Educación cristiana alternativa

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¿A quiénes puso Dios para educar a los niños?

Deseo en este artículo (y en unos posteriores, Dios mediante) mencionar unos principios bíblicos muy básicos. En casi todo lo que escribo en este blog, estoy asumiendo que el lector tenga estos principios como base. (Por fin, el blog se llama «Educación cristiana alternativa».) Sin embargo, me parece necesario exponer estos principios claramente. Es que aun las iglesias (supuestamente) apegadas a la Biblia han olvidado estos principios, e incluso los contradicen.

Para ordenar la sociedad, Dios ha instituido diferentes estructuras de autoridad («gobiernos» o «instituciones»). La Biblia menciona básicamente cuatro «instituciones» divinas:

1. El matrimonio y la familia. (Gén.1:28, Ef.5:21-6:4)
Cuando Dios creó al hombre, instituyó primero el matrimonio y la familia: El creó a Adán y a Eva para que estuvieran juntos y para que tuvieran hijos.
La familia es la institución fundamental de la sociedad humana. Todas las otras instituciones dependen de ella. Sin familias sanas, las otras instituciones tampoco funcionarán. Por tanto, ninguna de las otras instituciones puede interferir con la familia o sustituirla: ni el estado, ni la iglesia, ni las empresas o asociaciones de trabajo. Donde tales instituciones interfieren con la familia, se pone en marcha un proceso destructivo que terminará con disolver la sociedad entera. (Vea «Las lecciones sabias de la historia para educadores».)

2. El trabajo. – El trabajo está relacionado con el «mandato cultural» (de administrar y cultivar la tierra), Gén.1:28-29, 2:15, 2:19-10. El trabajo tiene también sus estructuras de autoridad; y debe realizarse para glorificar a Dios (Col.3:22-4:1).
Algunos predicadores dicen que el trabajo es una maldición; que es solamente a causa de la caída de Adán que tenemos que trabajar. Pero esto no es bíblico. En Génesis 1 y 2 (vea los pasajes arriba mencionados), vemos que Adán y Eva trabajaban ya en el huerto de Edén, antes de la caída. El trabajo es llamado y bendición de Dios.
Lo que sí es una maldición de la caída, son el cansancio, las dificultades y obstáculos que hoy se relacionan con el trabajo, etc. (Gén.3:17-19). Pero el trabajo en sí no es una maldición.

3. El Estado, y el gobierno civil. (Rom.13:1-7)
Dios dice que El pone a los gobernantes, y que ellos están aquí para alabar al que hace lo bueno, y para castigar al que hace lo malo. O sea, deben velar por el cumplimiento de las leyes y administrar justicia. Además, son responsables de organizar la defensa de su país contra intromisiones y ataques desde afuera. Esto, y nada más, es la tarea del gobierno según los principios bíblicos.
– El gobierno debe gobernar según la Palabra de Dios, sus gobernantes deben someterse a la Palabra de Dios, y sus leyes deben estar de acuerdo con las leyes de Dios. (Vea Deut.17:18-20).

4. La Iglesia (Ef.4:11-16, 1 Pedro 5:1-5)
El liderazgo espiritual es también un «gobierno» puesto por Dios, para ejercer autoridad espiritual y para administrar la iglesia visible.

Como personas individuales y cristianos, nos encontramos al mismo tiempo en cada una de estas instituciones, y bajo cada una de sus autoridades. Pero cada una de estas instituciones tiene su propia «esfera de gobierno» definida, y no debe interferir en la esfera de otra.

Como notamos, la educación y la escuela no aparecen entre estas instituciones divinas. Entonces tenemos que preguntarnos: ¿A cuál de las instituciones mencionadas pertenece el área de la educación?

