Todo padre, toda madre se alegra cuando sus hijos son obedientes. Y muchos se ponen como meta, educar a sus hijos para la obediencia. Pero ¿qué entendemos con «obediencia»? ¿Y es toda obediencia buena? Es allí donde las opiniones difieren.
Observo con preocupación que dentro del mundo evangélico están ganando popularidad ciertos libros sobre educación que promueven un concepto extremista de «obediencia». Los autores de esa corriente enseñan que los niños deban obedecer a cualquier orden que les dan sus padres, sin tomar en cuenta la situación donde un padre puede dar una orden irrazonable, dañina, o moralmente mala. Así dice uno de esos autores: «¿Qué es obedecer? – (…) Obedecer es hacer lo que se dice: Sin desafíos; sin excusa; sin demora.»
Ya que estamos hablando del mundo evangélico, es legítimo examinar este concepto a la luz de la Biblia. ¿Es éste el concepto bíblico de «obediencia»?
«Pero ¿qué piensan? Un hombre tenía dos hijos, y acercándose al primero dijo: ‘Hijo, anda hoy a trabajar en mi viña.’ Pero él respondió: ‘No quiero.’ Pero más tarde, arrepentido, se fue. Y acercándose al otro, dijo de la misma manera. Y él respondió: ‘Yo, señor[, iré].’ Y no se fue. ¿Cuál de los dos hizo la voluntad del padre?» – Le dicen: «El primero.» (Mateo 21:28-31)
Jesús usa este ejemplo para enseñar a los sacerdotes y ancianos que «los cobradores de impuestos y las prostitutas entrarán antes que ustedes en el reino de Dios» (v.31). El hijo obediente contradijo a su padre, y demoró en cumplir la orden. Sin embargo, Jesús lo presenta como un ejemplo de obediencia. ¡El concepto de Jesús acerca de la obediencia es mucho más benigno que el de muchos autores de libros sobre educación cristiana!
Además, existen situaciones donde no hay que obedecer en absoluto. «Hay que obedecer a Dios antes que a los hombres» (Hechos 5:29). No hay que obedecer cuando los padres ordenan a los hijos a mentir, a engañar, a hacer daño a alguien, o a dañarse a sí mismos. Una orden que contradice a lo que Dios dijo, no hay que obedecer.
El apóstol Pablo escribe acerca de ciertos líderes, «a los que ni por una hora cedimos en sumisión» (Gálatas 2:5). Hay «autoridades» a quienes no hay que obedecer, porque exigen cosas contrarias a la voluntad de Dios.
La única persona en el mundo que podría exigir una obediencia «inmediata y sin cuestionar», es Dios mismo. Solamente él es infalible; solamente él es digno de nuestra confianza ilimitada. ¡Pero ni siquiera Dios exige una tal obediencia! – De Moisés dice que él fue «el hombre más manso de todos los que había sobre la tierra» (Números 12:3). Pero cuando Dios lo llamó para ir a hablar con el Faraón, Moisés le cuestionó y le contradijo durante más de un capítulo entero (Éxodo, capítulos 3 y 4): «¿Quién soy yo para que yo vaya al Faraón …?» – «…si ellos me preguntan: ¿Cuál es su nombre?, ¿qué les responderé?» – «Pero ellos no me creerán …» – «…Pero yo soy tardo en hablar y torpe de lengua.»
Dios responde pacientemente a cada uno de estos cuestionamientos, y da a Moisés unas señales sobrenaturales para validar su llamado. Solamente al final, cuando Moisés sigue negándose a ir, dice que «Dios se enojó». Pero aun en ese punto, Dios le hace una concesión: le libra de la carga de tener que hablar al pueblo y al Faraón directamente. En su lugar, le permite ir acompañado por Aarón quien iba a ser su portavoz.
Si Dios permitió al «hombre más manso de todos», discutir de esta manera con él, y le hizo concesiones, ¿quiénes somos nosotros, meros humanos, para exigir de nuestros hijos una obediencia «inmediata y sin cuestionar»?
