En varias oportunidades escuché el dicho: «No para la escuela, para la vida aprendemos.»
Averiguando el origen de este dicho, me encontré con un dato interesante. Se remonta a una cita del antiguo filósofo y pedagogo Séneca. ¡Pero Séneca dijo exactamente lo contrario de lo que dice el dicho popular! La cita original es:
«No para la vida, sino para la escuela aprendemos.»
Con eso, Séneca expresó una crítica a las escuelas de su época; una crítica que es igual de válida hoy en día: Según la propaganda oficial, la escuela debe «preparar a los alumnos para la vida». Pero la escuela no cumple con esta tarea; muy al contrario.
Leamos la cita en su contexto:
«Solamente jugamos como al tablero. Con problemas superfluos malogramos el filo de nuestro razonamiento: eso no nos hace buenos, solamente eruditos. La sabiduría es algo más obvio que los contenidos escolares; sí, fuera mejor si la educación sirviera para adquirir sentido común, en vez de desperdiciar, como desperdiciamos todos nuestros demás bienes, también la misma filosofía para propósitos superfluos. Como de cualquier otra cosa, sufrimos también de una adicción excesiva a la erudición: no para la vida, sino para la escuela aprendemos.»
(Séneca, Epistulae morales ad Lucilium 106, 11–12.)
Lo que dice Séneca aquí tiene una actualidad sorprendente. Nuestra sociedad tiene la misma adicción a la erudición (o a lo que falsamente pasa por ella) como la antigua Roma. Nuestras escuelas sufren del mismo exceso de contenidos superfluos e innecesarios, y de la misma ausencia de sentido común: se cree que el mejor profesor es el que sabe decir las cosas más sencillas de la manera más complicada. Es sintomático que esta nuestra sociedad haya pervertido el dicho de Séneca en su contrario: No quieren escuchar su crítica; al contrario, quieren mantener la ilusión de que la escuela sea una institución muy útil y sensata, donde se traten problemas y contenidos muy importantes y esenciales.
No sé cómo le va a usted; pero yo por mi parte, nunca en mi vida práctica tuve necesidad de saber fechas históricas de memoria, ni de recitar poemas de la memoria; tampoco fui preguntado alguna vez acerca de la diferencia entre «morfemas» y «lexemas», u otros contenidos escolares supuestamente tan importantes.
– Por si alguien quiere mencionar ahora las «habilidades fundamentales de leer, escribir y calcular»: esas no las aprendí en la escuela. Y he señalado en artículos anteriores que ningún niño tiene necesidad de una escuela para eso, mientras crece en una familia sana que practica estas habilidades.
La mejor preparación para la vida es la vida misma. Entonces dejemos participar a los niños de la vida normal. No es ninguna preparación para la vida, sacar a los niños de su contexto natural de su familia y ponerlos en la institución artificial y ajena a la vida que es la escuela, donde son abrumados (como dice Séneca) con una cantidad excesiva de contenidos superfluos.
Entonces, querido lector, si usted quiere citar a Séneca, por favor cítelo correctamente. Eso podría quizás servir para que algunos aduladores del sistema escolar comiencen a razonar y a tomar conciencia.
Excelente, reflexión ojalá muchas familias la tuvieran en cuenta. Cuando hay hogares bien constituidos los niños están llenos de amor que son capaces de descubrir y aprender más de lo que imaginamos. Y no es que hay que educar para la vida, ellos la están viviendo, y hay que aprovechar esos momentos inolvidables en los que se acompaña a los pequeños.