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El síndrome de Estocolmo y la educación peruana

on mayo 24, 2019

Hace poco, la siguiente noticia me llamó la atención:

«Con pancartas en mano y arengas, un grupo de personas se reunió en la puerta del local de la Ugel Sur (autoridad local del sistema escolar peruano), en el distrito de José Luis Bustamante y Rivero en Arequipa, exigiendo “justicia” para el docente Ernesto Murillo Laura. Este último es investigado por la Fiscalía por golpear a sus estudiantes por no hacer la tarea.

Según contaron 18 alumnos de la institución educativa Santa María de la Paz, su profesor de matemática, Murillo Laura, los agredió con un palo, provocando que algunos de ellos terminen llorando o quejándose por el dolor.
De acuerdo a las investigaciones de la Fiscalía Provincial Civil y Familia de Paucarpata, los alumnos presentaban hematomas en los brazos y piernas, así como en la cabeza. Los exámenes médicos determinaron que un grupo de los estudiantes requeriría hasta tres días para sanar.

Enterados de las denuncias, la mañana de este viernes, un grupo integrado por padres de familia y exalumnos del colegio Santa María de la Paz, realizaron una manifestación exigiendo que el docente Ernesto Murillo sea repuesto en su trabajo. Esto debido a que las autoridades de la Gerencia Regional de Educación de Arequipa lo suspendieron hasta que culminen las investigaciones.

Una de las madres asistente defendió al profesor asegurando que ella inclusive autorizaba al docente para corregir a su hijo si no cumplía sus tareas o llegaba tarde a clases. «Si lo tiene que rajar, rájelo”, le había dicho la mujer a Ernesto Murillo.

En tanto, un grupo de exalumnos de la promoción 2017 de la I.E. Santa María de la Paz mostró su respaldo al docente asegurando que siempre les prestó apoyo cuando lo necesitaron y que incluso es un profesor ejemplo. Uno de los jóvenes, le dirigió unas palabras al maestro agradeciendo las reprimendas.»

(Diario «La República», Lima, 17 de mayo de 2019)

Maltrato inexcusable

Ahora, éste es un caso claro de maltrato; incluso bordea a tortura. Aun los más ardientes defensores de castigar físicamente a los niños, ¡no podrán sostener que eso implique infligirles «hematomas que demoran tres días en sanar»! Y si uno quisiera argumentar con la Biblia (como es apropiado en un blog sobre educación cristiana), es cierto que hay algunos pasajes que se podrían interpretar en el sentido de un castigo físico (¡aunque no hasta el punto del maltrato!). Pero ésos se refieren exclusivamente al trato de los padres con sus hijos; no dan derecho a nadie a castigar a los hijos de otra gente. Y se refieren únicamente a lo que la Biblia llama «necedad»; o sea la obstinación deliberada, cuando alguien permanece en una actitud claramente pecaminosa, negándose a escuchar y a cambiar. Además, en el entorno hebreo, la responsabilidad disciplinaria de los padres por sus hijos terminaba cuando éste celebraba su «Bar Mitzwa», o sea, a los trece años de edad.

Nada de eso se puede aplicar a la situación referida. No se trataba de una situación entre padres e hijos. Y no se trataba de una actitud obstinada de parte de los alumnos. A lo máximo se trataba de simples negligencias, tales como olvidar sus tareas. Y según los testimonios que escucho de los alumnos del sistema escolar, sé que muy a menudo son castigados por cosas que ni siquiera son culpa de ellos: por no entender un tema (y en consecuencia no poder hacer su tarea); por tener una nota baja en un examen (a pesar de sus mejores esfuerzos); o incluso por asistir a la escuela sin uniforme (aunque la ley dice que a nadie se le puede obligar a usar el uniforme escolar). Nada de eso es una «maldad» por parte del alumno, y por tanto no merece ningún castigo. Pero en el sistema peruano está todavía demasiado arraigada la idea de que toda dificultad académica sea la culpa del alumno; se le grita «¡¿Por qué no estudias?!»; y padres y profesores no se detienen para considerar que quizás le están imponiendo unas exigencias completamente irrazonables. Este sistema castiga al pez porque no logra trepar un árbol, y al mono porque no logra nadar.

