en realidad mantenidos en ignorancia acerca de muchos aspectos de diversas corrientes pedagógicas que podrían poner en duda esta «única» pedagogía.

– Otra vez dicho de otra manera: Si usted cree que «la pedagogía es una sola», entonces esto demuestra que usted ha sido manipulado con éxito por personas que quieren imponer una «única pedagogía». De la misma manera como muchos fieles católicos han sido manipulados para creer que el catolicismo romano es el único «cristianismo» que existe, y que afuera de la iglesia católica romana existen solamente «negaciones» del cristianismo.

Aun educadores no cristianos se han dado cuenta de este problema. Así me escribió por ejemplo la promotoría de una escuela alternativa, la cual trabaja según la pedagogía de la «escuela activa»:

«Es mentira que no es posible dar una educación diferente, todas las escuelas privadas y del estado podrian hacerlo, el problema es que no creen que exista otra manera de impartir educacion. De hecho nuestro principal problema es encontrar maestros que entiendan nuestro trabajo y tambien encontrar familias que piensen como nosotros.»

Este es exactamente el problema. Existen tantas alternativas pedagógicas; ¡pero los profesores han sido entrenados a creer que existe «una única pedagogía»!

Hay una simple forma de deshacerse de este prejuicio: Abra los ojos y mire más allá del estrecho cerco en el cual su formación profesional le ha encerrado.

(Continuará…)

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Las lecciones sabias de la historia para los educadores

Por el Dr. Raymond Moore

Ralph Waldo Emerson tenía razón cuando dijo: «Los años enseñan muchas cosas que los días nunca saben.» Cuando desafiamos la sabiduría de la historia, provocamos el colapso de nuestra sociedad. Algunos piensan que el estudio de la historia no tiene valor. Y cuando la estudiamos, a menudo pensamos que nunca nos podrá suceder lo que sucedió a Grecia o a Roma. Cuando nos damos cuenta de que sí puede suceder, es demasiado tarde.

(…)

En la Grecia antigua, Aristóteles y Platón desarrollaron la idea de que el estado era dueño de la familia. (Aunque ellos habían ambos sido educados en casa por sus padres.) Ellos propagaron la filosofía de que los niños debían ser sometidos al estado. En su Libro VI, Platón enfatizó que era importante alcanzar «la mente joven y tierna». El escribió: «Este es el tiempo cuando el carácter está siendo formado, y fácilmente recibe cualquier impresión que uno desea imprimir sobre él.» Y en Crito, su perspectiva era claramente totalitaria: «Puesto que fuiste traído al mundo y alimentado por nosotros [el estado], ¿puedes negar que eres nuestro hijo y nuestro esclavo?»
Más tarde, su discipulo Aristóteles declaró en su Política que «el estado es por naturaleza anterior a la familia y al individuo, puesto que el entero es necesariamente anterior a su parte.» Y él propagó la idea de que el estado debía encargarse de los niños por lo menos a partir de la edad de siete años. Entonces, durante varias generaciones, los niños vivían alejados de sus familias, y fueron dominados por la rivalidad entre compañeros, el ridículo, las presiones del grupo, la obscenidad, las drogas y el sexo. Y dentro de poco, este estado colapsó.

Roma repitió muchas de las locuras griegas. Con la excepción de César Augusto, quien prolongó la vida de su nación por medio de sus «Leyes Julianas» que protegían la integridad de la familia. Quintilián, el eminente educador romano, dijo que la educación en casa, con su influencia positiva sobre la integridad de la familia, era superior a las escuelas del gobierno. Pero el conformismo prevaleció, el totalitarismo venció nuevamente, y el Imperio Romano colapsó, porque su sociedad había debilitado sus familias.
Las Leyes Julianas podrían ser un buen modelo para nosotros. Estas leyes requerían, entre otras cosas, que las parejas jóvenes (1) se casaran, en vez de convivir en concubinato; (2) que tuvieran hijos; y (3) que sustentaran a sus padres ancianos. Este último punto es muy significativo para nuestros tiempos, donde tantos hijos se contentan con ver a sus padres y abuelos ancianos languidecer innecesariamente en alguna institución estatal. Esta es a la vez una lección para los padres: Si usted envía a sus hijos fuera de la casa antes que estén listos para ello, ellos harán lo mismo con usted cuando usted sea anciano.

