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Desiglesianizar nuestra propia mente

En una primera parte he explicado lo que entiendo con «des-iglesianizar». En paralelo a un artículo anterior sobre desescolarización, enumeraré ahora algunos elementos de una «mentalidad iglesianizada», y los contrastaré con su contraparte de una vida cristiana más auténtica. Solamente que en este caso, una vida cristiana más auténtica equivale a un regreso a lo que se describe en el Nuevo Testamento, y por eso tomaré mis ejemplos y sustentaciones de preferencia del Nuevo Testamento.

La mentalidad iglesianizada dice: Una vida cristiana más auténtica dice:
«Vida cristiana es igual a ir a la iglesia.»

Casi todo el mundo cree esto, pero es muy equivocado. La expresión «ir a la iglesia» ni siquiera se encuentra en la Biblia. La mentalidad iglesianizada ve a «la iglesia» como una institución impersonal con vida propia, que se interpone entre los cristianos individuales y Dios.
Pero en el Nuevo Testamento, «iglesia» significa «el conjunto de todos los que siguen a Jesucristo». Entonces, si sigues a Jesús, ya eres «iglesia». Si no le sigues, no eres iglesia, por más que frecuentes una institución que se hace llamar «iglesia».

La vida cristiana sucede en cada momento de tu vida diaria, si la vives conscientemente con el Señor.

Cuando Jesús llamó a los doce discípulos, no los llamó para que «asistiesen a una iglesia». Los llamó, en primer lugar, «para que estuviesen con él» (Marcos 3:13). Todo lo demás fluía desde allí.
Eso es lo que Jesús quiere también hoy en día: tener una comunión diaria, cercana, con cada uno de Sus discípulos. Déjate guiar por Él en todo lo que haces y decides durante el día; entonces vivirás una vida cristiana.

«La comunión entre cristianos sucede asistiendo a las reuniones de una iglesia.»

A los líderes religiosos les gusta citar Hebreos 10:25 para sostener este punto: «… no abandonando nuestra reunión, según una costumbre de algunos…». Pero este verso se encuentra en un contexto que nos dice para qué se reunían los primeros cristianos: «Estén atentos unos a otros para estimulación al amor y a las buenas obras, (…) animándonos ….» O sea, se estimulaban y animaban mutuamente; cada uno de ellos contribuía a eso. La gran mayoría de las iglesias contemporáneas no practican eso en sus reuniones, sino que solamente unas pocas personas «dirigen» o «predican». Por tanto, sus reuniones no son reuniones cristianas en el sentido de Hebreos 10:24-25.

La comunión entre cristianos sucede al compartir la vida diaria y familiar, y al compartir cada uno lo que Dios le dio para la edificación mutua.

El patrón bíblico para reuniones entre cristianos lo encontramos en 1 Corintios 14:26: «Cuando se reúnen, cada uno de ustedes tiene una canción, tiene una enseñanza, tiene algo que Dios le descubrió, tiene un [mensaje en un] lenguaje, tiene una interpretación …» Cada cristiano que es realmente unido a Jesús, puede compartir «alimento espiritual» con sus hermanos.
Leemos también en Colosenses 3:16: «…con toda sabiduría enseñándose y amonestándose unos a otros …» – El contexto de este pasaje no habla de «reuniones», sino de la convivencia diaria. Comunión cristiana puede suceder en cualquier encuentro entre hermanos, sea en la calle, en el lugar de trabajo, en la casa de un hermano que estoy visitando, y entre los miembros de mi propia familia.

«Para saber de Dios se necesita un sacerdote o pastor.»

1 Juan 2:27 refuta esta noción: «Pero la unción que ustedes recibieron de él permanece en ustedes, y no necesitan que alguien les enseñe; así como la unción misma les enseña todas las cosas …»
– Cuando Pablo se despidió de los ancianos de Éfeso, dijo: «Y ahora les encomiendo a Dios y a la palabra de su gracia, que tiene poder de edificarles y darles la herencia entre los santificados a todos.» (Hechos 20:32) No dijo: «Les encomiendo a mi sucesor, el apóstol fulano.» Tampoco dijo: «Les encomiendo al pastor tal.» Es Dios mismo, y Su palabra, que permite a un cristiano conocerle y permanecer en Su camino.