Además, la noticia se refiere a alumnos de secundaria, o sea adolescentes, ya no niños. Todo buen pedagogo sabe que con alumnos de esa edad, un buen educador fundamenta sus decisiones, llega a conclusiones dialogando, y no aplica medidas de fuerza bruta. Lo cual es confirmado también por la sabiduría del pueblo hebreo con su institución de «Bar Mitzwa».

Lo que causa el síndrome de Estocolmo en las víctimas

¿Por qué entonces unos exalumnos y padres se ponen a defender a la persona que cometió tales maltratos, y que ahora tiene que sufrir las consecuencias justas de sus actos? ¿Significa eso que el maltrato no era tan malo; que no hizo daño a las personas afectadas? – Al contrario. El daño fue aun más grande de lo que ellos se imaginan. El maltrato no solamente dañó su cuerpo; además indujo en ellos un trastorno psicológico poco frecuente, que es conocido bajo el nombre de «Síndrome de Estocolmo».

Este síndrome fue investigado por primera vez en 1973, en la ciudad sueca de Estocolmo. Los asaltantes de un banco habían mantenido como rehenes a cuatro personas durante seis días, y los amenazaban de muerte. Cuando llegó la policía para liberarlos, los rehenes se pusieron del lado de los asaltantes, y los defendieron contra la policía. También en el juicio contra los asaltantes, los rehenes testificaron a favor de ellos.

Se llegaron a conocer otros casos, donde las víctimas de extrema violencia tomaron partido a favor de los agresores. El síndrome de Estocolmo se ha observado, entre otros, en víctimas de secuestros, prisioneros de guerra, miembros de sectas, y frecuentemente en víctimas de violencia doméstica.
Psicológicamente, se explica como un mecanismo de negación o de disociación cognitiva, para poder soportar una situación extremamente dolorosa que la víctima no puede controlar ni evitar. Trágicamente, este síndrome persiste aun después de que la situación de violencia ya pasó. Así lo demuestra el caso de los rehenes de Estocolmo, y también el caso de los exalumnos mencionados en la noticia arriba. Aun años después de los maltratos, los afectados por el síndrome de Estocolmo salen en defensa del agresor que los victimizó.

El fin no justifica los medios

Quizás alguien me dirá que no se puede comparar un profesor con un asaltante. «El profesor hace un bien a sus alumnos, porque les imparte educación.» – Pero el asaltante que toma rehenes, también les hace bien: por ejemplo, los alimenta, y les provee un lugar donde dormir. ¿Acaso justifica eso el mal que les hace? Igualmente tenemos que preguntar: ¿El «bien» de impartir educación, acaso justifica torturar a los alumnos? ¿Acaso no existen otras maneras de educar?

No conozco al profesor mencionado en la noticia, así que no puedo opinar acerca de su motivación. Pueden existir unos profesores tan mal orientados que sinceramente creen que al maltratar a sus alumnos les hacen un bien. Pero aun si eso fuera el caso: ¿acaso los golpes duelen menos cuando son «bien intencionados», o cuando proceden de ignorancia pedagógica? Y si los alumnos necesitan una corrección cuando no tienen sus tareas hechas, ¿acaso no necesita también un tal profesor una corrección, cuando maltrata a sus alumnos?

Y existen también profesores cuya motivación es menos buena. Algunos «imparten educación», no porque fueran personas buenas; lo hacen simplemente porque tienen que hacer algo para ganarse la vida. Otros lo hacen porque disfrutan de ejercer control sobre otros y dominar sobre ellos.