Sobre la base de la filosofía de Platón y Aristóteles, su doctrina del «estado como padre» no era tan sorprendente: el estado tiene una vida mucho más larga que el individuo. Entonces, ¿por qué no debería el estado ser el padre de todos? Más tarde, también Marx, Gandhi, y Mao Tse-tung sacrificaron la familia tradicional a favor del bienestar económico del estado. Desde su perspectiva atea, ellos razonaron lógicamente que la vida de un individuo era corta, pero el estado era «para siempre».
Sin embargo, los judíos y cristianos saben que la vida de cada persona es eterna. Este concepto refuta las ideas temporales de los filósofos, y valora mucho más al individuo y a la familia. Esto fue lo que hizo Moisés; y los cristianos a menudo quedamos avergonzados ante nuestros amigos musulmanes quienes se dedican tanto a las relaciones familiares que consideran sagradas, y a la edificación de hijos fuertes en su carácter.
Ahora, en la época de Marx, Gandhi y Mao, la historia del socialismo se repite. Muchos ahora insisten en que el estado es dueño de los niños. Por eso, Carle Zimmerman predice el desastre para la sociedad americana.

(De: Raymond y Dorothy Moore, «The Successful Homeschool Family Handbook», 1994)

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Cuento triste de un niño pequeño

Un día, un niño pequeño fue a la escuela.
El niño era todavía muy pequeño.
Y la escuela era muy grande.
Pero el niño pequeño descubrió
que podía llegar directamente a su aula
entrando por la puerta de afuera.
Entonces se alegró.
Y la escuela ya no le parecía tan grande.

Una mañana,
cuando el niño ya había ido a la escuela por algún tiempo,
la profesora dijo:
«Hoy haremos un dibujo.»
«Bien», pensó el niño pequeño.
Le gustaba dibujar.
El sabía dibujar de todo:
Leones y tigres,
gallinas y vacas,
trenes y barcos –
y sacó su caja de crayolas
y comenzó a dibujar.
Pero la profesora dijo: «¡Espera!
¡Todavía no empezamos!»
Y ella esperó hasta que todos parecían listos.
«Ahora», dijo la profesora,
«vamos a dibujar unas flores.»
«¡Bien!» pensó el niño pequeño.
Le gustó dibujar flores.
Y empezó a dibujar unas flores bonitas
con sus crayolas lilas y anaranjadas y azules.
Pero la profesora dijo: «¡Espera!
Les voy a mostrar como se hace.»
E hizo una flor roja, con un tallo verde.
«Ya está», dijo la profesora.
«Ahora pueden empezar.»
El niño pequeño miró la flor de la profesora.
Después miró su propia flor.
Su flor le gustó más que la flor de la profesora.
Pero no dijo nada.
Solamente volteó su hoja
y dibujó una flor como de la profesora.
Era roja, con un tallo verde.

Otro día,
cuando el niño pequeño había abierto solo
la puerta de afuera,
la profesora dijo:
«Hoy haremos algo con arcilla.»
«Bien», pensó el niño pequeño.
El barro le gustaba.
El sabía hacer toda clase de cosas de arcilla:
Serpientes y muñecos de nieve,
elefantes y ratones,
carros y camiones –
Y comenzó a jalar y a amasar
su bola de arcilla.
Pero la profesora dijo: «¡Espera!»
¡Todavía no empezamos!»
Y esperó hasta que todos parecían listos.
«Ahora», dijo la profesora,
«vamos a hacer un plato.»
«¡Bien!» pensó el niño pequeño.
Le gustaba hacer platos.
Y comenzó a hacer algunos,
de todos los tamaños y formas.
Pero la profesora dijo: «¡Espera!
Les voy a mostrar como se hace.»
Y mostró a todos como hacer
un plato hondo.
«Ya está», dijo la profesora.
«Ahora pueden empezar.»
El niño pequeño miró el plato de la profesora.
Después miró sus propios platos.
Sus propios platos le gustaban más que el de la profesora.
Pero no dijo nada.
Solamente volvió a juntar su arcilla en una bola grande.
E hizo un plato como de la profesora.
Fue un plato hondo.