¡Busca tú mismo a Dios!

Dios llama repetidamente a Su pueblo a buscarle:
«¡Busquen al Señor mientras puede encontrarse; llámenle, mientras está cercano!» (Isaías 55:6)
«Pidan y les será dado, busquen y encontrarán, toquen [la puerta] y les será abierto. Porque todo el que pide [constantemente] recibe, y el que busca [constantemente] encuentra, y al que toca [constantemente] le será abierto.» (Lucas 11:9-10)

Esto corresponde al concepto del aprendizaje activo en la pedagogía: Dios no quiere que asimilemos pasivamente las informaciones que otra persona nos da. Él quiere que le busquemos activamente, que investiguemos, que hagamos nuestras experiencias con Él.
La información básica que necesitamos para eso está accesible a todos en la Biblia.

«Sólo los pastores y teólogos saben hacer la obra de Dios.»

La mayoría de las iglesias han instituido un sistema clerical con una clase particular de «sacerdotes» o «pastores ordenados», y los miembros de esta clase particular controlan quiénes pueden hacer «obras de Dios», tales como anunciar el evangelio públicamente, repartir la cena del Señor, o bautizar a nuevos cristianos. Pero en el Nuevo Testamento no encontramos ninguna distinción entre cristianos «autorizados» y «no autorizados» para hacer estas cosas.

La iglesia del Nuevo Testamento no distingue entre «clérigos» y «laicos». Todos los cristianos verdaderos son «sacerdotes».

«… ustedes mismos también, como piedras vivientes sean edificados como un hogar espiritual, para ser un sacerdocio santo … Y ustedes son un linaje escogido, un sacerdocio real, una nación santa, un pueblo adquirido por Dios, para que anuncien las virtudes del que les llamó de la oscuridad a su luz asombrosa…» (1 Pedro 2:5.9-10).
Éste es el llamado de todo cristiano que verdaderamente ha nacido de nuevo. El llamado de «hacer discípulos» (Mateo 28:18-20) se dirige a todos los que ya son discípulos. El Espíritu Santo vino para que recibiésemos poder para ser Sus testigos (Hechos 1:8). Esta promesa es «para ustedes y para vuestros hijos y para todos los que están lejos, a cuantos el Señor nuestro Dios hará venir [a él].» (Hechos 2:39).

«Crecer en la fe cristiana es llenarse de conocimientos acerca de Dios.»

Los programas de muchas iglesias se basan en el aprendizaje intelectual de contenidos bíblicos (o extrabíblicos). Pero en el cristianismo del Nuevo Testamento, los conocimientos son algo secundario:
«El conocimiento hace presumir, pero el amor edifica.» (1 Corintios 8:1)
«Lo que les hablé y anuncié no [fue] con palabras persuasivas de educación humana, sino demostrando el espíritu y el poder [de Dios], para que ustedes no pusieran vuestra confianza en la educación de hombres, sino en el poder de Dios.» (1 Corintios 2:4-5)
Las iglesias del Nuevo Testamento no tenían «reuniones de escuchar prédicas», excepto cuando un apóstol o maestro eminente llegaba de visita; y eso sucedía con muy poca frecuencia.

Se crece en la fe, viviéndola.

Según Hebreos 5:14, los maduros en la fe son «los que por medio de la práctica tienen los sentidos entrenados para distinguir entre lo bueno y lo malo.» – El fundamento firme de una vida cristiana es el «oir y hacer» las palabras del Señor (Mateo 7:24).
En el Nuevo Testamento, «conocer a Jesús» no equivale a «saber muchas cosas acerca de Él», sino a «guardar Sus mandamientos» (1 Juan 2:3) y «andar como Él anduvo» (1 Juan 2:6).
Cierto, Dios ha puesto a unos cuantos como «maestros»; pero a la vez advierte que no deben ser muchos (Santiago 3:1). Y también la enseñanza de estos maestros debe ser dirigida hacia la práctica; no debe ser mera teoría.