Y no hay que subestimar las rivalidades que existen entre profesores, y entre escuelas – a menudo incentivadas por un sistema de calificaciones que es tan injusto con los profesores, como lo es con los alumnos. De diversas maneras, profesores y escuelas son premiados cuando sus alumnos muestran un «rendimiento» alto, y son castigados cuando el «rendimiento» es bajo. Eso hace que muchos profesores se preocupen más por su propia reputación y la de su escuela, en vez del bienestar de sus alumnos. Los alumnos se convierten en esclavos que tienen que trabajar para que el profesor avance en su carrera.
Otra consecuencia triste es que muy pocos profesores se disponen voluntariamente a trabajar con alumnos que tienen dificultades de aprendizaje, porque el sistema no los premia por este esfuerzo. Así que justo aquellos alumnos que necesitarían el mayor apoyo, son aun más marginados y maltratados.

¿Hay que ser agradecido por el maltrato?

Un día mi esposa me preguntó: «¿Qué podemos responder a las personas que dicen que son agradecidas por el maltrato que sufrieron en su niñez, porque dicen que gracias a eso han tenido éxito en la vida, han llegado a ser profesionales, etc?» Parece que esos casos son bastante frecuente. Me contó también de otro caso, de una persona que había estudiado tres carreras, pero no concluyó ninguna y sigue hasta hoy sin profesión, y que dijo: «Si mis padres hubieran sido más duros conmigo, yo hubiera terminado mi carrera, y tendría una mejor vida ahora.»

Yo preguntaría a una persona así: «Qué piensas, ¿qué dice eso acerca de tu propio carácter?» – A la edad de abandonar una carrera, uno ya es adulto(a). Tiene una edad donde se espera que una persona sea capaz de gestionar su propia vida, y de responsabilizarse de sus propias decisiones y actos. Si alguien manifiesta que a esa edad necesita todavía un papá, una mamá, o un profesor corriendo tras ella con un palo para que cumpla sus deberes, esa persona testifica que tiene un carácter irresponsable, y que deliberadamente ha escogido seguir siendo irresponsable. Porque las personas responsables asumen ellas mismas la responsabilidad por sus decisiones; no buscan culpar a sus padres o a otras personas.

El maltrato no produce un carácter responsable. En algunos produce un carácter muy sumiso, dependiente, e inmaduro. En otros produce un carácter rebelde y vengativo. Pero no puede producir responsabilidad; porque el maltrato aniquila la voluntad propia, y sofoca la capacidad de hacer decisiones y de responsabilizarse de ellas.
Sin duda, ésa es una de las razones por qué el Perú tiene una cantidad tan grande de profesionales irresponsables. Ingenieros cuyas construcciones se derrumban; médicos que matan a sus pacientes; fiscales y jueces corruptos; profesores que no entienden los temas que deben enseñar … la lista es interminable. Muchos de esos profesionales no escogieron su profesión por voluntad propia: Fueron obligados a ella con golpes, y siguen ejerciéndola solamente porque en su subconsciente siguen sintiendo el palo de sus padres o de sus profesores a sus espaldas. Otros escogieron una carrera, no porque les interesara o les gustase, sino solamente como un medio fácil de ganar plata – y esa motivación también, a menudo es inducida por las presiones de padres o profesores. No sorprende que existan tantos profesionales sin verdadera vocación.

Y ahora, como demuestra la noticia citada al inicio, la gente irresponsable, producto de un sistema de maltrato, sale a las calles para exigir que se cometa otra irresponsabillidad: que un maltratador sea librado de las consecuencias justas de sus actos. Así es como una educación torcida prepara el camino para todo lo que viene después: la irresponsabilidad en el ejercicio de la profesión; las maniobras de encubrimiento para que los errores y defectos no salgan a la luz; el tráfico de influencias para que los menos aptos ocupen los puestos más importantes; la corrupción en el gobierno y el blindaje a los mafiosos. Todo eso está relacionado con esa mentalidad torcida que elogia a los agresores y culpa a las víctimas.


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