La obediencia de por sí misma no es ningún valor bíblico. La Biblia valora la obediencia hacia Dios, y la obediencia reflexionada, la obediencia responsable, la obediencia por el bien de otra persona, la obediencia de fe (=confianza) … pero no la obediencia «por obedecer» y nada más.
Es natural que los niños analicen, cuestionen, hagan preguntas. Eso es una parte normal y necesaria del desarrollo de su razonamiento. Así es también normal que cuestionen algunas de las órdenes que reciben. Si los amedrentamos para que ya no hagan preguntas ni discutan, dañamos su desarrollo intelectual y espiritual.
Para un niño puede ser un proceso bastante largo y difícil, llegar a entender por qué queremos mantener nuestra casa limpia y ordenada, por qué hay que cepillarse los dientes, por qué es necesario que todos ayuden en los quehaceres de la casa, etc. Es natural que en el transcurso de este proceso surjan preguntas, dudas, cuestionamientos. Entonces es necesario ayudar al niño a resolver esas dudas, para que llegue a una mayor comprensión. Cuando se reprime todo cuestionamiento, el niño no puede completar este proceso de razonamiento y maduración. No llega a ser una persona responsable y capaz de hacer buenas decisiones; solamente aprende a ser una ruedita en una maquinaria.
Una gran ayuda en este proceso consiste en permitir que los niños sean «dueños» de ciertos proyectos o trabajos del hogar. Por ejemplo, ¿por qué deben siempre los niños «ayudar a mamá» a cocinar? ¿Por qué no permitir que un día a la semana los niños decidan acerca del menú, qué quieren cocinar, que hagan la lista de compras, vayan a comprar los ingredientes, organicen los trabajos ellos mismos, etc? Mamá estará allí para dar consejos si los niños llegan a un punto donde no pueden seguir por sí solos. Mamá también decidirá cuáles son los trabajos que ella tendrá que hacer: «Sé que ustedes todavía no saben limpiar el pescado. Yo haré eso, y ustedes pueden mirar cómo se hace.» Así los niños aprenden algo más que la mera obediencia: aprenden a ser responsables, a organizar y a decidir, y a colaborar entre ellos.
Cuando los niños se acomodan a un concepto extremista de obediencia, pierden su capacidad de razonar, analizar, y ejercer discernimiento. Se vuelven vulnerables ante las artimañas de cualquier manipulador e impostor, porque aprendieron a «hacer caso» a todo, sin cuestionar.
Nunca hubo tantas enseñanzas y prácticas aberrantes dentro del mundo evangélico, como en el presente. Hay grupos evangélicos que enseñan que dentro de su local de reunión hay un «lugar santísimo», y que uno debe purificarse de una manera especial para poder entrar allí. Hay grupos evangélicos que enseñan que los padres cristianos deben hacer circuncidar a sus bebés varones. Hay pastores evangélicos que enseñan que Dios les permite tener una amante y concubina, y que si él elige a una joven como su concubina, ella debe «obedecerle» y hacerle caso. Hay grupos evangélicos que hacen peregrinajes a las tumbas de predicadores eminentes, y enseñan que echándose encima de la tumba recibirán el poder del predicador difunto. Hay grupos evangélicos que enseñan que la víctima de una violación tiene la culpa de lo que le hicieron. Etc. etc.
¿Por qué el pueblo evangélico acepta tales monstruosidades sin protestar? – Mucho tiene que ver con el concepto errado de «obediencia» que se les ha enseñado. Muchos evangélicos creen que deben a sus «pastores» la misma clase de «obediencia» como la que se enseña en los libros arriba mencionados acerca de la educación de niños. Por eso no usan su Biblia para examinar lo que un líder les dice, no se atreven a cuestionar y a ejercer su discernimiento, no se atreven a buscar a Dios por sí mismos. El resultado es esa proliferación de enseñanzas y prácticas antibíblicas, porque el pueblo lo acepta todo «obedientemente».