 

«Para que un niño actúe de manera cristiana, hay que obligarlo.»

La verdad es, que nadie puede actuar consistentemente como cristiano, mientras no es cristiano; o sea, mientras no recibió la vida nueva que Jesucristo da. No sirve entonces presionar o manipular a un niño para que «actúe de manera cristiana». Al contrario, eso hace que el niño perciba la vida cristiana como un conjunto de obligaciones y prohibiciones, en vez de una oportunidad de una vida diferente que Jesús ofrece.

La vida cristiana fluye de manera natural de la nueva vida que Jesús mismo da a los que le siguen.

Por el otro lado, si alguien es cristiano, nacido de nuevo, entonces no necesita ninguna motivación o presión externa para hacer lo que agrada a Dios. Su corazón renovado ya está por sí mismo inclinado hacia eso. Solamente puede necesitar de vez en cuando una pequeña ayuda o una palabra de ánimo para hacer lo que ya está inclinado a hacer para Dios.
Donde esta inclinación del corazón hacia lo bueno no está presente, no se trata de un verdadero cristiano, y no podemos convertirlo en un cristiano mediante la manipulación o la obligación. Pero si alguien es un verdadero cristiano, entonces confiemos en el Espíritu Santo que obra en él.

«Educación cristiana es la educación que da la iglesia.»

Muchas iglesias tienen programas que se dirigen exclusivamente a los niños. Entonces la gente piensa que «educación cristiana» es lo que se hace en esos programas. Pero la iglesia del Nuevo Testamento no tenía programas infantiles. No existían separaciones por edades. Padres e hijos estaban juntos.

La educación cristiana se da en familia, por padres cristianos.

En la Biblia, la educación de los niños se encomienda exclusivamente a los padres. Los padres son los encargados de hablar la palabra de Dios a sus hijos, y de ser para ellos un ejemplo de vida cristiana. No los profesores, tampoco los representantes de la iglesia.
Esta educación cristiana se da mayormente mediante el ejemplo vivencial de los padres. Si los padres reflejan la vida de Cristo en su propio vivir diario, los niños se interesarán también en recibir esta vida.

Padres y madres de mayor edad y más experimentados pueden ayudar a las familias jóvenes en la educación de sus hijos. Pero eso sucederá no tanto educando ellos mismos a los niños, sino más frecuentemente aconsejando a los padres y madres jóvenes (Tito 2:4).

«Hay que hacer las cosas como siempre se hizo en la iglesia.»

Cuando Jesús entraba en las sinagogas de los judíos, Él no hizo «como siempre se hizo». Él hizo muchas cosas que escandalizaron a los líderes de las sinagogas.
Y si examinamos las cosas que «siempre se hicieron» en las iglesias, descubrimos que muchas de estas cosas en realidad no son «desde siempre», porque no corresponden a lo que se hizo en el Nuevo Testamento. Las costumbres y tradiciones de las iglesias no son ninguna norma de lo que es correcto ante Dios.

Dios es creativo e innovador.

Desde el inicio del universo, Dios es el Creador. O sea, Él es el más creativo de todos. Si Él nos creó a Su imagen, entonces Él quiere que también nosotros usemos nuestra creatividad.
«Miren, yo hago una cosa nueva …» (Isaías 43:19)
«El vino nuevo hay que echar en odres nuevos …» (Lucas 5:38)
También a lo largo de la historia, Dios hizo cosas nuevas. Él estableció ciertos principios eternos; pero dentro del marco de estos principios, nosotros también tenemos la libertad de hacer cosas nuevas.