La Biblia contiene muchos mandamientos acerca de la educación de los niños. Casi todos estos mandamientos se dirigen a los padres. – Al mismo tiempo tenemos varios mandamientos a los niños, de recibir instrucción y educación. Allí también, esta instrucción y educación viene casi siempre de los padres.
– Vea Deuteronomio 6:4-7, Salmo 78:5-8, Proverbios 1:8-9, 2:1-6, 4:1-6, 5:1-2, 6:20-22, Efesios 6:1-4.

Entonces está claro que la educación pertenece a la institución de la familia. – Cuando la Biblia habla de educación, incluye la formación completa del carácter y del conocimiento. Esto obviamente incluye toda la «educación» que hoy en día se da en las escuelas. Este es un principio bíblico muy importante:

Dios dio a los padres la autoridad sobre la educación, incluida la educación «escolar».

Y así se hizo en prácticamente todas las civilizaciones del mundo, por lo menos hasta la mitad del siglo XIX. El diccionario Webster original de 1828, que estableció los estándares para el idioma inglés, define «educar» de esta manera:

«Criar, como niño; instruir; informar e iluminar el entendimiento; instilar en la mente los principios de las artes, la ciencia, la moral, la religion y la conducta. Educar bien a los niños, es uno de los deberes más importantes de los padres y tutores.»

Notamos que esta definición establece claramente la «educación» como una responsabilidad de la familia. No menciona la escuela con ninguna palabra. Solamente en los últimos 150 años, los proponentes de la escolarización estatal han cambiado el significado de la palabra «educación». Hoy en día, la mayoría de la gente confunde «educación» con «escolarización». Pero orginialmente, la palabra «educación» no tenía nada que ver con «escuela». Mas bien, el lugar de la «educación» es la familia.

Aparte de la familia, también la congregación del pueblo de Dios tiene una tarea educativa (Israel en el A.T, la Iglesia en el N.T.). Vea Deut.31:12-13, Neh.8:2-3, 8:7-8, 1 Juan 2:12. Pero esta tarea educativa del pueblo de Dios es siempre subordinada a la familia. Donde la Biblia menciona la participación de niños en reuniones de enseñanza (como algunos de los pasajes mencionados), siempre fue juntos con sus padres.

En ningún lugar de la Biblia se menciona el gobierno civil en relación con la educación. Tampoco existe un mandato tal como «Profesores, enseñad a vuestros alumnos», o «Niños, honrad y obedeced a vuestros profesores». Este mandato existe solamente para la relación entre padres e hijos.

Bíblicamente, el Estado y el gobierno no tienen ningún mandato de educar niños.

Entonces, si hoy en día los gobiernos controlan los sistemas educativos, lo hacen en contra de la Palabra de Dios, y están usurpando una esfera de autoridad que pertenece a los padres.
Tenemos que mantener esto en mente, cada vez que reflexionamos acerca de los problemas de los sistemas escolares. Estos problemas no se solucionarán con reformar «el sistema». La mayoría de estos problemas se deben a que la idea de un sistema escolar estatal es de por sí contraria a la voluntad de Dios, y por tanto no puede funcionar. ¡El estado no es, y nunca ha sido, un educador de niños! Y donde intenta serlo, solamente prepara su propia destrucción.

Se puede dar el caso que los padres necesiten la ayuda de un «profesor» o «maestro» de afuera de la familia, para enseñar a los niños ciertos conocimientos o habilidades que los mismos padres no poseen. Pero aun en este caso, el profesor o maestro es (según los principios bíblicos) un encargado de los padres y permanece bajo la autoridad de los padres.

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¿Cómo aprenden a leer?

Para muchos niños sometidos al sistema escolar, el aprender a leer es una tortura. No importa qué método emplean los profesores, la mayoría de los niños parecen no entender, ni con explicaciones ni con amenazas. Aun después de dos o tres años en la escuela todavía no leen de manera fluida, confunden letras y palabras, y no comprenden lo que leen. Y lo peor de todo: Cuando por fin parece que lo han aprendido, han perdido todo deseo de leer algo. Leer es para ellos un deber molesto que tratan de evitar a todo costo.

Todos estos problemas son completamente innecesarios.