En realidad, quienes hacen eso están traicionando la Reforma. El principio fundamental de la Reforma es que las Sagradas Escrituras son la máxima autoridad sobre las enseñanzas y prácticas de los cristianos. Eso significa que cada cristiano puede y debe examinar a la luz de la Biblia, todo lo que sus líderes enseñan y hacen. Cuando el pueblo evangélico ya no hace esa evaluación, o se le niega el derecho de hacerlo, entonces los evangélicos desecharon sus propias raíces espirituales.
¿Es esta la clase de niños que queremos criar? ¿susceptibles a cualquier engaño y a cualquier práctica extraña que se les presenta con algún aire de «autoridad»? ¿o preferimos a niños capaces de razonar y de discernir?
En algunos círculos existe una tremenda presión sobre los padres, de tener «hijos que se comportan bien». Cuando un niño hace algo que los adultos consideran «inapropiado», sus padres se sienten avergonzados. Por ejemplo si el niño se ríe a voz alta, o si dice abiertamente lo que piensa («¡Mira cuán gorda es esa mujer!»), o si juega con el barro, o si por descuido hace caer un pedazo de su comida – todo eso y un millón de otras situaciones puede causar que los padres sientan vergüenza, y que busquen una oportunidad para reñir y hasta castigar a sus hijos. Esa vergüenza dice más acerca de los mismos padres, que acerca del comportamiento del niño. Los padres dan más importancia a la apariencia exterior, que a un desarrollo sano de sus hijos. Están dispuestos a enemistarse con sus hijos y a echar a perder su buena relación con sus hijos, solamente para evitar que «alguien podría pensar mal» acerca de ellos como padres. Se sienten obligados a castigar un comportamiento infantil normal, como si fuera el peor pecado. Todo eso indica que sus valores están muy fuera del equilibrio:
Qué es más importante: ¿dar la apariencia de un buen padre, o realmente ser un buen padre para sus hijos?
Qué es lo que queremos reforzar en los niños: ¿su transparencia y sinceridad, o su capacidad de fingir y de aparentar algo que no son?
Qué es una motivación correcta por lo que hacemos: ¿lo que otras personas podrían pensar de nosotros, o la determinación de elegir lo bueno y no lo malo?
El «evitar la vergüenza» ciertamente no es un buen criterio para hacer nuestras decisiones. Es el camino más seguro para criar a unos pequeños hipócritas que aparentan un buen comportamiento hacia afuera, pero sin tener ninguna integridad personal. Ese es también un concepto muy errado de «obediencia».
Es algo muy diferente si enseñamos a los niños a hacer o a evitar ciertas cosas por amor al prójimo. Por ejemplo, si les explicamos que la abuela está sufriendo por tener una joroba, y por tanto se pondrá triste cuando un niño la pregunta: «¿Por qué no te enderezas al caminar?» Así los niños pueden aprender a no hablar de manera desconsiderada acerca de la joroba de la abuela, no para evitar una «vergüenza», sino por una consideración genuina por los sentimientos de la abuela. Ahora ya no es una cuestion de «obediencia» o de «mantener la apariencia»; es ahora una cuestión del amor que el niño tiene por su abuela. Y la mamá o el papá ya no necesita sentir vergüenza si el niño a pesar de todo hace un comentario inapropiado: eso es ahora un asunto entre el niño y la abuela.
Un último punto: Un niño que tiene plena confianza en sus padres, va a estar mucho más inclinado a obedecerles. Va a sentirse seguro en saber que sus papás no le van a ordenar nada malo. Va a estar más dispuesto a ayudar a sus padres cuando ve que lo necesitan. Va a obedecer no por miedo a un castigo, sino por amor a sus padres y porque se siente amado por ellos. Eso es una motivación mucho mejor.
Los padres pueden ganar esta confianza cuando demuestran que ellos mismos son honestos, que no mienten o engañan a sus hijos, que hacen lo que es lo mejor para los niños; cuando escuchan a sus hijos y les permiten hablar de sus problemas, dudas, aun quejas, y los toman en serio; cuando no dan órdenes innecesarias o irrazonables.
