Como nos sucedió a nosotros
Es una antigua verdad que los niños aprenden mucho más por nuestro ejemplo que por nuestras palabras. Eso tenemos que aplicarlo también al acto mismo de aprender – sobre todo en el ámbito intelectual o «académico»: Si quiero que mi hijo (o alumno) sea un aprendedor, yo mismo tengo que ser un aprendedor primero. No servirá «enseñarle» muchos conocimientos y decirle: «¡Aprende! ¡Aprende!». Primero tengo que mostrarle con mi propio ejemplo lo que es aprender.
Yo no hice esto conscientemente; pero cuando comencé a educar a mis hijos en casa, me di cuenta de que me hacía falta saber muchas cosas. Primeramente sobre pedagogía y didáctica; porque llegué a entender que el «dictar clases» como en la escuela no era saludable ni eficaz para el aprendizaje de los niños; entonces tuve que aprender métodos mejores y más naturales. Más tarde, mis hijos empezaron a interesarse por temas de los que yo no sabía casi nada: «¿Qué tiene que estudiar uno para ser astronauta?» – «¿De qué se alimentan los armadillos?» – «¿Existen plantas que crecen en la Antártida?»- Yo no lo sabía. Tuve que averiguarlo.
Así que pasé bastante tiempo buscando respuestas en libros y por internet. Algunas veces me acordé de algún conocido que podría saber la respuesta; o encontré una dirección de alguna persona u organización a quien podía preguntar. A medida que los niños crecían, pude decirles con más frecuencia: «Vamos a investigarlo juntos.» Cuando se trataba de un tema de matemática, generalmente intentábamos primero encontrar la solución nosotros mismos, sin ayuda de nadie – pues eso es lo fascinante de la matemática que no necesitas a ningún profesor o «experto» para investigarla. Razonando lógicamente puedes descubrir todo por ti mismo(a). Y solamente si después de bastante tiempo no encontrábamos la respuesta, lo averiguamos en un libro o en internet.
De esta manera, supongo que mis hijos absorbieron de manera natural el hábito de aprender. A veces me sorprendieron con datos que yo no sabía: «¿Sabías que las lombrices se entierran hasta a diez metros de profundidad cuando no llueve por mucho tiempo?» – Ellos lo sabían porque lo habían leído en uno de sus libros. Estaban adquiriendo la capacidad de aprender de manera independiente. (Vea «Niños educados en casa se convierten en aprendedores independientes».)
Pero pienso que eso no hubiera sucedido si yo no me hubiera visto obligado a ser un aprendedor primero. Así, sin estar consciente de ello, adquirí la autoridad y el derecho a que mis hijos aprendiesen de mí. El que quiere enseñar, tiene que ser aprendedor primero.
Animando a otros padres a ser aprendedores
Hace unas semanas terminó la primera vuelta del curso por internet, «Matemática activa para familias educadoras». Un curso como este requiere aprender de manera independiente y perseverar en ello. Una de mis intenciones con este curso fue – aparte de proveer herramientas para la matemática – incentivar a padres y madres educadores para su propio aprendizaje independiente. Aparentemente funcionó, por lo menos para aquellos participantes que describieron sus experiencias: Después de cada proyecto práctico con los niños, los participantes comentaron cuánto habían aprendido ellos mismos. No solamente acerca de la matemática o acerca de pedagogía o metodología: Muchos mencionaron que habían aprendido mucho acerca de sus propios hijos, de su manera de ser y de aprender, de sus capacidades y necesidades, etc. Entonces ellos también, ante la necesidad de enseñar a sus hijos, se convirtieron en aprendedores.
Felices los niños que tienen padres y madres aprendedores: esta es la mejor garantía para que también los niños aprendan a aprender.
El problema del aprendizaje en el sistema escolar
El sistema escolar, sin embargo, tiene una noción muy distinta de lo que es «aprendizaje». En este sistema prevalece todavía la noción del embudo: El profesor llena al niño de conocimientos como se llena una botella de agua, usando un embudo. El niño solamente tiene que dejarse llenar pasivamente, como si fuera una botella vacía e inmóvil. Tiene que recibir todo lo que el profesor echa adentro, sin oportunidad de elegir. Y cuando no hay profesor que eche agua a la botella, el niño no puede aprender – así se cree.