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Desiglesianizar la vida cristiana

Al hablar de «educación cristiana», muchos piensan en «educación eclesiástica», o sea, entrenar a los niños a que se adapten a las costumbres de una iglesia determinada, o incluso hacerlos educar directamente por líderes o «funcionarios» de dicha iglesia. Pero no se trata de eso. De hecho, en mi opinión (aunque esta opinión pueda ofender a algunos lectores), las iglesias como instituciones están tan alejadas de una verdadera vida cristiana, como las escuelas están alejadas de una verdadera educación. (Vea «Iglesias y escuelas: Los problemas creados al remplazar la familia por instituciones».)
Muchos de nosotros tenemos una mente «escolarizada» y tenemos dificultad de imaginarnos una educación diferente al sistema escolar, porque hemos crecido dentro de ese sistema. Necesitamos entonces desescolarizar nuestra mente.
De la misma manera, muchos de los que nos identificamos como cristianos, tenemos una mente «iglesianizada». Hemos conocido la fe cristiana en una iglesia institucionalizada, nos hemos adaptado a las costumbres y tradiciones de esa iglesia, y llegamos a creer que la vida cristiana «es» lo que se hace en esa iglesia. Tenemos dificultad de imaginarnos una vida cristiana diferente del sistema eclesiástico, o afuera de este sistema. Entonces necesitamos «des-iglesianizar» nuestra mente.

La vida cristiana no comenzó con ninguna institución que se hubiera llamado «iglesia». Comenzó con una persona – la persona más fascinante que alguna vez vivió sobre esta tierra, la persona de Jesús de Nazaret. Su vida fue tan extraordinaria que dentro de solamente tres años de actividad pública, muchas personas llegaron a reconocer que Él no era un hombre común; debía ser el Hijo de Dios mismo, enviado a esta tierra desde otro mundo, desde la esfera de Dios.

Después, Él hizo algo aun más extraordinario: sacrificó Su vida por nosotros. Los relatos del Nuevo Testamento lo hacen muy claro que Él lo hizo voluntariamente, por puro amor a nosotros. Él no fue una víctima indefensa de unos opresores poderosos; Él hubiera tenido todo el poder de liberarse, si hubiera querido. Tampoco lo hizo obligado por un dios tiránico, como algunos se imaginan. No, Él dijo muchas veces a Sus discípulos que iba a dar Su vida por ellos, simplemente porque Él les amaba.

Posteriormente, Sus discípulos dejaban muy claro que ellos dependían completamente de esa vida sobrenatural que Jesús les había dado, en todo lo que ellos hacían en el nombre de cristianos. Ellos nunca se consideraban «señores» de alguna institución llamada «iglesia». Al contrario: Trabajaban para que toda persona pudiera alcanzar esta misma vida sobrenatural y esta misma relación directa con Dios que ellos mismos tenían.

Jesús había dicho: «Pero ustedes no se hagan llamar ‘Rabí’; porque uno es vuestro Maestro, el Cristo; y todos ustedes son hermanos. Y no llamen vuestro padre a nadie sobre la tierra, porque uno es vuestro Padre, el que está en los cielos. Tampoco se hagan llamar maestros, porque uno es vuestro maestro, el Cristo. Pero el mayor de ustedes sea vuestro siervo.» (Mateo 23:8-11)
En otras palabras: «La iglesia, eso son todos ustedes que me siguen. Ninguno de ustedes es más que el otro. Todos ustedes son como hijos de un mismo Padre, Dios. La hermandad de todos quienes me siguen, eso es la iglesia.» Eso es lo que deberíamos entender, cada vez que leemos la palabra «iglesia» en el Nuevo Testamento.

¿Cómo entonces pudieron surgir «iglesias» institucionalizadas en forma jerárquica, donde un «sacerdote» se interpone entre los hombres y Dios, o donde un «pastor» exige sumisión bajo su propia persona? Aun más escandaloso: ¿Cómo pudieron los conquistadores españoles usar el nombre de Jesús y la institución de la (supuesta) «iglesia» para sojuzgar a los pueblos de América? – Hay una sola respuesta: Todo eso sucedió en directa desobediencia contra lo que Jesús había enseñado a Sus discípulos.

La «desiglesianización» no es entonces ninguna rebelión contra un orden legítimo. Al contrario: La «desiglesianización» es un regreso a lo que Jesús y los apóstoles enseñaron e hicieron en el principio. En primer lugar es un regreso a la relación personal con Jesús mismo. Es hacerse completamente dependiente de Jesús – y hacerse independiente de las instituciones guiadas por hombres.