Felicitaciones por este texto. Que llegue a tantos padres como sea posible que quieran que sus hijos sigan a Jesús porque son «ovejas de su rebaño que conocen y confían en la voz del pastor» y no porque quieran escapar del castigo o de la vergüenza.
[…] los dos artículos anteriores hemos hablado del concepto de la “obediencia” de los niños, y del autoritarismo en ciertos círculos cristianos. Para completar el tema, […]
[…] no nos impongamos tales estándares inalcanzables. Como vimos en el artículo acerca de la obediencia de los niños, ni Dios mismo nos impone tales estándares. Adoptar expectativas irreales es una receta segura […]
Gracias por el análisis de las tendencias extremistas de la obediencia entiendo que provienen de una legítima preocupación por el peligro que representa, sin embargo difiero en un punto que le comparto con mucho respeto y admiración por su labor. Existe una diferencia entre la demanda de la autoridad y la respuesta de la misma a la obediencia imperfecta del hombre. En primer lugar ¿cómo es la obediencia que demanda Dios? Acaso no es inmediata, completa y con un corazón dispuesto. Vez tras ves los mandamientos que da a Su pueblo escogido son claros, bien definidos y demandan una acción concreta. Dios no nos dice que podemos discutir con Él sus órdenes o retrasar su cumplimiento o hacerlo de mala gana, no nos da permiso para hacerlo. Por tanto nosotros debemos hacer lo mismo con nuestros hijos ¿el estándar es alto? Cierto, para nosotros mismos lo es. Nuestro ejemplo y parámetro es la obediencia perfecta de Cristo y gracias al Señor por su misericordia y gracia sin la cual quedaríamos completamente descalificados pero no por ello no deja de demandar tal estándar de obediencia. Y eso es importante porque de esa forma se hace evidente nuestra propia incapacidad y podemos correr a Cristo buscando misericordia. El segundo lugar ¿cómo es la respuesta de Nuestro Padre a la obediencia imperfecta de seres caídos, corrompidos por el pecado? Ante la tardanza, la queja, el cuestionamiento, etc, su respuesta es de paciencia y misericordia sin embargo al tiempo también es de juicio como podemos verlo en la Historia del pueblo de Israel. Y porqué puede llegar a ese punto? Porque no sólo dio sus mandamientos sino también una instrucción o razón de la existencia de los mismos (Dt 4.39-40) y ha mostrado su amor y cuidado a Su pueblo. Lo mismo ocurre con nosotros los padres, podemos demandar tal estándar de obediencia a manera de preparar a nuestros hijos para relacionarse con su Creador y autoridad (para que puedan reconocer su insuficiencia y buscar a Cristo) en base a una relación de amor, respeto y cuidado que hemos construido con ellos. Cuando esto ocurre, si podemos demandar una obediencia completa, inmediata y con un corazón dispuesto porque el proceso que lleva a la obediencia es resultado del escuchar, creer y confiar en un hogar bajo Su gracia. Estas características también nos permiten prevenir a nuestros hijos de «autoridades» abusivas pues toda autoridad que no se sujeta a Dios no proviene de Él. Gracias por dar tiempo a la lectura, bendiciones!
Buenos días Laura,
gracias por su comentario.
Dios puede exigir obediencia perfecta, porque Él siempre da órdenes perfectas. Eso no se puede aplicar a nuestras familias humanas, por el simple hecho de que ¡nosotros no somos Dios! ¿Usted nunca da a sus hijos alguna orden equivocada, dañina, o que los niños no son capaces de cumplir? Esta es la carga que Ud. se impone a sí misma, si Ud. quiere exigir de sus hijos la misma clase de obediencia como la que Dios exige de nosotros. – Además, en el artículo he citado ejemplos bíblicos de que ni siquiera Dios exige una obediencia tan estricta como la que Ud. propone. Si usted quiere comparar su autoridad con la de Dios, también tendrá que tener la misma paciencia perfecta, la misma comprensión perfecta, el mismo amor perfecto por sus hijos, como Dios con usted. ¿Puede Ud. cumplir con eso?