Según mis experiencias con mis propios hijos, y con alumnos con problemas escolares, cada niño puede aprender a leer sin ningún estrés dentro de un período de aproximadamente dos meses, si es que se cumplen dos condiciones:

1) Los niños crecen en un ambiente de confianza, donde el leer y escribir es una parte natural de la vida diaria; y

2) No son obligados a leer hasta que ellos mismos alcancen la madurez necesaria en su desarrollo físico y mental.

En cuanto al punto 1), esto depende de la actitud y del estilo de vida de los padres. Es más difícil para padres que han perdido el gozo de leer en su propia niñez por causa de las presiones escolares. Pero el Señor puede restaurar el gozo de leer, con Su mano sanadora, y al descubrir los tesoros escondidos en las Sagradas Escrituras (lo que nos animará a leer más y descubrir más tesoros).

  • Si los padres leen a sus hijos historias bíblicas (por ejemplo de una Biblia ilustrada para niños), y otras historias interesantes, en algún momento el niño deseará por sí mismo aprender a leer.
  • Cuando los niños hacen preguntas y los padres no pueden dar una respuesta completa, se puede buscar en un diccionario o en una enciclopedia. Así los niños se dan cuenta que leyendo se pueden descubrir muchas cosas que de otro modo uno no podría saber.
  • Algunas familias tienen la costumbre de llevar un diario acerca de los sucesos más importantes o interesantes de la familia; o de coleccionar en un álbum las fotos de la familia y escribir leyendas explicativas acerca de las fotos. Así los niños entienden que el saber escribir ayuda a preservar los recuerdos de los momentos que uno no desea olvidar.
  • Una familia que lee, tendrá una buena biblioteca familiar. Vale la pena buscar unos libros con historias para niños que tengan una enseñanza cristiana: Ejemplos de la vida de cristianos famosos; cuentos infantiles que ilustran principios bíblicos; historias bíblicas ilustradas. No deben faltar los diccionarios, enciclopedias, y obras de referencia acerca de los más variados campos del saber. También es bueno tener biografías históricas, mapas, libros con ideas para experimentos científicos y trabajos manuales, etc, y un diccionario bíblico para encontrar informaciones acerca del trasfondo de las historias bíblicas. Si los padres usan estos libros y muestran interés en ellos, los niños pronto desarrollarán también un interés por la lectura.

En un ambiente como este, los niños aprenderán a leer en su tiempo, casi automáticamente. Lo he visto en mis propios hijos: ellos no necesitaban casi ninguna instrucción para aprender a leer. Aunque en aquel tiempo yo estaba elaborando unas hojas de trabajo para enseñar a leer a los principiantes; pero ¡mis hijos aprendieron a leer más rápidamente de lo que yo pude escribir las hojas de trabajo!
En este proceso, el «método» que usamos para enseñarles a leer, no tiene casi ninguna importancia. Si se cumplen las dos condiciones mencionadas, los niños aprenden a leer con casi cualquier método, o aun en la ausencia de un método – con la misma naturalidad con la que aprendieron a caminar y a hablar.

La siguiente anécdota ilustra cuánto se esfuerza el sistema escolar por ocultar esta simple verdad:

Quizás un buen ejemplo, de lo que hace la escuela con estos saberes que tienen que ver con la enseñanza de destrezas, sea una anécdota que le escuché al poeta Fernando Charry Lara. Las autoridades educativas de la época encargaron al padre del poeta la elaboración de una cartilla gracias a la cual los niños aprendieran a leer. El señor Charry cumplió con su labor (la famosa cartilla Charry con la que mi generación aprendió el goce infinito de la lectura) pero los burócratas de la época le preguntaron por el tiempo en el que consideraba que un niño aprendería a leer. «Tres meses», calculó el maestro. “No, no, ¡alárguela para que sea en un año!”, respondieron.
(Gabriel Restrepo, Colombia: «Citando a la escuela». En: «Un mundo por aprender», Acción en Educación sin Escuela (ESE), Autoaprendizaje Colaborativo (AC) y Educación en Familia (EF). Congresos Internacionales Realizados en la Universidad Nacional de Colombia, los años 2009 y 2010.)