Y muy pronto
el niño pequeño aprendió a esperar,
y a mirar,
y a hacer las cosas de la misma manera como la profesora.
Y muy pronto dejó de hacer cosas
por sí mismo.

Entonces sucedió
que el niño pequeño y su familia
se mudaron a otra casa
en otra ciudad,
y el niño pequeño
tuvo que ir a otra escuela. Esta escuela era aun más grande
que la otra,
y no había ninguna puerta desde afuera
a su aula.
El tenía que subir unas gradas grandes
y caminar por un pasadizo largo
para llegar a su aula.

Y el primer día allí,
la profesora dijo:
«Hoy vamos a hacer un dibujo.»
«¡Bien!», pensó el niño pequeño,
y esperó que la profesora
le dijera qué hacer.
Pero la profesora no dijo nada.
Ella solamente paseaba por el aula.
Cuando llegó al niño pequeño,
le dijo: «¿No quieres dibujar?»
– «Sí quiero», dijo el niño pequeño.
«¿Qué vamos a hacer?»
– «No lo sé hasta que tú lo hagas», dijo la profesora.
«¿Como tengo que hacerlo?» preguntó el niño pequeño.
«Por qué, de cualquier manera que quieres», dijo la profesora.
«¿Y de cualquier color?» preguntó el niño pequeño.
«De cualquier color», dijo la profesora.
«Si todos hicieran el mismo dibujo,
y usaran los mismos colores,
¿cómo sabría yo quién hizo qué,
y cuál es cuál?»
«No sé», dijo el niño pequeño.

Y comenzó a dibujar una flor roja
con un tallo verde.

(Helen E.Buckley, «One Little Boy». Citado en: Raymond y Dorothy Moore, «The Successful Homeschool Family Handbook».)

– Lo más triste de esta historia: Es una historia muy real. La veo repetirse diariamente en las vidas de los niños escolares que conozco. El sistema escolar actual destruye la creatividad, la iniciativa y la autoestima, de una generación entera de niños.

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¿Quién salvará … la FAMILIA?

Dios nos ha creado de tal manera que nacemos en una familia, que se necesita un papá y una mamá para que nazca un niño, y que entonces papá y mamá se ocupen de educar al niño. Este es el orden de la sociedad humana desde la creación, y es confirmado y reforzado muchas veces en la Biblia. Solo unos cuantos ejemplos:

«Y estas palabras que yo te mando hoy, estarán sobre tu corazón; y las repetirás a tus hijos, y hablarás de ellas estando en tu casa, y andando por el camino, y al acostarte, y cuando te levantes…»
(Deuteronomio 6:6-7)

«…Pero yo y mi casa (familia) serviremos al Señor.» (Josué 24.15)

«Oíd, hijos, la enseñanza de un padre, y estad atentos, para que conozcáis cordura. Porque os doy buena enseñanza; No desamparéis mi ley. Porque yo también fui hijo de mi padre, delicado y único delante de mi madre. Y él me enseñaba, y me decía: Retenga tu corazón mis razones, Guarda mis mandamientos, y vivirás.»
(Proverbios 4:1-4)

«Y vosotros, padres, no provoquen a ira a vuestros hijos, sino edúquenlos en disciplina y amonestación del Señor.»
(Efesios 6:4)

Un padre es la «imagen de Dios» por excelencia:

«Por esta causa doblo mis rodillas ante el Padre de nuestro Señor Jesucristo, de quien toma nombre toda familia (literalmente: paternidad) en los cielos y en la tierra.»
(Efesios 3:14-15)

Entonces, es de vital importancia que un niño experimente paternidad durante su niñez. De otro modo, tendrá serias dificultades para entender y conocer a Dios como Padre.