Quiero darle el beneficio de la duda, y suponer que usted es una madre buena, que desea todo lo mejor para sus hijos. Si usted medita en las preguntas anteriores, verá que aun para una madre buena es difícil o imposible, cumplir los requisitos para poder exigir una obediencia «como Dios». Ahora le pido considerar la situación de algunas otras familias. ¿Qué dice Ud. al niño al que su madre manda a ir a robar? ¿O a la niña que está siendo abusada sexualmente por su padre? ¿O al niño que fue vendido por sus padres para que trabaje en una mina? – De alguna manera, Ud. tendrá que hacer una distinción entre «padres buenos», a quienes hay que obedecer «siempre», y «padres malos», a quienes hay que obedecer quizás en ciertos casos, pero en otros casos no. Así o así, los niños necesitan aprender a distinguir entre órdenes buenas y órdenes malas, a «examinar todo y retener lo bueno» (1 Tes.5:21). Necesitan entender que existe una sola norma absoluta, que es la palabra de Dios; y que todo lo demás es relativo – inclusive las órdenes de los padres. Si no aprenden eso desde niños, será muy difícil que lo aprendan cuando ya son adultos.
Por favor lea Ezequiel cap.18. Dios no va a juzgar a un hijo por los pecados de su padre. Si un padre malo tiene un hijo que no hace según los pecados de su padre, el padre morirá por su pecado, pero el hijo vivirá por su justicia. Eso presupone que por lo menos en algunos casos, el hijo justo desobedece las órdenes injustas de su padre; y Dios premia esta forma de «desobediencia».
Y por supuesto, como ya mencioné en el artículo, hay que considerar también la naturaleza de los niños. La demora o los cuestionamientos a menudo no son expresión de una desobediencia consciente, sino de un proceso de aprendizaje completamente normal. Si en esas circunstancias acusamos a los niños de desobediencia, solamente los «provocamos a ira».
No deseo escribir más por ahora, porque no conozco su situación particular, no sé dónde Ud. se encuentra en su camino con Dios, y no sé cuán profundamente Ud. fue adoctrinada en las enseñanzas y prácticas del autoritarismo. En este blog hay algunos otros artículos acerca del tema, donde Ud. seguramente encontrará más respuestas. También le recomiendo la serie de artículos sobre la pedagogía de la confianza.
Y si tiene tiempo para averiguar más, le recomendaría que busque información acerca del famoso experimento de Stanley Milgram. Ese experimento demostró la crueldad con la que actuamos los humanos, si creemos que «hay que obedecer a la autoridad»; y cuán pocas personas son capaces de decir «No» a las órdenes injustas de una «autoridad».
Bendecido día, agradezco su respuesta y la recibo fraternalmente.
Coincido en que somos padres imperfectos y que nuestras órdenes pueden ser imperfectas y que a causa de la naturaleza caída ejercemos imperfectamente la autoridad dada por Dios, sin embargo considero que estamos viendo el mismo fenómeno desde dos experiencias diferentes.
Por gracia de Dios crecí en un hogar donde las circunstancias me permitieron aprender la importancia del respeto a la autoridad. Por gracia de Dios no aprendí esto de manera agresiva, con violencia o manipuladora pero si de forma imperfecta pues mis padres fueron imperfectos como yo lo soy, de hecho creo que no existe una manera perfecta de criar a los hijos debido a que vivimos en un mundo caído. Así lo he comprobado durante ya casi 12 años de maternidad y 20 de caminar en el Evangelio.
Pero el punto aquí es…
cómo es la obediencia que espera Dios? cómo es la obediencia que demanda a Su pueblo? Cómo es la obediencia de Su hijo? Cuál fue Su respuesta ante la desobediencia de Su pueblo? Basta leer en los profetas el fuerte trato de Dios para responder a ello.
Ahora este no es mi argumento o justificación para suponer que debamos tratar de manera violenta ni abusiva a los hijos porque estaríamos negando el carácter paciente y misericordioso de Dios que también estamos llamados a modelar.