He observado que esta misma actitud pasiva prevalece aun en muchos profesores cuando se trata de su propia capacitación: No intentan informarse por sí mismos; solamente esperan a que venga alguien quien les presente un reglamento de 37 puntos que tienen que cumplir.
Hice una experiencia interesante en este respecto cuando participé en un curso por internet para profesores. La tarea final consistía en elaborar un trabajo escrito o una presentación visual, colocarlo en alguna plataforma pública en internet (un blog en WordPress o Blogger; una presentación en Prezi; un documento en Google Docs; etc.), y comunicar la dirección del documento a los otros participantes del curso para que lo pudieran ubicar y comentar. Resultó que aproximadamente un tercio de los participantes no fueron capaces de publicar su trabajo, o de comunicar la dirección correcta; por lo cual los otros participantes no pudieron encontrar sus trabajos. Este problema se discutió ampliamente en el foro de discusión perteneciente al curso. Mayormente se quejaron los que no lograron publicar sus trabajos, de que «nadie nos dijo cómo hay que hacer eso; nadie nos capacitó para eso».
Ahora, todas las plataformas de internet mencionadas contienen amplios documentos de ayuda auto-instructivos que explican detalladamente el uso de la plataforma; algunas tienen incluso video-tutoriales que demuestran visualmente cada paso necesario. Pero pareció que para muchos profesores, estas oportunidades de informarse por sí mismos no fueron suficientes. Esperaban que alguien los tome de la mano como a un niño pequeño, guiándolos en cada paso que debían dar.
Este era un curso abierto, ninguna «capacitación» oficial; entonces los profesores inscritos lo hicieron por interés propio, no por obligación. Por tanto se asumiría que se reclutaron de entre aquellos que tienen la mayor motivación para aprender por sí mismos. Si aun entre este grupo de voluntarios, una parte considerable no sabían hacer uso de informaciones plenamente accesibles y entendibles, ¿qué debemos esperar del profesorado promedio? Si muchos profesores no saben cómo aprender, es lógico que tampoco pueden lograr que sus alumnos aprendan.
El aprendizaje independiente es bíblico
El auto-aprendizaje es una virtud cristiana. Dios ordenó que Su palabra sea puesta por escrita y accesible para todos. ¿Por qué? – Porque Dios quiere que cada persona tenga la oportunidad de enterarse de Su voluntad, sin depender de la mediación de alguna otra persona. Por eso, Dios quiere ser buscado por cada persona personalmente; y El promete que si le buscamos, El se deja encontrar.
«Busquen al Señor mientras puede ser hallado …» (Isaías 55:6)
«Bienaventurado el varón (…) que en la ley del Señor está su delicia, y en su ley medita de día y de noche.» (Salmo 1:1-2)
Jesús, cuando discutía con Sus adversarios o cuando respondía preguntas de Sus discípulos, a veces les preguntaba: «¿Nunca leísteis …?» – O sea, Jesús presentaba Su enseñanza no como algo completamente nuevo, sino como algo que se suponía que Sus oyentes ya podían saber. El daba por sentado que ellos ya habían leído las Sagradas Escrituras completas, y que sabían grandes partes de ellas de memoría (como efectivamente lo hace todo buen judío).
De la misma manera, el relato de los Hechos de los Apóstoles llama a los judíos de Berea «nobles» porque «recibieron la palabra con toda solicitud, escudriñando cada día las Escrituras para ver si estas cosas eran así«. (Hechos 17:11)
En todos estos instantes, Dios nos da el mismo mensaje como un buen padre o profesor que desea animar a los niños para el aprendizaje activo: «La información está ahí. Búsquenla, escudríñenla, y actúen según lo que encuentran.» Un seguidor de Cristo es un aprendedor activo.
Acostumbrémonos a aprender, y entonces nuestros hijos también serán aprendedores.