En cuanto al punto 2), el momento apropiado de aprender a leer es decisivo. Es allí donde la mayoría de los padres y profesores se equivocan; y es allí donde surgen casi todos los problemas de aprendizaje en el campo de la lectura y escritura. La gran mayoría de los niños alcanzan la madurez necesaria varios años después de que el sistema escolar les exige que lean. El Dr. Raymond Moore describe en «Mejor tarde que temprano» como tanto el cerebro, como también la vista y el oído, tienen que alcanzar sus respectivos niveles de madurez, hasta que el aprendizaje de la lectura es posible sin causarle un estrés excesivo al niño. ¡Y muchos niños alcanzan este «nivel de madurez integrada» no antes de los ocho años de edad!

En este aspecto de la maduración, existen grandes diferencias entre un niño y otro. Unos cuantos niños alcanzan esta madurez ya a los cuatro años o aun antes; otros demoran hasta los diez años o aun más. Pero esto no significa que los que demoran más, estuvieran «retrasados» o «discapacitados». Una vez que llegan a su nivel de madurez, pronto leerán igual o mejor que los otros niños de su edad. Estos niños de «desarrollo lento» pueden incluso tener una inteligencia superior, como demuestran los siguientes dos ejemplos:

Woodrow Wilson tenía más de diez años cuando aprendió a leer. A los 23 años se graduó de la universidad de Princeton y llegó a ser presidente de la universidad. Más tarde fue elegido presidente de los Estados Unidos.
Albert Einstein no habló ni una palabra antes de cumplir cuatro años, y tenía problemas del habla hasta la edad de nueve años. De adulto fue uno de los científicos más destacados del siglo XX. Una vez dijo que probablemente era exactamente esta lentitud, la cual lo capacitó para reflexionar más profundamente sobre los problemas que las demás personas.

A veces son también los problemas personales de los niños, que les impiden a aprender. Estos problemas se originan a menudo en una familia disfuncional, o en la misma escuela. En este último caso, la escuela resulta contraproducente: El niño es rechazado o maltratado por sus compañeros o profesores, y con esto se retrasa su aprendizaje. Así no cumple las exigencias de la escuela; como resultado es aun más rechazado y maltratado; esto a su vez dificulta aun más su aprendizaje, etc.

Una niña de nueve años vivía con nuestra familia durante medio año, por causa de unos problemas en su familia. Ella había asistido a la escuela durante tres años, pero no había aprendido a leer. Ella asistía a una escuela nocturna, de manera que la presión no era tan grande, y ella podía pasar casi todo el día con nosotros. Entonces lo primero era ganar la confianza de ella, y tratar los diversos problemas psicológicos que ella sufría, con la ayuda del Señor. Una vez que logramos esto, ella aprendió con nosotros a leer dentro de menos de dos meses.
Otra niña llegó a nuestro refuerzo escolar con nueve años de edad; ella estaba por tercera vez en segundo grado porque no sabía leer. En su caso notábamos que todavía no estaba lista, así que decidimos tener paciencia con ella. (Puesto que ella tenía que cumplir con las exigencias de la escuela, ella nos dictaba sus respuestas a sus tareas, nosotros las escribíamos en una hoja, y de allí ella las copiaba en su cuaderno. Pero no le exigíamos que leyera o que entendiera lo escrito.) – Un año más tarde notamos que ella llegó al nivel de madurez necesario, y también estaba motivada para aprender a leer. Pero su carga de tareas escolares impidió que pudiésemos hacer este trabajo con ella; así que fue necesario hacer un acuerdo con su profesora: Los días viernes la niña fue exonerada de ir a la escuela, y en este tiempo nosotros trabajamos con ella. De esta manera, esta niña también aprendió a leer dentro de dos meses y medio. (Hubiera sido mucho más fácil para ella si todavía no hubiera entrado a la escuela. Cuando vino a nosotros, ya tenía toda una historia de maltrato y marginación en la escuela.)