Si enseño una obediencia como la que describo (que no significa que espero sea perfecta) también estoy dispuesta reconocer mis propias faltas y mi propia necesidad de un Redentor y a modelar por Su gracia la bondad y misericordia de mi Dios ante mis hijos como Él mismo lo ha hecho conmigo.
Demandar una obediencia completa, inmediata y con un corazón dispuesto no consiste en dar órdenes egocéntricas, controladoras o manipuladoras, y esperar que mis hijos respondan como robots programados a obedecer no me refiero a una obediencia ciega. Me refiero a cultivar en nuestros hijos una relación tal y un ambiente en el hogar que ellos puedan comprender cómo desea Dios que le obedezcamos y que deseen obedecerlo, «no que tengan que» sino que deseen someterse a Sus mandamientos en amor (Jn 14.15) pues han entendido que esos mandamientos son dados por su Creador que les ama perfectamente.
Acaso no desea Dios que seamos así? Acaso no desea esa obediencia en nosotros? Desde luego que mientras estemos aquí batallaremos y no podremos obedecer de forma perfecta y ese es el punto central… ni nosotros, ni nuestros hijos los podemos hacer esas son las malas noticia del Evangelio.
Pero cómo podemos reconocer esta condición, esta parte importante del evangelio, la condición caída de hijos y padres si no tenemos presente la norma perfecta de Dios y el ejemplo de obediencia perfecta de Su hijo y lo aplicamos en nuestras vidas.
La obediencia de padres e hijos jamás será perfecta pero dejar de apuntar al parámetro de Dios es reducir el Evangelio y desestimar la necesidad de la cruz y dejar de lado las Buenas noticias del Evangelio.
Si yo como mamá me puedo sentir satisfecha en mi crianza porque no aplico la norma de Dios y eso hace que tanto yo como mis hijos y hogar sea «feliz entonces ¿para qué necesito el Evangelio? Ese es el riesgo que existe.
Sin duda como madre mi anhelo y oración es que mis hijos conozcan la VERDAD, a Jesucristo, que entiendan que Su palabra es la Norma absoluta para sus vidas. Yo misma he instruido a mis hijos para que reconozcan cuando no están obligados a obedecer a la autoridad… cuando ésta les demande cosas contrarias a la voluntad y palabra de Dios.
Claro que como padres debemos y necesitamos conocer el desarrollo de los niños y saber diferenciar cuando una falta se debe a una necesidad de aprendizaje de nuestros niños o a una necedad de su corazón, porque por muy pequeños que sean son personas con la capacidad de tener motivaciones pecaminosas, aunque el objeto sean cosas de niños como paletas o juguetes.
También entiendo que existe esa corriente autoritaria que ha llevado a situaciones de abuso y sufrimiento para muchos niños y un agravio al Señor, gracias a Dios no conozco en lo personal ningún caso y quiero entender que esa es su preocupación hermano.
En mi caminar por la vida en Cristo, 1 Tes.5:21 ha sido de los pasajes más útiles en mi vida. Y también el lema de las Iglesias Libres «En lo escencial, UNIDAD, en lo no escencial, LIBERTAD, EN TODAS LAS COSAS AMOR».
Le agradezco el tiempo dado para leer mis comentarios y contestar. Gracias por las sugerencia de lectura, estaré revisándolas.
Bendiciones!
Buenos días Laura,
es cierto, las experiencias en distintas familias son distintas, y nos hacen ver el mundo de maneras distintas. Por muchos años, yo defendía conceptos similares a los que usted expone. Las experiencias con mis propios hijos me hicieron cambiar de opinión, porque llegué a ver que yo los desanimaba con mis exigencias (Col.3:21), y que yo no tomaba en serio sus esfuerzos sinceros por obedecer. También vi diversos ejemplos de vidas seriamente afectadas por la aplicación de los mismos conceptos al funcionamiento de las iglesias (la doctrina de la «sumisión bajo el pastor» y de la «cobertura espiritual»). Todo eso me hizo volver a la palabra de Dios, y entendí que me habían enseñado diversas interpretaciones erróneas. Pero entiendo también que no todos hacemos las mismas experiencias.