En mi propio caso, después de que encontré la nueva vida en Jesús, durante veinte años he colaborado con iglesias evangélicas de las más diversas corrientes y denominaciones. Me uní a los evangélicos porque vi que ellos, por lo menos en teoría, mantenían ese principio de que la Biblia, y especialmente las enseñanzas y prácticas originales de Jesús y de Sus primeros apóstoles, son la norma para la vida cristiana en todos los tiempos, y que es allí donde debemos regresar. Sin embargo, siempre percibí que aun las prácticas de los evangélicos en muchos aspectos no coincidían con la vida de Jesús y de los apóstoles. Durante muchos años intenté adaptarme, siempre esperando que su propio principio iba a guiarles de regreso a sus orígenes. Pero sucedió lo contrario: Los líderes evangélicos con quienes intenté conversar, reaccionaron con una hostilidad creciente, cada vez que les señalé sus propios principios que confesaban en la teoría, pero que raras veces pusieron en práctica.

Así que llegó el momento de salir. Frente a nuestros amigos evangélicos siempre intentábamos aclarar que nos estábamos distanciando de la institución, pero no de ellos como personas; y que nos gustaría seguir teniendo con ellos una comunión personal basada en la vida cristiana. Pero descubrimos que muy pocos de ellos eran realmente interesados en una amistad o «hermandad» personal. Para la mayoría de ellos, nosotros éramos interesantes solamente como miembros de la institución que contribuían al crecimiento de la institución, pero no como amigos o «hermanos» verdaderos.

Hicimos otra experiencia difícil, igual como con la desescolarización: Es fácil que tú salgas del sistema, pero es mucho más difícil que el sistema salga de ti.

Por años nos habíamos acostumbrado a que una «reunión cristiana» consistía en que una persona hablaba y los demás escuchaban pasivamente. Encontramos en el Nuevo Testamento que «en el principio eso no fue así». Leíamos como los primeros cristianos compartían sus vidas, participaban en las alegrías, tristezas, problemas y necesidades de sus hermanos, y como «cada uno» de ellos tenía algo para edificar a sus hermanos. Pero ponerlo en práctica nos costaba, y ahora todavía a veces nos cuesta.

Nos habíamos acostumbrado a hacer un «programa», a planificar «eventos» y «reuniones», aun a exigir de otras personas el «compromiso» de participar (aunque sea pasivamente) en todos estos programas. Leíamos como en el Nuevo Testamento, en cambio, casi todo sucedía por la iniciativa y el poder del Espíritu Santo. Nos costaba dejar de un lado nuestra forma de planificar las cosas humanamente y de hacer que «algo suceda», y en vez de ello depender de que Dios haga algo, de manera soberana y sin dejarse controlar por nosotros.

También nos habíamos acostumbrado a que el «cristianismo» era mayormente algo intelectual: Conocimientos acerca de Dios; la capacidad de explicar pasajes de la Biblia; decir en el momento apropiado las palabras religiosas apropiadas. O a veces era algo emocional; por ejemplo la emoción que se siente al ser parte de una gran reunión de alabanza y música. Encontramos que en el Nuevo Testamento estos aspectos sí existen, lo intelectual y lo emocional, pero que no son lo más importante. Lo más importante es lo vivencial: el vivir cada día conscientemente en la presencia de Jesús; dejarnos inspirar por Él a ver y hacer las buenas obras que Él preparó para que las hagamos (Ef.2:10), a ser sensibles a las necesidades de nuestros prójimos, a dejarnos guiar por Él en cada decisión grande o pequeña que hacemos. La vida cristiana no se basa en «reuniones» o «eventos», ni en «enseñanzas»; se basa en la vida misma. Solamente el que recibió esta vida de Jesús mismo, puede vivirla.

Así continuamos en nuestro camino hacia una vida cristiana más auténtica, más cercana al original, y menos «iglesianizada». La educación cristiana alternativa es parte de este camino: es una educación «fuera del sistema» de la escuela y de la iglesia.

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