Otro aspecto de la familia es la convivencia entre hermanos. Allí es natural que haya hermanos mayores y hermanos menores, y que cada uno sea diferente. A nadie le extraña que un hermano sea un buen artista, mientras a otro le gusten los libros y un tercero prefiera el deporte. Tampoco extraña que el hermanito menor todavía no sepa tantas cosas como el hermano mayor.
Los hermanos menores aprenden de los mayores, y los mayores aprenden a ayudar a los menores y a tener paciencia con ellos. Esto es un modelo educativo natural, muy eficaz, instituido por Dios mismo y probado a través de muchos siglos.

¿Por qué entonces durante los últimos 150 años la humanidad ha hecho el esfuerzo de voltear de cabeza este modelo divino, y de sustituir «educación» por «escuela»?

El diccionario Webster original de 1828, que estableció los estándares para el idioma inglés, define «educar» de esta manera:

«Criar, como niño; instruir; informar e iluminar el entendimiento; instilar en la mente los principios de las artes, la ciencia, la moral, la religion y la conducta. Educar bien a los niños, es uno de los deberes más importantes de los padres y tutores.»

¡Notamos que esta definición no menciona la escuela con ninguna palabra!

Pero la sociedad actual lo tiene al revés: cuando se habla de «educación», todos piensan en «escuela», y nadie menciona la familia.

Aquí en el Perú, hace poco fueron las elecciones presidenciales. (Ahora que pasaron, pienso que puedo escribir de ello sin caer bajo la sospecha de hacer propaganda política.)
Algo que más me entristeció en la campaña electoral, fue que ninguno de los candidatos tuviera alguna propuesta para proteger y fortalecer las familias. A ninguno se le ocurrió, por ejemplo, ayudar a las muchas madres que tienen que trabajar fuera de la casa, para que tengan que trabajar un poco menos y pudieran dedicar más tiempo a sus hijos. Muchos prometieron desayunos escolares y almuerzos escolares, pero ninguno hizo una propuesta para que los niños pudieran desayunar y almorzar en sus casas y así tener un poquito de vida familiar, en vez de pasar todo el día en la escuela o en la calle. Ninguno propuso combatir el alcoholismo, o alguna otra de las causas del deterioro general de las familias. Y hasta donde pude ver y oir, a ningún periodista se le ocurrió hacer alguna pregunta al respecto.

Ahora, si estas cosas interesaran a un segmento significativo de la población, seguramente algún político se hubiera ocupado de ello. Pero parece que a nadie le interesa salvar a las familias. Parece que todo el mundo quiere engendrar hijos, tan solamente para abandonarlos al cuidado estatal tan pronto como nazcan. Así crecerá una generación entera de niños sin saber qué es paternidad, sin saber qué son hermanos, sin conocer cariño y amor, sin conocer a Dios.

Los padres quieren que sus hijos sean «educados», pero se olvidan de que ellos mismos son el ingrediente más importante de una verdadera educación. En cuanto a la adquisición de conocimientos, algunos padres pueden necesitar una ayuda desde afuera de la familia. Pero exactamente en esta área, observo cada día en mi trabajo que la escuela falla miserablemente. ¡La mayoría de los niños no entienden lo que el profesor intenta enseñarles!
Hace poco me dijo una madre cansada: «Toda la tarde estoy ocupada con las tareas de mi hijo, porque la profesora me exige que le enseñe esto y que le enseñe aquello…» – La pregunté: «Y no es la profesora quien recibe un sueldo para enseñar al hijo de usted?» – «Sí, pero la profesora dice que son tantos niños en su aula que ella nunca se abastece para enseñar a todos, y que yo puedo hacerlo mucho mejor en la casa donde tengo solamente dos niños.» – «Entonces, ¿para qué lo envía todavía a la escuela?»
Efectivamente, el mismo sistema escolar ya demuestra su incapacidad de enseñar a los niños; pero en vez de admitir su derrota, exige que los padres se conviertan en sus esclavos. Ahora, aun el poco tiempo que la familia podría pasar juntos, es ocupado por las tareas escolares.