Entonces, cumplir con este punto 2) puede significar para muchos niños, postergar su entrada a la escuela o educarlos completamente en casa. Esto no es ninguna pérdida para ellos, al contrario: Así mantendrán su motivación para leer intacta, y lo aprenderán de una manera mucho más fácil y sin estrés. Además, comprenderán lo que leen.

Determinar exactamente el nivel de madurez mental de un niño, requeriría diversas evaluaciones y diagnósticos. Pero podemos saber por lo menos aproximadamente si un niño está listo para aprender a leer, mediante esta prueba sencilla: Un niño está listo para aprender a leer, cuando desarrolla la capacidad de juntar letras y sílabas de manera sensata.
La mayoría de los niños saben el significado de varias letras, mucho antes de que aprenden a leer. Muchos niños pueden aprender las letras tan temprano como a los cuatro o incluso los tres años; pero ¡esto todavía no significa que puedan leer! Quizás saben leer una «L» y una «O»; pero todavía no pueden sin ayuda juntar la «L» con la «O» y entender que significan «LO», y que en orden inverso significan «OL». O si están aprendiendo a reconocer sílabas, pueden quizás reconocer la sílaba «pa» y la sílaba «la»; pero todavía no pueden entender sin ayuda que las dos sílabas juntas forman la palabra «pala». Cuando empiecen a crear estas uniones de letras o sílabas, sin que alguien se lo «sople», entonces ha llegado el momento en que podrán aprender a leer de manera natural.

Para los niños que se desarrollan rápidamente, este momento puede llegar cuando reciben sus primeras clases de lectura, o aun antes. Pero los niños de desarrollo promedio y lento se verán forzados por el sistema escolar a «aprender a leer» mucho antes de llegar a este punto. Entonces sus profesores, compañeros o padres tienen que «soplarles» el significado de las sílabas y de las palabras. Así el niño no aprende a leer; solamente aprende a «adivinar» lo que podría significar. Más tarde es muy difícil cambiar este mal hábito y aprender a leer de verdad, en vez de «adivinar». Por eso, para estos niños, la escuela es más un estorbo que una ayuda para aprender a leer.
Esto es confirmado por la siguiente estadística. El nivel educativo de los Estados Unidos, en cuanto a la lectura, bajó después de introducir la escolarización obligatoria:

«Antes de la introducción de la escolarización obligatoria (alrededor de 1850), 98% de los habitantes del estado de Massachusetts sabían leer y escribir. Después, la tasa de alfabetización bajó a menos de 91% y permaneció en este nivel hasta hoy (1990).»
(Citado por John Taylor Gatto en su famoso discurso «Por qué las escuelas no educan».)

Antes de 1850, la mayoría de los norteamericanos aprendían a leer de manera natural en sus propias familias, como lo describimos más arriba. Esto explica por qué antes de esa fecha prácticamente no existían analfabetas en aquel país.

– En cuanto al método, ya mencioné que no tiene mucha importancia. Las muchas discusiones de expertos acerca del «método correcto de enseñar a leer», son bastante superfluas, si consideramos solamente los dos puntos sencillos mencionados arriba.
Una sola pauta metódica me parece digna de mencionar porque es realmente importante: Las letras deben introducirse según el sonido que producen (p.ej. «L»), no según su «nombre» en el abecedario (p.ej. «ELE»). Los niños se confunden cuando les decimos «Esta es una ELE», porque cuando ven las letras «LO», leerán «ELE-O». Entenderán mucho mejor cuando les decimos: «Esta letra suena: LLLLL…, y si la juntamos con la O, suena LO.» – Más tarde, cuando sepan leer bien, habrá todavía suficiente tiempo para enseñarles el abecedario con su orden y sus nombres.

 

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