Otro deseo de los padres es que sus hijos sean «socializados». ¿Qué entienden con esto?
– Probablemente no saben que muchos pedagogos y planificadores de educación entienden con «socialización»: la adaptación del niño a lo que la sociedad exige de él (o sea lo que ellos, los planificadores de la sociedad, exigen). En otras palabras: que el niño se someta a la presión del grupo y que se vuelva igual como todos los demás. De ahí los currículos estandarizados que exigen que cada niño aprenda las mismas cosas a la misma edad.
En el ambiente de la escuela no puede haber «hermanos mayores y hermanos menores»; no se admite la variedad de intereses, talentos, y ritmos personales del desarrollo; todos tienen que ser iguales. El niño ya no tiene hermanos, solamente tiene «compañeros». En vez de los lazos personales que hay en una familia, solamente conocen relaciones institucionales. En vez del cariño de un padre y una madre que lo aman, solamente recibe la atención de un profesional que hace su trabajo para ganarse la vida, y a menudo con mala gana. ¿Y así todavía nos extraña que las familias se estén deshaciendo?

Ahora, la mayoría de la gente piensa en otra cosa cuando escucha la palabra «socializar». Piensan en aprender a convivir en armonía, a compartir y a ayudarse mutuamente, a respetarse unos a otros, etc. Este sería un significado bueno y positivo de «socialización». Pero ¿sucede esto en la escuela? En realidad, muy poco – a pesar de los esfuerzos de algunos profesores bien intencionados. En un grupo de treinta o cuarenta niños, se impone por naturaleza la «ley del más fuerte»; y un profesor puede hacer muy poco para quebrantar esta dinámica del grupo, por más que quisiera. (Y también hay profesores a quienes ni siquiera les interesa hacer algo al respecto.) Así que el niño escolar es «socializado» por el mal comportamiento de sus compañeros, mucho más que por las (quizás) buenas intenciones del profesor.

Ahora, ¿quién es un mejor ejemplo para un niño: sus compañeros de la misma edad, igual de destituidos de contacto paternal como él mismo; o sus propios padres?
Debe ser claro que los padres están en mejor capacidad de proveer un buen ejemplo para la conducta, la convivencia, y todo lo que está relacionado con la «socialización» (en su sentido bueno). Con excepción, por supuesto, de aquellos casos tristes donde los padres rechazan completamente a sus hijos, o son criminales o alcohólicos violentos – pero por fin, también existen profesores que rechazan a sus alumnos, o que son criminales o alcohólicos.
Observe una mancha de niños escolares en el patio durante el recreo, o en la calle en su camino a casa: Abundan las agresiones, los insultos, las bromas de mal gusto, los golpes. ¿De verdad queremos que nuestros niños sean «socializados» de esta manera?
En una familia, en cambio, donde están presentes los padres (o por lo menos uno de los dos), se pueden observar y «moderar» mucho mejor las relaciones entre hermanos, y entre los niños y sus amigos (cuando los invitan a casa). La presencia y el ejemplo de los padres tienen más peso, y el niño tiene un modelo en que orientarse.

Cierto, educar niños es un trabajo que requiere tiempo y preparación. Pero cualquier padre o madre que ama a sus hijos, estará dispuesto a dar este «sacrificio» por el bien de sus hijos. (En realidad es un «sacrificio» que resultará en el enriquecimiento de los mismos padres, en cuanto a experiencia, madurez, y una mejor relación con sus hijos.) No entiendo por qué tantos padres quieren dejar a sus hijos al cuidado de otras personas, desde que son bebitos, y desde la mañana hasta la noche, y se contentan con verlos unos pocos minutos al día. ¿Nos sorprende, en estas circunstancias, que aumenten los conflictos familiares, las separaciones y divorcios, los problemas psicológicos en los niños? ¿Y que en consecuencia, la sociedad entera comience a deshacerse?

Tristemente, aun las iglesias evangélicas parecen no darse cuenta de lo que sucede. Al contrario, hasta donde veo, ellas participan alegremente en este desmontaje de las familias. En vez de unir las familias, las segregan con sus programas de «escuela dominical». Y en todo lo que he descrito arriba, veo que las iglesias siguen la corriente del mundo sin ofrecer ninguna alternativa. Cierto, existen algunas escuelas evangélicas – pero tristemente, estas tampoco tienen una visión cristiana acerca de la educación y de la familia. ¿Quién entonces se levantará en defensa de esta «especie en extinción», LA FAMILIA?

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